Estos son fragmentos de un análisis más amplio que parcialmente sirvió de presentación a una publicación de la que se avisará prontamente su lanzamiento.
Estas son algunas de las partes que quedaron fuera de la versión más ajustada del texto.
Espontaneidad
“Espontáneo, a
Del lat. spontaneus.
1. adj. Voluntario o de propio impulso.
2. adj. Que se produce sin cultivo o sin cuidados del ser humano.
3. adj. Que se produce aparentemente sin causa”
(Diccionario de la Real Academia de la lengua española).
Tal vez ninguna otra
palabra describe mejor la forma en que el acontecimiento desplegado a partir de
unos pocos días antes del 18 de octubre se presentó en sociedad: como un
“estallido”, es decir, una explosión súbita, imprevista, y dispersa. Espontánea.
Es decir, todo lo contrario de una acción colectiva, planificada, orquestada,
dirigida o centralizada. Como
recuerda el historiador Sergio Grez, el movimiento “surgió y se desarrolló de
manera absolutamente espontánea, pues no fue el resultado de una preparación
previa ni de una convocatoria de una suerte de ‘estado mayor’ que, operando
desde las sombras, ejecutara con eximia maestría un plan destinado a provocar
el levantamiento popular”. Por el contrario, y como todos sabemos, las
evasiones masivas iniciadas por estudiantes del Instituto Nacional se
extendieron “como reguero de pólvora” concitando un apoyo masivo el 18-O: “La
respuesta torpe y puramente represiva del gobierno hizo el resto. En cuestión
de horas todo el país estaba involucrado” (1).
Cuando algunos políticos
y periodistas/policías hacían un checklist para determinar si era o no
“desobediencia civil”, lo que se tomaba las calles no era ni la ciudadanía (2) ni tampoco el poder constituyente con que luego la socialdemocracia se
intentaba explicar el acontecimiento. La revuelta que estallaba desde los
liceos y los subterráneos del Metro hacia las calles y plazas era un poder destituyente:
una multiplicidad de cuerpos, de formas de vida que se entrelazaban para
desafiar al Estado y a sus “hombres armados” en las calles y que en el acto de
hacerlo interrumpían el tiempo histórico de la dominación desbordando cualquier
encuadramiento partidista y/o posible recuperación institucional. Eso fue el
inicio mismo de la revuelta de octubre: la reconstitución tan largamente
esperada del pueblo anárquico, sujeto histórico por excelencia de los
momentos de rebelión. Ese pueblo que hace
posible las revueltas y revoluciones, y que luego es enviado de vuelta a su
lugar tras las bambalinas de la historia, cuando la burguesía finalmente consigue
el retorno a la normalidad.
Hablo de pueblo
anárquico para realzar a la vez su carácter de sujeto colectivo y la
espontaneidad de la acción que lo constituye y las formas en que se expresa: anarquía
en un sentido práctico, no ideológico. Y hablo de pueblo pues no coincidía
totalmente con la categoría proletariado, más bien la excedía, puesto
que se trataba de un movimiento popular más amplio y multiclasista, pero sin
duda que el elemento proletario juvenil era parte de su núcleo esencial -aunque
aparecieran como “estudiantes”, “jóvenes”, “marginales”- al menos al inicio,
antes de que la pequeña burguesía ciudadanista y democrática terminara
cooptando la iniciativa, contaminando las ideas y articulando las demandas del
estallido llevándolas al plano institucional, electoral y constituyente (3).
Ese pueblo anárquico
en acción fue lo que asustó a la burguesía al punto de quitarle por semanas la
cordura y el habla, y asustó también a la totalidad del sistema de
representación política (de la extrema derecha a la izquierda del capital), que
demoró un mes completo en poder salir de su estado de pánico para articular
entre el 12 y el 15 de noviembre una “salida” a la crisis que mientras más pasa
el tiempo más se confirma como una gran contrarrevolución
democrático/institucional, digna de un Manual que complemente las viejas
enseñanzas de Joseph De Maistre acerca de cómo se hacen las contrarrevoluciones (4).
Decimos que el movimiento
fue espontáneo no sólo porque no tuvo jefes ni un Estado Mayor que
decidiera el momento y las modalidades del ataque. “Espontáneo” no significa
sólo “salvaje”, como en una huelga salvaje, sino que, tal como caracterizó Marx
al bando o partido proletario de su tiempo, designa a un movimiento que “nace
espontáneamente del suelo de la sociedad moderna”. Como señala Emilio Madrid a
propósito del concepto de espontaneidad, “estos movimientos del proletariado
están totalmente determinados por la situación que esta clase ocupa en el
conjunto de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad moderna, y por
una coyuntura particular que, durante un período dado, le proporciona la
ocasión de intervenir en escena” (5).
Los días previos al 18 de
octubre fueron días de agitación y combates en las calles del centro de
Santiago y varias estaciones de metro. La sensación en el ambiente era la
certeza de que el conflicto se iba a profundizar. Como dijeron los comunistas
esotéricos, “sabíamos que existía una tensión que rugía subterráneamente en
nuestra ciudad. Sabíamos que la cuerda podía romperse en cualquier momento.
Sabíamos que algo pasaba: eran numerosos los indicios de que algo estaba
pasando. Nos atrapó, pero no desprevenidos” (6). Las
“condiciones objetivas” estaban ahí hace rato, y a la combatividad y
creatividad que laman “estudiantil” (cuando en verdad se trata del proletariado
juvenil de los Liceos) se unió la aberrante desconexión con la vida del
pueblo e impresionantes niveles de estupidez demostrada por varios voceros del
gobierno, que antes las alzas de pasajes llamaban a levantarse más temprano y
comprar flores, además de sus explicaciones acerca de que “a los estudiantes no
les subimos el pasaje”, razón por la cual señalaban que no se entendía el
porqué de sus protestas...
El resultado de esta
mezcla explosiva fue tan impactante que reverbera hasta hoy: entre el lunes 14
y el viernes 18 de octubre el sujeto colectivo despertó, se levantó, y se vivió
como casi nunca antes el fuego de las barricadas en toda la ciudad, como en las
viejas, abundantes y trágicas revueltas proletarias que han acontecido en estas
mismas calles y sobre las cuales ni en la Escuela ni en la televisión ni en los
partidos políticos te cuentan casi nada.
Precedentes: 1957 y 1888
“Hechos sintomáticos se
produjeron durante la asonada de ayer. Las turbas, en su afán sedicioso, no
respetaron ninguno de los poderes constituidos del Estado. Pretendieron
asaltar La Moneda y atacaron de hecho los edificios en que funcionan
el Congreso Nacional y los superiores Tribunales de Justicia. La
prensa no escapó, tampoco, a este afán destructor…” (La
Nación, 3 de abril de 1957).
La historia no se repite,
pero rima. Dentro de la historia de las revueltas y rebeliones nos
encontraremos con una gran variedad de ejemplos, muy diferentes unas a otras,
pero también hallaremos similitudes asombrosas, al punto que varios
reaccionarios y también los revolucionarios que miran la historia por el espejo
retrovisor analizan las revoluciones a la luz de unos cuantos arquetipos: de
Robespierre a Napoleón, de Lenin a Stalin, revolución de febrero y revolución
de octubre, etc.
Algunas rebeliones que
fueron anticipando el octubre chileno del 2019 fueron las que protagonizaron
los estudiantes secundarios de Santiago en el mochilazo del 2001, la revolución
pingüina del 2006, y las protestas estudiantiles del 2011. Además, se produjo
la “explosión feminista” el 2018, y hubo fuertes rebeliones locales en Magallanes
(2011), Aysén (2012), Freirina (2012), y Chiloé (2016). Además, ese año 2019
hubo rebeliones en Hong Kong, Francia, Ecuador, Colombia, Haití, Bolivia e
Irak, entre otras. Pero en tanto revuelta nacional motivada por aumento de
precios del transporte, apenas empezó octubre siempre tuve en mente los
acontecimientos de marzo y abril de 1957.
Tal como cuento en el
Prólogo al libro de Katerina Nasioka Ciudades en insurrección. Oaxaca 2006,
Atenas 2008 (7),
antes del 18 de octubre habíamos especulado y estudiado junto con amigos y
compañeros esa revuelta chilena ocurrida a finales del segundo gobierno de
Ibañez (1952-1958). En esa ocasión los disturbios comenzaron los últimos días
de marzo en Valparaíso, y se extendieron a Concepción y Santiago, llegando a su
punto más alto en la capital el martes 2 de abril, cuando en respuesta al
asesinato policial de una estudiante la multitud expulsó a Carabineros del
centro, el que fue tomado horas más tarde por los militares.
Ibañez decretó el Estado
de Sitio señalando que era “indispensable para evitar que el vandalismo que ha
sufrido la capital se extienda a otras ciudades”, y advirtiendo que la fuerza
pública tiene “las armas que necesitan para ello: fusiles, ametralladoras y
cañones”, los que “se emplearán para poner fin a la obra vandálica de los
malvados que pretenden producir el caos y la anarquía”. Con harta mejor retórica que Piñera, la
declaración de Ibañez termina afirmando que: “El Gobierno no ataca. Defiende el
orden social y a la violencia ilegítima e irresponsable, opondrá la violencia
legítima y restauradora”.
El saldo fueron decenas
de muertos (ninguno en el bando policial/militar), cientos de presos, y un
descrédito creciente del gobierno, que poco antes de expirar indultó a varios
presos políticos, derogó la Ley de Defensa de la Democracia -conocida como “Ley
Maldita”, dictada por el presidente radical González Videla cuando en 1948 se
subió al carro de la Guerra Fría, expulsando de su gobierno y proscribiendo al
Partido Comunista- y en su reemplazo hizo aprobar la Ley 12.927 de Seguridad
del Estado, vigente y de esporádica aplicación por todos los gobiernos hasta el
día de hoy. Lentamente el pueblo siguió madurando su conciencia y experiencia
organizativa, que se desplegarían con fuerza en la década siguiente, en
crecientes movilizaciones y en el reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias,
disipadas las ilusiones en el PS (que apoyó a Ibañez en las elecciones de 1952),
en el PC y en el “frentepopulismo” en que se había empantanado la izquierda
desde 1936 y que finalmente subsistió, renovando desde 1970 la colaboración de
clases bajo la forma de la Unidad Popular y hoy en día bajo la forma de Apruebo
Dignidad.
La revuelta de 1957 nos
obsesionaba bastante, pues sentíamos que a través de alzas del transporte podía
volver a desatarse una insurrección, pero ya en pleno siglo XXI. Así había ocurrido varias veces en Chile, no
sólo en la recordada “revolución de la chaucha” de 1949 -a la cual se refirió
Albert Camus que estaba casualmente de paso en Santiago y que anotó en su
diario: “Día de disturbios y revueltas. Ya ayer hubo manifestaciones. Pero hoy
esto parece un temblor de tierra” (8)-
sino que desde mucho antes, en asonadas como la “huelga de los tranvías” del 29
de abril de 1888 (9).
Esa jornada, como señala
Sergio Grez, “provocó un fuerte impacto en la opinión pública y en las
autoridades. El ‘bajo pueblo’ santiaguino, convocado por la representación
política del movimiento popular organizado, había irrumpido en el centro de la
capital para apoyar una reivindicación que concernía a la defensa de su nivel
de vida. La flamante vanguardia política, el Partido Democrático, constituida
esencialmente por artesanos, obreros calificados y algunos jóvenes
intelectuales escindidos del Partido Radical, había sido sobrepasada por la
acción de las ‘turbas’ de desheredados que impusieron su sello a la
manifestación, transformando un meeting pacífico, respetuoso
del orden y de las leyes, en una explosión de violencia popular que se extendió
desde el centro a los barrios periféricos, produciendo cuantiosos daños a la
propiedad pública y privada”. Mientras una delegación trataba de entregar un
petitorio en la Moneda, un grupo de seis mil personas “entre los cuales habían
muchos individuos bebidos y que pertenecían casi en su totalidad a los
revoltosos y desocupados que no desean trabajar, se quedó frente al palacio de
la Moneda y trató de forzar la entrada” (según informa el expediente judicial (10)).
A partir de ahí, “se desató el espiral de violencia que asolaría a la capital
durante tres días, dejando un elevado número de víctimas y cuantiosos daños
materiales” (11).
La evidencia de que los
tarifazos pueden generar brotes insurreccionales nos hizo estar alertas en
febrero de 2016 ante un tímido pero contundente brote de protestas espontáneas
ante el alza de pasajes del Metro de Santiago, que generó una pronta y
desmedida respuesta policial. Parecía claro que el desajuste al interior del
sistema de transporte de mercancía humana no sería tolerado.
Ya antes, el 2010, habíamos
podido apreciar cómo en Concepción luego del terremoto/maremoto del 27 de
febrero el Estado pareció disolverse brevemente en medio de saqueos masivos y
desórdenes públicos que hicieron declarar estado de excepción y sacar tropas
militares a controlar el orden. Estuvimos alertas a esos signos, pues sabíamos
que en esos momentos se puede vislumbrar lo que hay por debajo de la fachada del
“orden público”, y porque habíamos estudiado atentamente el magnífico libro de
Pedro Milos, Historia y memoria. 2 de abril de 1957 (LOM, 2007),
redactando incluso una breve síntesis sobre dicho acontecimiento en el segundo
y último número de la revista Comunismo Difuso (2011) (12).
Precedentes: 1968, o
¿acaso es esto revolución?
“La historia presenta
pocos ejemplos de un movimiento social de la profundidad del que estalló en
Francia en la primavera de 1968; al menos no ha habido ninguno en el que tantos
cronistas se han puesto de acuerdo para decir que era imprevisible. Esta explosión
ha sido una de las menos imprevisibles de todas. Resulta, sencillamente, que
jamás el conocimiento y la conciencia histórica habían sido tan mistificados” (René
Vienet, Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones).
Las similitudes entre el
1968 francés y el estallido chileno fueron señaladas por no pocas personas. En
parte porque en ambos eventos saltaba a la vista la explosión de creatividad,
la imaginación popular expresada en las paredes, que para muchos es lo más
destacable de mayo del 68, un movimiento que a pesar de su profundidad tras
décadas de tergiversaciones es visto como una mera “rebelión estudiantil”, y no
como la más grande huelga salvaje de la historia. Por eso es que, desde el vórtice de dicho torbellino,
los situacionistas encargaron a Vienet redactar rápidamente un libro sobre lo
que ellos llamaron el “movimiento de las ocupaciones”, seguros como estaban no
sólo de su relevancia global que marcaba “el comienzo de una época”, sino también
de que muy rápidamente se iban a verter toneladas de tinta y saliva sociológica
tergiversando y ocultando aspectos clave de ese gran estallido, para presentarlo
como un superficial fenómeno juvenil y no como “el regreso de la revolución
social” (13).
En efecto, había más de
una similitud entre ambas revueltas, y entre ellas merece destacarse lo que
señala la cita de Vienet que pusimos arriba: acá en Chile, salvo un par de
“intelectuales” como Atria o Mayol que pretendieron haber “profetizado” el
evento, lo cierto es que los políticos profesionales, periodistas, policías y
cronistas en general “no vieron venir” algo que evidentemente estaba en el aire
desde hace mucho tiempo, y que no tomó por sorpresa a los escasos grupos
revolucionarios que aún existían en ese momento.
Los situacionistas
declararon no haber profetizado nada, sino que solamente señalaron lo que ya
estaba allí: “Sencillamente, después de treinta años de miseria que en la
historia de las revoluciones no han contado más que un mes, llegó ese mes de
mayo que resume treinta años” (14).
Otra similitud que me
parece necesario destacar es que luego del acontecimiento de mayo/junio del 68,
los izquierdistas en general se turnaban para señalar que “no fue una
revolución”. Este aspecto es clave, puesto que en Chile se habló de “estallido
social”, “revuelta” o de “rebelión popular”, sobre todo desde la izquierda,
mientras la derecha más extrema tendió a diagnosticarla de inmediato como una
“insurrección”, e incluso como una revolución de nuevo tipo, a la que algunos
llamaron “molecular” (15).
La comparación del octubre chileno con el mayo francés
ha sido tomada por el ya aludido Carlos Peña en La revolución inhallable
para denostar ambas como “seudorevoluciones” o meras “revoluciones culturales”,
motivadas según él y Alain Touraine por el “éxito” del sistema capitalista, y
que por ende no lo impugnan seriamente (16).
Más cerca nuestro, Igor
Goicovic ha dicho que el estallido chileno empezó como revuelta y se transformó
en rebelión, pero que “en ningún caso llegó a ser una revolución” (17), mientras Budrovich y Cuevas
señalan que “la única transformación
revolucionaria que puede preciarse de ser tal es aquella en la cual se supera
el modo de producción basado en el trabajo asalariado y la valorización del
valor” (18). Pero el mismo Goicovic
señala que el modelo de revolución que tuvo a la vista es el francés y el ruso (19) y, por otra parte, la
revolución anticapitalista radical o comunizadora que refieren Budrovich y
Cuevas no es la única forma de revolución posible, y de hecho no ha “triunfado”
hasta ahora en ninguna parte, lo cual no significa que no hayan existido y
sigan existiendo otras muy diversas formas de revoluciones.
Paradójicamente, el concepto
de “revolución” proviene de la denominación que se le da al movimiento de un
astro alrededor de otro, retornando siempre al mismo punto inicial. A partir de
ahí, adoptando un sentido bastante diferente, pasó a designar “una
transformación que hace que no exista retorno al mismo punto”. En ese sentido
el concepto revolución designa lo mismo que la re-vuelta: un movimiento de
retorno a un punto de partida que permite un re-comienzo, una transformación. Como
señala Guattari, la revolución es “un proceso que produce historia, que acaba
con la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones”, “una
repetición que cambia algo, una repetición que produce lo irreversible”. La
revolución es siempre imprevisible e imposible de programar. No es un evento,
sino un proceso: “la revolución es procesual o no es revolución” (20). Por eso, cuando se empezaron a instalar placas conmemorativas
por todas partes y a los niños en la escuela se les obligaba a recitar de
memoria la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, “se
trataba de una revolución que ya no tenía un carácter procesual”. A eso
podríamos sumar otro ejemplo notable: cuando el cadáver de Lenin fue momificado
y exhibido en la Plaza Roja era una señal clara de que la revolución rusa
finalmente había dado paso a la contrarrevolución.
Por esto es interesante tener en cuenta que, en 1969,
al publicar el análisis detallado de los hechos del año anterior, sus propios
“resultados y perspectivas”, la Internacional
Situacionista señalaba: “Tras la derrota del movimiento de las
ocupaciones, tanto los que participaron como los que tuvieron que padecerlo se
han planteado a menudo la pregunta: ‘¿Fue una revolución?’. El empleo
extendido, en la prensa y en la vida cotidiana, de un término cobardemente
neutral –‘los acontecimientos’- señala precisamente el retroceso ante la
respuesta, ante la formulación siquiera de la cuestión” (21).
Echando mano a varios ejemplos históricos para
recordar que una revolución que no consigue triunfar sigue siendo pese a ello
una revolución, citando como referencia las revoluciones de 1848, la revolución
rusa de 1905, la española de 1936 y la húngara de 1956, la IS sostiene que: “Todas estas crisis, inacabadas en sus realizaciones
prácticas e incluso en sus contenidos, aportaron sin embargo muchas novedades
radicales y pusieron seriamente en jaque a las sociedades a las que afectaron,
por lo que pueden ser calificadas legítimamente como revoluciones”. Las
revoluciones que no triunfan pueden de todos modos “producir historia”, y no
necesariamente deben ser medidas por la magnitud de la matanza: “Revoluciones
incontestables se han afirmado con choques poco sangrientos, incluso la Comuna
de París que acabaría en masacre, y muchos enfrentamientos civiles han
acumulado miles de muertos sin ser en absoluto revoluciones”.
Revueltas
e insurrecciones, revoluciones y contrarrevoluciones
Las
revueltas son siempre el polo negativo de una revolución: su momento
insurreccional. En este sentido, como destaca Villalobos-Ruminott (22), no existe una verdadera
oposición o dicotomía entre revueltas y revoluciones, a pesar de lo que señala
Furio Jesi en su libro Spartakus. Simbología de la revuelta (23),
cuando refiere que “de acuerdo con el significado habitual de ambas palabras,
la revuelta es un repentino foco de insurrección que puede insertarse dentro de
un diseño estratégico pero que de por sí no implica una estrategia a largo
plazo, y la revolución por el contrario es un complejo estratégico de
movimientos insurreccionales coordinados y orientados relativamente a largo
plazo hacia los objetivos finales”. Visto así, “la revuelta suspende el tiempo
histórico e instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se cumple vale
por sí mismo, independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con
el complejo de transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia”,
y “la revolución estaría, al contrario, entera y deliberadamente inmersa en el
tiempo histórico” (24).
Pero
el mismo Jesi, al referirse al martirio de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en
1919 durante el aplastamiento de la revolución alemana señala que ese desenlace
escogido conscientemente demostraba la imposibilidad de separar revuelta y
revolución. Si bien Rosa juzgó inoportuno el momento en que estalló la
revuelta, no se disoció del comportamiento de sus compañeros de clase porque
hacerlo “significaba reconocer la fractura entre revolución y revuelta”, y “por
más hostil que fuera la revuelta, Rosa Luxemburgo no aceptaba y no aceptó
considerarla totalmente distinta de la revolución” (25).
Lo
que ocurre es que las revoluciones que son exitosas en establecer un nuevo
orden social, son monumentalizadas en su función de mito fundacional del nuevo
sistema de dominación. En ese punto el momento insurreccional es fetichizado y
finalmente escondido y olvidado, pues si el nuevo orden pretende basarse en el
Derecho no querrá que se le recuerde su origen violento. La violencia fundadora
de derecho se consolida en violencia conservadora de derecho, y la antigua
clase revolucionaria para a ser contrarrevolucionaria.
La
concepción monumentalizada de la revolución parece neutralizar mitologizando su
polo negativo, para concentrarse exclusivamente en la exitosa transformación
del régimen político o del orden social. Esto explica que por una parte se
niegue el carácter de revolución a las revueltas o insurrecciones que por
poderosas que sean no logran hacer caer el antiguo régimen para iniciar uno
nuevo, y que por otra parte se considere como revoluciones a simples golpes de
Estado como las revoluciones militares chilenas de 1924 o 1932, o incluso al 18
de septiembre de 1810, evento en que no hubo sublevación popular alguna sino
sólo maniobras propias de la afirmación política autónoma de la oligarquía
criolla (26).
La
monumentalización del concepto de revolución acarrea un efecto social y
político importante, que consiste en castrar la imaginación radical y el deseo
de transformaciones profundas, propiciando un modelo de sacrificio militante
calcado de las grandes figuras masculinas/patriarcales de los héroes de la
revolución. En comparación a los “grandes hombres” de la Revolución con
mayúscula la importancia de la acción individual y colectiva de todos nosotros
se diluye, pues nunca nuestras revueltas
van a saciar la tremenda ansia de heroicidad que se desprende de la concepción normativa
de los revolucionarios profesionales, que al despreciar todos los procesos que
no se realizan a imagen y semejanza de su propio mito fundacional son los
primeros en olvidar el testamento político de Rosa Luxemburgo, que culmina diciéndole
a los esbirros estúpidos (entre los cuales además de los defensores del
viejo orden yo incluiría a fascistas y estalinistas) que “La revolución, mañana
ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y proclamará, para terror
vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!” (27).
Muy por el contrario:
para ellos las revoluciones sólo se ubican en el tiempo mítico del pasado
distante de la vieja lucha de clases y en el futuro también mitológico del
“hombre nuevo” y los “nietos liberados”. En el intertanto, dicen que octubre no
pudo ser ni de cerca una revolución porque no tomamos el poder, no hubo
soviets, tampoco lucha armada, y no tuvimos ni de cerca a un Lenin ni a un Che Guevara ni nada que se
parezca a la clásica figura revolucionaria del Gran Timonel (28). En
el mejor de los casos, estos sujetos reconocen de forma despectiva a las
revueltas más recientes en el mundo como “revoluciones de color”. Lo cual
suministra un gran dato: su revolución es gris, en blanco y negro.
Pero
afortunadamente existen otras voces y miradas más frescas. Así, en base a la
experiencia palestina de la
Intifada, Rodrigo Karmy señala que
ese concepto, que literalmente significa “revuelta”, se usa indistintamente con
el de thawra, que designa la “revolución”. Y agrega que, a diferencia de
la revolución rusa que se basó sobre el modelo de la francesa, las revoluciones
de nuestro tiempo serían “revoluciones de final abierto”, como teorizara Hamid
Dabashi en relación a la Primavera árabe: “no se trata de una simple revuelta,
pero tampoco de una revolución consumada, sino de un híbrido que excedió tanto
la noción de revuelta como la de revolución”. En este sentido Karmy responde a
mediados de noviembre de 2019 la interrogante sobre si nuestro octubre se
trataba de una revolución diciendo que “seguramente sí, pero de una revolución
exenta de filosofía de la historia, que sabe que no hay garantías de nada
porque todo arde en el vestíbulo de una historicidad siempre abierta” (29).
Poniendo
en cuestión el concepto progresista-lineal de la revolución, Walter Benjamin
dijo que, si para Marx “las revoluciones son la locomotora de la historia
universal”, tal vez ocurre en realidad algo completamente distinto, y “las
revoluciones son el gesto de agarrar el freno de emergencia que hace el género
humano que viaja en ese tren”. Interrupción y no aceleración del tiempo
histórico del capital: la revolución proletaria y humana no nada a favor de la
corriente, sino que a contracorriente del progreso como catástrofe. Esto nos
hace pensar en la necesidad de revolucionar permanentemente nuestra teoría de
la revolución, pues a fin de cuentas, como señala en otra
parte Sergio Villalobos-Ruminott al referir los aportes de Furio Jesi a la
teoría de la revuelta, todas esas nociones emparentadas (revuelta,
insurrección, levantamiento, huelga general, rebelión, protesta, motín,
asonada, etc.) “constituyen un marco conceptual amplio, y no necesariamente
ajeno a contradicciones, en el que es posible atisbar una relación no
convencional con el tiempo histórico. Es como si cada una de estas nociones quisiera
nombrar un momento de alteración de la concepción lineal y espacializada del
tiempo, favoreciendo una experiencia no convencional de la historia y del ser
en común” (30).
Esto es lo que importa
tener en cuenta, superando la noción historicista y monumentalizada de las
revoluciones modernas, que en nuestro tiempo aún pesan como una presencia
fantasmal que nos hace ningunear las revueltas actuales por no ajustarse a la
concepción normativa del modelo burgués de revolución. No se trata de “revuelta
o revolución”, sino de profundizar y conectar todas las revueltas
transformándolas en una gran revolución.
1.- Grez, Sergio, Contribuciones en torno la
revuelta popular (Chile 2019-2020) en Ignacio Abarca Lizama (compilador),
Editorial Kurü Trewa/Instituto de Estudios Críticos, 2020, p. 121.
2.- Articulada siempre como categoría de exclusión, pues si existen ciudadanos es porque
también existen los no-ciudadanos, la ciudadanía opera siempre en concomitancia
con el poder de un Estado/Nación, respecto al cual el ciudadano dialoga y a la
vez participa como parte del Estado: al votar, una persona “se hace parte” directamente
del aparato de dominación política. Por eso es absurdo hablar de una “revuelta
ciudadana”: los ciudadanos no se revuelven en contra de nada, pues se
entregan voluntariamente dejándose moler en el molino mítico de la democracia.
3.- Un colega que trabaja en instituciones de derechos humanos me decía que con su
pareja estaban ideando un “instrumento” que consistía en una tabla para poder
recoger las distintas demandas de las consignas y paredes, clasificándolas
luego en base a con qué derecho humano específico enlazaba. Yo me preguntaba:
¿y en qué tipo de Declaración o Tratado caben consignas como “Hasta que todo
caiga”, “Cuicxs culiaxs, ¡que arda Providencia!”, “Deja el fuego ser poema”,
“Fui a dejar mi opinión con una piedra” o “Acompáñame a pasar por el caos a ver
si algo en nosotrxs también se enciende”. ¿Derecho de rebelión? No: era la an/arché
como comunismo de la inteligencia y anarquía de los sentidos, lo que Benjamin
llamaba “el verdadero estado de excepción”: In girum imus nocte et consumimur
igni.
4.- De
Maistre proclama al cerrar sus “Consideraciones sobre Francia” (1796) que “el
restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una
revolución contraria, sino lo contrario de la revolución”, y agrega: “se acostumbra
dar el nombre de contrarrevolución al movimiento, cualquiera que sea, que ha de
dar muerte a la Revolución; y, puesto que este movimiento será contrario al
otro, habrá que esperar consecuencias opuestas”.
5.- Prefacio del traductor a León Trotsky, Informe de la delegación siberiana,
Ediciones Espartaco Internacional, 2002.
6.- Círculo de Comunistas Esotéricos, Tiempos mejores. Tesis provisionales sobre
la revuelta de octubre de 2019, Santiago, Noviembre de 2019. Disponible en:
https://comunistasesotericos.noblogs.org/files/2020/03/Tiempos-Mejores-1.pdf
7.- Editado
en Chile por Pensamiento y Batalla (2021).
9.- A esa movilización y a la “huelga de la carne en 1905 se ha referido el
historiador Sergio Grez en Una mirada al movimiento popular desde dos
asonadas callejeras (Santiago, 1888-1905), disponible en: https://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_simple2/0,1255,SCID%253D21042%2526ISID%253D730,00.html
10.- Causa
Criminal de Oficio contra Rosamel Salas y otros. Materia: desórdenes públicos
contra la autoridad, Policía de Santiago, 1º Juzgado, Nº1337. Citado por Sergio
Grez, op. cit.
11.- Ibid.
12.- Existe una versión que nuestro amigo y camarada Cristóbal Cornejo subió a El
Ciudadano: https://www.elciudadano.com/organizacion-social/2-de-abril-de-1957-valparaiso-concepcion-y-santiago-insurrectos-por-el-alza-del-transporte/04/02/
Cristóbal vivió intensamente la revuelta chilena del 2011, pero se quitó la
vida en marzo del 2015. De todas formas, en octubre uno podía sentir su
presencia danzante en medio del fuego.
13.- El libro se encuentra disponible en el Archivo Situacionista Hispano: https://sindominio.net/ash/enrages.html
14.- Ibid.
15.- Ver el texto de Daniela Carrasco, “18 de octubre: el inicio de una revolución
molecular”, El Líbero, 6 de noviembre de 2019. Incluida en: La insurrección
chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán (2020), pág. 12. En
Félix Guattari lo “molecular” equivale a la dimensión micropolítica, a
diferencia de lo “molar”. El antiguo nazi devenido ideólogo de la nueva derecha
posfascista Alexis López Tapia también “teorizó” acerca de lo que llamó
“revolución molecular disipada”, llegando incluso a hacer clases sobre el tema ante las fuerzas armadas de
Colombia justo antes del estallido social ocurrido en ese país desde abril del
2021. Y no sólo suministró argumentos a los represores para no dudar en
aplastar la revuelta implacablemente, sino que su teoría fue referida en un
polémico tuit por el ex presidente Álvaro Uribe. En brevísimos cinco
puntos el derechista Uribe resumía la situación y terminaba señalando:
“Resistir Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa”, y
pedía fortalecer a las Fuerzas Armadas cuando ya habían asesinado a más de 24
manifestantes.
16.- Se trata de un opúsculo
encargado a Peña por el think tank derechista Centro de Estudios Públicos https://www.cepchile.cl/cep/estudios-publicos/n-151-a-la-180/estudios-publicos-n-158/la-revolucion-inhallable
17.- https://elporteno.cl/igor-goicovic-el-18-de-octubre-y-el-ejercicio-de-la-violencia-politica-popular/
19.- “Estoy utilizando el concepto de ‘revolución’ como lo han utilizado, entre
otros, George Rudé, por ejemplo, para caracterizar la Revolución Francesa de
fines del siglo XVIII, o Eric Hobsbawm, al momento de caracterizar la
Revolución Bolchevique de 1917”.
20.- ¿Revolución?, en: Félix Guattari
y Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid,
Traficantes de sueños 2006, pág. 211.
21.- “El comienzo de una época”, Internacional Situacionista N° 12, septiembre de
1969. Disponible en: https://sindominio.net/ash/is1201.html
22.- “Teoría de la revuelta y revuelta de la teoría”, en: https://www.youtube.com/watch?v=W39xKvVVxrc&ab_channel=SergioVillalobosRuminott
23.- Editado en Argentina por Adriana Hidalgo, 2014.
24.- Furio Jesi, op. cit., pág. 63.
25.- Ibid., pág. 109. Recomiendo leer el comentario de Karmy en el capítulo de Intifada
titulado “Mitología de la revuelta” (Metales Pesados, 2021, págs. 73-96).
26.- El historiador marxista libertario
Luis Vitale decía que el 1810 chileno, que se caracterizó por una escasa
participación del pueblo (sólo 350 personas acompañaron a la primera Junta de
Gobierno el 18 de septiembre en el salón del Consulado), fue solamente una
revolución política separatista, que no perseguía un cambio social estructural
y no realizó ninguna de las tareas de las revoluciones burguesas en Europa, en
las que supuestamente los dirigentes criollos se habrían inspirado. Sólo en la
segunda etapa de esta revolución, luego de la Reconquista española, hubo mayor
participación popular. Ver: https://elporteno.cl/luis-vitale-la-interpretacion-marxista-de-la-independencia-de-chile/
27.- Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, 14 de enero de 1919. En: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm
28.- Los compañeros de Théorie Communiste han profundizado en la crítica de la
concepción normativa del comunismo y la revolución: “el comunismo no es una
norma que permita juzgar cada fase revolucionaria según el grado en que se haya
aproximado a dicha norma ni que permita explicar su fracaso por el hecho de que
no lo haya logrado”, es una “producción histórica de cada uno de los ciclos que
ha marcado la historia de este modo de producción y de la lucha de clases”.
Ver: Théorie
Communiste. De la ultraizquierda a la teoría de la comunicación. Más allá
del programatismo. Traducción de
Federico Corriente. Rosario, Lazo, 2022.
29.- Dabashi (2014), citado por Rodrigo Karmy, “El pueblo quiere iniciar un nuevo
régimen”, en: El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado, Sangría,
2019, pág. 99-105, disponible como columna en: https://www.eldesconcierto.cl/2019/11/19/el-pueblo-quiere-un-nuevo-regimen/.
30.- Sergio Villalobos-Ruminott, Mito, destrucción y revuelta. Notas sobre Furio
Jesi (2021). En: https://ficciondelarazon.org/2021/01/06/sergio-villalobos-ruminott-mito-destruccion-y-revuelta-notas-sobre-furio-jesi/
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