En los viejos tiempos de trabajo
asalariado en plano centro como una especie de junior leguleyo que debía
revisar y mantener en orden la papelería jurídica de un miserable conjunto de
empresas de ingeniería y no sé qué más, me acostumbré a sacar la vuelta
peinando los estantes de la antigua casa matriz de la Feria del Disco (RIP). Media hora en el Conservador de Bienes Raíces,
y el doble de eso en los subterráneos de la Feria y sus cajones de ofertas
ordenadas por precio.
Siempre me topaba con un CD que
se llamaba “I don’ t know this world without Don Cherry”. No tenía idea de
quien era Don Cherry: en esos años buscaba discos de Henry Rollins y pasaba de
largo los de Sonny Rollins: CRASSo error.
Después cuando en esas mismas
estanterías descubrí a precios bastante razonables el “Bap-Tizum” del Art Ensemble
of Chicago y el “Free Jazz” del cuarteto doble de Ornette Coleman, así como el “The
shape of jazz to come”, todo en Atlantic, me di cuenta que DC era nada menos
que el ilustre y magnifico trompetistas de los primeros discos del cuarteto de
Ornette. Así fue que de a poco compré “Brown
Rice” (de 1976: una maravilla cuasi oriental, con bajos eléctricos y el saxo
chirriante de Frank Lowe), The Sonet recordings (el Don Cherry “tibetano” en el
CD1, “Eternal Now” de 1974, y un concierto en Turquía 1969 en el disco 2), y el
muy posterior pero bastante cautivante “Multi Kulti” (1990, que incluye una
Rumba).
Después me pude conseguir la
discografía más esencial de este tremendo artista humano, que a mi juicio es la
de la segunda mitad de los 60 en el sello Blue Note (“Where is Brooklyn”, “Symphony
for improvisers” y “Complete Communion”, liderando bandas junto a Gato
Barbieri, Pharoah Sanders y otros próceres.
Sin entrar en detalles sobre su trayectoria,
baste señalar por ahora que antes de empezara a hacer sus discos como “líder”
de banda (una denominación muy poco feliz en el caso de este maestro
antiautoritario) colaboró además de con Ornette, con Coltrane (escuchen el
disco conjunto “The Avantgarde”), con Sonny Rollins, Archie Shepp y con Albert
Ayler.
Piensen en eso: estar recién
cumpliendo 30 años, tocando, grabando y editando un tipo de música totalmente
original y fresca, luego de tocar colaborando estrechamente con cinco de los
más grandes saxofonistas de todos los tiempos.
La etiqueta misma de “jazz” o incluso
“free jazz” no tenía micho sentido para esta alma inquieta que absorbía con
pasión todas las músicas de las comunidades humanas del mundo, mucho antes que
Paul Simon, Peter Gabriel y Michael Jackson pusieran de moda y lucraran con las
“músicas del mundo”.
En relación a esta banda y
evento, los dejo con las sabias palabras de Ekkehard Jost en su libro “Free Jazz.
Estudios críticos sobre el jazz de la década del sesenta” (1975, editado en
Argentina en traducción de Omar Grandoso, Letra Sudaca/Improvisación Colectiva
en Mar del Plata, 2021):
“Durante 1964/64 Don Cherry
estuvo en Europa varias veces, primero en la gira junto a Sonny Rollins, luego
con Archie Shepp y el New York Contemporary Five, y por último con Albert Ayler.
A finales de 1964 en París formó su primera agrupación estable. Durante su
contratación en el Chat qui pece, el club de jazz que fue uno de los baluartes
del free jazz en Europa -otros son el Montmartre de Copenhague y el Gyllene Cirkeln
en Estocolmo-. Allí conoció a varios músicos con los que posteriormente
alcanzaría una unidad de concepción, bastante inusual en la escena del free
jazz, caracterizada por ensambles en cambio constante. Esos músicos fueron: el
saxofonista tenor argentino Leandro “Gato” Barbieri, el vibrafonista y pianista
alemán Karlhanns Berger, el contrabajista francés Jean Francois Jenny-Clark, y
el baterista italiano Aldo Romano.
Karlhanns Berger, que había
trabajado con anterioridad junto a Jenny-Clark y Romano, dice acerca de este
período:
“Reunirnos con Don Cherry nos
dio un impulso terrible. Por primera vez en mi vida participé de una clase de música
sin ningún problema en absoluto; no había necesidad de hablar de estilo y ese
tipo de cuestiones. Todo se hacía sin palabras; el hecho de que todos
habláramos idiomas diferentes, hacía que apenas fuese posible comunicarse
verbalmente, mucho menos discutir algo…Todo lo que más tarde tocamos evolucionó
colectivamente” (Berger, 1967).
En este auténtico quinteto
internacional, que permaneció unido -excepto por breves interrupciones- hasta
mediados de 1966, Cherry pudo por primera vez llevar sus ideas a la práctica,
no sólo como improvisador, sino en un sentido más amplio.
Desafortunadamente, la música
de este grupo aparece sólo en un LP editado por un sello discográfico francés
poco conocido (Durium A 77 127) y no fue editado en Alemania, donde este libro
fue escrito”.
Nota del Traductor argentino:
“Con posterioridad a que este
libro fuera escrito, unas grabaciones de este grupo registradas durante 1966 en
el Café Montmartre (con el contrabajista dinamarqués Bo Stief en lugar de
Jenny-Clark), fueron editadas de manera pirata en Europa, y de manera oficial
por el sello ESP-Disk en tres volúmenes en CD (ESP 4032, 4043 y 4051) durante
el 2007”.
Con esas tres maravillas los dejo
acá. Es de destacar el repertorio, que además de piezas que luego salieron en
discos como Complete Communion incluye uno que otro guiño al folclor
sudamericano.
Montmartre:
Para terminar, y dejar en claro que siempre es prudente
tratar de no hablar demás, los dejo con la anécdota de Viv Albertine,
guitarrista de las Slits, cuando invitaron a Don Cherry a una gira y una vez
instalados arriba del bus viven este muy incómodo momento:
“El primer día de la gira, para alegría
mía, me toca sentarme en una mesa del autobús junto con Don Cherry y un par de
músicos de su grupo. Para mí es un privilegio y estoy superentusiasmada. Nos
ponemos a charlar en un ambiente amistoso y relajado. Intento contenerme y no
ponerme nerviosa por estar hablando con un músico norteamericano tan genial y
con tanto talento. No recuerdo como, pero empezamos a hablar de los yonquis. “Yo
odio a los yonquis”, digo. Se hace un gran silencio. No sé qué ha pasado. Los
miro y ellos me devuelven la mirada imperturbables, nadie habla, nadie sonríe.
Algo va mal. Empiezo a sentirme muy sola en aquella mesa, los tres tipos
parecen hacerse más grandes y cernirse sobre mí a medida que yo empequeñezco
más y más. Entonces, Don Cherry me mira a los ojos y, con voz pausada y en tono
frío y comedido, me dice: Yo odio el odio”. Es un desprecio total. Sé que es el
título de una canción de Razzy (“I hate hate”, el DJ solía ponerla en el
Dingwalls) y me encanta; pero me siento una idiota y he quedado como tal al
decir que hay cosas que odio. Les parece una cateta intolerante y con
prejuicios.
Se me hace un nudo en el
estómago que ya no se me quitará durante el resto de la gira por culpa del
ambiente enrarecido entre Don y yo. Me siento una intrusa dentro de mi propia
gira. No veo el momento de que termine. No puedo mirar a Don a los ojos y
tampoco él me mira a mí. La interpretación de Don a la trompeta es increíble,
pero su grupo es decepcionante. Debió pensar que, como iba a tocar con gente
joven, lo mejor sería llevar músicos de rock. Trajo consigo al grupo que suele
tocar con Lou Reed. Don no interpreta la música pura y embriagadora que
esperábamos sino más bien una especie de rock hipertecno.
…
Dos meses después de acabar la
gira Tessa me dijo que Don Cherry era adicto a la heroína”.
(Viv Albertine, Ropa música chicos,
Anagrama, 2017).
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