jueves, julio 19, 2018
España: 19 de julio 1936-2018
-Por supuesto: Otis es más punk que el punk. Y si antes dije que todo es PUNK, ahora diría más bien que todo es SOUL.
-Pensamiento y Batalla lanzó la semana pasada un libro con textos bastante difíciles de pillar del camarada Camillo Berneri, anarquista italiano ultra inteligente y anti cretinista, enemigo de todos los dogmatismos, quien fuera asesinado por los estalinistas luego de los sucesos de Mayo del 37. Se titula "Llamada a los anarquistas y otros textos". Se vende a 4 mil pesos.
-Además, la misma editorial está a punto de lanzar un libro de Agustín Guillamón sobre Josep Rebull y la izquierda del POUM en la guerra de España.
Los dejo con la presentación de dicho texto, habiendo subido las notas al pie para dejarlas dentro del texto, como si de una pontificación verbal se tratase.
¡Salud!
-Pensamiento y Batalla lanzó la semana pasada un libro con textos bastante difíciles de pillar del camarada Camillo Berneri, anarquista italiano ultra inteligente y anti cretinista, enemigo de todos los dogmatismos, quien fuera asesinado por los estalinistas luego de los sucesos de Mayo del 37. Se titula "Llamada a los anarquistas y otros textos". Se vende a 4 mil pesos.
-Además, la misma editorial está a punto de lanzar un libro de Agustín Guillamón sobre Josep Rebull y la izquierda del POUM en la guerra de España.
Los dejo con la presentación de dicho texto, habiendo subido las notas al pie para dejarlas dentro del texto, como si de una pontificación verbal se tratase.
¡Salud!
LAS MINORÍAS
REVOLUCIONARIAS EN LA EXPRESIÓN ESPAÑOLA DEL PRIMER ASALTO GLOBAL CONTRA LA
SOCIEDAD DE CLASES: JOSEP REBULL Y EL P.O.U.M.
España 1936 sin mitología
¿Cómo podemos acceder los seres
humanos de este siglo al conocimiento de los eventos históricos que marcaron la
lucha de clases y la historia del mundo hace 50, 70, 100 o 200 años? ¿Es
posible realizar tal ejercicio destruyendo mitos pero sin construir otras
mitologías alternativas o de recambio?
La historia de las revoluciones
es a la vez la historia de las contra-revoluciones. Ambas se enfrentan codo a
codo en los momentos más álgidos de la historia humana, y dado que nuestros
enemigos (el Capital y el Estado) no han dejado de vencer, la ideología
dominante se encarga de ocultar y/o deformar sistemáticamente los hechos,
neutralizando así su potencial inspirador para las revueltas de las nuevas
generaciones. Las mitologías
izquierdistas no se quedan atrás en el afán por cercenar el nudo o nervio central
de la memoria histórica, y así, frente a cada gran evento de la lucha de clases
del pasado nos encontraremos con la versión oficial, elaborada por la
historiografía burguesa, y con las sub-versiones elaboradas por las distintas
capillas de la izquierda más o menos reformista o con pretensiones
revolucionarias, y hechas tragar a su militancia y entorno de influencia.
No nos acercaremos a estos hechos
históricos, sean cuales sean (la Comuna de París en 1871, la Revolución rusa en
1917 o la Guerra de España en 1936-9), tomando partido por tal o cual
historiografía en particular, sino que intentando hacer saltar por los aires el
inmenso cúmulo de mistificaciones que se han construido entre ellos y nosotros,
y por eso es que es en los trabajos acometidos con dicho objetivo en mente en
los que encontramos los insumos necesarios para trabajar en sentido contrario
al de la ideología y el pensamiento muerto.
En el caso específico de la “Guerra
de España”, ya desde la denominación dada al proceso se denotan claramente las
posiciones políticas de quienes las usan: mientras para la socialdemocracia y
el estalinismo (o “seudo-comunismo oficial”) se trató de una “guerra civil”
entre la democracia y el fascismo, entre la República y Franco con sus aliados
internacionales (la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler) (La
historiografía democrática/estalinista tradicional no dudó nunca en calumniar a
la FAI y el POUM señalando que eran “agentes de Hitler y Mussolini”. Ver por ejemplo
el repugnante panfleto titulado 986 días
de lucha, escrito por dos estalinistas españoles y publicado por la
Editorial Progreso, del Partido Comunista de la Unión Soviética, en 1965, sobre
todo el subcapítulo “Falsas revoluciones” (pág. 96 y ss.)), el campo
supuestamente revolucionario representado por el trotskismo en sus infinitas
variedades y el anarquismo más tradicional (CNT/FAI/AIT y derivados) proclaman
sin lugar a dudas que se trató de una Revolución Social, con todas sus letras,
aunque se haya frustrado, o a lo menos de una “situación revolucionaria” o de
“doble poder” (Una denominación
inclusiva de ambos aspectos del proceso es la que hace el historiador
trotskista Pierre Broué en su famosa obra en dos tomos, La Revolución y la guerra de España, coescrito con Emile Témime.
Traducción de Francisco González Aramburo, FCE, Buenos Aires, 1989).
Tal como en los 100 años que han
transcurrido desde la revolución rusa ha abundado la mitología bolchevique y su
iconografía de grandes hombres dirigiendo a las masas y haciendo Historia a lo
grande, todavía es posible ver a algunos anarquistas obsesionados acríticamente
con 1936, incluso vistiéndose a la usanza de lo que en fotos y películas se
conoce de las milicias de la CNT/FAI. En ambos casos, estos folklorismos se
constituyen en un impedimento para acercarse a los hechos a la manera que
recomendaba Walter Benjamin, es decir, “pasándole a la historia el cepillo a
contrapelo”.
Un primer elemento a tener en
cuenta es la dimensión global del período revolucionario iniciado en 1917 (Sobre este “primer asalto” global del
proletariado contra la sociedad de clases, ver el número 10 del boletín
Anarquía & Comunismo, disponible en:
https://anarquiaycomunismo.noblogs.org/numeros/),
del cual el proceso revolucionario en España -bastante evidente a partir de
1931, con el poco conocido episodio de la insurrección de Asturias en octubre
de 1934-, es su última expresión, y tal vez la más intensa, desde la respuesta
“espontánea” de la clase obrera y otros sectores populares en contra del
alzamiento militar franquista el 17 de julio de 1936, y que culmina clara y
dramáticamente en las jornadas de Mayo de 1937, cuando en Barcelona el Estado
republicano encabezado por la unificación socialista/“comunista” (PSUC: Partido
Socialista Unificado de Cataluña, sigla que no por casualidad es casi idéntica
al del Partido Comunista de la Unión Soviética) monta una provocación para
arrebatar el edificio de la Telefónica a la CNT, y en que la respuesta
inmediata del proletariado, sin esperar órdenes de arriba, fue la construcción
de barricadas por toda la ciudad e incluso más allá, para finalmente ser
desmovilizadas por los esfuerzos notables de las direcciones de la CNT y el
POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luego de eso, la confrontación
pasó a ser exclusivamente una guerra entre dos fracciones de la burguesía, con
el proletariado como vagón de cola de una de ellas, a través de sus
representaciones políticas y sindicales. Cabe destacar que fue en ese momento
exacto cuando la “Tercera Internacional” se suma al legado histórico de la
Segunda, combatiendo abiertamente del lado de la burguesía (Dos excelentes
libros sobre las jornadas de Mayo son: Agustín Guillamón, Barricadas en Barcelona. La CNT de la victoria de Julio de 1936 a la
necesaria derrota de mayo de 1937, editado en Argentina el 2013 por Lazo
ediciones, y García, Piotrowski y Rosés (editores), Barcelona, mayo 1937. Testimonios desde las barricadas, Alikornio,
Barcelona, 2006).
En segundo lugar, es necesario tener en cuenta el
sorprendente nivel de maduración de la conciencia revolucionaria en el proletariado
urbano y rural español, sobre todo en Catalunya y Aragón, fruto de una
acumulación de experiencias previas, entre las cuales debemos destacar una vez
más la de Asturias en 1934. Si a alguien sorprenden el nivel de “espontaneidad”
en la respuesta obrera y popular frente al alzamiento fascista, cuando ante la
bancarrota política y militar de la burguesía republicana las bases
anarcosindicalistas junto a otras fuerzas revolucionarias no esperaron ninguna
señal desde arriba para pasar a expropiar armas y derrotas a los militares
sublevados en la mayor parte del
territorio, lo más probable es que no se tenga a la vista que poco más de
veinte meses antes de esta gesta el proletariado revolucionario asturiano había
dejado abandonado a su propia suerte por sus representantes, teniendo que
asumir por sí solo el costo de la lucha, bajo la consigna histórica de “Uníos
Hermanos Proletarios” (U.H.P.). La lección fue clara, y confirmaba una vez más
la vieja divisa de los tiempos de la Asociación Internacional de los
Trabajadores: “la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores
mismos” (Sobre esta insurrección se recomienda consultar (¡y en lo posible reeditar!)
el completísimo libro de Ignacio Díaz, Asturias
Octubre 1934 La revolución sin jefes, editado el 2012 por Muturreko
Burutazioak).
Hemos escrito espontaneidad entre
comillas, porque es un concepto que merece una aclaración. Pues, en primer
lugar, parece obvio que una revolución social requiere un enorme trabajo de
organización y centralización, las cuales en ningún caso van a caer del cielo.
De ahí la necesidad de la organización revolucionaria.
Pero tal como dijo Marx, “el partido proletario nace
espontáneamente del suelo histórico de la sociedad moderna”. Obviamente que
este partido espontáneo e histórico nada tiene que ver con el
Partido-institución que la social-democracia tradicional y luego la
radicalizada o leninista han legado a la historia, en una concepción que ha
llegado ser dominante en la que se contraponen “espontaneidad” y “consciencia”.
El movimiento proletario revolucionario es, en efecto, “espontáneo”, pero no
sólo en el sentido de que cuando se manifiesta (Rusia 1917 o España 1936) es
una revolución sin jefes, que no espera órdenes de arriba, sino que además en
el sentido de que “estos movimientos del proletariado están totalmente
determinados por la situación que esta clase ocupa en el conjunto de las
relaciones sociales fundamentales de la sociedad moderna, y por una coyuntura
particular que, durante un período dado, le proporciona la ocasión de
intervenir en la escena” (Danis Authier, Prefacio a León Trotsky, Informe de la delegación siberiana. Trotsky
contra Lenin, Ediciones Espartaco Internacional, Madrid, 2002, pág. 13). La
consciencia no se opone a esta espontaneidad -al contrario de lo que creen
desde a II Internacional Kautsky, y desde la III su discípulo Lenin, con la
tesis de la “consciencia externa” (La
mitología leninista enfatiza la “ruptura” de Lenin con su viejo maestro, a
quien tilda en un panfleto de “renegado”. De tal modo tratan de que se pierda
de vista la innegable y enorme influencia de Kautsky en todos los marxistas de
su tiempo, y sobre todo en Lenin. Reconocer dicha influencia nos muestra en
plenitud la gran continuidad que existe entre la socialdemocracia histórica más
tradicional, y su derivación “radical” en Rusia. Al respecto, se recomienda
leer el texto de Jean Barrot, “El renegado Kautsky y su discípulo Lenin”)-,
sino que “el proletariado adquiere, porque lo necesita, la consciencia de sí
mismo, es decir, la representación clara de su situación, de sus relaciones con
las otras clases y de su papel” y “por su situación en las relaciones de
producción capitalista, la clase obrera es la única clase portadora, en tanto
que clase, de la consciencia socialista” (Authier,
pág. 14, concluyendo: “Todo lo demás no es más que ideología, visión invertida
de la realidad”).
El comunismo disidente en España
La existencia misma de la
organización conocida como Partido Obrero de Unificación Marxista desafía en
gran medida esas simplificaciones. Un partido “trotskista” o a lo menos
“trotskistizante” para sus enemigos, sobre todo del campo del seudocomunismo
oficial, pero un partido “centrista” para Trotsky y sus discípulos, muy
enojados por el hecho mismo de su formación, dado que no era lo que el viejo
había recomendado a la sección española de su Oposición de Izquierda.
De un siglo XX que finalmente se
decantó por la contra-revolución en diversas expresiones (estalinismo,
socialdemocracia, fascismo, etc.), ha quedado superficialmente la idea de que
el movimiento obrero estaba dividido entre una izquierda reformista y una
revolucionaria, y además entre sectores autoritarios y libertarios. Mientras
los izquierdistas revolucionarios solían adherir al leninismo en sus
principales derivaciones/oposiciones (primero estalinismo y trotskismo, y
después se agregaron el maoísmo y el castro-guevarismo)(En rigor la etiqueta de
“marxismo-leninismo” es una invención de Stalin, adoptada por todo el
movimiento “comunista” oficial. En vida
de Trotsky, sus discípulos preferían llamarse a sí mismos
“bolcheviques-leninistas”, y curiosamente –o no tanto- con el tiempo pasaron a
reivindicar también el engendro del “marxismo-leninismo”. Los maoístas a su
vez, se perciben como los verdaderos M-L, criticando a los pro-rusos, a partir
de la muerte de Stalin, por su naturaleza “revisionista”), la mayoría de los
anarquistas se definían por oposición al marxismo en general, y a su versión
rusa o leninista en particular.
En verdad lo que ocurrió fue que
en España el proletariado revolucionario se encontró casi siempre “a la
izquierda” de sus supuestas representaciones políticas y/o sindicales,
incluyendo a la CNT/FAI.
En eso la situación española no
difería de lo que se verificó en los distintos puntos del planeta en que hacia
1917/1923 estalló el llamado Primer asalto proletario contra la sociedad de
clases: a pesar de la mitología bolchevique sobre la “conducción” ejemplar del
proceso revolucionario -con Lenin y Trostsky a la cabeza, o Lenin y Stalin,
según a qué versión mitológica se adhiera- las supuestas “vanguardias” se
vieron constantemente superadas en los hechos por la autoactividad proletaria y
de masas, que los obligaba a radicalizarse, tratando de copar la dirección del
movimiento.
Así, una vez más fue la
espontaneidad de las masas la que generó sus propios órganos de poder, los
consejos obreros (“soviet” en ruso sería la traducción de consejo), y en Rusia
los bolcheviques no sólo no los inventaron, sino que ya en 1905 cuando primero
aparecieron estos órganos, les dieron un ultimátum para aceptar su programa y
someterse a su disciplina…¡o disolverse! (Ver: Agustín Guillamón, La revolución
rusa, una interpretación crítica y libertaria. En: http://kaosenlared.net/la-revolucion-rusa-una-interpretacion-critica-y-libertaria/).
De esta forma, es posible
verificar que en pocos años se pasó de una afirmación directa del comunismo,
reivindicado en los hechos por distintos grupos revolucionarios que rompían por
la izquierda con la socialdemocracia y la Segunda Internacional, a una
usurpación del concepto de comunismo por parte de los bolcheviques, que
lograron bajo la apariencia de convocar al Partido Mundial de la revolución
comunista crear la Tercera Internacional como una forma radicalizada de
socialdemocracia, encargada de operar en todo el mundo bajo el modelo ruso,
neutralizando y/o aplastando a todas las expresiones que eran fieles al
programa revolucionario proletario. A este respecto es famoso el panfleto de
Lenin contra el “ultraizquierdismo”, al que se califica de infantil.
En ese esquema no hay grandes
novedades hasta la gran pelea entre Stalin y Trotsky por el control del
partido/Estado ruso, a partir de la cual surge la Oposición de Izquierda, el
trotskismo y la Cuarta Internacional. Pero la verdad es que la hegemonía
leninista no se impuso sin contrapesos ni resistencias, en un proceso en que
tal vez las únicas posiciones que aparecen como rencarnando un comunismo
diferente son las de los llamados “consejistas” (sobre todo en Alemania y
Holanda, con figuras como Pannekoek, Korsch, Gorter y Mattick) (La posición de los distintos personajes y
grupos asociados al “comunismo de consejos” en relación a la Guerra de España
se encuentra reunida en el libro Expectativas
fallidas (España 1934-1939). El movimiento consejista ante la guerra y
revolución españolas, Adrede, Barcelona, 1999), y en menor medida la
izquierda comunista italiana (encabezada por el “ultraleninista” Bordiga, para
quien el estalinismo era el “centrismo”).
Incluso en Chile cabría destacar
que el Partido Comunista (fundado en 1922, y no en 1912 como pretenden desde hace
un tiempo los miembros del P“C” de Chile)(Pongo la C entre comillas, para
denunciar un fraude de etiquetas: si el comunismo es la sociedad sin clases y
sin Estado, comunistas son quienes luchas por ella. Un partido que, se llame
como se llame y tenga los años que tenga, se ha dedicado a administrar la
sociedad de clases desde el Estado, es socialdemócrata y no comunista) estalló
en dos fracciones hacia 1929, una de las cuales, la encabezada por Lafferte se
alineaba con Stalin y la zigzagueante línea oficial con sede en Moscú, y la
otra, encabezada por Hidalgo y Zapata, simpatizaba con la Oposición de
Izquierda. Dicho Partido Comunista disidente, que no cabría calificar en
propiedad de “trotskista”, se convirtió en la Izquierda Comunista de Chile
hacia 1932/3, tras el fracaso de un intento de reunificación con la otra
fracción (La fracción estalinista de
Elías Lafferte, a partir de la cual es prácticamente reconstituido el PC a
partir de esos años, ya bajo la intervención directa del Komintern, y
exhibiendo primero un furioso ultraizquierdismo que incluso denunciaba la
nefasta influencia de Recabarren, a quien se veía como un “demócrata vulgar”.
El P“C” actual es en rigor el producto de esta reconfiguración, y así es como
en realidad su fecha de fundación no debería ser ni 1912, ni 1922, sino que más
bien entre 1929/1932. Al respecto, consultar la Tesis de Grado de Gabriel
Muñoz, titulada “Disputa por el comunismo en Chile: estalinistas y
oposicionistas en el partido de Recabarren”, Universidad de Chile, 2014), y
pese a la relativa relevancia conquistada (a través de su semanario
“Izquierda”, y la elección de un senador y un diputado: Manuel Hidalgo y Emilio
Zapata), decidió en 1936 integrarse en bloque al joven Partido Socialista (Con
la excepción de un pequeño sector que pasó a llamarse Partido Obrero Revolucionario, liderado por Luis Vitale y Humberto
Valenzuela, que 3 décadas después fue uno de los grupos que concurrieron a la
formación del MIR (en 1965, en Santiago, y no en Concepción –que es lo que
quiere hacer creer la mitología miguel-enriquista-)).
En España también se dio este
fenómeno del comunismo disidente, el que se expresó fundamentalmente en la existencia
de dos grupos: el Bloc Obrer y Camperol,
fundado en 1930 (Bloque Obrero y
Campesino, liderado por Joaquín Maurín, en su momento una escisión “de derecha”
respecto del comunismo oficial -en momentos en que el estalinismo seguía su
desastrosa línea “ultraizquierdista”- y en general bastante pro-catalanista) y
la Izquierda Comunista de España (sección
española de la Oposición de Izquierda, con Andreu Nin a la cabeza, y responsables
de la muy prestigiosa publicación teórica “Comunismo”). Contra las
instrucciones expresas de Trotsky, que consistían en acoger el llamado que unas
radicalizadas bases juveniles socialistas dirigían desde la insurrección de
Asturias en 1934 a la ICE para ingresar al partido y “bolchevizarlo”, la gran
mayoría de esta sección española de la Oposición
de Izquierda Internacional prefirió fusionarse con el BOC, dando así
nacimiento al POUM (Tildado por los “comunistas” rusos de amalgama
“trosko-bujarinista”, en alusión a que correspondía a una unificación de
corrientes que provenían tanto de la oposición de derecha como de izquierda a
la línea oficial del partido y la Internacional), en el año de 1935. Es decir,
casi en el mismo momento histórico, mientras la Izquierda Comunista de Chile se
disuelve en el PS, en España optaron por el camino de crear otro partido junto
a otra expresión del comunismo disidente.
¿Qué era el POUM?
Disipada ya la leyenda del POUM
como un partido trotskista, cabría tratar de concluir qué era en definitiva
esta organización. Al respecto, podemos señalar que en cierta forma era una
expresión del comunismo leninista de esos tiempos (no olvidemos que su fuerza
militar se concentraba en el famoso Cuartel Lenin), tanto a nivel teórico como
de relaciones internacionales (el partido siempre mantuvo una posición de defensa
critica de la URSS, y jamás llegó a identificarla como un régimen de
capitalismo de Estado). Pero por otra parte, tanto el BOC como la ICE
constituían fuerzas reales, no con la masividad de la CNT o el PS, sólidamente
ancladas en bases obreras y populares que se agregaban a estas organizaciones
para incidir activa y eficazmente en la lucha de clases.
A pesar de una serie de
indefiniciones o aspectos abiertamente reformistas o centristas de su
dirigencia proveniente de ambas organizaciones previas, el POUM fue en los
hechos una organización con una base proletaria revolucionaria, y fue ese
elemento el que le dio una importancia crucial en los sucesos de 1936 y 1937,
producto de los cuales la organización fue severamente reprimida por la mezcla
de legalidad burguesa republicana y estalinista, aplastándola casi en perfecta
sincronía con el incremento del carácter contra-revolucionario y terrorista del
estalinismo en la madre patria, con los famosos procesos de Moscú.
Por estas razones es que sin
dejar de criticar implacablemente los errores y vacilaciones de la dirección
del POUM, en el N° 66 de la revista Comunismo, editada por el Grupo Comunista Internacionalista, se
concluye que “es correcto afirmar que el proletariado (a falta de grandes
organizaciones revolucionarias) también estructuró su lucha en el POUM” (además
de en la FAI/CNT).
Relación del POUM con el anarquismo
Ha quedado instalada en la
memoria colectiva reciente, gracias sobre todo a la película de Ken Loach
“Tierra y Libertad”, la idea de que anarquistas y poumistas colaboraron
estrechamente en el bando revolucionario de la guerra de España, en contra de
las maniobras y retrocesos orquestados por el Estado y el reformismo (PS y
PCE). El lado bueno contra el lado malo.
Resulta curioso que en una
entrevista a la protagonista de este film, ella señala haber interpretado a una
“miliciana anarquista”, en circunstancias que se trataba ¡de una milicia del
POUM!, lo cual grafica a mi juicio el fuerte nivel de confusión que aún existe
en esta materia. De hecho, para la mayoría de la izquierda oficial, los grandes
partidos históricos y tradicionales (PS y PC) han coexistido con todas las
rarezas posibles a su izquierda: anarquismos, trotskismos, maoísmos, autonomismos,
etc. De ahí que ya sea como “ultraizquierda” o “nueva izquierda” lo que define
a esta área es la tendencia al híbrido y las mescolanzas de todo tipo: la bola
de gatos anarco-trosko-maoísta que ha obsesionado a los partidos tradicionales
desde 1968, y a la cual le dedicaron varios manuales denunciando su
“revolucionarismo pequeño-burgués” (Entre ellos destaca por su mala fe y
estupidez el del estalinista Boris Leibzon intitulado Revolucionarismo pequeño burgués. Anarquismo, trotskismo, maoísmo).
Lo cierto es que si bien la
contra-revolución se expresaba claramente a través del PCE/PSUC (un partido
pequeño al inicio de la guerra, que logró crecer en número y relevancia
administrando el “apoyo soviético” e insertándose en el Estado y el Ejército
republicanos), el PSOE y los partidos de la burguesía republicana, y el
proletariado revolucionario se encontraba afiliado al POUM y la CNT/FAI, fue a
través de minorías dentro de dichas organizaciones como se expresó a duras
penas una política consciente y coherente: entre ellas, los Bolcheviques Leninistas de Grandizo
Munis (G. Munis pasó
posteriormente a adoptar posiciones antileninistas, más cercanas a la izquierda
comunista de inspiración consejista. Pensamiento y Batalla editó en el 2017 su
monumental libro Jalones de derrota,
promesa de victoria, que en sus más de 500 páginas se dedica al análisis de
lo que su autor llamó Crítica y teoría de la revolución española (1930-1939)”),
Jaime Balius y Los Amigos de Durruti (Pensamiento y Batalla editó el 2014
un texto de Balius editado originalmente en 1938, llamado “Hacia una nueva
revolución”), y los intentos por encauzar al POUM hacia una política
revolucionaria, que condujo en su momento, sin mucho éxito, Joseph Rebull, a
quien se dedica este libro.
Contra la tentación de entender
que el campo revolucionario de esa época consistió en el POUM y el anarquismo,
entre los cuales innegablemente hubo bastante colaboración (A veces miembros del POUM fueron invitados
a reuniones de la CNT a explicar sus posiciones, y en el célebre panfleto
distribuido por Los Amigos de Durruti
en Mayo del 37 se saludaba a los camaradas del POUM “con quienes hemos
confraternizado en las barricadas”. Por su parte, en sus últimos discursos y
escritos antes de ser secuestrado, torturado y asesinado por agentes de la
policía secreta estalinista, Nin insistía en que la revolución dependía de que
anarquistas y poumistas se pusieran de acuerdo en la cuestión del poder,
aplastando el poder burgués y consolidando el poder obrero, para lo cual estaba
incluso dispuesto a renunciar a la etiqueta, repugnante para los anarquistas, de
“dictadura del proletariado”), hay que excavar un poco más en profundidad para
darse cuenta de que ese encuentro se dio más bien a nivel de las bases, y de
las corrientes disidentes dentro de cada fuerza política, en oposición a sus
direcciones que con distintos argumentos buscaron la forma de frenar el proceso
y sumarse al estado burgués a través del Frente Popular.
Estudiar las minorías revolucionarias
Hasta ahora, se ha enfatizado en
la dimensión “espontánea” de los logros del proletariado español en este último
episodio del Primer Asalto: la lucha armada contra el Ejército sublevado, el
control obrero, la autogestión y las colectivizaciones. Toda aquella obra que en
gran medida fue más extensa y profunda incluso que los logros de la revolución
rusa (Según el revolucionario
situacionista Guy Debord, en la tesis 94 de La
sociedad del espectáculo (1967), “en 1936, el anarquismo condujo
efectivamente una revolución social, y el esbozo más avanzado de un poder
proletario que haya existido”), y que por ello fuera sistemáticamente
neutralizada y saboteada en el propio campo republicano por una burguesía
liberal que por su debilidad política se expresó sobre todo en el PCE/PSUC como
la mejor defensa de sus intereses contra-revolucionarios. Pero poco sabemos
acerca de la manera en que a nivel de consciencia los proletarios pudieron
tener alguna claridad sobre sus tareas, y lo que estaba en juego en esas
jornadas. De ahí la importancia de estudiar a dichos grupos, a estas minorías
revolucionarias, no por erudición ultraizquierdista, sino que para clarificar
cual es el verdadero programa de la revolución social, y a eso contribuye enormemente
este texto.
Etiquetas: anarquia, comunismo, España, guerra social, Pensamineto y Batalla, POUM, revolución social
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