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miércoles, abril 06, 2022

¿Quién cresta es Dugin? Parte 2: El alquimista ideológico 

 


Un amigo me decía hace poco que darle mucha relevancia a Dugin como supuesto asesor de Putin tras la política exterior rusa corre el riesgo de hacerle el juego a la versión occidental digamos “atlantista” del conflicto bélico actual, que por cierto no obedece a la locura personal de nadie en particular, y etc.

Tiene algo de razón, pero para la fascistología teórica y aplicada constituye una necesidad estudiar y tener en cuenta las reconfiguraciones del neofascismo a partir de 1991, cuando con el derrumbe de la URSS se consolida el Nuevo Orden Mundial, y la figura e influencia de Dugin en este sentido es digna de análisis, tal como cabría analizar también la trayectoria intelectual de la lideresa más destacada del Movimiento surgido en torno al Batallón Azov, doña Olena Semenyaka, cuya amistad con Dugin se rompió luego de los eventos del 2014 (Euromaidán y “guerra inter-fascista” en el Donbass).

Visibilizar estas nuevas formas de fascismo y la manera en que pueden confrontarse entre sí, es algo que no parecen tener en cuenta los “antifaZ” campistas que aplauden los bombardeos rusos como una genuina “desnazificación” (concepto en sí mismo bastante fascista).

Vamos por ahora con Dugin, en base a otro fragmento de Veiga, Forti et al, “Patriotas indignados” (Alianza, 2019). Encontré esta foto tan “mystic chant” de Aleksander que no me resistó de compartir, además del símbolo del “Círculo Proudhon”, primer think tank protofascista, en la Francia de 1911, y que por alguna razón es usado como símbolo de la Konservative Revolution alemana y en especial de los nacional-bolcheviques de ayer y de hoy. Convengamos en que el pajarraco armado recuerda a una hoz con martillo y que se vería hermoso en un jarro schopero. 

¿Qué se puede escuchar mientras se lee este texto? Sugeriría el disco recientemente editado del encuentro hace veinte años del alemán Peter Brötzmann en vientos con los norteamericanos William Parker en cuerdas y Milford Graves en tambores. Estamos claros de que no apreciar el free jazz es un claro síntoma de entumecimiento del alma y posible fascismo estético. CGBG, 2002. Hardcore Punk Free Jazz: músicas de liberación.



Dugin, el alquimista ideológico

En ese nuevo panorama turbulento y confuso, Aleksandr Dugin tuvo el mérito de erigirse como el alquimista ideológico que sintetizó la nueva fórmula predominante del ultranacionalismo (en un sentido neofascista) ruso. Presentado a menudo con titulares sensacionalistas como «el Rasputín del zar Putin», a lo que contribuía su aspecto desaliñado y su pose de visionario, Dugin tuvo en realidad un papel práctico a partir de unas formulaciones políticas o filosóficas no siempre sofisticadas.

Hijo de un alto oficial de la inteligencia militar soviética (GRU), Dugin parecía destinado a seguir la carrera científica, y para ello ingresó en el prestigioso Instituto de la Aviación de Moscú (el MAI, en sus siglas originales en ruso). Sin embargo, sus preferencias eran muy otras: devoraba todo tipo de literatura sobre estudios orientalistas, Historia de la Edad Media, hermetismo, ocultismo, teología, tradicionalismo religioso y todos aquellos autores de filosofía política que habían trabajado esos campos, muy en especial el belga René Guénon y el italiano Julius Évola, padres del neofascismo culturalista y místico en los años sesenta y setenta del siglo XX.

El hecho de que fuera hijo de un alto mando de la inteligencia militar (y nieto y bisnieto de militares) tiene relevancia porque explica su acceso a un tipo de literatura muy difícil de conseguir en la Unión Sovietica de la época, y el castigo relativamente leve que le supuso el trato con los protoideólogos o pensadores del denominado tradicionalismo ruso: Geydar Dzhemal [metafísica del Islam], Evgeniy Golovín [literatura mística medieval], Yuri Mamleev [filósofo cristiano], Vladimir Stepanov y Sergey Jigalkin, es decir, los miembros principales del denominado Círculo Yuzhinsky, un grupo de intelectuales disidentes que ya databa de los años cincuenta.

Fue detenido, expulsado del MAI, y al final cursó Economía en la Academia Estatal de Recuperación de Tierras de Novocherkassk (NGMA), de segunda categoría. Pero por faltas similares penaron en la cárcel otros «rescatadores» y diletantes del ultranacionalismo en el Este, como fueron, por ejemplo, Vojislav Šešelj o Alija Izetbegović en la Yugoslavia titoísta.

Dugin era tributario de su época: los años setenta. De ahí la atracción que sentía por pensadores como Julius Évola o René Guénon, que se situaban en el centro de lo que se denominaba la Nueva Derecha (Nouvelle Droite), el tercer hito en la evolución de la ultraderecha europea con posterioridad a 1945.

Tras la generación surgida en la inmediata posguerra y la que cristalizó en Francia y Bélgica en torno a la descolonización, que empezó a reivindicar una Europa unida que rechazara la hegemonía soviética o estadounidense, Mayo del 68 aportó también para la ultraderecha una propuesta ideológica y de estilo.

Dado que toda revolución genera su propia contrarrevolución o versiones opuestas de la misma, en el denominado «Mayo francés», rojo y negro, hubo lugar también para un «mayo blanco»: una nueva hornada de ultraderechistas y neofascistas que salieron a la calle asumiendo sin complejos el estilo de la izquierda radical, hasta el punto de dar lugar a una cierta «ultraderecha antisistema», que incluía sincretismos como el «anarcofascismo» o el «nazimaoísmo» y rechazaba el hegemonismo de las corrientes tradicionales.

La segunda generación de la nueva ultraderecha y la que surgió del vuelco vivido en el 68, afianzaron la Nueva Derecha, que eclosionó a lo largo de los años setenta y tuvo mucho de fenómeno generacional, en palabras de su máximo adalid, el académico y teórico francés Alain de Benoist. La Nouvelle Droite, que surgió como un think tank para el debate regeneracionista de la derecha radical superando el pasado del fascismo, el nazismo y la ultraderecha posbélica en general, abrió toda una constelación de formulaciones, propuestas y revisiones que serían de las que bebería el joven Dugin.

Esas ideas no siempre eran tan novedosas, pero ocupaban ahora un nuevo lugar preeminente. Y esa nueva arquitectura estaba orientada hacia una realidad europea que dejaba muy atrás la situación histórica de los años de entreguerras, incluso de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, y se insertaba en una nueva realidad—con la posibilidad de una salida pactada a la Guerra Fría, que fue la que finalmente triunfó—.

Eso implicaba síntesis, una tercera vía construida sobre la superación de la dicotomía izquierda-derecha (o de convergencia izquierda-derecha), rechazo del sovietismo y del liberalismo y repudio de la globalización que ya se percibía como inminente. Por ello, del laboratorio de la Nueva Derecha surgieron propuestas que hoy en día siguen en vigor y, precisamente, han contribuido, y no poco, a la confusión reinante entre los límites y consistencia de las ideologías de izquierda y derecha, cincuenta años más tarde.

En esencia, la Nueva Derecha recuperaba la propuesta de la «revolución conservadora», ya formulada en la Alemania de los años de entreguerras, más precisamente por Hugo von Hofmannsthal en 1927, pero también, de formas variadas por Ernst Jünger —uno de los autores preferidos de Dugin— en la revolución nacional, y el «nacional-bolchevismo» o «fascismo rojo» de Ernst Niekisch o Karl Otto Paetel. Todo ello como una forma de reaccionar ante la decadencia de Occidente, leit motiv recurrente a lo largo del siglo XX, presente en las conocidas obras de Spengler, Thomas Mann, Ernst von Salomon, Carl Schmitt, Theodor Fritsch, Ernst Jünger y otros.

Es comprensible que a lo largo de los años ochenta, en el perceptible agotamiento de la civilización soviética, Dugin encontrara tan atractivas las propuestas de Jünger para la «movilización total» de la sociedad. Pero sobre todo, al menos inicialmente, se interesó vivamente por la obra de Julius Évola, como pensador esencial del fascismo y los autores denominados tradicionalistas basados en la filosofía perenne y cuyo máximo exponente era René Guénon, otro de los autores favoritos de Dugin.

Este dato es significativo por cuanto desvela uno de los circuitos en la dinámica generativa del protoneofascismo  en la Unión Sovietica.

Los pensadores del Círculo Yuzhinsky en el cual se había alojado Dugin en su juventud, creían haber encontrado una respuesta al régimen soviético, que desbordaba las líneas de oposición ideológica tradicionales: la metafísica; es decir, otro nivel de realidad.

Este planteamiento podía parecer extravagante, pero no lo era tanto si se considera que en el corazón de ese mismo régimen soviético se habían estado tanteando hipótesis ideológicas que incluían la religión, y eso ya desde los tiempos de Stalin. A partir del estudio de la antigüedad eslava, él mismo había mostrado interés en la posible confirmación de que los rusos primitivos habrían desarrollado formas elementales de comunismo.

Según el arqueólogo Boris Rybakov, determinadas religiones precristianas habrían favorecido una concepción comunitarista de la sociedad frente al cristianismo, cómplice de las divisiones de clase. De hecho, a través de sus estudios, Rybakov —condecorado por Stalin en 1949— jugó un papel importante en la rehabilitación del antiguo paganismo ruso.

A partir de ahí, los estudios sobre esa cuestión continuaron en tiempos de Jruschov, a lo largo de los años sesenta, y paradójicamente, en 1973 se publicó en la Unión Soviética el primer manifiesto del Neopaganismo ruso, a cargo de Valerii Emelianov, un experto en Oriente Medio, que había sido un hombre cercano a Jruschov. Argumentaba que el cristianismo no era sino la expresión de la dominación judía, lo cual servía a los intereses del sionismo.

Eran los tiempos de la guerra del Yom Kippur, y de ahí que el posicionamiento soviético a favor de los países árabes en su primera victoria frente a Israel terminara alumbrando un mito que con el tiempo formaría parte de la parafernalia ideológica de la moderna ultraderecha rusa. Y no paró ahí la cosa, por cuanto sólo cinco años más tarde, Valerii Skurlatov, investigador en el Instituto de Información Científica de Ciencias Humanas de Moscú (INION), publicó un artículo sobre la identidad aria de los rusos.

Estas tendencias enlazaban de forma directa con las modas de la época en buena parte del mundo: el entusiasmo por las religiones orientales y el misticismo, la mitología, la ufología y los tópicos de interés que enlazaron el hippismo, la sicodelia y la New Age. Todo lo cual tuvo su reflejo en los debates de la Nueva Derecha, que incluían el neopaganismo, las religiones étnicas y el reconstruccionismo; pero sobre todo, la crítica a la cristianización de Europa, definida por Alain de Benoist como «uno de los acontecimientos más desastrosos de la historia hasta nuestros días».



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