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martes, abril 27, 2010

De la dominación formal a la dominación real del capital, según Invariance 


(Traducción algo tarzanesca de la primera parte del texto de Gianni Collu llamado "Transición", publicado en Invariance Nº 8, en 1969. Tomado de riff-raff).

I.-

El punto de partida para la crítica de la sociedad existente del capital tiene que ser la reafirmación de los conceptos de dominación formal y real como las fases históricas del desarrollo capitalista. Todas las demás periodizaciones del proceso de autonomización del valor, tales como capitalismo competitivo, monopólico, de monopolio de estado, burocrático, etc. abandonan el campo de la teoría del proletariado, esto es, la crítica de la economía política, partiendo por el vocabulario de la práctica de la ideología socialdemócrata o “Leninista”, codificada por el Estalinismo.

Toda esta fraseología con que unos pretenden explicar “nuevos” fenómenos en realidad sólo mistifica el pasaje del valor a su completa autonomía, esto es, la objetificación de la cantidad abstracta en proceso en la comunidad concreta.

El capital, como modo de producción social, alcanza su dominación real cuando triunfa en reemplazar todas las presuposiciones sociales y naturales pre-existentes con sus propias y particulares formas de organización que median la sumisión del conjunto de la vida física y social a las necesidades reales de la valorización. La esencia del Gemeinschaft del capital es la organización.

La política, como instrumento para la mediación del despotismo del capital, desaparece en la fase de la dominación real del capital. Después de haber sido usada en plenitud en el período de dominación formal, se hace prescindible cuando el capital, como un ser total, llega a organizar rígidamente la vida y la experiencia de sus subordinados. El estado, como el manager rígido y autoritario de la expansión de formas equivalentes en la relación social (»Urtext»), se vuelve un instrumento elástico en la esfera de los negocios. Consecuentemente, el estado, o directamente, la “política”, son menos que nunca el sujeto de la economía y de esa forma “jefes” del capital. Hoy en día, más que nunca, el capital encuentra su propia fuerza real en la inercia del proceso que produce y reproduce sus necesidades específicas de valorización como necesidades humanas en general.

(La derrota del movimiento de mayo del 68 en Francia fue la más clara manifestación de este “poder oculto del capital”.)

La economía reduce la política (el viejo arte de la organización) a un puro y simple epifenómeno de su propio proceso real. La deja sobrevivir como museo de horrores, tal como el parlamento con todas sus farsas o también en la rencorosa proliferación de grupos “extra-parlamentarios”, que son todos idénticos en cuanto a su organización formal o informal, pero compiten obscenamente en su verborrea “estratégica”.

El destino de los demás instrumentos de mediación o de la ideología parece ser el mismo. Ellos aún disfrutan de una cierta apariencia de autonomía (filosofía, arte, etc.) durante el período de dominación formal, como supervivencia de las épocas previas. Toda aparente distinción entre ideología y el modo social de producción es destruida y…, hoy, el valor que ha adquirido autonomía es su propia ideología.

Tal como con el paso desde la plusvalía absoluta a la relativa, el capital (su movimiento que tiende constantemente a la expropiación total) ha dividido todas las conexiones técnicas y sociales del proceso de trabajo que existieron previamente en orden a reunificarlas como poderes intelectuales de la autovalorización del capital; así hoy en día, al pasar el capital a ser un poder social total, colaborando en la desintegración de toda la fábrica social y sus conexiones mentales con el pasado y su recomposición en una unidad delirante, organizada por los ciclos de las metamorfosis del capital en constante aceleración, todo es reducido a ingredientes degradados de la extraordinaria síntesis de valor que es la auto-valorización.

La dominación real del capital significa además que no sólo el tiempo de vida y la capacidad mental del proletariado son expropiados, sino que el tiempo de circulación ahora prevalece sobre el tiempo de producción (a un nivel espacial). La sociedad del capital crea una población "improductiva" a gran escala, crea su propia "vida" en función de su propia necesidad: fijarlos entonces a la esfera de la circulación y las metamorfosis de la plusvalía acumulada.

El ciclo se cierra en una identidad: todo el tiempo de los hombres es tiempo socialmente necesario para la creación y circulación-realización de plusvalor. Todo puede ser medido por las agujas de un reloj.

“El tiempo es todo, el hombre es nada. Él es, la mayor parte del tiempo, el envoltorio del tiempo” (Karl Marx, La miseria de la filosofía).

La cantidad abstracta en proceso (valor) se constituye a sí misma como el modo social de producción y de vida (comunidad material).

Las teorías del movimiento de los trabajadores se han ocupado de este proceso sólo para mistificarlo. Para dar un solo ejemplo: la absoluta subordinación del estado y su inserción como un momento particular del proceso de valorización se convierte exactamente en su contrario, esto es, un “capitalismo de estado”, de forma que el capital no se transforma en un modo social de producción y de vida, sino en un modo de gestión burocrático, democrático, etc.

Una vez que han llegado a este punto de vista, hacen de la revolución no más la abolición de una “existencia” y la afirmación de otra, sino un proceso político (¿político?) estatista con la “organización” del mismo como el problema principal, o más aún, como la panacea que lo resuelve todo. Aquí tenemos una vez más la concepción degradada de la revolución ya no como una relación mundial de poder entre el proletariado y el capital, sino que inmediatamente como una cuestión de “formas” o “modelos” de organización –el pasaje es muy corto.

No se puede explicar de otra forma la preponderancia de las mencionadas categorías en el movimiento de los trabajadores (capitalismo de estado, burocrático, etc.), que sólo ponen entre paréntesis el ser real del capital afirmando la centralidad de uno de sus epifenómenos teorizado como la fase superior, la última fase, etc.

Por el contrario, uno debe permanecer en el terreno de la crítica de la economía política (la crítica de la existencia del capital y la afirmación del comunismo) para entender la totalidad de la vida social en el período de su reducción a un medio del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas autonomizadas.

La sociedad del capital, de hecho, aparece superficialmente habiendo sido dividida en campos que aparentemente son opuestos y esto hace surgir descripciones separadas de los mismos (sociología, economía, psicología, etc.). La existencia de todos estos “campos de investigación” sólo explica la mistificación de la realidad unificada y absoluta creada por el valor, el sacrum moderno, característico de un proceso que va de la descomposición de una realidad orgánica pre-existente a la fijación de diversos elementos que son luego recompuestos y puestos en uso por la creciente inercia social, creada por el opaco y despótico movimiento de las fuerzas productivas, fuerzas que crecen fuera de sí mismas y que necesitan de la representación del verdadero movimiento de cohesión de la totalidad social completa.

Por eso es que toda “teoría crítica” que desea fundarse a sí misma con énfasis en uno u otro sector termina reduciéndose a sí misma a no tener ni sujeto ni objeto.
No sujeto en la medida en que el valor como un objeto abstracto en un ser material (Grundrisse) rehúye toda determinación inmediata. Debemos decir sobre esta imperceptibilidad de las tendencias reales del capital en la época de su dominación absoluta, que las manifestaciones más obvias y deslumbrantes de fetichismo y mistificación de todas las relaciones sociales creadas por su desarrollo nos son suministradas a través del concepto aceptado por todas las teorías “innovadoras”, críticas o apologéticas, de la “sociedad industrial” y su apéndice: la “sociedad de consumo”.

Este concepto, expresión de una mistificación perpetrada por el capital en las relaciones sociales, se vuelve posible en la medida en que la valorización (y las necesidades vitales del capital) progresivamente dominan el proceso de trabajo. Marx definió el proceso de trabajo como el intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza, actividad con un propósito volcada a la creación de valores de uso.

El capital tiende a presentar sus propias necesidades generales como exclusiva e inmediatamente idénticas a las de la humanidad al extremo que crea una identidad creciente entre estos dos procesos. De hecho, dada la dominación real de su propia existencia, esta mistificación parece estar basada racionalmente en que la sociabilidad, la convivencialidad, costumbres, lenguaje, deseos, necesidades, en una palabra, el ser social de los seres humanos, se han transformado en nada menos que requerimientos de la valorización del capital, componentes internos de su propia reproducción ampliada.

Si el capital domina todo al punto que ser capaz de identificarse con el ser social, pareciera, en este sentido, que ha desaparecido.

Este es el mayor fetichismo jamás producido por el intercambio de valor en la historia de su propia autonomización. De esto puede surgir una categoría “neutral”, como la de sociedad industrial. Así, toda posible distinción entre trabajo abstracto que valoriza al capital (el proletariado) o que permite la existencia total de su ser (las clases medias) y la actividad humana útil tal como se desplegaba en épocas pre-capitalistas puede desaparecer (y de hecho desaparece).

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