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martes, diciembre 28, 2010

Análisis posmodernos de una realidad posmoderna: Critical Arte Ensamble sobre la desobediencia civil electrónica 


Los antecedentes directos de WikiLeaks y Anonymous
Texto de Critical Art Ensemble - CAE
(Tomado de NODO 50).

Reproducimos una traducción de un texto del Critical Art Ensemble de 1999, que creemos es verdaderamente sorprendente. Y lo es porque anticipa en gran medida lo que ha sucedido con WikiLeaks ("el CAE observó que existía una creciente paranoia entre las agencias de seguridad de los Estados Unidos que deseaban controlar la resistencia electrónica"), con el modelo Anonymous (desde CAE se impulsaron los primeros ataques DoS a webs), con usos "activistas" del software (FloodNet como antecesor del LOIC utilizado por Anonymous) y con Julian Assange (un miembro de CAE, Steve Kurtz, fue detenido gracias a la Patriot Act estadounidense acusado de "terrorismo").


"Lo que cuenta, en última instancia, es el uso que hacemos de una teoría... Debemos tomar las prácticas existentes como punto de partida para buscar los errores fundamentales."
Felix Guattari, Por qué Marx y Freud ya no molestan a nadie

En 1994, cuando el Critical Art Ensemble (CAE) introdujo por primera vez la idea y posible modelo de la desobediencia civil electrónica (DCE) -electronic civil disobedience (ECD)- como otra alternativa dentro de la resistencia digital, el colectivo no tenía forma de saber qué elementos resultarían más prácticos, ni sabía sobre cuáles serían necesarias más explicaciones. Tras casi cinco años de trabajo sobre el terreno en torno a la DCE llevado a cabo tanto por colectivos como por personas que trabajan aisladamente, las lagunas de información han ido quedado algo más patentes y podemos al fin ocuparnos de ellas. Este ensayo examina con especial atención el giro que se ha producido en la situación y que ha generado un modelo de DCE en el que predomina el espectáculo público frente a la subversión clandestina de políticas y que da mayor importancia a la acción simulada frente a la acción directa. El Critical Art Ensemble (CAE) sostiene que este tipo de tendencias dentro de la investigación general sobre DCE son poco oportunas. El CAE sigue creyendo que la DCE es una actividad underground que (al igual que la tradición hacker) debe permanecer al margen de la esfera pública o popular y de la mirada de los medios. El Ensemble también mantiene que las tácticas de simulación que están utilizando las fuerzas de resistencia son sólo parcialmente efectivas, cuando no contraproducentes.


La desobediencia civil en la esfera pública

Aquellos que estén familiarizados con el modelo de DCE planteado por el Critical Art Ensemble* sabrán que se trata de una inversión del modelo de desobediencia civil (DC). En lugar de intentar crear un movimiento de masas de elementos públicos de oposición, el CAE sugirió la idea de un flujo descentralizado de microorganizaciones diferenciadas (células) que produjesen múltiples corrientes y trayectorias con el fin de frenar la velocidad de la economía política capitalista. Esta sugerencia nunca fue del agrado de los activistas más tradicionales, y recientemente el modelo ha sido criticado incluso por Mark Dery (en Mute y World Art). Dery arguyó que este modelo provocaría conflictos entre los objetivos y actividades de las diversas células. La CAE sigue manteniendo que, por el contrario, los conflictos derivados de la diversidad de las células no debilitarán el proyecto sino que lo fortalecerán. Esta diversidad daría pie a un diálogo entre diversas manifestaciones que se resistirían a la estructura burocrática a la vez que abrirían un espacio para accidentes afortunados e invenciones revolucionarias. Si la cultura de la resistencia ha aprendido algo a lo largo de los últimos 150 años, es que "el pueblo unido" es una falacia que sólo sirve para construir nuevas plataformas de exclusión. Esto sucede al crear monolitos de burocracia y regímenes semióticos que no pueden representar ni actuar en nombre de los distintos deseos y necesidades de los individuos dentro de segmentos sociales complejos y en proceso de hibridación.

La segunda inversión clave en el modelo de desobediencia civil era la de perseguir directamente un cambio de política, en vez de hacerlo de forma indirecta a través de la manipulación de los medios. El Ensemble sigue considerando la estrategia directa como la más efectiva. La estrategia indirecta, la de la manipulación de los medios a través de un espectáculo de desobediencia destinado a conseguir la aprobación y el respaldo de la opinión pública es una propuesta destinada al fracaso. La década de los sesenta terminó ya, y no hay una sola agencia corporativa o gubernamental que no esté en condiciones de librar la batalla de los medios. Se trata sencillamente de una cuestión práctica de inversión, de capital. Los medios de masas tienden a ponerse del lado de lo establecido, las ondas radiofónicas y la prensa pertenecen a entidades corporativas y las estructuras capitalistas disponen de gran cantidad de fondos destinados a las relaciones públicas. Por eso, no hay manera de que los grupos de activistas puedan superarles en ese terreno. Fragmentos aislados de información no pueden subvertir el proceso de creación de políticas ni alterar la opinión pública cuando todos los demás medios de masas están transmitiendo el mensaje contrario. Toda opinión subversiva se pierde en el bombardeo de los medios, si es que la oposición no la tergiversa para sacarle provecho. En otro tiempo, la combinación de desobediencia civil con manipulación de medios conseguía desestabilizar y dar la vuelta a los regímenes semióticos autoritarios. Un ejemplo excelente es el caso del Movimiento de los Derechos Civiles. Los participantes en el movimiento se dieron cuenta de que la Guerra Civil seguía librándose a nivel ideológico, de manera que podía ponerse a una región social, política y geográfica en contra de otra. En las regiones del norte y el oeste de los EE. UU. no sólo se había producido un desarrollo industrial, sino también un desarrollo en los métodos de control de la población y en particular de las minorías. La Guerra Civil había acabado con la retrógrada economía política del sur pero no había logrado alterar su estructura ideológica (un elemento mucho más difícil de modificar) y por lo tanto no había alterado sus mecanismos simbólicos de control. Lo único que necesitaba hacer el movimiento de los derechos civiles era hacer evidente este fracaso y las plenamente modernizadas regiones del norte se encargarían de obligar al sur a adoptar una postura ideológica más compatible con las necesidades socioeconómicas del capitalismo avanzado. Las imágenes que surgían en los actos de desobediencia civil lograron suscitar la indignación del norte ante la ideología retrógrada del sur y que se declarase de nuevo el estado de guerra entre las regiones. Estudiantes voluntarios, asistentes sociales, y eventualmente el cuerpo de la policía federal y el ejército (movilizados por el gabinete ejecutivo) se aliaron y lucharon en favor del movimiento.

A pesar de todo, los dirigentes del Movimiento de los Derechos Civiles no pecaban de ingenuos. Sabían que las únicas leyes racistas que se eliminarían serían las que no estaban vigentes en el norte, que no se iba a acabar con el racismo. Este simplemente se transformaría en una manifestación más sutil de la endocolonización que contrastaría con el racismo de la época, que se manifestaba de forma explícita en una serie de leyes segregacionistas. De hecho, la convicción compartida por todos los afroamericanos de que existía un barrera sólida más allá de la cual la política no podía avanzar fue clave en la rápida decadencia del movimiento y en la rápida ascensión del movimiento del Poder Negro (Black Power). Por desgracia, este último movimiento no sacó más partido de su campaña mediática que el primero, quizás por carecer de la infraestructura para cubrir sus propias necesidades materiales. En el caso del movimiento de los derechos civiles, la desobediencia civil como método de manipulación de los medios obtuvo resultados porque la dinámica histórica del capitalismo actuó de plataforma para su éxito. La historia era todavía heterogénea y la manifestación normativa de la ideología capitalista era aún un espacio irregular, tanto a nivel nacional como internacional. Pero, ¿qué podemos hacer ahora que hemos llegado a un punto en que las ideologías visibles y diferenciadas de occidente han dejado de existir, y en que la historia no es más que una ficción uniforme que repite una y otra vez las victorias capitalistas? ¿De dónde surgirá la indignación del público? ¿Qué ejército, qué gobierno, qué corporación, qué poder apoyará a los desposeídos cuando las explotadoras relaciones endocoloniales son precisamente lo que permite a estas agencias florecer? Por ello el CAE defiende el enfrentamiento directo utilizando un impulso económico obtenido gracias al bloqueo de información privatizada (filón de oro del capitalismo tardío).

Hacerse con los medios no ayuda a socavar el régimen semiótico autoritario ya que ninguna base de poder se beneficia de escuchar un mensaje alternativo. Sin embargo, hacerse con los beneficios bloqueando la información constituye un mensaje claro para las instituciones capitalistas, a las que les puede resultar más barato cambiar de política que defender militarmente un régimen semiótico en apuros. Lograr este objetivo es posible en el ámbito virtual y sólo es precisa la más modesta de las inversiones (si lo comparamos con organizar un ejército). Sin embargo, para que esta resistencia perdure son necesarias actividades clandestinas.

Actualmente, la única, tenue excepción en que la DCE puede utilizarse para manipular los medios es en casos en que la historia y la ideología no han sido homogeneizadas. Por lo general, en estas situaciones el movimiento de resistencia está en conflicto con un poder dominante que el pancapitalismo sigue considerando como algo ajeno a sí mismo. Por ejemplo, el movimiento democrático chino empleó la desobediencia civil y la manipulación de los medios con relativo éxito. Se despertó la indignación. Sin embargo, las rígidas barreras nacionales impidieron que ésta tuviera resultados más provechosos para el movimiento que la concesión de asilo de los países occidentales a quienes habían tenido que huir de las autoridades chinas, o que una tímida presión diplomática contra China. Incluso en la más favorable de las situaciones (como ocurrió con el movimiento en favor de los derechos civiles), a pesar de que el orden ideológico del pancapitalismo se sintió ofendido, el orden económico occidental consideró que mantenía más parecidos que diferencias con China y por tanto, poco hizo - el indignado - occidente para apoyar al movimiento democrático o para dañar materialmente la infraestructura China.


Desobediencia Civil Electrónica y Simulación **

Muy pronto en la historia del desarrollo de los medios electrónicos, Orson Welles demostró (quizás por accidente) los efectos materiales de la simulación. La simulación de un boletín de noticias en que se anunciaba que unos alienígenas habían invadido la tierra provocó un leve pánico en las personas que quedaron atrapadas en la sala de los espejos que se formó con la implosión de la ficción y no ficción provocada por el anuncio. Sólo había cierto grado de credibilidad en lo que a la verdad de la historia se refiere. Simultáneamente, toda la información era verdad y toda la información era mentira en aquel momento histórico en que hizo erupción lo hiperreal. Hemos visto cómo se reproduce esta narrativa en la década de los 90 en el marco de la cultura de resistencia electrónica, pero con algunas peculiares diferencias.

En un apéndice a ECD and Other Unpopular Ideas escrito en 1995, el CAE observó que existía una creciente paranoia entre las agencias de seguridad de los Estados Unidos que deseaban controlar la resistencia electrónica. Resulta curioso que estas agencias se metieran miedo a sí mismas con sus concepciones de lo que es la criminalidad electrónica. Es como si Welles se hubiese asustado con su propio anuncio. En ese momento cómico, el CAE propuso con cierta ironía que la DCE había sido un éxito sin esforzarse demasiado, y que, solo la advertencia de que iba a producirse algún tipo de resistencia electrónica provocaría el pánico en las agencias de seguridad, hasta tal punto que su objetivo principal quedaría atrapado en la hiperrealidad de las ficciones criminales y de la catástrofe virtual. Este es un comentario que el CAE desearía no haber hecho nunca, ya que algunos activistas han empezado a tomárselo en serio y están intentando actuar de acuerdo con él, principalmente utilizando la red para producir amenazas de activismo hiperreales con el fin de azuzar el fuego de la paranoia de los estados-corporación. Una vez más se trata de una batalla mediática destinada a ser perdida. El pánico y la paranoia del estado se transformarán a través de los medios de masas en paranoia pública, y esta, por su parte, no hará sino reforzar el poder estatal. En los Estados Unidos, el público con derecho a voto apoya de forma invariable penas más duras para "criminales", más cárceles, más policía, y es esta paranoia hiperreal la que consigue los votos que los políticos paladines de la ley y el orden necesitan para convertir estas corrientes de opinión en legislación o en directrices del gobierno. ¿Cuántas veces hemos sido testigos de ello? Del maccartismo, al temor de Reagan por el Imperio del Mal, a la guerra contra las drogas: en todos estos casos el resultado ha sido la cesión de más fondos al ejército, a las agencias de seguridad y las instituciones disciplinarias (con la plena connivencia de un público de votantes atemorizado y paranoico). Así se aprieta más el cinturón endocolonial. Teniendo en cuenta que los Estados Unidos se están ocupando de la rápida creación y expansión de agencias de seguridad destinadas a controlar la criminalidad electrónica (y dado que estas agencias no hacen distinciones entre acciones motivadas por convicciones políticas y las motivadas por beneficio) parece un error facilitar a los vectores de poder medios de conseguir el apoyo del público para este desarrollo militar, así como una base para aumentar la legislación nacional e internacional en lo que al control político de los medios electrónicos se refiere.

Es difícil decir si se podrían emplear las tácticas de simulación de modo más persuasivo. Ya que tanto la CIA como el FBI han estado empleando estas tácticas durante décadas, no es difícil encontrar ejemplos que se podrían invertir. Uno de los casos clásicos es el derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala con el fin de apoyar a la United Fruit, proteger los intereses petrolíferos y minar una democracia con tendencias tan izquierdistas que legitimó el partido comunista aún estando dentro del campo de influencia de los Estados Unidos. Desde luego, la CIA construyó una buena infraestructura operacional utilizando el sabotaje económico para provocar inestabilidad, pero el acto final fue el de la subversión electrónica. La CIA simuló transmisiones radiofónicas de movimientos de tropas antigubernamentales en torno a la capital. Al interceptar estos mensajes, el gobierno guatemalteco no dudó que un ejército rebelde se había reunido y estaba preparándose para el ataque. Nada más lejos de la realidad: el pueblo apoyaba masivamente al gobierno y sólo existía una pequeña facción rebelde. Por desgracia, algunas autoridades del gobierno se dejaron llevar por el temor y en cundió el caos en su seno. El FBI utilizó un método de subversión similar en el ataque contra las Panteras Negras en el que utilizaron comunicaciones hiperreales. Igual que la intervención de la CIA en Guatemala, la infoguerra del FBI contó con una fuerte infraestructura. La organización estaba infiltrada en el Partido de las Panteras Negras (Black Panther Party, BPP) y había llegado cerca del alto mando. Así conocía la naturaleza (y los protagonistas) de las luchas internas del partido. También había conseguido el apoyo de las fuerzas locales de seguridad con el fin de hostigar a secciones en todo el país. La tesorería del partido estaba siempre vacía por las constantes detenciones practicadas por miembros de la policía que intencionadamente abusaban de su poder con el fin de drenar las arcas del partido al forzar a los miembros a pagar fianzas para los detenidos. En estas condiciones, la paranoia estaba a la orden del día entre los Panteras Negras y cuando se produjo la ruptura entre la sección de San Francisco y la de Nueva York, el FBI vio la oportunidad perfecta para provocar la implosión del partido. Como resultado de una sencilla campaña de envío de cartas que avivó las llamas de la desconfianza entre los cabecillas del este y los del oeste, el partido se desmoronó, víctima de las luchas internas. (La campaña del FBI consistió en crear y enviar documentos que parecían venir de una facción de oposición dentro del partido y en que se criticaba a líderes específicos y sus políticas de partido).

Se podría invertir el método y volverlo contra las agencias de la autoridad. Las luchas internas que ya tienen lugar dentro del gobierno y entre este y las instituciones corporativas hacen de ellos sus propias víctimas. El ejército y la infraestructura económica que fueron necesarias para las operaciones en los ejemplos citados no son precisos para las operaciones de DCE, ya que la guerra interna ya está en marcha (dado que la tendencia natural del capital hacia la depredación, el miedo y la paranoia forman parte de la experiencia cotidiana de los que entran dentro de las coordenadas del poder, y por lo tanto no es necesario gasto alguno para provocarlo, como el que fue necesario en el caso del Partido de las Panteras Negras). Sin duda, cartas o mensajes por correo electrónico cautamente redactados y enviados podrían tener un efecto implosivo (aunque dudo que provocasen un colapso total); sin embargo, hemos de asimilar y aplicar las lecciones aprendidas de estos casos clásicos de tácticas de simulación. Lo primero y más evidente es que esta forma de resistencia debería hacerse de forma encubierta. Además, es necesaria información interna fidedigna. Este es el área más problemática dentro de este tipo de maniobra táctica, aunque no es imposible encontrar una solución. Para lograr una utilización eficaz de las tácticas de simulación, deben desarrollarse métodos y medios de investigación, obtención de información y reclutamiento de informadores. (El CAE está dispuesto a apostar que el próximo escrito revolucionario sobre resistencia tratará de este problema, el de la generación de inteligencia amateur). Hasta que esto ocurra, la acción subjetiva-subversiva será poco eficaz. De momento, quienes no cuenten con una estrategia encubierta plenamente desarrollada sólo pueden actuar tácticamente contra los principios estratégicos de una institución, no contra situaciones y relaciones específicas. Evidentemente, una respuesta táctica a una iniciativa estratégica no tiene sentido. Resulta muy probable que una acción de este tipo no tenga los resultados deseados y sólo alerte a la agencia víctima de la acción para prepararse contra posibles presiones externas.

Debemos también recordar que la infoguerra simulacionista es sólo una táctica destructiva: es una forma de causar una implosión institucional, y tiene poco valor productivo en cuanto a la reconstrucción de políticas. Volviendo al ejemplo del racismo, agencias que han institucionalizado políticas racistas (y en esto se incluyen casi todas las instituciones del régimen pancapitalista) no cambiarán por una infoguerra de desgaste institucional. El régimen semiótico de políticas racistas continuará intocable dentro de otras instituciones interrelacionadas mediante los beneficios comunes que consiguen manteniendo estas políticas. El CAE aún insiste en que instituciones que desafíen el status quo y sean productivas no se conseguirán a través de gestos nihilistas, sino a través de introducir cambios en el régimen semiótico sobre una base institucional al par que se mantiene intacta la infraestructura material para la reinscripción.


El problema de la contención

Controlar las materialmente destructivas tendencias de la hiperrealidad tiene otras consecuencias problemáticas cuando se aplican estos códigos de destrucción al espectáculo. Muy llamativo resulta el problema de contención. Si una agencia autoritaria cree ser víctima de un ataque o estar amenazada (catástrofe virtual aplazada) y por ello pasa a ser el centro de atención de la opinión pública, atacará de manera totalmente impredecible. Puede actuar de una manera que le resulte perjudicial a sí misma, pero también puede actuar de modo perjudicial para miembros desprevenidos de la esfera pública. Al introducir al público en la ecuación, las agencias amenazadas deben enfrentarse a una consecuencia de gran importancia: para mantenerse al ritmo de la infoesfera debe actuar con celeridad. Vacilar no es una opción, aunque sea para analizar racionalmente el problema y reflexionar. En el actual mercado de relaciones públicas, el éxito y el fracaso han sufrido una implosión, y toda acción, cuando se representa bien, reside en la esfera de la victoria y el éxito hiperreal. La única distinción útil que se puede hacerse es entre acción y pasividad. La pasividad es el signo de la debilidad y la ineptitud. Atrapada en este vector de alta velocidad, una agencia amenazada emprenderá una acción explosiva (no implosiva). Se escogerán los chivos expiatorios y seguidamente se emprenderá una acción contra estos individuos o grupos poblacionales. (El macrocosmos perfecto de esta secuencia de acontecimientos está representado en la política exterior de los EE. UU. y las acciones que se realizan en su nombre). En otras palabras, una vez la amenaza provoca la secuencia de destrucción (ya sea la amenaza virtual o real), la fuerza de resistencia no podría contener ni redirigir las fuerzas, a menudo fuera de control, que se liberarían. Esta incapacidad para contener la explosión hace de este modelo (sólo en sus efectos) algo próximo al terrorismo. No es que los activistas estén dando pie a una práctica terrorista (nadie muere en la hiperrealidad) pero el efecto de estas acciones puede tener las mismas consecuencias que el terrorismo, en cuanto que el estado y los vectores del poder corporativo contraatacarán con armas cuyos efectos serán materialmente destructivos e incluso mortales.

Lo extraño es que una acción de estas características no estaría motivada por una preocupación por la infraestructura, sino por el régimen semiótico y la imagen pública de la entidad en la hiperrealidad. Sin embargo, cuando se saca al público de la ecuación, la secuencia cambia radicalmente. La agencia bajo presión no tendría que actuar con tanta precipitación. Tendría tiempo de investigar y de lanzar un ataque más preciso, porque las muestras de debilidad (la imagen pública de pasividad) no tendrían el efecto perjudicial que tiene su representación pública intencionada. En esta, la peor situación imaginable para los activistas, la respuesta sería mucho más precisa, y por tanto las consecuencias las pagarían aquellos que se arriesgaron a emprender la acción. Si la agencia no se da cuenta de que está amenaza de subversión y tuviera lugar la implosión, el público no tendría noticia ni sentiría las consecuencias directas (aunque sí cabría esperar consecuencias indirectas, como un aumento del paro). En cualquier caso, la metralla de una explosión violenta no alcanzaría el paisaje de la resistencia. En otras palabras, la contención se actualizaría. También resulta interesante que la agencia bajo presión financiará actividades de contención. Ninguna agencia quiere hacer públicos sus problemas financieros, una brecha en su sistema de seguridad, etc... Por lo tanto, construirá sus propios diques. Sin embargo, si el público entra en la ecuación, desaparecen todas las probabilidades de contención y las consecuencias son menos que aceptables. Por esta razón el CAE sigue creyendo que todos los modelos útiles de DCE (o a todos los efectos, casi cualquier acción política que no sea de concienciación o pedagógica***) dentro de las condiciones políticas actuales comparten su naturaleza encubierta y la aversión hacia los medios de masas como escenario de la acción.


Escribir el discurso sobre DCE

Dado el deseo de mantener a los medios de masas ajenos a la DCE, el CAE consideró oportuno terminar con algunas sugerencias sobre cómo hablar semipúblicamente sobre lo que debe debatirse entre compañeros dignos de confianza. Este problema no es nada nuevo, por lo que, afortunadamente, existen antecedentes (el más notable, el de la Escuela de Frankfurt). Su estrategia consistía en redactar en el estilo más denso y arcano que se pueda imaginar, de tal modo que sólo los iniciados podían descifrarlo. De este modo el discurso permanecía fuera de la esfera pública, donde no era imposible su asimilación en el mercado. Afortunadamente no es necesario llegar a esos extremos. La redacción puede ser clara y accesible, pero debe ponerse a salvo de la mirada de los medios. Afortunadamente, esto es sencillo. Lo único que hace falta es hacer de él una mala imitación. Por eso el CAE habla en términos de modelos generales y casos hipotéticos (sin hablar nunca de acciones concretas). No sólo no queremos hacer públicos datos específicos, por razones evidentes, sino que, para la mayor parte del público de los medios populares, las generalidades y lo modelos no son de mucho interés. Los modelos son lentos y librescos, y en la veloz vorágine de imágenes del espectáculo popular resultan sencillamente aburridos.

El CAE también sugiere estudiar acciones estratégicas históricas análogas, en particular las que han sido provocadas por vectores de poder autoritario. A ninguno de los medios populares le interesa especialmente hablar más de ellos, de los tiempo de antaño, ni les interesan las atrocidades del pasado (excepto las perpetradas por los Nazis). El análisis de estos temas deja a los medios sin nada interesante para el público. Esta estrategia se refiere a temas de constelaciones, desviaciones, apropiación, etc. Utiliza lo que ya está disponible, no des nada a los buitres mediáticos, y lo único que les quedará para la apropiación será el canibalismo (de ahí la proliferación de lo retro). A estas alturas ya casi no se puede evitar el que los medios se apoderen de la DCE. Ya se ha vendido a cambio de 15 minutos de fama y está potenciando una nueva ola de auge cibernético, pero los activistas electrónicos pueden suspender este acontecimiento mediático dejando de suministrar material. Podemos estar agradecidos por que el DCE y otras formas de resistencia electrónica que se han desmaterializado dentro del mundillo de hiperreal del hacktivismo sean cibermodas que desaparecerán rápidamente en el tecnohorizonte y dejarán a los comprometidos que sigan con su trabajo como de costumbre.

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