jueves, diciembre 12, 2019
Piraña/Anti-tesis/Ser
1.- Con ustedes, el Presidente-Delincuente (Infractor cuya carrera
delictiva lo ha llevado de ser un simple ladrón de bancos y especulador financiero a todo un criminal de lesa humanidad) en entrevista reciente a un medio español:
“Hace casi siete semanas, se dieron dos situaciones
simultáneas, pero de muy distinta naturaleza. Lo primero fue que surgió fue una
demanda muy fuerte de toda la ciudadanía por hacer de Chile un país más justo,
más inclusivo, con menos tolerancia a los abusos, con mayor igualdad ante la
ley y con mayor respeto por los ciudadanos. Eso es una cosa que yo estimo como
muy positiva”, aseguró Piñera.
“Pero, simultáneamente, se desató una ola de
violencia brutal en la que pequeños grupos ejercieron una violencia
sin dios ni ley, quemaban todo lo que se ponía en su camino, las estaciones del
metro, los hospitales y los supermercados, tratando de causar daño para
destruir el sistema”, expresó.
Tras esto, el jefe de Estado chileno confesó que esta crisis
social “no lo vi venir” y que hasta el momento de las protestas habían buenas
cifras de crecimiento económico y empleo.
“Estábamos preparándonos para ser la sede de la APEC y de la
COP25, que iban a celebrarse en Chile en noviembre y en diciembre,
respectivamente. Un 18 de octubre que nunca lo voy a olvidar, se desató una ola
de violencia sistemática, profesional, organizada con tecnología punta que
buscaba destruirlo todo. Querían incendiar el país“, expresó.
Sobre la responsabilidad en la violencia generada tras el 18
de octubre, Piñera dijo que “eso está en estudio por nuestras agencias
de inteligencia que debo reconocer que no estuvieron a la altura por
lo que las estamos renovando íntegramente. También ha habido mucha información
de países amigos que indican que aquí hubo algo no fue casual y que fue
deliberado. Definitivamente aquí vimos algo que nunca habíamos visto”.
2.- Ante el carácter marcadamente anarco-feminista del canto
de Las Tesis que señala que “El Estado represor en un macho violador”, varios “intelectuales”
se han visto necesitados de salir a aclarar que a pesar de lo “simpático” de la
acción, es peligroso ir y atacar directamente al Estado, aunque sea de esta
forma.
Vean lo que dijeron Daniel Mansuy con Gabriela Caviedes en
una columna mercuriana reciente:
“La política es un
campo de brocha gruesa, donde las sutilezas propias del mundo académico —que es
la fuente de Lastesis— no pueden ser detalladas ni bien explicadas. En la
academia es posible puntualizar cuál es el sentido y el alcance de una crítica
al “Estado opresor”, tratado acá como “macho violador”. En política, en cambio,
esas prevenciones no son posibles. Así, el joven manifestante que tararea en su
mente “el Estado opresor es un macho violador” no necesita preguntarse por el
significado de tal figura simbólica, ni mucho menos poner en marcha su
pensamiento crítico al respecto. Solo se le otorgan aceleradores para extender
su ira contra instituciones suficientemente frágiles. Es más, necesitaremos
esas mismas instituciones si acaso algún día queremos combatir el abuso,
proteger a los débiles y, en definitiva, rehabilitar nuestra vida común. Sin
embargo, el Estado opresor, macho y violador no tendrá legitimidad alguna para
ayudarnos en esas tareas.
La paradoja no deja de
ser tan llamativa como preocupante. Tesis doctrinarias convertidas en panfletos
pueden tener resultados muy distintos a los originalmente buscados. En el éxito
de Lastesis puede estarse incubando también su principal peligro”.
Brillante. Aplausos cerrados. Aún tenemos intelligentsia, ciudadanes!!!. Así que
para ellos está bien ser medio “anarco”
en las salas y pastos académicos , y con buenas bases teóricas. Pero no en la
primera línea de la calle, donde se es inmediatamente sospechoso de terrorismo
y nadie tiene un buen “aparato crítico” más allá de la crítica armada de voluntad,
palos y piedras.
Y si tienen un estómago a prueba de asco extremo, también
cabe destacar lo que dijo el abogado Hernán Corral, también en El Mercurio:
“Volviendo a la
manifestación de Lastesis, hay que señalar que al fundamentalismo se añade una
incoherencia selectiva, ya que no defiende a todas las mujeres. Muchas de las
que realizan la performance portan el pañuelo verde, emblema del aborto libre.
Se reclama por la violencia contra mujeres ya nacidas, pero para las criaturas
de sexo femenino en gestación se promueve su eliminación discrecional. Se
protesta por la impunidad de los femicidios mientras se alienta el femicidio in
utero. ¿No se aplica a estas mujeres por nacer lo de que “la culpa no era mía,
ni dónde estaba ni cómo vestía”?
Tampoco se incluye a las mujeres uniformadas; al término de la actuación, se suele corear con un entusiasmo digno de mejor causa: “puta, maraca, pero nunca paca”.
Lo más complejo es que se llama a desconfiar de las instituciones del Estado de Derecho, como la justicia, el gobierno y las fuerzas encargadas del orden público: “Son los pacos, los jueces, el Estado, el Presidente”, dice la canción. Se llega al extremo de sugerir burdamente que los carabineros son pedófilos, al repetir, con torcida intención, la estrofa del himno institucional que alude a una niña que duerme tranquila porque por su sueño vela su amante carabinero.
Queremos creer que la mayor parte de las mujeres que se han sentido interpretadas por la performance o han participado en ella no comparten el feminismo amenazador que trasunta el cántico. Pero no estaría de más que se reflexionara sobre la responsabilidad que cabe en la divulgación de un mensaje que, además de desestabilizador, presenta la imagen de una mujer en guerra contra todo y contra todos”.
Tampoco se incluye a las mujeres uniformadas; al término de la actuación, se suele corear con un entusiasmo digno de mejor causa: “puta, maraca, pero nunca paca”.
Lo más complejo es que se llama a desconfiar de las instituciones del Estado de Derecho, como la justicia, el gobierno y las fuerzas encargadas del orden público: “Son los pacos, los jueces, el Estado, el Presidente”, dice la canción. Se llega al extremo de sugerir burdamente que los carabineros son pedófilos, al repetir, con torcida intención, la estrofa del himno institucional que alude a una niña que duerme tranquila porque por su sueño vela su amante carabinero.
Queremos creer que la mayor parte de las mujeres que se han sentido interpretadas por la performance o han participado en ella no comparten el feminismo amenazador que trasunta el cántico. Pero no estaría de más que se reflexionara sobre la responsabilidad que cabe en la divulgación de un mensaje que, además de desestabilizador, presenta la imagen de una mujer en guerra contra todo y contra todos”.
Excelente. Sin comentarios.
3.- Se recomienda imprimir, difundir, leer y discutir este
texto tomado del blog Hacia la Vida(cabe en 4 planas):
La manera de hacer es ser
“Si no cambias la dirección, puedes terminar donde has
comenzado”
Lao Tse
El mando capitalista de la
producción social requiere que los proletarios se sometan voluntariamente a las
condiciones que hacen de su explotación algo inexorable. El objetivo de todo
capitalista es preservarse como capitalista en un medio hostil de competición
entre empresas, lo cual exige que su tasa de ganancia sea lo suficientemente
provechosa para seguir invirtiendo. Este dinamismo obligatorio no puede darse
si no es en las condiciones del libre mercado, condiciones que sólo pueden
existir cuando hay igualdad formal entre quienes venden su fuerza de trabajo y
quienes la compran. Sin este tácito consentimiento a la desigualdad real que
está en la base de la relación de explotación, no puede haber capitalismo.
Este es el motivo de que la
represión abierta por parte de la burguesía sea más bien la excepción que la
regla. El recurso a la fuerza bruta constituye una medida de su debilidad más
que de su fuerza. Siempre que la burguesía desata la violencia coercitiva para
mantener disciplinada a la fuerza de trabajo, lo hace a sabiendas de estar
contraviniendo el fundamento de la relación social de explotación. Cuando
desata la furia represiva de sus cuerpos armados, lo hace temblando de pies a
cabeza. Cuando promulga leyes para amordazar y maniatar a una clase trabajadora
sublevada, lo hace con el desasosiego de quien se amputa un miembro para evitar
la propagación de una gangrena, sospechando que la podredumbre puede haber
alcanzado ya un punto sin retorno.
Puede que los patricios romanos
hayan sido más fuertes cuando enviaban a sus legiones a aplastar las rebeliones
de esclavos, y puede que la alianza entre la nobleza y el clero haya expresado
su fuerza en la carnicería que desató contra los campesinos anabaptistas. Pero
esa correlación entre el ejercicio de la fuerza armada y el poder social no se
aplica a la burguesía. No porque la burguesía sea menos brutal y despiadada que
las clases explotadoras que la precedieron, sino porque su poder tiene una base
muy diferente. El poder de las clases dominantes del pasado descansaba en gran
medida sobre la base fija e inmutable de sus lazos territoriales y sanguíneos,
mientras que el poder de la burguesía depende casi exclusivamente de la
valorización del valor, un dinamismo ciego en continua aceleración que tiende
cada vez más hacia una creciente fluidez y desarraigo. El poder de los
capitalistas es el poder de generar entropía a través de la valorización,
entropía que a su vez no hace más que disolver progresivamente los fundamentos
sociales de su poder.
Esta dinámica tiene la
consecuencia, por otra parte, de que la clase a la que el capital explota
difiere en un aspecto crucial de las clases explotadas del pasado. En el caso
del proletariado su posición no depende de atavismos inamovibles, sino del
proceso dinámico-entrópico de la valorización, proceso que disuelve sin cesar
cualquier base objetiva de un posible poder político y económico del
proletariado. Pero al mismo tiempo que la producción capitalista le niega al
proletariado la posibilidad de fundar su poder en factores externos a él mismo,
le obliga a convertirse en una potencia productiva de primer orden, siendo la
reproducción ampliada de su propia actividad social la condición sine qua non
de su existencia física. El proletario que no amplía continuamente su potencia
subjetiva en relación con los otros tiende a la inexistencia social, del mismo
modo que la vida subjetiva tiende a cero en ausencia de actividad social. La
producción de la Gemeinwesen, de la comunidad humana como realidad
material y espiritual, no es para los proletarios una elección libre en el
sentido en que podría serlo escoger una ocupación o un pasatiempo en compañía
de otros. Es, en cambio, la condición misma de su vida y lo que su propia
actividad va haciendo de ellos en el transcurso de su existencia. De pronto una
masa de proletarios se descubre capaz de organizar de manera espontánea una
insurrección, empleando en ello recursos psicoafectivos, culturales, técnicos y
materiales que sólo ayer nadie imaginaba que pudiesen aplicarse a ello. La
revelación sublime consiste en esto: en esta masa que hasta ayer parecía ser
puro automatismo y pasividad, habita una potencia capaz de desplegarse sin freno.
Ahora bien: esta potencia, que es capaz de convulsionar un país y al mundo
entero mostrándose como un poder real, no depende de ninguna forma exterior, de
ninguna implementación material o institucional dispuesta previamente al
estallido; proviene exclusivamente de una interioridad, de una fuerza del todo
inmaterial, del ser subjetivo y social del proletariado. Su poder emana de su
sociabilidad, de su vida misma, y no de equipamiento o institución alguna. No
es otra cosa lo que expresa el grito: “Somos choros, peleamos sin guanaco”.
Es la iniciativa, creatividad e
ingenio, es la fuerza comunicativa y la expresividad, la empatía, lo que funda
el poder social de los proletarios, y lo saben. Quienes no lo saben aún lo
suficiente, temen que todo ello pueda sucumbir frente a las aventuras
represivas emprendidas por la burguesía. Pero lo único que queda comprometido
en ese caso son las formas exteriores en que se manifiesta la potencia del
proletariado: ciertas modalidades prácticas de su lucha, cierta técnica,
ciertos hábitos ligados a una fijación excesiva en las formas y por ello a una
fijación excesiva en lo que le ata a las reacciones de sus enemigos. Quienes sí
saben que para el proletariado el poder es sólo un efecto colateral del
ejercicio de la potencia de su ser, saben que la libertad no es jamás un
objetivo a alcanzar. La libertad es ante todo la libertad de autodeterminarse
en el transcurso mismo de la acción, de la vida y de la lucha. Los alardes
represivos del enemigo son exactamente el negativo opuesto de nuestra potencia:
lo único que nos muestran es que estamos obligados a amar la libertad y que si
no obedecemos a este mandato estamos perdidos.
Los seres humanos a menudo
ignoramos nuestra propia potencia y por diversas razones tendemos a perseverar
en esa ceguera. Esto nos hace a veces capitular a un paso de la victoria,
creyendo que debíamos medirnos con la vara del enemigo y viéndonos a nosotros
mismos, de esta forma, más débiles de lo que somos. Pero todo aquel que haya
librado una batalla sabe que en determinado momento es inevitable imponernos
nuestra propia medida con independencia de quienes siendo menos que nosotros
pretenden ser más. Por otro lado, estando ya instalados en la experiencia de un
despertar telúrico, son tantas las libertades que nos hemos tomado que sería
por decir lo menos extraño que no nos tomemos ahora la libertad de
reinventarnos, a nosotros y a nuestra lucha, justo en el momento en que la
burguesía pretende habernos inmovilizado maniatándonos con unas cuantas leyes.
Es necesario sopesar esto con cuidado: ellos esperan que reaccionemos
ciegamente a su reacción. Que nos abstengamos de seguir luchando o que nos
arrojemos desesperados contra la valla que nos han puesto por delante, yendo en
masa a la carnicería o propinando golpes aislados que sin detener la
megamáquina le dan brío a su violencia represiva. Cualquiera de estas
reacciones nos mantendría presos de, precisamente, el juego de reacciones a que
el enemigo quiere reducirnos. Pero nosotros no estamos determinados por la
forma exterior de nuestras acciones, ni por nuestros hábitos, ni por las
reacciones que hemos suscitado en el enemigo, ni por las que nosotros mismos
hemos tenido: estamos determinados por nuestras relaciones internas en tanto
humanidad en contradicción consigo misma. La contradicción es el campo de la
libertad, y esto significa que no estamos peleando para ser libres, sino que
estamos peleando porque ya somos libres. No usar esta libertad para proseguir
la lucha bajo nuestros propios términos es la única derrota posible. Seguir
haciendo lo mismo con la esperanza de obtener resultados diferentes sería
perpetuar la contradicción sin superarla.
A nuestros hermanos de clase
asesinados, mutilados, torturados y hechos prisioneros, el Estado no les hizo
eso por lo que sus acciones son en sí mismas, sino por lo que representan. Las
barricadas no han sido prohibidas con penas de cárcel porque hayan paralizado
la economía nacional, sino porque son el signo visible de una potencia que
podría llegar a paralizarla si se lo propone, y que no lo haría precisamente
con barricadas. A Rodrigo Campos no lo procesaron para compensar la rotura de
un torniquete, sino para hacer audible ante todos el latigazo como símbolo. No
han disparado a los ojos porque sí. Todo esto lo sabemos. Lo que no está tan
claro es si hemos sacado las conclusiones correctas y necesarias. EVADIR:
quizás no hemos prestado suficiente atención al hecho de que esta consigna haya
estado en el centro de la explosión. Evadir es negar el fundamento metafísico
de esta sociedad y el mecanismo que le da vida: “se paga por vivir”. Todo lo
que vino después no ha sido otra cosa que esa impugnación acrecentada. La
exigencia de salarios más altos y tarifas más bajas, de un sistema previsional
que no sea un robo, de mejores servicios sociales, responde al anhelo de “pagar
menos por vivir”. Pero este anhelo no es sólo eso: expresa aun embrionariamente
la revelación de que “no hay que pagar por vivir”. Esta revelación ya se ha
manifestado, sólo necesita ser expresada como necesidad para convertirse en un
imperativo práctico capaz de cambiar las reglas del juego. Las evasiones en el
transporte público podrían continuar y masificarse sin que nadie transgreda
ninguna de las leyes represivas vigentes. Podrían extenderse -tal como fueron
las “autorreducciones” en la Italia de los años setenta- a los servicios de
agua potable, electricidad, gas y conectividad. Podría convertirse en una
oleada imparable de robos hormiga hechos en masa en todas partes sin pausa.
Podría derivar en un movimiento de desobediencia social y económica efectuado
por millones de personas de mil maneras diferentes, transgrediendo muchas
normas, pero ninguna ley. Podría suceder que las relaciones de comercio
habituales lleguen a verse tan perturbadas que no haya otra forma de
proporcionar alimentos y suministros a la población que mediante una política
de racionamiento. Pero un capitalismo de barracas es una imposibilidad
práctica.
En condiciones así, la necesidad
de apropiación directa de los bienes de consumo no podría llegar muy lejos
adoptando la forma acostumbrada del saqueo. Pero eventualmente podría llevar a
los choferes de camiones a sumarse a la desobediencia masiva y a entregar esos
bienes a las asambleas en vez de a los supermercados. Esa misma tendencia
podría terminar imponiendo a quienes producen los bienes la necesidad de
liberarlos sin la mediación del comercio. La interrupción del ciclo de
valorización que ello supondría haría inviable la adquisición mediante el
salario, abriendo la vía hacia la distribución directa. Sería un bucle de
retroalimentación tendiente a la comunización progresiva de todo. En el
transcurso, el Estado estaría obligado a prohibir prácticamente todo con
excepción de los actos de compraventa, erosionando así la libertad formal que
es su propio fundamento.
No cabe imaginar un proceso tal
sin que tenga lugar una proliferación de violencias, que en cualquier caso
sería el despliegue cinético de la enorme violencia potencial ya contenida en
la propia forma social capitalista. De lo que se trata no es tanto de evitar la
violencia estatal, que es inevitable, sino de cómo hacerle frente desde la
posición de ventaja que nos brinda la masividad y sobre todo la potencia social
que nos habita. Todo depende de cuán capaz sea el proletariado de determinar
por sí mismo la dinámica de la lucha, fijando él las reglas del juego. Allí
donde se le quiera imponer el enfrentamiento directo en condiciones donde sólo
puede salir herido de muerte, tendrá que evitarlo llevando la desobediencia a
un plano diferente. Allí donde se le quiera arrastrar a un callejón sin salida
tendrá que saber crear una vía imprevista; tendrá que animarse a detener
aquello que se suponía no podía parar de moverse, a movilizar aquello que se
suponía indefectiblemente quieto, a crear un vacío en el que se precipite cada
golpe dirigido contra él. Tendrá que sorprender al enemigo privándole de cada
superficie sobre la que esperaba apoyarse para seguir golpeándole, imponiéndole
un desgaste progresivo. Cansarlo, agotar sus fuerzas, hasta que le resulte más
costoso seguir luchando que abandonar. Todas las armas y recursos materiales no
son nada sin el ánimo que hace falta para ponerlos en acción.
Tiene una importancia clave que
la lucha sea no sólo en pos de objetivos económicos y políticos, sino que su
propio desenvolvimiento sea la demostración práctica de que vivir sin pagar es
una forma de vida superior que la actual, y hacerlo con una elocuencia tal que
cada vez sean menos los que quieren seguir malviviendo como lo hacían. Esto
supone para el proletariado dejar atrás todo aquello a lo que estaba
acostumbrado, desaferrarse de la forma de vida que le constituye como
proletariado. Pues bien, si algo ha quedado claro en estas semanas es que esto
no sólo es posible, sino que se ha vuelto hasta cierto punto inevitable y es,
si se lo piensa bien, lo mejor que podría pasarnos. Asumirlo implicaría, para
empezar, que dejemos de pedirle respeto a quienes han demostrado no ser en
absoluto respetables; y que llevemos nuestra dignidad recién recobrada hasta su
última consecuencia: la autodeterminación total.
Etiquetas: agitprop, calles para la insurrección, prensa burguesa, reflexión, teoría revolucionaria
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