martes, julio 21, 2020
Lesionados oculares y pacos nazis/Recuerdos del 21 de octubre de 2019
Según reportajes que me he topado
del último tiempo, el total de lesionados oculares por la represión del
estallido social fue de 460, incluyendo 35 casos con pérdida de un ojo, y los
dos conocidos casos de personas que quedaron completamente ciegas: Gustavo Gatica
y Fabiola Campillai, estudiante y obrera, respectivamente por perdigones y bomba
lacrimógena. El abandono en que han quedado las víctimas de la represión podría
hacer que aumenten el número de aquellos con pérdida de visión en uno de sus
ojos.
El facherío neo-gramsciano (ja)
que pelea en las redes disfruta señalando las violaciones de derechos humanos que
fueron puros “tongos”, y/o que los heridos fueron lesionados por otros
manifestantes. En el documental “Revolución en Chile”, hecho por la jefa de publicaciones
de la Universidad San Sebastián y lanzado ayer, se llega a decir que “los
ataques nunca existieron”.
El Ministerio del Interior (Blumel)
y Seguridad Pública (Martorell) modificó y acaba de publicar el nuevo protocolo
para el uso de la escopeta antidisturbios por Carabineros. Mientras, se toma conocimiento
de que Claudio Crespo, el principal sospechoso de haber disparado contra Gustavo, tenía todo un
historial de abusos contra estudiantes en Valparaíso, sin haber sido
sancionado ni apartado, y de hecho más bien había sido promovido hasta ser Gama.03 (ver: https://lavozdelosquesobran.cl/el-cazador-la-violencia-policial-y-el-historial-de-abusos-en-valparaiso-del-principal-sospechoso-de-dispararle-a-gustavo-gatica/).
¿Cuántos seres brutales como éste
y Arzola -el “paco nazi” de Estación Central, que ahora está preso condenado
por torturas- siguen actuando del mismo modo, amparados por sus jefes, las
autoridades y el facho promedio?
Va un relato del 21 de octubre
que pueden leer también en Carcaj.
La batalla de Santiago. Recuerdos del lunes 21 de octubre de 2019
Es mediodía, y estoy en Alameda
con San Diego, con más observadores de derechos humanos. No hay manifestaciones
por ahí, entonces avanzamos a pie hasta la Plaza Italia (cuando todavía se
llamaba así).
Todo el camino está lleno de
señales de tres días segundos de revuelta callejera. Cines, teatros y centros
culturales intactos, mientras los Bancos y todo lo que parezca símbolo del
poder está destruido, pintado y/o chamuscado.
Las paredes están llenas de rayados y cientos de afiches distintos. Tomaría
tiempo caminar viendo cada uno de ellos, pero mucha gente lo hace y les toma
fotos.
La “normalidad” está totalmente
interrumpida. El estado de excepción con toque de queda ya se declaró en 12
regiones del país. Recuerdo a Furio Jesi en su “Simbología de la revuelta”, cuando
decía que sólo en estas
ocasiones la ciudad se siente verdaderamente como propia, pues a la hora de la
revuelta dejamos de estar solos en ella.
En Vicuña con Alameda hay
pequeños grupos de personas, y Carabineros están apostados en varios puntos de
esa intersección, con sus jeeps blindados, carros lanza-aguas, retenes móviles
y furgones para traslado de imputados.
De vez en cuando detienen
personas por el sólo hecho de estar paradas con carteles sobre la acera. “¿Motivo
de la detención?”, les preguntamos a unos. “Manifestarse en estado de
excepción” nos responden. Se da una larga y pesada discusión sobre los límites
del derecho a manifestación fuera de los límites del toque de queda.
Un compañero intenta subir a un
carro policial donde nos dicen que hay detenidos. No lo dejan, y muy luego el
carro se va. Sólo atinamos a anotar su número.
A las 13 la multitud en la Plaza
ya es de miles de personas, y siguen llegando de todas partes. Una pareja joven
que reportea alegremente me hace unas preguntas, y al terminar me felicitan por
llevar puesta la polera del “Placeres Desconocidos” de Joy Division. La actitud
general es alegre, pero no de la forma boba y alienada típica de una
celebración deportiva o mega-evento de cualquier tipo, sino que como lo que
realmente es la comunidad humana, reconstituyéndose. Los cantos que más se
escuchan son “Chile despertó” y “El pueblo unido jamás será vencido”.
Veo conscriptos jóvenes a la
salida principal del metro Baquedano. Hacia las 13:15 la gente los termina
echando a empujones y patadas. Se ven asustados. No reaccionan. Se van, y
durante un rato la fuerza represiva se aleja de la Plaza.
Carabineros y sus Fuerzas
Especiales comienzan de a poco a hacer movimientos de vehículos que denotan la
inminencia de la batalla. Veo a una abogada amiga avanzando lo más rápido que
puede por toda la plaza y alrededores diciéndole a todos los grupos de
personas: “cuídense los ojitos”.
A las 14 la multitud avanza por
las dos calzadas de la Alameda hacia el centro de la ciudad. Desde los
“zorrillos” comienzan a lanzar lacrimógenas al cuerpo. Al principio la masa de
gente le pide a los pequeños grupos que se han encapuchado que no lancen
piedras, y la mayoría hace caso.
Entre el Hotel Crowne Plaza y el
Monumento a los Mártires de Carabineros hay dos grupos numerosos de policías,
bien protegidos y apertrechados de armas.
Veo a un cabro que les grita: “mataron gente y es mi pueblo”. Los
insultos y gritos de “¡asesinos!” se masifican e incrementan la tensión, aunque
la mayoría de la gente les grita pero sigue avanzando. Ahora desde esos dos
grupos de policías a pie lanzan lacrimógenas hacia la gente un pequeño grupo
encapuchado los empieza a apedrear sostenidamente. Veo por primera vez el uso
de varios escudos improvisados, por lo general de latón o señalética, que les
permiten avanzar en grupos de a dos o tres para llegar más cerca y ser más
certeros con las piedras. Las que por lo general caen sobre los cascos o
escudos de la indumentaria de las
Fuerzas Especiales. Todavía no se hablaba de la “primera línea”, la forma que
asumió la autodefensa de masas a medida que la rebelión se fue extendiendo en
intensidad y duración.
Veo el momento exacto en que
empiezan a usar la llamada “escopeta antidisturbios”, que en realidad es una
escopeta a secas, pero cargada con una munición que en ese momento creíamos
eran “perdigones de goma”, y que finalmente tenían 20% de caucho y 80% de plomo
y otros metales.
El sonido es terrible. Disparan
primero sobre el grupo de 20 a 30 encapuchados, pero la calle y la vereda ya
están repletas, y los perdigones se dispersan, rebotan y terminan por impactar
a cualquiera que esté cerca. Disparan a la altura de la cabeza, y a menos de 10
metros de distancia. Diviso a un escopetero que me parece conocido tras todos
estos años, así que instintivamente me quito la máscara antigas para poder
gritarle que disparando así violan su propio protocolo. Me mira de vuelta. Veo
que su cara se trasforma desde la excitación inicial a verse algo compungido
por haber sido detectado. Ante mi advertencia se inhibe un rato, pero luego
sigue disparando, bien protegido tras unas vallas desde un costado de las
galerías del Hotel, donde la semana anterior yo había pasado un par de veces a
preguntar por estuches livianos para saxo tenor.
La confrontación se desata con
crudeza. El bloque que se va contra la policía es cada vez más grande. Los
disparos de lacrimógenas y perdigones no cesan. Un tipo de unos 30 años me
muestra la lesión que le dejó una lacrimógena que impactó en su abdomen. Una
fea marca roja en que se aprecia hasta la forma del proyectil. El sonido de
perdigones rebota en kioskos, paraderos y el pavimento, pero la multitud
resiste y no retrocede, a pesar de que el aire es irrespirable por el gas
lacrimógeno y poca gente lleva máscaras. Nunca había estado en medio de algo
así.
Después veo que comienzan a
aparecer múltiples heridos con perdigones incrustados en muslos, pechos y cinturas. Son todos muy
jóvenes, y como hace calor, visten poca ropa y prendas livianas, lo cual deja
su piel desnuda ante el contacto directo de esos proyectiles. Impresionado por
lo que veo, pienso que es la piel morena de la muchachada que se atrevió a saltar los torniquetes y a desafiar
al aparato represivo del Estado y su estado de excepción la que están marcando
y haciendo sangrar.
Trato de ayudar como puedo, pero
es poco lo que un “jurista” puede hacer sin conocimientos de primeros auxilios.
Van solo 3 días desde la insurrección del 18 de octubre y al menos en este
punto no se ven camillas ni equipos de salud provistos de insumos básicos.
La sangre en las calles hace que
la rabia aumente. Ahora es la mayoría la que se enfrenta a las FFEE y el GOPE,
que han hecho de ese cuadrilátero en la Alameda entre el Hotel, su Iglesia y su
Monumento una especie de ciudadela policial, precisamente en la calle
Carabineros de Chile.
Siento que me llaman por mi
nombre y veo algunas personas alrededor de un muchacho sentado en el suelo en
la vereda sur, cruzando frente al GAM. Me preguntan si tengo saldo en el
teléfono para llamar a una ambulancia. Digo que sí y trato de llamar, pero
mientras marco veo como su ojo derecho ya no existe, pues está esparcido en el
suelo…me cuesta a creer lo que veo…Un flaco de barba y una estudiante de
enfermería le limpian la herida y le vendan parte de la cabeza. Concordamos en
que resultaría imposible que una ambulancia llegue hasta ahí, así que decidimos
sacarlo como podamos para llevarlo hasta la Posta Central, que está a unas
cuatro o cinco cuadras.
Pero es imposible salir de ahí
sin ser perdigoneado, así que el flaco de barba se acerca al piquete desde
donde nos disparan rogando con las manos que paren un rato para explicarles a
gritos que necesitamos sacar a un herido de ahí.
Logramos avanzar con el muchacho
herido, sus dos improvisados enfermeros y yo por delante tratando de abrirles
espacio. Recuerdo la cara de impresión de una señora bastante mayor, y los
gritos de “¡esto le está haciendo la policía chilena a los jóvenes!”. Se siente
el apoyo y la indignación de la gente que nos ve correr dificultosamente con él
apoyado en hombros y brazos.
Se sigue escuchando a lo lejos el
espantoso sonido de la escopeta antidisturbios. Un sonido que ahora me resulta
difícil de soportar, pues me resulta inseparable del recuerdo de que tras cada
estruendo veía caer al frente a varias personas heridas. 12 perdigones por
cartucho, que apuntados contra una muchedumbre implican actuar sobre seguro.
Llegamos a Portugal por el
costado del Supermercado. Cuesta avanzar, el herido se nos va desmayando así
que tratamos de mantenerlo despierto conversándole, y entremedio nos dice que
le preocupa ser detenido en el hospital. Trato de convencerlo de que eso no es
posible, para que esté tranquilo, aunque sé que la policía es capaz de eso y de
hecho así ocurrió habitualmente en esos días. Insiste en su preocupación y nos
pide botar lo que hay en su mochila: una lata de spray, una botella de agua y
dos piedras. Es todo el equipamiento que llevaba este joven de 23 años. Nada
más. Se me aprieta el corazón: la juventud popular se arroja con pintura y
piedras contra cuerpos profesionales armados con perdigones de plomo, tanquetas
y gases tóxicos.
La entrada que conozco de la Posta
Central, por Portugal, ya no está habilitada, así hay que seguir y dar la
vuelta por Curicó. El herido va desvanecido, ya no parece estar muy consciente.
Decidimos que yo me adelante para facilitar el ingreso despejándolo de posibles
trabas y/o guardias burócratas. De todos modos hay que pelear un poco a gritos con el guardia que se queja de que está
llegando mucha gente, pero logramos entrar rápido. Al interior de la posta ya
hay una decena de heridos por perdigones, varios de ellos menores de edad.
No veo más a nuestro herido, que
pasa de inmediato a urgencias, aunque me he topado con sus fotos en los
reportajes posteriores, mirando a la cámara, sereno y digno, luego de haber sufrido
la completa pérdida de su globo ocular derecho. Hasta hoy siempre me sorprendo
pensando que será de él.
Siguen llegando tantos heridos de
perdigones, varios de ellos en los ojos, que los funcionarios de la Posta nos
dicen que van a tener que empezar a trasladarlos a la Unidad de Trauma Ocular
del Hospital Salvador.
Salgo a la calle y regreso a la
Plaza pero por el Parque Bustamante, donde me encuentro a mi pareja y decenas
de amigos. No me logro hacer una idea de cuánta gente hay. Nunca vi una
multitud así reunida, ¿decenas o cientos de miles?, ni siquiera en las masivas
marchas del NO para el Plebiscito de 1988, que a pesar de todo eran bastante predecibles,
encauzadas como estaban por todos los aparatos de la política tradicional.
La actitud es festiva y
desafiante. Todas las disidencias parecen confluir ahí, en una algarabía
rabiosa que inevitablemente nos contagia a todos. Me subo un poco al monumento
a Manuel Rodríguez, estatua ecuestre del guerrillero que por algo en todo este
tiempo a nadie se le ocurrió derribar. Desde allí no veo ni militares ni
policías ni al Estado, solo cuerpos danzando en un hermoso, poderoso e
indescriptible movimiento colectivo. ¿No decía Bakunin en su “Confesión al Zar
Nicolás” que en 1848 la revolución era una fiesta sin principio ni final?
Pero haber conquistado ese
espacio para hacerlo “temporalmente autónomo” no fue fácil y tuvo un gran
costo: a pocas cuadras del espontáneo carnaval la valiente muchachada de piel
morena es apaleada, gaseada, vejada, herida y mutilada para siempre por atreverse
a poner el cuerpo desafiando a los ejércitos del Estado de Chile.
Es 21 de octubre y el pueblo danza
y sangra en las calles de Santiago y de otras ciudades de Chile. El Presidente de
la República le había declarado abiertamente la guerra por cadena nacional la
noche anterior.
Etiquetas: psicogeografía
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