jueves, marzo 07, 2019
8M: La comunización y la abolición del género
¿Por cuanto tiempo más toleraremos el asesinato en masa?
La Comunización y la abolición del género (Endnotes, traduccción de 2&3 DORM)
La civilización actual deja claro
que sólo permitirá relaciones sexuales sobre la base de un vínculo solitario e
indisoluble entre un hombre y una mujer, y que no admite la sexualidad como una
fuente de placer en sí misma y sólo está preparada para tolerarla porque hasta
ahora no hay un sustituto para ella como medio para propagar la raza humana.
—El malestar en la
cultura, Sigmund Freud
La comunización no es una
posición revolucionaria. No es una forma de sociedad que construimos después de
la revolución. No es una táctica, una perspectiva estratégica, una organización
o un plan. La comunización describe un conjunto de medidas que tenemos que
tomar en el desarrollo de la lucha de clases si es que alguna vez va a haber
una revolución. La comunización abole el modo de producción capitalista,
incluido el trabajo asalariado, el intercambio, la forma valor, el Estado, la
división del trabajo y la propiedad privada. Que la revolución deba tomar esta
forma es una característica necesaria de la lucha de clases hoy. Nuestro ciclo
de luchas no puede tener ningún otro horizonte, ya que el desenvolvimiento de
las contradicciones del capital aniquiló las condiciones que requerían otras
formas de revolución. Ya no es posible imaginar una situación en la que las
divisiones sociales se disuelvan después de la revolución.
Puesto que la revolución como
comunización debe abolir todas las divisiones en la vida social, también debe
abolir las relaciones de género, no porque el género sea inconveniente u
objetable, sino porque es parte de la totalidad de relaciones que diariamente
reproducen el modo de producción capitalista. El género, también, es parte de
la contradicción central del capital, y por tanto, debe ser desmantelado en el
proceso de la revolución. No podemos esperar hasta después de la revolución
para que el problema del género se resuelva. Su relevancia respecto a nuestra
existencia no se va a transformar lentamente ya sea por medio de una
obsolescencia planeada o una deconstrucción lúdica, o a través de la igualdad de
los distintos géneros o la proliferación de una multitud de diferencias. Por el
contrario, para que haya revolución, la comunización debe destruir el género en
su propio curso, inaugurando las relaciones entre individuos definidos en su
singularidad.
El hecho de que la revolución
adquiera la forma de la comunización no es el resultado de las lecciones
aprendidas de viejas derrotas, ni siquiera del miserable fracaso de los
movimientos pasados que intentaron resolver el problema del género. El que
podamos o no discernir, una vez consumados los hechos, una estrategia
victoriosa para los movimientos del pasado no dice nada sobre el presente,
puesto que el capital ya no organiza una unidad entre los proletarios sobre la
base de su condición común de trabajadores asalariados. La relación
capital-trabajo ya no le permite a los trabajadores afirmar su identidad como
tales y construir sobre esa base organizaciones capaces de asumir poder dentro
del Estado. Los movimientos que elevaron a los trabajadores al estatus de un
sujeto revolucionario todavía eran ‘comunistas’, pero comunistas de un modo que
hoy no puede ser el nuestro. La revolución como comunización no tiene sujeto
revolucionario, no tiene identidad afirmable: ni el Trabajador, ni la Multitud,
ni el Precariado 1. La base real de cualquier identidad revolucionaria se ha
desvanecido.
Por supuesto, los trabajadores
todavía existen como clase. El trabajo asalariado se ha convertido como nunca
antes en una condición universal de la vida. Sin embargo, el proletariado es
difuso y está fracturado. Su relación con el capital es precaria. La
sobreoferta estructural de trabajo es enorme. Una población excedentaria de más
de un billón de personas —ansiosas por encontrar un lugar en las cadenas
globales de producción de las que han sido excluidas— hace que sea imposible
formar organizaciones de masa capaces de controlar la oferta de trabajo,
excepto entre los estratos más privilegiados de trabajadores 2. El capital ahora
exacerba, fragmenta y más que nunca depende de las divisiones entre los
trabajadores. Los que alguna vez fueron los orgullosos portadores de una
esencia revolucionaria universalmente relevante, la Clase Trabajadora, en su
autonomía como una clase dentro del capitalismo, ya no puede construir su poder
como una clase contra el capital. Hoy, la revolución debe emerger de la
separación del proletariado, como el único proceso capaz de superar esa
separación. Si la acción revolucionaria no abole de inmediato todas las
divisiones entre proletarios, entonces no es revolucionaria; no es
comunización.
En la actualidad, la propia
incapacidad de los trabajadores para unirse en función de una identidad de
trabajadores constituye entonces el límite fundamental de la lucha. Pero ese
límite es a la vez el potencial dinámico de este ciclo de luchas que contiene
en sí mismo la abolición de las relaciones de género y todas las otras
distinciones fijas. No es ningún accidente histórico que el fin del ciclo de
luchas anterior coincida con una revuelta contra el predominio del Trabajador
—una revuelta en la que el feminismo jugó un rol importante—. Re-imaginar un
movimiento de los trabajadores que no rebaje a las mujeres, a los negros y a
los homosexuales a una posición subordinada es pensar un movimiento que carece
precisamente del rasgo unitario/excluyente que alguna vez le permitió moverse.
En retrospectiva, cada vez es más evidente que si la clase trabajadora (en
tanto clase de todos aquellos sin acceso directo a los medios de producción)
estaba destinada a convertirse en mayoría dentro de la sociedad, era improbable
que el movimiento de los trabajadores organizara una mayoría clara a partir de
sí mismo. La revolución como comunización no resuelve este problema, pero lo
lleva a un nuevo terreno. Como topógrafos de este nuevo territorio, debemos
evaluar el estado actual del movimiento práctico hacia el fin de las relaciones
de género. También debemos ampliar la discusión de esta esencial medida
comunizadora.
Hasta hace poco, la teoría de la
comunización ha sido el producto de un pequeño número de grupos organizados en
torno a la publicación de un puñado de revistas anuales. Si solo unos pocos de
esos grupos se han hecho cargo de la tarea de teorizar el problema del género,
es porque la mayoría de ellos se han mostrado totalmente desinteresados en
examinar la base real de las divisiones que marcan la existencia de la clase
trabajadora. Por el contrario, se han abocado a tratar de descubrir un anillo
decodificador secreto3 revolucionario, con el que puede que sean capaces de
descifrar los logros y fracasos de las luchas pasadas. Así, la mayoría de los
partisanos de la comunización han pensado la revolución como una superación
inmediata de todas las separaciones, pero llegaron a esta conclusión por medio
de un análisis de lo que la comunización tendría que ser para tener éxito ahí
donde los movimientos pasados fallaron, en vez de hacerlo apuntando a la
especificidad histórica del presente⁴.
Por esta razón, la tendencia
organizada en torno a Théorie Communiste (TC) es única, y nosotros en gran medida
los seguimos en nuestra exposición. Para TC, la revolución como comunización
solo emerge como una posibilidad práctica cuando estas luchas comienzan a
‘desviarse’ (faire l’ecart) a medida que el propio acto de luchar fuerza cada
vez más al proletariado a cuestionar y actuar en contra de su propia
reproducción como clase. De este modo, se abren ‘brechas’ (l’ecarts) en la
lucha, y la multiplicación de estas brechas es en sí misma la posibilidad
práctica del comunismo en nuestro tiempo. Los trabajadores queman o hacen
explotar sus fábricas, exigiendo la indemnización por despido en vez de luchar
por mantener sus trabajos. Los estudiantes ocupan las universidades, pero no a
favor, sino que en contra de las demandas por las cuales están supuestamente
luchando. Las mujeres rompen con los movimientos en los que ya son una mayoría,
pues estos no pueden más que fracasar en su intento de representarlas. Y en
todas partes, los desempleados, los jóvenes y los indocumentados unen fuerzas y
aplastan las luchas de una minoría privilegiada de trabajadores, volviendo a la
vez obvia e imposible de sostener la limitada naturaleza de las demandas de
estos últimos.
Frente a la proliferación de
estas brechas en la lucha, una fracción del proletariado, al ir más allá de la
lucha basada en demandas, tomará medidas comunizadoras e iniciará así la
unificación del proletariado que será el mismo proceso de unificación de la
humanidad, es decir, su creación como el conjunto de relaciones sociales que
los individuos establecen entre sí sobre la base de su singularidad⁵.
Para TC, las divisiones dentro
del proletariado son, por lo tanto, no solamente aquello que se debe superar en
el curso de la revolución, sino también la fuente misma de esta superación.
Quizás por eso, entre los teóricos de la comunización, solo TC se ha dedicado a
examinar la distinción de género, ya que es tal vez la división más fundamental
dentro del proletariado.
El trabajo de TC sobre el género
es relativamente nuevo, especialmente para un grupo que ha pasado los últimos
30 años afinando y reelaborando una y otra vez unas pocas ideas claves. Su
texto principal sobre el género, escrito en el 2008, fue finalmente publicado
en el 2010 (con dos apéndices adicionales) en el número 23 de su revista bajo
el título Distinction de Genres, Programmatisme et Communisation [Distinción de
Géneros, Programatismo y Comunización].
TC es conocido por sus formulaciones esotéricas. Sin embargo, con un
poco de esfuerzo, la mayoría de sus ideas pueden ser reconstruidas de manera
clara. Dado que su trabajo sobre el género es provisional evitamos usar citas
extensas. TC afirma que la comunización implica tanto la abolición del género
como la abolición de las relaciones capitalistas, pues las divisiones que
sostienen al capitalismo sostienen las divisiones de género y las divisiones de
género preservan todas las otras divisiones. Sin embargo, aunque TC avanza
hacia el desarrollo de una rigurosa teoría materialista histórica de la
producción del género, no hace mucho más que suturar el género a una teoría ya
existente del modo de producción capitalista (en gran medida, esto se debe a
que se basan en el trabajo de una importante feminista francesa, Christine
Delphy⁶).
Para nuestro contexto aquí, TC
tiene una teoría particularmente fascinante de la comunización en la medida en
que también es una periodización de la historia de la lucha de clases —que en
sí misma corresponde a una periodización de la historia de la relación
capital-trabajo—. Esto le otorga a TC una ventaja histórica única sobre las
perspectivas actuales del comunismo. Fundamentalmente, TC se enfoca en la
reproducción de la relación capital-trabajo, en vez de hacerlo en la producción
de valor. Este cambio de enfoque le permite abordar el conjunto de relaciones
que realmente construyen la vida social capitalista más allá de las paredes de
la fábrica o la oficina. Y la relación de género se ha extendido siempre más
allá de la esfera de la producción de valor.
I. La construcción de la
categoría ‘Mujer’
La mujer es una construcción social.
La misma categoría de mujer está organizada dentro y a través de un conjunto de
relaciones sociales a partir de las cuales la división de la humanidad en dos,
mujer y hombre —y no solo femenino y masculino— es inseparable. De esta forma,
se le otorga a la diferencia sexual una relevancia social particular que de
otro modo no poseería⁷. La diferencia sexual recibe este significado fijo
dentro de las sociedades de clases cuando la categoría de mujer se define por
la función que la mayoría (pero no todas) las hembras humanas ejecutan, por un
periodo de sus vidas, en la reproducción sexual de la especie. Por lo tanto, la sociedad de clases le otorga
un propósito social a los cuerpos: puesto que algunas mujeres ‘tienen’ bebés,
todos los cuerpos que posiblemente ‘producen’ bebés están sujetos a la
regulación social. Las mujeres se vuelven las esclavas de las contingencias
biológicas de su nacimiento. A lo largo de la extensa historia de la sociedad
de clases, las mujeres nacieron en un mundo organizado solo para los hombres
—los ‘actores’ principales en la sociedad, y en particular las únicas personas
capaces de poseer propiedad—. Las mujeres se convirtieron así en propiedad de
la sociedad en su conjunto.
Puesto que las mujeres son, por
definición, no hombres, están excluidas de la vida social ‘pública’. Para TC,
esta delimitación del ámbito de las mujeres significa que no solo sus cuerpos
son apropiados por los hombres, sino que también la totalidad de su actividad.
Su actividad, tanto como su propio ser, es por definición ‘privada’. De esta
forma, la actividad de las mujeres adquiere el carácter de trabajo doméstico.
Este trabajo se define no como el trabajo hecho en el hogar, sino como el
trabajo de las mujeres. Si una mujer vende telas en el mercado, es tejedora,
pero si hace tela en su casa, es solo una esposa. Por lo tanto, la actividad de
una mujer se considera simplemente como su actividad, sin ninguna de las
determinaciones concretas que se le darían si fuera ejecutada por alguna otra
entidad social más digna. La distinción de género hombre/mujer adquiere así un
significado adicional como público/privado y social/doméstico.
¿Por lo tanto, es el trabajo no
pagado de las mujeres para los hombres, incluyendo quizás su ‘producción’ de
niños, una relación de clase o incluso un modo de producción (como Delphy lo
denomina, el modo doméstico de producción)? TC define la sociedad de clases
como una relación entre productores y extractores de excedente. La división
social entre estos grupos constituye las relaciones de producción que organizan
las fuerzas productivas con el propósito de producir y extraer excedente.
Fundamentalmente, estas relaciones deben tener como su producto la reproducción
de la relación de clase en sí. Sin embargo, para TC —y los seguimos en este
punto— cada modo de producción es ya una totalidad, y, de hecho, la relevancia
social del rol de las mujeres en la reproducción sexual cambia con el modo de
producción. Esto no significa que las relaciones entre los hombres y las
mujeres sean derivadas de las relaciones entre las clases. Significa, en
cambio, que las relaciones entre los hombres y las mujeres forman un elemento
esencial de la relación de clase y no pueden pensarse como un ‘sistema’
separado que luego se relaciona con el sistema basado en la clase.
Por supuesto, esta discusión
sigue siendo abstracta. La pregunta ahora es ¿cómo unimos nuestra historia de
las mujeres con nuestra historia de la sucesión de los modos de producción?
Para TC, las mujeres son la fuerza productiva principal dentro de todas las
sociedades de clases, puesto que el crecimiento de la población es un pilar
fundamental de la reproducción de la relación de clase. El crecimiento de la
población como fuerza productiva primaria sigue siendo, a través de la historia
de la sociedad de clases, la carga de sus mujeres. De esta forma, la matriz
heterosexual se funda sobre un conjunto específico de relaciones sociales
materiales.
Sin embargo, debemos recordar que
la carga especial del parto antecede al advenimiento de la sociedad de clases.
Históricamente, cada mujer tenía que parir, en promedio, seis niños solo para
asegurar que al menos dos sobrevivieran para reproducir las generaciones
venideras. La posibilidad de que una mujer muriera durante el parto, en el
transcurso de su vida, era de casi una
entre diez⁸. Quizás la idea de TC es que el advenimiento de la sociedad de
clases —que registró un crecimiento
masivo en el tamaño de la población— fortaleció la relevancia social de
estos hechos. Pero incluso antes del advenimiento de la sociedad de clases,
nunca hubo un régimen ‘natural’ de la reproducción sexual humana. La edad para
casarse, la duración del amamantamiento, el número de niños nacidos, la
aceptabilidad social del infanticidio: todo ha variado a través de las formaciones
sociales⁹. Su variación señala una adaptabilidad única de la especie
humana.
Sin embargo, nos preocupa menos
la larga historia de la especie humana que la historia del modo de producción
capitalista. El trabajo asalariado es fundamentalmente distinto tanto de la
esclavitud antigua como del vasallaje feudal. En el sistema esclavista, los
productores de excedente no tienen ‘relación’ con los medios de producción,
pues los mismos esclavos son parte de estos. La reproducción o mantenimiento de
los esclavos es responsabilidad directa de sus dueños. Entonces, para los
hombres y mujeres esclavos la distinción entre público y privado se disuelve,
puesto que los esclavos existen enteramente dentro del ámbito privado. Tampoco
cabe para los esclavos ninguna pregunta sobre la herencia de propiedad o las
relaciones con el Estado tales como el cobro de impuestos. Curiosamente, hay
evidencia que indica que el patriarcado fue, quizás por esta misma razón, más
bien débil entre las familias de esclavos del sur de Estados Unidos 10. En el
sistema feudal, por el contrario, los productores de excedente tienen acceso
directo a los medios de producción. El excedente es extraído por medio de la
fuerza. El hombre campesino se posiciona en relación a esta fuerza externa como
el representante público de la casa campesina. La propiedad pasa a través de su
línea. Las mujeres y niños campesinos están confinados al ámbito privado de la
villa que es en sí mismo un sitio de producción y reproducción. La familia
campesina no necesita dejar su esfera privada para producir lo que necesita,
sino que solo debe entregar una parte de su producto a los señores. Por esta
razón, las familias campesinas se mantienen relativamente independientes de los
mercados.
En el capitalismo, la vida de los
productores de excedente está constitutivamente dividida entre la producción
pública de excedente y la reproducción privada de los mismos productores. Los
trabajadores, a diferencia de los esclavos, son su ‘propia propiedad’: existen
solo si se hacen cargo de su propio mantenimiento. Si los salarios son muy
bajos, o si sus servicios ya no son requeridos, los trabajadores son ‘libres’
de sobrevivir por otros medios (siempre que sean legales). La reproducción de
los trabajadores no es, por tanto, responsabilidad del capitalista. Sin
embargo, a diferencia de los vasallos, los trabajadores pueden hacerse cargo de
su mantenimiento solo si vuelven al mercado de trabajo, una y otra vez, para
encontrar trabajo. He aquí la esencia de la relación capital-trabajo. Aquello
que los trabajadores ganan por la producción ejecutada socialmente en el ámbito
público, es lo que tienen que gastar para reproducirse domésticamente en su
propia esfera privada. Los binarios de público/privado y social/doméstico están
encarnados en la misma relación salarial. De hecho, estos binarios solo podrán
colapsar con el fin del capitalismo.
Si los capitalistas fueran
directamente responsables de la sobrevivencia de los trabajadores —y, por lo
tanto, si su reproducción fuera removida de la esfera privada— estos ya no
estarían obligados a vender su fuerza de trabajo. La existencia de una esfera
de la reproducción doméstica separada (donde ocurre poca producción que no esté
mediada por las mercancías compradas en el mercado) es constitutiva de las relaciones
sociales capitalistas como tales. La actividad social se separa de la actividad
doméstica a medida que el mercado se vuelve el mecanismo mediador del trabajo
social concreto que se lleva a cabo fuera del hogar. La producción para el
intercambio, que antes ocurría puertas adentro, deja cada vez más el hogar para
ejecutarse en otro sitio. En este momento, la distinción entre público/privado
adquiere una dimensión espacial. El hogar se vuelve la esfera de la actividad
privada —es decir, el trabajo doméstico de las mujeres y el ‘tiempo libre’ de
los hombres— mientras que la fábrica se encarga del carácter público y
socialmente productivo del trabajo de los hombres.
Por supuesto, las mujeres siempre
han sido trabajadoras asalariadas, junto con los hombres, desde que el
capitalismo ha existido. Para TC, el
carácter de género del trabajo doméstico de las mujeres determina que su
trabajo, incluso cuando se lleva a cabo fuera del hogar, se mantenga como
trabajo de mujeres. Es decir, se mantiene como trabajo asalariado de un tipo
particular, a saber, como trabajo improductivo 11 o de bajo valor agregado. Las
mujeres suelen emplearse en trabajos de media jornada y mal pagados,
particularmente, en servicios (aunque hoy en día, por supuesto, hay al menos
algunas mujeres en todos los sectores de la economía incluyendo entre los
profesionales mejor pagados). Las mujeres usualmente realizan servicios
domésticos en casas de otras personas o bien en oficinas y aviones. Cuando las
mujeres trabajan en fábricas son segregadas en trabajos de mano de obra
intensiva que requieren de trabajo manual delicado, particularmente, textiles,
confección y ensamble de aparatos electrónicos. Asimismo, el trabajo que se
hace en el hogar se mantiene como trabajo de mujeres, aun cuando los hombres lo
realizan, lo cual, en gran medida, no hacen.
En este sentido, una vez que el
género se materializa en la relación salarial como una relación binaria
pública/privada, TC deja de basar su argumento en el rol que las mujeres juegan
en la reproducción sexual. El hecho de que el trabajo de las mujeres sea de un
carácter particular fuera del hogar es verdadero solo por analogía al carácter
del trabajo que realizan en el hogar. No tiene ninguna relación con los
fundamentos materiales del rol de las mujeres en la reproducción sexual y, en
este sentido, es más o menos ideológico. De la misma manera, TC define cada vez
más el trabajo que las mujeres hacen en el hogar por su carácter como el
trabajo reproductivo diario realizado necesariamente fuera de la esfera de la
producción —y no en relación al rol que las mujeres juegan en los nacimientos,
como la “fuerza principal de producción”—. Si, dentro del modo de producción
capitalista, las mujeres son y siempre han sido trabajadoras asalariadas y
trabajadoras domésticas, ¿por qué siguen siendo casi solamente mujeres? A
medida que TC comienza a discutir el capitalismo, deja de lado su enfoque en la
reproducción sexual, el cual desaparece bajo una concepción materialmente
infundada del trabajo doméstico (aunque, como veremos, más tarde vuelven sus
referencias a la biología).
Esta inadvertencia es un error
importante. En el modo de producción capitalista, la segregación sexual del
trabajo está directamente relacionada con la temporalidad de la vida de una
mujer: como engendradora de niños, es la fuente principal de nutrición en
edades tempranas (amamantamiento) y su cuidadora principal durante la pubertad.
A lo largo de la extensa historia del capitalismo, la participación de las
mujeres en el mercado de trabajo ha descrito una ‘curva en M’ distintiva 12. La
participación se eleva rápidamente a medida que las mujeres entran en la
adultez, luego cae cuando las mujeres alcanzan sus tardíos veinte y tempranos
treinta años. La participación vuelve a elevarse lentamente a medida que las
mujeres entran en sus tardíos cuarenta años antes de caer a la edad de
jubilación. Las razones de este patrón son bien conocidas. Las mujeres jóvenes
buscan trabajo de tiempo completo, pero con la expectativa de que dejarán de
trabajar o trabajarán media jornada cuando tengan hijos. Cuando las mujeres
entran en edad reproductiva declina su participación en la fuerza de trabajo.
Las mujeres que siguen trabajando mientras sus hijos son pequeños están entre
las proletarias más pobres y sobreexplotadas: madres solteras, viudas y
divorciadas o mujeres cuyos maridos tienen un salario bajo o inestable. A
medida que los hijos crecen, más y más mujeres vuelven al mercado de trabajo (o
se cambian a un trabajo de tiempo completo), pero con una desventaja clara en
términos de habilidades y experiencia de trabajo, al menos en comparación con
los hombres con quienes compiten por trabajos 13.
Por todas estas razones, las
economías capitalistas siempre han tenido un ‘lugar’ especial para las mujeres
trabajadoras, ya sea como trabajadoras de las que no se espera que permanezcan
en el trabajo por mucho tiempo o, de mayores, como entrantes tardías o
reentrantes en la fuerza de trabajo. Más allá de eso, las mujeres forman un
componente importante de lo que Marx denomina el ejército industrial de reserva
‘latente’, que se espera que entre y deje la fuerza de trabajo de acuerdo a las
necesidades cíclicas de las empresas capitalistas. La existencia de un lugar
distintivo para las mujeres en la fuerza de trabajo refuerza, entonces, el
compromiso a escala social y la ideología acerca del lugar natural de las
mujeres tanto en el hogar como en el trabajo. Incluso cuando los hombres y las
mujeres trabajan, los hombres usualmente (al menos hasta hace poco) ganan
salarios más altos y trabajan más horas fuera del hogar. Por lo tanto, sigue
existiendo una gran presión sobre las mujeres, en la medida en que dependen
materialmente de sus maridos, para que acepten su subordinación: para que no
‘presionen demasiado’ 14 en cuestiones de la división sexual del trabajo dentro
del hogar. A lo largo de la historia, esta presión se vio agravada por el hecho
de que las mujeres fueron excluidas, hasta después de la Segunda Guerra
Mundial, de facto sino de jure de muchas formas de propiedad, lo que las hacía
dependientes de los hombres como mediadores de su relación con el capital. Por
lo tanto, las mujeres no poseían las libertades jurídicas que los hombres
proletarios ganaron para sí —y no para sus mujeres—. Las mujeres no eran
verdaderas trabajadoras ‘libres’ en
relación al mercado y al Estado, como sí lo era su contraparte masculina 15.
II. La destrucción de la
categoría ‘Mujer’
Aunque TC no explica el
fundamento de la construcción de las mujeres en el capitalismo, ciertamente,
tiene una provocativa teoría de cómo cambia su situación con el
desenvolvimiento de las contradicciones del modo de producción. ‘El capitalismo
tiene un problema con las mujeres’, pues, en el período actual, la relación
capital-trabajo no puede acomodar el crecimiento continuado de la fuerza de
trabajo. Como ya hemos señalado, el capital se enfrenta cada vez más con una
vasta y creciente población excedentaria, estructuralmente excesiva en relación
a sus demandas de trabajo. El surgimiento de esta población excedentaria ha
coincidido con una transformación de la forma en que los Estados capitalistas,
el movimiento de los trabajadores y también las feministas han concebido a las
mujeres como la ‘fuerza productiva principal’. En un período anterior, las
tasas de natalidad declinaron abruptamente en Europa y en las antiguas colonias
europeas. La respuesta entonces fue ‘pro-natalidad’. La civilización supuestamente
enfrentaba una inminente degeneración, pues las mujeres no eran capaces de
completar su deber con la nación; tuvieron que ser alentadas para que lo
retomaran. En la década de 1920, incluso las feministas se volvieron cada vez
más pronatalidad, convirtiendo el maternalismo en una explicación de la
dignidad ‘igual pero diferente’ de las mujeres en comparación con los hombres.
En la década de 1970, sin embargo, —a medida que la población de los países
pobres se disparaba mientras la economía capitalista entraba en una prolongada
crisis— el maternalismo estaba, en gran medida, muerto. El mundo estaba
sobrepoblado con respecto a la demanda de trabajo. Las mujeres ya no eran
necesarias en su rol de mujeres. La ‘dignidad especial’ de su rol subordinado ya
no era para nada dignificante.
Sin embargo, esta es solo la
mitad de la historia. La otra mitad puede encontrarse en la misma transición
demográfica que TC no considera. Durante el curso de su desarrollo temprano, el
capitalismo aumentó el consumo de los trabajadores y mejoró así su salud, lo
que redujo la mortalidad infantil. La decreciente mortalidad infantil, a su
vez, redujo el número de niños que cada mujer tenía que tener para reproducir
la especie. Al comienzo esta transformación apareció como un aumento en el
número de niños sobrevivientes por mujer y como un rápido crecimiento de la
población. Así, la expansión de las relaciones sociales capitalistas se asoció
en todas partes con un aumento en la carga reproductiva de las mujeres. Sin
embargo, con el paso del tiempo, y ahora en casi cualquier región del mundo, ha
habido una posterior reducción tanto del número de niños que cada mujer tiene
como del número de niños que sobreviven la infancia y la niñez temprana.
Simultáneamente, a medida que los hombres y las mujeres viven más, las mujeres
dedican menos tiempo de su vida a tener o cuidar niños pequeños. La importancia
de estos hechos no puede ser sobreestimada. Explica por qué, en nuestro
periodo, las hebillas de la camisa de fuerza de la matriz heterosexual se han
soltado ligeramente tanto para los hombres como para las mujeres (e incluso, en
una proporción pequeña, para aquellos que no encajan ni en las categorías de la
distinción de género ni en esas de la diferencia sexual) 16.
Como con todo lo demás en el
capitalismo, la “libertad” que las mujeres han ganado (o están ganando) de su
destino reproductivo no ha sido reemplazada con tiempo libre, sino que con
otras formas de trabajo. La supuesta entrada de las mujeres a la fuerza de
trabajo se trató, en realidad, de un aumento del tiempo y la duración de la ya
existente participación de las mujeres en el trabajo asalariado. Sin embargo
ahora, dado que las mujeres en todas partes están dedicando menos tiempo a
tener y criar niños, ha habido una reducción en la forma de la ‘curva en M’ de
su participación en los mercados de trabajo. La situación de las mujeres está
dividida cada vez más entre, por un lado, la decreciente, pero todavía pesada
carga de la maternidad y el trabajo doméstico; y, por otro lado, el rol cada
vez más importante del trabajo asalariado en sus vidas, dentro del cual se
mantienen, sin embargo, en desventaja. Como todas las mujeres saben, esta
situación se expresa como una decisión forzada entre la promesa de una vida de
trabajo supuestamente igual a la de los hombres y la presión, así como el
deseo, de tener hijos. El que algunas mujeres elijan no tener hijos —y que por
lo tanto resuelvan por sí mismas este dilema, aunque de forma inadecuada— es la
única explicación posible de la caída de la tasa de natalidad por debajo de lo
que predice la teoría de la transición demográfica. En la actualidad, el índice
de fecundidad alcanza la baja cifra de 1.2 niños por mujer en Italia y Japón y
en casi todas partes de Occidente es menos de 2. En todo el mundo la fecundidad
ha caído de 6 niños por mujer en 1950 a alrededor de 2.5 actualmente.
En esta situación, se vuelve cada
vez más claro que las mujeres tienen un problema con los mercados, puesto que
los mercados son incompatibles con las mujeres. Esta incompatibilidad se reduce
a dos hechos acerca del modo de producción capitalista. Primero, el capital no
puede, si quiere permanecer como capital, asumir la responsabilidad directa de
la reproducción de la clase trabajadora. Es el hecho de que los trabajadores
son responsables de su propio mantenimiento lo que los fuerza a volver, una y
otra vez, al mercado de trabajo. Al mismo tiempo, los mercados de trabajo, si
quieren permanecer como tales, deben ser ‘sexualmente neutrales’17. Los
mercados deben evaluar la competencia entre los trabajadores sin tener en
cuenta ninguna de las características no-mercantiles de los propios
trabajadores. Estas características no-mercantiles incluyen el hecho de que la
mitad de toda la humanidad es asignada el sexo femenino. Para algunos
empleadores, la diferencia sexual no aparece más que como un costo adicional.
Las mujeres trabajadoras son capaces de concebir niños y por lo tanto no se
puede confiar en que no vayan a hacerlo. Para otros empleadores, la diferencia
sexual aparece como un beneficio exactamente por la misma razón: las mujeres
proporcionan mano de obra flexible y barata. Así, las relaciones capitalistas
relegan a las mujeres —precisamente porque los mercados son sexualmente
neutrales— a trabajo asalariado de mujeres.
Esta incompatibilidad de las
mujeres y los mercados ha invadido el movimiento de las mujeres. A lo largo de
la historia, el feminismo aceptó la dimensión de género de la vida social,
puesto que fue solo a través del género que las mujeres podían afirmar su
identidad como mujeres con el objetivo de organizarse sobre esa base. Esta
afirmación se convirtió históricamente en un problema para el movimiento, pues
es imposible reconciliar totalmente el género —la propia existencia de las
mujeres y los hombres— con la existencia simultánea de la clase trabajadora y
el capital 18. En consecuencia, el movimiento de las mujeres ha oscilado entre
dos posiciones 19. Por un lado, las mujeres lucharon por la equidad sobre la
base de su igualdad fundamental con respecto a los hombres. Pero, cualquiera
sea la similitud de sus aptitudes, las mujeres y los hombres no son y nunca
serán lo mismo para el capital. Por otro lado, las mujeres han luchado por la
equidad sobre la base de su ‘diferencia, pero igual dignidad’ con respecto a
los hombres. Pero esa diferencia, aquí explicitada como maternidad, es
precisamente lo que explica el rol subordinado de las mujeres.
El movimiento de los trabajadores
prometió reconciliar a las mujeres y a los trabajadores más allá, o al menos a
espaldas, del mercado. Después de todo, los textos fundadores de la
socialdemocracia alemana, además de El Capital de Marx, fueron Los orígenes de
la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels y Mujer y Socialismo de
Bebel. A través de la lucha, el movimiento de los trabajadores prometió sacar a
las mujeres del hogar para hacerlas entrar a la fuerza de trabajo, donde
finalmente se volverían pares verdaderos de los hombres. Para lograr esta
igualdad verdadera, el movimiento de los trabajadores socializaría el trabajo
reproductivo de las mujeres ‘después de la revolución’. Tanto el trabajo del
hogar como la crianza serían llevados a cabo colectivamente por los hombres y
las mujeres juntos. Como se hizo evidente para los elementos más extremos del movimiento
Feminista Radical de la década de los 70, estas medidas nunca serían
suficientes para asegurar verdaderamente la ‘igualdad real’ entre los
trabajadores hombres y mujeres. La única posibilidad de lograr la igualdad de
los trabajadores, en el límite que intersecta el género y el trabajo, sería si
los bebés nacieran en probetas eliminando así cualquier relación con las
mujeres 20.
De hecho, el movimiento de los
trabajadores traicionó a sus mujeres tan pronto tuvo la oportunidad. Cada vez
que se acercaron al poder, los trabajadores estuvieron totalmente dispuestos a
demostrar sus capacidades para manejar la economía exhibiendo que ellos también
sabían cómo mantener a las mujeres en su lugar. En el Partido Comunista inglés,
la liberación de los maridos del trabajo doméstico fue la tarea principal del
“trabajo de partido” de las mujeres21. ¿Cómo podría haber sido de otro modo?
Dentro de un mundo definido por el trabajo —o, más precisamente, por el trabajo
productivo (una categoría del capitalismo)— las mujeres siempre serían menos
que los hombres. El intento de “elevar” a las mujeres a pares de los hombres
fue siempre una cuestión de ajustar un movimiento de trabajadores
“universalmente” relevante a las necesidades “particulares” de sus mujeres. El
intento de hacerlo dentro de los límites del capitalismo significó una
socialización mínima de la crianza, así como también la institución de un
conjunto mínimo de leyes que protegen a las mujeres de sus desventajas en los
mercados (es decir, licencia de maternidad, etc.). El movimiento de los
trabajadores podría haber llegado más lejos en este camino. Podría haber hecho
de las mujeres una prioridad más de lo que lo hizo. Pero el hecho es que no lo
hizo. Y ahora está acabado.
La muerte del movimiento de los
trabajadores ya ha sido considerada en otros textos 22. Su muerte marca también
el paso de una forma histórica de revolución a otra. Hoy, la presencia de las
mujeres dentro de la lucha de clases solo puede funcionar como una fisura
(l’ecart), una desviación en el conflicto de clase que desestabiliza sus
términos. Esa lucha no puede ser su lucha, incluso si, en cualquier caso, ellas
conforman la mayoría de los participantes. Mientras los proletarios sigan
actuando como una clase, las mujeres entre ellos no pueden sino perder. En el
transcurso de la lucha, por lo tanto, las mujeres entrarán en conflicto con los
hombres. Se les criticará que están descarrilando el movimiento, distrayéndolo
de sus objetivos principales. Pero el ‘objetivo’ de la lucha yace en otro sitio.
Es solo desde dentro de este (y otros) conflictos que el proletariado verá su
pertenencia de clase como una opresión externa, un callejón sin salida que
tendrá que superar para estar más allá de su relación con el capital. Esa
superación es solo la revolución como comunización que destruye el género y
todas las otras divisiones entre nosotros.
NOTAS:
1 Multitud es un concepto que han
elaborado Negri y Hardt basándose en el trabajo de Spinoza. En su libro
Multitud (2004) definen el término como la “inteligencia del enjambre”, el
sujeto social que constituye la “carne verdadera de la producción posmoderna” y
que está compuesto por una irreductible “multiplicidad de singularidades”. En
lo que respecta a Precariado, es un concepto que fue acuñado por Guy Standing
en su libro El Precariado: una nueva clase social (2011). El término proviene
de la conjunción de los términos precario y proletario y define a una emergente
clase social caracterizada por relaciones específicas con el Estado y de
producción y distribución. En primer lugar, el Precariado estaría conformado
por todos aquellos que aún contando con un alto nivel de educación, solo pueden
acceder a trabajos temporales muy por debajo de sus habilidades profesionales.
A raíz de esta falta de continuidad de empleo, el Precariado carecería de una
identidad laboral y se encontraría sometido a una gran inestabilidad vital. En
segundo lugar, y derivado de la anterior, el Precariado estaría excluido de los
beneficios no salariales que otorgan las empresas a sus trabajadores y por esto
solo contaría con el salario monetario como fuente de ingresos. Finalmente, y a
raíz de su marginalidad social, el Precariado gozaría de menos derechos que
otras clases que gozan de estabilidad laboral. (NdelaT)
2 Ver Miseria y Deuda, Endnotes
nº 2 (2010), https://endnotes.org.uk/issues/2/ es/endnotes-miseria-y-deuda.
3 Un “anillo decodificador
secreto” se trata de un objeto que permite descifrar o encriptar mensajes
siguiendo una sustitución simple de letras y números. Los decodificadores
secretos derivan de los discos o tablas de cifrados. Uno de los primeros discos
de cifrados polialfabéticos fue inventado por el artista, arquitecto, poeta,
cura, lingüista, filósofo y criptógrafo Leon Battista alrededor de 1466. El
primer anillo decodificador propiamente tal apareció en 1960 como una
estrategia de marketing del programa de televisión Jonny Quest. (NdelaT)
4 Para un debate al respecto ver
Endnotes nº 1 (2008), http://endnotes.org.
5 Théorie Communiste, The Present
Moment [El momento presente], no publicado.
6 Christine Delphy y Diana
Leonard, Familiar Exploitation [Explotación familiar] (Cambridge: Polity Press,
1992).
7 No todos los seres humanos
encajan en las categorías de hombre y mujer. La cuestión no es usar el lenguaje
de la biología para fundamentar una teoría de la sexualidad naturalizada a
diferencia de un género socializado. La naturaleza, que está exenta de
distinciones, se integra a una estructura social que toma constantes de la naturaleza
y los transforma en normas de comportamiento. No todas las “mujeres” tienen
hijos; tal vez algunos “hombres” lo hacen. Esto no los hace menos obedientes de
las restricciones de la sociedad, incluso a nivel de sus propios cuerpos, que a
veces son alterados al nacer para garantizar la conformidad con las normas
sexuales.
8 Estas estadísticas dejan claro
en qué medida la violencia contra las mujeres, algunas veces llevada a cabo por
las propias mujeres, siempre ha sido necesaria para mantenerlas firmemente
sujetas a su rol en la reproducción sexual de la especie. Ver Paola Tabet,
Natural Fertility, Forced Reproduction [Fertilidad natural y reproducción
forzada], en Diana Leonard y Lisa Adkins, Sex in Question [Sexo en cuestión]
(London: Taylor and Francis, 1996).
9
Para una introducción a la demografía ver Massimo Livi-Bacci, Historia
mínima de la población mundial (Barcelona: Critica, 2009).
10 Ellen Meiksins Wood, Capitalism and Human
Emancipation [Capitalismo y emancipación humana], New Left Review I/167
(Jan-Feb 1988): 3-20.
11 “La diferencia entre el
trabajo productivo y el improductivo consiste tan solo en si el trabajo se
intercambia por dinero como dinero o por dinero como capital” (Marx). Un
trabajo es productivo cuando valoriza directamente el capital, es decir, si una
empresa de limpieza contrata a un grupo de mujeres para que limpie edificios
por las noches, y ocupa una parte de las ganancias obtenidas de la explotación
de estas para expandirse, por ejemplo, contratando más trabajadoras para
limpiar más edificios. En cambio, si una de esas mujeres es contratada por
alguien que trabaja en esos edificios para que limpie su casa simplemente para
ahorrarse tiempo, entonces el trabajo de esa mujer es improductivo porque su
capacidad de trabajo no es directamente usada para producir más dinero, esto
es, para valorizar el capital. (NdelaT)
12 El término viene de Japón, ver
Makotoh Itoh, The Japanese Economy Reconsidered [Una reconsideración de la
economía japonesa] (Palgrave 2000).
13 Johanna Brenner y Maria Ramas,
Rethinking Women’s Oppression [Repensar la opresión de las mujeres], New Left
Review I/144 (Mar-Apr 1984): 33-71.
14 Ibid.
15 Para una teoría más
desarrollada de la relación de las mujeres con la propiedad ver Notes on the
New Housing Question [Apuntes sobre el nuevo problema de la vivienda], Endnotes
nº 2 (2010): 52-66, http://endnotes. org.uk/articles/3.
16 Las bases de este
aflojamiento, así como su temporalidad, siguen sin ser explicadas dentro de los
límites de la teoría queer.
17 Brenner and Ramas, Rethinking Women’s
Oppression.
18 En este sentido, estamos
interesados, por supuesto, solo en la historia de la situación de las mujeres
dentro del movimiento de los trabajadores. Los sufragistas burgueses
argumentaron a favor del voto basado en el requisito de la propiedad, excluyendo
así a las mujeres como enemigas de clase. Hacia la mitad del siglo XX, estos
mismos burgueses se convirtieron en los defensores del rol maternal de las
mujeres, al mismo tiempo que fundaban organizaciones para controlar el cuerpo
de las mujeres entre las ‘clases peligrosas’.
19 Joan W. Scott, Only Paradoxes to Offer [Solo
paradojas para ofrecer] (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1996).
20 El feminismo radical siguió
una curiosa trayectoria en la segunda mitad del siglo xx tomando como bases de la
opresión de las mujeres primero la maternidad, luego el trabajo doméstico y
finalmente la violencia sexual (o el orgasmo masculino). El problema fue que en
cada caso estas feministas buscaron un fundamento ahistórico para lo que se
había vuelto un fenómeno histórico
21 Al respecto de la historia de la situación de
las mujeres en el movimiento de los trabajadores ver Geoff Eley, Forging
Democracy [Forjando la democracia] (Oxford: Oxford University Press, 2002).
22 Théorie Communiste, Mucho
ruido y pocas nueces, Endnotes nº1
(2008),
https://endnotes.org.uk/issues/1/es/theorie-communiste-mucho-ruido-y-pocas-nueces
Etiquetas: 2&3 DORM, comunismo, punk rock, reflexión, teoría revolucionaria
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