Murió Peter Brötzmann, la "ametralladora" (como le puso Don Cherry tras conocerlo en Alemania a fines de los 60). No tengo mucho que decir en este momento, salvo que tal como ante la noticia de la muerte de Cecil Taylor, Ornette Coleman o Pharoah Sanders siento más dicha que pena: gratitud por haber conocido y apreciado la inmortal obra de este tipo de seres humanos. Más todavía porque sé que murió durante el sueño, en calma, tras haber tenido un colapso en su estado de salud pocas semanas antes. Nunca dejó de soplar su saxo hasta ese momento.
La revista The Wire liberó una larga y excelente entrevista con David Keenan en dos partes. Se incluye una guía de Daniel Spicer para navegar por sus principales discos, además de algunos de sus trabajos visuales.
La Tercera y Pitchfork hicieron notas que cierran con un dato de mierda: Bill Clinton sería un gran fanático (o "fans" como dicen todos ahora) de Brötz. Ya ¿Y qué? Valdría la pena robarle todos los discos y reemplazárselos por material de Kenny G. y los hermanos Marsalis.
En Rocakaxis me encontré con una entrevista con motivo de su segunda visita a Chile en 2018, donde ante la pregunta algo estereotipada sobre los "conceptos musicales" tras el trabajo del cuarteto Last Exit (con Shannon Jackson en batería, Laswell en bajo y Sharrock en guitarra) responde contando cómo se dio ese encuentro, y que "funcionó y resultó entretenido", rematando con: "No teníamos un concepto musical. ¿Qué mierda es eso?".
Recomiendo acudir a su bandcamp, con 29 de sus alrededor de 50 albums.
Dentro de ellos me topé con un poderoso dúo de 1987 con el gran Sonny Sharrock, del cual no tenía noticia.
Me despido para proseguir con los homenajes caseros. Como bien dijo Byron Coley, nunca más veremos a alguien así. Sigue soplando desde el cielo del jazz libre, querido Peter. Nunca te olvidaremos.
Los dejo con la parte final de un texto que ya había subido acá hace tiempo, con ocasión de su primer concierto en Chile (2016, Sala Master) y al que luego le había hecho un agregado tras el segundo y último concierto (2018, Matucana 100):
“Free
Europa 68: seamos realistas, dejemos la cagá.
El
free jazz europeo pisa un terreno que estuvo en sus inicios asociado a la
improvisación y experimentación “blancas”, es decir, a la música proveniente de
esa tradición continental y que hoy en día suele quedar encerrada en las
instituciones musicales separadas. El jazz “negro” americano, de origen
ciertamente más proletario, operó como una fuerte influencia que abrió el
camino a nuevos sonidos y enfoques y a la radicalización de todas las opciones
por parte de los espíritus más inquietos de Europa (y del resto del mundo,
obviamente).
Para
Steve Lake, escribiendo en The Wire a mediados de los 80, es recién en 1968 con
“Machine Gun”, del Peter Brötzmann Octet, que en rigor se da a luz el primer
ejemplar auténtico de jazz “europeo”.
En
Machine Gun lo que tenemos es un ataque frontal de saxofones (3: Brotz más Evan
Parker y Willem Breuker) que atacan con el apoyo de dos contrabajos (uno de
ellos es el maestro Peter Kowald, Q.E.P.D.), dos baterías (¿quien conoce a un
tal Hann Bennink?) y un piano (Van Hove), que alcanza niveles de agresividad y
alegría que no se conocían, o no al menos en estas tremendas dosis y
entremezclados tan acertadamente.
Brötzmann
había estado antes asociado al movimiento Fluxus y a otras formas de expresión
estética (el fluxus de esos años había llegado a dictaminar: “Músicos: rompan
sus instrumentos”), y cuando armó el octeto con el que grabó este deslumbrante
álbum editado por FMP (un poco antes había editado su primer álbum, tiernamente
titulado “For Adolphe Sax”, en homenaje al inventor de tan bello, vulgar y
moderno instrumento) reconocía la influencia más “rockera” (o “eléctrica”) de
gente como Jimi Hendrix …No sé si es por eso que este álbum podría calificar
hasta como una especie rara de heavy metal o hardcore punk (géneros a los que
podríamos decir que anticipa en unos buenos años pero que, a la vez, derrota en
su propio terreno, al sobrepasarlos fuertemente en intensidad sin necesidad de
enchufar nada). Por lo mismo, es una de las piezas más obvias de “introducción
al free jazz” que puede gozar de aceptación entre las huestes melenudas y/o
rapadas que por lo general bostezan frente al swing más tradicional (dicho
carácter “introductorio” esencial lo tienen también otros álbums comunales de
la época, como el “Free Jazz” de Ornette, “Ascension” y “Om” de Coltrane, y el
álbum colectivo “NY Eye and ear control” impulsado por el comandante Albert
Ayler).
Este
artefacto, que fue grabado en pleno Mayo del 68 en Bremen, recientemente ha
sido objeto de reedición como “Complete Sessions” gracias a Atavistic: un
artefacto que debería ser puesto al alcance de todos los niños y niñas
inteligentes, brutos y sensibles de este planeta Tierra.
¿Y
tiene esto algo que ver con el Free Jazz Punk Rock? No lo tengo muy claro en
términos racionales todavía, pero creo que su energía, radicalidad y abundante
humor (entre medio de los bombardeos aéreos y devastación general hay tiempo
para líneas melódicas absurdas, bromas dadaístas y hasta un par de ritmos
fiesteros) lo constituyen en un álbum maestro que no ha cesado ni cesará de
inspirar a varias generaciones de ruidistas subversivos. Eso, además de Herr
Brötz himself: muy a su manera, un viejo punk que, luego de Machine Gun, ha
mantenido en alto el nivel de brutalidad, lo que le ha valido que muchos
críticos y fascistas estéticos lo descalifiquen por su supuesta
monotonía/economía de recursos, y que sigue activo hasta el día de hoy.”
-
“Hasta el día de hoy”. Eso dijimos hace casi una década. Jamás imaginamos que
algunos años después tendríamos a un Brötz de ya más de 70 años soplando como
sopla, en Chile.
Fui
a verlo con una hermosa acompañante: la chica más linda de toda la sala y
varias cuadras a la redonda si es que no de toda la comuna y ciudad. Al llegar,
puntuales y con un par de latitas de cerveza helada en el bolso, ya estaba
llena la Sala Master, pero nos ubicamos bien en unas sillas altas que tenían a
un costado. Cuando la cosa estaba por empezar, me di cuenta de que ni siquiera
me había preocupado de la existencia de la banda Full Blast: Marino Pliakas en
un bajo con hartos efectos, y Michael Wertmüller sentado a la batería. Después
de haber presenciado todo el set, concluí que en rigor ese puro dúo en sí ya
valía la pena en extremo, y sobre su “Wall of noise” el saxo de Brötz venía a
ser como la guinda de la torta.
Era
raro ver a Brötz tan viejito y encorvado, con una semijoroba, soplando como en
los viejos tiempos, aunque tal vez un poquito menos fiero que en 1968 o 1986:
el tiempo pasa, y como dice Pavel Oyarzún desde Punta Arenas, en su brillante
novela “Barragán” (LOM, 2009) a través de un personaje: “El peor enemigo de un
anarquista no es la iglesia ni el Estado, sino el mero paso del puto tiempo”.
No
tengo muchas palabras para describir lo que sentimos todos el martes a las
20:30. Por momentos la parte electrónica de la banda (o más bien, el bajo con
efectos más la batería) me hacía pensar no en Last Exit, sino que en Fushitsusha
(Brötz ha grabado algunos discos con Keiji Haino por cierto) y en un par de ocasiones
mi acompañante que goza de un excelente oído hasta mencionó a Corrupted. Con
razón uno de los albums de Full Blast, en Atavistic, se llama Black Hole:
agujero negro. En esos momentos la música efectivamente parecía un magma que
salía desde el centro de la tierra volcánicamente para ir a parar a quien sabe
qué punto del espacio exterior, o más bien difuminarse en todas direcciones del
mismo.
A
Brötzmann lo vi usar el saxo tenor, y dos instrumentos rectos, uno de los
cuales imagino era el famoso tarogato o flauta turca. Gracias al cambio de
instrumentos había harta variedad sonora que hacía imposible hablar de
monotonía, y además los otros dos instrumentistas juntos o por separado
tuvieron harto espacio para expresarse. Pero lo que más me sorprendió fue que
cuando agarró el tenor y se quedó solito un buen rato, nos entregó el momento
de más profundo lirismo en lo que vendría a ser como una especie de balada
brotzmanniana. Emocionante. Creo que hasta lagrimeé un poco.
A
diferencia de lo que leí por ahí, no usó cuatro tipos de saxofón ("desde
el alto y el tenor hasta el barítono y el bajo-, y también utilizando el
clarinete y el torogato"): sería bueno que los que escriben comentarios
vayan efectivamente a los conciertos y presten atención.
Otro
órgano dijo que hubo “1:15 minutos de puro free jazz”. No estoy de acuerdo:
esto es otra cosa: una música nueva que desafía probablemente toda definición,
y ciertamente que cuando estaban el bajista y el baterista solos o a dúo, no
sonaba a "jazz" sino que a música libre nomás...
Pero
eso no es tan importante, son sólo etiquetas que uno usa por comodidad y la
idea nunca ha sido que ellas determinen ni aplasten el contenido que hay detrás.
Insisto:
no tengo mucho más que decir, excepto que quizás es el mejor concierto que he
visto en mi vida hasta ahora.
-
Al terminar, algunos entusiastas corrieron a pedir autógrafos a Brötzmann. El
viejo firmó algunos pero se veía bien mosqueado con todo eso, y sólo quería
guardar sus instrumentos e irse. Así y todo le alcanzó a firmar a mi
acompañante el CD del Machine Gun, y Marino Pliakas dedicó el CD de Full Blast
en Colonia el 2006 a nuestro hijo, cosa que al otro día llenó de alegría al
pequeño melómano.
Como
vi que Brötz estaba ya bastante molesto con el acoso, fui a decirle a
Pliakas que por favor le dijera luego lo siguiente: que había alguien que
quería darle las gracias por haber mantenido viva la llama de Ayler, y haber
acercado su música a tanta gente. Este brillante bajista (que por lo que
ahora sé ha colaborado con varias formaciones del enjambre del ruido libre y
desprejuiciado) era bastante simpático. Sonrió y me dijo: “OK, pero ¡mejor anda
y dile eso tú mismo! Le va a gustar”. Ante mi reticencia insistió: “It´s OK!”.
Entonces fui, pero apenas le empecé a tratar de decir algo saltó una de las
mujeres de la organización y me repelió: “Déjenlo tranquilo, está cansado”.
Luego
le comenté a mi acompañante que igual entendía perfectamente el cansancio del
viejo prócer, a lo que ella replicó: “Si está tan viejo y mañoso mejor que no
salga de gira!”. Ja ja. Le encontré algo de razón considerando lo empelotado
que se veía el viejo por momentos, pero tras meditarlo un segundo le contesté
que tiene todo el derecho de hacerlo, porque a estas alturas ¡Brötzmann es
patrimonio de la Humanidad!
POST-SCRIPTUM 2020:
Brötzmann con sus Full Blast vinieron una segunda vez a Chile. No recuerdo el año…creo que fines del 2018. En Santiago el concierto fue en Matucana 100. En esta ocasión hubo teloneros: los Fuerza Labor, con Edén Carrasco en vientos, Felipe Araya en percusión, y un bajista cuyo nombre he olvidado. Llegamos algo tarde con mi hermosa acompañante porque hubo colapso del transporte público (otra anticipación del 18 de octubre). El concierto se pudo apreciar incluso mejor que el otro. Poco pero entusiasta público (a algunos me los topé días después viendo a Varukers en el Arena Recoleta).
Esta vez sí pudimos saludar a Peter, que estaba feliz. Le mencioné
que gracias a él había descubierto la obra de Ayler, y me mencionó que él había
escrito unas notas sobre Albert en el folleto del disco “Die Like a Dog”
(subtitulado “fragmentos de la música, vida y muerte de Albert Ayler, junto a
Hamid Drake, Toshinoro Kondo y William Parker, Free Music Production CD 64,
Berlin, 1994). Le dije que lo tenía, y que pensaba traducirlo alguna vez. Aún
no lo he hecho. Ya lo haré.
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