Un amigo me decía hace poco que
darle mucha relevancia a Dugin como supuesto asesor de Putin tras la política
exterior rusa corre el riesgo de hacerle el juego a la versión occidental digamos
“atlantista” del conflicto bélico actual, que por cierto no obedece a la locura
personal de nadie en particular, y etc.
Tiene algo de razón, pero para
la fascistología teórica y aplicada constituye una necesidad estudiar y tener
en cuenta las reconfiguraciones del neofascismo a partir de 1991, cuando con el
derrumbe de la URSS se consolida el Nuevo Orden Mundial, y la figura e influencia
de Dugin en este sentido es digna de análisis, tal como cabría analizar también
la trayectoria intelectual de la lideresa más destacada del Movimiento surgido
en torno al Batallón Azov, doña Olena Semenyaka, cuya amistad con Dugin se
rompió luego de los eventos del 2014 (Euromaidán y “guerra inter-fascista” en el
Donbass).
Visibilizar estas nuevas
formas de fascismo y la manera en que pueden confrontarse entre sí, es algo que
no parecen tener en cuenta los “antifaZ” campistas que aplauden los bombardeos
rusos como una genuina “desnazificación” (concepto en sí mismo bastante
fascista).
Vamos por ahora con Dugin, en
base a otro fragmento de Veiga, Forti et al, “Patriotas indignados” (Alianza,
2019). Encontré esta foto tan “mystic chant” de Aleksander que no me resistó de
compartir, además del símbolo del “Círculo Proudhon”, primer think tank
protofascista, en la Francia de 1911, y que por alguna razón es usado como
símbolo de la Konservative Revolution alemana y en especial de los
nacional-bolcheviques de ayer y de hoy. Convengamos en que el pajarraco armado recuerda a una hoz con martillo y que se vería hermoso en un jarro schopero.
¿Qué se puede escuchar mientras
se lee este texto? Sugeriría el disco recientemente editado del encuentro hace
veinte años del alemán Peter Brötzmann en vientos con los norteamericanos William
Parker en cuerdas y Milford Graves en tambores. Estamos claros de que no apreciar
el free jazz es un claro síntoma de entumecimiento del alma y posible fascismo
estético. CGBG, 2002. Hardcore Punk Free Jazz: músicas de liberación.
Dugin, el alquimista ideológico
En ese nuevo panorama turbulento
y confuso, Aleksandr Dugin tuvo el mérito de erigirse como el alquimista ideológico
que sintetizó la nueva fórmula predominante del ultranacionalismo (en un
sentido neofascista) ruso. Presentado a menudo con titulares sensacionalistas
como «el Rasputín del zar Putin», a lo que contribuía su aspecto desaliñado y
su pose de visionario, Dugin tuvo en realidad un papel práctico a partir de
unas formulaciones políticas o filosóficas no siempre sofisticadas.
Hijo de un alto oficial de la
inteligencia militar soviética (GRU), Dugin parecía destinado a seguir la
carrera científica, y para ello ingresó en el prestigioso Instituto de la
Aviación de Moscú (el MAI, en sus siglas originales en ruso). Sin embargo, sus
preferencias eran muy otras: devoraba todo tipo de literatura sobre estudios orientalistas,
Historia de la Edad Media, hermetismo, ocultismo, teología, tradicionalismo
religioso y todos aquellos autores de filosofía política que habían trabajado esos
campos, muy en especial el belga René Guénon y el italiano Julius Évola, padres
del neofascismo culturalista y místico en los años sesenta y setenta del siglo
XX.
El hecho de que fuera hijo de un
alto mando de la inteligencia militar (y nieto y bisnieto de militares) tiene relevancia
porque explica su acceso a un tipo de literatura muy difícil de conseguir en la
Unión Sovietica de la época, y el castigo relativamente leve que le supuso el
trato con los protoideólogos o pensadores del denominado tradicionalismo ruso:
Geydar Dzhemal [metafísica del Islam], Evgeniy Golovín [literatura mística
medieval], Yuri Mamleev [filósofo cristiano], Vladimir Stepanov y Sergey Jigalkin,
es decir, los miembros principales del denominado Círculo Yuzhinsky, un grupo
de intelectuales disidentes que ya databa de los años cincuenta.
Fue detenido, expulsado del MAI,
y al final cursó Economía en la Academia Estatal de Recuperación de Tierras de
Novocherkassk (NGMA), de segunda categoría. Pero por faltas similares penaron
en la cárcel otros «rescatadores» y diletantes del ultranacionalismo en el
Este, como fueron, por ejemplo, Vojislav Šešelj o Alija Izetbegović en la
Yugoslavia titoísta.
Dugin era tributario de su
época: los años setenta. De ahí la atracción que sentía por pensadores como
Julius Évola o René Guénon, que se situaban en el centro de lo que se
denominaba la Nueva Derecha (Nouvelle Droite), el tercer hito en la evolución
de la ultraderecha europea con posterioridad a 1945.
Tras la generación surgida en
la inmediata posguerra y la que cristalizó en Francia y Bélgica en torno a la
descolonización, que empezó a reivindicar una Europa unida que rechazara la
hegemonía soviética o estadounidense, Mayo del 68 aportó también para la ultraderecha
una propuesta ideológica y de estilo.
Dado que toda revolución
genera su propia contrarrevolución o versiones opuestas de la misma, en el denominado
«Mayo francés», rojo y negro, hubo lugar también para un «mayo blanco»: una
nueva hornada de ultraderechistas y neofascistas que salieron a la calle asumiendo
sin complejos el estilo de la izquierda radical, hasta el punto de dar lugar a
una cierta «ultraderecha antisistema», que incluía sincretismos como el «anarcofascismo»
o el «nazimaoísmo» y rechazaba el hegemonismo de las corrientes tradicionales.
La segunda generación de la nueva
ultraderecha y la que surgió del vuelco vivido en el 68, afianzaron la Nueva Derecha,
que eclosionó a lo largo de los años setenta y tuvo mucho de fenómeno
generacional, en palabras de su máximo adalid, el académico y teórico francés
Alain de Benoist. La Nouvelle Droite, que surgió como un think tank para el
debate regeneracionista de la derecha radical superando el pasado del fascismo,
el nazismo y la ultraderecha posbélica en general, abrió toda una constelación
de formulaciones, propuestas y revisiones que serían de las que bebería el
joven Dugin.
Esas ideas no siempre eran tan
novedosas, pero ocupaban ahora un nuevo lugar preeminente. Y esa nueva arquitectura
estaba orientada hacia una realidad europea que dejaba muy atrás la situación
histórica de los años de entreguerras, incluso de la posibilidad de una Tercera
Guerra Mundial, y se insertaba en una nueva realidad—con la posibilidad de una
salida pactada a la Guerra Fría, que fue la que finalmente triunfó—.
Eso implicaba síntesis, una
tercera vía construida sobre la superación de la dicotomía izquierda-derecha (o
de convergencia izquierda-derecha), rechazo del sovietismo y del liberalismo y
repudio de la globalización que ya se percibía como inminente. Por ello, del
laboratorio de la Nueva Derecha surgieron propuestas que hoy en día siguen en
vigor y, precisamente, han contribuido, y no poco, a la confusión reinante
entre los límites y consistencia de las ideologías de izquierda y derecha,
cincuenta años más tarde.
En esencia, la Nueva Derecha
recuperaba la propuesta de la «revolución conservadora», ya formulada en la Alemania
de los años de entreguerras, más precisamente por Hugo von Hofmannsthal en
1927, pero también, de formas variadas por Ernst Jünger —uno de los autores preferidos
de Dugin— en la revolución nacional, y el «nacional-bolchevismo» o «fascismo
rojo» de Ernst Niekisch o Karl Otto Paetel. Todo ello como una forma de
reaccionar ante la decadencia de Occidente, leit motiv recurrente a lo largo
del siglo XX, presente en las conocidas obras de Spengler, Thomas Mann, Ernst
von Salomon, Carl Schmitt, Theodor Fritsch, Ernst Jünger y otros.
Es comprensible que a lo largo de
los años ochenta, en el perceptible agotamiento de la civilización soviética,
Dugin encontrara tan atractivas las propuestas de Jünger para la «movilización
total» de la sociedad. Pero sobre todo, al menos inicialmente, se interesó
vivamente por la obra de Julius Évola, como pensador esencial del fascismo y
los autores denominados tradicionalistas basados en la filosofía perenne y cuyo
máximo exponente era René Guénon, otro de los autores favoritos de Dugin.
Este dato es significativo por
cuanto desvela uno de los circuitos en la dinámica generativa del
protoneofascismo en la Unión Sovietica.
Los pensadores del Círculo Yuzhinsky
en el cual se había alojado Dugin en su juventud, creían haber encontrado una
respuesta al régimen soviético, que desbordaba las líneas de oposición
ideológica tradicionales: la metafísica; es decir, otro nivel de realidad.
Este planteamiento podía parecer
extravagante, pero no lo era tanto si se considera que en el corazón de ese
mismo régimen soviético se habían estado tanteando hipótesis ideológicas que
incluían la religión, y eso ya desde los tiempos de Stalin. A partir del
estudio de la antigüedad eslava, él mismo había mostrado interés en la posible confirmación
de que los rusos primitivos habrían desarrollado formas elementales de
comunismo.
Según el arqueólogo Boris
Rybakov, determinadas religiones precristianas habrían favorecido una
concepción comunitarista de la sociedad frente al cristianismo, cómplice de las
divisiones de clase. De hecho, a través de sus estudios, Rybakov —condecorado
por Stalin en 1949— jugó un papel importante en la rehabilitación del antiguo paganismo
ruso.
A partir de ahí, los estudios
sobre esa cuestión continuaron en tiempos de Jruschov, a lo largo de los años
sesenta, y paradójicamente, en 1973 se publicó en la Unión Soviética el primer
manifiesto del Neopaganismo ruso, a cargo de Valerii Emelianov, un experto en
Oriente Medio, que había sido un hombre cercano a Jruschov. Argumentaba que el
cristianismo no era sino la expresión de la dominación judía, lo cual servía a
los intereses del sionismo.
Eran los tiempos de la guerra del
Yom Kippur, y de ahí que el posicionamiento soviético a favor de los países
árabes en su primera victoria frente a Israel terminara alumbrando un mito que
con el tiempo formaría parte de la parafernalia ideológica de la moderna ultraderecha
rusa. Y no paró ahí la cosa, por cuanto sólo cinco años más tarde, Valerii
Skurlatov, investigador en el Instituto de Información Científica de Ciencias
Humanas de Moscú (INION), publicó un artículo sobre la identidad aria de los
rusos.
Estas tendencias enlazaban de
forma directa con las modas de la época en buena parte del mundo: el entusiasmo
por las religiones orientales y el misticismo, la mitología, la ufología y los
tópicos de interés que enlazaron el hippismo, la sicodelia y la New Age. Todo
lo cual tuvo su reflejo en los debates de la Nueva Derecha, que incluían el neopaganismo,
las religiones étnicas y el reconstruccionismo; pero sobre todo, la crítica a
la cristianización de Europa, definida por Alain de Benoist como «uno de los acontecimientos
más desastrosos de la historia hasta nuestros días».
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