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sábado, marzo 05, 2022

"La síntesis nazbol" (fragmento del libro Patriotas indignados) 

Para entender mejor la confrontación inter-fascista entre Rusia y la OTAN en Ucrania, va este fragmento sobre los "nazbols" (nacional-bolcheviques) rusos de los 90: unión de estalinismo y nacionalismo que es la base de apoyo del régimen de Putin. Tomado del libro "Patriotas Indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols". Francisco Veiga et al, Madrid, Alianza, 2019).



En conjunto, la Rusia postsoviética fue una avanzada en el discurso político calculadamente indefinido, de la gestualidad populista y la anulación del contenido doctrinal; y más específicamente, de la disolución de los perfiles de izquierda y derecha en la política en el caldero del omnipresente discurso nacionalista. El objetivo final de esta tendencia no era otro que el de superar el hundimiento y desintegración de la Unión Soviética reunificando los restos de una sociedad rota y frustrada bajo el manto de una política cada vez más centralizada en el poder y que no era sino una especie de remake falseado del marxismo-sovietista, utilizando el nacionalismo como placebo y edulcorado con notas de socialismo.

Precisamente, esta maniobra se intentó llevar a cabo ya desde el comienzo de la transición, en 1993, con la fundación del Partido Nacional-Bolchevique. 

En su momento pareció una iniciativa modernizadora, tanto por la presencia de numerosos jóvenes en sus filas como por la ausencia de antisemitismo —tan habitual en los partidos de la derecha nacionalista rusa— y el perfil transgresor de su líder carismático: Eduard Limonov. Aparte de su borrascoso pasado como poeta y novelista, que había vivido en parte en el extranjero, entre Nueva York y París, Limonov tenía en 1993 un claro perfil de nacionalista que había reencontrado su destino tras regresar a Rusia en 1992. Pero sus pinitos en el mundo político los hizo junto a Zhirinovski, como consejero. 

Bajo la tormenta que significó el golpe de Yeltsin en octubre de 1993, la contracultura rusa de derecha e izquierda salió a las calles y se organizó conjuntamente para la resistencia activa. En medio de esa corriente estaban los nazbol, esto es, los nacionalbolcheviques, con su característico estilo de protesta violenta y cultura de la agresividad gestual. Su líder era un personaje iconoclasta y narcisista cuyo alias aludía a la granada de mano de fragmentación —la limonka, de ahí «Limonov»149 —, que tenía un pasado escabroso como poeta y novelista, y que con cincuenta años —cuando creó la alternativa nacional-bolchevique en 1993— seguía teniendo un innegable tirón entre la juventud con sus cambios de look y un gran talento para la provocación. Además, se alinearon con su partido el rockero psicodélico y post-punk Yegor Letov (fallecido en 2008) y grupos como Grazhdanskaia Oborona (Defensa Cívica), Korroziia Metalla (Corrosión Metálica), Nikolaus Kopernik, y el compositor Serguéi Kuriojin (fallecido en 1996). Por si fuera poco, los nacional-bolcheviques financiaban revistas musicales como Ruskii rok (Rock ruso) y Zheleznyi marsh (Marcha de Hierro), la mayor parte de ello en la línea del heavy metal, muy popular e en Rusia y otros países del Este por entonces. También contribuyó mucho a la fama de los nacionalbolcheviques su periódico, Limonka, que tiraba entre 12.000 y 15.000 ejemplares.

Pero sobre todo, el éxito del Partido NacionalBolchevique, y no sólo en Rusia, radicó en su calculada capacidad de provocación. Reivindicaba a Lenin, Stalin, Beria, la Revolución rusa y la cultura soviética, a los grupos terroristas de ultraderecha e izquierda radical de los años setenta del siglo XX, al anarquismo e incluso a Charles Manson. Exaltaba la violencia como algo necesario y positivo, la culminación de la existencia humana, mientras saludaban como fascistas o comunistas, y su enseña incluía la hoz y el martillo sobre el fondo de la bandera nazi. En 1995, en Limonka se podían leer las siguientes definiciones de fascismo:

Fascismo es pesimismo activo; fascismo es nacionalismo de izquierdas; fascismo es romanticismo social (…) es impulso futurista (…) es deseo de morir (…) la celebración del estilo heroico (…) es anarquismo más totalitarismo (…) lealtad a las raíces y aspiración de futuro.

La alternativa nazbol era el colmo de la indefinición, incluso para el camaleónico Dugin. Él había asesorado a Limonov para que dejara el partido de Zhirinovski y fundara el Partido Nacional-Bolchevique. Sin embargo, no tardó en desilusionarse ante la tendencia provocadora de los nazbols, que incurrían en problemas con las autoridades cada dos por tres y por ello tenían problemas para legalizar su partido. Porque la exaltación romántica de la acción, el culto a la violencia y a la insurrección —no sólo en Rusia, hubo tentativas en Letonia, Ucrania y Kazajistán— hacían que apareciera en ocasiones como anarquista. Pero los nazbols abogaban por la dictadura, eran irredentistas y protagonizaron ataques contra extranjeros y feministas. Se decían anti-Putin pero enviaron voluntarios a varias de las nuevas guerras en las que Moscú aparecía comprometido: Bosnia, Chechenia, Ucrania e incluso muchos años más tarde, no faltaron algunos limonovtsy en Siria, aunque el partido había sido disuelto ya en 2005 y prohibido por extremista y violento.

El éxito de los nazbols fue siempre muy superior al de su representatividad real, porque esta era difícil de medir. Se basaba en la transgresión a todos los niveles, incluyendo el estético, algo que obtenía réditos dentro y fuera de Rusia, como había sucedido con el grupo esloveno Laibach, etiquetado como de «música industrial» y que había nacido como una asociación cultural en 1980 en Trbovije, un pueblo minero que durante décadas se había considerado bastión de la vanguardia obrera a escala de todo el Estado yugoslavo. Y por supuesto que declararse seguidor de Laibach o de Yegor Letov no implicaba, a priori, casarse con ninguna tendencia política.

Pero en los años noventa y más tarde, el Partido Nacional-Bolchevique tuvo un impacto simbólico-político superior al que podían rentarle sus 5.000 militantes. Desde luego, el resultado final de toda la receta era un partido claramente neofascista —y no neonazi, por cuanto el antisemitismo no estaba entre su arsenal—. Más allá del postureo y la exhibición de hoces y martillos como efecto escenográfico, o los pósteres de Stalin con la kolovrat — rueda mitológica de los eslavos y símbolo del neopaganismo ultranacionalista—, el bolchevismo brillaba por su ausencia. En esencia, los nazbols erigían su partido sobre la burla al sovietismo. En realidad era un experimento nacional-antisistema, un producto político que no tardaría en extenderse por Europa aunque con más pretensiones de seriedad.

Por supuesto que se manejaron supuestos orígenes históricos en la «tercera vía», como el profesor Nikolay Vasilyevich Ustryalov y sus seguidores, los Smenovejovtsy. El nombre les venía de la revista Smena Veh (Cambio de hitos) que se había comenzado a publicar en Praga en 1921. Denominación que, a su vez, enlazaba con el de la colección de ensayos que ostentaban el título común de Veji (o Vehi), esto es, «Hitos», y que se habían publicado en 1909, editados por el filósofo, politólogo e historiador Mijaíl Gershenzon y por Pyotr Struve, economista y filósofo marxista (luego liberal). Del análisis de diversas problemáticas relacionadas con el desarrollo e inquietudes de la intelligentsia se desprendía que Rusia había alcanzado determinados hitos y estaba preparada para pasar a una nueva fase de cambios en su historia.

Pero nada de eso estaba realmente presente en el universo de Limonov casi un siglo más tarde. El nacionalbolchevismo era, simplemente, la manifestación más ruidosa y atrevida —casi a escala de caricatura— del rumbo que estaba tomando la ultraderecha rusa en general como alternativa al enorme legado del marxismo-leninismo de la era soviética. Al final, en la fórmula nazbol había vencido la mitad ultranacionalista, pero no sin incorporar una simbología, una gestualidad populista que confundía y ayudaba a atraer apoyos variados, de la izquierda, de la derecha, de los jóvenes rebeldes, y que todo aquel que mirara con nostalgia al pasado soviético pero sintiéndolo irrecuperable optara por una opción más «moderna». Porque, al fin y al cabo, el componente de modernidad unido a la raíz nacionalista es una combinación consustancial del fascismo histórico151. De ahí que en 2018, con 75 años de edad, Limonov ya no pudiera representar esa opción en Rusia.

A la vez, la fórmula nazbol no era tan densa y teórica como las formulaciones de Putin, los eurasianistas e ideólogos de la nueva ultraderecha rusa en general. Ni tampoco era tan rusa. La música rock, las actitudes punk o hípsters, el histrionismo de Limonov y sus escandalosos textos lo hacían menos ruso —e incomprensible— que el resto de los mamuts eslavistas de la ultraderecha de consumo local. Dugin había tenido que incorporar muchas ideas occidentales a sus formulaciones políticas y aun así resultaba difícil de leer o asimilar en el resto de Europa. No digamos las extravagancias argumentales y seudocientíficas de un Gumilev. En cambio, se notaba que Limonov había vivido diecisiete años en el corazón de Occidente, entre Nueva York y París, y su fórmula nacionalbolchevique no podía ser más sencilla de digerir. 

¿Era posible juntar los extremos y generar lo que en apariencia era un nuevo producto político basado en la fusión de radicalismos, pero que apenas tenía cáscara? ¿Y sobre todo, era posible hacerlo, impunemente, sobre los restos de la enorme civilización soviética? Limonov demostró que sí, y al hacerlo se convirtió en lo que pronto se denominaría un trending topic viral.

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