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lunes, septiembre 14, 2015

"Bandera y capuchas". Recuerdos de Macul con Grecia en los 90. Tomado de por ahí... 

Impresionantemente bien escrita cobertura de uno de los sucesos más memorables que recuerde de mi juventud. Así se hace. Escribir para no olvidar, y de paso desmitificar todo. Acá les va. Disfrutar con una buena bebida a mano: 



Bandera y capuchas.


[No era fácil ser adolescente en el chile de los 90s. Tenías inquietudes políticas pero la mayoría prefería la política de los consensos de la transición donde víctimas y victimarios se abrazaban para celebrar la maravillosa democracia. A fines de cuentas eran siempre las mismas familias que seguían siendo dueñas de todo, hermanos y primos que se peleaban entre sí por años pero después se volvían a reconciliar. No era fácil ser adolescente en el chile de los 90s. Lo que quedaba de resistencia a la dictadura y al capitalismo era asesinada o encarcelada… tampoco lográbamos entender las enredadas siglas de la cada vez más atomizada ultraizquierda… Decidir ser rebelde era ser huérfano de toda dirección política y militante… mirábamos con desconfianza también a algunos hippies que volvían del exilio diciendo ser anarquistas. No era fácil ser adolescente en los 90s, cuando toda la cultura de izquierda estaba impregnada de ese folclore de mierda desteñido, de zampoñas, bombos, charangos y guitarras, que veían como expresiones del imperialismo todo lo que fuera ruido de guitarras eléctricas, bajos y baterías, sea hxcpunk, metal o rock’n’roll en general… que era lo que más nos gustaba.]

-Y ahora que hacemo’? – dijo Vicho después de escupir el último amargo sorbo de “yugoslavo”. Así llamaban al brebaje que tomaban, mezcla de cerveza y vino blanco.
-Vamos a cachar si encontramo’ una we’a abierta!- respondió uno que se encontraba más despabilado que el resto.

Corría el mes de septiembre de año 1993 en Santiago. Era una noche de ese regado mes y Vicho se encontraba chupando con sus amigos, en un populoso barrio de la capital. Eran pasadas las doce y al acabárseles el copete decidieron salir en busca de una botillería abierta o algún clandestino donde poder saciar su infinita sed. Al recorrer el barrio, un barrio de casa bajas y muchos sitios eriazos, vieron un gran trapo tricolor que colgaba del mástil de una de ellas. Envalentonado por el vino, Vicho, que era el más liviano, se subió arriba de los hombros del Kamon, el más corpulento de sus amigos. Se colgó de la bandera que cayó al suelo con mástil y todo. Se salvaron de que no les pegara en la cabeza o en otra parte del cuerpo pero provocó un ruido que despertó a los dueños de casa. Un gordito de rulos los salió persiguiendo con los restos del mástil, en piyama y con pantuflas de patas de tigre, por lo que nunca pudo alcanzarlos. Los vieron alejarse, escucháronse sus risas burlonas, brincando como babuinos en estampida.
         Aún estaban en el colegio y no les gustaba ningún deporte en especial. En cambio, una de las cosas que más les gustaba hacer era encapucharse. Eso que en ese tiempo era considerado una locura: salir a la calle a enfrentarse a los pacos con botellas llenas de bencina, aserrín y aceite quemado y prender neumáticos. No era cosa fácil, ni se podía hacer en cualquier lugar.  Sus gustos estaban lejos de ser el pasatiempo de una generación intoxicada en la estupidez de las nuevas ondas de la democracia. Lo de ellos era considerado fuera de lugar, de gente que se había quedado en el tiempo de la dictadura, que no correspondía en el nuevo país que de la transición que buscaba “cerrar heridas” y entrar de lleno en el siglo XXI. Era el país de los acuerdos, mientras en las canas se encerraba a lo mejor de la juventud, perseguida por los aparatos de seguridad ahora en manos de socialistas y demócratas cristianos, una evidencia más de que esa transición era una pura pantomima. La gente “alternativa” esperaba que ocurriera el famoso destape y que hubiera un gran auge cultural, cosa que nunca ocurrió. La mayoría de la gente estaba embobada viendo la basura que llegaba del país del norte. Sólo un puñado reducido compartía los gustos de nuestros amigos.
Unos días antes del 12 de octubre se haría una “salida a la calle” en unas de las pocas universidades donde aún seguían habiendo disturbios: El Pedagógico. Aquel día Vicho y Kamon se habían hecho la cimarra. Se fueron con ropa de cambio y con la bandera en la mochila en dirección al Peda. Sabían que si había algo que realmente hería la sensibilidad del común de la gente era tocar un sentimiento que alcanzaba a casi todos: el patriotismo. También, a su corta edad había entendido que la patria chilena se había levantado sobre el aplastamiento de otros pueblos y culturas, por lo que consideraba muy apropiado quemar una bandera tricolor para ese día en repudio a esa celebración pro blanca (en ese tiempo aun le decían el "día de la raza", nunca se supo a qué raza se referían). Llegaron a la esquina de Macul con Grecia, entraron al campus y se cambiaron de ropa antes de juntarse con sus secuaces. Todos ellos eran más grandes y ya habían salido de la secundaria y no todos eran universitarios, ellos eran los únicos que andaban con uniforme. Esto último les costaba la burla de sus mayores.
Comenzaron a juntar el material para salir a la calle: neumáticos, piedras, restos del mobiliario del campus y el tronco que servía para romper el muro que separa el campus de la calle Grecia. También, fabricaron molos y bombas de pintura. En ese momento de su vida aún no se atrevían a lanzar molos. Quizás por eso me preocuparon más del “acto simbólico”. Tenían la bandera guardada para sacarla en el momento adecuado, asunto que ya había sido conversada con el resto del grupo. Se asomaron por arriba del muro y se hacían señales con los que estaban en la facultad del otro lado de la calle. Hicieron el maldito agujero del muro, lo que les llevó un rato ya que la universidad se dedicaba a reforzar la muralla después de cada disturbio en que se hacia el famoso hoyo (Muro de mierda! con el tiempo comenzó a parecerse al que está en Gaza). Salieron a la calle e hicieron barricadas. Después de un rato, llegaron los pacos y la prensa televisiva y escrita. Comenzó el tira y afloja con la policía, mientras la prensa filmaba y sacaba fotos. Lacrimógenas y balines venían, molos y piedras iban.
En el momento en que estaba la tele filmando decidieron sacar la bandera y prenderle fuego. Antes de eso se había prendido fuego a una bandera yanqui y española, lo que había generado gritos antimperialista e insultos anti 500 años. Cuando vino su momento rociaron de bencina la bandera chilena y cuando se acercaba el encendedor a la tela comienzan a increparlos un grupo que también estaba en las barricadas. Todos sus integrantes estaban uniformados bajo una capucha roja y negra muy bien cocida. En cambio, el grupo de Vicho y Kamon todos tenían capuchas hechas de poleras rotosas.
- ¡Es la bandera por la que murió Miguel Enríquez!- gritaba el que parecía el jefe de esa cuadro de pseudoguerrilleros. El resto también les gritaba cosas que no lograban entender.
Algún insulto irreverente se escuchó de vuelta, junto con alientos para que le prendieran fuego de una vez y la cosa se armó.
Trataron de quitarles la bandera. Comenzó el intercambio de patadas voladoras y cachetazos entre los dos bandos. Por un lado estaban los capuchas bonitas y, por el otro, los capuchas feas. Bueno… para los pacos, la tele, y la gente que pasaba por el lugar, todos eran feos. Pero ganaron los capuchas feas y pudieron seguir con su acto de desprecio, sin antes recibir feroces amenazas que alumbraban fierros y la prohibición de entrar a un famoso barrio de izquierda, terminando con un “¡¡esto no se va quedar así!!”. La bandera en manos de nuestros amigos y ardió en pocos segundos. El bando de capuchas bonitas se replegó al lado por donde habían salido los que prendieron la bandera, por lo que no podían volver por ese lado ya que los otros estaban realmente enojados. Tuvieron que aperrar y cruzar la avenida Grecia hasta la otra universidad, cosa que no era tan fácil cuando disparan balines y lacrimógenas al cuerpo. Por suerte ese día salieron todos ilesos pero con más enemigos que antes.

Por la noche, ya en sus casas familiares, esperaban expectantes que apareciera lo ocurrido en las noticias. Sólo apareció una breve nota de disturbios provocados por encapuchados en las inmediaciones del ex pedagógico. La teleaudiencia no pudo ver ni la pelea, ni el acto iconoclasta de los adolescentes.

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