jueves, mayo 13, 2021
DESTRUYENDO MITOS: ACERCA DEL SUPUESTO PROTAGONISMO “NARCO” EN EL ESTALLIDO SOCIAL
(Mapa de saqueos en la Región Metropolitana durante el "estallido social". Fuente: SOSAFE)
Hace relativamente poco tiempo me di el trabajo de ver en Netflix
la excelente serie chilena “El reemplazante”, adecuado retrato de la educación “particular
subvencionada” en un Liceo de la periferia metropolitana, y que por obra y
gracia del sistema de financiamiento a la cultura en Chile en su momento fue
transmitida por TVN pero sólo alcanzó a tener dos temporadas.
Una parte de la Segunda Temporada me pareció particularmente
bien lograda: cuando muestran que los narcotraficantes que operan en las
inmediaciones y al interior del Liceo ven con muy malos ojos la inminente posibilidad
de movilizaciones estudiantiles, tales como marchas y tomas, pues atraen formas
intensas de acción policial que les dificultan la buena marcha habitual del
negocio. En consecuencia, hacen todo lo que pueden por evitar o boicotear las
protestas.
Cosa muy distinta es lo que creen ciertos sectores de la
elite chilena, a través de sus portavoces intelectuales, que desde los inicios
de la rebelión de octubre de 2019 y hasta hace poco han pontificado largamente acerca
de cómo una de las “siete cabezas” del estallido (o “kabezas”, como las
denomina el urbanista Poduje en un laureado ensayo (1))
la aportó el narcotráfico de las poblaciones o “barrios críticos”, que habrían
visto en este momento de anarquía una oportunidad inmejorable de incrementar
sus operaciones.
En una versión incluso más audaz, el profesor Waissbluth
sostuvo desde diversas columnas que la veta “antipolicial” de los narcos los
habría motivado a una alianza con los anarquistas, enemigos naturales de las
policías, y en base a este objetivo común se habría generado una combustiva
amalgama, dando carne al nuevo sujeto peligroso de nuestro tiempo: la bicéfala
entidad del lumpen “anarco/narco”.
Así, en una desesperada columna publicada el 25 de noviembre, el experto en educación
afirmaba –no sabemos en base a qué fuentes, pues no las señala- que “la mayoría
de los violentistas están o estuvieron en la educación pública. Sus niveles de
violencia, que continúan en la quinta semana de la explosión, son inusitados,
aberrantes, ciegos, nihilistas, destruyen lo que se les ponga por delante”.
Hilando un poco más fino llega a decir que “este pequeño pero
muy potente ejército de violentistas, tal vez unos 10 mil, no son lo mismo que
el muy pequeño grupo de anarquistas, unos 50 o 100, cuyos propósitos son muy
diferentes, así como sus compinches narcos y de barras bravas, que a su vez
también incluyen a narcos y anarcos. El
núcleo más turbio de la sociedad” (2).
Esta “guerra narcoanarquista” se inició según Waissbluth en “una
secuencia coordinada de atentados que por su magnitud pasará a la historia
mundial del anarquismo. Tan solo las 57 estaciones de Metro, de las cuales las
primeras siete fueron simultáneas, son suficientes para la medalla de oro
olímpica. No ha habido nada parecido en magnitud por muchas décadas, en el
mundo”. Y por supuesto que, a diez días del 15 de noviembre, el profesor nos
advierte que a “los narcoanarquistas los pactos sociales o constitucionales no
les interesan, todo lo contrario, les complican su negocio” (3).
Esta “teoría” no fue sostenida sólo por Waissbluth, sino que
es parte medular de las declaraciones de guerra hechas por Piñera y su
gobierno, y también integra las diversas versiones conspirativas con que la
vieja y la nueva extrema derecha intentan explicarse qué pasó en Chile el
18 de octubre de 2019.
Una investigación publicada en CIPER en el mes de marzo da
cuenta de las dos principales versiones de las “teorías del complot” en la
explicación del estallido: la “teoría
de la agitación”, que responsabilizó como promotores del sabotaje a regímenes
extranjeros de izquierda, cantantes e incluso fans del pop coreano o K-POP- y la
“teoría del lumpen”, que “puso el foco en los anarquistas y narcotraficantes y
su intención de erosionar el Estado de derecho” (4).
Según Dammert y Sazo, de acuerdo a
la “teoría del lumpen” “para ambos grupos, el gobierno de Piñera habría sido un
objetivo de desestabilización particularmente atractivo. En el caso de
los anarquistas, Piñera representaba el establishment y la defensa del statu
quo (…) Para los narcotraficantes, el gobierno de Piñera encarnaba un obstáculo
para el desarrollo de su mercado ilegal. Este argumento encontraba fundamento
en el discurso de mano dura que Piñera desplegó en la campaña presidencial de
2017”. Entonces, “al tener un enemigo político compartido, los grupos anarquistas
y narcotraficantes habrían establecido una forma avanzada de colaboración”,
cuyo objetivo central habría sido “facilitar
las condiciones para la ocurrencia de disturbios a gran escala en todo el país”.
En esta alianza operaría una especie de división del trabajo: “Si los grupos
antisistema estaban a cargo de crear desórdenes y barricadas en las zonas
urbanas, los narcotraficantes se habrían dedicado al saqueo de supermercados y
al ataque de sedes policiales y estaciones de metro en las zonas periféricas” (5).
“Nada más práctico que una buena
teoría” decían por ahí. Y nada más inútil para una adecuada conservación del
orden que estas “construcciones teóricas” basadas en generalizaciones propias
de ciencia social de baja calidad mezcladas con prejuicios y temores de clase.
En efecto: en los momentos álgidos de la calurosa primavera del 2019 quedó
claro que la falta de comprensión de lo que estaba en verdad ocurriendo, unida
a una gestión menos que mediocre de los medios de control represivo a
disposición del Poder fue un poderoso acelerante para que varias chispas
terminaran incendiando la pradera.
Pues bien, volvamos al otoño de 2021: tenemos malas noticias
para la versión “narco/anarco” de estas teorías del complot, las que nos llegan
tras analizar el Informe 2020 del Observatorio
del Narcotráfico de la Fiscalía de Chile (6).
En primer lugar, porque del total de 24.940 personas
detenidas por delitos de robo, hurto, receptación y desórdenes públicos durante
los primeros 40 días del estallido sólo el 10% (2431) de ellas tenían
antecedentes por infracción a la Ley de Drogas. La cifra adquiere más sentido
si consideramos que en los 40 días previos el 18% de los detenidos por esos delitos
tenía antecedentes por Ley de Drogas (780 personas).
Más interesante que eso, el Informe de cuenta de que “consultadas las jefaturas policiales de las
unidades especializadas en drogas de ambas policías en la Región Metropolitana,
sobre la existencia de indicios en las escuchas de interceptaciones
telefónicas, que pudieran señalar la participación de organizaciones para el
narcotráfico en los saqueos, respondieron categóricamente que no existían.
Ello no se contrapone con lo señalado por Carabineros de Chile, en el sentido
que existió una presencia narco numerosa en los saqueos, ya que efectivamente
la cifra absoluta de detenidos en el país por este delito y con antecedentes
por infracción a la Ley de Drogas en saqueos, en los 40 días anteriores al
estallido, y los 40 posteriores, en el país, es ostensiblemente superior: de 780
imputados, se pasó a 2.431” (7).
Pese a ese incremento numérico, pero no proporcional, el
Informe es enfático: “De lo anterior, es posible concluir, que, si bien pueden existir casos de
organizaciones para el narcotráfico que participaron como tales en los saqueos
durante el estallido social, no hay antecedentes suficientes para afirmar que
su participación fue masiva ni sostenida en el tiempo y probablemente reducida
a sus eslabones menores, como lo señaló el Fiscal Nacional en su momento, donde
la oportunidad de lucrar con la reducción de bienes de alto costo, les
representaba una utilidad similar e incluso superior, que la venta habitual de
unas pocas dosis de droga” (8).
Otra de las conclusiones más destacables a efectos de
comprender lo que en realidad ocurrió en el llamado “estallido social”, un
proceso social tan rico y complejo en cuyo análisis podríamos pasar varios años
más, es que la tan asumida relación entre la práctica de los saqueos y los
“barrios críticos” tampoco se confirma según los datos recopilados:
“Un mapa obtenido desde la plataforma SOSAFE (https://www.google.com/maps/d/u/0/viewer?mid=1QiyBfBytdx0bobo0YrwXNniwpxrRc7sC&ll%20=-33.49888802184857%2C-70.74625592918824&z=16&ll=-29.900348672197445%2C-71.62797968726301 ), que georreferencia las denuncias
por saqueos durante el estallido social, nos permite apreciar que estos actos
delictuales no siguieron un patrón determinado, menos de cercanía a barrios
críticos, los que por cierto también abarcan. Simplemente se expandieron por todo Santiago” (9).
El gráfico que se exhibe en la página 204 es impresionante:
los puntos que señalan saqueos se aprecian por todo el mapa de Santiago
formando grandes manchas rojas en prácticamente todas sus comunas. De todos
modos, la Fiscalía no niega la relación entre saqueos y algunos “barrios
críticos” como en la Plaza Puente Alto y la Estación Intermodal la Cisterna,
pero descarta en principio que ello sea un eje esencial en el despliegue
territorial de los saqueos, ni tampoco una hipótesis explicativa de su
ocurrencia”.
Terminando de destruir los delirios bélicos del señor
Waissbluth, el Informe de la Fiscalía desmiente también la relación entre
protestas violentas y el “poder de fuego” que según muchos expertos destacan
sería suministrado por los narcos en fechas clave como el 11 de septiembre o el
Día del Joven Combatiente (29 de marzo). Durante el “estallido”, esto
derechamente no ocurrió:
“¿Por qué no hay evidencia de que ello sucediera durante el
estallido social? Es muy poco probable un compromiso a mayor escala por parte
del narcotráfico, especialmente desde sus organizaciones, puesto que al narcotraficante un escenario de
estallido social, le dificulta la venta de drogas, escenario donde las calles
de vuelven un espacio incierto, y hemos visto que siempre existe una
preocupación de parte de estos delincuentes, de “pacificar” los territorios que
dominan, para facilitar la venta de drogas. Un escenario de estallido social
incluso limita la posesión de dinero efectivo, esencial para concretar
cualquier transacción de drogas. Ello no niega la participación, aunque
proporcionalmente disminuida, como demuestran las estadísticas, de los
eslabones menores del narcotráfico donde algunos microtraficantes aprovecharon
una oportunidad de lucrar participando en los saqueos durante el estallido
social, pero ello está muy lejos de representar una voluntad de enfrentamiento
con las fuerzas del orden”.
Es decir que hasta acá tenemos la confirmación de que en la
serie “El reemplazante” saben (y enseñan) más de urbanismo, criminología,
subculturas y economía política que varios expertos juntos. Pero en fin, no nos
ensañemos con ellos ahora pues es evidente que en aquellos días y semanas la
potencia multiforme del pueblo en las calles destituyendo al antiguo régimen los
tenía profundamente estresados y muy asustados” (10=.
NOTAS:
1.- https://sietekabezas.cl/ Este asesor de Piñera es tan
“creativo” en su “Crónica Urbana del Estallido Social” (Uqbar, 2020) que señala
sin arrugarse que “los ataques fueron muy violentos y no respetaron credos ni
ideologías. Se dirigieron por igual a supermercados y almacenes de barrio. A
monumentos a conquistadores y también a memoriales de detenidos
desaparecidos". O sea que para él las acciones de la policía y los grupos fascistas
son también equiparables e imputables a la revuelta en sí misma. Curiosa teoría
de la violencia.
2.- https://www.elmostrador.cl/destacado/2019/11/25/violencia-y-violentistas-al-borde-del-precipicio/
3.- Ibíd.
4.- Lucía Dammert y Diego Sazo, https://www.ciperchile.cl/2021/03/20/la-teoria-del-complot-en-el-estallido-chileno-un-examen-critico/
Se trata de una columna basada en el
artículo «Scapegoats of the 2019 Chilean Riots: From Foreign Intervention to
Riff-Raff Involvement», publicado en SAIS Review of International Affairs
40(2): 121-35.
5.- Ibíd.
7.- Fiscalía
de Chile, Informe 2020 del Observatorio del Narcotráfico, pág. 203.
8.- Ibíd. Los destacados son míos.
9.- Ibíd., págs. 203-204.
10.- Mario Waissbluth terminaba su columna en tono mesiánico sosteniendo que: “La
guerra no es contra los ciudadanos indignados, es contra los narcoanarquistas, armados y temerarios que no solo amenazan la
seguridad e integridad de la nación, sino que están a punto de tomársela, con
17 millones de rehenes adentro. Si
no hacemos todo esto, el escenario más probable es que los militares terminen
haciéndolo igual, muy pronto y sin nuestro permiso, con un baño de sangre,
y que la democracia se nos vaya al demonio por mucho tiempo. Es lo que espera
el 10-20 por ciento de pinochetistas del país. Los más viejos lo sabemos. Jamás
imaginé escribir esto siendo yo mismo exiliado por Pinochet durante 14 años.
Lloro al terminar esta columna. Fúnenme ahora”.
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