viernes, abril 24, 2020
Monumentos
-The Minutemen, Monuments.
-“Baquedano recupera su garbo”: sobre la dialéctica de des-monumentalización y re-monumentalización.
-“Baquedano recupera su garbo”: sobre la dialéctica de des-monumentalización y re-monumentalización.
x Julio Cortés Morales
Salgo temprano a la
calle y veo que en la edición impresa de El Mercurio aparece el siguiente
titular: “Baquedano recupera su garbo”, junto a una foto de su estatua ecuestre
completamente reparada y pintada, como una forma de conmemorar los seis meses
del “estallido” en el momento en que el coronavirus lo ha suspendido hasta
nuevo aviso.
Al lado aparecen fotos
del mismo lugar el 1 de enero y el 19 de marzo, como para que el lector lo
compare con el estado en que estaba en el momento aún álgido de la rebelión, y
un día después del estado de catástrofe decretado por la pandemia, que
posibilitó inclusive una sonada aparición del Presidente de la República para
fotografiarse bajo Baquedano y su caballo.
No tengo muy claro qué
es “garbo”, que en principio me suena más a la famosa actriz sueca Greta, así
que acudo al diccionario de la RAE, que en la primera acepción me dice que es
“gallardía, gentileza, buen aire y disposición de cuerpo”.
El mensaje es que el
General luce de nuevo toda su gallardía y buen aire porque su monumento fue
restaurado tras varios meses de haber sido el “epicentro del vandalismo” (1). Sí:
el general Baquedano, un gallardo militar que entre otras cosas participó del
genocidio denominado como “Pacificación de la Araucanía”, con el cual la
República de Chile fue mucho más lejos que la Corona española en sus
pretensiones de conquista y dominación, específicamente como teniente coronel
en las campañas de Malleco y Renaico.
En Chile los monumentos
nacionales están regulados en la Ley 17.288, de 1970, que los declara bajo
protección y tuición del Estado, y los define en su artículo 1° como: “los
lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico;
los enterratorios o cementerios u otros restos de los aborígenes, las piezas u
objetos antropo-arqueológicos, paleontológicos o de formación natural, que
existan bajo o sobre la superficie del territorio nacional o en la plataforma
submarina de sus aguas jurisdiccionales y cuya conservación interesa a la
historia, al arte o a la ciencia; los santuarios de la naturaleza; los
monumentos, estatuas, columnas, pirámides, fuentes, placas, coronas,
inscripciones y, en general, los objetos
que estén destinados a permanecer en un sitio público, con carácter
conmemorativo”.
Por supuesto, es el
Estado a través de sus instituciones especializadas quien define a quiénes y
cómo homenajear y tal como “la ideología dominante es la ideología de la clase
dominante” (Marx), es fácil darse cuenta del sello de clase que ostenta desde
la simple colocación de nombres de calles y avenidas hasta la decisión acerca
de a qué grandes próceres de la patria vale la pena monumentalizar o no.
Pero si eso es así en
la realidad, el lenguaje pretendidamente frío y neutro de la ley acude en el
artículo 17 a esta definición: “Son Monumentos Públicos y quedan bajo la
tuición del Consejo de Monumentos Nacionales, las estatuas, columnas, fuentes,
pirámides, placas, coronas, inscripciones y, en general, todos los objetos que estuvieren colocados o se colocaren
para perpetuar memoria en campos, calles, plazas y paseos o lugares públicos”.
Tal como el poder de
definición de los delitos y penas mediante leyes y reglamentos, o
“criminalización”, la “monumentalización” también es más dinámica de lo que
parece: la que ahora llamamos Plaza Dignidad no siempre fue Plaza Baquedano (2),
y en cada uno de los monumentos públicos e históricos existentes podríamos rastrear
mucha más historia viva que la que se deja entrever observando esas imágenes
estáticas.
Por otra parte, el
poder también realiza de vez en cuando rituales de “desmonumentalización”: hoy
en día retiran de algunos recintos militares placas conmemorativas del general
Manuel Contreras como resultado de acciones judiciales interpuestas por grupos
de ciudadanos, y se niega en cambio por los tribunales el retiro de la estatua
del almirante Merino en un recinto de la Armada en la Quinta región. También
hemos visto como se han retirado los nombres de curas pedófilos y abusadores
que se habían puesto a determinadas plazas o parques antes de ser descubiertos
en falta.
¿Es en verdad correcto
des-monumentalizar a Contreras y seguir
homenajeando a Baquedano y a Merino? ¿A los “valientes soldados” en general,
que hace más de un siglo no han librado ninguna guerra contra una potencia
extranjera pero si varias contra su propia población?
Cuando fui estudiante
en Derecho de la Universidad de Chile a fines de los 80 e inicios de los 90 la
plaza ubicada en Pio Nono frente a la Facultad se llamaba “José Domingo Gómez
Rojas”, en homenaje al estudiante-poeta de tendencias anarquistas que fuera
encarcelado para luego enloquecer y morir encerrado en el manicomio, dentro de
la oleada represiva de los años 20 contra la FECH, el movimiento obrero y todos
quienes se oponían a una guerra con
Perú. Posteriormente la plaza pasó a homenajear al Papa Juan Pablo II, y nadie
sabe a ciencia cierta qué pasó con la enorme piedra roja erigida en memoria de
Gómez Rojas, autor del bellísimo libro de poemas “Rebeldías Líricas”.
En años recientes hasta
la rotonda que homenajeaba a Edmundo Pérez Zujovic -el ex Ministro del Interior
del gobierno de Frei Montalva asesinado en junio de 1971 por miembros de la
Vanguardia Organizada del Pueblo-, dejó de existir, aplastada por el desarrollo
urbanístico e inmobiliario del barrio alto (3).
Pero en abierta
oposición y desafío a los poderes dominantes existe también una tendencia
espontánea de los sectores populares a “desmonumentalizar” los monumentos
oficiales, y a instaurar en el espacio físico y psíquico de la ciudad otras
formas de conmemoración que homenajean lo que Benjamin llamó “la tradición de
los oprimidos”.
Los actos masivos de
desmonumentalización fueron frecuentes en todo el territorio nacional durante
la insurrección de octubre. Resulta obvio que para el lenguaje del poder se
trataba de deleznables delitos, vandalismo
y “nulo respeto por la historia” (4). Pero en rigor se trata de
expresiones muy profundas, plagadas de significado, que suelen estar presentes
en todas las insurrecciones y revueltas populares.
Así, el martes 2 abril de 1957 durante la
“Batalla de Santiago” la enorme protesta popular y estudiantil en las calles,
fuera ya de todo control por parte de las organizaciones de la izquierda
institucional, se caracterizó -según el historiador Pedro Milós- por una gran
agresividad contra la policía, en la que “la multitud, arriesgando sus vidas,
no dudó en hacerles sentir su superioridad numérica y enrostrarles la ira
acumulada en el curso de los enfrentamientos”, en los que las balas policiales
ya se habían cobrado la vida de la estudiante de Enfermería de la Universidad
de Chile Alicia Ramírez frente al Teatro Miraflores (entre Huérfanos y Merced).
Además, hubo gran
violencia contra los bienes públicos, “como si a través de la infinidad de
fogatas que poblaron el centro de Santiago, se hubiese querido señalizar tanto
la presencia de los manifestantes como su poder de reducir a cenizas los bienes
públicos” (5). En ese contexto es que se produjeron también notables actos de
desmonumentalización expresados “en el ataque a sedes de importantes poderes
públicos y privados”. Siguiendo a Milós: “Punto extremo de esta violencia
simbólica contra lo establecido fue la destrucción de las obras del monumento a
Arturo Prat y el ataque a la estatua de Bernardo O´Higgins, los dos principales
héroes militares de la historiografía nacional”.
¿Bastante similar al 18
de octubre de 2019, o no? Esta similitud evidente se extiende también a los
asaltos y saqueos a algunos comercios del centro, motivado en esa ocasión no
tanto por hambre (las tiendas de alimentos y barrotes casi no sufrieron
ataques, no así las armerías), sino que como expresión de “una especie de deseo
de hacerse justicia por sus propias manos”, pues una vez “roto el compromiso
social, ¿por qué no apropiarse de aquello a lo cual se cree tener derecho, pero
que el orden establecido de ordinario lo niega?” (6).
Otro paralelo que no se
ha destacado es que luego de esa gran agitación popular de marzo/abril de 1957,
proceso semi-insurreccional que estalló con pocos días de diferencia en las
tres principales ciudades (Valparaíso, Concepción, Santiago) y que dejó en
crisis al segundo gobierno del ex dictador Carlos Ibañez del Campo, el
movimiento social tuvo un reflujo forzado en el invierno cuando un brote de
influenza causó una pandemia cuyo efecto se hizo sentir duramente sobre el
pueblo, causando más de 20 mil víctimas fatales, sobre todo niños y adultos
mayores (7).
Los actos de
desmonumentalización popular ocurridos desde fines del año pasado han sido
documentados en una publicación irregular llamada “La Descolonizadora” (N° 1, Año 0, Día 90), en cuya
presentación se dice que “desmonumentalizar es una de las múltiples expresiones
del movimiento social que remeció los órdenes establecidos de forma salvaje a
partir de la evasión liceana”. En esos actos “fueron derrumbados podios del
conquistador español, como también, de agentes del estado chileno en el siglo
XIX. Porque la arremetida colonizadora no solo provino desde el imperio, sino
que también adquirió su forma en la república, desde la cual se invadió, se
exterminó y fueron usurpados los pueblos en nombre de la patria”.
Algunos de los eventos
más significativos de los ahí listados incluyen el 29 de octubre en Temuco,
cuando es derribado masivamente un busto de Pedro de Valdivia, para ser luego arrastrado
con una cuerda y “empalado” a los pies de una estatua de Lautaro.
En La Serena el 20 de
octubre fue derribado e incendiado un monumento a Francisco de Aguirre, cruel exterminador
del pueblo diaguita, y en su reemplazo se instala a Milanka (mujer diaguita). En
La Descolonizadora aparecen extractos de un documento de Aguirre donde confiesa
el exterminio: “sus guerreros fueron muertos en combate, sus mujeres violadas y
sus niños asesinados. Los hicimos desaparecer, a ellos y su presencia en la
historia. Se necesitaba un escarmiento sangriento para que no les quedaran
ganas de rebelarse”.
El 4 de noviembre en
Punta Arenas es derribado el monumento al exitoso emprendedor y exterminador de
fueguinos José Menéndez, para ser depositado a los pies de la estatua del indio
patagón en la Plaza de Armas y reemplazado por un homenaje al pueblo selk´nam.
Mientras esos hechos
ocurrían recuerdo haber pensado en lo impresionante que resulta el haber tenido
que esperar una revuelta en pleno siglo XXI para poder al fin sacar del espacio
púbico esos horribles recordatorios del poder de muerte que tiene el Estado
moderno: colonial, patriarcal, racista y clasista.
Pero desde octubre el
movimiento social no sólo removió el horror de los pedestales de las calles y
plazas, también iba homenajeando de manera informal a las numerosas víctimas de
la represión, como en el memorial ubicado en el sitio en que cayó Mauricio
Fredes en la Alameda con Irene Morales (otra figura del panteón militar
chileno). Por varios días y semanas se sucedía en ese lugar una dinámica de
apropiación/reapropiación del improvisado y anárquico sitio de memoria entre
las fuerzas policiales que lo destruían y los manifestantes que lo
reinstalaban.
También se instalaron
otro tipo de monumentos, como las figuras representativas de los pueblos
originarios en Plaza de la Dignidad, y desde años anteriores había sido posible
apreciar iniciativas como la instalación por el colectivo Memoria Rebelde de
una piedra conmemorativa en homenaje al anarquista Antonio Ramón Ramón, en el mismo
lugar fuera del actual metro Rondizzoni en que en 1914 atentara contra el
masacrador de la escuela Santa María de Iquique, general Silva Renard.
Estamos en un tiempo en
que quienes nos dominan aprovechan el estado de catástrofe y la pandemia para
re-monumentalizar la ciudad tratando de borrar la revuelta, complementando así
la labor de patotas fascistas que en estos meses aprovechaban la oscuridad de
la noche y su amistad con las fuerzas de orden para destruir memoriales de víctimas
de la dictadura de la que se sienten y son legítimos herederos. Esas mismas
patotas, con o sin uniforme, también se han dedicado ahora a borrar nuestros
mensajes de los muros y a destruir los monumentos populares instalados al
fragor de la protesta, como Milanka. Lo cual no es ninguna señal de fuerza,
sino que todo lo contrario.
En estos tiempos en que
la imaginación popular se ha replegado parcialmente abandonando las calles y
autogestionando un cuidado que el Estado mercantiliza y retarda, debemos saber
escuchar a la revuelta cuando nos dice: “fui, soy y seré” (8).
NOTAS:
1.- Como señalaba a su vez El Mercurio en la portada de la
edición del sábado 18 de abril, al exhibir el resultado de las reparaciones del
monumento italiano ubicado al costado norte de Baquedano que representa un
ángel y un león.
2.- Antes fue: Plaza La Serena (1875-1892), Plaza Colón (1892-1910) y Plaza Italia
(1910-1928).
3.- Sobre el atentado a Pérez Z. y de devenir de la rotonda
del mismo nombre se puede consultar: https://comunidaddelucha.noblogs.org/post/2018/06/08/memoria-proletaria-en-las-calles-metropolitanas-la-vop/
4.- Como señalaba un titular hace un par de décadas dando a
conocer que el monumento a un pionero de la industria salitrera había sido
“decapitado a piedrazos”, acompañando una foto de la estatua dañada. El recorte
de diario fue usado como contratapa del N° 0 de la revista Antagonismo el año
2001.
5.- Pedro Milós, Historia y memoria. 2 de abril de 1957, LOM,
207, pág. 240.
6.- Milós, pág. 241.
7.- http://www.laizquierdadiario.cl/La-olvidada-pandemia-del-57-en-Chile-que-termino-con-20-mil-muertos
8.- Frase final de Rosa Luxemburgo en “El orden reina en
Berlín”, su último mensaje ante de ser asesinada por la reacción hace 101 años.
Etiquetas: hardcore punk, psicogeografía
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