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domingo, marzo 13, 2016

Actos de destrucción de la ciudad 



“Nuestra nación un día recuperará la tierra, pero todavía es una nación muy débil” (Leonard Cohen)

“No pasará un mes de mayo sin que se acuerden de nosotros” (Guy Debord)




1.- Como suele suceder, el proletariado se manifiesta en actos cuando nadie lo espera, y cuando desde todos lados ya se han proclamado abiertamente, llorado y/o  celebrado sus funerales. Todos,  hecha  excepción de un pequeñito puñado de comunistas anárquicos que reunidos en virtud de un conjuro proclaman desde ayer, hoy y siempre la negación del Capital y la destrucción del Estado, actos que sólo pueden llevarse a efecto plenamente cuando el viejo topo haya cavado túneles suficientes como para el edificio de la dominación social se empiece a tambalear una vez más. Túneles que de una u otra forma sigue cavando igual, siempre, aunque hace décadas que no veamos la salida.

Nosotros miramos al cortejo de enterradores del proletariado, muchos de los cuales están situados supuestamente de este lado de la barricada. Y nos llama la atención que más que negar a las “clases” en general, se dediquen con tanta obstinación a negar la existencia precisamente de la única clase secretada por este tipo de sociedad: la de  los vendedores de su fuerza de trabajo, la última clase, la que podría ejercer finalmente la venganza por todas las anteriores generaciones de antepasados oprimidos y explotados. Proclamadas las exequias por el proletariado, los humanos debemos entonces agachar la cabeza y reconocer el triunfo final del capitalismo.

Pero no. Pese a todas las apariencias de paz social, sin embargo, el subsuelo, la tierra, insisten en moverse bajo nuestros pies. En esas apariciones súbitas, relampagueantes, nosotros sabemos reconocer la cabeza del proletariado que se asoma una vez más.

2.- Algo así sucedió la noche del jueves 28 de mayo del 2015, cuando el centro de Santiago fue copado ya no sólo con acciones de minorías encapuchadas que cuasi ritualísticamente interrumpen la normalidad capitalista de maneras ya demasiado previsibles[1], sino que con una caravana de proletarios descascarando alegre y violentamente el horrible decorado con que el urbanismo neoliberal ha concretado físicamente la dominación real del Capital en el centro de lo que antes era conocido como la ciudad de Santiago. 

A diferencia de las megamarchas de día a que se ha acostumbrado el movimiento estudiantil domesticado, esta vez todo fue distinto. Cualitativamente diferente.

La “violencia política” proletaria se manifestó a la vez espontánea y organizadamente, una vez más, en las grandes alamedas destruidas por la ya referida urbanización capitalista que algunos gustan de apellidar “neoliberal” (y que para nosotros, habiendo leído el Cap. VI inédito del Libro I de El Capital, y algo (más bien poquito) de la revista Invariance, entendemos como el capitalismo ya maduro de la fase de “dominación real”. Intuimos que no es diferente a lo que los situs entendían por “espectáculo integrado”. La cuestión pareciera ser no tan importante, pero lo es: cuando se usa el concepto “neoliberalismo” como si fuera algo diferente del capitalismo realmente existente hoy en día, se está remando del lado de la socialdemocracia, que sueña con “otro mundo posible” pero dentro de este, sin cuestionar nada de lo esencial del modo de producción mercantil)-. En esa memorable noche las hordas de proles expresaron su existencia revolucionaria en actos, por la vía de la destrucción de todos los símbolos del Capital que aparecieron en su recorrido, y llegando hasta la expropiación de drogas legales depositadas en farmacias, y otras mercancías disponibles en el circuito céntrico, para ser sacados del circuito normal de distribución de mercancías, sea para destruirlas físicamente o para ser usadas en tanto mero valor de uso, saboteando así por vías de hecho el eterno proceso de valorización del valor, haciendo que se agote ahí mismo.

3.- Para que no se crea que sólo afiebrados como nosotros nos dimos cuenta de a enorme relevancia de ese evento, invito a que lean los comentarios y análisis hechos en sitios tan diversos como Hommodolars  en “El día que el centro de la capital fue iluminado por las llamas del proletariado (esto no es una crónica)”[2] , y El Ciudadano -que tras la muerte de nuestro camarada Cristóbal Cornejo, que trabajó a veces como periodista/corresponsal para dicho medio, ya no tiene ninguna posibilidad de irrupción de anticapitalismo antiautoritario puro y duro, y así y todo, tuvo que destacar la presencia del fuego en “Variaciones sobre el fuego en Santiago de Chile”, con fotos[3]-.

-Nuestro Cristóbal fue el gran ausente en esta bella jornada que quisiéramos relacionar para siempre con él. No por nada, sino que porque en todo el tiempo que este joven de provincias se dedicó a habitar en la metrópolis santiaguina, nunca dejó de estar presente vez que el fuego se tomaba las calles. Por eso lo recordamos dando a conocer la autoría de sus impresiones sobre la revuelta de 2011 en el número 2/3 de Comunismo Difuso, cuando desde la capital nos contaba que “se encontró un auto cerca del Parque Almagro, se dio vuelta y se encendió”, y que en “una zona liberada por largo rato” se “inspiró para escribir unas líneas poéticas y declamarlas al viento”, mientras “se escuchaban himnos anarquistas”, de esos que nunca se aprendió-.

La caravana destruía la superficie de esta mierda de aglomeración urbanística que han ido acumulando como una suma de cadáveres de hormigón por donde antes había una ciudad que sin ser demasiado hermosa por lo menos vivía. ¿Cuándo murió esta ciudad? Posiblemente en 1986, o en 1988. Lo cierto es que no llegó viva a la década de los 90.

El Ciudadano destaca que esa noche “vimos quemarse las esquinas y los locales comerciales como no habíamos visto antes”. El periodista que firma dicha nota cuenta que ve como se queman “lentamente” una farmacia, un banco y una casa comercial. No le gusta mucho lo que ve. Pero lo comprende: “son esas tres cosas, precisamente, lo que nos tiene de rodillas con sus créditos y saldos pendientes”. Así, puede finamente decir que siente y recuerda “esa pequeña mecha que significaban, esa noche, los plásticos que se prendían llevando de a poco la llamarada al interior de las sucursales que terminaban por reducirse a bolas de masa chamuscada que en alguna parte solo dejaba ver el descuento ratón con que amordazan a la gente pobre”.

Se entiende que un periodista ciudadano no vea lo mismo que nosotros en estos hechos. Como dijo Marx, “nosotros no embelleceremos la violencia”. La destrucción es en realidad una acción de rechazo de un orden profundamente absurdo y violento, es legítima defensa contra un mundo al revés. Ni la glorificamos ni le hacemos asco cuando hay que emplearla como lanza en el asalto del viejo orden del mundo.

Contra una psicogeografía del orden en la fase de la tecnovigilancia y la tecnorepresión, el proletariado juvenil en las calles del centro de Santiago abolía la distinción campo/ciudad a la vez que se ejercitaba en un tipo de arte que en poco tiempo más todos necesitaremos manejar para sobrevivir: abolir esta forma de vida, dejar que estas anticiudades se hundan en el fango de la civilización.

La calle seguía siendo tan fea como antes del incendio poético, pero algo había cambiado: los signos del poder, del dinero, de la esclavización moderna que sufren todos y no solamante “la gente pobre” como decía el periodista, habían sido todos humillados, y la afrenta había sido tan fuerte que simbolizaba su destrucción de una vez y para siempre.

La Poética antiespectacular del vandalismo comparado es un arma del proletariado salvaje en su lucha total contra el capital.

Y si Ud. me pregunta ¿Qué es lo que afloraba en y por debajo por debajo de lo destruido? Ni la playa ni nada paradisíaco, ni el buen salvaje ni el superhombre (o supermujer), pero sí la fuerza de unos centenares de proletarios salvajes desafiando el tiempo muerto en el territorio totalmente acondicionado por los mercachifles.



4.- Lo llamativo es que luego de sucesos tan gloriosos como los antedichos, indignada y hasta furibunda delante de cámaras y micrófonos y grabadoras, Michele,  la presidenta de todos los chilenos, doctora Bachelet, al condenar estos actos que objetivamente no son sino formas de reapropiación proletaria y juvenil de las calles, no vacila en decir que son hechos del todo condenables por tratarse de “actos de destrucción de la ciudad”.

¿Eso dijo la Presi? ¿La  Gordis? Sí: Destrucción de la Ciudad. Con todas sus letras.

E inequívocamente, acá no podemos dejarnos engañar: los comunistas/anarquistas nunca hemos sido ni seremos fervientes defensores de las ciudades, pero tampoco nos dejamos pasar gato por liebre. 

Estas enormes plastas de cemento en que vivimos ya no son ciudades. Son algo muy distinto.  Sería como decir que la “Escudo” en lata que estoy tomando es realmente una cerveza. (Ya Debord en su Panegírico diagnosticó la muerte del vino, la cerveza y todos los viejos buenos licores, que los seres humanos nunca más íbamos a poder probar, gracias al desarrollo eterno del capitalismo mundial que no solo valoriza sino que a la vez que valoriza el valor de cambio empobrece constantemente los valores de uso, y todo por economía de materiales y la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Exija libros sobre eso en su Bibliometro más cercano).

Porque es indudable que estamos plagados de ciudadanas y ciudadanos, pero hasta a nivel académico o de “conocimiento experto” parece también un hecho indiscutible que lo que la humanidad precapitalista conoció bajo el nombre de “ciudades” ha cambiado tanto que estas aglomeraciones urbanísticas en que sobrevivimos mal parecen merecer ese nombre. Y no es por nostalgia del pasado, sino que por una mínima conciencia de la degradación de todo que ha ido operando con el capitalismo a medida que éste se desarrolla.

Miro por mi ventana, y veo que mi antiguo y no tan feo barrio fue hecho mierda no por el vandalismo de los jóvenes de ninguna clase, sino que por los negocios de los funcionarios municipales con las inmobiliarias, y creo que sólo una antorcha y siglos de desarrollo de una nueva vegetación neosalvaje podrán limpiar este fea mancha comunal que es Ñuñoa (por si Ud. no lo sabía, cuna de la V.O.P. en sus tiempos) en el paisaje terrestre.

5.- Hagamos una breve incursión “academicista” (aunque tan sólo sirva como intento de avalar cierta seriedad mínima de los postulados defendidos penosamente a lo largo de este panfleto):

Según el historiador francés Philippe Ariés, en la “evolución” registrada de los siglos XVIII al XX “cada vez se puede hablar más de población urbanizada y menos de ciudad”. “La privatización de la vida familiar, la industrialización y la urbanización del siglo XIX, no lograron ahogar las formas espontáneas de la sociabilidad urbana, aun cuando, en ciertos casos, ésta se manifestara de otro modo. Habrá que esperar hasta mediados del siglo XX, es decir, mucho después de la época de la industrialización, para que esta se desintegre, al mismo tiempo que la ciudad”. Esta “anticiudad”, una aglomeración urbana donde ya casi no existe el espacio social comunitario, se ha privatizado en extremo, al punto que entre sus funciones esenciales se encuentra la del desplazamiento de vehículos motorizados que constituyen una prolongación del espacio privado.

En Santiago de Chile, a 15 años de iniciado el siglo XXI, consumada ya la fase de dominación real del capital sobre todo el cuerpo y el espacio social, la destrucción de la ciudad parece más que evidente, y prácticamente irreversible.

6.- Ciudadanos sin ciudades. Algo así de monstruoso sólo podía ser aportado por el desarrollo cuantitativo y cualitativo de la alineación. El monstruo de mierda de la Mercancía. Un contundente triunfo de la Ideología.

7.- Ante la destrucción real y estratégica de la Ciudad, lo que los subversivos hacen cada vez que pueden, es denunciar esa destrucción con acciones visibles. Tal como el procedimiento marxista de la crítica de la ideología suele operar rasgando los velos del discurso formal y superestructural de la vertiente jurídico/política/ideológica de la totalidad de la forma de vida bajo el dominio del Capital, en el espacio urbano la irrupción proletaria en las calles destruye todo producto artificialmente inflado por el urbanismo capitalista, incendiándolo, y señalando así en términos evidentes lo que Benjamin definía como función de la utopía política: “iluminar el sector de lo que merece ser destruido”.

Bajo los adoquines: las cloacas.

Bajo las adoquines: la playa.

¡Raspar con violencia la cáscara social de mierda cristalizada en lo que antes era una ciudad! Tal es la dialéctica de la destrucción de la superficie urbana para reencontrar por debajo de ella las calles para la insurrección, el entorno urbano donde la lucha de barricadas y los explosivos dirigidos a todos los núcleos de la dominación (Iglesias, Comisarías, Cárceles, Bancos, Escuelas, Farmacias) comiencen a construir recién el camino para salir de la prehistoria de la dominación hacia el horizonte genuino de existencia dela comunidad humana.

8.- Recordando el París que definitivamente dejó de existir tras el último intento de defensa en Mayo del 68, Debord decía que:

Las casas del centro no estaban desiertas ni habían sido revendidas a espectadores de cine que nacieron en otros lugares, bajo otras vigas a la vista. La mercancía moderna no había llegado a enseñarnos todo lo que puede hacerse de una calle. Nadie estaba obligado, a causa de los urbanistas, a ir a dormir lejos.
No se había visto aún oscurecerse el cielo y desaparecer el buen tiempo por culpa del gobierno, ni la bruma postiza de la contaminación cubrir permanentemente la circulación mecánica de las cosas en este valle de desolación. Los árboles no habían muerto ahogados, y el progreso de la alienación no había apagado las estrellas[4].

9.- El 28 de mayo del 2016 debe ser conmemorado por los proletarios, en grupos pequeños o grandes, de preferencia bien coordinados.

2001/2006/2011…¡2016!

10.- Finales de Mayo del 2016 debería ser tan recordado como el 2 de abril de 1957[5]: fiesta del proletariado juvenil metropolitano.






[1] Gran cantidad de comunicados de adjudicación de hechos que deberíamos esforzarnos en ver como violencia subversiva proletaria parten por proclamar que, como ya es usual, a ciertos días y horas en ciertos puntos de la ciudad de Santiago, es usual que un pequeño grupo de encapuchados “interrumpa la cotidianeidad capitalista”. Se inflama el pavimento unos segundos, y se hace más largo el viaje de regreso a casa para una enorme cantidad de proletarios que van viajando en Transantiago de vuelta de sus pegas. “¡Malditas ovejas!” Dirán algunos jóvenes rebeldes mientras recorren a campo traviesa un campus universitario. “Malditos universitarios” dirán cientos sino miles de proletarios en micro mientras bostezan y miran de lejos un poquito de fuego y respiran nubes de gases lacrimógenos.

[4] In girum imus nocte et consumimur igni. Damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego. https://www.youtube.com/watch?v=3-JYwsEDKJ4

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