viernes, mayo 30, 2008
¿"General del Pueblo"????!!!!!!
Lo que en realidad fue el 68, parte 4
Asistí como espectador a un evento sobre mayo del 68 que supuestamente inauguraría Jorge Arrate (PS) en la Biblioteca nacional. No llegó. Entre otras joyas del pensamiento que ahí se expusieron, llamó la atención Raúl Sohr (que estaba en París en ese momento y hasta exhibió ciertas "heridas de guerra") reivindicando al PC francés por "haber impedido la toma del poder" y conservado el orden, pues según él, la revuelta necesariamente llevaba a un desenlace sangriento, ya sea por efecto de la represión (como en Chile el 73) o por el "subjetivismo" de los ultraizquierdistas (a lo Mao/Pol Pot). Nelly Richards pontificó bastante sobre Debord y la IS (a la que calificó de "colectivo político y artístico" dedicado a la "crítica cultural"...pobre Debord, en su tumba debe haberse revolcado un buen poco), pero se refería a los hechos como "un estallido universitario" nomás.
A la Conferencia "no oficial" de hoy, le sigue otra mañana, en Valparaíso, y el próximo sábado, en ra cagua. Van los datos de mañana:
SABADO 31 DE MAYO EN SIMBIOSIS
DESDE LAS 5 DE LA TARDE EN SIMBIOSIS
TOMAS RAMOS #412
CERRO KORDILLERA, VALPO
P L A T I K A
"1968:EL SEGUNDO ASALTO PROLETARIO
A LA SOCIEDAD DE KLASES"
POSIBLEMENTE ALGUN VIDEO DEL TEMA
Y SOPAIPILLAS KON PEBRE..........
LIBRE Y GRATIS.......
korran la voz si kieren.
PUNKZINOTEKA EMANCIPUNXION:
Lunes, mierkoles y viernes ( y los dias de Aktividades).
desde las 4 a las 8.
Libros, Ttextos, Zines, Periodikos, Afiches, Videos, Komixs, Fotokopias, etc.
ESPACIO PARA NIÑAS Y NIÑOS DESAPRENDER:
Libros y kuentos,
juguetes ludikos y estimulantes,
material para el desarrollo plastiko
(lapices, temperas, tizas, kartulinas, etc),
kuna, mantitas, mudador, agua kaliente.
Lunes, mierkoles y viernes.
( y los dias de aktividades)
desde las 4 a las 8.
Para esta cuarta parte, le he ofrecido la palabra a un destacado militante del PCF, Louis Althusser, que relata muy críticamente cual fue la actitud del Partido en esos momentos. La elección no es casual: sería muy fácil usar la opinión o testimonio de algun anarquista, situacionista u otra variedad de revolucionarios para criticar a ese partido "reformista"....Por eso resulta mucho más interesante ocupar la voz de un militante, sobre todo de uno tan destacado como este. El texto está tomado de su especie de autobiografía/autoanálisis "El porvenir es largo", y dice así:
Los obreros, salvo raras excepciones, no se dirigieron a la Sorbona porque el Partido, que era el único que tenía la autoridad, no se lo pidió. La consigna hubiera podido ser justa, en efecto, si el Partido no hubiera desconfiado como de la peste de la revuelta “izquierdizante” de las masas estudiantiles y hubiera aprovechado la ocasión, la “fortuna” según Maquiavelo, para desencadenar y sostener con toda la fuerza de su poder y de sus organizaciones (ante todo la CGT que siempre le ha sido fiel desde la escisión de 1948) un movimiento de masa potente, capaz de arrastrar no sólo a la clase obrera sino a amplias capas de la pequeña burguesía, cuya fuerza y resolución podían objetivamente abrir la vía a una toma de poder y a una política revolucionaria.
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Ahora bien, de mayo a junio de 1968, un buen número de obreros en muchas fábricas creían en la revolución efectiva, la esperaban, y sólo aguardaban para hacerla una consigna del Partido. Ya sabemos lo que pasó. El Partido, como siempre con muchos trenes de retraso y horrorizado por los movimientos de masas, arguyendo que estaban en manos de los izquierdosos (pero, ¿por culpa de quien?), hizo todo lo posible para impedir el encuentro, en los violentos combates de las tropas estudiantiles y el ardor de las masas obreras que llevaban a cabo entonces la más larga huelga de masas de la historia mundial, llegando incluso a organizar comitivas separadas. El Partido organizó en realidad la descomposición del movimiento de masas al forzar a la CGT (a la que, a decir verdad, no necesitaba violentar, dados sus lazos orgánicos) a sentarse a la mesa de la paz de negociaciones económicas y, como los obreros de la Renault no las aprobaron, reanudándola algún tiempo después, y rehusando también todo contacto con Méndes en Charléty, cuando el poder gaullista estaba prácticamente vacante, los ministros habían abandonado sus ministerios, y la burguesía huía de las grandes ciudades hacia el extranjero llevándose sus bienes. Un simple ejemplo: en Italia, los franceses no podían cambiar sus francos en liras, ya no se aceptaba el franco, ya no valía nada. Cuando el adversario sostiene que la partida está definitivamente perdida para él, Lenin lo ha repetido diez veces, cuando en lo alto ya nada marcha y debajo son las masas las que suben al asalto, no sólo la revolución está “a la orden del día”, sino que la situación es de hecho revolucionaria.
Por miedo a las masas, por miedo a perder el control (esta obsesión de primacía de la organización sobre los movimientos populares, que siempre está en el fondo), y sin duda también para alinearse (¡para esto no hay necesidad de consignas explícitas!) sobre los temores de la URSS que, en su estrategia mundial, prefería la seguridad conservadora de De Gaulle al imprevisto de un movimiento de masas revolucionario que podía (y no era utópico) servir de pretexto para una intervención política, incluso militar, de los USA, amenaza a la cual la URSS no se encontraba en condiciones de hacer frente, el Partido hizo cuanto pudo, y la experiencia demostró que su fuerza de organización y de encuadramiento político e ideológico no eran entonces una vana palabra, para romper el movimiento popular y canalizarlo hacia simples negociaciones económicas. “El momento actual es la ocasión” (Lenin), que “hay que agarrar por los pelos” (Maquiavelo, Lenin, Trotsky, Mao) y que sólo puede durar unas horas, que cuando pasaron, y con ellas la posibilidad de cambiar el curso de la historia en revolución, De Gaulle, que también él, y de qué forma, sabía que quería decir la política después de la puesta en escena de su desaparición, reapareció, dijo unas palabras graves y solemnes por la televisión, decretó la disolución del Congreso y convocó nuevas elecciones. Toda la burguesía y la pequeña burguesía y el campesinado conservadores o reaccionarios que había en Francia se recuperaron, ¡y Dios sabe por cuánto tiempo! Después del fantástico desfile de los Campos Elíseos. La suerte estaba echada y la muy larga y violenta lucha estudiantil y la huelga obrera que se siguió durante meses no hicieron más que sufrir poco a poco su propia derrota en una larga y dolorosa retirada. La burguesía se tomaba su cruel venganza. Quedaban los acuerdos de Grenelle (un salto sin precedentes en el orden “económico”) pero pagados a base de una derrota revolucionaria sin precedente desde los días de la Comuna. Decididamente, y ante todo a causa del instinto conservador del aparato del Partido ante la espontaneidad de las masas, el movimiento popular se saldaba con una derrota en campo abierto, esta vez (por primera vez n la historia de los movimientos populares en Francia) sin casi ningún derramamiento de sangre, un gran número de estudiantes golpeados pero no muertos (un estudiante ahogado en Flins, dos obreros muertos a tiros en Belfort y algunos más en otras partes); así pues por el solo efecto “pacífico” de la hegemonía capitalista e imperialista burguesa, su prodigioso aparato de Estado, su AIE mediático y la “figura” del padre de la Patria capaz de dominar cualquier eventualidad: la cara y la voz solemnes de De Gaulle hicieron su efecto de teatro político que tranquilizó a la burguesía. Pero cuando una revuelta se acaba con una derrota sin masacres obreras, se puede decir que no es obligatoriamente un buen indicio para la clase trabajadora, que no tiene que llorar ni celebrar a sus mártires. Los izquierdistas, que sabían lo que se hacían, supieron o creyeron poder “explotar” sus pocos muertos, como el desgraciado Overney. Recuerdo la frase que no cesé de esparcir a mi alrededor, el día mismo de las conmovedoras y prodigiosas exequias de aquel desgraciado militante de la Causa del Pueblo (dos millones de personas en su entierro bajo las banderas y el silencio, ausentes el Partido y la CGT): “Hoy no enterramos a Overney, sino a la izquierda”…
lunes, mayo 26, 2008
ya: acá está el afiche
SEÑAS PARA DESTRUIR EL VIEJO MUNDO: MAYO 68
Viernes 30 de Mayo
Sala Jorge Müller, Universidad ARCIS
Libertad #53, Metro ULA
A las 17:00 horas presentaremos el documental Grands Soirs et Petit Matins (El Espíritu de Mayo del 68) de William Klein.
A las 19:00 horas serán las conferencias de:
* Jesús Sepúlveda (U. Oregon) - Mayo 68 y las revueltas contraculturales
* Julio Cortés (U. ARCIS) - 1968: el segundo asalto proletario a la sociedad de clases
Organiza e invita: Asamblea de Estudiantes de Filosofía, Universidad ARCIS - asamblea.de.filosofia.arcis@gmail.com
inmediatismo ahora
Un hecho fundamental destaca en la cultura mediática de la imagen, y es que el Poder ha sabido utilizarla como evidencia vanguardista de su discurso, convirtiéndola en el fundamento de sus fines: la instrumentalización de lo imaginario. Así, el poder ha encontrado en la imagen una herramienta insospechadamente eficaz y estetizante que a la vez que instaura el orden objetivo de la apariencia y del espejismo, hace aceptable su transparente violencia.
Para llegar a este estado de cosas, era preciso hacer ingresar la llamada libertad de expresión en las dinámicas liberales de la “sensura” (censura de sentido, término acuñado por el poeta francés Bernard Nöel), para hacerla reaparecer, tras un desplazamiento apenas perceptible, bajo un nuevo nombre: libertad de representación, concepto sin duda más cercano al de libre mercado con el que se asocia. Gracias a esta tergiversación, que toma la forma de un cataclismo, la representación está ocupando cada vez más un puesto preferente con respecto a la imaginación, hasta el punto de que podemos afirmar que la imaginación, regida ahora por las leyes de la representación, está perdiendo toda connotación de interioridad. Esto es, desde luego, un desastre que promete arrasar con el antiguo “pecado de pensamiento” que nos unía a la visión (1). Y no debería parecer apocalíptico decir, junto a los críticos de la sociedad cibernética y telemática, que ya no vemos porque hemos dejado de pensar e imaginar y hemos pasado a representar y a visualizar (aunque esto no es todo, como trataremos de hacer notar más adelante). El desencadenamiento abrumador de imágenes en nuestros días viene a decirnos, por una parte, que la imagen ha sido liberalizada, y por otra que ha sido liberado un imaginario que amenaza con volverse real. De hecho, ya apenas tenemos una imagen mental (íntima y singular) del propio mundo, del que cada vez tenemos más noticias, sí, es decir, del que cada día se nos notifica más su ausencia, puesto que somos a diario apartados más y más de su relieve, de sus accidentes del terreno, de su fisicidad en suma. Y esto, en la medida en que viene siendo, a causa del fenómeno pantalla, laminado, allanado. Sea a través del televisor, de los monitores de vídeo, de la fotografía (“artística” o documental da lo mismo) y muy especialmente a través del llamado internet (hoy, encarnación inigualable de la “máquina descerebradora” de Jarry) el mundo es permanentemente escenificado, queremos decir, diferido en directo.
Tenemos, así, cumplida cuenta de una de las funciones más nocivas y eficaces de la actual orgía de imágenes. De continuo somos distanciados más y más del mundo conforme a la paradoja propia de la velocidad de información: levantar una pantalla de transparencia que deslumbra la mirada a causa de la fascinación que produce, primer paso que se da para suprimir la relación física del ojo con la materia. De este modo, la imagen proyecta y prolonga su interferencia sobre el mundo en tanto en cuanto crece su dinámica desmaterializante. Aún más, obra sin apenas traumatismos visibles la separación del cuerpo de la tierra, de la mente de la tierra, de la sombra de su cuerpo. Así descuaja al hombre de su relación con lo telúrico, con lo ancestral, con lo inextirpable, y lo fija al delirio de gravitación, falsa vía de escape del ciclo vital de la muerte.
Pero lo cierto es que la imagen de la que hablamos encanta, no duele, no es brutal, ni siquiera desagradable, es eminentemente “artística” y se viste, indistintamente, con los ropajes de lo surreal, de lo conceptual, de lo abstracto. No atiende a diferencias. Rompe los estilos. Disuelve las categorías. Se torna vanguardista o posmoderna o situacionista. Tan grande es el conocimiento de las distintas formas estéticas (o poéticas) que han atravesado el siglo XX, y tan descomunales los medios técnicos de los que disponen los dueños de la imagen, que se puede adornar la vida cotidiana con una belleza fantasmal que legitima en el plano sensible la terrible mutación de la realidad en algo ficticio. No exageramos si decimos que la realidad se ha vuelto imaginaria, lo que supone afirmar, por su reverso, que lo imaginario se ha vuelto real. Y no es impreciso del todo aseverar que se está consiguiendo llegar a aquél punto en el que las contradicciones cesarían en su enfrentamiento. Que esto es una perversión de lo formulado por André Breton lo sabemos, entre otras razones porque la imagen espectacular, que parece cumplir y materializar todos los sueños y deseos, incita a la pasividad y a la inmovilidad, no a la transformación de la realidad; la acción queda relegada a medida que la imagen avanza, haciendo imposible la unión de la imagen (de la poesía, de lo imaginario) y de la acción, por lo que la supuesta síntesis de contrarios es falsa, tratándose más bien de una disociación. Pero no es menos cierto que la imagen dinamiza en el terreno de lo social una confusión de lo antagónico que cada vez más se derrama en cascada sobre el aparato afectivo de cada uno de nosotros, magnetizados por su conjuro, y que afianza una vida telemizada que sustituye a la vida vivida. Porque ahora, más que de mundo representado, podemos hablar ya de delirio de simulación, en la medida en que la imagen está destinada a formar la conciencia humana siguiendo una dirección sustitutiva de ésta.
Por otro lado, es evidente que la pérdida de sustancia que ha experimentado lo que llamamos realidad no se deberá tan sólo al dominio de la imagen y de los medios de comunicación. Porque las imágenes no son sino una herramienta, una técnica más que utiliza la clase dominante para asegurar la organización social que le conviene, lo que no se contradice con el hecho objetivo de que el sistema ideológico-técnico de las imágenes cobre a veces una dinámica propia, un desarrollo autónomo cuyos efectos, aunque imprevistos, no hacen sino reforzar el proceso general del que ese sistema ha nacido y al que sirve en última instancia.
Así pues, es la propia realidad social, sin necesidad del concurso de la imagen, la que ha perdido sus contornos, la que se ofrece como fantasía, como falta de sentido, como ficción donde perdemos el norte y no encontramos ya ningún punto de apoyo sobre el que rehacer una orientación y una resistencia. La economía real sustituida por otra virtual en las que se mueven flujos inmensos de riqueza inmaterial, que no existe, pero que tiene consecuencias inmediatas y fatales sobre la vida de millones de personas; la sustitución del trabajo estable que permitía la consolidación de vínculos y alianzas de solidaridad y lucha, por la precariedad y la ocupación eventual que hace del trabajador un fantasma o sonámbulo que atraviesa los (escasos) espacios de trabajo sin dejar su sombra en ninguno de ellos; la confusión que reina en los medios de comunicación entre información y ficción, la simultaneidad del “tiempo real” de Internet que abole la lejanía física, arruinando el sentido de los acontecimientos y de los hechos de la vida colectiva, que toma así los rasgos de una pesadilla de la que los hombres y mujeres se sienten desvinculados para siempre; la irrupción de la jornada completa, de un día eterno sin la sucesión cíclica necesaria al ser humano, donde el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio se mezclan, y donde los valores del día (la actividad, la prisa, la luz, el consumo, lo masculino) han conquistado a la noche, dando lugar a una temporalidad nueva e indiferenciada que solamente puede responder a las necesidades y deseos de la economía… En fin, estos fenómenos, tomados como meros ejemplos entre otros muchos que componen una totalidad de dominación, son a la vez la base necesaria sobre la que actúan las imágenes y el resultado de su conquista del mundo. Ambos fenómenos se interpenetran, y sus objetivos y efectos nacen del mismo control tecnológico y forman parte del mismo proyecto totalitario. Pero conviene recordar que aún en el caso de que las imágenes del poder se apagaran, que se fundieran dejando tras de sí el territorio de la experiencia real, esa experiencia seguiría estando falseada por la organización fantástica de la vida hoy vigente. Se impone pues una primera observación: reducir el problema a una lucha entre imágenes o imaginarios (las malvadas y alienantes de la economía, y las liberadoras y “mágicas” del inconsciente o de la poesía) es limitar la cuestión y ceder al ilusionismo.
En segundo lugar, posiblemente es cierto que el abandono de las imágenes tenga como consecuencia la desertización del imaginario individual y hasta social, reduciéndolo a una tierra de nadie que perdería así sus últimas defensas ante la invasión y conquista definitiva de las imágenes del espectáculo. Una persona que ha perdido la facultad de crear imágenes de su deseo, no tiene nada que oponer a los deseos de la publicidad y del consumo. Es así que seguiremos reconociendo la importancia y la posibilidad de la creación, aún en el marco de opresión y alienación del capitalismo, como resistencia, como método de conocimiento, como aventura afectiva, y la expresión “el surrealismo es el comunismo del genio” sigue teniendo una vigencia total, en cuanto que afirma la inspiración poética, la creatividad, la experiencia y la expresión estética, están al alcance de todos los seres humanos.
Pero hay que reconocer también que la liberación de la imagen, y por la imagen, solamente puede darse en el individuo y no fuera de él; cuanto más, en un pequeño círculo de amigos, no en el cuerpo social. Se puede todavía depositar cierta confianza en la creación y en la imagen, pero siempre que se elija el campo de batalla adecuado. Porque actualmente, pretender combatir a la imagen totalitaria del espectáculo proponiendo como alternativa nuestras “imágenes” significa caer en la ineficacia más grande y más ingenua. Independientemente de la temperatura poética que alcance, la imagen no conserva hoy ningún poder mágico liberador. La magia, técnica de acción y manipulación sobre la materia, el espíritu o los grupos sociales, es hoy monopolio del mundo del espectáculo y de nadie más. No se trata simplemente del problema de la recuperación de las imágenes que se pretenden subversivas, utópicas o simplemente poéticas, sino, aún peor, de su banalización . La difusión ininterrumpida de la imagen pública y publicitaria, y su catálogo formal casi infinito, ha saturado el ojo público hasta domesticarlo quizás para siempre, en cuanto que ojo público , en cuanto que espectador de no importa qué imaginario. Así, las imágenes surrealistas, como las otras, pasarán inevitablemente inadvertidas, resbalando por la epidermis de una sensibilidad reducida a una pantalla opaca.
Por otro lado, el medio que se suele utilizar para mostrar nuestras imágenes, la exposición o las revistas, no ayuda a superar un problema tal vez insuperable. Querámoslo o no, se trata de un medio “artístico”, y en general serán contextualizadas y juzgadas mediante el código de interpretación del arte. La consecuencia ya no es tanto la claudicación ante la ideología del arte como esfera seudorreligiosa separada de la vida, sino que el arte como medio de expresión también ha sido atacado por ese mal de nuestro tiempo que consiste en la pérdida del peso específico de las cosas, y se ha trivializado, se ha degradado en otra forma de entretenimiento de masas, al lado de la televisión, los parques temáticos y el turismo programado, adquiriendo su mismo valor. Por lo tanto, cualquier forma de expresión que se asemeje o recuerde a lo que tradicionalmente se consideraba como “obra de arte”, aunque no lo sea ni lo pretenda, se muestra hoy completamente incapaz de llegar a ser tanto una crítica de la realidad existente como el deseo de su superación. De esta manera, el proyecto de una exposición surrealista como las celebradas en 1938, 1947 o 1965, donde las obras se ponían al servicio de un principio teórico revolucionario y exaltante, fundiéndose en un ambiente poético que desbordaba los límites de la institución artística, este proyecto se revela impracticable en el tiempo presente. No se trata de personas o calidades, sino de épocas: la evolución histórica del capitalismo y de sus formas de dominación han despojado de sentido ciertas tácticas y demostraciones, por lo que se debería abrir una reflexión y un debate lo más riguroso posible, antes de inaugurar una nueva exposición, sobre los medios de expresión que puede utilizar hoy el surrealismo para comunicarse con otros movimientos o personas, con la sociedad en suma. En este sentido, apenas si ya tiene importancia la vieja discusión sobre el carácter del espacio que acogería nuestras exposiciones, si debería tratarse de organismos públicos o de galerías de arte privadas, cuestiones de grado ante un debate más urgente y prioritario: el sistema de las exposiciones de obras ha caducado, y su muerte arrastra tras de sí, cual Titanic que se hunde, no sólo a sí mismo, sino también cualquier posibilidad de una comunicación real entre las personas que crean y los otros: porque las primeras puede que logren escapar del rol del artista, pero los segundos no pueden dejar de ser espectadores.
¿Esta fatalidad será para siempre? Al igual que “la cuestión de la expresión está siempre abierta ” (2) pues el agotamiento de las formas de expresión artísticas no puede separarse del contexto de la descomposición general de la sociedad actual, y sería aventurado presuponer, como hicieron los situacionistas, que una sociedad libre emancipada de la explotación capitalista no conocerá ni necesitará ya ningún tipo de creación o de poesía que no sea la comunitaria, quizás también la cuestión de la comunicación pueda seguir abierta; que, entre todos los otros tipos de diálogo social que hay que reinventar, sea posible encontrar una comunicación nueva y plena, ni religiosa ni espectacular, entre el creador que muestra por placer su obra y aquel que, también por placer, desea entrar en contacto con ella, entendiendo por un lado que se trata de un mensaje de ida y vuelta, y por otro que los papeles son intercambiables, pues partimos de la base de que el acto de crear y la recepción de esa creación no serían sino momentos alternativos de la actividad unificada de un mismo grupo de personas. Y de la misma manera que “la expresión poética de nuestra época –sean cuales sean los medios utilizados, imagen, poesía escrita, música, expresión corporal, cine– no tiene sentido, desde un punto de vista radical, en tanto que esbozo utópico de un lenguaje poético futuro, pues el orden social sobre el que ese lenguaje se fundará no existe todavía ” (B. Schwartz), los diferentes medios o formas de comunicación o divulgación de la actividad surrealista, o de cualquier otra, en el terreno de la creación no tienen otro valor que como esbozos del futuro. Esta exigencia, desde el punto de vista radical , nos obliga a ser aún más precavidos y a clausurar definitivamente algunas experiencias que, como las exposiciones, no autorizan en nada a creer que, más allá de su comprobada miseria actual, puedan todavía aportar algo a esa futura comunicación de lo sensible que creemos posible. Porque la “construcción de situaciones”, en esa sociedad libertaria a la que aspiramos, no agotará tal vez el deseo personal de crear ni el deseo de mostrar esa creación, que no es sino el deseo de un tipo diferente de comunicación, como el lenguaje de los gestos, o los gestos del amor (3).
En este sentido, algunas veces se ha querido justificar la validez de una exposición surrealista al considerarla como una modalidad de juego colectivo, o como un don que se ofrecería a los amigos o cómplices a modo de potlatch ; precisamente porque reconocemos la validez experimental de estas exposiciones, ¿no habría llegado el momento de insistir en ellas, y solamente en ellas, desprendiéndolas del marco tradicional de la exposición, que parodia y adultera las virtudes liberadoras del juego y del don? ¿No deberíamos probar nuevas vías, o incluso sistematizar algunas intuiciones no desarrolladas del propio surrealismo, como el Objeto Objetivamente Ofrecido de Ghérasim Luca (4), verdadero “esbozo utópico” tanto del “lenguaje poético futuro” como de la comunicación que quizás logre hacer inteligible y apasionante ese lenguaje para los otros?
Por otro lado, es en nombre de ese lenguaje poético futuro, de esa cuestión de la expresión humana bajo todas sus formas, que podemos atrevernos a pasar revista a la propia creación surrealista tal y como se da en la actualidad, para juzgar si todavía puede ofrecer un fragmento utópico, un germen de lo que podría ser la práctica de la poesía en una sociedad que rompiera con las esclavitudes, o si por el contrario se ha fosilizado, convirtiéndose en una fórmula repetitiva, pasiva, espectacular, negación por tanto de su propio espíritu.
Para evitar este peligro, un primer acto del surrealismo consistirá en liberarse de ciertos rasgos identitarios que favorecen su consumo y su consumisión. Está obligado a acometer un proceso crítico de reevaluación de su naturaleza, a desconfiar de ciertas formas propias de creación que le sigan haciendo aparecer como propietario y dueño de un imaginario. La superación histórica de la imagen por el surrealismo pasa hoy, inexcusablemente, por borrar, aunque sea paulatinamente, todo indicio de marca registrada. En el terreno de la imagen plástica, no puede seguir sujeto a una “representación” del inconsciente tal y como hasta ahora se la conoce, limitada tanto por su carácter formalizador como por su repetición estéril y estetizante. Pero tampoco puede seguir siendo dependiente de toda una gama de representaciones de la “imagen analógica” que siguen modelos originales insuperables e implagiables, por lo tanto irreproducibles. Sólo puede hablarse de servidumbre sentimental ante un apego y una credulidad a un “modus operandi” que amenaza tornarse mistificación. Debemos en primer lugar y de manera urgente pararnos y pensar la imagen en la creación surrealista actual, para frenar su inconsistencia, consecuencia directa de nuestra propia incapacidad, de fe en el canon, de irresponsable confianza en la creatividad del amigo, de un ensimismamiento que nos hace indemnes a lo que pasa fuera, lo que impide la confrontación con ello si no es para descalificarlo, la mayoría de las veces, irreflexivamente. En definitiva, consecuencia de una importante caída de tensión que va necesariamente acompañada de una disminución de sus constantes vitales.
Porque es muy evidente que este último período de la historia del surrealismo se caracteriza por una ostensible ausencia de innovación de su creación plástica. Nos atrevemos a decir que esta expresión está, por lo menos en estos momentos, en decadencia: no sólo por lo nuevo que no se ha hecho, sino porque una y otra vez asistimos a más de lo mismo en cada una de nuestras publicaciones (Salamandra incluída, por supuesto) que reproducen demasiado gratuitamente y con manifiesta falta de exigencia en la selección toda una serie de creaciones personales que, la mayoría de las veces, son insuficientes de lo que debe ser el hacer del surrealismo en este campo. ¿Cual es este hacer? Este es hoy, para nosotros, el verdadero dilema. Nuestra adhesión a muchos de los nombres ligados a las primeras etapas del surrealismo marcan la pauta del camino a seguir, no para repetir sus imaginarios sino por la ambición de los mismos, cuyo espíritu, y sólo él, continúa estimulándonos.
Es verdad que hay una serie de constantes que siguen teniendo nuestra confianza: el sueño, la alquimia, el erotismo, el amor, el inconsciente… Pero desconfiamos de las actuales formas empleadas para representarlo, vagas y miméticas, dependientes de una inercia especializante (debe quedar claro que no se está poniendo en duda el elemento pasional que acompaña, funda o impulsa la creación. Nuestra querella es, digámoslo así, enteramente intelectual, es decir, que plantea una discusión y una elucidación crítica de los conceptos y sus aplicaciones). Sin duda, Jan Svankmajer continúa la búsqueda, experimentación, investigación que dan al término innovación su hermandad con la palabra descubrimiento. También contemplamos el período “hermético” de Martin Stejskal (tenemos ciertas dudas respecto a sus trabajos digitales) como una aportación nueva en el devenir de la imagen plástica en el surrealismo. Pero no olvidemos que estos dos nombres no dejan de ser “históricos”, y debemos congraciarnos por su adhesión y permanencia en la actual configuración de la “comunidad surrealista internacional”, pero al mismo tiempo lamentamos que sean los últimos en desarrollar sistemáticamente, en el dominio plástico, una exploración exigente, rigurosa e innovadora. Pero, fuera de ellos, ¿quién encarna hoy esa faceta inherente al surrealismo? No es nuestro deseo ser injustos pero nos vemos obligados a afirmar que nadie en la realidad del surrealismo actualmente. A lo sumo, podemos decir que avistamos ciertos signos aislados que suscitan nuestro interés, que provocan nuestra simpatía y adhesión, que, por supuesto, nos causan un placer innegable porque coinciden con nuestro gusto personal; pero, desde una perspectiva mínimamente exigente, no vemos que cumplan esa renovación de la creación que exigimos, que queremos. Pero debemos aclarar, en primer y último término, que no nos concedemos ninguna autoridad intelectual, moral o crítica de tipo exclusivista al dar los nombres referidos, ni tampoco elaborar ningún tipo de canon, y hacemos hincapié, para que no quede ningún género de dudas, que nuestra observación sólo puede contemplarse en el campo del pensamiento y de la creación, jamás en el personal; solamente deseamos manifestar nuestra opinión sobre lo que todavía hoy puede hacerse o no en el surrealismo en relación con un imaginario que lo identifica históricamente.
Porque más allá de las obras concretas de una persona u otra, nos preocupa la renovación necesaria del imaginario surrealista, no sólo como lo conocemos, sino, sobre todo, como lo desconocemos. Y aquí, no lo negamos, nos sentimos al borde del abismo. Aunque tampoco negamos que no tenemos miedo de darnos de bruces con su fondo. En definitiva, nos parece completamente pertinente e insalvable una travesía del desierto en la que se ponga en juego la propia pervivencia de la imaginación surrealista.
*
Quisiéramos recordar que la experiencia del inconsciente es la experiencia del surrealismo. El abandono incondicional del surrealismo al abajo ha tenido como consecuencia fecundar extraordinariamente el campo poético. Podríamos decir que el surrealismo ha generado una ontología de la imagen poética por medio de ese acuerdo no condicionado con la vida psíquica. Una ontología directa, para utilizar la expresión de Gaston Bachelard, con la que trata de definir la dinámica de “la imagen poética no sometida a un impulso (…) no como eco de un pasado sino lo contrario: en su novedad, en su actividad, en la repercusión, en la resonancia la imagen poética tiene un ser propio, un dinamismo propio. En esa resonancia, la imagen poética tendrá una sonoridad del ser. El poeta habla en el umbral del ser” ( Poética del espacio , p.8, F.C.E.). Queda así el poeta cuajado en el dolor del alumbramiento, que, como no podría ser de otro modo, es fruto de un desgarramiento, de un acontecimiento (acto de amor) que ha conseguido borrar la memoria. Y así se expone a “la llamada del ser en la imaginación”, al acto poético que no es constitutivo porque no es conceptual sino experiencia de lo desconocido.
Tal cosa desconocida es lo que nos hace tomar conciencia de la imposibilidad de un continuismo histórico de la “forma surrealista”, al menos de la forma expresada según la hoy tópica representación de las instancias que lo inspiran, sean éstas las de lo onírico, lo orgánico, lo alquímico… Porque es insensato tratar de fijar la imagen poética, como es insensato tratar de fijar el espíritu del surrealismo. Precisamente, la capacidad de mudar de la primera es inseparable de la indocilidad del segundo. Es esta indocilidad la que nos importa. No la acomodación de los que decimos ser surrealistas al propio canon. Lo que nos importa es la cualidad inherente al surrealismo de inaugurar, de anticipar, es decir de reanunciar (reinventar el amor, reinventar la poesía, reinventar la libertad). Fuera de esta exigencia, el surrealismo decae, deja de ser aventura, pierde autoridad moral e intelectual, desvigoriza sus expresiones y diluye su vitalidad.
Por otra parte, no olvidamos que al hablar de la imagen poética no lo hacemos sólo de la “imagen poética surrealista”. Es más, nos preocupa hablar de la imagen poética desde el surrealismo, esto es, desde el nombre propio y el nombre común, no desde el adjetivo (cada vez ronda más por la cabeza de algunos de nosotros que el surrealismo no es surrealista ). De este modo, entramos en sintonía o participamos íntegra o parcialmente de otras creaciones alejadas por definición de la “surrealista”, porque su potencia poética se corresponde con nuestra exigencia interior más emergente y porque son expresiones “del ser del hombre captado en su actualidad” (G. Bachelard, o.c., pág. 9) (5).
Es aquí donde los surrealistas se ponen a prueba. Es aquí donde el discurso teórico y la herencia emocional fracasan si no van acompañadas de un despojamiento ontológico que interrumpa o rompa el conocimiento adquirido y la inercia ilustrada. ¡Por los bordes! fundamentalmente por los bordes se insinúa la vereda que aleja de la cultura y comunica con el hombre, la senda labrada en lo abierto intempestivamente, ahí donde se juntan las tempestades y las luces celebran sus esponsales con el ser desposeído.
De este fragor participa la imagen poética, para calcinar y ser calcinada. Por este accidente renueva el “devenir de su expresión, que es a la vez devenir de nuestro ser. Aquí la expresión cobra ser” (Bachelard).
Así considerada, la imagen poética se reafirma en una libertad incondicional y obra como resistencia contra la horda miserabilista que entenebrece el mundo sensible. Pero repetimos que, debido a su misma vulnerabilidad y maleamiento, no puede cumplir una función subversiva si no es en el plano consustancial al ser individual, no al ser social. Lo que no impide, más bien al contrario, pensarla con el rigor extremo con el que debe pensarse el mito de la revolución, y por las mismas razones, haciendo gala de un pesimismo iluminado desde el que rearmar la libertad en su práctica concreta e inmediata, en su devenir cotidiano, práctica inevitable y finalmente irreductible al discurso intelectual, al programa político o a la abstracción ideológica. Como se ve, en ningún momento renunciamos a la imaginación. Todo lo contrario. Tan sólo tratamos de redefinir sus objetivos y su relación dialéctica con una realidad que parece que ha enloquecido, pero que sigue siendo el último argumento del poder, en cuanto que, virtual o no, se presenta como un orden natural (o antinatural) de las cosas, y que exige sumisión y obediencia ciega a su imperio indiscutible. Sin embargo hoy, la “Realidad” niega lo real, es decir, la experiencia directa y sin mediaciones de la vida inmediata y sensible; por lo tanto, la imaginación se carga de otro sentido y asume un nuevo papel, porque ahora debe realizarse materialmente, debe construirse en su propia satisfacción o realización, extrayéndose de lo concreto e interviniendo necesariamente en lo mismo. Quizás ya no sea el momento de crear “imágenes” para que sean vistas, sino de materializar el ensueño utópico, satisfaciéndolo en la vida concreta y de manera colectiva (6). En este sentido, nos atreveríamos a hablar de materialismo poético , en cuanto que lo imaginario no puede separarse ya de las realidades sino que se funda en ellas (“tenemos un hambre insaciable de realidad”, en palabras de Luca y Trost). Muy sumariamente, lo que denominamos materialismo poético sería una corriente imaginante que va transformando la realidad del ser, un fluir temperamental que remodela las formas de la realidad que quiere transformar; se resolvería en el campo de la acción inmediata, haciéndose acompañar del principio de placer. La originalidad tampoco es nuestro fuerte: estamos pensando en un “accionismo metafórico” en lo sensible (la ciudad, la naturaleza…) que ciertamente se está ya llevando a cabo en el seno del surrealismo (sean los “atoposes” , sean los juegos de deriva, sea el Objeto Perturbador…) y que sólo espera una mayor sistematización, una mayor conciencia de sí mismo para que estas acciones experimentales, llevadas a cabo por una comunidad de hombres y mujeres adscritos a la experiencia de la vida diaria en términos de excepción, sean capaces de esbozar una cierta “poética de la vida cotidiana” tan imprescindible como la crítica de la misma. Estas acciones, fundamentadas en su carácter exaltante y deliberadamente inútil, decididamente embellecedoras y autocomplacientes, deben diluirse en la corriente imprescindible del tiempo, pudiendo quedar a la intemperie de la incomprensión y recargándose o destruyéndose con la energía de la afectividad, negativa o positiva, indistintamente. Solamente así se opondrán a la actualidad, a la positivización de lo útil, a los engranajes de lo cultural, lo que no contradice ni mucho menos una voluntad subversiva a la que no nos hurtamos, pero que preferimos considerar solamente a título de hipótesis, cediendo sin embargo a su potencia convulsiva.
Debe quedar claro que no intentamos establecer un programa o lanzar un manifiesto: la misma modestia de nuestras observaciones descalificaría esta pretensión. Por otro lado, tampoco seremos los únicos en mencionar estas u otras acciones emprendidas, en un momento u otro, por los diferentes grupos surrealistas. Y está claro también que ese materialismo poético no podría agotarse en esas prácticas, si quiere responder a la amenaza que atenaza actualmente a la imaginación: no contribuir al proceso de fantasmagorización del mundo, encontrar la fórmula que le permita hacerse real sin realizarse como espectáculo.
Por el Grupo Surrealista de Madrid
Eugenio Castro, Manuel Crespo, Oscar Delgado, Javier Gálvez, Lurdes Martínez, Antonio Ramírez, José Manuel Rojo y María Santana.
Para llegar a este estado de cosas, era preciso hacer ingresar la llamada libertad de expresión en las dinámicas liberales de la “sensura” (censura de sentido, término acuñado por el poeta francés Bernard Nöel), para hacerla reaparecer, tras un desplazamiento apenas perceptible, bajo un nuevo nombre: libertad de representación, concepto sin duda más cercano al de libre mercado con el que se asocia. Gracias a esta tergiversación, que toma la forma de un cataclismo, la representación está ocupando cada vez más un puesto preferente con respecto a la imaginación, hasta el punto de que podemos afirmar que la imaginación, regida ahora por las leyes de la representación, está perdiendo toda connotación de interioridad. Esto es, desde luego, un desastre que promete arrasar con el antiguo “pecado de pensamiento” que nos unía a la visión (1). Y no debería parecer apocalíptico decir, junto a los críticos de la sociedad cibernética y telemática, que ya no vemos porque hemos dejado de pensar e imaginar y hemos pasado a representar y a visualizar (aunque esto no es todo, como trataremos de hacer notar más adelante). El desencadenamiento abrumador de imágenes en nuestros días viene a decirnos, por una parte, que la imagen ha sido liberalizada, y por otra que ha sido liberado un imaginario que amenaza con volverse real. De hecho, ya apenas tenemos una imagen mental (íntima y singular) del propio mundo, del que cada vez tenemos más noticias, sí, es decir, del que cada día se nos notifica más su ausencia, puesto que somos a diario apartados más y más de su relieve, de sus accidentes del terreno, de su fisicidad en suma. Y esto, en la medida en que viene siendo, a causa del fenómeno pantalla, laminado, allanado. Sea a través del televisor, de los monitores de vídeo, de la fotografía (“artística” o documental da lo mismo) y muy especialmente a través del llamado internet (hoy, encarnación inigualable de la “máquina descerebradora” de Jarry) el mundo es permanentemente escenificado, queremos decir, diferido en directo.
Tenemos, así, cumplida cuenta de una de las funciones más nocivas y eficaces de la actual orgía de imágenes. De continuo somos distanciados más y más del mundo conforme a la paradoja propia de la velocidad de información: levantar una pantalla de transparencia que deslumbra la mirada a causa de la fascinación que produce, primer paso que se da para suprimir la relación física del ojo con la materia. De este modo, la imagen proyecta y prolonga su interferencia sobre el mundo en tanto en cuanto crece su dinámica desmaterializante. Aún más, obra sin apenas traumatismos visibles la separación del cuerpo de la tierra, de la mente de la tierra, de la sombra de su cuerpo. Así descuaja al hombre de su relación con lo telúrico, con lo ancestral, con lo inextirpable, y lo fija al delirio de gravitación, falsa vía de escape del ciclo vital de la muerte.
Pero lo cierto es que la imagen de la que hablamos encanta, no duele, no es brutal, ni siquiera desagradable, es eminentemente “artística” y se viste, indistintamente, con los ropajes de lo surreal, de lo conceptual, de lo abstracto. No atiende a diferencias. Rompe los estilos. Disuelve las categorías. Se torna vanguardista o posmoderna o situacionista. Tan grande es el conocimiento de las distintas formas estéticas (o poéticas) que han atravesado el siglo XX, y tan descomunales los medios técnicos de los que disponen los dueños de la imagen, que se puede adornar la vida cotidiana con una belleza fantasmal que legitima en el plano sensible la terrible mutación de la realidad en algo ficticio. No exageramos si decimos que la realidad se ha vuelto imaginaria, lo que supone afirmar, por su reverso, que lo imaginario se ha vuelto real. Y no es impreciso del todo aseverar que se está consiguiendo llegar a aquél punto en el que las contradicciones cesarían en su enfrentamiento. Que esto es una perversión de lo formulado por André Breton lo sabemos, entre otras razones porque la imagen espectacular, que parece cumplir y materializar todos los sueños y deseos, incita a la pasividad y a la inmovilidad, no a la transformación de la realidad; la acción queda relegada a medida que la imagen avanza, haciendo imposible la unión de la imagen (de la poesía, de lo imaginario) y de la acción, por lo que la supuesta síntesis de contrarios es falsa, tratándose más bien de una disociación. Pero no es menos cierto que la imagen dinamiza en el terreno de lo social una confusión de lo antagónico que cada vez más se derrama en cascada sobre el aparato afectivo de cada uno de nosotros, magnetizados por su conjuro, y que afianza una vida telemizada que sustituye a la vida vivida. Porque ahora, más que de mundo representado, podemos hablar ya de delirio de simulación, en la medida en que la imagen está destinada a formar la conciencia humana siguiendo una dirección sustitutiva de ésta.
Por otro lado, es evidente que la pérdida de sustancia que ha experimentado lo que llamamos realidad no se deberá tan sólo al dominio de la imagen y de los medios de comunicación. Porque las imágenes no son sino una herramienta, una técnica más que utiliza la clase dominante para asegurar la organización social que le conviene, lo que no se contradice con el hecho objetivo de que el sistema ideológico-técnico de las imágenes cobre a veces una dinámica propia, un desarrollo autónomo cuyos efectos, aunque imprevistos, no hacen sino reforzar el proceso general del que ese sistema ha nacido y al que sirve en última instancia.
Así pues, es la propia realidad social, sin necesidad del concurso de la imagen, la que ha perdido sus contornos, la que se ofrece como fantasía, como falta de sentido, como ficción donde perdemos el norte y no encontramos ya ningún punto de apoyo sobre el que rehacer una orientación y una resistencia. La economía real sustituida por otra virtual en las que se mueven flujos inmensos de riqueza inmaterial, que no existe, pero que tiene consecuencias inmediatas y fatales sobre la vida de millones de personas; la sustitución del trabajo estable que permitía la consolidación de vínculos y alianzas de solidaridad y lucha, por la precariedad y la ocupación eventual que hace del trabajador un fantasma o sonámbulo que atraviesa los (escasos) espacios de trabajo sin dejar su sombra en ninguno de ellos; la confusión que reina en los medios de comunicación entre información y ficción, la simultaneidad del “tiempo real” de Internet que abole la lejanía física, arruinando el sentido de los acontecimientos y de los hechos de la vida colectiva, que toma así los rasgos de una pesadilla de la que los hombres y mujeres se sienten desvinculados para siempre; la irrupción de la jornada completa, de un día eterno sin la sucesión cíclica necesaria al ser humano, donde el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio se mezclan, y donde los valores del día (la actividad, la prisa, la luz, el consumo, lo masculino) han conquistado a la noche, dando lugar a una temporalidad nueva e indiferenciada que solamente puede responder a las necesidades y deseos de la economía… En fin, estos fenómenos, tomados como meros ejemplos entre otros muchos que componen una totalidad de dominación, son a la vez la base necesaria sobre la que actúan las imágenes y el resultado de su conquista del mundo. Ambos fenómenos se interpenetran, y sus objetivos y efectos nacen del mismo control tecnológico y forman parte del mismo proyecto totalitario. Pero conviene recordar que aún en el caso de que las imágenes del poder se apagaran, que se fundieran dejando tras de sí el territorio de la experiencia real, esa experiencia seguiría estando falseada por la organización fantástica de la vida hoy vigente. Se impone pues una primera observación: reducir el problema a una lucha entre imágenes o imaginarios (las malvadas y alienantes de la economía, y las liberadoras y “mágicas” del inconsciente o de la poesía) es limitar la cuestión y ceder al ilusionismo.
En segundo lugar, posiblemente es cierto que el abandono de las imágenes tenga como consecuencia la desertización del imaginario individual y hasta social, reduciéndolo a una tierra de nadie que perdería así sus últimas defensas ante la invasión y conquista definitiva de las imágenes del espectáculo. Una persona que ha perdido la facultad de crear imágenes de su deseo, no tiene nada que oponer a los deseos de la publicidad y del consumo. Es así que seguiremos reconociendo la importancia y la posibilidad de la creación, aún en el marco de opresión y alienación del capitalismo, como resistencia, como método de conocimiento, como aventura afectiva, y la expresión “el surrealismo es el comunismo del genio” sigue teniendo una vigencia total, en cuanto que afirma la inspiración poética, la creatividad, la experiencia y la expresión estética, están al alcance de todos los seres humanos.
Pero hay que reconocer también que la liberación de la imagen, y por la imagen, solamente puede darse en el individuo y no fuera de él; cuanto más, en un pequeño círculo de amigos, no en el cuerpo social. Se puede todavía depositar cierta confianza en la creación y en la imagen, pero siempre que se elija el campo de batalla adecuado. Porque actualmente, pretender combatir a la imagen totalitaria del espectáculo proponiendo como alternativa nuestras “imágenes” significa caer en la ineficacia más grande y más ingenua. Independientemente de la temperatura poética que alcance, la imagen no conserva hoy ningún poder mágico liberador. La magia, técnica de acción y manipulación sobre la materia, el espíritu o los grupos sociales, es hoy monopolio del mundo del espectáculo y de nadie más. No se trata simplemente del problema de la recuperación de las imágenes que se pretenden subversivas, utópicas o simplemente poéticas, sino, aún peor, de su banalización . La difusión ininterrumpida de la imagen pública y publicitaria, y su catálogo formal casi infinito, ha saturado el ojo público hasta domesticarlo quizás para siempre, en cuanto que ojo público , en cuanto que espectador de no importa qué imaginario. Así, las imágenes surrealistas, como las otras, pasarán inevitablemente inadvertidas, resbalando por la epidermis de una sensibilidad reducida a una pantalla opaca.
Por otro lado, el medio que se suele utilizar para mostrar nuestras imágenes, la exposición o las revistas, no ayuda a superar un problema tal vez insuperable. Querámoslo o no, se trata de un medio “artístico”, y en general serán contextualizadas y juzgadas mediante el código de interpretación del arte. La consecuencia ya no es tanto la claudicación ante la ideología del arte como esfera seudorreligiosa separada de la vida, sino que el arte como medio de expresión también ha sido atacado por ese mal de nuestro tiempo que consiste en la pérdida del peso específico de las cosas, y se ha trivializado, se ha degradado en otra forma de entretenimiento de masas, al lado de la televisión, los parques temáticos y el turismo programado, adquiriendo su mismo valor. Por lo tanto, cualquier forma de expresión que se asemeje o recuerde a lo que tradicionalmente se consideraba como “obra de arte”, aunque no lo sea ni lo pretenda, se muestra hoy completamente incapaz de llegar a ser tanto una crítica de la realidad existente como el deseo de su superación. De esta manera, el proyecto de una exposición surrealista como las celebradas en 1938, 1947 o 1965, donde las obras se ponían al servicio de un principio teórico revolucionario y exaltante, fundiéndose en un ambiente poético que desbordaba los límites de la institución artística, este proyecto se revela impracticable en el tiempo presente. No se trata de personas o calidades, sino de épocas: la evolución histórica del capitalismo y de sus formas de dominación han despojado de sentido ciertas tácticas y demostraciones, por lo que se debería abrir una reflexión y un debate lo más riguroso posible, antes de inaugurar una nueva exposición, sobre los medios de expresión que puede utilizar hoy el surrealismo para comunicarse con otros movimientos o personas, con la sociedad en suma. En este sentido, apenas si ya tiene importancia la vieja discusión sobre el carácter del espacio que acogería nuestras exposiciones, si debería tratarse de organismos públicos o de galerías de arte privadas, cuestiones de grado ante un debate más urgente y prioritario: el sistema de las exposiciones de obras ha caducado, y su muerte arrastra tras de sí, cual Titanic que se hunde, no sólo a sí mismo, sino también cualquier posibilidad de una comunicación real entre las personas que crean y los otros: porque las primeras puede que logren escapar del rol del artista, pero los segundos no pueden dejar de ser espectadores.
¿Esta fatalidad será para siempre? Al igual que “la cuestión de la expresión está siempre abierta ” (2) pues el agotamiento de las formas de expresión artísticas no puede separarse del contexto de la descomposición general de la sociedad actual, y sería aventurado presuponer, como hicieron los situacionistas, que una sociedad libre emancipada de la explotación capitalista no conocerá ni necesitará ya ningún tipo de creación o de poesía que no sea la comunitaria, quizás también la cuestión de la comunicación pueda seguir abierta; que, entre todos los otros tipos de diálogo social que hay que reinventar, sea posible encontrar una comunicación nueva y plena, ni religiosa ni espectacular, entre el creador que muestra por placer su obra y aquel que, también por placer, desea entrar en contacto con ella, entendiendo por un lado que se trata de un mensaje de ida y vuelta, y por otro que los papeles son intercambiables, pues partimos de la base de que el acto de crear y la recepción de esa creación no serían sino momentos alternativos de la actividad unificada de un mismo grupo de personas. Y de la misma manera que “la expresión poética de nuestra época –sean cuales sean los medios utilizados, imagen, poesía escrita, música, expresión corporal, cine– no tiene sentido, desde un punto de vista radical, en tanto que esbozo utópico de un lenguaje poético futuro, pues el orden social sobre el que ese lenguaje se fundará no existe todavía ” (B. Schwartz), los diferentes medios o formas de comunicación o divulgación de la actividad surrealista, o de cualquier otra, en el terreno de la creación no tienen otro valor que como esbozos del futuro. Esta exigencia, desde el punto de vista radical , nos obliga a ser aún más precavidos y a clausurar definitivamente algunas experiencias que, como las exposiciones, no autorizan en nada a creer que, más allá de su comprobada miseria actual, puedan todavía aportar algo a esa futura comunicación de lo sensible que creemos posible. Porque la “construcción de situaciones”, en esa sociedad libertaria a la que aspiramos, no agotará tal vez el deseo personal de crear ni el deseo de mostrar esa creación, que no es sino el deseo de un tipo diferente de comunicación, como el lenguaje de los gestos, o los gestos del amor (3).
En este sentido, algunas veces se ha querido justificar la validez de una exposición surrealista al considerarla como una modalidad de juego colectivo, o como un don que se ofrecería a los amigos o cómplices a modo de potlatch ; precisamente porque reconocemos la validez experimental de estas exposiciones, ¿no habría llegado el momento de insistir en ellas, y solamente en ellas, desprendiéndolas del marco tradicional de la exposición, que parodia y adultera las virtudes liberadoras del juego y del don? ¿No deberíamos probar nuevas vías, o incluso sistematizar algunas intuiciones no desarrolladas del propio surrealismo, como el Objeto Objetivamente Ofrecido de Ghérasim Luca (4), verdadero “esbozo utópico” tanto del “lenguaje poético futuro” como de la comunicación que quizás logre hacer inteligible y apasionante ese lenguaje para los otros?
Por otro lado, es en nombre de ese lenguaje poético futuro, de esa cuestión de la expresión humana bajo todas sus formas, que podemos atrevernos a pasar revista a la propia creación surrealista tal y como se da en la actualidad, para juzgar si todavía puede ofrecer un fragmento utópico, un germen de lo que podría ser la práctica de la poesía en una sociedad que rompiera con las esclavitudes, o si por el contrario se ha fosilizado, convirtiéndose en una fórmula repetitiva, pasiva, espectacular, negación por tanto de su propio espíritu.
Para evitar este peligro, un primer acto del surrealismo consistirá en liberarse de ciertos rasgos identitarios que favorecen su consumo y su consumisión. Está obligado a acometer un proceso crítico de reevaluación de su naturaleza, a desconfiar de ciertas formas propias de creación que le sigan haciendo aparecer como propietario y dueño de un imaginario. La superación histórica de la imagen por el surrealismo pasa hoy, inexcusablemente, por borrar, aunque sea paulatinamente, todo indicio de marca registrada. En el terreno de la imagen plástica, no puede seguir sujeto a una “representación” del inconsciente tal y como hasta ahora se la conoce, limitada tanto por su carácter formalizador como por su repetición estéril y estetizante. Pero tampoco puede seguir siendo dependiente de toda una gama de representaciones de la “imagen analógica” que siguen modelos originales insuperables e implagiables, por lo tanto irreproducibles. Sólo puede hablarse de servidumbre sentimental ante un apego y una credulidad a un “modus operandi” que amenaza tornarse mistificación. Debemos en primer lugar y de manera urgente pararnos y pensar la imagen en la creación surrealista actual, para frenar su inconsistencia, consecuencia directa de nuestra propia incapacidad, de fe en el canon, de irresponsable confianza en la creatividad del amigo, de un ensimismamiento que nos hace indemnes a lo que pasa fuera, lo que impide la confrontación con ello si no es para descalificarlo, la mayoría de las veces, irreflexivamente. En definitiva, consecuencia de una importante caída de tensión que va necesariamente acompañada de una disminución de sus constantes vitales.
Porque es muy evidente que este último período de la historia del surrealismo se caracteriza por una ostensible ausencia de innovación de su creación plástica. Nos atrevemos a decir que esta expresión está, por lo menos en estos momentos, en decadencia: no sólo por lo nuevo que no se ha hecho, sino porque una y otra vez asistimos a más de lo mismo en cada una de nuestras publicaciones (Salamandra incluída, por supuesto) que reproducen demasiado gratuitamente y con manifiesta falta de exigencia en la selección toda una serie de creaciones personales que, la mayoría de las veces, son insuficientes de lo que debe ser el hacer del surrealismo en este campo. ¿Cual es este hacer? Este es hoy, para nosotros, el verdadero dilema. Nuestra adhesión a muchos de los nombres ligados a las primeras etapas del surrealismo marcan la pauta del camino a seguir, no para repetir sus imaginarios sino por la ambición de los mismos, cuyo espíritu, y sólo él, continúa estimulándonos.
Es verdad que hay una serie de constantes que siguen teniendo nuestra confianza: el sueño, la alquimia, el erotismo, el amor, el inconsciente… Pero desconfiamos de las actuales formas empleadas para representarlo, vagas y miméticas, dependientes de una inercia especializante (debe quedar claro que no se está poniendo en duda el elemento pasional que acompaña, funda o impulsa la creación. Nuestra querella es, digámoslo así, enteramente intelectual, es decir, que plantea una discusión y una elucidación crítica de los conceptos y sus aplicaciones). Sin duda, Jan Svankmajer continúa la búsqueda, experimentación, investigación que dan al término innovación su hermandad con la palabra descubrimiento. También contemplamos el período “hermético” de Martin Stejskal (tenemos ciertas dudas respecto a sus trabajos digitales) como una aportación nueva en el devenir de la imagen plástica en el surrealismo. Pero no olvidemos que estos dos nombres no dejan de ser “históricos”, y debemos congraciarnos por su adhesión y permanencia en la actual configuración de la “comunidad surrealista internacional”, pero al mismo tiempo lamentamos que sean los últimos en desarrollar sistemáticamente, en el dominio plástico, una exploración exigente, rigurosa e innovadora. Pero, fuera de ellos, ¿quién encarna hoy esa faceta inherente al surrealismo? No es nuestro deseo ser injustos pero nos vemos obligados a afirmar que nadie en la realidad del surrealismo actualmente. A lo sumo, podemos decir que avistamos ciertos signos aislados que suscitan nuestro interés, que provocan nuestra simpatía y adhesión, que, por supuesto, nos causan un placer innegable porque coinciden con nuestro gusto personal; pero, desde una perspectiva mínimamente exigente, no vemos que cumplan esa renovación de la creación que exigimos, que queremos. Pero debemos aclarar, en primer y último término, que no nos concedemos ninguna autoridad intelectual, moral o crítica de tipo exclusivista al dar los nombres referidos, ni tampoco elaborar ningún tipo de canon, y hacemos hincapié, para que no quede ningún género de dudas, que nuestra observación sólo puede contemplarse en el campo del pensamiento y de la creación, jamás en el personal; solamente deseamos manifestar nuestra opinión sobre lo que todavía hoy puede hacerse o no en el surrealismo en relación con un imaginario que lo identifica históricamente.
Porque más allá de las obras concretas de una persona u otra, nos preocupa la renovación necesaria del imaginario surrealista, no sólo como lo conocemos, sino, sobre todo, como lo desconocemos. Y aquí, no lo negamos, nos sentimos al borde del abismo. Aunque tampoco negamos que no tenemos miedo de darnos de bruces con su fondo. En definitiva, nos parece completamente pertinente e insalvable una travesía del desierto en la que se ponga en juego la propia pervivencia de la imaginación surrealista.
*
Quisiéramos recordar que la experiencia del inconsciente es la experiencia del surrealismo. El abandono incondicional del surrealismo al abajo ha tenido como consecuencia fecundar extraordinariamente el campo poético. Podríamos decir que el surrealismo ha generado una ontología de la imagen poética por medio de ese acuerdo no condicionado con la vida psíquica. Una ontología directa, para utilizar la expresión de Gaston Bachelard, con la que trata de definir la dinámica de “la imagen poética no sometida a un impulso (…) no como eco de un pasado sino lo contrario: en su novedad, en su actividad, en la repercusión, en la resonancia la imagen poética tiene un ser propio, un dinamismo propio. En esa resonancia, la imagen poética tendrá una sonoridad del ser. El poeta habla en el umbral del ser” ( Poética del espacio , p.8, F.C.E.). Queda así el poeta cuajado en el dolor del alumbramiento, que, como no podría ser de otro modo, es fruto de un desgarramiento, de un acontecimiento (acto de amor) que ha conseguido borrar la memoria. Y así se expone a “la llamada del ser en la imaginación”, al acto poético que no es constitutivo porque no es conceptual sino experiencia de lo desconocido.
Tal cosa desconocida es lo que nos hace tomar conciencia de la imposibilidad de un continuismo histórico de la “forma surrealista”, al menos de la forma expresada según la hoy tópica representación de las instancias que lo inspiran, sean éstas las de lo onírico, lo orgánico, lo alquímico… Porque es insensato tratar de fijar la imagen poética, como es insensato tratar de fijar el espíritu del surrealismo. Precisamente, la capacidad de mudar de la primera es inseparable de la indocilidad del segundo. Es esta indocilidad la que nos importa. No la acomodación de los que decimos ser surrealistas al propio canon. Lo que nos importa es la cualidad inherente al surrealismo de inaugurar, de anticipar, es decir de reanunciar (reinventar el amor, reinventar la poesía, reinventar la libertad). Fuera de esta exigencia, el surrealismo decae, deja de ser aventura, pierde autoridad moral e intelectual, desvigoriza sus expresiones y diluye su vitalidad.
Por otra parte, no olvidamos que al hablar de la imagen poética no lo hacemos sólo de la “imagen poética surrealista”. Es más, nos preocupa hablar de la imagen poética desde el surrealismo, esto es, desde el nombre propio y el nombre común, no desde el adjetivo (cada vez ronda más por la cabeza de algunos de nosotros que el surrealismo no es surrealista ). De este modo, entramos en sintonía o participamos íntegra o parcialmente de otras creaciones alejadas por definición de la “surrealista”, porque su potencia poética se corresponde con nuestra exigencia interior más emergente y porque son expresiones “del ser del hombre captado en su actualidad” (G. Bachelard, o.c., pág. 9) (5).
Es aquí donde los surrealistas se ponen a prueba. Es aquí donde el discurso teórico y la herencia emocional fracasan si no van acompañadas de un despojamiento ontológico que interrumpa o rompa el conocimiento adquirido y la inercia ilustrada. ¡Por los bordes! fundamentalmente por los bordes se insinúa la vereda que aleja de la cultura y comunica con el hombre, la senda labrada en lo abierto intempestivamente, ahí donde se juntan las tempestades y las luces celebran sus esponsales con el ser desposeído.
De este fragor participa la imagen poética, para calcinar y ser calcinada. Por este accidente renueva el “devenir de su expresión, que es a la vez devenir de nuestro ser. Aquí la expresión cobra ser” (Bachelard).
Así considerada, la imagen poética se reafirma en una libertad incondicional y obra como resistencia contra la horda miserabilista que entenebrece el mundo sensible. Pero repetimos que, debido a su misma vulnerabilidad y maleamiento, no puede cumplir una función subversiva si no es en el plano consustancial al ser individual, no al ser social. Lo que no impide, más bien al contrario, pensarla con el rigor extremo con el que debe pensarse el mito de la revolución, y por las mismas razones, haciendo gala de un pesimismo iluminado desde el que rearmar la libertad en su práctica concreta e inmediata, en su devenir cotidiano, práctica inevitable y finalmente irreductible al discurso intelectual, al programa político o a la abstracción ideológica. Como se ve, en ningún momento renunciamos a la imaginación. Todo lo contrario. Tan sólo tratamos de redefinir sus objetivos y su relación dialéctica con una realidad que parece que ha enloquecido, pero que sigue siendo el último argumento del poder, en cuanto que, virtual o no, se presenta como un orden natural (o antinatural) de las cosas, y que exige sumisión y obediencia ciega a su imperio indiscutible. Sin embargo hoy, la “Realidad” niega lo real, es decir, la experiencia directa y sin mediaciones de la vida inmediata y sensible; por lo tanto, la imaginación se carga de otro sentido y asume un nuevo papel, porque ahora debe realizarse materialmente, debe construirse en su propia satisfacción o realización, extrayéndose de lo concreto e interviniendo necesariamente en lo mismo. Quizás ya no sea el momento de crear “imágenes” para que sean vistas, sino de materializar el ensueño utópico, satisfaciéndolo en la vida concreta y de manera colectiva (6). En este sentido, nos atreveríamos a hablar de materialismo poético , en cuanto que lo imaginario no puede separarse ya de las realidades sino que se funda en ellas (“tenemos un hambre insaciable de realidad”, en palabras de Luca y Trost). Muy sumariamente, lo que denominamos materialismo poético sería una corriente imaginante que va transformando la realidad del ser, un fluir temperamental que remodela las formas de la realidad que quiere transformar; se resolvería en el campo de la acción inmediata, haciéndose acompañar del principio de placer. La originalidad tampoco es nuestro fuerte: estamos pensando en un “accionismo metafórico” en lo sensible (la ciudad, la naturaleza…) que ciertamente se está ya llevando a cabo en el seno del surrealismo (sean los “atoposes” , sean los juegos de deriva, sea el Objeto Perturbador…) y que sólo espera una mayor sistematización, una mayor conciencia de sí mismo para que estas acciones experimentales, llevadas a cabo por una comunidad de hombres y mujeres adscritos a la experiencia de la vida diaria en términos de excepción, sean capaces de esbozar una cierta “poética de la vida cotidiana” tan imprescindible como la crítica de la misma. Estas acciones, fundamentadas en su carácter exaltante y deliberadamente inútil, decididamente embellecedoras y autocomplacientes, deben diluirse en la corriente imprescindible del tiempo, pudiendo quedar a la intemperie de la incomprensión y recargándose o destruyéndose con la energía de la afectividad, negativa o positiva, indistintamente. Solamente así se opondrán a la actualidad, a la positivización de lo útil, a los engranajes de lo cultural, lo que no contradice ni mucho menos una voluntad subversiva a la que no nos hurtamos, pero que preferimos considerar solamente a título de hipótesis, cediendo sin embargo a su potencia convulsiva.
Debe quedar claro que no intentamos establecer un programa o lanzar un manifiesto: la misma modestia de nuestras observaciones descalificaría esta pretensión. Por otro lado, tampoco seremos los únicos en mencionar estas u otras acciones emprendidas, en un momento u otro, por los diferentes grupos surrealistas. Y está claro también que ese materialismo poético no podría agotarse en esas prácticas, si quiere responder a la amenaza que atenaza actualmente a la imaginación: no contribuir al proceso de fantasmagorización del mundo, encontrar la fórmula que le permita hacerse real sin realizarse como espectáculo.
Por el Grupo Surrealista de Madrid
Eugenio Castro, Manuel Crespo, Oscar Delgado, Javier Gálvez, Lurdes Martínez, Antonio Ramírez, José Manuel Rojo y María Santana.
martes, mayo 20, 2008
Lo que en realidad fue el 68, parte 3
En esta ocasión, me interesa dar a conocer extractos relevantes de dos textos que la Internacional Situacionista produjo casi inmediatamente después de mayo del 68. La IS vislumbró rápidamente que los acontecimientos y su verdadera significación histórica iban a ser sepultados por toneledas de mierda sociológica modernista y discursos neoizquierdistas que servirían bastante para mitificar los hechos y encubrir su carácter proletario y de paso para vender postales y libros con "frases célebres" tomadas de los muros de París. Para anticiparse a a esta recuperación de la revuelta por el poder capitalista y burocrático, los situacionistas encargaron a René Vienet un libro titulado "Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones", editado el mismo año 68 y destinado esencialmente a mostrar lo que en realidad había pasado, y luego, en el último número de la revista I.S., en 1969, se incluyó un detallado análisis de más largo alcance que alcanza incluso a referirse a la dimensión internacional de la revuelta en esta nueva época (México, Japón, Checoslovaquia, etc.).
En este último texto, "El comienzo de una época", podemos basarnos para hacer una reivindicación totalmente necesaria: si bien es cierto que gran parte de las consignas aparecidas en los muros provenían de libros situacionistas (en particular del "Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones", de Vaneigem, que al igual que "La sociedad del espectáculo" de Debord fue editado en 1967), la famosa consigna "LA IMAGINACIÓN AL PODER" no sólo no le es imputable a la IS (como muchos de los pro-situs más ignorantes de nuestra época han afirmado), sino que fue explícitamente criticada por el grupo:
El movimiento era también la crítica, todavía parcialmente ilusoria, de la mercancía (en su inepto disfraz sociológico de "sociedad de consumo") y un rechazo del arte que no se reconocía todavía como su negación histórica (en la pobre fórmula abstracta "la imaginación al poder", que ignoraba los medios para poner en práctica ese poder, para reinventarlo, y que al carecer de poder, carecía también de imaginación).
Más adelante me referiré a los análisis tanto del contexto y antecedentes del "segundo asalto" como a sus proyecciones posteriores. Por ahora me interesa destacar en base a estos dos textos la naturaleza y magnitud real de los eventos de mayo del 68 en París.
Profundidad y límite de la crisis revolucionaria (René Vienét, capítulo 6 de "Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones).
Era una fiesta sin comienzo ni fin; yo veía a todo el mundo
y no veía a nadie; porque cada individuo se perdía en la misma
muchedumbre incontrolada y errante; hablaba a todo el mundo sin
recordar ni mis palabras ni las de los demás, ya que la atención
estaba absorbida en cada momento por los acontecimientos y objetos
nuevos, por noticias inesperadas.
BAKUNIN
Confesiones
El movimiento de las ocupaciones, que se había apoderado de las zonas-claves de la economía, alcanzó muy rápidamente a todos los sectores de la vida social, tomó todos los puntos de control de la economía del capitalismo y de la burocracia. El hecho de que la huelga se extendía ahora a actividades que siempre habían escapado a la subversión hacía más evidentes aún dos de las antiguas pruebas del análisis situacionista: la creciente modernización del capitalismo lleva consigo la proletarización de un estrato más grande de la población; a medida que el mundo de la mercancía extiende su poder a todos los aspectos de la vida produce en todas partes la extensión y el estudio de las fuerzas que le niegan.
La violencia de lo negativo fue tal que, no solamente movilizó las reservas al lado de las fuerzas de choque, sino que además permitió a la canalla que se ocupaba en reforzar lo positivo del mundo dominante de pagarse una forma de protesta. Así hemos visto desarrollarse paralelamente las luchas reales y su caricatura, a todos los niveles y en todos los momentos. Desde el principio, la acción iniciada por los estudiantes en las universidades y en la calle había encontrado su repercusión en los institutos. A pesar de ciertas ilusiones sindicalistas en los Comités d'Action Lycéens (C.A-L-), los alumnos de segunda enseñanza probaron, por su combatividad y su conciencia, que se pronosticaban menos como futuros estudiantes que como los futuros enterradores de la sociedad. Mucho más que los universitarios los profesores de instituto supieron hacerse educar por sus alumnos. Fueron masivamente a la huelga a la que a su turno los maestros tomaron una posición muy dura. Ocupando los sitios de trabajo, los empleados de banco, de sociedades de seguro, de grandes almacenes, protestaron a la vez contra su condición de proletario y contra un sistema de servicio que hace de cada uno el servidor del sistema. Lo mismo los huelguistas de la O.R.T.F. a pesar de la creencia en una "información objetiva" habían entrevisto confusamente su reificación y sentido el carácter fundamentalmente falso de cualquier comunicación asidua en la jerarquía. La ola de solidaridad que arrastraba el entusiasmo de los explotados no conoció límites. Los estudiantes del Conservatorio de Arte Dramático se instalaron en los locales y participaron masivamente a las fases más dinámicas del movimiento. Los del Conservatorio de Música reclamaban una "música salvaje y efímera" en una octavilla donde proclamaban "será necesario que nuestras reivindicaciones sean aceptadas en un tiempo determinado, si no esto será la revolución"; encontraron ese tono congolés que lumumbistas y muletistas hicieron popular en el mismo momento en que el proletariado de los países industrializados comenzaba a experimentar su posible independencia y que expresa también lo que temen todos los poderes, la ingenua espontaneidad a la conciencia política. Aparente la fórmula irrisoria en sí, "todos somos judíos alemanes" tomaba en boca de los árabes, que la acompasaban el 24 en la Bastilla, una resonancia verdaderamente inquietante, ya que cada uno pensaba que haría falta vengar la masacre de octubre de 1961, y que ninguna diversión sobre este tema de la guerra israelo-árabe podría impedirlo. La toma del trasatlántico France por su equipaje a lo largo del Havre tuvo, a pesar de su mínima consecuencia, el mérito de recordar a los que reflexionaban ahora por las posibilidades de la revolución que el gesto de los marinos de Odesa, de Cronstadt y de Kiel no pertenecía al pasado. Lo insólito se convertía n cotidiano a medida que lo cotidiano se abría a asombrosas posibilidades de cambio. Los investigadores del Observatorio de Medun pusieron en autogestión el observatorio astronómico. La Imprenta Nacional estaba en huelga. Los enterradores ocuparon los cementerios. Los futbolistas echaron a los dirigentes de su federación y redactaron una octavilla en la que reclamaban "el fútbol para los futbolistas". La vieja topo no escatimaba nada, ni los antiguos privilegios ni los nuevos. Los internos y los jóvenes médicos habían liquidado la feudalidad que reinaba en su facultad, habían escupido sobre los "patrones" antes de expulsarlos, se pusieron en contra de la Orden de Medicina e hicieron el proceso de las concepciones médicas. Los "cuadros contestatarios" llegaron hasta denunciar su propio derecho a la autoridad como privilegio negativo para consumir más y, por consiguiente, de vivir menos. No faltó más que los agentes publicitarios que siguieran el modelo de los proletarios que exigían el fin del proletariado, deseando la liquidación de la publicidad.
Esta voluntad, claramente manifestada, de un cambio real ponía mejor en evidencia las maniobras irrisorias y repugnantes de los falsificadores, de los que hacían oficio de vestir al viejo mundo de cambios aparentes. Si los curas la han podido traer de nuevo sin que las iglesias se les caigan en la cabeza, es porque la espontaneidad revolucionaria - la que prescribió en la España de 1936 el buen empleo de los edificios religiosos - sufría todavía el yugo del estalino-guevarismo. Desde entonces no tenía nada de extraño que sinagogas, templos, iglesias, se convirtiesen en "centros de protesta" para servir la vieja mistificación al gusto del día y con la bendición de aquellos que se alimentaban con la sopa modernista desde hacía medio siglo. Puesto que se toleraban los consistorios ocupados y los teólogos leninistas se volvía difícil asfixiar en su propia insuficiencia a los directores de museos que reclamaban el saneamiento de sus almacenes, a los escritores que reservaban el Hotel de Massa, que estaba curado de espanto, a los poceros de élite de la cultura, a los cineastas que recuperaron en película lo que la violencia insurreccional no tenía tiempo de destruir, en fin, a los artistas que relamían la vieja hostia del arte revolucionario.
Sin embargo, en el espacio de una semana millones de gentes habían roto con el peso de las condiciones alienantes, con la rutina de la supervivencia, con la falsificación ideológica, con el mundo al revés del espectáculo. Por primera vez desde la Comuna de 1871, y con mejor porvenir, el hombre individual real absorbía al ciudadano abstracto; en tanto que hombre individual en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales, se volvía un ser genérico y reconocía así sus propias fuerzas como fuerzas sociales. La fiesta concedía por fin verdaderas vacaciones a quienes no conocían más que días de salario y de permiso. La pirámide jerárquica se había fundido como un pan de azúcar al sol de mayo. Ya no había ni intelectuales ni obreros, sino revolucionarios dialogando por todas partes, generalizando una comunicación en la que sólo los intelectuales obreristas y otros candidatos a dirigentes se sentían excluidos. En este contexto la palabra "camarada" había encontrado su sentido auténtico, señalaba verdaderamente el fin de las separaciones; y los que la empleaban a la estaliniana comprendieron rápidamente que hablar la lengua de los lobos les denunciaba más bien como perros guardianes. Las calles pertenecían a quienes las desadoquinaban. La vida cotidiana, redescubierta de repente, se convertía en el centro de todas las conquistas posibles. Gentes que habían trabajado siempre en oficinas ocupadas ahora declaraban que ya no podrían vivir nunca como antes, ni siquiera un poco mejor que antes. Se sentía muy bien en la revolución naciente que sólo habría retrocesos tácticos y ya no renunciamientos. Cuando la ocupación del Odeon, el director administrativo se retiró al fondo de la escena, después, pasado el momento de sorpresa dio unos pasos hacia delante y exclamó: "Ahora que le habéis tomado, guardadlo, no lo devolváis jamás, quemadlo más bien" - y que el Odeon momentáneamente devuelto a su chusma cultural no haya sido quemado demuestra que sólo estábamos en el estreno. El tiempo capitalizado se había parado. Sin tren, sin metro, sin coche, sin trabajo, los huelguistas recuperaron el tiempo tan tristemente perdido en las fábricas, en la carretera, ante la televisión. Se vagaba por la calle, se soñaba, se aprendía a vivir. Por primera vez hubo verdaderamente una juventud. No la categoría social inventada para las necesidades de la causa mercantil por los sociólogos y los economistas, sino la única juventud real, la del tiempo vivido sin tiempo muerto, la que rechaza la referencia policiaca de la edad en provecho de la intensidad ("viva la efímera juventud marxista-pesimista", decía una inscripción). La teoría radical reputada difícil por los intelectuales incapaces de vivirla, se volvía tangible para todos aquellos que la sentían en sus mínimos gestos de rechazo y es por lo que no tenían ninguna dificultad en exponer en los muros la formulación teórica de lo que deseaban vivir. Era suficiente una noche de barricadas para que los blousons noirs se politicen y se encuentren en perfecto acuerdo con la fracción más avanzada del movimiento de las ocupaciones. A las condiciones objetivas, previstas por la I.S. y que naturalmente llegaban a reforzar y propagar sus tesis, se añadió la ayuda técnica de las imprentas ocupadas, Algunos impresores fueron entre los raros huelguistas 1 que, superando la fase estéril de la ocupación pasiva, decidieron sostener prácticamente a aquellos que se mantenían en la punta del combate. Octavillas y carteles que apelaban a la constitución de los Consejos Obreros obtuvieron de esta forma grandes tiradas. La acción de los impresores obedecía a una conciencia clara de la necesidad en que el movimiento se encontraba de poner al servicio de todos los huelguistas los instrumentos de producción y los centros de consumo, pero también a una solidaridad de clase que tomó en otros trabajadores una forma ejemplar. El personal de la fábrica Sclumberger precisó que su reivindicación "no se refería de ninguna manera a los salarios" y entró en huelga para sostener a los obreros particularmente explotados de Danone, la fábrica vecina. Los empleados de la F.N.A.C. declararon igualmente en una octavilla que: "Nosotros, trabajadores de los almacenes de la F.N.A.C., no nos hemos puesto en huelga por la satisfacción de nuestras necesidades particulares, sino para participar en el movimiento que moviliza actualmente diez millones de trabajadores manuales e intelectuales..."
El reflejo del internacionalismo, que los especialistas de las coexistencias pacíficas y de las guerrillas exóticas habían enterrado prematuramente en el olvido o en las oraciones fúnebres del estúpido Regis Debray, reapareció con una fuerza que parece augurar la próxima vuelta de las Brigadas Internacionales. Al mismo tiempo, todo el espectáculo de la política extranjera, Vietnam en cabeza, se disolvió súbitamente revelando lo que nunca había dejado de ser: falsos problemas para falsas protestas. Se aclamó la toma de Bumidon por los Antilleses, las ocupaciones de residencias universitarias internacionales. Raramente fueron quemadas tantas banderas nacionales por tantos extranjeros resueltos a terminar de una vez para siempre con el símbolo del Estado, antes de terminar con los mismo Estados. El gobierno francés supo responder a este internacionalismo entregando a la prisión de todos los países a los españoles, iranios, tunecinos, portugueses, africanos y a todos aquellos que soñaban en Francia una libertad prohibida en su país.
Toda la charlatanería sobre las reivindicaciones parciales no bastaba para borrar un solo momento de libertad vivida. En algunos días, la certeza del cambio total posible había llegado a un punto sin retorno. La organización jerárquica, tocada en sus fundamentos económicos, dejaba de aparecer como una fatalidad. El rechazo de los jefes y de las fuerzas de orden, como la lucha contra el Estado y sus policías, se había convertido primeramente en una realidad en los lugares de trabajo, donde empresarios y dirigentes de todas clases habían sido expulsados. Incluso la presencia de aprendices a dirigentes, hombres de los sindicatos y de los partidos, no podía borrar del ánimo de los revolucionarios que lo que se había hecho más apasionadamente se había operado sin dirigentes y además contra ellos. El término "estalinismo" fue así reconocido por todos como el peor insulto en la jauría política.
El paro del trabajo, como fase esencial de un movimiento que apenas ignoraba su carácter insurreccional, metía en la mente de cada uno esta evidencia primordial de que el trabajo alienado produce la alienación. El derecho a la pereza se confirmaba, no solamente en pintadas populares como "No trabajéis jamás" o "Vivir sin tiempo muerto, gozar sin trabas", sino sobre todo en el desencadenamiento de la actividad lúdica. Fourier ya señalaba que serían necesarias varias horas de trabajo a obreros para construir una barricada que los amotinados levantan en unos minutos. La desaparición del trabajo forzado coincidía necesariamente con la rienda suelta a la creatividad en todos los dominios: pintadas, lenguaje, comportamiento, táctica, técnica de combate, agitación, canciones, carteles y comics. Cada uno podía medir así la suma de energía creativa prostituida en los periodos de supervivencia, en los días condenados al rendimiento, al shopping, a la tele, a la pasividad erigida en principio. Se podía estimar con el contador Geiger la tristeza de las fábricas de ocio donde se paga para consumir con aburrimiento las mercancías que se producen en el hastío que hace los ocios deseables. "Bajo los adoquines, la playa". Hacía constar alegremente un poeta de muralla, mientras que una carta aparentemente firmada por el C.N.P.F. aconsejaba cínicamente a los trabajadores olvidar las ocupaciones de fábricas y aprovechar sus aumentos de sueldo para pasar sus vacaciones en el "Club Mediterráneo".
Con la agresividad que pusieron las masas era indiscutible que a quien se apuntaba era al sistema de la mercancía. Si hubo pocos saqueos, muchos escaparates sufrieron la crítica del adoquín. Hace mucho tiempo que los situacionistas preveían que la incitación permanente para aprovechar los más diversos objetos, a cambio de una insidiosa contrapartida en dinero, provocaría la ira de las masas engañadas y tratadas como agentes consumidores. Los coches automóviles que acumulan en ellos mismos la alienación del trabajo y del ocio, el aburrimiento mecánico, la dificultad para desplazarse y la rabia permanente de su propietario atrajeron principalmente la cerilla (uno tiene el derecho de extrañarse de que los humanistas, de ordinario dispuestos a denunciar la violencia, no hayan aplaudido a un gesto saludable que salva de la muerte a gran cantidad de personas prometidas cada día a los accidentes de carretera). La falta de dinero, ocasionada por el cierre de los bancos, no fue sentida como una molestia, sino como un aligeramiento de las relaciones humanas. Hacia el final de mayo, comenzaba a hacerse a la idea de la desaparición de la moneda. La solidaridad efectiva mitigaba a las deficiencias del mantenimiento individual. La comida era distribuida gratuitamente en muchos sitios ocupados por los huelguistas. Por otra parte, nadie ignoraba que en caso de prolongación de la huelga hubiese sido necesario recurrir a las requisiciones y así inaugurar un verdadero período de abundancia.
Esta forma de coger las cosas por la raíz era verdaderamente la teoría realizada, el rechazo práctico de la ideología. De modo que los que actuaban así radicalmente se encontraban doblemente capacitados para denunciar la distorsión de lo real que efectuaban, en su palacio de espejos, los aparatos burocráticos en lucha para imponer en todas partes su propio reflejo: combatían por los objetivos más avanzados del proyecto revolucionario y del que podían hablar en nombre de todos y con conocimiento de causa. Medían mejor la distancia que existe entre la práctica de la base y las ideas de los dirigentes. Desde las primeras asambleas de la Sorbona, aquellos que pretendieron hablar en nombre de un grupo tradicional y de una política especializada fueron abucheados y puestos en la imposibilidad de tomar la palabra. Los barricadores nunca juzgaron necesario hacerse explicar por los burócratas confirmados o en potencia, por quien combatían. Sabían muy bien, por el placer que tomaban, que combatían por ellos mismos y esto les bastaba. Este fue el elemento motor de una revolución que ningún aparato podía tolerar. Ahí se ejercieron principalmente los frenazos.
La crítica de la vida cotidiana comenzó a modificar con éxito el decorado de la alienación. La calle Gay Lussac se llamó calle del 11 de mayo, las banderas rojas y negras prestaron una apariencia humana a las fachadas de los edificios públicos. La perspectiva haussmaniana de los bulevares fue corregida, las zonas verdes repartidas de nuevo y prohibidas a la circulación rápida. Cada uno hizo a su manera la crítica del urbanismo. En cuanto a la crítica del proyecto artístico, no era entre los viajantes del happening ni entre los palizas de vanguardia donde había que buscarla, sino en la calle, en los muros y en el movimiento general de emancipación que llevaba en él la misma realización del arte. Los médicos, tan frecuentemente apegados a la defensa de intereses corporativistas, pasaron al campo de la revolución denunciando la función policiaca que se les imponía. "La sociedad capitalista, bajo el pretexto de una aparente neutralidad (liberalismo, vocación médica, humanismo no-combatiente...), ha colocado al médico al lado de las fuerzas de represión: está obligado a mantener a la gente en estado de trabajo y de consumo (ejemplo: medicina del trabajo), está encargado de hacer aceptar a las gentes una sociedad que les pone enfermos (ejemplo: psiquiatría)." ( Medicina y represión, ), octavilla editada por el Centro nacional de los jóvenes médicos). Esto les honra a los internos y a los enfermeros del hospital psiquiátrico de Saint-Anne por denunciar prácticamente este universo concentracional ocupando los lugares, expulsando a las inmundicias que Breton deseaba ver reventar y aceptando en el comité de ocupación a representantes de los supuestos enfermos.
Raramente se ha visto tanta gente denunciar tantas cosas normales y sin duda un día será necesario comprobar que en mayo de 1968 el sentimiento de profundos trastornos procedió a la transformación real del mundo y d ella vida. La actitud manifiestamente consejista ha precedido así a la aparición de los Consejos. Ahora bien, lo que los recientes reclutas del nuevo proletariado puedan realizar, los obreros lo harán mejor desde el momento en que salgan de las jaulas donde los mantienen los monos del sindicalismo; es decir, muy pronto, si nos remitimos a slogans como "linchemos a Seguy".
La formación de los Comités de acción de base fue un signo particular y positivo del movimiento; sin embargo, contenía en ella la mayoría de los obstáculos que los iban a destrozar. Al principio procedía de una profunda voluntad de librarse de las manipulaciones burocráticas y de comenzar una acción autónoma en la base, en el marco de la subversión general. Así los Comités de acción organizados en las fábricas Rhone-Poulenc en la N.M.P.P. y en ciertos almacenes, por no citar más que estos, pudieron desde el principio lanzar y endurecer la huelga contra todas las maniobras sindicales. Igualmente éste fue el caso de los Comités de acción "estudiantes-obreros" que lograron acelerar la extensión y el fortalecimiento de la huelga. Sin embargo, lanzada por "militantes", la fórmula de los Comités de base sufrió por este pobre origen. La mayoría eran una presa fácil para los profesionales de la infiltración, se dejaban paralizar por las disputas sectarias, sólo podían animar a las buenas voluntades ingenuas. Así, muchos desaparecieron. Otros, por su eclecticismo y su ideología hastiaron a los trabajadores. Sin una toma directa sobre las luchas reales, la fórmula favoreció a todas las caricaturas, a todas las recuperaciones (C.A. Odeon. C.A. Escritores, etc.).
La clase obrera había realizado espontáneamente lo que ningún sindicato, ningún partido podía ni quería hacer en su lugar: la iniciación de la huelga y la ocupación de las fábricas. Había hecho lo esencial, sin lo cual nada hubiera sido posible, pero no hizo nada más y dejó entonces la ocasión a las fuerzas exteriores de desposeerla de su victoria y hablar en su lugar. El estalinismo interpretó ahí su mejor rol después de Budapest. El partido comunista y su apéndice sindical constituían la principal fuerza contra-revolucionaria que puso trabas al movimiento. Ni la burguesía ni la socialdemocracia hubieran podido combatirlo tan eficazmente. Debido a que era la central más potente y sustentaba la mayor dosis de ilusiones, la C.G.T. apareció sin duda como el peor enemigo de la huelga. De hecho, todos los demás sindicatos perseguían el mismo fin. Por lo tanto, nadie encontró tan bella frase como l'Humanité al titular con indignación: "El gobierno y el empresariado prolongan la huelga". 2
En la sociedad capitalista moderna, los sindicatos no son una organización obrera degenerada, ni organización revolucionaria traicionada por sus dirigentes burocráticos, sino un mecanismo de integración del proletariado en el sistema de explotación. Reformista por esencia, el sindicato - cualquiera que sea el contenido político de la burocracia que lo dirige - sostiene la mejor defensa del empresariado devenido reformista a su vez (se vio bien en el sabotaje de la gran huelga salvaje belga de 1960-61 por el sindicato socialista). Constituye el freno a cualquier voluntad de emancipación total del proletariado. A partir de ahora cualquier revuelta de la clase obrera se hará en primer lugar contra sus propios sindicatos. Es la verdad elemental que los neo-bolcheviques rehúsan reconocer.
Mientras lanzaban la consigna "revolución" se quedaron en la esfera de la contra-revolución: trotskistas y maoístas de todas las salsas se han definido siempre en relación al estalinismo oficial. Por esto mismo han contribuido a alimentar ilusiones del proletariado sobre el P.C.F. y los sindicatos. No tiene nada de extraño que una vez más griten contra la traición allí donde no se trataba más que de una conducta burocrática natural. Defendiendo a sindicatos más "revolucionarios" todos sueñan infiltrarse un día. No solamente no ven lo moderno, sino que se obstinan en reproducir los errores del pasado: constituyen la mala memoria del proletariado resucitando todas las revoluciones fracasadas de nuestra época desde 1917 hasta las revoluciones campesinas-burocráticas china y cubana. Su fuerza de inercia antihistórica ha pesado mucho en el platillo de la contrarevolución y su prosa ideológica ha contribuido a falsificar estos diálogos reales que se entablaban un poco por todas partes.
Pero todos estos obstáculos objetivos, exteriores a la acción y a la conciencia de clase obrera, no hubieran resistido el espacio de una ocupación de fábrica, si los obstáculos subjetivos propios del proletariado no estuviesen aún ahí. Es que la corriente revolucionaria que movilizó en algunos días a millones de trabajadores arrancó desde muy abajo. No se soportan impunemente varios decenios de historia contrarevolucionaria. Siempre queda algo y esta vez fue el retraso de la conciencia teórica la más grave de las consecuencias. La alienación mercante, la pasividad espectacular y la separación organizada son los principales triunfos de la abundancia moderna: son en primer lugar estos aspectos a los que se ha acusado por la sublevación de mayo, pero es su parte escondida en la conciencia de las gentes la que ha salvado el viejo mundo. Los proletarios han entrado en lucha espontáneamente armados con su única subjetividad rebelde; la profundidad y violencia de lo que han hecho es la réplica inmediata al insoportable orden dominante; pero finalmente la masa revolucionaria no tuvo tiempo de tener una conciencia exacta y real de lo que hacía. Y es esta inadecuación entre la conciencia y la praxis que queda como marca fundamental de las revoluciones sin acabar. La conciencia histórica es la condición sine qua non de la revolución social. Por supuesto, grupos conscientes entrevieron el sentido profundo del movimiento y comprendieron su desarrollo; son ellos los que actuaron con más radicalismo y consecuencia. Pues no son las ideas radicales las que han faltado, sino sobre todo la teoría coherente y organizada.
Aquellos que han hablado de Marcuse como "teórico" del movimiento no sabían de lo que hablaban. No han comprendido ni a Marcuse ni, a fortiori el mismo movimiento. La ideología marcusiana, ya irrisoria en sí, fue adherida al movimiento como Geismar, Sauvageot y Cohn Bendit fueron "nombrados" para representarlo. Ahora bien, incluso estos confiesan que no conocían a Marcuse. 3 En realidad, si la crisis revolucionaria de mayo ha demostrado algo, es exactamente lo contrario de las tesis marcusianas: a saber, que el proletariado no está integrado y que es la principal fuerza revolucionaria en la sociedad moderna. Pesimistas y sociólogos deben rehacer sus cálculos. Los subdesarrollados, el Poder Negro y los dutschkistas también.
Este retraso histórico también ha engendrado todas las insuficiencias prácticas que han contribuido a paralizar la lucha. Si el principio de la propiedad privada, base de la sociedad burguesa, ha sido pisoteado en todas partes, muy raros son los que han osado ir hasta el final. El rechazo del saqueo no fue más que un detalle: en ninguna parte los obreros procedieron a la distribución de las existencias de mercancías en los grandes almacenes. Casi nunca se decidió la puesta en marcha de ciertos sectores de la producción o de la distribución al servicio de los huelguistas, a pesar de algunos llamamientos aislados en favor de tales perspectivas. De hecho, tal tentativa supone ya otra forma de organización del proletariado distinta de la policía sindical. Y es esta forma autónoma la que más cruelmente ha faltado.
Si el proletariado no llega a organizarse revolucionariamente, no puede vencer. Las lamentaciones trotskistas sobre la ausencia de una "organización de vanguardia" son lo contrario del proyecto histórico de emancipación del proletariado. El acceso de la clase obrera a la conciencia histórica será obra de los mismos trabajadores y es únicamente a través de una organización autónoma como pueden hacerlo. La forma consejista sigue siendo el medio y el fin de esta emancipación total.
Son estos obstáculos subjetivos los que han hecho que el proletariado no haya podido tomar la palabra por él mismo y que a su vez han permitido a los especialistas de la frase, que figuran entre los primeros responsables de estos obstáculos, poder aún pontificar. Pero han sufrido en todas partes donde tropezaron con la teoría radical. Jamás tantas gentes, que tanto lo habían merecido, han sido tratadas como canalla: después de los portavoces oficiales del estalinismo, fueron los Axelos, los Godard, los Chatêlet, los Morin, 4 los Lapassade que se vieron insultados y expulsados de las aulas de la Sorbona, como en las calles, cuando venían a proseguir sus buenos oficios y su carrera. Seguramente que estos reptiles no se arriesgaban por esto a morir de vergüenza. Han esperado su hora, la derrota del movimiento de las ocupaciones, para recomenzar su trabajo al gusto del día. ¿No se veían enunciados en el programa de la imbécil "Universidad de Verano" (en Le Monde del 3 de julio) a Lapassade para la autogestión, Lyotard con Chatêlet para la filosofía contemporánea, y Godard, Sartre y Butor en su "Comité de Apoyo"?
Evidentemente, todos aquellos que obstaculizaron la transformación revolucionaria del mundo no se han transformado ellos mismos ni un pelo. Tan inquebrantables como los estalinianos que han caracterizado suficientemente este nefasto movimiento por el simple hecho de que les ha hecho perder las elecciones, los leninistas de los partidos trotskistas no han encontrado más que la confirmación de su tesis sobre la falta de un partido dirigente de vanguardia. En cuanto al primer llegado de los espectadores, ha coleccionado o vendido las publicaciones revolucionarias y ha corrido comprar las fotos d ellas barricadas reveladas en posters.
1. Una empresa de la periferia oeste fabricó walkie-talkies para uso de los manifestantes. Los empleados de correos de varias ciudades aseguraron las comunicaciones para los huelguistas.
2. Una octavilla del 2 de junio, citada en el I.G.O., núm. 72, firmada por el delegado de un comité de obreros y estudiantes suecos de Gotemburgo, relata que Tomasi, representante de la C.G.T.-Renault, rehusó la suma recolectada alegando "que la huelga actual es un asunto francésy no atañe a los demás países; que los obreros franceses eran 'obreros evolucionados' y no les faltaba de nada, particularmente dinero... que la huelga presente no era de ningún modo revolucionaria, que se trataba únicamente de 'reivindicaciones', que la puesta en marcha de las fábricas por cuenta de los propios obreros era una idea romántica, inadaptada a la situación francesa, que esta huelga era el resultado de la labor paciente y ordenada hecha por los sindicatos durante largos años y que desgraciadamente pequeños grupos de infiltrados trataban de oponer a los obreros a los dirigentes sindicales haciendo creer que los sindicatos habían seguido a los obreros en la huelga y no lo contrario."
3. Bien que efectivamente hayan leído poco, estos intelectuales recuperadores no se privan a pesar de todo de esconder sus pocas lecturas a fin de servir de modelo a los puros hombres de acción. Postulando una independencia que les vendría de la acción, esperan hacer olvidar que no fueron más que marionetas publicitarias de esta acción representada. Qué pensar, en efecto, de la cínica declaración de GEISMAR en La Révolte étudiant (Editions du Seuil: "Es posible que dentro de veinte años, si conseguimos construir una nueva sociedad y una Universidad nueva dentro de esta sociedad, se encontrarán historiadores e ideólogos para descubrir en un cierto número de opúsculos o de panfletos de filósofos u otros, las fuentes creatrices de lo que va a pasar; pero yo creo que actualmente esas fuentes son informales." (¿Subrayado por el autor?) El torpe Geismar se puede quitar el bigote, lo hemos reconocido.
4. Este cerdo exagera. En su libro idiota, Mayo 1968: la brecha, no tiene miedo de acusar a los situacionistas de haber cometido agresiones físicas "de varios contra uno". Decididamente la mentira es un oficio en el ex argumentista. Por tanto, debe saber que un solo situacionista le haría correr hasta Versalles, e incluso hasta Plomedet.
El comienzo de una época (extractos. IS Nº 12, septiembre de 1969).
...pese a lo que finjan creer el gobierno y los periódicos, así como los ideólogos de la sociología modernista, el movimiento de mayo no fue un movimiento de estudiantes. Fue el movimiento revolucionario proletario que volvía a surgir después de medio siglo de aplastamiento, y naturalmente desposeído de todo: su desdichada paradoja fue no poder tomar la palabra y adquirir una forma concreta más que sobre el terreno eminentemente desfavorable de la revuelta estudiantil: las calles mantenidas por los amotinados alrededor del Barrio Latino y los edificios ocupados en esa zona, que habían dependido generalmente del Ministerio de Educación. En lugar de quedarnos en la parodia histórica, efectivamente ridícula, de los estudiantes leninistas o de los estalinianos chinos que se disfrazaban de proletarios y al mismo tiempo de vanguardia dirigente del proletariado, es preciso advertir que fueron por el contrario los trabajadores más avanzados, desorganizados y divididos por todas las formas de represión, los que se vieron disfrazados de estudiantes en el imaginario tranquilizador de los sindicatos y de la información espectacular. El movimiento de mayo no fue una teoría política que buscase a sus ejecutantes obreros: fue el proletariado que al actuar buscaba su conciencia teórica.
...
Aparte de esta perspectiva de quienes son portadores de gérmenes de burocracias soberanas, no podemos reconocer nada serio a las oposiciones sociológico-periodísticas entre los estudiantes rebeldes, que se supone que rechazan la "sociedad de consumo", y los obreros, deseosos todavía de acceder a ella. El consumo en cuestión no es el de mercancías. Es un consumo jerárquico que crece para todos jerarquizándose aún más. La caída y la falsificación del valor de uso están presentes para todos, aunque de forma desigual, en la mercancía moderna. Todo el mundo vive este consumo de mercancías espectaculares y reales con una pobreza fundamental "porque no está en sí mismo más allá de la privación que se ha hecho más rica" (La sociedad del espectáculo). Los obreros también se pasan la vida consumiendo espectáculo, pasividad, mentira ideológica y mercantil. Pero tienen puestas menos ilusiones que nadie en las condiciones concretas que les impone, en lo que les cuesta en todos los momentos de su vida, la producción de todo ello.
Por todas estas razones los estudiantes, como capa social también en crisis, no fueron en mayo del 68 más que la retaguardia del movimiento.
...
La definición y el análisis de los situacionistas en cuanto a los momentos principales de la crisis se expusieron en el libro de René Viénet Enragés y situacionistas en el movimiento de ocupaciones (Gallimard, 1968). Bastará aquí contrastar los puntos recogidos en este libro, reeditado en Bruselas en las tres últimas semanas de julio, con los documentos ya disponibles, pero no pensamos que deba modificarse ninguna conclusión. Desde enero hasta marzo, el grupo de los enragés de Nanterre (relevado tardíamente en abril por el "movimiento del 22 de marzo") emprendió con éxito el sabotaje de los cursos y los locales. La represión del Consejo de Universidad, demasiado tardía y torpe, combinada con dos cierres sucesivos de la Facultad de Nanterre, trajo consigo la revuelta espontánea de los estudiantes el 3 de mayo en el Barrio Latino. La Universidad fue paralizada por la policía y la huelga. Una semana de lucha en la calle dio ocasión a los jóvenes obreros de pasar a la revuelta, a los estalinianos, de desacreditarse cada día más con increíbles calumnias, a los dirigentes izquierdista del S.N.E. Sup. y a los grupúsculos de exhibir su falta de imaginación y de rigor y al gobierno de utilizar siempre a destiempo la fuerza y las concesiones mezquinas. En la noche del 10 al 11 de mayo, la sublevación que se apoderó del barrio que rodea la calle Gay-Lussac y resistió durante más de ocho horas con sesenta barricadas despertó a todo el país y llevó al gobierno a una capitulación mayor: retiró del Barrio Latino las fuerzas de orden y volvió a abrir la Sorbona sin poder hacerla funcionar. El período del 13 al 17 de mayo fue de ascenso irresistible del movimiento, convertido en una crisis general revolucionaria, siendo el día decisivo sin duda el 16, cuando las fábricas comenzaron a declararse a favor de la huelga salvaje. El 13, la simple jornada de huelga general decretada por las grandes organizaciones burocráticas para acabar rápido y bien el movimiento, sacando a ser posible alguna ventaja de él, no fue en realidad más que el principio: los obreros y los estudiantes de Nantes atacaron la prefectura, y los que entraron en la Sorbona como ocupantes la abrieron a los trabajadores. La Sorbona se convirtió al instante en un "club popular" con respecto al cual el lenguaje y las reivindicaciones de los clubs de 1848 se quedaban cortos. El 14, los obreros nanteses de Sud-Aviation ocuparon su fábrica secuestrando a los directores. Su ejemplo fue seguido el 15 por dos o tres empresas, y por más a partir del 16, día en que la base impuso la huelga en Renault y Billancourt. Casi todas las empresas iban a seguirlo, y casi todas las instituciones iban a ser contestadas en los días siguientes. El gobierno y los estalinianos se dedicaron febrilmente a detener la crisis disolviendo su fuerza principal: acordaron condiciones salariales susceptibles de hacer reanudar inmediatamente el trabajo. El 27, la base rechazó en todas partes los "acuerdos de Grenelle". El régimen, al que un mes de abnegación estaliniana no había podido salvar, se vio perdido. Los propios estalinianos consideraron el 29 el desplome del gaullismo y se apresuraron a recoger contracorriente, con el resto de la izquierda, su peligrosa herencia: la revolución social a desarmar o a aplastar. Aunque De Gaulle se hubiese retirado ante el pánico de la burguesía y el rápido desgaste del freno estaliniano, el nuevo poder no hubiese sido más que la alianza antes debilitada, pero oficializada: los estalinianos hubiesen defendido un gobierno, por ejemplo Mendès- Waldeck, junto a milicias burguesas, activistas del partido y parte del ejército. Habrían intentado hacer no de Kerensky, sino de Noske. De Gaulle, más firme que los cuadros de su administración, alivió a los estalinianos anunciando el 30 que trataría de mantenerse por todos los medios: es decir, implicando al ejército y abriendo un proceso de guerra civil para mantener o reconquistar París. "Los estalinianos, encantados, se abstuvieron de llamar a mantener la huelga hasta la caída del régimen. Se apresuraron a incorporarse a las elecciones izquierdistas a cualquier precio. En tales condiciones, la alternativa inmediata se planteaba entre la afirmación autónoma del proletariado o el fracaso total del movimiento, entre la revolución de los Consejos o los acuerdos de Grenelle. El movimiento revolucionario no podía acabar con el P.C.F. sin echar primero a De Gaulle. La forma de poder de los trabajadores que hubiese podido desarrollarse en la fase post-gaullista de la crisis, bloqueada a la vez por el viejo estado reafirmado y el P.C.F., no hubiese tenido ninguna posibilidad de ir más deprisa que su fracaso en marcha." (Viénet, op. cit.). Aunque los trabajadores la prosiguiesen obstinadamente, durante una o varias semanas comenzó el reflujo de la huelga que todos sus sindicatos le presionaban para que detuviesen. Naturalmente no había desaparecido la burguesía en Francia; sólo estaba muda de terror. El 30 de mayo volvió a surgir, junto a la pequeña burguesía conformista, para apoyar al Estado. Pero ese Estado que tan bien había defendido la izquierda burocrática, en la medida en que los trabajadores no se eliminaron la base del poder de estos burócratas imponiendo la forma de su propio poder autónomo, sólo podía caer si quería hacerlo. Los trabajadores le dieron esa libertad y sufrieron las consecuencias lógicas. La mayoría no había comprendido el sentido total de su propio movimiento, y nadie podía hacerlo en su lugar.
lunes, mayo 19, 2008
1968 y el resurgimiento de la perspectiva comunista (SERIE "LO QUE EN REALIDAD FUE EL 68", PARTE 2)
Si 1968 marcó en todo el mundo el retorno de la lucha de clases en las nuevas condiciones del capitalismo "maduro", una de las novedades más relevantes de esa época fue el declive del falso comunismo de raíz estalinista (es decir, leninista, y en definitiva, socialdemócrata: todas las variedades de leninismo tienen una raíz común en el "marxismo" de la II Internacional), y la visibilización de la verdadera tendencia comunista proletaria y anti-estatal que había quedado oculta luego del primer asalto proletario a la sociedad de clases (concluido por ahí por 1936/37).
Para recambio del falso "comunismo" que aspira al capitalismo estatal "de izquierda", la mitología sesentayochista trató de resucitar el engendro aprovechando las repentinas modas "trotskista" y "maoísta", a las que se promocionó como herederas del espíritu de la revuelta, pese al rol marginal y evidente falta de lucidez que caracterizaron su actuación en mayo.
Por el contrario, lo que animó tanto teórica como prácticamente el aspecto más radical de la nueva lucha de clases fueron las corrientes que sumían la continuidad con el viejo programa revolucionario proletario, principalmente las tendencias consejistas, autonomistas y situacionistas que estuvieron desde el inicio en el centro del conflicto, con sentido histórico y no mera nostalgia "bolchevique" o "libertaria".
A continuación, un extracto del capítulo 4 del libro "Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista", de Gilles Dauvé y Francois Martin, que puede ser descargado íntegramente desde Ediciones espartaco y su colección de textos comunistas Emancipación Proletaria Internacional.
A) Mayo de 1968 en Francia
La huelga general de Mayo de 1968 fue una de las huelgas más grandes de la historia capitalista. Sin embargo, probablemente sea la primera vez que, en la sociedad moderna, semejante poderoso movimiento de la clase trabajadora no creó por sí mismo órganos capaces de expresarlo. Más de cuatro años de luchas de los trabajadores lo prueban. En ninguna parte podemos ver organizaciones que vayan más allá de un contacto local y temporal. Sindicatos y partidos han sido capaces de intervenir en este vacío y negociar con los patronos y el Estado. En 1968, algunos Comités de Acción de corta duración fueron la única forma de organización de los trabajadores que actuaron fuera de los sindicatos y de los partidos; el Comité de Acción se opuso a lo que ellos sintieron como una traición por parte de los sindicatos.
Ya sea al comienzo de la huelga, o en el proceso de asentamiento, como más tarde, en la lucha contra la reanudación del trabajo muchos miles de trabajadores se organizaron por sí mismos de un modo u otro fuera y contra la voluntad de los sindicatos. Pero en todos los casos las organizaciones de los trabajadores se extinguieron al final del movimiento y no se encaminaron a un nuevo tipo de organización.
La única excepción fue el “Comité inter-empresas”, que había existido desde el comienzo de la huelga en el edificio Censier de la “Facultad de Letras” de París. Reunió a trabajadores, individuos y grupos, de varias docenas de fábricas del área de París. Su función fue coordinar acciones contra el trabajo de zapa de la huelga por parte del sindicato controlado por el P.C.F., la C.G.T. De hecho fue el único órgano de los trabajadores que fue prácticamente más allá de los estrechos límites de la fábrica, poniendo en práctica la solidaridad entre trabajadores de diferentes empresas. Como ocurre con todas las actividades revolucionarias del proletariado, este Comité no dio publicidad a su acción.1
El Comité continuó organizando encuentros tras la huelga y desapareció después de que sus miembros constataran su inutilidad. Por supuesto, los cientos de trabajadores que habían tomado parte en su actividad pronto dejaron de acudir a sus reuniones. Muchos de ellos continuaron viéndose entre sí. Pero mientras que el objetivo del Comité durante la huelga había sido fortalecer la lucha contra las maniobras de sindicato y partido, más tarde se convirtió en un grupo de discusión que estudiaba los resultados de la huelga y que intentaba sacar de ello lecciones para el futuro. Las discusiones giraban con frecuencia en torno al comunismo y su importancia.
El Comité reunió a una minoría. Sin embargo, sus “asambleas generales” diarias en el Censier, así como sus reuniones más restringidas, permitieron a varios miles de trabajadores encontrarse. Quedó limitado al área de París. No hemos tenido noticias de otros experimentos semejantes en otras regiones, organizados fuera de los sindicatos (incluyendo a los sindicatos “de izquierda”: la ciudad de Nantes, en el oeste de Francia, estuvo más o menos en manos de los sindicatos durante la huelga).
Debemos añadir que un puñado de personas con ideas comunistas (una docena, como máximo) estuvieron profundamente involucradas en su acción y funcionamiento. El resultado de ello fue limitar la influencia de la C.G.T., los trotskistas y los maoístas a un mínimo. El hecho de que el Comité estuviese fuera de todas las organizaciones tradicionales de sindicato y partido, incluyendo las extremistas, y de que intentase ir más allá del límite de la fábrica, prefiguró lo que ha estado sucediendo desde 1968. Su desaparición después de cumplir sus tareas también prefiguró la lenta desaparición de organizaciones que han aparecido desde entonces, en las luchas más características de los últimos años.
Esto muestra la gran diferencia entre la situación presente y lo que ocurrió en la década de los 30. En 1936, en Francia, la clase obrera luchó tras las organizaciones de trabajadores y por las reformas que declararon. Así, la semana de cuarenta horas y las dos semanas de vacaciones pagadas eran vistas como una victoria real de los trabajadores, cuya demanda esencial era conseguir las mismas condiciones y posición como grupos asalariados. Estas demandas fueron impuestas a la clase dirigente. Hoy, la clase obrera no pide la mejora de sus condiciones de vida. Los programas de reformas presentados por sindicatos y partidos se parecen mucho a los presentados por el Estado. Fue De Gaulle quien propuso la “participación” como remedio a lo que él llamaba la sociedad “mecánica”.
Parece que sólo una fracción de la clase dirigente se dio cuenta de la magnitud de la crisis, a la que llamó “crisis de civilización” (A. Malraux). Desde entonces, todas las organizaciones, todos los sindicatos y partidos, sin ninguna excepción, se unieron al gran programa de reformas de una manera u otra. El mismo P.C.F. incluye “participación real” en su programa de gobierno. El otro gran sindicato, la C.F.D.T., aboga por la autogestión, que también es apoyada por los grupos izquierdistas que están a favor de los “consejos obreros”. Los trotskistas proponen el “control obrero” como programa mínimo para un “gobierno obrero”.
Lo que hay en lo más profundo de este asunto es un intento de acabar con la separación entre el trabajador y el producto de su trabajo. Esto es la expresión del punto de vista “utópico” del capital, y no tiene nada que ver con el comunismo. La “utopía” capitalista intenta desembarazarse del lado malo de la explotación. El movimiento comunista no puede expresarse a sí mismo como una crítica formal del capital. No tiene como fin cambiar las condiciones del trabajo, sino la función del trabajo: quiere sustituir la producción de valores de cambio por la producción de valores de uso. Mientras que los sindicatos y partidos desarrollan sus debates en el contexto de uno y mismo programa, el programa del capital, el proletariado tiene una actitud no constructiva. Aparte de sus actividades políticas prácticas, no “participa” en el debate organizado sobre su caso. No intenta llevar a cabo investigaciones teóricas sobre sus propias tareas. Esta es la hora del gran silencio del proletariado. La paradoja es que la clase dirigente intenta expresar las aspiraciones de los trabajadores, a su manera. Una fracción de la clase dirigente comprende que las actuales condiciones de apropiación de plusvalía son un obstáculo para el funcionamiento total de la economía. Su perspectiva es compartir el pastel, con la esperanza de que una clase trabajadora que “se aprovecha” del capital y “participa” en él, producirá más plusvalía. Estamos alcanzando el estadio en que el capital sueña con su propia supervivencia.2 Para realizar esta supervivencia, se tendría que desembarazar de sus propios sectores parasitarios, es decir, las fracciones del capital que ya no producen suficiente plusvalía.
Mientras que en 1936 los trabajadores intentaban alcanzar el mismo nivel que otros sectores de la sociedad, hoy en día el capital mismo impone a los sectores asalariados privilegiados las mismas condiciones generales de vida que las de los trabajadores. El concepto de participación implica igualdad ante la explotación impuesta por las necesidades de formación de valor. De esta manera, la participación es un “socialismo” de la miseria. El capitalismo debe reducir los enormes costes de los sectores que son necesarios para su supervivencia pero que no producen directamente valor.
En el transcurso de sus luchas, los trabajadores comprueban que la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales es limitada, y en su conjunto, ya planificada por el capital. La clase obrera ya no puede intervenir sobre la base de un programa que realmente alterase sus condiciones de vida dentro del capitalismo. Las grandes luchas de los trabajadores en la primera mitad del siglo, luchas por la jornada de ocho horas, la semana de cuarenta, vacaciones pagadas, sindicalismo industrial, seguridad laboral, mostraron que las relaciones entre la clase obrera y el capital permitían a los trabajadores un cierto espacio de acción “capitalista”. Hoy en día el capital mismo impone las reformas y generaliza la igualdad de todos ante el trabajo asalariado. Por lo tanto, ningún sector importante de la clase obrera quiere luchar por objetivos intermedios como fue el caso a comienzos del siglo o en la década de los 30. Pero también debería ser obvio que mientras la perspectiva comunista no esté clara, no se pueden formar organizaciones de trabajadores sobre una base comunista. Esto no quiere decir que los objetivos comunistas se harán claros de repente para todos. El hecho de que la clase trabajadora sea la única clase que produce plusvalía es lo que la coloca en el centro de la crisis del valor, es decir, en el verdadero corazón de la crisis del capitalismo, y la obliga a destruir a las otras clases como tales, y formar los órganos de su propia destrucción como parte del capital, como una clase dentro del capitalismo. La organización comunista sólo aparecerá en el proceso práctico de destrucción de la economía burguesa y en la creación de la comunidad humana sin intercambio.
El movimiento comunista se ha afirmado a sí mismo continuamente desde el mismo comienzo del capitalismo. Por esta razón el capital se ve forzado a mantener una vigilancia constante y una violencia continua sobre cualquier cosa que sea peligrosa para su funcionamiento normal. Desde la conspiración secreta de Babeuf en 1795, el movimiento de los trabajadores ha experimentado luchas cada vez más violentas y prolongadas que han mostrado que el capitalismo no es la culminación de la humanidad, sino su negación.
Aunque la huelga de Mayo del 68 apenas tuvo resultados positivos inmediatos, su fuerza real fue que no dio origen a ilusiones duraderas. El “fracaso” de Mayo es el fracaso del reformismo, y el final del reformismo engendra una lucha a un nivel completamente diferente, una lucha contra el capital mismo, no contra sus efectos. En 1968 todo el mundo pensaba en alguna “otra” sociedad. Lo que la gente decía raramente iba más allá de la noción de una autogestión general. Aparte de la lucha comunista, que sólo se puede desarrollar si la lidera el centro, la clase que produce la plusvalía, las demás clases sólo pueden actuar y pensar dentro de la esfera capitalista, y su expresión sólo puede ser la del capital – incluso del capital que se reforma a sí mismo. Sin embargo, detrás de estas críticas parciales y expresiones alienadas, podemos ver el principio de la crisis del valor característica del período histórico en el que estamos entrando ahora.
Estas ideas no vienen de ninguna parte; aparecen siempre porque los síntomas de una comunidad humana real existen emocionalmente en cada uno de nosotros. En cualquier ocasión en que es cuestionada la falsa comunidad del trabajo asalariado, aparece una tendencia hacia una forma de vida social en la que las relaciones ya no están mediatizadas por las necesidades del capital.
Desde Mayo del 68, la actividad del movimiento comunista ha tenido tendencia a ser cada vez más concreta.
B) Huelgas y luchas de los trabajadores desde 1968
Mientras que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las huelgas, incluso las importantes, eran mantenidas bajo control y no iban seguidas por constantes crisis políticas y monetarias, los últimos años han visto un rebrote de los disturbios industriales e incluso insurrecciones en Francia, Italia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania Occidental, Suecia, Dinamarca, España, Portugal, Suiza. En Polonia, los trabajadores atacaron la sede central del P.C. mientras cantaban la Internacional. El proceso fue el mismo en casi todos los casos. Una minoría pone en marcha un movimiento con sus propios objetivos; pronto, el movimiento se extiende a otras categorías de trabajadores en la misma empresa; la gente se organiza (piquetes de huelga, comités de trabajadores en los establecimientos, en las cadenas de montaje); los sindicatos se las arreglan para ser los únicos capaces de negociar con la dirección; finalmente consiguen que los trabajadores reanuden el trabajo, después de proponer consignas unitarias que no gustan a nadie pero que aceptan todos a causa de la incapacidad para formular otra cosa. El único movimiento que fue más allá del estadio de la huelga tal como existe hoy fue el movimiento de disturbios y huelgas en Polonia en diciembre de 1970-enero de 1971.
Lo que sucedió de modo brutal en Polonia, existe sólo como tendencia en el resto del mundo industrial. En Polonia no hay un mecanismo de poder “de contrapeso” para contener las crisis sociales. La clase dirigente tenía que atacar directamente a la clase trabajadora con el fin de mantener el proceso de formación de valor en condiciones normales. Lo acontecido en Polonia prueba que la crisis del valor tiende a extenderse a todas las áreas industriales, y demuestra el comportamiento de la clase obrera como el centro de tal crisis.
El origen del movimiento fue la necesidad de defender el precio medio de venta de la fuerza de trabajo. Pero el movimiento se encontró inmediatamente en otro terreno: tuvo que enfrentarse a la sociedad capitalista misma. Enseguida los trabajadores se vieron obligados a atacar los órganos de opresión. El partido y el sindicato oficiales fueron atacados y el edificio del partido fue asaltado. En algunas ciudades, las estaciones de ferrocarril fueron puestas bajo guardia para el caso de que pudiesen ser utilizadas para llevar tropas. El movimiento fue lo suficientemente fuerte como para darse un órgano de negociación: un comité de trabajadores para la ciudad. El hecho real de que Gierek tuviese que ir a los astilleros navales en persona debe ser considerado como una victoria de la clase obrera en su conjunto. Un año más tarde, Fidel Castro tuvo que ir a Chile en persona para pedir a los mineros que cooperasen con el gobierno (“socialista”). En Polonia, los trabajadores no enviaron delegados al poder central para plantear sus peticiones: el gobierno tuvo que venir a los trabajadores para negociar... la inevitable rendición de los trabajadores. Para hacer frente a la violencia del Estado, la clase obrera formó sus propios órganos de violencia. Ningún líder había anticipado la organización de la revuelta: fue el producto de la naturaleza de la sociedad que la revuelta intentó destruir. Sin embargo, los líderes (el comité de trabajadores de la ciudad) sólo aparecieron después de que el movimiento hubiese alcanzado el punto más alto que la situación permitía. El órgano de negociación no es nada más que la expresión de la constatación por ambas partes de que sólo hay una solución. La característica de semejante órgano de negociación es que no implica delegación de poder. Más bien representa el límite externo de un movimiento que no puede ir más allá de la negociación en la situación presente. Una vez más, el capital propone reformas mientras que la clase obrera se manifiesta a sí misma a través del rechazo práctico; debe aceptar las propuestas del poder central hasta que su actividad práctica sea lo suficientemente fuerte para destruir la base de ese poder.
Las luchas de los trabajadores tienden a oponer directamente su propia dictadura a la del capital, a organizarse sobre una base diferente de la del capital y de este modo plantear la cuestión de la transformación de la sociedad por los hechos. Cuando las condiciones existentes son desfavorables para un ataque general, o cuando este ataque falla, las formas de la dictadura se desintegran, el capital triunfa de nuevo, reorganiza a la clase obrera de acuerdo a su lógica, desvía la violencia de su meta original, y separa el aspecto formal de la lucha de su contenido real. Debemos desembarazarnos de la vieja oposición entre “dictadura” y “democracia”. Para el proletariado, “democracia” no significa organizarse a sí mismo como un parlamento a la manera burguesa; para él, “democracia” es un acto de violencia por medio del cual destruye todas las fuerzas sociales que le impiden expresarse a sí mismo y lo mantienen como una clase dentro del capitalismo. “Democracia” no puede ser más que una dictadura. Esto se puede ver en cada huelga: la forma de su destrucción es precisamente “democracia”. Tan pronto como hay separación entre un órgano de decisión y un órgano de acción, el movimiento ya no está en su fase ofensiva. Está siendo desviado al terreno del capital. Oponer la “democracia” de los trabajadores a la “burocracia” de los sindicatos significa atacar un aspecto superficial y ocultar el contenido real de las luchas de los trabajadores, que tienen una base totalmente diferente. La democracia es hoy el eslogan del capital: éste propone la autogestión de la propia negación de uno. Todos aquellos que aceptan este programa propagan la ilusión de que la sociedad puede ser cambiada por una discusión general seguida de un voto (formal o informal) que decidiría lo que hay que hacer. Manteniendo la separación entre decisión y acción, el capital intenta mantener la existencia de las clases. Si uno critica semejante separación sólo desde un punto de vista formal, sin ir a sus raíces, uno simplemente perpetúa la división. Es difícil imaginar una revolución que empieza cuando los votantes levantan la mano. La revolución es un acto de violencia, un proceso a través del cual se transforman las relaciones sociales.3
No intentaremos dar una descripción de las huelgas que han tenido lugar desde 1968. Nos falta demasiada información, y se han escrito un gran número de libros y panfletos sobre ellas. Sólo quisiéramos ver lo que tienen en común, y de qué manera son la señal de un período en el que la perspectiva comunista aparecerá cada vez más concretamente.
No dividimos a la sociedad industrial en sectores diferentes: sectores “que se desarrollan” y “que se estancan”.Es cierto que se pueden observar algunas diferencias, pero estas ya no pueden seguir ocultándonos la naturaleza de las huelgas, en las que no podemos ver diferencias reales entre luchas “de vanguardia” y “de retaguardia”. El proceso de las huelgas está cada vez menos determinado por factores locales, y cada vez más por las condiciones internacionales del capitalismo. De esta manera, las huelgas y los disturbios en Polonia eran el producto del contexto internacional; las relaciones entre Este y Oeste estaban en la raíz de esos acontecimientos, cuando el pueblo cantaba la Internacional y no el himno nacional. El capital occidental y oriental tienen común interés en asegurar la explotación de sus respectivos trabajadores. Y los capitalismos “socialistas” relativamente subdesarrollados deben mantener una estricta eficiencia capitalista para ser capaces de competir con sus vecinos occidentales más modernos.
La lucha comunista empieza en un lugar dado, pero su existencia no depende de factores puramente locales. No actúa de acuerdo con los límites de su lugar original de nacimiento. Los factores locales se convierten en secundarios para los objetivos del movimiento. Tan pronto como una lucha se limita a las condiciones locales, inmediatamente es tragada por el capitalismo. El nivel alcanzado por las luchas de los trabajadores no está determinado por factores locales, sino por la situación global del capitalismo. Tan pronto como la clase que concentra en sí misma los intereses revolucionarios de la sociedad se levanta, inmediatamente encuentra, en su situación y sin mediación alguna, el contenido y el objeto de su actividad revolucionaria: aplastar a sus enemigos y tomar las decisiones impuestas por las necesidades de la lucha; las consecuencias de sus propias acciones la fuerzan a avanzar.
No trataremos aquí de todas las huelgas. Todavía hay una sociedad capitalista en la que la clase trabajadora es precisamente una clase del capitalismo, una parte del capital, cuando no es revolucionaria. La maquinaria de los partidos y sindicatos se las arreglan todavía para controlar y dirigir secciones importantes de la clase obrera por objetivos capitalistas (tales como el derecho a jubilarse a los 60 años en Francia). Elecciones generales y muchas huelgas son organizadas por los sindicatos por demandas limitadas. Sin embargo, cada vez es más obvio que en la mayoría de las grandes huelgas la iniciativa no viene de los sindicatos, y estas son las huelgas de las que estamos hablando aquí. La sociedad industrial no se ha dividido en sectores, como tampoco la clase obrera se ha dividido en jóvenes, en viejos, en nativos, en inmigrantes, en extranjeros, en cualificados y en no especializados. Nosotros no nos oponemos a todas las descripciones sociológicas; estas pueden ser útiles, pero no son nuestro objetivo aquí.
Vamos a intentar estudiar cómo el proletariado se aparta de la sociedad capitalista. Tal proceso tiene un centro definido. Nosotros no aceptamos el punto de vista sociológico de la clase obrera, porque no analizamos a la clase obrera desde un punto de vista estático, sino en términos de su oposición al
valor. La ruptura con el capital destruye el valor de cambio, esto es, la existencia del trabajo como mercancía. El centro de este movimiento y, por consiguiente, su liderazgo, debe ser la parte de la sociedad que produce valor. De otro modo, significaría que el valor de cambio ya no existe y que nos encontramos más allá del estadio capitalista. Realmente, el significado profundo del movimiento esencial es ocultado parcialmente por las luchas en la periferia, en las afueras de la producción de valor. Este fue el caso en Mayo de 1968, cuando los estudiantes enmascararon la lucha real, que tuvo lugar en otra parte.
En realidad, las luchas en las afueras (las nuevas clases medias) son sólo una señal de una crisis mucho más profunda que las apariencias todavía nos ocultan. La vuelta de la crisis del valor implica, para el capital, la necesidad de racionalizar y, por tanto, atacar a los sectores atrasados que son los menos capaces de protegerse a sí mismos; esto incrementa el desempleo y el número de los que no tienen reservas. Pero su intervención no debe hacernos olvidar el papel esencial jugado por los trabajadores productivos para destruir el valor de cambio.