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lunes, septiembre 20, 2021

El "arcaísmo técnicamente equipado"/El "fascismo neoliberal" 

 


El “arcaísmo técnicamente equipado”

En “La sociedad del espectáculo” el situacionista Guy Debord dedica una sola tesis (la 109) al fascismo. Ahí señala que entre las dos guerras “el movimiento obrero revolucionario fue aniquilado por la acción conjugada de la burocracia estalinista y del totalitarismo fascista, que había adoptado la forma de organización del partido totalitario experimentado en Rusia”.

Un claro ejemplo de la decisiva acción conjunta de ambas fuerzas contra-revolucionarias fue España en 1936, aunque por supuesto la mitología “antifascista” de la izquierda autoritaria señale otra cosa, pues prefieren verse a sí mismos como enemigos acérrimos del fascismo. 

Pero más allá de las evidentes semejanzas que arroja un paralelo entre estalinismo y fascismo, al que varios se han referido desde posiciones revolucionarias antiautoritarias (desde Wilhelm Reich y Otto Rühle -que identificaban un “fascismo rojo”- a Paul Mattick –que en 1937 denunciaba el horroroso laboratorio que el “fascismo de Moscú” había montado en España, poco antes de los “procesos de Moscú”- y Freddy Perlman –que en “El persistente atractivo del nacionalismo” postula a Mussolini, Mao y Hitler como herederos de Lenin y Stalin-), no se trata exactamente de lo mismo, aunque sean fuerzas que se modelaron al mismo tiempo y se influenciaban recíprocamente en su división del trabajo. Otros como Emilio Gentile han señalado que la etiqueta “totalitarismo” tiende a ocultar las enormes diferencias que hubo en el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, y el estalinismo ruso.

Debord define al fascismo como “la defensa extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la subversión proletaria, el estado de sitio en la sociedad capitalista”. Sin ser fundamentalmente ideológico, el fascismo es “una resurrección violenta del mito que exige la participación de una comunidad definida por seudo-valores arcaicos: la raza, la sangre, el jefe”.  Es el “arcaísmo técnicamente equipado”, que “se alza en defensa de los principales aspectos de la ideología burguesa convertida en conservadora (la familia, la propiedad, el orden moral, la nación) reuniendo a la pequeña burguesía y a los parados aterrados por la crisis o desilusionados por la impotencia de la revolución socialista”. Este último factor es clave: en efecto, no hubo fascismo antes de entrar en la época de las revoluciones sociales modernas, el fascismo es una reacción defensiva extrema ante el “primer asalto proletario contra la sociedad de clases”.

Debord destaca que el fascismo resulta necesario a esta sociedad, a la que salva aplicando “una primera racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al Estado en su gestión”, lo cual ocurre antes que en occidente las democracias liberales se vieran a obligadas a transformarse en Estado social o del “Bienestar”. Pero la alternativa es tan costosa que a la larga resulta irracional: “como el fascismo resulta ser también la forma más costosa del mantenimiento del orden capitalista, debió abandonar normalmente el primer plano de la escena que ocupan las grandes representaciones de los Estados capitalistas, eliminado por formas más racionales y más fuertes de este orden”.

Por otro lado, Debord también ve que el fascismo permanece, pero no exactamente en el mismo sentido que indica Adorno. El fascismo, una vez que ya ha abandonado el centro de la escena, queda en cierta forma subsumido en la noción debordiana de espectáculo, puesto que sería “uno de los factores en la formación del espectáculo moderno”, porque “su participación en la destrucción del antiguo movimiento obrero hace de él una de las potencias fundadoras de la sociedad presente”. Su sucedáneo degradado del mito “es retomado en el contexto espectacular de los medios de condicionamiento e ilusión más modernos”, lo cual por una parte liga este análisis con lo que Adorno y Horkheimer llamaron “industria cultural”, a la que muchos reducen esencialmente la noción de “espectáculo”, al punto que Lazzarato alguna vez se vio motivado a aclarar que esta noción no es una descripción sociológica de “un aspecto particular de la sociedad (los media y el público), sino que define la subordinación de todo lo real al capital”.

Por otro lado, habría que observar que para los situacionistas también otros movimientos o fenómenos surgidos en fases previas del desarrollo histórico habían sido integrados o subsumidos en el espectáculo, como fue el caso del surrealismo, del que ya a fines de los 50 afirmaban que “ha triunfado en el marco de un mundo que no ha sido transformado esencialmente”. Este “amarga victoria” se vuelve en contra de sus iniciales pretensiones de destrucción del orden social dominante, y el retraso en la acción revolucionaria de las masas “al tiempo que mantiene y agrava las impotencias de la creación cultural, mantiene la actualidad del surrealismo y favorece múltiples repeticiones degradadas de él”.

 El “fascismo neoliberal”

La idea de un nivel de “fascistización” incorporada de manera estructural al sistema de dominación actual es bastante visible en cierta zona de la crítica radical y en la reflexión académica avanzada.

Obviamente, para esta perspectiva el fascismo no está acotado a su expresión histórica de entreguerras: es parte de la vida cotidiana en la “posmodernidad”, el “capitalismo tardío”,  el “espectáculo” o el “neoliberalismo”, expresiones que desde distintas vertientes (cultural, política, económica, etc.) vienen a definir más o menos lo mismo: la sociedad capitalista que ya ha alcanzado la fase que Marx llamaba de “subsunción real” (de toda la sociedad y la vida en la lógica de producción/reproducción del capital).

Sergio Villalobos-Ruminott publicó durante el 2020 el libro “Asedios al fascismo”, título que según cuenta “intenta describir una formación rizomática de combates y empalizadas, independientes unas de otras, aunque todas orientadas, activamente y sin reparos, a cuestionar las diversas manifestaciones del fascismo contemporáneo”. Pues para él, tal como en Hobbes la base del Derecho es el temor a la muerte violenta, “esa tensión básica por darle forma a la vida, sin poder evitar, en esa misma formación, despotenciarla, es lo que define la continuidad insospechada entre los fascismos históricos, como aquellos encarnados en la figura de Josef Mengele o en la arquitectura monumental de Auschwitz, y aquellos que proliferan en los discursos del ministerio de salud pública o en la oficina de inmigración de cualquier país, hoy en día”. El libro se subtitula “Del gobierno neoliberal a la revuelta popular”, porque contiene dos polos: “por un lado, las mutaciones históricas del fascismo; por el otro, el conatus de la existencia expresado en la rebeldía y la revuelta”, o dicho de otro modo, “la tensión entre la perseverancia de ser y las dinámicas del poder”.

Su visión es expresada claramente en el primer texto, donde describe al “fascismo neoliberal”. Con base en Guattari, el autor considera que ha operado una metamorfosis del fascismo histórico, de la cual ha surgido un “neofascismo” que se expresa de un modo menos costoso que en su forma previa. Si el neoliberalismo es la “organización de los cuerpos basada en un principio de productividad”, este neofascismo “suplementa ese principio mediante lógicas de autocontrol y vigilancia mutua que resultan más económicas que la burocracia estatal y represiva del fascismo tradicional”.

Si el fascismo histórico “surgió de la decadencia experimentada por la democracia liberal en el contexto de reconfiguración del capitalismo imperial clásico”, el fascismo neoliberal forma parte del contexto represivo posterior a 1968, y “no puede ser explicado sin atender a la reconfiguración del patrón de acumulación gracias al proceso de globalización contemporáneo, flexible y planetariamente integrado”.

La metamorfosis del fascismo lo llevaría a operar no tanto en el plano “superestructural” sino que a nivel molecular, y desde ahí intenta “controlar la existencia social, dándole forma y organización”: “La xenofobia, la homofobia, las retóricas identitarias y securitarias, la masculinidad tóxica y el patriarcalismo funcional (el capacitismo), las retóricas del éxito y la auto-realización, el anti-islamismo y la redefinición del conflicto central en términos monumentales (Occidente vs Oriente), junto a una serie de políticas anexas, sobre inseminación artificial, cultivo de células madres, tratamiento epidemiológico de enfermedades asociadas con ciertos grupos o comportamientos reñidos con la norma, eugenesia y eutanasia, el aborto, e incluso el divorcio, etc.”.

Al entender que se produjo una “metamorfosis histórica del fascismo en el contexto de democracias neoliberales en crisis” Villalobos-Ruminott se separa expresamente de Enzo Traverso, que considera tales temas como parte de la problemática del “posfascismo”.

Parte importante del análisis de Villalobos-Ruminott se centra en las oposiciones tramposas que se instalan a nivel ideológico. El neoliberalismo pretende encarnar la democracia liberal, denunciando como “totalitaria” cualquier forma de intervencionismo estatal. En ese esfuerzo los neoliberales demonizan metiendo en el mismo saco al fascismo, el nacionalsocialismo, y el “comunismo” (aunque en rigor se trata más bien del estalinismo), a los que dan por históricamente superados, con lo cual se oculta “cómo el neofascismo contemporáneo es una proliferación de ‘agujeros negros’ que atrapan el deseo para hacerlo rentable”.

La ideología neoliberal se ve a sí misma como “libertaria” e incluso “anti-estatal”. Esta es la veta a partir de la cual se ha desarrollado dentro de la nueva derecha toda una corriente que se pretende “anarco-capitalista”, que ha sido tratada en cierto detalle por Pablo Stefanoni en uno de los capítulos de su libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?” (2021). Villalobos-Ruminott nos recuerda que “esta concepción liberacionista del neoliberalismo deriva, sin duda, de los presupuestos antropológicos de la Escuela Austríaca que radicaliza el individualismo posesivo del primer liberalismo histórico y lo convierte en criterio de racionalidad económica”. La misma idea es luego elaborada por la Escuela de Chicago, que tan bien conocemos en Chile, convertida en el dogma del homo economicus.  

Al identificar al neoliberalismo como una forma metamorfoseada de fascismo Villalobos-Ruminott derriba la falsa oposición entre totalitarismo y democracia liberal: el neoliberalismo “busca su fundamento en el descredito de toda intervención estatal, intenta monopolizar las críticas al totalitarismo, mientras se resiste a cualquier programa reformista que contradiga su modelo antropológico y su ingeniería social molecular”. Es precisamente ahí, “en la convergencia entre una antropología reduccionista y utilitaria y una ingeniería social individualista y optimizadora donde se hacen manifiestas las características distintivas de un tipo particular de fascismo, el fascismo neoliberal”.

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