Por supuesto que no hay un solo
feminismo, tal como nunca hubo un solo marxismo, anarquismo o fascismo. Pero
tal como las ideas dominantes en cada momento son las de la clase dominante, el
feminismo actualmente hegemónico es totalmente funcional a las necesidades de
la acumulación capitalista y los procesos de subjetivación neoliberal que esta
requiere.
Sólo así se explican campañas como
la de la Red de Metro y Transantiago que básicamente señalan que los actos de
rebelión (o “vandalismo”) atentan contra las mujeres, el feminismo Falabella y
la decoración LGBTI+ de vehículos policiales.
Hace poco mi hijo me preguntaba
que era un “hombre heterocis”. Aparentemente alguien le había reprochado serlo.
Luego de explicarle reaccionó enojado: “Pero si yo soy hombre y me gusta ser
hombre y no quiero “transicionar a otro género”, ¿cuál es el problema?”. No hay
problema -le dije-, eres libre de sentirte y definirte como quieras. Pero es
verdad que para algunos sectores del feminismo y la disidencia que creen en
efecto que nosotros somos EL problema.
[Al contarle esa anécdota a unos
amigos, ninguno tenía idea de que significaba ser “cis”. Los dejo con
Wikipedia: “Cisgénero (a veces cisexual o abreviado como cis) es una palabra
utilizada para describir a una persona cuya identidad de género y sexo asignado
al nacer son el mismo. La palabra cisgénero es el antónimo de transgénero”].
Por lo demás, muchas de estas
combativas feministas neoliberales excluyen de todos sus espacios a los “hombres
heterocis” pero no tienen problema alguno en dedicarse a combatir la heteronorma
junto a “disidentes” que provienen de la alta burguesía y/o se han enriquecido
gracias a actos de corrupción sistemática, pues en la medida que en sus
espacios ABC1 no lleguen estos odiados hombres, son espacios seguros "ricos para vivir" y para
seguir reproduciendo las diferencias de clase pero en clave rosa. Pinkwashing
se llama eso según he leído por ahí.
Complejas dinámicas de clase y de identidad sexual han ido generando un acercamiento de parte del mundo gay o de la “diversidad sexual” a la extrema derecha, apreciándose una notoria adhesión al etnonacionalismo y a la xenofobia, propulsada por el temor a la islamización de las sociedades europeas y “blancas” y la posibilidad de que el “gran reemplazo” de la población original por pueblos no blancos vaya acompañado de oleadas de homofobia que hagan retroceder los niveles de tolerancia e inclusión alcanzados tras tanto tiempo.
En la misma tendencia han incurrido algunos sectores del feminismo
asimilacionista, dando lugar al fenómeno del “feminacionalismo”, muy bien
analizado en un libro de Sara R. Farris que, a partir del notable éxito
electoral de la ultraderecha en el Parlamento Europeo en las elecciones del
2014, explica el surgimiento de un “nacionalismo feminista y femocrático” que
incluye tanto “la explotación de las temáticas feministas por parte de
nacionalistas y neoliberales en sus campañas contra el islam (pero también en
contra de la inmigración), como a la participación de ciertas feministas y
femócratas en la estigmatización de los hombres musulmanes bajo el estandarte
de la igualdad de género”. La autora denomina como femócratas a “las
burócratas de primera línea de las agencias estatales por la igualdad de género”
(Sara R. Farris, En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del
feminacionalismo, Madrid, Traficantes de sueños, 2021).
Toda esa “intro”, más larga que algunas que se dan en el mundo del heavy metal, es para presentar este texto del filósofo esloveno Slavoj Zizek, del cual no soy fan, que se refiere al problema de la izquierda “despierta” (woke), forma actual que asume el reformismo socialdemócrata pero en clave posmodernista, y la “cancelación” del hombre heterosexual blanco. Interesante análisis, que por supuesto ya fue denunciado como machista y racista por los Wokes del mundo uníos.
El texto fue publicado
a fines de diciembre por El País como columna, y sólo se puede leer si estás suscrito.
Agradezco a mi amiga MG por habérmelo copiado y enviado.
Bienvenido el debate.
Abajo la burguesía, aunque se
vista de lila o rosa.
La cancelación de la ética:
por qué la exclusión del hombre blanco heterosexual es injustificable
La llamada izquierda ‘woke’
defiende la aceptación de todas las identidades sexuales y étnicas salvo una:
la del hetero occidental
El avance ético produce una forma
benéfica de dogmatismo. Una sociedad normal y sana no discute sobre la
aceptabilidad de la violación y la tortura, porque la gente, de forma
“dogmática”, acepta que son inadmisibles. Asimismo, una sociedad cuyos
dirigentes hablan de “violación legítima” (como en cierta ocasión hizo un excongresista republicano en
Estados Unidos) o de casos en que la tortura es tolerable es una
sociedad que exhibe señales claras de decadencia ética, en la que actos que
antes eran inimaginables pueden volverse posibles en muy poco tiempo.
Piénsese en la Rusia actual. En
un vídeo no verificado que empezó a circular este mes se acusa a un
exmercenario del Grupo Wagner (vinculado con el Kremlin) de haberse
pasado de bando para “combatir contra los rusos”; a continuación, un verdugo no
identificado le rompe la cabeza de un mazazo. Cuando se le pidió a Yevgeny
Prigozhin (fundador del Grupo Wagner y estrecho aliado de Vladímir Putin) su
opinión sobre el vídeo (al que en su publicación se lo denominó “el mazo de la
venganza”), Prigozhin dijo que era “una muerte de perro para un perro”. Como
muchos han observado, hoy Rusia se comporta igual que el Estado Islámico.
Piénsese también en el aliado
cada vez más cercano de Rusia, Irán, donde arrestan a chicas por protestar contra el régimen y
hay denuncias de que se las casa a la fuerza con sus carceleros para ser
violadas, con el argumento de que es ilegal ejecutar a una menor de edad si es
virgen.
Piénsese también en Israel, que,
aunque se enorgullece de presentarse como una democracia liberal, se está
pareciendo cada vez más a algunos de los otros países del vecindario donde
impera el fundamentalismo religioso. La última prueba de esta tendencia ha sido
la noticia de que Itamar Ben Gvir será parte del nuevo Gobierno de
Benjamin Netanyahu. Antes de dedicarse a la política, Ben Gvir tenía en su sala
de estar un retrato del terrorista israelí-estadounidense Baruch Goldstein, que
en 1994 masacró a 29 musulmanes palestinos e hirió a otros 125 en Hebrón.
Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo estuvo
en el cargo hasta su reemplazo en junio de 2021, está plenamente implicado en
esta decadencia ética. En 2019, según informa The Times of Israel,
pidió “combatir” el creciente antisemitismo musulmán y de izquierda en Europa,
horas después de que el Gobierno [israelí] publicara un informe que decía que
la mayor amenaza para los judíos en el continente era la ultraderecha”. ¿Por qué
omite Netanyahu el antisemitismo de ultraderecha? Porque lo necesita. Aunque la
nueva derecha de Occidente sea antisemita en casa, también es una firme
defensora de Israel, al que ve como una de las últimas barreras contra una
invasión musulmana.
Por desgracia, esto es solo una
cara de la moneda. También existe una decadencia ética cada vez más visible
en la izquierda woke, que se ha vuelto cada vez
más autoritaria e intolerante en su defensa de la aceptación de todas las
formas de identidad sexual y étnica menos una. El sociólogo Duane Rousselle
caracteriza la nueva “cultura
de la cancelación” como “racismo en tiempos de los muchos sin el Uno”.
El racismo tradicional vilipendia al intruso que plantea una amenaza a la
unidad del Uno (el endogrupo dominante); por su parte, la izquierda woke pretende
hacer lo mismo con quienquiera que no haya abandonado por completo las viejas
categorías de género, sexualidad y pertenencia étnica del Uno. Ahora, todas las
orientaciones sexuales e identidades de género son aceptables a menos que usted
sea un hombre blanco cuya identidad de género coincide con su sexo biológico al
nacer. A los integrantes de este colectivo cisgénero se les manda sentir culpa
por lo que son (por estar “cómodos en su piel”); a todos los demás (incluidas
las mujeres cisgénero) se los alienta a ser lo que sientan.
Este “nuevo orden woke”
es discernible en ejemplos cada vez más absurdos. Este mismo mes, el Centro de
Recursos sobre Género y Sexualidad en el Gettysburg College de Pensilvania
quiso patrocinar un evento organizado por estudiantes dirigido a todas las
personas que estuvieran “cansadas de los hombres cis blancos”. Se invitaba a
los participantes a “pintar y escribir” sobre sus frustraciones en relación con
los hombres blancos que se sienten “cómodos en su piel”. Tras el escándalo y
las acusaciones de racismo, el evento se pospuso.
Hay una paradoja en el modo en
que la fluidez no binaria woke coincide con la intolerancia y
la exclusión. En París, la prestigiosa École Normale Supérieure está debatiendo
una propuesta de crear en los dormitorios corredores reservados a personas que
hayan elegido una identidad sexual diversa (mixité choisie), con
exclusión de los hombres cisgénero. Las reglas propuestas son estrictas: quien
no cumpla los criterios tendrá prohibido incluso poner un pie en esos
corredores. Y, por supuesto, las reglas abren la puerta a restricciones incluso
más estrictas. Por ejemplo, si una cantidad suficiente de personas define su
identidad en términos aún más estrechos, es de suponer que podrán exigir un
corredor propio.
Esta propuesta tiene tres
aspectos destacables: solamente excluye a los hombres cisgénero (no a las
mujeres cisgénero); no se basa en ningún criterio o clasificación objetivos,
sino en una autodesignación subjetiva, y da lugar a nuevas subdivisiones
clasificatorias. Este último punto es crucial porque demuestra que, por mucho
que se hable de plasticidad, elección y diversidad, el resultado final no es
más que un nuevo tipo de apartheid: una red de identidades fijas y
esencializadas.
Así que la ideología woke ofrece
un ejemplo paradigmático del modo en que la permisividad se convierte en
prohibición: en un régimen woke, nunca sabemos si uno de nosotros
terminará cancelado por algo que ha hecho o dicho (los criterios son dudosos) o
por el mero hecho de haber nacido dentro de la categoría prohibida.
En vez de oponerse a las nuevas
formas de barbarie (como proclama), la izquierda woke participa
plenamente en ellas, al promover y practicar un discurso indisimuladamente
opresivo. Aunque defienda el pluralismo y promueva la diferencia, su lugar de
enunciación subjetivo (el lugar desde el cual habla) es despiadadamente
autoritario y no tolera que se discutan sus intentos de imponer exclusiones
arbitrarias que antes, en una sociedad tolerante y liberal, se hubieran
considerado inadmisibles.
Dicho lo cual, debemos tener
presente que toda esta confusión se limita ante todo al estrecho mundo
académico (y a diversas profesiones intelectuales como el periodismo); el resto
de la sociedad va más bien en la dirección opuesta. En Estados Unidos, por
ejemplo, 12 senadores republicanos votaron este mes con la mayoría
demócrata para proteger por ley el derecho al matrimonio de las parejas
homosexuales.
La cultura de la cancelación, con
su paranoia implícita, es un intento desesperado (y obviamente
contraproducente) de compensar la violencia y la intolerancia, muy reales, que
las minorías sexuales sufrieron tanto tiempo. Pero es una retirada al recinto
de una fortaleza cultural, un falso “espacio seguro” cuyo fanatismo discursivo
solo refuerza la resistencia de la mayoría.
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