miércoles, septiembre 15, 2021
Fascismo histórico y fascismo eterno
El “fascismo histórico”
En torno al fascismo existen varios conflictos de
interpretación. Así, mientras algunos identifican elementos básicos de la
“ideología fascista”, hay quienes han señalado que en rigor el fascismo no es
ideológico, sea porque se le considera abiertamente irracional, o porque
tendría la capacidad de ser totalmente flexible al adoptar y adaptar diversos
elementos discursivos, incluso tomándolos en préstamo de movimientos o
ideologías rivales.
Este carácter supuestamente no-ideológico del fascismo
estaría presente en sus orígenes, puesto que antes de 1919 nunca se habló de
“fascismo” sino que de “fascios”, designando así a un tipo de organizaciones
que desde fines del siglo XIX adquirieron importancia en Italia, asociaciones
obreras en el norte y sur ligadas a la izquierda popular y republicana. Así,
como señala Gentile, “el adjetivo ‘fascista’ no deriva del sustantivo
‘fascismo’, sino qu lo ha precedido, originado en el sustantivo fascio”. En ese contexto “fascista” era
sencillamente el integrante de uno de esos grupos, y consta que el adjetivo se
usó por primera vez en 1893, en ese sentido.
“Fascio” significa literalmente haz. El “haz lictorio” se
representa como la unión de un conjunto de varas de madera, atadas de manera
ritual y usadas para portar un hacha, originalmente un símbolo del poder de los
reyes etruscos, adoptado por la República romana, con 30 varas que simbolizaban
las curias de la Antigua Roma, y que eran usados por los “lictores”,
funcionarios públicos que custodiaban a los magistrados y cumplían funciones de
conservación del orden público. El haz lictorio también fue usado como símbolo
en las revoluciones francesa y norteamericana.
En su versión del siglo XX el haz lictorio pasa a ser un manojo de
espigas apretadas y unidas por el centro, símbolo de que “la unión hace la
fuerza”.
De este modo, los “fascios” modernos se constituyen como “grupos
de acción”, por fuera de los partidos políticos tradicionales, y es en ese
sentido que Mussolini –ya expulsado del Partido Socialista- empezó a usar la
expresión desde 1915, en su recién fundado periódico “Il Popolo d’Italia”,
anunciando una concentración de los Fascios di Azione Rivolucionaria
apoyando la intervención contra los imperios centrales en la primera guerra
mundial. En ese momento habló de un “movimiento fascista” consistente en estos
núcleos, fuera de “las reglas y rigideces de un partido”. Ese sería el
antecedente directo de los Fascios Italiani
di Combattimento, concentrados el 23 de marzo de 1919, dándose los
fascistas la tarea de “sabotear por todos los medios las candidaturas de los
neutralistas de todos los partidos”. En mayo del mismo año en un discurso en
Fiume, Mussolini empezó a hablar del “fascismo” que se estaría convirtiendo en
“el alma y la conciencia de la nueva democracia nacional”.
Con todo, el fascismo “diecinuevista” era aún un engendro
bastante poco definido y ecléctico, como lo prueban no sólo las arengas
“antiestatales” de Mussolini y la ausencia inicial del elemento racista, sino
el hecho de que la experiencia de la República independiente de Fiume,
encabezada por el poeta Gabriel D’Annunzio sea tan difícil de catalogar que es reivindicada
tanto por fascistas como por anarquistas. La incursión electoral del movimiento
fue decepcionante; en una lista para la Cámara de Milán en que se presentaron
junto a su jefe máximo el poeta futurista Marinetti y el músico Arturo Toscanini,
obtuvieron menos de 5 mil votos, y a fines de 1919 quedaban 37 Fascios con un
total de 870 miembros.
El movimiento es profundamente transformado y tiene un gran
auge con el movimiento “escuadrista”, una explosiva mezcla de desmovilizados de
la guerra, desertores, artistas y bohemios, que se dedicaba a “expediciones
punitivas” contra sus enemigos. En noviembre de 1921 el movimiento
originalmente proclamado como “antipartido” se constituye como Partido Nacional
Fascista, bajo la imponente forma de un partido-milicia, que logra llamar la
atención mundial, alistar a 300 mil miembros y conquistar el poder en poco menos de un año. Recién ahí tendríamos,
según Gentile, el surgimiento del “fascismo totalitario”. En 1923, luego de su
intento de golpe de Estado en Munich, los periódicos ya hablaban también de Hitler
como un “fascista”.
Excede los límites de esta presentación señalar las
similitudes y diferencias entre las versiones italiana y alemana, en caso de
que puedan ser vistos como expresiones del mismo fenómeno (el nazi/fascismo).
Lo que sí parece claro es que en ambos casos los intentos de revolución
proletaria ya habían fracasado en el momento en que estas expresiones surgen
para hacerse cargo de la crisis que el Estado liberal no podía resolver.
En Alemania la revolución de noviembre de 1918 terminó con el
Imperio dando paso a la República de Weimar. El levantamiento encabezado por
los “espartaquistas” (Luxemburgo, Liebknecht, Mehring, Zetkin) en enero de 1919
fue aplastado por el gobierno encabezado por el socialdemócrata “mayoritario” Ebert,
que junto a su camarada Noske dieron el visto bueno a la actuación de los Freikorps, literalmente “cuerpos
francos”, formados por militares monárquicos y civiles nacionalistas, que desataron
la contra-revolución en las calles, constituyendo el antecedente directo de las
“secciones de asalto” (SA) del nacionalsocialismo. Tras aplastar la
insurrección de enero, asesinando a los
líderes del recién formado Partido Comunista de Alemania, Karl Liebknecht y
Rosa Luxemburgo, ayudaron a ahogar en sangre a la efímera República de los Consejos
de Baviera.
El “antifascismo” oficial, izquierdista y democrático, suele
olvidar esos detalles. Refuerza esa amnesia el hecho de tratar al fascismo como
un mal absoluto, eterno e inevitable, en cuya aparición y consolidación las
respetables fuerzas de la democracia (liberal o social) no tendrían en
principio responsabilidad alguna.
¿Fascismo eterno?
El problema va más allá de que el concepto “fascista” haya
devenido sinónimo de reaccionario y/o autoritario. Con la intención positiva de
estar alertas frente a un posible resurgimiento, algunos intelectuales como
Umberto Eco han llegado a hablar de la
eternidad del fascismo, que siempre “puede volver de nuevo bajo las vestiduras
más inocentes” y por eso “nuestro deber es desenmascararlo y señalar con el
dedo cada una de sus nuevas formas –cada día, en cada rincón del mundo-”.
Como bien señala Gentile, esta especial y comprensible preocupación tiene el notorio y muy adverso efecto de otorgarle al fascismo el don de la inmortalidad, a diferencia de cualquier otra posición o ideología política. En efecto, a nadie se le ocurriría hablar de un liberalismo, un trotskismo, socialcristianismo o anarcosindicalismo eternos, pero gracias a la afirmación de Eco cualquier neofascista podría sentirse orgulloso de unirse a las únicas filas en que pasa directamente a formar parte del mito, la única expresión política que existiría desde siempre, trascendiendo a todos los acontecimientos, modas sociopolíticas y demás vaivenes de la historia.
El fascismo eterno…no sólo un “enemigo poderoso” sino que más bien absolutamente invencible, que existe desde y para siempre, profundamente enraizado en la naturaleza humana.
¿No será
mucho, Umberto?
Etiquetas: fascist pigs, nada mas práctico que una buena teoría, reflexión