miércoles, enero 04, 2023

Kalewche: Especial 100 años de fascismo

 A fines del año pasado fui invitado por los compañeros de Kalewche a colaborar en un dossier sobre fascismo. 

A continuación los dejo con la introducción, y el texto aportado. El dossier completo puede ser visto AQUÍ. Por cierto, el fascista chileno Pedro Kunstmann, líder de los social-patriotas, señaló que este texto era una basura "brutalmente tendenciosa". ¡Bien!


En los últimos años, el fascismo parece haberse tornado omnipresente. Se habla de neofascismo, de posfascismo; y se discute interminablemente si Trump, Bolsonaro, Putin, Orban o Meloni son fascistas en algún sentido. Dentro de este dossier ofrecemos tres análisis de distinto tipo sobre el fenómeno. En “La sombra del fascismo”, nuestro compañero Ariel Petruccelli explora algunos costados –usualmente poco atendidos– de lo que podríamos llamar la deriva autoritaria o potencialmente fascistizante de la cultura política contemporánea. En el segundo texto, originalmente publicado por el Centro de Investigación Periodística (CIPER) de Chile el 8 de noviembre, Gonzalo Bustamante explora la vigencia del fascismo italiano a cien años de la Marcha sobre Roma (27-29 de octubre de 1922). Cerramos este dossier con un escrito de Julio Cortés Morales, que es una versión algo más extensa –generosamente facilitada por el autor– de un artículo suyo que vio la luz aquí, bajo el título “Un siglo de fascismo (1922-2022): ¿el retorno de lo reprimido?”.

1922-2022: EL RETORNO DE LO REPRIMIDO

A cien años de la “Marcha sobre Roma”, una admiradora de Mussolini encabeza el nuevo gobierno italiano. Contra todos los pronósticos, Bolsonaro llega a disputar con Lula la segunda vuelta presidencial en Brasil y pierde, pero por menos del 2% de los votos y quedando su sector muy bien representado en el Congreso y las gobernaciones. El fantasma de la extrema derecha y los nuevos fascismos recorre el mundo, mientras en Chile la revancha «facho pobre» en el plebiscito de salida de la nueva Constitución frustró los planes del progresismo y una santa jauría de intelectuales se dedica a diagnosticar y perseguir al «octubrismo» como único vestigio del espíritu de la revuelta chilena del 2019.

Este texto pretende dar luces sobre estos fenómenos, claramente interconectados, respetando en principio el temario de la ponencia presentada en un coloquio del 28 y 29 de abril de 2022.1

1. A pesar del uso generalizado del adjetivo «fascista», un siglo después de la aparición del fascismo histórico aún no existe mucha claridad sobre sus principales rasgos definitorios. A pesar de la abundante producción literaria en torno al tema, y a los mínimos consensos a los que han llegado los estudiosos del fascismo, en el lenguaje usual «fascista» designa cualquier forma de adhesión a un vagamente definido autoritarismo, totalitarismo o nacionalismo. Incluso es posible detectar que se califica de fascista a cualquiera que sostenga posiciones radicales en alguna materia, tal como cuando se tilda de «feminazis» a las feministas radicales, o cuando se equipara a la ultraizquierda con una forma de fascismo. Peor aún, la guerra en Ucrania nos muestra un curioso ejemplo: mientras los opositores a la operación especial rusa tratan a Putin de fascista, el líder ruso justifica su acción como una cruzada para la «desnazificación» de Ucrania.

2. En mi trabajo asumo, por un lado, que el fascismo no es eterno (como deducen muchos en base a un conocido discurso de Umberto Eco en 1995 sobre el ur-fascismus): como todo fenómeno social y político, el fascismo debe ser entendido como un producto específico de su tiempo, que fue el de la derrota de las revoluciones proletarias y la crisis del Estado liberal.2

De ahí la importancia de seguir estudiando el surgimiento de la ideología y los movimientos fascistas, que desde el Círculo Proudhon en Francia (1911), la Konservative Revolution alemana y la recepción nacionalista radical de las ideas de Jorge Sorel, hasta el triunfo de Mussolini y Hitler, la conformación del Movimiento Nacional-Socialista de Chile y el surgimiento del peronismo argentino, nos revela la existencia de un verdadero campo político e ideológico al que se bautizó con el nombre de su versión italiana; pero que, mientras más examinamos ese momento, más aparece como una heterogénea y muy diversa cantidad de formas y expresiones. Por eso algunos expertos como Roger Griffin han acuñado el concepto de “fascismo genérico”, donde se incluyen distintas formas de “ultranacionalismo populista y palingenésico”.

3. Por otra parte, si bien me parece erróneo e inexacto atribuir características de eternidad al fascismo o entenderlo como “encarnación del Mal absoluto” o “brotación de lo siniestro” (Oporto, 2015), creo que es posible apreciar un error simétrico en las versiones «excepcionalistas» que intentan acotar la existencia de movimientos y regímenes fascistas al período de entreguerras, declarando su muerte definitiva en 1945.

El fascismo no ha abandonado la escena como muchos creían. Después de 1945, nuevas formas de movimientos y regímenes, desde los explícitamente neofascistas (como el Movimiento Social Italiano en que militaba la adolescente Giorgia Meloni o el tremendamente exitoso Frente Nacional de los Le Pen en Francia) hasta las dictaduras latinoamericanas de los sesenta a los ochenta, han seguido expresando un «espíritu fascista» que no siempre logra aplicar un nuevo régimen fascista, pero cuya importancia en la conservación, reproducción y transformación de la dominación capitalista no podría ser ignorada.

Además de los movimientos y regímenes fascistas de ayer y de hoy, también es posible constatar que ciertas características del fascismo histórico después de 1945 y luego de 1968 se han incorporado al funcionamiento habitual de las democracias capitalistas occidentales, donde ya no existe una distinción clara entre biopolítica y tanatopolítica, estado de derecho y estados de excepción.

Ya en 1967 Debord decía que algo del fascismo habría sobrevivido en el espectáculo triunfante, por haber sido una de las fuerzas contrarrevolucionarias que liquidaron al viejo movimiento obrero3. El mismo año, Adorno había dicho en una conferencia que “en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo”.

En un texto reciente, Lazzarato (2020) destaca la profunda vinculación entre neoliberalismo y nuevas formas de fascismo que se instalan como una respuesta contrarrevolucionaria al movimiento de 1968, cumpliendo la función de «violencia fundadora» del neoliberalismo.

A partir de la crisis del 2008, los nuevos movimientos fascistas emergen haciendo ocupación del terreno abandonado por la izquierda (la lucha de clases), dándole un giro nacionalista y reaccionario. Esa es la base real del actual crecimiento espectacular, y hasta ahora imparable, de la nueva ultraderecha.

4. Con todo, la definición a efectos taxonómicos de un «fascismo genérico», si bien nos permite identificar las diferentes ramas de la gran familia fascista, no debería hacernos pasar por alto sus enormes diferencias y contradicciones internas, como tampoco la posibilidad de que, a partir de una matriz en los fascismos del siglo XX, hoy en día varios movimientos estén derivando o mutando en direcciones múltiples e impredecibles que aún no podemos ponderar muy bien. Baste con considerar las derivas cuasi-izquierdistas del sector histórico de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist, el atractivo que ejercen las teorías del fascista eurasiático Dugin sobre ciertos sectores de la izquierda nacional-popular que, más que anticapitalista, es anti-EE.UU.; o el surgimiento del etnocacerismo peruano con su programa de racismo cobrizo que, bajo el liderazgo de Antauro Humala, bien podría calificar de «fascismo andino decolonial».

En Chile, a una hasta hace poco reducida familia de pinochetistas despistados (puesto que la dictadura fue neoliberal y no nacional-corporativista), más algunos residuos nacional-sindicalistas, pandillas de skinheads y hitleristas esotéricospublicando revistas como Ciudad de los Césares, se han agregado nuevas camadas como los social-patriotas de Pedro Kunstmann, Sebastián Izquierdo y Capitalismo Revolucionario, el «Team Patriota» de Pancho Malo, el Partido Republicano, sectores «tercerposicionistas» como el diputado Rivas o provenientes del «fascismo agrario» del APRA como la diputada Naveillán, ambos integrados al Partido de la Gente; e incluso duginistas como el Círculo Patriótico Chile (Praxis Patria)4, abarcando así un amplio espectro de posiciones neo y posfascistas, de derecha, izquierda y «ni-ni» (ni de derecha ni de izquierda).

Como lo expresó Diego Luis Sanromán en su tesis doctoral sobre la Nueva Derecha, “el gen fascista ha mutado y en ocasiones no es fácil identificarlo”. Y si de entrada este objeto de estudio ha resultado siempre confuso por lo flexible y contradictorio de su discurso, hoy en día la complejidad se agudiza adicionalmente por efecto de 50 años de «contrarrevolución neoliberal», que ha logrado prácticamente borrar la memoria histórica de las revoluciones y luchas proletarias contra las cuales el fascismo histórico surgió, y sin consideración a las cuales no se comprende ni el tipo ni la magnitud de la tarea que cumplen el fascismo y el «populismo de derechas» en la salvación del orden social del capital.

5. Una dificultad recurrente para identificar las formas actuales en que se expresa y ha mutado este gen, es que, tal como dijo Mark Fisher, “el fascismo posmoderno es un fascismo negado”, que sigue una estrategia de “rechazar la identificación prosiguiendo con el programa político”, adaptándolo a las condiciones del siglo XXI (Fisher, 2006).

La negación de la identidad o del origen fascista es una consecuencia inevitable del estrés postraumático de masas e intergeneracional que se produjo después de 1945 (Griffin, 2022). Pero el procesamiento de dicha experiencia traumática corre a cuenta de la democracia liberal. Así, resulta funcional a una visión deshistorizada del fascismo la tendencia a entenderlo como parte de la más amplia familia del totalitarismo, como una malévola aberración histórica, expresión de una lucha eterna entre el bien y el mal, que es la visión que acompaña el mega-relato de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

En este discurso, que podríamos denominar como «el antifascismo de los liberales», no se problematiza la violencia fundadora del capitalismo mismo, ni las numerosas masacres cometidas por cada Estado de su propio bando en tiempos de paz, ni los crímenes de guerra de los Aliados, como las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. No: el fascismo sólo sería imputable a lo que Popper llamó los «enemigos de la sociedad abierta».

Inevitablemente, esta mirada excepcionalista, liberal y moralista del fascismo alimenta el mito y la identificación profunda de sucesivas camadas de neofascistas con aquello que «el sistema» presenta como el Mal absoluto. Mientras ninguna corriente política (liberalismo, anarquismo, socialismo) se entiende a sí misma como «eterna», los integrantes de CasaPound Italia, una red de okupas en versión contracultural de ultraderecha, se autoproclaman orgullosamente “fascistas del tercer milenio”.

Como recalca Emilio Gentile, “la tesis del eterno retorno del fascismo puede favorecer la fascinación por el fascismo de los jóvenes que poco o nada saben del fascismo histórico, pero se dejan sugestionar por su visión mítica, que se vería agigantada ulteriormente por la presunta eternidad del fascismo”, sintiéndose orgullosos de formar parte de “un movimiento al que un gran intelectual antifascista le ha atribuido eternidad, aunque lo haya hecho metafóricamente y para condenarlo” (Gentile, 2019: 12).

Deshistorizar el fascismo ayuda a mitificarlo: en tanto máquina de producción mitológica, es precisamente en ese nivel donde el fascismo se siente más a gusto y extrae toda su fuerza.

6. Historizar el fascismo consiste en desmitificarlo para tratar de comprender las razones objetivas y materiales de su surgimiento y las funciones objetivas y subjetivas que cumple en la guerra de clases. En esa tarea también es necesario estudiar la ideología fascista y sus distintas metamorfosis y modulaciones. Que el fascismo histórico siempre haya sido más un movimiento práctico que una elaboración teórica (existieron los fascios como forma organizativa desde mucho antes que se empezara a hablar de «fascismo») no impide reconocer la importancia que tuvo y sigue teniendo en su existencia la dimensión propagandística e ideológica, medida y clave de su éxito, antes que la forma característica de «partido-milicia» con que hizo su espectacular aparición hace un siglo.

Una gran debilidad de la mirada izquierdista en relación al fascismo, probablemente fruto de la contaminación con la perspectiva demoliberal, es que tiende a verlo como una expresión monolítica: un solo gran «nazifascismo» que produce y practica una forma estática de pensamiento único. Nada más alejado de la realidad. Desde sus inicios, el fascismo es una «ideología fuzzy» (Eco, 1995), capaz de digerir y amalgamar todo tipo de influencias, desde Sorel y el sindicalismo revolucionario al anarcoindividualismo, de Stirner y Nietzsche al futurismo y el nihilismo. Pero como dijo Adorno en la ya aludida conferencia de 1967, no debemos subestimar estos movimientos por su “ínfimo nivel intelectual” y “falta de teorización”. Muy por el contrario, su éxito depende precisamente de la extrema flexibilidad y capacidad parasitaria de su ideología.

7. Tal como ocurre con el concepto de anarquía, que significa algo bien diferente para los anarquistas que para el resto del mundo, captar la complejidad y especificidad del fascismo requiere estudiar la manera en que es entendido por los propios fascistas.

Así, la obra de Julius Evola resulta bastante interesante, en tanto conceptualiza y observa al fascismo desde la derecha tradicionalista. Una de las diferencias principales de Evola con el régimen fascista italiano era que el denominado “mago negro del fascismo” rechazaba la religión judeocristiana y reivindicaba un “imperialismo pagano” ario y nórdico, incompatible con el catolicismo. Estas posiciones, publicadas en títulos como Imperialismo pagano (1938) y Rebelión contra el mundo moderno (1934), mientras era consejero de Mussolini en materia de “romanidad”, le causaron serios problemas al régimen con una indignada Iglesia Católica, que no vaciló en denunciar a Evola –que durante los años veinte, en tanto poeta, había pululado por el dadaísmo y las vanguardias para luego fundar el grupo esotérico UR– como un instrumento de Satanás. Cuando el régimen se orientó hacia el catolicismo, Evola fundó la revista La Torre, en cuyo n° 1, de febrero de 1930, afirmó: “Nosotros no hacemos política… defendemos ideas y principios. En la medida en que el fascismo siga y defienda tales principios, en esa misma medida nosotros podemos considerarnos fascistas. Y nada más”.

En Biología del fascismo, un detallado y certero análisis realizado en 1925, Mariátegui distingue un “ultrafascismo” –que va “del fascismo rasista o escuadrista de Farinacci al fascismo integralista de Michele Bianchi y Curzio Suckert”–, y una tendencia moderada, conservadora, “que no reniega del liberalismo ni del Renacimiento, que trabaja por la normalización del fascismo y que pugna por encarrilar el gobierno de Mussolini dentro de una legalidad burocrática”. Más aún, el marxista peruano señala que el fascismo no se debe a Mussolini sino que todo lo contrario, y que si bien D’Annunzio no puede ser considerado un fascista, el fascismo en cambio sí que se basa en la experiencia de Fiume y es íntegramente d´annunziano5.

Lo anterior nos lleva a entender –como hace el fascista italiano Giorgio Locchi en un homenaje a su correligionario Adriano Romualdi, muerto en 1973– que “el fascismo pertenece a un campo, opuesto a otro campo, el igualitarista, al cual pertenecen democracia, liberalismo, socialismo, comunismo. Es este concepto de campo lo que permite captar la esencia del Fascismo, del mismo modo que permite captar la esencia de todas las expresiones del igualitarismo” (Locchi, s/f).

Para este jurista italiano que por un tiempo fue compañero de ruta del grupo GRECE y la Nouvelle Droite francesa, un rasgo definitorio de todo movimiento fascista es la concepción tridimensional del tiempo, que le permite afirmarse “como conservador (o reaccionario) y simultáneamente revolucionario (o progresista)”. Pero dentro de este campo existe espacio para una diversidad de posturas: “en el seno de un mismo movimiento fascista, personalidades de primer nivel expresan y defienden filosofías y teorías bastante diferentes, a menudo poco conciliables entre ellas e incluso opuestas”. A modo de ejemplo, “la filosofía de un Gentile no tiene nada en común con la de Evola; Baumler y Krieck, filósofos y catedráticos, eran nacionalsocialistas y nietzscheanos, pero el nacionalsocialista Rosenberg, en cambio, criticaba duramente aspectos destacados del pensamiento de Nietzsche” (ibid.). Los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo serían, para Locchi, “la expresión política, inmediata e instintiva, de un nuevo sentimiento del mundo que circula por Europa a partir ya de la segunda mitad del siglo XIX”. Este sentimiento era el de “vivir un momento de trágica emergencia”, y por eso los fascistas “se precipitan a la acción obedeciendo a este sentimiento; se movilizan políticamente pero, al contrario que otros partidos y movimientos, no hacen referencia a alguna concreta filosofía o teoría política y asumen más bien casi siempre un comportamiento antiintelectualista” (ibid.).

8. La identificación de los viejos y nuevos fascismos con la «extrema derecha» es, en nuestro tiempo, casi automática.

Y si bien es cierto que –siguiendo el esquema de Bobbio (1997)–, al ser al mismo tiempo radicalmente anti-igualitario y autoritario, el fascismo debería ser ubicado en ese extremo de la díada derecha/izquierda, no podemos pasar por alto que: a) el fascismo histórico no se presenta inmediatamente como conservador/reaccionario, sino como revolucionario e incluso anticapitalista; b) el fascismo histórico y varios neo y posfascismos hasta el día de hoy declaran obsoleta la distinción derecha/izquierda, cuando no asumen abiertamente estar “más allá de izquierdas y derechas” (como Alain de Benoist, que en otros momentos ha declarado sentirse “de derechas y también de izquierdas”, o Diego Fusaro que reivindica “ideas de izquierda y valores de derecha”) o defienden un “pensamiento transversal” que integra diversos elementos procedentes de las distintas corrientes «antisistémicas»; c) desde hace al menos cien años han existido corrientes nacional-revolucionarias que han mirado con simpatía a la Unión Soviética, o que propusieron híbridos como el «nacional-bolchevismo» de Niekisch (retomado en los noventa en Rusia por Limonov y Dugin), y diversas formas de «fascismos de izquierda».

Esto, que es una realidad histórica irrefutable, no hace ningún sentido en las mentes de los izquierdistas promedio, que no pueden imaginar un fascismo que no sea «de derechas», cuando en rigor la asociación más fuerte entre derecha y fascismo se produjo después de 1945, cuando las escasas formaciones neofascistas existentes se situaron contra la URSS y el comunismo en el escenario de la Guerra Fría. Hoy en día, no resulta nada casual que la extrema derecha aparezca geopolíticamente dividida entre los apoyos a Ucrania y Rusia, y que a pesar de la fuerte presencia de agrupaciones neonazis como el movimiento Azov en Ucrania, la mayoría de los neo y posfascistas actuales apoyen a Putin6.

9. Como señala el barón Julius Evola, tradicionalista esotérico al que Bobbio calificó como un “completo delirante” e “intelectual de medio pelo”, antes de la creación del régimen demoliberal y su sistema de partidos el concepto de derecha no tenía mucho sentido, pues lo que existía en el Antiguo Régimen era un partido de gobierno y una oposición que actuaba “dentro del sistema” sin aspirar a cambiarlo radicalmente. Luego de 1789, la derecha se constituye como la antítesis de las posiciones de la izquierda.

Nunca está de más recordar que el origen histórico de la distinción/oposición entre derecha e izquierda estuvo en la ubicación espacial de los delegados con diferentes orientaciones doctrinales y de clase en la Asamblea Nacional Constituyente de 1789, durante la primera fase de la Revolución Francesa. En esa ocasión, al debatir sobre el rol de la autoridad real frente al poder de la asamblea popular constituyente, los delegados que eran partidarios del veto real (en general, miembros de la aristocracia o el clero) se ubicaron a la derecha del presidente, por ser el espacio tradicionalmente usado como lugar de honor, tal como se dice de Jesucristo que estaría sentado “a la derecha del Dios padre”. Por el contrario, quienes se oponían al poder de veto del rey se ubicaron a la izquierda, y se designaron a sí mismos como «patriotas».

Algo que uno suele olvidar es que la derecha tradicionalista y aristocrática es antiburguesa y puede presentarse incluso como “anticapitalista” (si por capitalismo entendemos su fase o faceta liberal). Por eso, para Evola, que como él mismo anuncia observa al fascismo desde la derecha o más allá del fascismo, a mediados de los 60 no existía ya una “Derecha auténtica”, con D mayúscula, opuesta a la llamada “derecha económica” o burguesa, que incluiría a la “derecha liberal”: un contrasentido para los tradicionalistas que creen en una derecha “depositaria y afirmadora de valores directamente ligados a la idea del ‘Estado verdadero’”, con valores centrales superiores a la oposición entre partidos, “según la superioridad comprendida en el concepto mismo de autoridad o soberanía tomada en su sentido más completo” (Evola, 1964).

10. Desde 1789 hasta ahora, la dicotomía derecha/izquierda subsiste, dado que es útil para señalar amigos y enemigos en la arena política, pero esta permanencia no ha sido estática, sino que muy dinámica. Así, la burguesía revolucionaria y patriota que hace 230 años se sentaba a la izquierda pasó a ser luego de centro, o de derecha liberal, y terminó aliándose con la derecha conservadora cuando se tuvo que enfrentar al surgimiento de una izquierda socialista obrera y popular.

La cuestión de la vigencia u obsolescencia de la división derecha/izquierda ha sido constantemente abordada por Alain de Benoist, fundador del GRECE7 y principal teórico de la llamada Nouvelle Droite.

Exponiendo en detalle la evolución de su pensamiento, Sanromán destaca que, para De Benoist en 1994, los tres debates históricos en que se manifestó la oposición entre derecha e izquierda, y que entiende ya obsoletos en ese momento, fueron: a) la cuestión de las instituciones, que enfrentó a los partidarios de la República con los defensores de la Monarquía (constitucional o de derecho divino); b) la cuestión religiosa, en que los partidarios de una “concepción ‘clerical’ del orden social” se oponen a los que “abogan por una visión laica de la justicia y el Estado; c) la cuestión social, que es el tercer y último debate, centrado en la discusión sobre “el papel del Estado en la regulación de la actividad económica y en el problema de la redistribución de la riqueza”. Así, para De Benoist, a partir de la revolución soviética, ser políticamente de izquierdas “no es ya solamente ser republicano (puesto que todo el mundo es republicano), ni siquiera es ser laico (puesto que ya hay católicos de izquierda). Es ser socialista o comunista” (citado por Sanromán, 2008: 173).

Con la desaparición del «bloque socialista» a inicios de los 90, la dicotomía izquierda/derecha vuelve a mutar, generando un cierto consenso en la gestión del poder político por parte de derechas e izquierdas moderadas que aceptan administrar el modelo neoliberal renunciando a la idea misma de un cambio social profundo, lo que por un lado tiende disolver los antiguos límites entre ambos polos, y por otro genera un terreno de indistinción que trata de ser aprovechado por nuevos fascismos y nuevas formas de ultraderecha que han aparecido con fuerza desde la crisis del 2008, conquistando importantes cuotas de poder político y social.

11. La nueva oleada de extrema derecha, que se expresa desde 2008 cada vez con más fuerza, causa bastante confusión y debates. Para algunos, se trata sencillamente del viejo fascismo bajo nuevos ropajes, o de mutaciones y adaptaciones del gen fascista que se presenta de nuevas formas, más o menos diferentes y desplazándose en direcciones que aún cuesta reconocer (eso es lo que intenta designar la etiqueta de «posfascismo», tal como la explica Enzo Traverso). En la medida que estas «nuevas derechas» son ultranacionalistas y xenófobas, no es difícil reconocer el gen fascista. Pero también existen otras dimensiones del fenómeno que cuadran mejor en la etiqueta de los populismos o de la «derecha radical», que según varios expertos sería al menos respetuosa de las formas de la democracia, lo cual las alejaría de la tentación extremista propia de la ultraderecha «antisistémica».

Expertos como Steven Forti (2021) llaman a no confundir todo este fenómeno con una nueva forma de fascismo, puesto que, en primer lugar, se trataría de un reduccionismo que no nos permite entender la complejidad de estos fenómenos en lo que tienen de realmente nuevos; y en segundo lugar, porque etiquetar de «fascistas» a todos los que votan por Trump, Bolsonaro, Le Pen o Meloni es contraproducente, pues puede impulsar y reforzar la identificación de una gran cantidad de gente hacia las expresiones más virulentas y peligrosas de la actual «derecha alternativa».

Pero como ha dicho hace poco Enzo Traverso (2019), partidario en general de un uso acotado del concepto fascismo, “el posfascismo está creciendo en todas partes y no sabemos el desenlace de su proliferación”. Si bien “podría mantenerse en el marco de la democracia liberal, también podría experimentar una nueva radicalización, especialmente en el caso de un colapso de la Unión Europea, que es uno de sus objetivos”. Las premisas de ambos desarrollos ya existen, así que de producirse la segunda opción “nos veríamos compelidos a reconocer que el fascismo no fue un paréntesis del siglo XX”, pasando así a ser un “concepto transhistórico”.

En Chile se podría decir lo mismo: tratar de «fachos pobres» al 40% que vota por Kast o al 62% que votó Rechazo en el plebiscito de salida de la nueva Constitución no sólo dice más acerca del carácter cuico progre de quien formula el insulto, sino que no nos ayuda para nada a tratar de entender con qué factores sociales y culturales, objetivos y subjetivos, está conectando este verdadero «retorno de lo reprimido», que a la vez que es un efecto de cincuenta años de contrarrevolución posmoderna y neoliberal, es una horrible anticipación de un futuro que ya está ante nuestros ojos y frente al cual sólo podemos por ahora oponer algo de lucidez y conciencia histórica, como parte de las tareas mínimas de lo que alguna vez Walter Benjamin designó como la “organización del pesimismo”.

12. Hace casi un siglo, José Carlos Mariátegui, en su Biología del fascismo, oponía el misticismo revolucionario de los comunistas al misticismo reaccionario de los fascistas, y concluía que “la batalla final no se librará, por esto, entre el fascismo y la democracia”. Poco después de eso, Walter Benjamin oponía la “politización del arte” (comunismo) a la “estetización de la política” (fascismo). Hoy en día, como señala el subtítulo del ya referido libro de Lazzarato, la lucha debería plantearse abiertamente como lo que es, en estos términos: fascismo o revolución.

Julio Cortés Morales

NOTAS

1 En aquella ocasión, la ponencia se tituló “1922-2022: ¿Al fascismo sabremos vencer?”. Decidí modificar el subtítulo, pues en esta ocasión, a diferencia de en la ponencia, no me referiré a la cuestión del antifascismo.
2 Cuando en 1938, al decir de Trotski, “las condiciones ya maduras para la revolución proletaria se comienzan a pudrir”. En ese momento la suerte ya estaba echada en España, el estalinismo había ahogado las perspectivas revolucionarias en varios momentos decisivos y se venía encima una nueva guerra mundial: la “medianoche del siglo”, en palabras de Victor Serge.
3 Ver la tesis 109 de La sociedad del espectáculo.
4 Este grupo llamó a votar por el estalinista Eduardo Artés en las elecciones del 2021. Tratan de diferenciarse de lo que llaman «rancionalismo» (el nacionalismo rancio de grupos nacionalistas reaccionarios) y de los «patriotas» de la derecha pinochetista, y reivindican en cambio a Raúl Pellegrin y al Frente Patriótico Manuel Rodríguez en su intento fallido de ajusticiar a Pinochet en septiembre de 1986, pues “con máxima entrega por la liberación de la patria, toman en sus manos las armas con las que iban a dar fin a quienes traicionaron sus juramentos, y que saquearon, torturaron al Chile auténtico; obrero y campesino”. El 4 de octubre del 2022 realizaron una entrevista virtual con el «marxista hegeliano» Carlos Pérez Soto.
5 El 12 de septiembre de 1919, el poeta D´Annunzio invadió con una pequeña columna rebelde la ciudad adriática de Fiume (perteneciente a la actual Croacia, en ese entonces Yugoslavia). Esta experiencia fue mirada con simpatía por Gramsci, y Lenin estuvo a punto de responder el telegrama enviado por el poeta, evitando finalmente hacerlo para no incomodar a los socialistas italianos. Bordiga, en un informe a la Internacional Comunista, señala que en el momento más difícil el movimiento fascista “halló un apoyo en la expedición de D’Annunzio a Fiume, de la que sacó una cierta fuerza moral”, pues “en esa época se inicia su organización y su fuerza armada, aunque el movimiento de D´Annunzio y el fascismo sean cosas distintas” (Bordiga, 1922).
6 En el caso chileno, confluyen en dicho apoyo a Rusia “contra el orden globalista neoliberal” desde la revista Ciudad de los Césares al Movimiento Social Patriota y los ya referidos duginistas de Praxis Patria.
7 Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea. Fundado en 1968. Sus principales publicaciones fueron Nouvelle École y Eléments. Véase https://www.revue-elements.com/tag/nouvelle-droite/


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