martes, diciembre 31, 2019
31 de diciembre. Revuelta/revolución. Lambi.
“Toda revuelta es batalla, pero una batalla en que se elige participar
deliberadamente (…) El concepto de revolución permanente revela –más que una
duración ininterrumpida de la revuelta en el tiempo histórico- la voluntad de
poder suspender en cualquier momento el tiempo histórico para encontrar refugio
colectivo en el espacio y en el tiempo simbólicos de la revuelta” (Furio
Jesi, Spartakus. Simbología de la
revuelta).
Revuelta, insurrección, rebelión,
revolución….conceptos técnicos harto mejores que el “estallido” o “crisis
social”.
El fascista Kast dice en una
entrevista reciente (¿notaron que tras dos meses de susto ahora todos los
fascistas y reaccionarios están sacando la voz y amenazando por redes sociales?)
que esto no fue un “estallido social” sino que un “estallido de violencia”. En
eso el despreciable burgués que es José Antonio (vaya nombre más facho) tiene
razón. Y es lo que no quieren reconocer ninguno de los sectores políticos
oficiales, ni los bienpensantes ciudadanos constituyentes/constituidos e instituciones
burocráticas de “derechos humanos”, que nos insisten en que sólo es legítima y
protegida por el Derecho la “protesta pacífica”.
Un panfleto anarquista que vi en
la zona cero la segunda semana de la revuelta lo decía bien claro: “¡sólo con
violencia revolucionaria la hicimos temblar!” (entiendo que se refería a la
burguesía).
Llegará un momento en que sus
libros de historia nos van a tratar de hacer olvidar que el plebiscito de abril
del 2020 sólo fue posible como respuesta urgente al estallido de violencia
revolucionaria proletaria/popular que
empezó el 17/8 de octubre y que todavía no se ha agotado.
No hay mucho más que decir sobre
el tema de la violencia revolucionaria. Si quieren perder su tiempo vean el
debate entre el veterano autonomista italiano “Bifo” y la filósofa Lucy Oporto,
que nos trata a todos de “lumpenconsumistas” y “escoria”.
Más interesante para un balance
provisional de todo lo que hemos vivido me parece profundizar la comparación
que ya algunxs han destacado entre este proceso y mayo/junio del 68 en Francia.
La Internacional Situacionista en
el último N° de su revista, publicado en septiembre de 1969, hace ese balance,
en un texto titulado “El comienzo de una época”.
En primer lugar, explican en
breve qué fue y significó el proceso:
“La mayor huelga general que haya
paralizado nunca la economía de un país industrial avanzado y la primera huelga
general salvaje de la historia, ocupaciones revolucionarias y esbozos
de democracia directa, la eliminación cada vez más completa del poder estatal
durante más de dos semanas, la verificación de toda la teoría revolucionaria y
el principio de su realización parcial aquí o allá, la experiencia más
importante del movimiento proletario moderno que está en vías de constituirse en
todos los países de forma acabada y el modelo a superar a
partir de entonces -todo esto fue
esencialmente el movimiento francés de mayo del 68, esta fue ya su
victoria”.
Este proceso se vivió también en
Primavera, y también se dijo que vino a hacer historia luego de 30 años de puro
estancamiento:
“En marzo de 1966 escribimos en el nº 10 de Internationale Situationniste: ‘lo
que hay de aparentemente osado en muchas de nuestras afirmaciones lo enunciamos
con la seguridad de ver a continuación una demostración histórica de irrecusable
peso’. No puede decirse mejor.
Naturalmente, nosotros no profetizamos nada. Señalamos lo que estaba ya allí: las condiciones
materiales de una nueva sociedad se daban desde hacía tiempo, la vieja sociedad
de clases se mantenía en todas
partes modernizando considerablemente su opresión y desarrollando
cada vez más contradicciones,
el movimiento proletario vencido volvía para lanzar un segundo asalto más
consciente y total. Muchos pensaban todo esto que la historia y el presente
ponían en evidencia, y algunos lo decían, pero de forma abstracta y por tanto
en el vacío: sin eco, sin posibilidad de intervención. El mérito de los
situacionistas consistió sencillamente en reconocer y designar los nuevos
puntos de aplicación de la revuelta en la sociedad moderna (que no excluyen en
absoluto, sino que por el contrario restablecen los antiguos): urbanismo,
espectáculo, ideología, etc. Debido a que esta tarea se cumplió radicalmente,
estuvo en disposición de suscitar a veces, o de reforzar bastante al menos,
ciertos casos de revuelta práctica. Ello no quedó sin eco: la crítica sin concesiones había tenido
escasos portadores en los izquierdismos de la época anterior. Si muchas
personas hicieron lo
que nosotros escribimos,
es porque nosotros habíamos escrito esencialmente lo negativo que habíamos
vivido nosotros y muchos otros antes. Lo que salió así a la luz de la conciencia
en primavera de 1968 no fue otra cosa que lo que dormía en esa noche de la
"sociedad espectacular" cuyos Sonidos y Luces mostraban un eterno decorado positivo.
Nosotros "cohabitamos con lo negativo" según el programa que
formulamos en 1962 (cf. I.S. 7).
No detallamos nuestros méritos para ser aplaudidos, sino para clarificar en la
medida de lo posible a otros que vayan a actuar en el mismo sentido.
Quienes cerraban los ojos a esta "crítica en lucha" no
contemplaban en la forma inquebrantable de la dominación moderna más que su
propia renuncia. Su "realismo" antiutópico no era más real que una
comisaría de policía, como tampoco los edificios de la Sorbona son más reales
que lo que hacen con ellos los incendiarios o los "katangais". Cuando
los fantasmas subterráneos de la revolución total se alzaran y extendieran su
poder por todo el país, todos los poderes del viejo mundo parecerían ilusiones
fantasmáticas disipándose en el gran día. Sencillamente,
después de treinta años de miseria que en la historia de las revoluciones no
han contado más que un mes, llegó ese mes de mayo que resume treinta años”.
Acá en Chile tampoco hubo que “profetizar”
nada, pero es evidente ahora a la luz de los hechos que había anticipaciones
importantes, como los dos textos de Comunidad de Lucha destacados en la edición especial sobre Revueltas en Chile y Ecuador del boletín rosarino La Oveja
Negra.
La IS discute además el tema de
si mayo del 68, movimiento cuya derrota proclaman abiertamente, había sido o no
una revolución, teniendo para eso en cuento diversas experiencias de los siglos
XIX y XX.
“Tras la derrota del movimiento de las ocupaciones, tanto los que
participaron como los que tuvieron que padecerlo se han planteado a menudo la
pregunta: "¿Fue una revolución?". El empleo extendido, en la prensa y
en la vida cotidiana, de un término cobardemente neutral -"los
acontecimientos"- señala precisamente el retroceso ante la respuesta, ante
la formulación siquiera de la cuestión. Hay que enfocar tal cuestión en su
verdadera perspectiva histórica. El "éxito" o el "fracaso"
de una revolución, referencia trivial de periodistas y gobernantes, no puede
servir de criterio por la simple razón de que aparte de las burguesas nunca ha triunfado ninguna revolución:
no ha abolido las clases. La revolución proletaria no se ha hecho hasta ahora
en ninguna parte, pero el proceso práctico a través del cual se manifiesta su
proyecto ha producido ya al menos una decena de momentos revolucionarios de
extremada importancia histórica a los que se reconoce el nombre de
revoluciones. Nunca se ha expresado en ellos el contenido total de la revolución proletaria, pero se trata
en cada ocasión de una interrupción esencial del orden socioeconómico dominante
y de la aparición de nuevas formas y nuevas concepciones de la vida real,
fenómenos diversos que sólo pueden comprenderse y juzgarse en su significación
de conjunto, inseparable ella misma del devenir histórico que pueda tener. De
todos los criterios parciales utilizados para reconocer o no el nombre de
revolución a un período problemático del poder estatal, el más perverso es
seguramente el que juzga en base a si el régimen político vigente cayó o se
mantuvo. Este criterio, muy utilizado después de mayo por los pensadores de
izquierdas, es el mismo que permite a los informativos calificar día a día de
revolución cualquier putsch militar
que haya cambiado en un año el régimen de Brasil, de Ghana, de Irak o de donde
sea. Pero la revolución de 1905 no derribó al poder zarista, que sólo hizo
algunas concesiones provisionales. La revolución española de 1936 no suprimió
formalmente el poder político existente: surgía por lo demás de un alzamiento
proletario comenzado para defender la República contra Franco. Y la revolución
húngara de 1956 no abolió el gobierno burocrático-liberal de Nagy. Si tenemos
en cuenta otras limitaciones dignas de ser señaladas, el movimiento húngaro fue
en muchos aspectos una sublevación nacional contra una dominación extranjera, y
ese carácter de resistencia nacional, aunque menos importante en la Comuna,
tuvo sin embargo un papel en sus orígenes. Ésta no suplantó el poder de Thiers
más que en la afueras de París. Y el soviet de San Petersburgo en 1905 no llegó
siquiera a controlar la capital. Todas estas crisis, inacabadas en sus
realizaciones prácticas e incluso en sus contenidos, aportaron sin embargo
muchas novedades radicales y pusieron seriamente en jaque a las sociedades a
las que afectaron, por lo que pueden ser calificadas legítimamente como
revoluciones. En cuanto a pretender juzgar las revoluciones por la magnitud de
la matanza que entrañan, esta visión romántica no merece ser discutida.
Revoluciones incontestables se han afirmado con choques poco sangrientos,
incluso la Comuna de París que acabaría en masacre, y muchos enfrentamientos
civiles han acumulado miles de muertos sin ser en absoluto revoluciones.
Generalmente no son las revoluciones las que son sangrientas, sino la reacción
y la opresión que se han opuesto a ellas en un segundo momento. Es sabido que
el número de muertos en el movimiento de mayo dio lugar a una polémica sobre la
cual los mantenedores del orden, provisionalmente tranquilos, no dejan de
insistir. La verdad oficial es que no hubo más de cinco muertos que fallecieron
instantáneamente, entre ellos sólo un policía. Todos los que lo afirman añaden
que es una suerte inverosímil. Lo que aumenta bastante la inverosimilitud
científica es que no se admitió nunca que uno solo de los numerosos heridos
graves pudiese morir en los días siguientes: esta suerte singular no se debió
sin embargo a la rapidez del socorro quirúrgico, sobre todo durante la noche de
Gay-Lussac. Por otra parte, si era muy conveniente en aquel momento una sencilla manipulación para subestimar
el número de muertos para un gobierno en situación desesperada, lo ha seguido
siendo después por
razones diferentes. Pero finalmente, en conjunto, las pruebas retrospectivas
del carácter revolucionario del movimiento de las ocupaciones son tan
incuestionables como lo que arrojó al rostro del mundo existiendo: la prueba de que llegó a
esbozar una legitimidad nueva es que el régimen restablecido en junio nunca osó
perseguir, para lograr la seguridad interior del Estado, a los responsables de
acciones manifiestamente ilegales que le habían despojado parcialmente de su
autoridad, o sea de sus edificios. Pero lo más evidente, para aquellos que
conocen la historia de nuestro siglo, es esto: todo lo que los estalinianos
hicieron por combatir sin descanso el movimiento demuestra que la revolución estaba
allí”.
Y por último, el paralelo más
evidente. La explosión de creatividad en las calles:
“El movimiento de ocupaciones era el retorno repentino del proletariado
como clase histórica, extendido a
la mayoría de los asalariados de la sociedad moderna y apuntando siempre a la
abolición efectiva de las clases y del salariado. Este movimiento era el
redescubrimiento de la historia colectiva e individual, la asunción de una intervención posible sobre la historia y de un
acontecimiento irreversible, con la sensación de que "nada sería ya como
antes". La gente contemplaba divertida la existencia extrañada que había llevado ocho
horas antes, su supervivencia superada. Era la crítica generalizada de todas las alienaciones, de todas
las ideologías y del conjunto de la antigua organización de la vida real, la
pasión por la generalización, por la unificación. En ese proceso se negaba la
propiedad, cada uno se sentía en todas partes en su casa. El deseo reconocido de diálogo,
de expresión integralmente libre, el placer de la verdadera comunidad habían
encontrado su terreno en los edificios abiertos al encuentro y en la lucha
común: el teléfono, que figuraba entre los escasos medios técnicos que aún
funcionaban, y el ir y venir de tantos mensajeros y viajeros, en París y en
todo el país, entre locales ocupados, fábricas y asambleas, comportaban este uso
real de la comunicación. El movimiento de ocupaciones era evidentemente el
rechazo del trabajo alienado; y por tanto la fiesta, el juego, la presencia
real de los hombres y del tiempo. Era también el rechazo de toda autoridad, de
toda especialización, de toda desposesión jerárquica; rechazo del estado, y por
tanto de los partidos y de los sindicatos, así como de los sociólogos y de los
profesores, de la moral represiva y de la medicina. Todos aquellos a los que el
movimiento había despertado con una cadena fulminante de acontecimientos
-"Rápido", decía uno de los eslóganes, tal vez el más bello, escritos
en los muros- despreciaban radicalmente sus antiguas condiciones de existencia,
y por tanto a quienes habían procurado mantenerlas, las estrellas de la televisión
y los urbanistas. A medida que se desmoronaban las ilusiones estalinianas con
sus edulcorantes diversos, de Castro a Sartre, todas las mentiras rivales y
solidarias de la época caían en ruinas. La solidaridad internacional volvió a
aparecer espontáneamente, muchos trabajadores extranjeros se lanzaron a la
lucha y gran cantidad de revolucionarios de Europa acudieron a Francia. La participación de las mujeres en todas
las formas de lucha es un signo esencial de su profundidad revolucionaria. La
liberación de las costumbres dio un gran paso. El movimiento era también la
crítica, todavía parcialmente ilusoria, de la mercancía (en su inepto disfraz
sociológico de "sociedad de consumo") y un rechazo del arte que no se
reconocía todavía como su negación histórica
(en la pobre fórmula abstracta "la imaginación al poder", que
ignoraba los medios para poner en práctica ese poder, para reinventarlo, y que
al carecer de poder, carecía también de imaginación). El odio a los recuperadores declarado en todas
partes no llegaba todavía el conocimiento teórico-práctico del modo de
eliminarlos: neoartistas y neodirigentes políticos, neoespectadores del
movimiento que les reclamaba. Aunque la crítica del espectáculo de la no-vida
no era todavía su superación revolucionaria, la tendencia "espontáneamente
consejista" de la sublevación de mayo se anticipó a casi todos los medios
concretos, entre ellos la conciencia teórica y organizacional, que le hubiesen
permitido traducirse en poder y ser el único poder”.
(Foto: FFEE reprimen homenaje a Mauricio Fredes y rompen la animita instalada en Irene Morales con Alameda)
Mauricio Fredes, el Lambi, fue sepultado hoy, en un hermoso y masivo funeral. Hasta siempre Lambi. Hoy el fuego de la noche se encenderá por tí, por Abel, por Alex y por todxs los que ya no están. Nada ha terminado. La lucha sigue.
Etiquetas: 1968, chanchos culiaos asesinos, I.S., memoria negra, reflexión, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases
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