lunes, mayo 18, 2020
Cuarentena y Estado policial: el 1° de mayo en Plaza Dignidad
El estado de catástrofe
por la calamidad pública del “coronavirus” declarado por el presidente Piñera
el 18 de marzo -exactamente cinco meses después de la declaración de estado de
emergencia por la rebelión popular-, implica varias restricciones permanentes a
la libertad de circulación de las personas.
Al igual que en
octubre, existe un toque de queda de 22:00 a 5:00, que invariablemente nos
acompañará en los por lo menos tres meses que en principio durará este estado
de catástrofe.
La circulación fuera de
dicho horario es perfectamente legal en todo el país, a menos que usted viva en
una comuna declarada en cuarentena.
El viernes 1° de mayo
la convocatoria a manifestarse en Plaza Dignidad (ex La Serena, Italia y
Baquedano) se producía en el espacio territorial de la comuna de Providencia,
que en ese momento no estaba en cuarentena pues se vivía la fase
exitista-zorrona de su versión “dinámica” con “retorno seguro” incluido.
Avanzo en bicicleta portando
mascarilla, y llego por Bustamante, poco antes de las 11. Diviso una gran
cantidad de vehículos policiales estacionados media cuadra antes de la
Telefónica, siendo la novedad que muchos de ellos son de color blanco (del cual
en la escuela nos decían que en verdad no es un color, sino que la suma de
todos juntos).
Mi memoria visual pega
un salto directo a los años ochenta, tiempo en que las cucas y radiopatrullas
eran negro con blanco, detalle que ya casi había olvidado tras décadas de uso
de vehículos pintados color “verde paco”, lo que en rigor parece haber sido obra
de la política estética de los años llamados de “transición a la democracia” (y
que en realidad fueron más bien de “consolidación y ajuste” del modelo social,
económico y político heredado de la dictadura).
En esos años en que todavía había salas de cine donde los estrenos eran eventos colectivos interesantes, a los policías de FFEE los llamábamos “cylones”, por influencia de la película “Galáctica, astronave de combate”, donde los soldados/robots enemigos usaban cascos y protecciones tan futuristas como estas, que anticipaban en cierta forma a la imagen de “Robocop” y la existencia de los “bots”. Poco después por otra contaminación cultural holywoodense desviada por el uso popular se les empezó a denominar como “tortugas ninja”.
En esos años en que todavía había salas de cine donde los estrenos eran eventos colectivos interesantes, a los policías de FFEE los llamábamos “cylones”, por influencia de la película “Galáctica, astronave de combate”, donde los soldados/robots enemigos usaban cascos y protecciones tan futuristas como estas, que anticipaban en cierta forma a la imagen de “Robocop” y la existencia de los “bots”. Poco después por otra contaminación cultural holywoodense desviada por el uso popular se les empezó a denominar como “tortugas ninja”.
En todo caso la mayor
novedad que pude apreciar en esa bella y soleada mañana de otoño es que estos
carros policiales ya no tienen la inscripción “FF.EE.” (por Fuerzas
Especiales), que ha sido reemplazada nada
menos que por "C.O.P." Esta elección de nuevo nombre para un cuerpo policial
que en sus inicios se llamaba “Grupo Móvil” es digna de un análisis psicosocial
más que jurídico que alguien mejor calificado debería hacer.
Pero diría que al menos
en un nivel consciente, el uso de la expresión “cop” como nuevo nombre oficial
de la policía antidisturbios (que antes de ser Fueras Especiales se llamaba
“Grupo Móvil”) no es por recoger la denominación coloquial equivalente a “paco” en
inglés y recogida en la sigla A.C.A.B. (“all cops are bastards”: “todos los
pacos son bastardos”), popularizada hace décadas por las subculturas punk y
skinhead en Inglaterra y que en octubre se tomó las paredes de todo Chile, sino
que correspondería a la sigla de “Control del Orden Público”. A nivel
inconsciente la elección de nombre es obviamente muy mala, comparable a cuando
asumió el mando Bruno Villalobos e instaló el eslogan: “somos la frontera entre
la ciudadanía y la delincuencia”.
Estos nuevos nombres y
colores expresan muy concretamente dos cosas: la importante cantidad de miles de
millones de pesos que fue invertida en renovar la flota antimotines del
segmento policial del aparato represivo del Estado, y la dimensión
principalmente “cosmética” (literalmente: un cambio de nombre acompañado de una
manito de pintura) de la reforma policial anunciada en marzo por una comisión
convocada por el Gobierno (liderada por Blumel) y también otra convocada por la
Comisión de Seguridad del Senado (liderada por Harboe).
En ambos casos se habla
de la necesidad de una “reforma” y no sólo una “modernización”, y a renglón
seguido se aclara que en todo caso no se trataría de una “refundación” de la
policía uniformada, sino que de una reforma de Estado hecha “con Carabineros”,
pues como dijo Blumel en carta a El Mercurio con ocasión de los 93 años de la
institución: “La experiencia de más de nueve décadas de Carabineros de Chile,
ampliamente valorados por la ciudadanía la mayor parte del tiempo, es un activo
que no podemos desaprovechar”.
En el parque se ven
pequeños grupos de personas, en general portando mascarillas, a las que enormes
contingentes de Carabineros les realizan controles preventivos de identidad.
Tras los minutos que dura el control, las personas avanzan.
Estaciono mi bicicleta
al lado de más carros policiales que están ubicados en Avenida Providencia,
para que quede bien custodiada por funcionarios encargados de hacer cumplir la
ley, y me dirijo hacia la explanada frente al teatro de la Universidad de
Chile, donde de manera bien dispersa se aprecia un grupo que estimo en alrededor
de 50 personas. Junto a ellas, enjambres de reporteros y periodistas oficiales
e independientes, con mascarillas y credenciales.
Otros observadores de
DDHH me dicen que la idea es no juntarse en grupos de más de 50 personas,
porque es el límite impuesto por el estado de excepción. En efecto, el artículo
3 del decreto entrega a los Jefes de la Defensa Nacional la facultad de
“Establecer condiciones para la celebración de reuniones en lugares de uso
público, de conformidad a las instrucciones del Presidente de la República”.
Carabineros son harto
más que 50, y la pequeña pero activa manifestación está completamente rodeada
de COPs: grupos de infantería avanzan desde el parque Bustamante, otros están
ubicados en el Monumento al exterminador de mapuche, Manuel Baquedano, afuera
de la estación de Metro nombrado en su honor, en Vicuña Mackenna, Alameda e
incluso cubriendo completamente el Puente Pío Nono.
Hay dos vehículos
policiales justo afuera del metro, en el inicio de avenida Providencia, y desde uno de ellos emiten un mensaje por
altoparlantes:
“Las personas que se
están manifestando de manera violenta son una minoría, aléjese de ellos y
manténgase en una zona segura. Esta manifestación está siendo registrada con
tecnología disponible por carabineros. Recuerde que este material luego puede
ser considerado como evidencia”.
La masa, que ahora me
parece ser de unas 100 personas en total, y donde absolutamente nadie está
ejecutando nada que pueda ser considerado como un acto de violencia, es
arrinconada por los COPs y acarreada hacia los paraderos de Vicuña, donde están
ubicados los furgones de traslado de imputados. Detienen a quienes les quedan
más cerca, o tienen lienzos, o están filmando. Se llevan a una mujer que andaba con su hijo
de 9 años, que debe arrancar junto a otras mujeres. Detienen incluso a quienes
tienen credenciales de prensa.
Persiguen gente hacia
el parque Bustamante, donde hacen más detenciones, y también avanzan
persiguiendo gente por Vicuña hasta Rancagua.
Les consulto a dos
carabineros si estas detenciones son por desorden, o por el delito de poner en
peligro la salud pública (artículo 318 del Código Penal). Me responden:
“depende…si los detenemos acá, que es Providencia, es solo desorden…pero hay
otras personas que detectamos por las cámaras que vienen desde Santiago y ahí
entonces es por violar la cuarentena”.
La gente se reagrupa de
a poco, ante una presencia policial que no disminuye, pero se queda un momento
quieta a la espera de una segunda arremetida que no tarda demasiado en llegar.
Esta vez entran en acción los nuevos carros lanza-aguas que, mientras se
escucha el mismo mensaje sobre los “grupos violentos”, persiguen con chorros de
largo alcance a manifestantes pacíficos en una zona que no está en cuarentena.
La gente corre hacia Bustamante, y en un momento los COPs detienen a una gran
cantidad de reporteros, que por estar cubriendo los hechos no arrancan de la
policía y quedan totalmente a su alcance para efectos de ser rápidamente
ingresados a la fuerza a los carros de traslado de imputados. Reporteros de
prensa y TV pudieron transmitir en vivo su detención al interior de dichos
vehículos.
El General Bassaletti
dijo luego que aunque muchos de ellos portaban credenciales, Carabineros tenía
que proceder a detenerlos para llevarlos a la 19° Comisaría y recién ahí poder
verificar si es que en realidad eran quienes señalaban dichas credenciales. Lo
cual jurídicamente es una aberración: para efectos de comprobar “in situ” la
identidad de las personas existe el control de identidad del Código Procesal
Penal, que exige algunos indicios de actividad delictiva, y sólo en caso de que
la persona no se identifique habilitaría para llevarla conducida (¡no detenida!)
a un recinto policial. Además, desde el 2016 existe el control preventivo de
identidad, que puede ser practicado a cualquier persona que no sea notoriamente
menor de edad, y debe ser hecho en el lugar en que la persona se encuentre
cuando se le exige su identificación.
La persecución sigue
por el parque y llega casi hasta la calle Marín. Se llevan detenido a un hombre
que andaba con su hijo de 12 años. Presa fácil porque al estar con él no pudo
correr mucho. Cuando se les hace ver que el niño iba a quedar solo, ¡deciden
llevarse también al niño! No ven ninguna otra opción, a pesar de que el
desorden-falta sólo tiene pena de multa y no amerita detención, sino que
solamente tomar los datos para una futura citación (ver los artículos 124 y 134
del Código Procesal Penal).
Regreso a la Plaza
Dignidad y ya hay grupos de personas reagrupándose y percutiendo el ritmo
incesante de fierros y cacerolas que no ha dejado de retumbar desde el 18 de octubre.
Carabineros retira
parcialmente su despliegue, reservándose para más manifestaciones en la tarde.
Antes de irme veo que un grupo de ellos echa sus motos encima de la gente, y a
una señora que los increpa uno le grita: “váyase a su casa a hacer el almuerzo”.
Ella replica: “llevo cuarenta años en las calles y mi pareja me espera
cocinando en la casa”, agregando un par de garabatos. Otro carabinero se le
acerca, le dice que no le haga caso y le asegura que “no somos todos
iguales”.
Antes de irme lanzo una
mirada de desagravio al lugar exacto en que posó Piñera cuando creyó terminada
la revuelta, y me fijo en que, salvo los monumentos de Baquedano y el de la
comunidad italiana (el ángel y el león), que fueron repintados y lucen de una
manera que pretende ignorar el estallido y sus acciones espontáneas de
desmonumentalización, el resto del entorno luce casi igual que antes del 18 de marzo. Como
esperando a cuando todo recomience.
Me voy pedaleando por
calles vacías de autos, como en octubre, y lo único que cambia es que llevo una
mascarilla P95 en vez de una máscara antigas. Repaso mentalmente qué otras
actividades barriales están convocadas para lo que queda del día, me alegro al
comprobar que nunca vamos a dejar pasar un 1° de mayo sin recordar a los caídos
en Chicago en 1886, y recuerdo que en uno de sus últimos mensajes Walter
Benjamin nos decía que “el estado de excepción en que ahora vivimos es en
verdad la regla” y que “el concepto de historia al que lleguemos debe resultar
coherente con ello”.
Etiquetas: 2020 fin del mundo tal cual lo conocemos, Chantiago, psicogeografía, revuelta permanente, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases
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