martes, septiembre 10, 2024

Lazzarato sobre Guerra Civil Mundial y poder constituyente

El domingo estuvo Maurizio Lazzarato en la feria del Libro de Recoleta, presentado por mi amigo Mario Sobarzo. La conversación giraba en torno a los temas de su último libro "¿Hacia una guerra civil mundial?" (Tinta Limón/Traficantes de Sueños).

Lamentablemente, mientras hablaba Maurizio avisaron desde la organización de la feria que había que desalojar la sala para dar espacio a otro lanzamiento, así que la experiencia quedó trunca y no se alcanzaron a hacer preguntas. Por lo menos alcancé a obsequiarle una copia de la bellísima edición reciente de "Los gorilas estaban entre nosotros" de Helios Prieto, por Novena Ola. 

A continuación, les dejo un fragmento del libro.


¿Poder constituyente? 


El spinozismo político puso de moda el poder constituyente, de modo que incluso la lucha más pequeña sería su expresión. Pero en la modernidad, el poder constituyente es una consecuencia directa de las guerras civiles, las insurrecciones, las revoluciones. Toda apertura del tiempo constituyente no es resultado de una potencia ontológica genérica de las masas, de la clase, de la Multitud. Más bien, requiere una estrategia para quebrar el poder establecido, una derrota infligida al enemigo de clase: el ejemplo más reciente lo proporciona Chile, donde solo las grandes jornadas insurreccionales de 2019 crearon la posibilidad de declarar abierta una fase constituyente. La reversión de la fase constituyente contra los movimientos que la habían producido se debe probablemente a que el período constituyente no fue interpretado como una continuación de la guerra civil por otros medios (a diferencia del enemigo, no se sostenía un punto de vista de clase sobre la situación pos-insurreccional).

En la modernidad, todas las grandes constituciones, todas las grandes transformaciones políticas, institucionales, jurídicas, sociales y económicas han sido producidas, paradójicamente, “por el peor flagelo de la polis”, por la “peste” de la “abominable” guerra civil, una “plaga que acecha la sociedad” (así la definían los enemigos de la democracia en Grecia, porque guerra civil y democracia significaban, según Aristóteles, revuelta y poder de los pobres): la “revolución” estadounidense, la revolución francesa, la soviética, la mexicana, la china, la vietnamita, la cubana, la iraní, etc. todas ellas son el resultado de la “más dura de todas las guerras” capaz de producir un cambio radical en el sistema económico, social, político, y en los valores que lo fundaron.

Las “democracias  europeas” nacieron de las guerras partisanas contra el fascismo. Incluso el gran desarrollo económico de China surge de una guerra civil más o menos progresiva y más o menos violenta: la “revolución cultural”. Solo después de la victoria política de una parte sobre otra, de la afirmación de quienes querían imponer la producción occidental incluso en un país socialista, el capitalismo se afirma. Por lo que se podría enunciar una “ley” general: primero la revolución, o la guerra entre Estados o entre imperialismos, luego la producción; primero la guerra de clases, luego la economía, el derecho, el sistema político y su gobierno.

La guerra y la guerra civil son fuerzas económicas, sociales y políticas o, para ser más precisos, constituyen las condiciones políticas para que estas fuerzas surjan y se desarrollen. De ellas depende el modo de producción, el sistema político, la forma que adoptará una sociedad, para bien o para mal. El trágico caso de la Guerra Civil española nos deja muchas lecciones negativas en este sentido. La victoria de Franco impuso un capitalismo asfixiado, un sistema político y social radicalmente reaccionario, diferente al de otros países europeos.

La guerra civil es una formidable máquina de producción y transformación de subjetividad. Gianfranco Miglio considera el enfrentamiento fratricida la más “real”, la más “total” de las guerras: “Esta radicalidad, a su vez, clarifica por qué las guerras ‘civiles’ normalmente producen clases políticas más compactas y mejor equipadas para contar más adelante en el proceso histórico”, y sistemas institucionales más duraderos e importantes.

La constitución de nuevos sujetos políticos, las formas inéditas de acción colectiva, los saltos y rupturas que se producen en las subjetividades, se configuran dentro de estos conflictos, algo pasado por alto por las teorías modernas que, paradójicamente, tienen al “sujeto” en su centro (Foucault), la “producción de subjetividad” (Deleuze y Guattari) y la “subjetivación de la Multitud” (Hardt y Negri). La transformación de los modos de sentir y de sufrir, de los afectos y de la sensibilidad es inseparable de las grandes rupturas políticas de masas.

Foucault, antes de teorizar sobre la gubernamentalidad, el neoliberalismo y la fabricación del sujeto según cánones ético-estéticos, lo sabía bien: “La guerra civil no solo pone en escena elementos colectivos, sino que los constituye. Lejos de ser el proceso por el cual se vuelve a bajar de la república a la individualidad, del soberano al estado de naturaleza, del orden colectivo a la guerra de todos contra todos, la guerra civil es el proceso a través del cual y por el cual se constituye una serie de nuevas colectividades inexistentes antes de ella”.

Está muy claro que hasta que no vuelva esta conciencia, la fantasía de las potencias constituyentes será solo el marco de la reproducción sin fin de nuestra derrota.

La revolución y la guerra civil tienen una relación problemática entre sí. Toda revolución es también una guerra civil, pero no todas las guerras civiles son revoluciones. Si la revolución es fruto de la modernidad, la guerra civil es tan antigua como la civilización occidental, y también parece haberla originado. Roma, cuya fundación fue el resultado de una lucha a muerte entre hermanos, puede servir de emblema de la persistencia de la guerra civil, tanto en Grecia como en Roma. Hannah Arendt señala una profunda diferencia entre revolución y guerra civil: las revoluciones “no existían antes de la edad moderna” y constituyen ―a diferencia de las guerras civiles (“fenómenos más antiguos del pasado que conocemos”)― las novedades más relevantes de los nuevos tiempos políticos. En el siglo XVIII, la revolución se concibe como una alternativa a la guerra civil, nos enseña Kosseleck. La primera se asociaba al avance de la humanidad en todos los campos (pensemos en Kant y en todo el idealismo alemán) mientras que la segunda se refería a conflictos religiosos, guerras en las que hermanos matan a hermanos sin aportar ningún progreso general. Mientras que la guerra civil significaba “un absurdo dar vueltas en círculos”, la revolución “abría un nuevo horizonte”.

Si más tarde se pasa de la contraposición a la subordinación de la guerra civil a la revolución, será el marxismo quien la rehabilite completamente. Primero Marx y Engels, pero definitivamente los bolcheviques y luego los comunistas chinos, hacen de la guerra civil (transformada en guerra de partisanos, en guerra de guerrillas, en guerra irregular) la condición de la revolución. Lenin advierte al proletariado que no se deje engañar por el patriotismo de las guerras nacionales burguesas, que “no debe desviar su atención de la única guerra verdaderamente liberadora, a saber, la guerra civil contra la burguesía en ‘su’ propio país y la de los países ‘extranjeros’”.

Hoy, en ausencia de toda voluntad revolucionaria, en ausencia de todo proyecto de ruptura radical, abiertamente reivindicado por los movimientos sin haberlo sustituido por nada tan poderoso y eficaz, la guerra civil es asimétrica, dirigida y organizada por los poderes contemporáneos en conjunción cada vez más estrecha con la guerra entre Estados, con la guerra total y con el genocidio.

A pesar del despliegue de su gran fuerza de negación y creación, la guerra civil es la gran ausente de la renovación teórica de los años sesenta y setenta, con la única excepción, durante un breve periodo, de Michel Foucault. Pero su voluntad de hacer de ella una matriz de las relaciones sociales sirve de poco para analizar las guerras y guerras civiles contemporáneas, porque nunca se enfrenta a las guerras mundiales y guerras civiles del siglo XX que son su matriz. Para ello, es mejor recurrir a otros que vivieron el siglo XX de forma más trágica e intensa, a saber: los revolucionarios y los contrarrevolucionarios.


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