<$BlogRSDUrl$>

jueves, julio 19, 2018

España: 19 de julio 1936-2018 

-Por supuesto: Otis es más punk que el punk. Y si antes dije que todo es PUNK, ahora diría más bien que todo es SOUL.

-Pensamiento y Batalla lanzó la semana pasada un libro con textos bastante difíciles de pillar del camarada Camillo Berneri, anarquista italiano ultra inteligente y anti cretinista, enemigo de todos los dogmatismos, quien fuera asesinado por los estalinistas luego de los sucesos de Mayo del 37. Se titula "Llamada a los anarquistas y otros textos". Se vende a 4 mil pesos.

-Además, la misma editorial está a punto de lanzar un libro de Agustín Guillamón sobre Josep Rebull y la izquierda del POUM en la guerra de España.

Los dejo con la presentación de dicho texto, habiendo subido las notas al pie para dejarlas dentro del texto, como si de una pontificación verbal se tratase.

¡Salud!


LAS MINORÍAS REVOLUCIONARIAS EN LA EXPRESIÓN ESPAÑOLA DEL PRIMER ASALTO GLOBAL CONTRA LA SOCIEDAD DE CLASES: JOSEP REBULL Y EL P.O.U.M.



España 1936 sin mitología

¿Cómo podemos acceder los seres humanos de este siglo al conocimiento de los eventos históricos que marcaron la lucha de clases y la historia del mundo hace 50, 70, 100 o 200 años? ¿Es posible realizar tal ejercicio destruyendo mitos pero sin construir otras mitologías alternativas o de recambio?
La historia de las revoluciones es a la vez la historia de las contra-revoluciones. Ambas se enfrentan codo a codo en los momentos más álgidos de la historia humana, y dado que nuestros enemigos (el Capital y el Estado) no han dejado de vencer, la ideología dominante se encarga de ocultar y/o deformar sistemáticamente los hechos, neutralizando así su potencial inspirador para las revueltas de las nuevas generaciones.  Las mitologías izquierdistas no se quedan atrás en el afán por cercenar el nudo o nervio central de la memoria histórica, y así, frente a cada gran evento de la lucha de clases del pasado nos encontraremos con la versión oficial, elaborada por la historiografía burguesa, y con las sub-versiones elaboradas por las distintas capillas de la izquierda más o menos reformista o con pretensiones revolucionarias, y hechas tragar a su militancia y entorno de influencia.

No nos acercaremos a estos hechos históricos, sean cuales sean (la Comuna de París en 1871, la Revolución rusa en 1917 o la Guerra de España en 1936-9), tomando partido por tal o cual historiografía en particular, sino que intentando hacer saltar por los aires el inmenso cúmulo de mistificaciones que se han construido entre ellos y nosotros, y por eso es que es en los trabajos acometidos con dicho objetivo en mente en los que encontramos los insumos necesarios para trabajar en sentido contrario al de la ideología y el pensamiento muerto.

En el caso específico de la “Guerra de España”, ya desde la denominación dada al proceso se denotan claramente las posiciones políticas de quienes las usan: mientras para la socialdemocracia y el estalinismo (o “seudo-comunismo oficial”) se trató de una “guerra civil” entre la democracia y el fascismo, entre la República y Franco con sus aliados internacionales (la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler) (La historiografía democrática/estalinista tradicional no dudó nunca en calumniar a la FAI y el POUM señalando que eran “agentes de Hitler y Mussolini”. Ver por ejemplo el repugnante panfleto titulado 986 días de lucha, escrito por dos estalinistas españoles y publicado por la Editorial Progreso, del Partido Comunista de la Unión Soviética, en 1965, sobre todo el subcapítulo “Falsas revoluciones” (pág. 96 y ss.)), el campo supuestamente revolucionario representado por el trotskismo en sus infinitas variedades y el anarquismo más tradicional (CNT/FAI/AIT y derivados) proclaman sin lugar a dudas que se trató de una Revolución Social, con todas sus letras, aunque se haya frustrado, o a lo menos de una “situación revolucionaria” o de “doble poder” (Una denominación inclusiva de ambos aspectos del proceso es la que hace el historiador trotskista Pierre Broué en su famosa obra en dos tomos, La Revolución y la guerra de España, coescrito con Emile Témime. Traducción de Francisco González Aramburo, FCE, Buenos Aires, 1989).

Tal como en los 100 años que han transcurrido desde la revolución rusa ha abundado la mitología bolchevique y su iconografía de grandes hombres dirigiendo a las masas y haciendo Historia a lo grande, todavía es posible ver a algunos anarquistas obsesionados acríticamente con 1936, incluso vistiéndose a la usanza de lo que en fotos y películas se conoce de las milicias de la CNT/FAI. En ambos casos, estos folklorismos se constituyen en un impedimento para acercarse a los hechos a la manera que recomendaba Walter Benjamin, es decir, “pasándole a la historia el cepillo a contrapelo”.

Un primer elemento a tener en cuenta es la dimensión global del período revolucionario iniciado en 1917 (Sobre este “primer asalto” global del proletariado contra la sociedad de clases, ver el número 10 del boletín Anarquía & Comunismo, disponible en:  https://anarquiaycomunismo.noblogs.org/numeros/), del cual el proceso revolucionario en España -bastante evidente a partir de 1931, con el poco conocido episodio de la insurrección de Asturias en octubre de 1934-, es su última expresión, y tal vez la más intensa, desde la respuesta “espontánea” de la clase obrera y otros sectores populares en contra del alzamiento militar franquista el 17 de julio de 1936, y que culmina clara y dramáticamente en las jornadas de Mayo de 1937, cuando en Barcelona el Estado republicano encabezado por la unificación socialista/“comunista” (PSUC: Partido Socialista Unificado de Cataluña, sigla que no por casualidad es casi idéntica al del Partido Comunista de la Unión Soviética) monta una provocación para arrebatar el edificio de la Telefónica a la CNT, y en que la respuesta inmediata del proletariado, sin esperar órdenes de arriba, fue la construcción de barricadas por toda la ciudad e incluso más allá, para finalmente ser desmovilizadas por los esfuerzos notables de las direcciones de la CNT y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luego de eso, la confrontación pasó a ser exclusivamente una guerra entre dos fracciones de la burguesía, con el proletariado como vagón de cola de una de ellas, a través de sus representaciones políticas y sindicales. Cabe destacar que fue en ese momento exacto cuando la “Tercera Internacional” se suma al legado histórico de la Segunda, combatiendo abiertamente del lado de la burguesía (Dos excelentes libros sobre las jornadas de Mayo son: Agustín Guillamón, Barricadas en Barcelona. La CNT de la victoria de Julio de 1936 a la necesaria derrota de mayo de 1937, editado en Argentina el 2013 por Lazo ediciones, y García, Piotrowski y Rosés (editores), Barcelona, mayo 1937. Testimonios desde las barricadas, Alikornio, Barcelona, 2006).

En segundo lugar, es necesario tener en cuenta el sorprendente nivel de maduración de la conciencia revolucionaria en el proletariado urbano y rural español, sobre todo en Catalunya y Aragón, fruto de una acumulación de experiencias previas, entre las cuales debemos destacar una vez más la de Asturias en 1934. Si a alguien sorprenden el nivel de “espontaneidad” en la respuesta obrera y popular frente al alzamiento fascista, cuando ante la bancarrota política y militar de la burguesía republicana las bases anarcosindicalistas junto a otras fuerzas revolucionarias no esperaron ninguna señal desde arriba para pasar a expropiar armas y derrotas a los militares sublevados en  la mayor parte del territorio, lo más probable es que no se tenga a la vista que poco más de veinte meses antes de esta gesta el proletariado revolucionario asturiano había dejado abandonado a su propia suerte por sus representantes, teniendo que asumir por sí solo el costo de la lucha, bajo la consigna histórica de “Uníos Hermanos Proletarios” (U.H.P.). La lección fue clara, y confirmaba una vez más la vieja divisa de los tiempos de la Asociación Internacional de los Trabajadores: “la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” (Sobre esta insurrección se recomienda consultar (¡y en lo posible reeditar!) el completísimo libro de Ignacio Díaz, Asturias Octubre 1934 La revolución sin jefes, editado el 2012 por Muturreko Burutazioak).  

Hemos escrito espontaneidad entre comillas, porque es un concepto que merece una aclaración. Pues, en primer lugar, parece obvio que una revolución social requiere un enorme trabajo de organización y centralización, las cuales en ningún caso van a caer del cielo. De ahí la necesidad de la organización revolucionaria.

Pero tal como dijo Marx, “el partido proletario nace espontáneamente del suelo histórico de la sociedad moderna”. Obviamente que este partido espontáneo e histórico nada tiene que ver con el Partido-institución que la social-democracia tradicional y luego la radicalizada o leninista han legado a la historia, en una concepción que ha llegado ser dominante en la que se contraponen “espontaneidad” y “consciencia”. El movimiento proletario revolucionario es, en efecto, “espontáneo”, pero no sólo en el sentido de que cuando se manifiesta (Rusia 1917 o España 1936) es una revolución sin jefes, que no espera órdenes de arriba, sino que además en el sentido de que “estos movimientos del proletariado están totalmente determinados por la situación que esta clase ocupa en el conjunto de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad moderna, y por una coyuntura particular que, durante un período dado, le proporciona la ocasión de intervenir en la escena” (Danis Authier, Prefacio a León Trotsky, Informe de la delegación siberiana. Trotsky contra Lenin, Ediciones Espartaco Internacional, Madrid, 2002, pág. 13). La consciencia no se opone a esta espontaneidad -al contrario de lo que creen desde a II Internacional Kautsky, y desde la III su discípulo Lenin, con la tesis de la “consciencia externa” (La mitología leninista enfatiza la “ruptura” de Lenin con su viejo maestro, a quien tilda en un panfleto de “renegado”. De tal modo tratan de que se pierda de vista la innegable y enorme influencia de Kautsky en todos los marxistas de su tiempo, y sobre todo en Lenin. Reconocer dicha influencia nos muestra en plenitud la gran continuidad que existe entre la socialdemocracia histórica más tradicional, y su derivación “radical” en Rusia. Al respecto, se recomienda leer el texto de Jean Barrot, “El renegado Kautsky y su discípulo Lenin”)-, sino que “el proletariado adquiere, porque lo necesita, la consciencia de sí mismo, es decir, la representación clara de su situación, de sus relaciones con las otras clases y de su papel” y “por su situación en las relaciones de producción capitalista, la clase obrera es la única clase portadora, en tanto que clase, de la consciencia socialista” (Authier, pág. 14, concluyendo: “Todo lo demás no es más que ideología, visión invertida de la realidad”).



El comunismo disidente en España

La existencia misma de la organización conocida como Partido Obrero de Unificación Marxista desafía en gran medida esas simplificaciones. Un partido “trotskista” o a lo menos “trotskistizante” para sus enemigos, sobre todo del campo del seudocomunismo oficial, pero un partido “centrista” para Trotsky y sus discípulos, muy enojados por el hecho mismo de su formación, dado que no era lo que el viejo había recomendado a la sección española de su Oposición de Izquierda.

De un siglo XX que finalmente se decantó por la contra-revolución en diversas expresiones (estalinismo, socialdemocracia, fascismo, etc.), ha quedado superficialmente la idea de que el movimiento obrero estaba dividido entre una izquierda reformista y una revolucionaria, y además entre sectores autoritarios y libertarios. Mientras los izquierdistas revolucionarios solían adherir al leninismo en sus principales derivaciones/oposiciones (primero estalinismo y trotskismo, y después se agregaron el maoísmo y el castro-guevarismo)(En rigor la etiqueta de “marxismo-leninismo” es una invención de Stalin, adoptada por todo el movimiento  “comunista” oficial. En vida de Trotsky, sus discípulos preferían llamarse a sí mismos “bolcheviques-leninistas”, y curiosamente –o no tanto- con el tiempo pasaron a reivindicar también el engendro del “marxismo-leninismo”. Los maoístas a su vez, se perciben como los verdaderos M-L, criticando a los pro-rusos, a partir de la muerte de Stalin, por su naturaleza “revisionista”), la mayoría de los anarquistas se definían por oposición al marxismo en general, y a su versión rusa o leninista en particular.

En verdad lo que ocurrió fue que en España el proletariado revolucionario se encontró casi siempre “a la izquierda” de sus supuestas representaciones políticas y/o sindicales, incluyendo a la CNT/FAI.
En eso la situación española no difería de lo que se verificó en los distintos puntos del planeta en que hacia 1917/1923 estalló el llamado Primer asalto proletario contra la sociedad de clases: a pesar de la mitología bolchevique sobre la “conducción” ejemplar del proceso revolucionario -con Lenin y Trostsky a la cabeza, o Lenin y Stalin, según a qué versión mitológica se adhiera- las supuestas “vanguardias” se vieron constantemente superadas en los hechos por la autoactividad proletaria y de masas, que los obligaba a radicalizarse, tratando de copar la dirección del movimiento.

Así, una vez más fue la espontaneidad de las masas la que generó sus propios órganos de poder, los consejos obreros (“soviet” en ruso sería la traducción de consejo), y en Rusia los bolcheviques no sólo no los inventaron, sino que ya en 1905 cuando primero aparecieron estos órganos, les dieron un ultimátum para aceptar su programa y someterse a su disciplina…¡o disolverse! (Ver: Agustín Guillamón, La revolución rusa, una interpretación crítica y libertaria. En: http://kaosenlared.net/la-revolucion-rusa-una-interpretacion-critica-y-libertaria/).

De esta forma, es posible verificar que en pocos años se pasó de una afirmación directa del comunismo, reivindicado en los hechos por distintos grupos revolucionarios que rompían por la izquierda con la socialdemocracia y la Segunda Internacional, a una usurpación del concepto de comunismo por parte de los bolcheviques, que lograron bajo la apariencia de convocar al Partido Mundial de la revolución comunista crear la Tercera Internacional como una forma radicalizada de socialdemocracia, encargada de operar en todo el mundo bajo el modelo ruso, neutralizando y/o aplastando a todas las expresiones que eran fieles al programa revolucionario proletario. A este respecto es famoso el panfleto de Lenin contra el “ultraizquierdismo”, al que se califica de infantil.

En ese esquema no hay grandes novedades hasta la gran pelea entre Stalin y Trotsky por el control del partido/Estado ruso, a partir de la cual surge la Oposición de Izquierda, el trotskismo y la Cuarta Internacional. Pero la verdad es que la hegemonía leninista no se impuso sin contrapesos ni resistencias, en un proceso en que tal vez las únicas posiciones que aparecen como rencarnando un comunismo diferente son las de los llamados “consejistas” (sobre todo en Alemania y Holanda, con figuras como Pannekoek, Korsch, Gorter y Mattick) (La posición de los distintos personajes y grupos asociados al “comunismo de consejos” en relación a la Guerra de España se encuentra reunida en el libro Expectativas fallidas (España 1934-1939). El movimiento consejista ante la guerra y revolución españolas, Adrede, Barcelona, 1999), y en menor medida la izquierda comunista italiana (encabezada por el “ultraleninista” Bordiga, para quien el estalinismo era el “centrismo”).

Incluso en Chile cabría destacar que el Partido Comunista (fundado en 1922, y no en 1912 como pretenden desde hace un tiempo los miembros del P“C” de Chile)(Pongo la C entre comillas, para denunciar un fraude de etiquetas: si el comunismo es la sociedad sin clases y sin Estado, comunistas son quienes luchas por ella. Un partido que, se llame como se llame y tenga los años que tenga, se ha dedicado a administrar la sociedad de clases desde el Estado, es socialdemócrata y no comunista) estalló en dos fracciones hacia 1929, una de las cuales, la encabezada por Lafferte se alineaba con Stalin y la zigzagueante línea oficial con sede en Moscú, y la otra, encabezada por Hidalgo y Zapata, simpatizaba con la Oposición de Izquierda. Dicho Partido Comunista disidente, que no cabría calificar en propiedad de “trotskista”, se convirtió en la Izquierda Comunista de Chile hacia 1932/3, tras el fracaso de un intento de reunificación con la otra fracción (La fracción estalinista de Elías Lafferte, a partir de la cual es prácticamente reconstituido el PC a partir de esos años, ya bajo la intervención directa del Komintern, y exhibiendo primero un furioso ultraizquierdismo que incluso denunciaba la nefasta influencia de Recabarren, a quien se veía como un “demócrata vulgar”. El P“C” actual es en rigor el producto de esta reconfiguración, y así es como en realidad su fecha de fundación no debería ser ni 1912, ni 1922, sino que más bien entre 1929/1932. Al respecto, consultar la Tesis de Grado de Gabriel Muñoz, titulada “Disputa por el comunismo en Chile: estalinistas y oposicionistas en el partido de Recabarren”, Universidad de Chile, 2014), y pese a la relativa relevancia conquistada (a través de su semanario “Izquierda”, y la elección de un senador y un diputado: Manuel Hidalgo y Emilio Zapata), decidió en 1936 integrarse en bloque al joven Partido Socialista (Con la excepción de un pequeño sector que pasó a llamarse Partido Obrero Revolucionario, liderado por Luis Vitale y Humberto Valenzuela, que 3 décadas después fue uno de los grupos que concurrieron a la formación del MIR (en 1965, en Santiago, y no en Concepción –que es lo que quiere hacer creer la mitología miguel-enriquista-)).

En España también se dio este fenómeno del comunismo disidente, el que se expresó fundamentalmente en la existencia de dos grupos: el Bloc Obrer y Camperol, fundado en 1930 (Bloque Obrero y Campesino, liderado por Joaquín Maurín, en su momento una escisión “de derecha” respecto del comunismo oficial -en momentos en que el estalinismo seguía su desastrosa línea “ultraizquierdista”- y en general bastante pro-catalanista) y la Izquierda Comunista de España (sección española de la Oposición de Izquierda, con Andreu Nin a la cabeza, y responsables de la muy prestigiosa publicación teórica “Comunismo”). Contra las instrucciones expresas de Trotsky, que consistían en acoger el llamado que unas radicalizadas bases juveniles socialistas dirigían desde la insurrección de Asturias en 1934 a la ICE para ingresar al partido y “bolchevizarlo”, la gran mayoría de esta sección española de la Oposición de Izquierda Internacional prefirió fusionarse con el BOC, dando así nacimiento al POUM (Tildado por los “comunistas” rusos de amalgama “trosko-bujarinista”, en alusión a que correspondía a una unificación de corrientes que provenían tanto de la oposición de derecha como de izquierda a la línea oficial del partido y la Internacional), en el año de 1935. Es decir, casi en el mismo momento histórico, mientras la Izquierda Comunista de Chile se disuelve en el PS, en España optaron por el camino de crear otro partido junto a otra expresión del comunismo disidente.

¿Qué era el POUM?

Disipada ya la leyenda del POUM como un partido trotskista, cabría tratar de concluir qué era en definitiva esta organización. Al respecto, podemos señalar que en cierta forma era una expresión del comunismo leninista de esos tiempos (no olvidemos que su fuerza militar se concentraba en el famoso Cuartel Lenin), tanto a nivel teórico como de relaciones internacionales (el partido siempre mantuvo una posición de defensa critica de la URSS, y jamás llegó a identificarla como un régimen de capitalismo de Estado). Pero por otra parte, tanto el BOC como la ICE constituían fuerzas reales, no con la masividad de la CNT o el PS, sólidamente ancladas en bases obreras y populares que se agregaban a estas organizaciones para incidir activa y eficazmente en la lucha de clases.

A pesar de una serie de indefiniciones o aspectos abiertamente reformistas o centristas de su dirigencia proveniente de ambas organizaciones previas, el POUM fue en los hechos una organización con una base proletaria revolucionaria, y fue ese elemento el que le dio una importancia crucial en los sucesos de 1936 y 1937, producto de los cuales la organización fue severamente reprimida por la mezcla de legalidad burguesa republicana y estalinista, aplastándola casi en perfecta sincronía con el incremento del carácter contra-revolucionario y terrorista del estalinismo en la madre patria, con los famosos procesos de Moscú. 

Por estas razones es que sin dejar de criticar implacablemente los errores y vacilaciones de la dirección del POUM, en el N° 66 de la revista Comunismo, editada por el Grupo Comunista Internacionalista, se concluye que “es correcto afirmar que el proletariado (a falta de grandes organizaciones revolucionarias) también estructuró su lucha en el POUM” (además de en la FAI/CNT).



Relación del POUM con el anarquismo

Ha quedado instalada en la memoria colectiva reciente, gracias sobre todo a la película de Ken Loach “Tierra y Libertad”, la idea de que anarquistas y poumistas colaboraron estrechamente en el bando revolucionario de la guerra de España, en contra de las maniobras y retrocesos orquestados por el Estado y el reformismo (PS y PCE). El lado bueno contra el lado malo.

Resulta curioso que en una entrevista a la protagonista de este film, ella señala haber interpretado a una “miliciana anarquista”, en circunstancias que se trataba ¡de una milicia del POUM!, lo cual grafica a mi juicio el fuerte nivel de confusión que aún existe en esta materia. De hecho, para la mayoría de la izquierda oficial, los grandes partidos históricos y tradicionales (PS y PC) han coexistido con todas las rarezas posibles a su izquierda: anarquismos, trotskismos, maoísmos, autonomismos, etc. De ahí que ya sea como “ultraizquierda” o “nueva izquierda” lo que define a esta área es la tendencia al híbrido y las mescolanzas de todo tipo: la bola de gatos anarco-trosko-maoísta que ha obsesionado a los partidos tradicionales desde 1968, y a la cual le dedicaron varios manuales denunciando su “revolucionarismo pequeño-burgués” (Entre ellos destaca por su mala fe y estupidez el del estalinista Boris Leibzon intitulado Revolucionarismo pequeño burgués. Anarquismo, trotskismo, maoísmo).

Lo cierto es que si bien la contra-revolución se expresaba claramente a través del PCE/PSUC (un partido pequeño al inicio de la guerra, que logró crecer en número y relevancia administrando el “apoyo soviético” e insertándose en el Estado y el Ejército republicanos), el PSOE y los partidos de la burguesía republicana, y el proletariado revolucionario se encontraba afiliado al POUM y la CNT/FAI, fue a través de minorías dentro de dichas organizaciones como se expresó a duras penas una política consciente y coherente: entre ellas, los Bolcheviques Leninistas de Grandizo Munis (G. Munis pasó posteriormente a adoptar posiciones antileninistas, más cercanas a la izquierda comunista de inspiración consejista. Pensamiento y Batalla editó en el 2017 su monumental libro Jalones de derrota, promesa de victoria, que en sus más de 500 páginas se dedica al análisis de lo que su autor llamó Crítica y teoría de la revolución española (1930-1939)”), Jaime Balius y Los Amigos de Durruti (Pensamiento y Batalla editó el 2014 un texto de Balius editado originalmente en 1938, llamado “Hacia una nueva revolución”), y los intentos por encauzar al POUM hacia una política revolucionaria, que condujo en su momento, sin mucho éxito, Joseph Rebull, a quien se dedica este libro.  

Contra la tentación de entender que el campo revolucionario de esa época consistió en el POUM y el anarquismo, entre los cuales innegablemente hubo bastante colaboración (A veces miembros del POUM fueron invitados a reuniones de la CNT a explicar sus posiciones, y en el célebre panfleto distribuido por Los Amigos de Durruti en Mayo del 37 se saludaba a los camaradas del POUM “con quienes hemos confraternizado en las barricadas”. Por su parte, en sus últimos discursos y escritos antes de ser secuestrado, torturado y asesinado por agentes de la policía secreta estalinista, Nin insistía en que la revolución dependía de que anarquistas y poumistas se pusieran de acuerdo en la cuestión del poder, aplastando el poder burgués y consolidando el poder obrero, para lo cual estaba incluso dispuesto a renunciar a la etiqueta, repugnante para los anarquistas, de “dictadura del proletariado”), hay que excavar un poco más en profundidad para darse cuenta de que ese encuentro se dio más bien a nivel de las bases, y de las corrientes disidentes dentro de cada fuerza política, en oposición a sus direcciones que con distintos argumentos buscaron la forma de frenar el proceso y sumarse al estado burgués a través del Frente Popular.

Estudiar las minorías revolucionarias


Hasta ahora, se ha enfatizado en la dimensión “espontánea” de los logros del proletariado español en este último episodio del Primer Asalto: la lucha armada contra el Ejército sublevado, el control obrero, la autogestión y las colectivizaciones. Toda aquella obra que en gran medida fue más extensa y profunda incluso que los logros de la revolución rusa (Según el revolucionario situacionista Guy Debord, en la tesis 94 de La sociedad del espectáculo (1967), “en 1936, el anarquismo condujo efectivamente una revolución social, y el esbozo más avanzado de un poder proletario que haya existido”), y que por ello fuera sistemáticamente neutralizada y saboteada en el propio campo republicano por una burguesía liberal que por su debilidad política se expresó sobre todo en el PCE/PSUC como la mejor defensa de sus intereses contra-revolucionarios. Pero poco sabemos acerca de la manera en que a nivel de consciencia los proletarios pudieron tener alguna claridad sobre sus tareas, y lo que estaba en juego en esas jornadas. De ahí la importancia de estudiar a dichos grupos, a estas minorías revolucionarias, no por erudición ultraizquierdista, sino que para clarificar cual es el verdadero programa de la revolución social, y a eso contribuye enormemente este texto.  

Etiquetas: , , , , , ,


Comments: Publicar un comentario

This page is powered by Blogger. Isn't yours?