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jueves, agosto 26, 2021

Fascismo contra la democracia y fascismo en la democracia 

 


En una conocida conferencia de Theodor Adorno en 1959, ante un Consejo coordinador de trabajos entre cristianos y judíos, traducida en la versión que tengo como “¿Qué significa renovar el pasado?”, el “teórico crítico” de Frankfurt en su característico y sombrío estilo constata que “el nacionalsocialismo subsiste, y hasta hoy no sabemos si sólo como un espectro de la monstruosidad pasada, que no ha conseguido desaparecer de por sí, o que no ha muerto aún; o si permanece en los hombres como una disposición a lo indecible, y en las relaciones que provoca”.

Acto seguido, introduce una distinción muy importante cuando dice a su público que no se va a referir ahí a “la cuestión de las organizaciones neonazis”, pues considera que “la persistencia del nacionalsocialismo en la democracia es potencialmente más peligrosa que la subsistencia de tendencias fascistas contra la democracia. Los cambios subterráneos indican algo objetivo; de ahí solamente que, al serles favorables las circunstancias, retornen figuras ambiguas”.

Palabra de Teddy. Ahora, analicemos el fragmento, conscientes de que la traducción de Roberto J. Vernengo no ayuda mucho (y por desgracia no tenemos a mano otras como la de Jorge Navarro, que lo tituló como “¿Qué significa elaborar el pasado?”). 

El profesor Adorno señala, a década y media del fin de la segunda guerra mundial y la proclamada “derrota del fascismo/nazismo”, que éste (el nacionalsocialismo en Alemania) no ha muerto, sino que ha pasado a un plano más bien subterráneo, desde el cual, llegado el momento podría resurgir…Desde 1959 y hasta ahora, terminada la guerra fría con la “caída del muro de Berlín” en 1989 y tras el atentado a las torres gemelas que marcó la entrada al nuevo milenio, gran parte de la atención de los “antifascistas” se ha centrado en qué expresiones subterráneas de  nazi-fascismo existen, el grado de peligro que revisten, y qué posibilidad tienen de volver a desarrollarse como fenómenos de masas.

Pero Adorno destaca otro elemento que apunta a una veta muy diferente de análisis: no el fascismo organizado en torno a los grupos y partidos “neonazis” (que han obsesionado el imaginario “antifa” por décadas), sino a los elementos propios del fascismo que subsisten en, o dentro de, las democracias contemporáneas. Es decir, formas en que la propia institucionalidad democrática de los países que supuestamente vencieron o superaron al fascismo, sigue siendo fascistoide. Es un tema del que en Chile se ha hablado bastante, en el entendido de que el grueso de la izquierda no cuestiona la caracterización de la dictadura de Pinochet como “fascista”, y por ende señala a todo vestigio de la misma en la institucionalidad aún vigente como parte del “legado fascista” de la dictadura. En todo caso, creo que la distinción que hace Adorno invita también a ir más allá de eso e identificar las formas de inspiración propiamente “fascista” que adopta el Estado/Capital hoy en día, a través de su aparato represivo y figuras “legales” como el estado de excepción y/o los controles preventivos de identidad.

Fascismo social, político y cultural

En otra conferencia de 1967, esta vez ante estudiantes socialistas en Viena, Adorno profundiza sus distinciones hablando de un fascismo político y un fascismo social.  Lo que convoca su reflexión en esa ocasión es el relativo auge electoral que tuvo a partir de 1966 el Partido Nacional-demócrata de Alemania (NPD), aún existente y calificado como “el mayor partido nazi posterior a 1945”, fundado en 1964 sobre la base del partido del Imperio Alemán. Esta interesantísima conferencia ha sido editada muy recientemente bajo el título “Rasgos del nuevo radicalismo de derecha” (edición alemana del 2019 y española del 2020).

Adorno dice, recordando su conferencia de 1959, que “el potencial de semejante radicalismo, que por entonces todavía no era visible en realidad, se explica por el hecho de que en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo”, condiciones que “a pesar del fracaso [de los movimientos fascistas] siguen vivas en todo momento en la sociedad, aunque no directamente en la política”.   

Aunque los movimientos fascistas en principio “no son más que técnicas de poder y de ningún modo parten de una teoría elaborada”, Adorno dice que “no deberíamos subestimar estos movimientos por su ínfimo nivel intelectual ni por su falta de teorización”, y que “sería una enorme falta de visión política pensar por eso que no van a tener éxito”. 

Al analizar la ideología del NPD, Adorno destaca que consiste básicamente en refritos de la vieja ideología nazi, pero expresada en un contexto en que ésta y el antisemitismo han sido formalmente ilegalizados, por lo cual esos elementos se disimulan y el discurso se recicla en “europeísmo” y “antiamericanismo”. Además, ahora en este tipo de grupos “se invoca siempre la verdadera democracia y se tacha a los demás de antidemocráticos”.

Adorno insiste en que “en el fascismo no hubo nunca una teoría realmente elaborada, que siempre se sobreentendió que todo dependía del poder, de un ejercicio del dominio absoluto carente, en definitiva, de concepto”, y esto es lo que “ideológicamente, ha conferido también con toda naturalidad a estos movimientos la flexibilidad que tan a menudo puede observarse en ellos”. Junto con ello, llama a tener en cuenta que en estas ideologías no todos los elementos son sencillamente falsos, sino que en ellas “lo verdadero entra al servicio de una ideología falsa”. Por eso “la hazaña de la resistencia en contra de ella consiste esencialmente en criticar el abuso que hace incluso de la verdad en beneficio de la falsedad y en defenderse de ello”.

De acuerdo a esta visión, lo que debiera ocuparnos es el análisis de los elementos ideológicos presentes a nivel social y que pudieran utilizarse y prestarse para un exitoso paso del fascismo social al plano político, tal cual se ha apreciado en el pasado y en los movimientos y experiencias “posfascistas” más exitosas del siglo XXI.

Sólo cabría preguntarse si resulta necesario agregar también al análisis de las dimensiones sociales y políticas del fascismo/posfascismo una dimensión propiamente cultural, en la que por una parte y como ya he señalado apreciamos un muy expansivo “uso cultural” del concepto de fascismo, ya casi disociado del “fascismo histórico”.

Por otra parte, es precisamente en el plano cultural donde se pueden detectar fenómenos, signos y elementos relevantes para un potencial tránsito del fascismo social al político, y donde también -como advierte Stefanoni, que curiosamente trabaja para la Fundación Friedrich Ebert- la hegemonía de lo “políticamente correcto” tiende a generar una reacción de “fascistización” que facilita a la nueva extrema derecha presentarse como “rebelde” e incluso “antisistema” (característica que comparte con el fascismo histórico y la diferencia de la derecha tradicional meramente reaccionaria o conservadora).

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