jueves, marzo 03, 2022
UCRANIA Y RUSIA: NAZIS CONTRA EL FASCISMO
"Qué harías tú, en un ataque preventivo de la URSS?" (Polansky y el ardor).
"Fight War Not Wars" (Crass)
“Nazis contra
el fascismo” fue el provocativo nombre de una banda punk inglesa de fines de
los 70 que en su brevísima existencia hizo un solo disco (“Sid did it”, 1979).
En su momento el absurdo nombre se explicaba como una broma en relación a los
festivales de Rock contra el Racismo organizados por la Liga Antinazi, y replicados
por la extrema derecha bajo la etiqueta de Rock contra el Comunismo.
¿Por qué será que en 2022 este nombre ya no me parece tan
absurdo? Tal vez porque en menos de un
trimestre hemos vivido dos grandes explosiones de retórica “antifascista” que
nos tiene viendo distintos tipos de nazis y fachos por todas partes.
Primero en Chile, cuando tras la primera vuelta de las
elecciones presidenciales cuyos resultados fueron liderados por José Antonio
Kast, el grueso de la izquierda (amarilla, roja, lila e incluso negra) llamó a
“derrotar al fascismo” votando por el candidato Boric, a pesar de que hasta ese
momento los “octubristas” no le podían perdonar su firma a título individual en
el Acuerdo del 15 de noviembre de 2019, mediante el cual la clase dominante
retomó el control que habían perdido durante un mes entero de insurrección en
todo Chile.
En uno de los
pocos diagnósticos lúcidos de esos días se da en el clavo cuando se dice que “a
contra corriente del pensamiento popular, no fue su ‘fascismo’ lo que le
impidió captar más votos a Kast, sino todo lo contrario: la falta de él. En
primer lugar, el discurso de Kast no contó para nada con elementos
revolucionarios y populares propios del fascismo histórico que pudieran
enganchar con algún sector indeciso del proletariado —al cual necesita ganarse
para imponerse democráticamente—, y en segundo lugar, no logró trascender el
esquema político tradicional aferrándose a su pinochetismo clásico con un
carácter claramente burgués, lo que al igual que en las elecciones del
Apruebo/Rechazo se reflejó bien, por ejemplo, en el mapa del voto en las
comunas del gran Santiago” (1).
La gran
paradoja es que, si bien sabemos racionalmente que Kast tenía tanto de fascista
como Boric de comunista, las campañas y votantes de cada candidato se
movilizaron afectivamente en base al miedo al fascismo, por un lado, y al
comunismo por el otro.
En fin, el
miedo al fascismo se pasó la misma noche del 19 de diciembre de 2021 en medio
de masivas celebraciones, a pesar de que el bando derrotado obtuvo el 44% de
los votos (porcentaje que nunca obtuvieron ni Mussolini ni Hitler, que en su
mejor momento electoral bordeaban el 32% y el 38%), y del apoyo al mal menor se
dio paso intempestivamente a una verdadera e insoportable “Boricmanía”, que aún
está lejos de terminar y garantiza que ante la menor crítica al nuevo gobierno
seremos sin duda alguna acusados de “hacerle el juego al fascismo”.
Chile ya no
será la “tumba del neoliberalismo”, y ahora se enfatiza que más bien de lo que
se trata es de defender lo alcanzado en los “30 años” de transición y avanzar
muy gradualmente, en una nueva versión de la democracia de los grandes
acuerdos. Pero nada de esto importa
mucho ahora, pues vivimos “la dicha de vencer juntxs al fascismo”, como decía
un afiche masivamente pegado en las paredes del centro de Santiago por la
juventud de un partido de izquierda. Este fascismo era tan sui generis que
pudo ser derrotado a costa de memes y lápices bic, sin derramamiento de
sangre, partisanos ni lucha armada, y sin siquiera ponernos a discutir en serio
que es la reacción en general y en especial el fascismo y si acaso es posible
oponerse a ambos contundentemente sin oponerse al capitalismo en su
totalidad.
Así, de
manera bastante sorprendente, la campaña electoral “antifascista” logró lo que
no lograron ni la represión policial y militar, ni el acuerdo del 15 de noviembre
de 2019, ni la pandemia: apagar las barricadas de la rebelión social y renovar
la confianza en el sistema político.
Y así
llegamos a la segunda gran campaña antifa en febrero de este año, con una
guerra entre Rusia y Ucrania, lideradas respectivamente por el ex agente de la
KGB Vladimir Putin y el comediante de origen judío Zelensky. Lo llamativo en
que en esta guerra cada bando acusa de “fascista” al otro.
Muchos de los
“antifascistas por Boric” deben haber quedado muy confundidos y amargados
cuando el Presidente joven dio su apoyo inmediato al comediante Volodimir Zelensky,
presidente de la “Ucrania nazi”, apoyada también por el “globalista” y también
judío Georges Soros, que para el imaginario de los “patriotas” de la extrema
derecha chilena es el financista de los “antifas” a nivel global.
Más confusión
aún debe causar el hecho de que Donald Trump, calificado también como fascista
por liberales e izquierdistas, apoye al nacionalista conservador de Putin, reinventado
ahora por cierta izquierda como “antiimperialista” y por ciertos neofascistas
como un campeón “antiglobalista”.
Por su parte,
la extrema derecha parece estar dividida por sus apoyos y orientación
geopolítica entre “atlantistas” y “eurasianistas”. Los primeros apoyan a
Ucrania y los segundos a Rusia, lo cual es totalmente coherente si tenemos en
cuenta que el fascista español Ramiro Ledesma, fundador del
nacional-sindicalismo, señalaba en los años treinta que el carácter
ultranacionalista de los fascismos hacía imposible una cooperación
internacional duradera entre ellos.
Lo cierto es
que, como ha destacado Hassan Akram,
existen fascistas y ultraderechistas de diversas variedades a ambos lados de
este conflicto: el Batallón Azov y los seguidores del histórico colaborador
nazi y exterminador de judíos Stepan Bandera en el lado ucraniano, y una serie de fascistas e incluso
“nacional-bolcheviques” rusos que, con Dugin a la cabeza, defienden la
necesidad de que en continuidad directa con el Imperio ruso y el período del
estalinismo soviético se oponga desde Eurasia un contrapeso a la hegemonía
unipolar de Estados Unidos, establecida tras la caída del bloque soviético en
1989/1991.
Como era de
esperar, mientras los gobernantes ucranianos comparan a Putin con Hitler, el
burócrata ruso proclama que va a “desnazificar” Ucrania y con eso se asegura el
entusiasta e incondicional apoyo de antifascistas de izquierda que se excitan
con una supuesta continuidad histórica entre Stalin y Putin, como “vencedores
de los nazis”, sin tener las herramientas ni las ganas de comprender que de
este modo la coartada antifascista los hace apoyar a uno de los bandos en una
guerra imperialista, tan “fascista” como cualquier otro.
Esto último
ha sido relatado por muy pocos analistas, entre los que cabe mencionar al
italiano Franco “Bifo” Berardi, que nos recuerda que se sabe que Putin es nazi
“desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio”. Pero “fue un nazi
muy bien recibido por el presidente estadounidense (Trump), quien, mirándolo a
los ojos, dijo que entendía que era sincero”. También gozó de la simpatía de
“los bancos británicos que están llenos de rublos robados por los amigos de
Putin tras el desmantelamiento de las estructuras públicas heredadas de la
Unión Soviética” (2).
El punto en
común es que “el jerarca ruso y el angloamericano fueron amigos muy queridos
cuando se trataba de destruir la civilización social, el legado del movimiento
obrero y comunista”, aunque como es normal, “la amistad entre asesinos no dura
mucho”, lo cual es algo que aprendimos en Chile cuando las dictaduras de
Pinochet y Videla colaboraron reprimiendo juntas en la Operación Cóndor, para
poco después estar a punto de declararse la guerra por las islas Picton, Lennox
y Nueva.
En este
contexto Berardi califica de irracional que la OTAN esté armando a “los nazis
polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso”. Si bien no soy dado a ver
nazis o fascistas por todas partes, indudablemente hay neonazis fuertemente
organizados y armados en Ucrania y una influyente amalgama rojiparda/imperial
en Rusia, entiendo el punto de Bifo: apoyar a uno u otro bando este caso parece
una versión pesadillesca de la táctica del “mal menor”.
Que la
mayoría de los izquierdistas apoyen la acción rusa contra Ucrania, considerada
como “nido de neonazis”, no es de extrañar. Que Putin sea a su vez un
ultranacionalista autoritario y conservador, muy cercano al postfascismo
eurasiático de los defensores actuales del Imperio ruso parece no importarles
demasiado, pues más que anticapitalistas integrales estos izquierdistas son simplemente
opositores al imperialismo gringo. Muchos de ellos nunca entendieron que el
estalinismo era una contrarrevolución, y siguen creyendo que la Madre Rusia
actual es la legítima heredera de la Unión Soviética de los años más heroicos.
Esa posición
los acerca a ciertos sectores del nacionalismo, tal como quedó claro en Chile
cuando grupos “nacional-revolucionarios” llamaron a apoyar a Eduardo Artés. Por
supuesto que ambos tipos de patriotas chilenos apoyan decididamente la
intervención militar de Rusia y las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk: ¡un sueño hecho realidad para Dugin
y todos los “nacional bolcheviques”! (
El llamado “rojipardismo”
se produce a partir de los años 20 para designar a corrientes que se
autodenominaron “nacional bolcheviques” y otras que podrían constituir distintas
especies de “fascismo de izquierda”.
Este coqueteo
nacionalista había sido advertido como un grave peligro, entre otros por Rosa
Luxemburgo. En su “Crítica de la revolución rusa” ella advertía que los bolcheviques con su
llamado al derecho de autodeterminación de las naciones habían agravado las
dificultades objetivas con que se enfrentaban tras tomar el poder, pues “bajo
el dominio del capitalismo no hay lugar para ninguna autodeterminación
nacional”, pues en una sociedad de clases cada clase social “desea
‘autodeterminarse’ de manera distinta y (…) entre las clases burguesas los
puntos de vista de la libertad nacional ceden completamente el lugar a los del
dominio de clase” (3). Con su política y la “rimbombante fraseología
nacionalista del ‘derecho a la autodeterminación hasta la separación estatal’”
los bolcheviques “no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los
países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus
aspiraciones contrarrevolucionarias” (4) En este sentido, para Rosa Luxemburgo, tanto en la socialdemocracia alemana
como con los bolcheviques es posible constatar que “en la presente guerra
mundial es un sino fatal del socialismo estar predestinado a proveer de
pretextos ideológicos para la política contrarrevolucionaria” (5).
Casi un siglo
después de ese primer rojipardismo, se ha resucitado el concepto para referir
expresiones mucho más difusas y confusas de posible convergencia entre extrema
derecha y extrema izquierda.
Como explica
Steven Forti, el final de la Guerra Fría y el desplome del “socialismo real”
provocaron otro ejemplo visible de rojipardismo, “cuando se juntaron las nuevas
formulaciones hijas de los años 70 –el grupo de la revista Orion de
Claudio Mutti y Maurizio Murelli, Nouvelle Résistance de Christian
Bouchet, el Movimiento Social Republicano de Juan Antonio Llopart, etc.–
con el euriasianismo de Dugin”. El mundo postsoviético pasó a ser un “verdadero
laboratorio que los nacionalistas revolucionarios occidentales miraban con
interés: en 1993 se fundó en Rusia el Partido Nacional-Bolchevique,
liderado por Eduard Limónov acompañado hasta 1998 por el mismo Dugin” (6).
Ni Limonov ni
Dugin adherían al viejo ideal del comunismo, pero eran leales “hacia aquél gran
Imperio que libró una Gran Guerra Patriótica, que venció al nazismo y situó a
Rusia como primera potencia mundial. Un Imperio con el que la gente común se
identificó hasta un extremo que occidente siempre prefirió no ver”, lo que de
hecho se puede apreciar bastante bien en el filme “Funeral de Estado”.
Esta
identificación ha vuelto a quedar en primer plano a fines de febrero de 2022
con las acciones militares de Rusia en Ucrania. Como destaca Zizek, “la
política exterior de Putin es una clara continuación de esta línea
zarista-estalinista”, no así de la política leninista aplicada antes de la
estalinización, y que Putin denuncia precisamente como responsable de haber
“inventado” a Ucrania.
Por eso para
Zizek “no es de extrañar que podamos volver a ver los retratos de Stalin
durante los desfiles militares y las celebraciones públicas en la Rusia de hoy,
mientras que Lenin es borrado”, pues “Stalin no es celebrado como comunista,
sino como el restaurador de la grandeza de Rusia después de la 'desviación'
antipatriótica de Lenin” (7).
Dicha constatación coincide con la lectura “nacional revolucionaria” de la
geopolítica del actual conflicto de Rusia y Ucrania, que destaca el hecho de
que ya en 1993 en la ex URSS se unieron contra Boris Yeltsin “comunistas,
nacionalistas y partidarios de la monarquía zarista ortodoxa”, fuerzas que a
pesar de todas sus diferencias “todas tienen algo en común: la defensa de la
soberanía de Rusia y el Eurasianismo” (8).
El autor, el
nacionalista hispano José Alsina Calvés, identifica a esa coalición de fuerzas
como “la que dará apoyo a la emergencia de Vladimir Putin y al renacimiento de
Rusia”. Por eso no es casualidad lo que él mismo señala: que mientras los
neoliberales de derecha ven aún “comunismo” en Rusia, los neoliberales de
izquierda la identifican con “una especie de reencarnación del ‘fascismo’” (9).
De este modo,
estamos ante un complejo escenario en que se mezclan fenómenos y posiciones
propias del siglo XX con una nueva época que recién se está empezando a
conformar, y en la que de manera bastante posmoderna se producen mescolanzas de
todo tipo que hacen posible el absurdo de tener que escoger entre dos males
menores casi idénticos: “nazis contra el fascismo”.
La resaca de
la guerra fría y la imposibilidad de avanzar hacia la superación del
capitalismo ha llevado a una especie de callejón sin salida en que se nos
obliga a apoyar a un tipo de postfascistas (los rusos) contra los “neonazis”
ucranianos, como si el Batallón Azov representara a todo la población de esa
zona, y no me cabe duda de que algunos nuevos rojipardos aplaudirían a rabiar
incluso el uso de una bomba atómica “antifa” contra Ucrania.
Se vienen
tiempos duros, en que los anticapitalistas y antiautoritarios no nos podemos
confundir: no se combate al fascismo sin combatir al capitalismo en su
conjunto, y apoyar bandos en una guerra imperialista nos deja en la misma
posición que la socialdemocracia hace poco más de un siglo, es decir,
traicionando la lucha por la emancipación humana en aras de consideraciones
geopolíticas y de la colaboración de clases bajo la bandera de las distintas
burguesías nacionales.
NOTAS:
1.- Vamos hacia la vida, “La alegría nunca llegó y el miedo se disfraza de esperanza”, 5 de enero de 2022.
2.- Franco “Bifo” Berardi, “Guerra y demencia senil”. Lobo suelto, 27 de febrero de 2022. En: https://lobosuelto.com/guerra-y-demencia-senil-franco-bifo-berardi/
4.- Ibid., pág. 91.
5.- Ibid.
6.- Forti, Steven. “Los rojipardos: ¿mito o realidad?”. Nueva
Sociedad N°288, julio/agosto 2020. En:
8.- José Alsina Calvés, “La
geopolítica del angloimperio y la balcanización de Rusia”. Blog de editorial
Ignacio Carrera Pinto, 27 de febrero de 2022. En: Donde dice
“comunistas” debemos entender que se refiere a las mutaciones del bolchevismo
ruso posteriores a la muerte de Stalin.
Etiquetas: fascist pigs