martes, agosto 02, 2022

Viva la Revolution (Adicts)/ ¿Revolución? (Guattari/Rolnik)

Primero la canción: The Adicts, "Viva la revolution" (1982).

Luego, este fragmento de Suely Rolnik y Félix Guattari, Micropolítica. Cartografias del deseo (Traficantes de sueños, 2006):

¿Revolución?

Es preciso intentar pensar un poquito qué quiere decir revolución. Ese término está tan deteriorado, tan desgastado, se ha arrastrado ya por tantos lugares, que sería preciso volver a un mínimo de definición, aunque sea elemental. Una revolución es algo de la naturaleza de un proceso, de una transformación que hace que no exista retorno al mismo punto. Algo, que paradójicamente, contradice incluso el sentido del término «revolución» empleado para designar el movimiento de un astro alrededor de otro. La revolución es una repetición que cambia algo, una repetición que produce lo irreversible. Un proceso que produce historia, que acaba con la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones. Por lo tanto, y por definición, una revolución no puede ser programada, pues aquello que se programa es siempre el déjà-là. Las revoluciones, así como la historia, siempre traen sorpresas. Son, por naturaleza, siempre imprevisibles. Eso no impide que se trabaje por la revolución, cuando se entiende ese «trabajar por la revolución», como trabajar por lo imprevisible.

Lo que estoy diciendo no es tan absurdo: un poeta o un músico implicado en un proceso productivo —si no estuviera completamente atornillado a una universidad o a un conservatorio— nunca sabrá lo que está produciendo, antes de producirlo. Su proceso de producción lo transporta, incluso más allá de lo que él esperaba. Podríamos hacer una lista de todos los creadores que fueron destruidos por su producción, hasta el punto de llegar al suicidio o a la locura.

Retomando el asunto, pienso que la idea de revolución se identifica con la idea de proceso. Producir algo que no exista, producir una singularidad en la propia existencia de las cosas, de los pensamientos y de las sensibilidades. Es un proceso que acarrea mutaciones en el campo social inconsciente, más allá del discurso. Podríamos llamar a eso un proceso de singularización existencial. La cuestión está en cómo hacer que se mantengan los procesos singulares —que están casi en la tangente de lo incomunicable— articulándolos en una obra, en un texto, en un modo de vida articulado consigo mismos o con algunos otros, o en la invención de espacios de vida, de libertad y de creación.

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Actualmente se oye sólo la calificación de «revolucionario» para diferentes situaciones o proyectos. ¿Qué quiere decir revolucionario? ¿Es que un proyecto puede ser revolucionario de forma permanente como, por ejemplo, en la concepción trotskista? Es evidente que se trata de un juego de palabras automático, ya que la revolución, por definición, no puede ser permanente: es un momento de transformación, que podríamos caracterizar como un momento de irreversibilidad en un proceso. No soy yo quien vaya a dar una clase sobre este asunto, pero el estudio de los procesos irreversibles es un problema teórico importante en las ciencias, sobre todo en el campo de la termodinámica. Podríamos llamar revolucionario a un proceso que se lanza en una vía irreversible y que por eso, deberíamos agregar, escribe la historia de manera inédita.

Lo que he acabado de decir parece muy banal, pero si lo aplicamos a ciertos clichés, las cosas se complican un poco. ¿Es que una clase puede ser revolucionaria en sí? El hecho de que una formación política y social —los sindicatos, por ejemplo— se pretenda revolucionaria durante cincuenta años, como es el caso de la Unión Soviética, es obviamente una contradicción: la revolución o es procesual o no es revolución. Cuando la Revolución Francesa terminó, y se colocaron placas en todas las intendencias, y los niños en las escuelas tenían que aprender de memoria los textos de la Declaración de los Derechos Humanos, se trataba de una revolución que ya no tenía carácter procesual.

Los microprocesos revolucionarios no tienen que ver sólo con las relaciones sociales. Por ejemplo, Modigliani veía los rostros de una manera que tal vez nadie antes se había atrevido a ver. Pinta, por ejemplo, cierto tipo de ojo azul, en un determinado momento, que cambia completamente aquello que podríamos llamar la «máquina de la facilidad» en circulación en su época. Ese microproceso de transformación, a nivel de la percepción, a nivel de la práctica, es retomado por personas que perciben que algo ha cambiado, que Modigliani no sólo ha cambiado su propio modo de ver un rostro, sino también la manera colectiva de ver un rostro. Ese proceso preserva su vitalidad, su carácter revolucionario, en un determinado campo social, en una determinada época y durante un período determinado. Más tarde, la historia de los procesos de la pintura se sigue en otro lugar: aparecen otros procesos y otras mutaciones revolucionarias que, en cierto modo, van a localizar nuevos microprocesos en estado naciente. En definitiva, la problemática de la revolución pasa también por ese tipo de cuestiones.

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No creo que exista una transformación revolucionaria, sea cual sea el régimen, si no hay también una revolución cultural, una suerte de mutación de las personas. El conjunto de las posibilidades prácticas específicas de cambio del modo de vida, con su potencial creador, es lo que constituye lo que llamo revolución molecular, condición para cualquier transformación social. Y eso no tiene nada de utópico, ni de idealista.

Hoy en día, ya no se osa pronunciar la palabra «revolucionario». Es verdad que es algo imbécil imaginar que aún pueda haber una revolución «auténtica». En Francia, actualmente, hablar de revolución es de mal gusto. Muchos intelectuales franceses descalifican las problemáticas de la lucha de clases, pero no por eso han dejado de presentarse en la historia. Lo que está sucediendo es, simplemente, que en este momento se encuentran en un impás notorio. Todos los sistemas de modelización que se pretenden revolucionarios, funcionan mucho más como algo que provoca rechazo antes que convocatoria, algo que bloquea los procesos revolucionarios. Sin embargo, esa lucha, a pesar de todo el burocratismo al que conduce, es necesaria: toda la cuestión está en no confundirla con un proceso revolucionario. Pero el hecho de no ser revolucionaria no la vuelve menos importante. Tomemos como ejemplo el problema del soporte de un tejado: la cuestión que se plantea no es la de saber si sostenerlo es o no revolucionario, sino si estamos corriendo el riesgo de que se nos caiga sobre la cabeza. Lo mismo ocurre respecto de las relaciones sociales. Es perfectamente legítimo que las clases obreras, los diferentes grupos de intereses utilicen los medios que puedan para resistir a los sistemas opresivos. Eso es una cosa. Otra es articular una política de revoluciones (en plural), de revoluciones moleculares. Y esto es importante para evitar la lógica dualista, binaria, que presenta alternativas excluyentes: marxismo/ lucha social / lucha sindical versus revoluciones moleculares.




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