sábado, abril 04, 2020
"Cuando la bicicleta venció a los tanques" x Cristóbal Cornejo
Nunca
comulgué mucho con las posiciones políticas de la revista La Bicicleta, y la
trayectoria posterior de su director lo confirma. De todas maneras, en medio de
la larga noche dictatorial me alegraba verla en los kioskos y en las casas de
familiares y amigos, y uno se ponía a hojearla con atención, encontrando varios
materiales interesantes, partiendo por las graciosas viñetas del antihéroe
Super Cifuentes, y reportajes musicales que por lo general se centraban en el
Canto Nuevo, pero donde también hubo algunas menciones no tan prejuiciadas
respecto del punk (más gracias a las cartas de los lectores que a la línea
editorial), harta cobertura a Los Prisioneros (que con “Nunca quedas mal con
nadie” ofendían a gran parte de los lectores) y un cancionero de Rock In Rio
donde podías aprender a tocar varios éxitos de Iron Maiden, AC/DC y Scorpions.
Lo usual
era que sus cancioneros estuvieran dedicados a Silvio Rodríguez, lo cual era
bueno y malo. Bueno porque con un par de acordes y harto empeño mucha gente se
atrevía a tomar la guitarra y cantar. Malo porque finalmente todos cantaban las
mismas canciones, y los carretes ochenteros se transformaban en un festival de
imitaciones de Silvio, garantizando conquistas amorosas y encuentros eróticos a
los intérpretes, y el aburrimiento de quienes a pesar de ser militantes de
juventudes políticas de izquierda preferiríamos haber pasado las veladas en
compañía de Black Sabbath o Led Zeppelin.
Subtitulada
“Revista chilena de la actividad artística”, su N° 1 apareció en 1978, incluyendo
esta declaración de principios:
“Queremos expresar a ustedes que hoy
nos sentimos formando parte de un ancho proceso cotidiano de transformación del
arte y del artista, desde la perspectiva de su función social. (…) Hoy día en
Chile, en los más diversos organismos e instituciones, iglesias, poblaciones,
clubes y talleres, germina la actividad artística; a veces con dificultad, con
mayor o menor apoyo, con irregulares logros o fracasos, es un verdadero
movimiento el que surge y se propaga. (…) Es así que nace nuestra revista; un
nuevo grupo de trabajo al interior de este movimiento, un grupo con una función
específica: entregar un medio de comunicación social para facilitar la difusión
de la creación, la reflexión, la crítica; para poder aportar así, a la
profundización de esta experiencia que compartimos. La Bicicleta es
un proyecto largamente madurado, sin embargo no tiene aún la madurez ni la
tendrá en tanto no sea maduro el movimiento artístico del que surge y del que
forma parte”.
El último número apareció en 1990. La Bicicleta no siguió
pedaleando durante la transacción a la democracia. Antes de la Cerdos &
Peces (revista argentina dirigida por e Syms) era el único lugar en que podías
leer sobre Fassbinder, Matta y otros próceres de la contracultura.
Aprovechando que Memoria Chilena subió varios números de la revista,
quería compartir una breve nota que nuestro querido amigo, camarada, cómplice,
amante, músico, periodista, investigador materialista de la realidad, chamán y
poeta Cristóbal Cornejo redactara hace ya 6 años, y que fuera incluida en sus “Escritos
(Anti) Políticos”, editados póstumamente en marzo de 2016.
“Cuando la
bicicleta venció a los tanques”
por Cristóbal Cornejo, El Ciudadano 151, marzo de 2014
Hubo un tiempo en que el arte fue peligroso. Fue arma y estuvo en la
mira de las dictaduras. Eduardo Yentzen fue protagonista de la resistencia
cultural a Pinochet desde La Bicicleta, una publicación que a puro corazón
llegó a ser la revista mensual más leída en Chile, transformándose en trinchera
de quienes buscaban devolver los colores a sus vidas.
Lejano
parece el tiempo en que difundir arte era como cargar armas, donde había que
darle vueltas a la lengua tratando de decir lo inefable. Eduardo Yentzen
Peric (61) y su generación se hicieron expertos en el arte de la metáfora,
y más aún del camuflaje de los sentidos que debía enfrentar la censura
dictatorial mediática. La Bicicleta,
así, pedaleó milla a milla, siempre desde la precariedad, transformándose entre
1978 y 1987 en la revista de artes y humanidades más importante, un bastión de
la diversidad activa contra la Junta Militar.
Yentzen
autoeditó recientemente “Los voz de los setenta: un testimonio sobre la
resistencia cultural a la dictadura (1975-1982)”, un relato personal que, sin
embargo, “es un soporte para la memoria colectiva”, escrito por un joven que en
1982 cumplía 30 años, cuando La Bicicleta cumplía 27 números publicando
colaboraciones nacionales e internacionales de lujo.
Así, desde
los espacios de la creación, al amparo de la Iglesia Católica, al calor
de las peñas y actividades, y empujada por organizaciones que poco a poco iban
reconstituyendo las confianzas, empezó a escribirse la historia de una revista
que, desde sus contenidos, fue oasis en medio del desierto, contraparte al plan
cultural oficial que esos años preparaba el camino a la instalación de los
valores neoliberales; una historia llena de anécdotas tragicómicas, de
solidaridad, y aventuras colectivas que permitieron resistir el miedo al terror
milico.
Una de esas
historias tiene que ver con el concurso literario que -anónima, como suelen ser
las obras participantes en un concurso- ganara Mariana Callejas (agente
de la Dina), obligando al equipo a definirse: finalmente
publicarían a Callejas, luego de un debate que resolvió que se debía premiar
obras o personas; decisión que, claramente, traería coletazos.
“Hace poco
un lector de La Bicicleta me dijo que en ese momento, siendo estudiante
secundario, tomó la posición de consecuencia con los principios democráticos
–que es en lo que nosotros sustentamos nuestra decisión- como ética de vida.
Eran tiempos complejos, los que nos confrontaron tuvieron buenas razones para
ello”, recuerda Yentzen.
Porque no
sólo se enfrentaron contra la prensa y la represión: a veces los militantes más
antiguos, desde su ortodoxia, no comprendieron sus dinámicas, rechazándolas por
“poco claras en sus objetivos políticos”.
“No es que
las rechazaran, sino que por su vida exclusivamente clandestina vivieron un
aislamiento respecto de las lógicas que se iban dando en la resistencia
cultural (filo) legal”, aclara Yentzen. “Estaba la opción de hacerles caso o
expresarles que estaban desubicados y proceder en consecuencia, que fue la
actitud que yo tuve. Y que fue tolerada”, explica.
Sorprende
la diversidad de actores envueltos en la red de La Bicicleta (“debe ser uno de
los tiempos más fraternos entre las distintas trincheras que luchaban contra la
dictadura”), así como lo ascendente de su impacto en la sociedad chilena, ya
que a través de sus contenidos se reflejan los cambios culturales que la
ideología dominante iba generando en el ciudadano medio y los análisis que de
ello hacían académicos y artistas.
Varias problemáticas
se mantienen incólumes al día de hoy. Una de ellos, por ejemplo, es la
concentración de los medios, el monopolio de la imprenta y la distribución, la
uniformidad ideológica: una herencia dictatorial que la Concertación más
que disolver, consolidó.
-Me llama
la atención que el punto de inflexión de la revista en 1981 venga dado por la
inclusión protagonista de los contenidos musicales, al punto que algunos
sectores los criticaron por “haberse vuelto comerciales”…
-Nosotros,
tras el primer especial de Silvio a comienzos de 1980, optamos por ser
una revista juvenil, y la revista juvenil en Chile se ha anclado siempre
en una música, y esa era nuestra música. Y hemos sido sin duda la revista
juvenil más profunda en la historia del país, con más temática cultural, más
impulsora de los nuevos temas de ecología, valoración de los pueblos
originarios, feminismo, etc.
Y lo de ser
comercial es un chiste, porque digo en el libro que el sueldo de todo nuestro
equipo no alcanzaba para más de pagar el arriendo de una pieza en una casa
comunitaria, pagar las cuentas, comer y movilizarse.
-¿Qué
opinas de la recurrente caracterización del Canto Nuevo como “llanto nuevo” por
su estado anímico y disposición? A propósito, en algún momento imaginé que el
título del libro era una respuesta al mensaje de la canción de Los Prisioneros…
-No era una
respuesta sino una referencia o contrapunto. Mi motivación fue hacer una
declaración pública de que existió una generación o voz de los 70, que era la
última de las silenciadas en nuestro rol en esos años. Para mí el Canto Nuevo
fue la música de mi vida juvenil, y en el libro declaro que paradójicamente
ésta tuvo una intensidad gozosa. Por otro lado, qué onda con que el Canto nuevo
expresara dolor, si es quizá el periodo histórico de Chile en que ha habido más
de qué dolerse.
-El ‘92
criticabas en tu obra de teatro los incipientes “abusos de poder” que
detectabas en la Concertación. ¿Qué reflexión haces luego de cuatro gobiernos
que hoy se ve tan cómplices del modelo diseñado por la dictadura?
-Criticar
es decir: lo hacen mal, o tienen mala intención. En mi visión las conductas
llamadas malas nacen de la debilidad. Esto es difícil de explicar aquí. En la
obra de teatro unos fantasmas se le aparecen a un alto dirigente (cualquiera)
de la Concertación para decirle que si se interesaba en no caer en
abusos de poder, ellos se ofrecían a apoyarlo en poder cumplir ese deseo.
Criticar no es útil. Yo ofrezco apoyar a quienes deseen no cometer abuso de
poder. Lo podríamos llamar un ‘coaching
democrático’.
-¿Tiene
sentido para ti para la idea de contracultura en la actualidad?
-Absolutamente,
respecto de la cultura neoliberal, respecto de la cultura
occidental/racionalista. Tenemos la oportunidad de transformación en grande. A
ver si podemos.
Etiquetas: cris corn, documentos de cultura, Loso Chenta, memoria negra, memories of you
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