sábado, septiembre 26, 2020
JOSÉ DOMINGO GÓMEZ ROJAS
SEPTIEMBRE DE 1920: ENCARCELAMIENTO Y MUERTE DEL POETA JOSÉ DOMINGO GÓMEZ ROJAS
(publicado en La Voz de los que Sobran).
Además, se desató una fuerte represión contra los “subversivos”,
que por oponerse a esta maniobra eran acusados de estar “vendidos al oro
peruano”. Como suele pasar en estos casos -y sigue ocurriendo hasta el día de
hoy-, esa represión se ejerció tanto a través del aparato represivo oficial
(policía, militares, jueces, cárceles) como mediante la acción de grupos de
civiles que encontraban vía libre para ejercer su labor parapolicial.
El 21 de julio una horda de la llamada “juventud dorada”
(jóvenes reaccionarios de la clase alta) atacó e incendió el local de la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) en la primera
cuadra del Paseo Ahumada.
En los días posteriores se vino la arremetida judicial,
encarcelando a cerca de mil personas en lo que se conoció como el “proceso a
los subversivos”, al cual se refiere entre otros la notable pluma del abogado
Carlos Vicuña en su libro “La tiranía en Chile”.
El 25 de julio la policía llegó a la casa donde vivía José
Domingo Gómez Rojas junto a su madre y su hermano menor Antuco, de 12 años. Conocido
como “el poeta cohete”, este joven de 24 años era al mismo tiempo: estudiante
de Derecho en la Universidad de Chile y de Castellano en el Pedagógico, profesor
que hacía clases gratuitas en un Liceo nocturno, oficial dactilógrafo de la
Municipalidad de Santiago, participante activo en la FECH, la Federación Obrera
de Chile, y la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional.
En 1913, contando apenas con 17 años de edad, había publicado
el libro “Rebeldías líricas” (disponible íntegramente en el sitio web de
Memoria Chilena, en una edición de 1940), el único que alcanzó a publicar en su
corta vida.
El libro es profundo y hace erizar los pelos. Sus breves y
sencillos poemas parecen armas. Tienen un enorme impulso antiautoritario y
rebelde que en cierta forma es la resultante del personal y único cruce que en
su biografía tuvieron el anarquismo de principios de siglo -con un tono más
stirneriano y nietzscheano que materialista histórico- y una vertiente mística
que proviene de la tradición no católica-romana del cristianismo, que se
amalgaman en versos como los de este fragmento de su poema “Renegación”:
Yo, hijo de este siglo
hipócrita y canalla
reniego de mi siglo y salgo a la batalla
con gritos de amenaza y ayes de rebelión
y son mis cantos rojos, como la dinamita
y como mis dolores, como mi ansia infinita,
como mi sed eterna de eterna redención.
El anarquismo de hace 100 años, que en Chile era prominente
antes de la formación de los grandes partidos de la izquierda autoritaria y/o
burocrática en los años 20 y 30, fue una gran herramienta para la organización
y la autoconciencia del pueblo desde el Norte grande a la Patagonia. Y en todas
partes fue severamente reprimido.
Pero si tenemos en cuenta que José Domingo era un activo
anarquista pero también militaba en las
juventudes radicales, y que como ya señalamos no era ateo ni agnóstico sino que
un espíritu libre, abiertamente místico y singularmente cristiano, podríamos
imaginar que en las filas anárquicas de estos tiempos había una considerable
variedad de posiciones y no la gris uniformidad que asociamos ahora al
anarquismo más tradicional.
José Domingo era un conocido agitador en su tiempo. Declamaba
por horas ante las masas su volcánica poesía-cohete en medio de las enormes
concentraciones que se realizaban en esos tiempos agitados en la Alameda.
Incursionó en la práctica del “mítin relámpago” llevando una silla a la salida
de fábricas para poder hablar y luego huir de la policía gracias al apoyo de la
multitud.
Suponemos que por todas esas razones la policía lo fue a
buscar, siguiendo instrucciones de un turbio magistrado, bajo el pretexto de
aparecer mencionado en un acta incautada en un local de la Industrial Workers
of the World (o “wobblies”, una corriente sindical organizada de gran presencia
en Estados Unidos, con posiciones entre el anarquismo y el sindicalismo
revolucionario, y que en ese entonces tenía una activa presencia en la región
chilena). Se dice que al momento de ser detenido Gómez Rojas no entendía muy
bien qué estaba pasando.
Desde el inicio el juez Astorquiza se ensañó con él, y en vez
de enviarlo junto a sus amigos a la Penitenciaría de Santiago (que aún sigue
ahí en Pedro Montt, a cuadras del metro Rondizzoni) ordenó que lo encerraran en
la Cárcel Pública (que ya no existe, y estaba situada en General Mackenna,
desde donde en enero de 1990 se fugaron 49 presos políticos y donde poco
después pude ver y saludar por última vez a Marco Ariel Antonioletti en una corta
visita carcelaria, sin sospechar que sería asesinado por el Estado poco
después, el 14 de noviembre del año del “retorno de la democracia”).
Cuando el juez interrogó a Gómez Rojas, le preguntó de
entrada si era anarquista. La inesperada respuesta del poeta lo descolocó: “No
tengo, señor Ministro, suficiente disciplina moral para pretender ese título,
que nunca mereceré”.
Astorquiza lo amenaza entonces con dejarle caer todo el rigor
de la Ley de Seguridad Interior del Estado (que todavía existe y se aplica,
aunque en su forma actual: la Ley 12.927, de 1958, varias veces modificada y
aplicada hasta nuestros días, incuso contra estudiantes secundarios, pero jamás
contra gremios poderosos y reaccionarios como el de los camioneros). Gómez
Rojas le recomienda: “No hagamos teatro, señor Ministro”. El magistrado
enfurece y ordena que lo envíen a aislamiento a la celda 462, incomunicado, a
pan y agua.
Tras salir del aislamiento es trasladado junto a los demás
“subversivos” a la Penitenciaría, hasta que en una inspección judicial
realizada el 29 de agosto Astorquiza se
indigna al verlo fumar en el patio de la cárcel. José Domingo le hace
ver que él también está fumando, no un cigarrillo sino que un habano. El juez lo
golpea en el rostro y ordena que lo regresen a la Cárcel Pública, donde de
nuevo lo someten a formas extremas de aislamiento, e incluso le quitan la
posibilidad de acceder a papel y lápiz.
José Domingo no se deja doblegar. Raya en la pared de su
celda el que tal vez haya sido de lejos se poema más famoso en la juventud de
la época:
La juventud, amor, lo
que se quiere,
ha de irse con nosotros. ¡Miserere!
La belleza del mundo y lo que fuere
morirá en el futuro. ¡Miserere!
La tierra misma lentamente muere
con los astros lejanos. ¡Miserere!
Y hasta quizás la muerte que nos hiere
también tendrá su muerte. ¡Miserere!
Astorquiza se mantiene inflexible, y dice que el poeta se
está “haciendo el loco”.
José Domingo contrae difteria y meningitis. El 21 de
septiembre lo envían a la Casa de Orates, donde muere el 29.
A su funeral asistieron cincuenta mil personas, cuando en
Santiago vivían quinientos mil. Pocos días después salió el primer número de
Claridad, la revista de la FECH, casi enteramente dedicado a su compañero
caído.
José Domingo
siguió viviendo en las páginas de las novelas de los amigos quienes alentó a
escribir: Manuel Rojas y José Santos González Vera, entre varios más.
La plazoleta en Pío Nono frente a la Escuela de Derecho
llevaba su nombre y puedo dar fe de que al menos desde 1988 hasta algún momento
que no recuerdo bien estaba emplazada ahí una gran una piedra roja en homenaje
a Gómez Rojas. Me temo que fue quitada cuando se decidió rebautizar esa plaza
con el nombre de Juan Pablo II hacia el año 2009, maniobra urbanística que
originalmente incluía la idea de posicionar en ese lugar una estatua del Papa
polaco.
Recientemente se publicó una excelente Antología de Gómez
Rojas por las Ediciones Universidad Diego Portales, con selección de poemas a
cargo de Adán Méndez y un valioso prólogo de Nicolás Vidal. Si bien la
antología se tituló “Rebeldías líricas”, aparecen sólo cinco poemas del libro
del mismo nombre, y el grueso de la obra se concentra en las Elegías (1935),
además de otros hallazgos como apariciones en una pequeña antología de poetas
chilenos de 1917 y la revista Los Diez (1916).
No hay persona a quien le haya mostrado esta antología que no
haya quedado profundamente impactada por su vida y obra. Lo cual es una buena
manera de llevar a la práctica la afirmación de que nada ni nadie está olvidado,
aunque ya haya transcurrido un siglo.
Etiquetas: anarquia, memoria negra, poesía, psicogeografía