viernes, enero 15, 2021
ULTRADERECHA Y POLICÍA: EL FASCISMO DEL SIGLO XXI
“El fascismo no es
solamente la reaparición de lo arcaico, sino su reproducción por la
civilización y en el propio seno de la misma” (Theodor Adorno).
Mientras en las marchas del Rechazo en Metro El Golf
abundaban las banderas nazis y gorros de la campaña de Donald Trump, los Proud Boys de Estados Unidos marchan con
poleras del campo de concentración de Auschwitz y de los helicópteros de la
muerte de Pinochet. En el imaginario del neofascismo actual sus partidarios se
autodefinen como “patriotas” que luchan contra el “globalismo” y creen que la
ONU, Piñera y Biden son comunistas disfrazados, con siniestros planes reptilianos,
satánicos y/o pedófilos.
La similitud no termina ahí, pues la misma tolerancia y
complicidad que Carabineros ha demostrado en reiteradas ocasiones con las
patotas fascistas en Chile fue clave en hacer posible el asalto al Capitolio en
Washington D.C. el pasado 6 de enero. Varios registros muestran a los policías
abriendo las vallas de contención para que los fanáticos trumpistas ingresen al
edificio, y resultó escandalosamente evidente que la respuesta represiva estuvo
muy lejos de la dureza con que se enfrentó el alzamiento popular de mayo/junio
del 2020 tras el asesinato policial de George Floyd. Incluso se ha detectado la
presencia activa de policías y militares
en el asalto al Capitolio, algunos de los cuales han sido detenidos por su
participación.
Un detalle llamativo de los acontecimientos en EE.UU. es que
la violencia directa de agentes del Estado sólo causó una de las muertes de
manifestantes pro Trump: la ex militar Ashli Babbitt, que recibió un disparo en
el cuello mientras intentaba ingresar por la fuerza a una habitación donde estaban
escondidos y protegidos algunos congresistas. Otro de los muertos se
electrocutó los genitales con una pistola taser que llevaba escondida y que se le
activó mientras procedía a robarse un
cuadro, causándole un infarto fulminante. Y una mujer murió aplastada por la
multitud, mientras portaba la bandera de Gadsden, emblema de los libertarios de
derecha, muy popular hoy en día en la franja del 22%, que contiene la imagen de una serpiente
diciendo “No me aplasten”. La ironía puede llegar a ser muy irónica.
Pero además de esos cuatro civiles murió un policía que fue
golpeado en la cabeza con un extintor, lo cual resulta muy significativo puesto
que los trumpistas respondieron al movimiento Black Lives Matter levantando la consigna de Blue Lives Matter, en alusión a los uniformes azules de la policía
norteamericana.
En Chile no se ha apreciado hasta ahora que la ultraderecha
choque en las calles con la policía. Más bien todo lo contrario: basta
contrastar las imágenes de la hija de Camilo Catrillanca, que en el día en que
cumplía 7 años y se dictaba el veredicto contra los ex carabineros que mataron
a su padre por la espalda fue reducida violentamente por personal de la PDI,
con las imágenes de la amable detención del connotado neonazi venezolano
Roberto Belmar luego de irrumpir el 13 de enero con una pistola de balines
disparando a personas que se manifestaban por la libertad de los presos
políticos de la revuelta.
Belmar, que fue por lana y salió trasquilado, no fue reducido
con violencia ni siquiera por el hecho de tener un arma en la mano. Todo lo
contrario: Carabineros fue clave en evitar que fuera agredido por los
manifestantes. Y por increíble que parezca para una persona que ya estaba
siendo procesada por agresiones cometidas junto al líder de “Capitalismo
Revolucionario” (Sebastián Izquierdo, que por cierto es trumpista al punto de
tener una foto del mandatario gringo en su perfil de redes sociales), una vez
más el Ministerio Público y el Poder Judicial evitaron enviarlo a prisión
preventiva, encuadrando su agresión en la figura de “desorden público” y dejándolo
sólo con firma mensual y arraigo nacional. De seguro la respuesta sería muy
distinta si quien dispara balines fuera un joven mapuche o manifestante de
primera línea, pero esto es justicia de clase: el imputado no sólo es fascista
sino que vive en Las Condes.
Tan preocupante como la ineficacia de la respuesta judicial
ante este tipo de violencia organizada y planificada resultan hechos tales como
la evidencia gráfica de que el grupo fascista que atacó a los manifestantes en
Paseo Ahumada salió desde las vallas de contención de La Moneda, con rostros
cubiertos, ropa de camuflaje, y haciendo el saludo nazi. Todo ella ante la
vista y paciencia de numerosos Carabineros y sus cámaras de vigilancia que abundan
en todo ese sector de la ciudad.
En este punto cabe preguntarse qué es y qué rasgos representa
esta reaparición de grupos de clara inspiración fascista en nuestras sociedades
en pleno siglo XXI.
El italiano Enzo Traverso al analizar las nuevas derechas
extremistas que han surgido en varios países dice que “en el plano ideológico
ya no hay una continuidad visible suya con el fascismo clásico”, y que “no
podemos pasar por alto esta matriz fascista, sin la cual no existirían, pero
también debemos tener en cuenta su evolución porque se han transformado”, hasta
llegar a caracterizarse por “su contenido ideológico fluctuante, inestable, a
menudo contradictorio, en el cual se mezclan filosofías políticas antinómicas”
(Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha, Buenos Aires, Siglo XXI, págs.
18-19).
En el caso de este “post-fascismo” criollo es evidente que se
han mezclado las nostalgias por el fascismo tradicional (“avanti il fascismo” proclamaba Belmar en su redes hasta hace poco),
con el pinochetismo militar y/o neoliberal, recibiendo esta última variedad
todo un nuevo impulso con la aparición de corrientes “libertarias” e incluso
“anarco-capitalistas”, además de grupos nacional-católicos como la
autodenominada Vanguardia Nacional y
Popular.
Tal vez la mejor muestra del carácter amorfo e incoherente de
este neo/post-fascismo son las oscilaciones ideológicas del “pensamiento” de
Sebastián Izquierdo: nieto e hijo de nacionalistas de extrema derecha, ha
pasado en poco tiempo de ser un ultraliberal a defender una curiosa forma de
conservadurismo con tintes mesiánicos que últimamente reniega de la modernidad
en bloque para defender lo que denomina un “capitalismo feudal” (sic). En el
símbolo de su grupo conviven los colores negro/amarillo de los libertarios de
derecha con un cóndor que de seguro homenajea a la secta nazi “Los Cóndores”
liderada por su abuelo Guillermo, y en que se destacan dentro de la palabra
“revolucionario” las letras “evol”: “love” invertido, como en las campañas
presidenciales del libertario ultraconservador gringo Ron Paul. Todo un
pastiche posmoderno.
Esta verdadera “bolsa de gatos” ideológica no debería
sorprender en un movimiento que siempre se ha caracterizo por sus componentes
irracionales. (Un panorama de estas nuevas tendencias en Chile lo ofrece el
libro colectivo “Nueva derecha”, editado por el Centro de Estudios Libertarios
y Ciudadano Austral, con prólogo de Agustín Laje y reseñas de Axel Kaiser, y
que incluye una detallada entrevista a José Antonio Kast. Ver: https://www.elbaquedano.com/noticias-blog/libro-nueva-derecha-se-posiciona-como-referente-para-el-nuevo-movimiento-patriota).
Ya en su momento al analizar la propaganda fascista alemana y
norteamericana Adorno y Horkheimer decían que no deberíamos sobrevalorar las
aparentes diferencias entre los “nazis declarados” y quienes “intentan mantener
un aire de respetabilidad y niegan ser antisemitas”, o entre los que
“interpretan el papel de conservadores cristianos algo chapados a la antigua y
amantes de los placeres hogareños” y “los que, siguiendo una versión más
moderna y eficiente, apelan sobre todo a los jóvenes y en ocasiones pretenden
ser revolucionarios”. Según ellos, “más que a auténticas diferencias, nos
enfrentamos a una división del trabajo” (“La teoría freudiana y los esquemas de
la propaganda fascista”. Incluido en Theodor Adorno, Ensayos sobre la
propaganda fascista. Psicoanálisis del antisemitismo, Buenos Aires, Paradiso,
2005, pág. 21-51 ).
La prueba del relativo éxito de esta división del trabajo en
su versión actual se puede apreciar en el hecho de que Trump, un
multimillonario, logró gran parte de su popularidad al erigirse en defensor cristiano
de la clase obrera blanca norteamericana, golpeada por la crisis económica y el
proceso de desindustrialización. Sus seguidores, que más que a las camisas
negras de Mussolini se parecen a una mezcla de personajes sacados de la serie
“Vikingos” o el programa “Jackass”, son la “white trash” que haciendo gala de
un acérrimo anti-intelectualismo está dispuesta a enfrentarse a lo que sea con
tal de proclamarlo Emperador (Que es lo que defiende la delirante teoría QAnon).
Pero si en el 2016 Traverso decía que “en verdad, detrás de
Trump no hay un movimiento fascista” y que no era “el jefe de un movimiento de
masas” sino “una estrella de las pantallas de televisión, en el 2021 eso ya no
parece ser tan así. Cuando en el debate con Biden se negó a condenar la
violencia callejera de la extrema derecha instruyó expresamente a los Proud Boys (cuyo líder, el “empresario”
cubano Enrique Tarrío, al igual que Sebastián Izquierdo vive de donaciones y
aún depende de sus padres) que estuvieran preparados para defender su
“triunfo”. La consecuencia de esa arenga se expresó el 6 de enero en el
Capitolio, y no sabemos en qué otros actos se expresará de ahora en adelante. Si
hace un siglo se decía que el fascismo realiza una caricatura de revolución
proletaria, hoy en día en EE.UU. realizan un remedo de insurrección.
Creo que el verdadero peligro de estos grupos está por un
lado en la relación de abierta connivencia con la policía y el ejército. No
olvidemos que el año pasado fue condenado por varios delitos de tortura Francisco
Arzola, un oficial de Carabineros que les decía a sus víctimas que se iban a
acordar de él, porque era “el paco nazi”, y que en diversas ocasiones se ha
podido comprobar una muy buena relación entre grupos neofascistas y policías,
que comparten un ideario simplista de limpieza de las calles mediante
“barridas” y ataques a quienes perciben como marginales y/o delincuentes,
“tercerizando” así la labor represiva oficial.
Consideremos un dato escalofriante: según cifras dadas a conocer por la Corte Suprema hay sólo 11 agentes del Estado en “prisión preventiva” por delitos asociados a la represión del estallido social, la que por lo demás no se cumple en cárceles sino que en recintos policiales o militares. Y además han habido 9 extremistas de derecha presos: el pistolero de Reñaca, John Cobin, ya condenado a 11 años de cárcel, y los 8 integrantes de Aún Tenemos Patria (uno de los grupos integrante de la Vanguardia) que quedaron en prisión preventiva porque amenazaron a la fiscal Chong. El último dato es relevante: no se ha aplicado prisión preventiva a quienes como Izquierdo y Belmar se han organizado para atacar personas, sino que a quienes se atrevieron a desafiar al Ministerio Público ¡y después de unas pocas semanas en prisión preventiva ¡a 7 de ellos se les cambió la medida cautelar por arresto domiciliario total!
(Cuando fueron formalizados Izquierdo y Belmar no se invocó
el delito de asociación ilícita, a pesar de que en su argumentación la Fiscalía
dijo que: “"Estamos en presencia de una agrupación que se organiza a
efectos de acometer en contra de personas que piensan distinto. Se han provisto
de elementos, han solicitado fondos, se han provisto de elementos precisamente
para, frente a cualquier manifestación en contrario, hacer uso de aquello.
Estimamos que en un estado democrático, no podemos permitir que bajo pretexto
de ciertas ideas, se organicen grupos para causar lesiones").
Pero más peligroso que todo eso resulta que el Partido
Republicano de Kast, abiertamente pinochetista y xenófobo, haya sido integrado
a la lista de Chile Vamos, con lo cual se ha legitimado explícitamente su
posición post-fascista como una opción totalmente válida dentro del espectro
político actual.
Esa validación política, unida a la falta de una respuesta
judicial adecuada y proporcional a su peligrosidad, podrían incrementar considerablemente
los niveles de violencia en las calles a partir de ahora.
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