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lunes, noviembre 29, 2021

¿El fascismo viene o ya estaba acá y lo "empoderaron" al mismo tiempo que apagaban las llamas de la revuelta?  


Buena pregunta. Me la planteé la semana pasada y envié una columna a El Porteño: "Octubre, noviembre, ¿septiembre?"

Luego de eso las columnas sobre el tema se han vuelto sobreabundantes, así como el chantaje sobre los sectores abstencionistas, a quienes se nos echa la culpa de todo en estos casos (deja vu: 1988, 1989, 1999, 2010, 2017, y ahora 2020 y 2021). 

Asi que mejor los dejo con un interesante documento con el cual se puede dialogar y discrepar y del cual se puede aprender mucho.

Es una entrevista a Pier Paolo Pasolini incluída en el libro póstumo "Escritos Corsarios". Que la disfruten. Los subrayados son nuestros.

Se recomienda leer escuchando a Crass, de cuya colaboradora gráfica (Gee Vaucher) tomé estas  imágenes. Si ya están chatos de escuchar los discos de siempre de tan magnífico colectivo anarco-punk, entonces acudan a los 223 remixes que compilaron en "Nunca fue normal", editado el 30 de junio de este año. 

Si la anarquía de los sentidos que exploraron entre 1977/1984 aún nos hace sentido, esperen a escuchar cómo sigue reverberando en las mentes y cuerpos de quines tomaron estos materiales y les dieron nueva vida.

AMPLIACÍON DEL «BOCETO» SOBRE LA REVOLUCIÓN ANTROPOLÓGICA EN ITALIA

(11 de julio de 1974 en el «Mondo», entrevista a Pier Paolo Pasolini realizada por Guido Vergani).

*

Nosotros los intelectuales tendemos siempre a identificar la «cultura» con nuestra cultura: por lo tanto, la moral con nuestra moral y la ideología con nuestra ideología. Esto significa: 1) que no usamos la palabra «cultura» en su sentido científico, 2) que expresamos con ello un cierto e inevitable racismo hacia aquellos que viven, precisamente, en otra cultura. En realidad, dada mi existencia y mis estudios, yo siempre he podido evitar bastante caer en estos errores. Pero cuando Moravia me habla de gente (o sea en la práctica todo el pueblo italiano) que viven en un nivel pre-moral y pre-ideológico, me demuestra que ha caído por completo en estos errores. Lo pre-moral y lo pre-ideológico existen cuando se supone la existencia de una sola moral y una sola ideología históricamente justas: que sería por lo tanto la nuestra, burguesa, la de Moravia, o la mía, la de Pasolini. No existe, en cambio, pre-moral o pre-ideológico. Existe simplemente otra cultura (la cultura popular) o una cultura precedente. Es sobre estas culturas que se levanta una elección moral e ideológica: por ejemplo, la elección marxista o la elección fascista.

Ahora esta elección es esencial. Pero no es «todo». Esta elección, como Moravia mismo lo hace notar, no se resuelve por sí misma sino por sus resultados teóricos o prácticos (la transformación del mundo). ¿En qué forma, si no, algunas decisiones justas -por ejemplo un marxista maravillosamente ortodoxo- dan resultados tan horriblemente equivocados?

Exhorto a Moravia a pensar en Stalin. En cuanto a mí, no tengo dudas: los «crímenes» de Stalin son el resultado de la relación entre la elección política (el bolchevismo) y la cultura precedente de Stalin (aquello que Moravia llama con desprecio pre-moral o pre- ideológico). Por otra parte no es necesario recurrir a Stalin, a su elección justa y a su fondo popular campesino, clerical y bárbaro. Los ejemplos son infinitos. También yo, por ejemplo, según Maurizio Fenara (que en «L'Unita» me dirige la misma crítica que Moravia, es decir, me recuerda severamente el valor esencial y definitivo de la elección), he hecho una elección justa pero una aplicación errónea: debida, al parecer, a mi irracionalismo cultural, es decir, la cultura precedente en la cual me he formado.

Hoy generalizamos por míllones estos casos individuales. Millones de italianos han hecho elecciones (bastante esquemáticas): por ejemplo, muchos millones de italianos han elegido el marxismo, o por lo menos tendencias progresistas, mientras que otros millones de italianos han elegido el fascismo clerical. Estas elecciones, como siempre sucede, se han injertado en una cultura. Que es precisamente la cultura de los italianos. Cultura de los italianos que, entretanto, ha cambiado completamente. No, no en sus ideas expresadas, no en la escuela, no en los valores sostenidos conscientemente. Por ejemplo, un fascista «modernísimo», es decir, manejado por la expansión económica italiana y extranjera, lee todavía Evola. La cultura italiana ha cambiado en lo vivido, en lo existencial, en lo concreto. El cambio consiste en el hecho de que la vieja cultura de clase (con sus divisiones netas: cultura de la clase dominada, o popular, cultura de la clase dominante o burguesa, cultura de las élites), ha sido sustituida por una nueva cultura interclasista: que se expresa mediante la manera de ser de los italianos, mediante su nueva calidad de vida. Las elecciones políticas, injertándose en el viejo humus cultural, eran una cosa: injertándose en este nuevo humus cultural son otra. Un obrero o un campesino marxista de los años cuarenta o cincuenta, en la hipótesis de una historia revolucionaria, habría cambiado el mundo de una manera: hoy, en la misma hipótesis, lo cambiaría de otra manera. No quiero hacer profecías: pero no oculto que soy desesperadamente pesimista: quien ha manipulado y radicalmente (antropológicamente) cambiado las grandes masas campesinas y obreras italianas es un nuevo poder que me es difícil definir: pero estoy seguro que es el más violento y totalitario que hubo jamás: cambia la naturaleza de la gente, entra mucho más profundo en las conciencias. Por lo tanto, por debajo de las elecciones conscientes, hay una elección forzosa, «común hoya todos los italianos»: la última no puede más que deformar las primeras.

En cuanto a los otros comentarios del «Espresso», el de FacchineIli me resulta oscuro. El oráculo abusa de las «claves». Al de Colletti no contesto porque es demasiado expeditivo. No se puede discutir con una persona que demuestra claramente que quiere ser breve y no tomarte en consideración. Pienso que el breve comentario de Fortini podría ser utilizado por mí a mi favor («es posible preguntarse si aquel "no", al menos en parte, no significa también una voluntad de mirar más allá del optimismo "progresista"») y aceptar la invitación ascética a continuar trabajando también por las ínfimas minorías; o mejor esperar que las «semejanzas» de hoy se conviertan en «diferencias» mañana. En efecto, yo trabajo por las minorías ínfimas y si trabajo quiero decir que no desespero (aunque detesto todo optimismo que es siempre eufemista). Sólo que la obstinación de Fortini en querer estar siempre en el lugar más avanzado de lo que se llama la historia -haciéndolo pesar sobre los demás- me da un instintivo sentimiento de aburrimiento y de prevaricación. Yo dejaré de «decir que la historia ya no existe más» cuando Fortini deje de decirlo con el dedo levantado. En Cuanto a Sciascia le agradezco por la sinceridad (valerosa dado el linchamiento y la sospecha atroz de ser una especie de Plebe lanzada sobre mí por los miserables antifascistas del «Espresso»: pero sobre su discurso de las brigadas rojas cae la sombra de varias cartitas escritas por Sossi: cartitas que sometidas a un análisis língüístíco me han parecido de una insinceridad, de un infantilismo, de una falta de humanidad que justifican cualquier sospecha.

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Ha sido la propaganda televisiva del nuevo tipo de vida «hedonista» lo que ha determinado el triunfo del «no» en el referéndum. No hay en efecto nada menos idealista y religioso que el mundo televisivo. Es verdad que en todos estos años la censura televisiva ha sido una censura vaticana. Sólo que el Vaticano no ha entendido qué cosa debía y qué cosa no debía censurar. Debía censurar, por ejemplo, «Carosello», porque es en «Carosello», omnipotente, que estalla en todo su poder, en su carácter absoluto, en su perentoriedad, el nuevo tipo de vida que los italianos «deben» vivir. Y no se me dirá que se trata de un tipo de vida en el cual la religión cuenta algo. Por otra parte las transmisiones de carácter específicamente religioso de la televisión son de un aburrimiento, de un espíritu represivo, que el Vaticano habría hecho bien en censurarlas todas. El bombardeo ideológico televisivo no es explícito: es completamente otra cosa, completamente indirecto. Pero nunca un «modelo de vida» ha podido ser publicitado con tanta eficacia como por medio de la televisión. El tipo de hombre o de mujer que cuenta, que es moderno, que hay que imitar y realizar, no es descripto o decantado: ¡es representado! El lenguaje de la televisión es por su naturaleza el lenguaje físico-mímico, el lenguaje de la conducta. Que llega por lo tanto mimado de fuente sana, sin mediaciones, en el lenguaje físico-mímico y en el lenguaje de la conducta en la realidad. Porque es perfectamente pragmática, la propaganda televisiva representa el momento «qualunquístico» de la nueva ideología hedonística del consumo: y por lo tanto es enormemente eficaz.

Si a nivel de la voluntad y de la conciencia la televisión en todos estos años ha estado al servicio de la Democracia Cristiana y del Vaticano, en el nivel involuntario e inconsciente ha estado al servicio de un nuevo poder, que no coincide ya ideológicamente con la Democracia Cristiana ni tiene nada que ver ya con el Vaticano.

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Lo que más impresiona caminando por una ciudad de la Unión Soviética es la uniformidad de la muchedumbre: no se nota ninguna diferencia sustancial entre los transeúntes, en la manera de vestir, en la manera de caminar, en el modo de estar serios, en la manera de sonreír, en la manera de gesticular, en su manera de comportarse. El «sistema de signos» del lenguaje físico-mímico, en una ciudad rusa, no tiene variantes. Es perfectamente idéntico en todos. ¿Cuál es por lo tanto la primera proposición de este lenguaje físico- mímico? Es la siguiente: «Aquí no hay más diferencias de clase». Es una Cosa maravillosa.

A pesar de todos los errores y las involuciones, a pesar de los delitos políticos y los genocidios de Stalin (de los cuales es cómplice el universo campesino ruso en su totalidad), el hecho es que el pueblo haya ganado en 1917, de una vez para siempre la lucha de clases y haya alcanzado la igualdad de los ciudadanos, es algo que da un profundo, exultante sentimiento de alegría y de confianza en los hombres. El pueblo se ha ganado efectivamente la libertad suprema: nadie se la ha regalado. La ha conquistado.

También hoy en las ciudades de Occidente -pero quiero referirme sobre todo a Italia- caminando por las calles se advierte la uniformidad de la muchedumbre: tampoco aquí se nota diferencia sustancial entre los transeúntes (sobre todo en los jóvenes, en su manera de vestir, en su manera de caminar, en su manera de estar serios, en su manera de sonreír, en su manera de gesticular), en suma, en su manera de comportarse. Y se puede decir por lo tanto que, también como en la muchedumbre rusa, el sistema de signos del lenguaje físico- químico, no tiene más variantes, que es perfectamente idéntico en todos. Pero mientras que en Rusia ello es un fenómeno tan positivo y de acierto entusiasmante, en Occidente es, en cambio, un fenómeno negativo que arroja en un estado de ánimo que frisa en la definitiva desesperación y en el disgusto.

La primera proposición de este lenguaje físico-químico es, en efecto, la siguiente: «El poder ha decidido que nosotros seamos todos iguales.»

El ansia del consumo es un ansia de obediencia a un orden no enunciado. Nadie en Italia siente el ansia degradante de ser iguales a los demás en el consumir, en el ser felices, en el ser libres: porque ésta es la orden que ha recibido inconscientemente y a la cual «debe obedecer», a riesgo de sentirse distinto. Nunca ser distinto ha sido una culpa tan espantosa como en este período de tolerancia. La igualdad no ha sido conquistada efectivamente, sino que se trata de una «falsa» igualdad recibida de regalo.

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Una de las características principales de esta igualdad de expresarse viviendo, además de la fosilización del lenguaje verbal (los habitantes hablan como libros impresos, los muchachos del mundo han perdido toda inventiva coloquial), es la tristeza: la alegría es siempre exagerada, ostentosa, ofensiva. La tristeza física de la que hablo es profundamente neurótica. Ella depende de una frustración social. Ahora que el modelo social a realizar no es más el de la propia casa, sino el impuesto por el poder, muchos no están en situación de realizarlo. Y esto los humilla profundamente. Propongo un ejemplo muy humilde. En una época el panadero estaba siempre, eternamente alegre: una alegría verdadera, que le brillaba en los ojos. Se paseaba por las calles y diciendo bromas. Su vitalidad era irresistible. Estaba vestido mucho más pobremente que hoy: sus pantalones estaban remendados, muchas veces la camiseta era una piltrafa Pero todo ello formaba parte de un modelo que en su aldea tenía un valor, un sentido y él estaba orgulloso de ello. Al mundo de la riqueza podía oponer su propio mundo igualmente válido. Llegaba hasta la casa del rico con una sonrisa naturaliter anárquica, que desacreditaba todo: aunque fuese más bien respetuoso. Pero era precisamente el respeto de una persona profundamente singular. Y en resumen, lo que cuenta es que esta persona, este muchacho, era alegre.

¿No es la felicidad lo que importa? ¿No es por la felicidad que se hace la revolución? La condición campesina o subproletaria sabía expresar, en las personas que la vivían, una cierta felicidad «real». Hoy, esta felicidad -con el Desarrollo- se ha perdido. Ello significa que el Desarrollo no es en ningún modo revolucionario, ni siquiera cuando es reformista.

No provoca más que angustia. Hoy existen adultos de mi edad tan aberrantes como para pensar que es mejor la seriedad (casi trágica) con que ahora el panadero lleva su paquete envuelto en plástico, con cabellos largos y bigotes, que la alegría «tonta» de otros tiempos.

Creen que preferir la seriedad a la risa es un modo viril de afrontar la vida. En realidad son vampiros felices de ver convertidos en vampiros también a sus víctimas inocentes. La seriedad, la dignidad, son horrendos deberes que se impone la pequeña burguesía; y los pequeños burgueses son por lo tanto felices de ver a los muchachos del pueblo «serios y dignos». No les pasa siquiera por la cabeza el pensamiento de que ésta es la verdadera degradación: que los muchachos del pueblo estén tristes porque han tomado conciencia de su propia inferioridad social, visto que sus valores y sus modelos culturales han sido destruidos.

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Los comunistas que se ilusionan (por ejemplo, con el referéndum) porque creen que comienzan a recoger los frutos de lo que han sembrado, no advierten que la «participación» de las masas en las grandes decisiones históricas «formales» es en realidad querida por el poder. El cual tiene precisamente necesidad de un consumo de masas y de una cultura de masas. La masa «participante», además, aunque formalmente comunista o progresista, es manipulada por el poder mediante la imposición de «otros» valores y de «otras» ideologías: imposiciones que llegan en lo vivido, y en lo vivido arriba por lo tanto también la adopción.

De modo que las masas vivan nuevos valores y nuevas ideologías (el clericalismo por una parte, el carácter progresista por otra).

Desdichadamente este «momento» de inmovilismo y de oficialismo del Partido Comunista Italiano está representado perfectamente por Maurizio Ferrara en su polémica conmigo en las columnas de la «Unità». Es verdad que alcanza un grado de falta de generosidad indigno de un dirigente del más grande partido italiano. Ni siquiera el «Borghese» llegó jamás a poner en duda una cierta calidad de mi cultura, mencionando a mi propósito nombres como los de Lombroso o Carolina Invernizio. Pero ésta es una ofensa que Ferrara ha hecho más a los lectores de la «Unitá» que a mí. Y es por respeto a estos lectores que no vuelvo sobre él y su método. En conclusión, Ferrara no responde políticamente a ninguna de las preguntas que formulo. Silencio absoluto sobre mi hipótesis sobre la derrota del Partido Comunista Italiano en el referéndum, en cuanto a que las predicciones del Partido Comunista Italiano eran pesimistas, hasta e! temor sin más de la derrota. Signo de un análisis equivocado de la real situación de! pueblo italiano: y equivocada de manera imponente. Silencio absoluto sobre el vacío en que ha quedado objetivamente el mundo campesino, con sus valores negativos y positivos. Silencio absoluto sobre los nuevos valores adoptados existencialmente por las capas medias, con la consiguiente superación efectiva del clericalismo y del paIeofascismo. Silencio absoluto sobre los caracteres «escandalosos» del nuevo fascismo, que anulan al antifascismo clásico. Silencio absoluto sobre las relaciones racistas con los fascistas jóvenes y adolescentes.

La respuesta de Ferrara consiste: a) en la afirmación pura y simplemente retórica de la presencia del Partido Comunista Italiano (¡que nadie jamás ha puesto en duda!), b) en una serie de sinsentidos con relación a mis afirmaciones: consistentes antes que nada en atribuirme alevosamente añoranzas que no he sentido en absoluto. No añoro la Pequeña Italia: añoro el inmenso universo campesino y obrero anterior al Desarrollo: universo transnacional en la cultura, internacional en la elección marxista. En segundo lugar, Ferrara -sin preparación frente a la «semiología», ciencia con la cual se ha tropezado de golpe- me acusa de culturismo y de esteticismo simplemente porque yo los aludo. Son las lagunas culturales de Ferrara -que evidentemente no lee más un libro desde los tiempos de Lombroso y de Carolina Invernizio- que le hacen aparecer como experiencias estéticas todas las experiencias que sus lagunas culturales y humanas le impiden hacer. Me hace un lavado de cerebro diciéndome que no son los rostros, sino los cerebros de la gente los que cuentan. Y bien, el panadero del cual hemos hablado antes, a través de su sola presencia física, revela (como millones de otros semejantes suyos): 1) que en su cerebro se han depositado aquellos «valores» de la civilización capitalista del consumo que hacen de él un pequeño burgués impotente para realizar esos valores en la vía práctica; 2) que, en consecuencia, o acepta el desarrollo o el Partido Comunista Italiano del tout va bien; 3) su frustración y la consecuente agresividad podrían aceptar «también» las palabras revolucionarias habituales de «Lucha Continua» y «Poder Obrero», porque él ha alcanzado ya el nivel de mala conciencia y también de vulgaridad, que le consiente aceptar el mensaje extremista (en el caso de que fuera todavía lanzado por alguien).

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El fascismo es una ruina lamentable. La encuesta de Bocca y Nozza en «Giorno» es un trabajito equivocado y fastidioso. Porque de los diferentes componentes que forman hoy en Italia el mosaico fascista tienen sentimientos «únicamente» los que son manejados por la CIA y otras fuerzas del capitalismo internacional, enderezado completamente a la conquista de mercados, es decir, de naciones alegres, bastante libres, bastante tolerantes, perfectamente hedonistas, para nada militaristas y para «sanfedistas» (tendencias incompatibles con el consumo). Puede haber un caso límite como el de Chile. En este caso aparece la fuerza y un provisorio retorno al fascismo clásico. En compensación, sin embargo, hay casos como el de Portugal, que debía pasar por ser una nación severa, económica, arcaica: esto en medio del gran universo del consumo. Así probablemente Estados Unidos de América ha puesto de acuerdo a De Spínola y Caetano. Entre los dos el peor fascista «real» es De Spínola (mientras del otro me dicen que habría combatido con una formación portuguesa junto a los SS): porque yo considero peor el totalitarismo del capitalismo del consumo que el totalitarismo del viejo poder. En efecto -obsérvese - que el totalitarismo del viejo poder no ha podido siquiera arañar al pueblo portugués: el 1º de mayo lo demuestra. El pueblo portugués ha festejado el mundo del Trabajo -después de cuarenta años que no lo hacía- con una frescura, un entusiasmo, una sinceridad absolutamente intactas, como si la última vez hubiera sido ayer. Es de predecir, en cambio, que cinco años de «fascismo consumista» cambiarán radicalmente las cosas: comenzará el aburguesamiento sistemático del pueblo portugués, y no habrá espacio ni corazón para las esperanzas ingenuas y revolucionarias. Hubo ayer una conferencia de prensa de Marco Pannella. A pesar de una cincuentena de días de ayuno, hablando con maravillosa vivacidad y alegría, Pannella dijo una frase que quizá pocos oyentes han recogido: «Son paleofascistas y por lo tanto no son fascistas.» Quisiera que esta frase sirviese de epígrafe a ésta, nuestra entrevista.

 NOTAS:

1) «Qualunquístico» deriva del partido político que existió en Italia después de la Segunda Guerra Mundial, «il partito dell'uomo qualunque». Encarnaba una tendencia de despreocupación por los problemas generales, en egoísta actitud de atención de los problemas personales. Consiste, como concepto, en el contrario del «Militante». (Nota del Traductor.)

2) Marco Pannella es el líder del «Partito Radicale», pequeño pero importante, que persigue la afirmación de los derechos civiles (divorcio, aborto, feminismo, supresión del servicio militar obligatorio, etc.). (N. del T.)

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Genial
 
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