(Publicado en Disenso. Revista de pensamiento político. 5 (6), Mayo, 2023. Dossier Reformismo Reaccionario)
1.- Acción y reacción: El octubre chileno visto desde el año
2023.
“Lo que en un momento pudo encender el corazón y el cerebro,
lo que pareció ser el gran acontecimiento trasmutador de la existencia
individual y colectiva, lo que se soñó el retorno de grandes tiempos, a la
postre -a veces no al cabo de mucho tiempo- se revela trivial y vulgar. Caen
las máscaras que tal vez nuestro propio entusiasmo había puesto en los
personajes; el velo de la ilusión se levanta, el corazón se siente traicionado” (Erwin Robertson).
A más de mil días después del 18 de octubre de 2019, un
fantasma ha recorrido Chile: el fantasma del octubrismo, contra el que se han
conjurado en santa jauría todas las potencias del viejo mundo que se sintió tan
amenazado en esa primavera inolvidable.
La historia se ha estado reescribiendo en versión
reaccionaria, con las plumas de Carlos Peña, Lucy Oporto, Hugo Herrera e Iván
Poduje, entre varias otras eminencias grises. El estallido social nunca
existió, fue sólo una decadente explosión de violencia nos dicen -para algunos,
espontánea, y para otros orquestada por oscuras fuerzas o desde el extranjero-,
mientras el presidente Boric nos hace ver para el tercer aniversario del
acontecimiento que “no fue una revolución anticapitalista” (1).
Súbitamente encontramos a todos los intelectuales del orden
clamando contra la revuelta, y culpando a los que desde la academia o la teoría
“no fueron suficientemente críticos” con su violencia. Algunos como José
Joaquín Brunner tratan de separar tajantemente la violencia insurreccional
“octubrista” de las legítimas protestas “noviembristas”, tal como en la derecha
algunos han tratado de instalar una delimitación entre la dictadura (las
violaciones de derechos humanos) y la obra positiva del “régimen militar”.
Se escupe contra la revuelta no sólo desde la derecha extrema
y no tanto, los “amarillos por Chile”, el centro y la socialdemocracia en
versión posmoderna: desde la autodenominada izquierda anticapitalista también
se dirigen dardos en contra de un proceso que “no tuvo conducción”, y que por
ende “no podía llegar a nada” (2). En eso coinciden con Brunner cuando
horrorizado señala que el estallido le produjo “una gran reacción negativa ver
esa violencia completamente anárquica, sin objetivo político, sin ideología,
sin organización, sino un estallido, auténticamente una revuelta” (3).
De violaciones a los derechos humanos ya casi no se habla (4).
La reescritura de la historia
reciente está casi llegando a plantear que las violaciones de derechos humanos
durante la represión de la revuelta no sólo no fueron sistemáticas, sino que
tal vez nunca ocurrieron (5). Y aunque hubieran existido “excesos
individuales”, parece de mal gusto hoy en día cuestionar a los generales Yañez
o Rozas por su cometido en esos días, puesto que hoy en día lo que importa es
apoyar (no reformar) a las policías y poner freno a la migración.
El “proceso constituyente” quedó en manos de los partidos con
sus “bordes constitucionales” y designación de “expertos”; su calendario exprés
se está cumpliendo sin contratiempos ni mucho interés del público. A nivel
social impera una apatía y desánimo generalizados, junto con la sensación
compartida de que a tres años de la revuelta de octubre “no hemos ganado nada”
e incluso muchas cosas han empeorado.
En este momento entonces es que resulta más importante qué
nunca ponernos de acuerdo acerca de qué es lo que aconteció en octubre, para
entender a partir de ahí cómo hemos llegado a este punto en que la reacción ha
avanzado tanto que trata de imponer el negacionismo de la revuelta además de
una verdadera caza de brujas anti-octubrista en que se identifica y ataca
públicamente a los sospechosos de apología de la violencia.
En gran medida este debate se podría centrar en la
caracterización del octubre chileno: ¿fue una revuelta más grande que lo usual
o una revolución que al no lograr la caída del gobierno Piñera quedó
interrumpida y frustrada? Una primera aclaración es que no comparto la idea de
una dicotomía absoluta entre revueltas y revoluciones, en que “la revuelta suspende el tiempo histórico e
instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se cumple vale por sí mismo,
independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con el complejo de
transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia”, mientras “la
revolución estaría, al contrario, entera y deliberadamente inmersa en el tiempo
histórico” (6).
Tampoco suscribo la concepción “monumentalizadora” de los
procesos sociales que ha llevado a convertir el término “revolución” en una
pieza de museo, reservada únicamente para las grandes Revoluciones con
mayúscula, que tienen la capacidad de partir en dos la historia y generar un
nuevo orden a partir de un año cero.
El peso que las revoluciones francesas de 1789 y rusa de 1917
-ambas instauradoras de nuevos regímenes mediante una “violencia fundadora de
derecho”- tienen aún en el imaginario actual, repercute inevitablemente en la
falta de una “imaginación política radical” que sea capaz de orientarnos
estratégicamente hacia una ruptura total con el orden social capitalista que
desde hace medio siglo nos parece insuperable. Al abandonar el concepto de
revolución dejándolo en el espejo retrovisor de la historia, las izquierdas
realmente existentes asumen el mismo punto de vista que Thatcher y el realismo
capitalista: “no hay alternativas”. Y como diagnostica Joao Bernardo, en el
nuevo terreno al que nos condujo el “neoliberalismo” como reacción capitalista
global contra la oleada revolucionaria de los años 60 y 70 se hace imposible
una acción eficaz tanto de “aquella izquierda que se esfuerza por volver el
capitalismo más soportable como la otra izquierda que pretende abolir el
capitalismo” (7).
2.- Revoluciones y
contrarrevoluciones
"El restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una revolución contraria, sino lo contrario de una revolución" (De Maistre).
Si acudimos al Diccionario de la RAE, el concepto de revolución es
bastante más amplio y dinámico que los espectaculares modelos francés y ruso:
su primera acepción casi lo hace sinónimo de “revuelta”, al señalar que es la
“acción y efecto de revolver o revolverse”.
Luego, la define como “sublevación o levantamiento popular”, y en otra acepción
como un “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y
socioeconómicas de una comunidad nacional”.
Aristóteles dedicó el libro V de su Politeia a las revoluciones,
tratando en detalle “de donde proceden, su naturaleza y número, qué elementos
son corruptores de las politeias, cuál es el paso natural de un régimen
a otro” (8). Para él, en todas partes las revoluciones tienen por
causa una desigualdad, y “siempre la búsqueda de la igualdad despierta
rebelión” (9). A pesar de los rasgos comunes de revoluciones, rebeliones y
revueltas (que al menos en la traducción que tengo a mano aparecen usadas
indistintamente, como sinónimos), Aristóteles se concentra en las diferencias
que se presentan según se produzcan en una democracia, una oligarquía, una
monarquía o una tiranía, suministrando una abundancia de ejemplos concretos y
criticando a Sócrates por concebir un solo tipo de revolución (10).
La idea central tras el concepto de revolución remitiría entonces a la de
transformación social o política: las revoluciones de todo tipo, fracasadas o
exitosas, serían los recordatorios evidentes de que el orden social y político
no es estático, que puede ser modificado o completamente trastocado por la
acción humana. En este sentido es que resulta valiosa la reflexión de Guattari
y Rolnik cuando la definen como “un proceso que produce historia, que acaba con
la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones” (11).
Tal vez una de las mayores transformaciones que sufre el concepto es que
mientras originalmente y hasta el siglo XVII designaba el retorno a un estado
de cosas que se había visto trastocado por el mal gobierno de las autoridades,
siendo así casi sinónimo de restauración, en el siglo XVIII se rompe con dicha
noción para realzar el aspecto positivo de creación de un Nuevo Orden (12).
Las
revueltas no sólo no se pueden separar completamente de las revoluciones: más
bien constituyen el polo o momento negativo de una revolución, su elemento
insurreccional y destituyente. En este sentido, como destacaba
Villalobos-Ruminott en una intervención realizada días antes del 18-O (13),
no existe una verdadera oposición o dicotomía entre revueltas y revoluciones,
lo que ocurre es que las revoluciones que han sido exitosas en establecer un
nuevo orden social, han pasado a cumplir una función de mito fundacional del nuevo
sistema de dominación. En ese momento de consumación del éxito del ascenso de
una nueva clase dominante, el momento insurreccional es primero fetichizado y
luego finalmente escondido y olvidado: la concepción monumentalizada de la
revolución parece neutralizar su polo negativo, para concentrarse
exclusivamente en la exitosa transformación del régimen político o del orden
social.
Esto
explica el que por una parte se niegue el carácter de revolución a las
revueltas o insurrecciones que por poderosas que sean no logran hacer caer el
antiguo régimen para iniciar uno nuevo, inmortalizando el “círculo mítico del
derecho que es también el círculo mítico del poder: instauración, conservación,
caída…y así, hasta el final de los tiempos” (14). Y por otra parte, dicha
concepción está detrás del hecho de que para la historiografía oficial no hay
mayor inconveniente en etiquetar como revoluciones a simples golpes de Estado
como las revoluciones militares chilenas de 1924 o 1932, o incluso al 18 de
septiembre de 1810, evento en que no hubo sublevación popular alguna sino sólo
maniobras propias de la afirmación política autónoma de la oligarquía criolla
(15).
La
revolución monumentalizada hace mirar la historia por el espejo retrovisor y castra
la imaginación radical y el deseo de transformaciones profundas, propiciando un
modelo de sacrificio militante calcado de las grandes figuras
masculinas/patriarcales de los “héroes de la revolución”. En comparación a los
“grandes hombres” de la Revolución con mayúscula la importancia de la acción
individual y colectiva de todos nosotros se diluye, pues nunca nuestras
revueltas van a saciar la tremenda ansia de heroicidad que se desprende de la
concepción normativa de los revolucionarios profesionales, que al despreciar
todos los procesos que no se realizan a imagen y semejanza de su propio mito
fundacional son los primeros en olvidar el testamento político de Rosa
Luxemburgo, que culmina diciéndole a los esbirros estúpidos que “La
revolución, mañana ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y
proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y
seré!” (16). El mismo Jesi, al referirse al martirio de Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht en 1919 señala que ese desenlace escogido conscientemente
demostraba la imposibilidad de separar revuelta y revolución” (17).
Tal vez ocurre que lo que directamente experimentamos son las
revueltas, insurrecciones, levantamientos, huelgas generales, rebeliones,
protestas, motines y asonadas, expresiones muy cercanas que como ha dicho
Sergio Villalobos-Ruminott, “constituyen un marco conceptual amplio, y no
necesariamente ajeno a contradicciones, en el que es posible atisbar una
relación no convencional con el tiempo histórico. Es como si cada una de estas
nociones quisiera nombrar un momento de alteración de la concepción lineal y
espacializada del tiempo, favoreciendo una experiencia no convencional de la
historia y del ser en común” (18). El título de “revolución” parece
en cambio ser un reconocimiento otorgado a posteriori, por parte de
algún tipo de Academia de Ciencias o Tribunal de la Historia (19).
Lo que importa es que cada revolución produce
su propia contrarrevolución, y en los momentos álgidos de la lucha la
revolución y la contrarrevolución se desarrollan contradictoria y
simultáneamente, interactuando y modificándose una a otra. Según Paolo
Virno la contra-revolución “no debe entenderse solamente una represión violenta
—aunque, ciertamente, la represión nunca falte. No se trata de una simple
restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden
social resquebrajado por conflictos y revueltas. La ‘contrarrevolución’ es,
literalmente, una revolución a la inversa”, que “al igual que su opuesto
simétrico, no deja nada intacto” (20). La contra-revolución, “construye activamente
su peculiar ‘nuevo orden’. Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos,
usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las
cosas y trabaja con método. Pero hay más: la ‘contrarrevolución’ se sirve de
los mismos presupuestos y de las mismas tendencias —económicas, sociales y
culturales— sobre las que podría acoplarse la ‘revolución’, ocupa y coloniza el
territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas”.
3.- El
eterno retorno: Octubre, Noviembre y Septiembre.
“Y se van vaciando las barricadas, y
se va alejando el modo de empezar de nuevo” (Disturbio Menor, “Fuego”)
En febrero del 2020, coincidiendo con el día de los
enamorados, la historiadora de derechas Lucía Santa Cruz, consejera del
Instituto Libertad y Desarrollo, compartió en El Mercurio una columna en
que refería la existencia de un interesante “juego de historiadores”
consistente en decidir qué acontecimientos del presente iban a ser vistos a
futuro como grandes hitos o puntos de inflexión. “¿Cuáles serán los eventos que
marcarán la interpretación historiográfica de la crisis actual, esa que yo me
resisto a llamar 'estallido social' y reconozco mejor en el concepto de
insurrección?”, se preguntaba doña Lucía aplicando el ejercicio al presente. Tras referir al ambiente previo que señala
como de “legitimación de la violencia”,
en que “los atentados terroristas al metro del 18 de octubre, y la
marcha de protesta del 25, aparecerán como datos importantes” (21), la
historiadora concluía que: “el evento más importante, más radical y sustantivo
de la crisis, aunque indebidamente, ha pasado desapercibido y ocurrió el 12 de
noviembre, el día más violento hasta hoy, cuando estuvimos al borde del abismo,
hasta que el Presidente Piñera optó por intentar una salida pacífica, por medio
de un acuerdo político” (22).
Coincido con esta señora en que el 12 de noviembre de 2019
fue el momento más intenso de toda la revuelta chilena: el punto culminante,
tras el cual la clase dominante retoma la iniciativa y encausa el proceso por
la vía institucional. Por eso es bueno siempre recordar que el 18 de octubre
(día de la insurrección espontánea) dio lugar al 25 de octubre (marcha del
millón) en que se expresó el predominio creciente de la lectura “progre” y
“constituyente” del proceso objetivamente revolucionario que se había abierto.
A partir de ahí, la interrupción total del
continuum de la dominación cedió espacio a la entrada en escena de
distintas formas de subjetividad “progresista neoliberal”.
La jornada del 18 de octubre ya había mostrado toda la fuerza
de un verdadero cataclismo social, pero sólo ocurrió en la Región
Metropolitana. Para la huelga general del lunes 21 de octubre la revuelta se
había extendido a gran parte del territorio nacional, y en la capital los niveles de represión y resistencia
fueron tan impresionantes que dieron para hablar de “La Batalla de Santiago”:
el mismo nombre que se le dio al alzamiento del 2 de abril de 1957. Pero fue
con ocasión de la huelga general del 12 de noviembre que la insurrección popular se expresó con
máxima intensidad en todo el país. Superando con creces cuantitativa y
cualitativamente la detonación inicial, es evidente que el estallido llegó en
ese momento a su punto álgido.
Durante ese día martes 12 se había anunciado una cadena
nacional de Piñera para las nueve de la noche. Tres semanas de intensa
represión ya estaban generando un efecto en la psiquis colectiva: la
reaparición del temor a un golpe de Estado, o más bien un “autogolpe” en este
caso. El presidente demoró casi dos
horas en salir a hablar desde La Moneda, y cuando finalmente lo hizo su
alocución resultaba bastante poco comprensible. Tras hacer ver que la violencia
había alcanzado un punto nunca antes visto, y reconocer que las policías
estaban totalmente sobrepasadas…anunció que iban a llamar a los “reservistas”
de ambas instituciones (Carabineros y PDI) para colaborar con sus labores.
Finalmente, señaló que “todas las fuerzas políticas, todas las organizaciones
sociales, todas las chilenas y chilenos de buena voluntad tenemos que hoy día
unirnos en torno a tres grandes, urgentes y necesarios acuerdos nacionales:
Primero, un acuerdo por la paz y contra la violencia
que nos permita condenar en forma categórica y sin ninguna duda una violencia
que nos ha causado tanto daño, y que también condene con la misma fuerza a
todos quienes directa o indirectamente la impulsan, la avalan o la toleran. Segundo,
un acuerdo para la justicia, para poder impulsar todos juntos una
robusta agenda social que nos permita avanzar rápidamente hacia un Chile más
justo, un Chile con más equidad y con menos abusos, un Chile con mayor igualdad
de oportunidades y con menos privilegios. Y tercero, un acuerdo por una
nueva constitución dentro del marco de nuestra institucionalidad democrática,
pero con una clara y efectiva participación ciudadana, con un plebiscito
ratificatorio para que los ciudadanos participen no solamente en la elaboración
de esta nueva constitución, sino que también tengan la última palabra en su
aprobación y en la construcción del nuevo pacto social que Chile necesita”.
A la luz de lo acontecido el 4 de septiembre de 2020 esta
última frase revela su absoluta relevancia como definición a largo plazo, y
posiciona al acuerdo tramado desde ese momento y hasta la madrugada del viernes
15 de noviembre como una verdadera obra maestra de la clase dominante.
Mientras elaboraba el histórico y extraño discurso que
pronunció esa noche, Piñera mandató al ministro Blumel (sucesor del caído
Chadwick) a tomar contacto con los partidos de oposición. Al llegar el ministro
a su casa, donde lo esperaban los senadores Harboe y Quintana, les dijo: “Hoy
para todos los efectos es 10 de septiembre de 1973 y de nosotros depende que
mañana no sea 11 de septiembre” (23).
Entre el 13 y el 14 de noviembre sectores de izquierda llamaban
a “evitar provocaciones”, dado que el 14 se cumplía un año desde el asesinato
policial de Camilo Catrillanca en el Wallmapu. El jueves 14 estaba anunciada
una visita de diputados del Frente Amplio al profesor Roberto Campos, primer
caso emblemático de prisión política, al ser encadenado por Ley de Seguridad
del Estado al haber sido captado por cámaras pateando un torniquete el 18 de
octubre. Ese mismo día se supo que el diputado Boric finalmente no iría a verlo
en la Cárcel de Alta Seguridad, porque según declaró a 24 horas: “Yo no voy a
asistir en este momento a una reunión de esas características porque estoy
dedicado, a tiempo completo, a colaborar en encontrar acuerdos para el momento
que estamos viviendo”. Además aprovechó de aclarar que “aplicarle la Ley de
Seguridad Interior del Estado nos parece que es una medida desproporcionada,
sin perjuicio del error que él ha cometido” (24).
El “error” era en realidad uno más de los millones de gestos
individuales y colectivos que dieron origen a la revuelta. Como declaró luego
Campos: “Sentía rabia por las injusticias sociales, porque ser profesor no es fácil
(…) No tengo cubiertos mis derechos sociales básicos, la salud, por ejemplo. Y
todo lo que ha sucedido a lo largo de la historia con los profesores, la deuda
histórica, que posiblemente cuando jubile voy a ganar el sueldo mínimo y fueron
todas esas injusticias que en ese momento me obnubilaron y le pegué al metro,
le pegué al torniquete” (25). De haber un error en esta acción, seguramente fue
el no haberse preocupado de ocultar su rostro (26).
No necesitamos explayarnos acerca de la importancia de gestos
como el de Boric para la realpolitik. Lo que está claro es que entonces
la alternativa se planteaba en términos absolutos: o estaba con la revuelta
visitando a sus presos, o con el Gobierno y el Congreso jugándoselas por salvar
al Estado y evitar que el pueblo genere una ruptura institucional haciendo caer
al presidente, lo que para todos los concertacionistas y frenteamplistas
implicaba “dañar la democracia”. La elección de Boric no fue un “error” sino la
demostración de que, tal como dijo Karl Marx, “para el Estado no existe más que
una ley única e inviolable: la supervivencia del Estado”. El partido del
orden contra el partido de la anarquía.
En este punto es que parece claro en retrospectiva que
mientras el sector más conservador del partido del orden clamaba por sacar una
vez más pero ahora sí en serio a los militares a la calle en una especie de
autogolpe defensivo, fue una vez más la versión actual de la socialdemocracia
progresista la que movió todos los hilos necesarios para rearticular al mando
político del Estado y propiciar una auténtica salida contrarrevolucionaria que,
sin romper con las reglas de la democracia formal, lograra desviar luego la
potencia de la revuelta hacia los cauces institucionales, apagándola lenta pero
inexorablemente mientras se regresaba a una “nueva normalidad” que cuatro meses
después implicaba nuevos estados de excepción constitucional e intensas medidas
restrictivas de derechos a causa de la pandemia de coronavirus, y que tres años
y medio después nos dejó sin revuelta, sin Nueva Constitución, con la misma
policía de siempre e incluso con Sebastián Piñera reapareciendo en los debates
nacionales sin vergüenza ni pudor alguno (27).
Varios detalles de lo que pasó entre el 13 y el 15 de
noviembre fueron señalados el 2021 en un reportaje de The Clinic
titulado “’De acá no se mueve nadie hasta que lleguemos a acuerdo’: 14
protagonistas del 15N revelan episodios de ese día histórico” (28).
Significativo resulta lo que dice Jaime Quintana (PPD, en ese entonces
presidente del Senado): “Así como se había producido el momento de la sociedad
el 25 de octubre, con la marcha más grande que nadie podía sacar de su
retina y su mente, éste fue el momento de la política. Algunos críticos dicen:
‘esto debió haber sido en la calle, en una asamblea’… ¡Por favor! La política
fue un instrumento que, en ese momento, funcionó bien”. Nótese que Quintana
omite referir el 18 de octubre: el “momento insurreccional” que accionó el
“momento social”.
Mario Desbordes: “Fue un día bisagra para el chileno, donde
pudieron haber caído todas las instituciones y haber tenido una anarquía o una
guerra civil, y lo que se logró fue encausar esto por una vía democrática”. El
senador Alfonso de Urresti (PS) señala entre las cosas anecdóticas de esa
jornada “la solicitud de cambio de nombre, de Asamblea Constituyente
a Convención Constitucional, que planteaba la derecha porque claramente
era una derrota completa para ellos y al menos querían salvar el nombre”.
Tal vez lo más revelador son los recuerdos del senador Harboe
(luego elegido integrante de la fracasada convención constituyente): “un
momento inolvidable fue cuando se bajó Convergencia Social, después de
que Gabriel Boric estuvo todo el día negociando. Entonces él
dijo ‘estoy en dudas de qué hacer’ y yo tuve una conversación larga y franca
con él. Y él tomó la decisión valiente y responsable de perseverar en el
acuerdo a pesar de que su partido se había bajado y eso era muy importante para
que el acuerdo no se viera como de la Concertación. Eso me emocionó mucho”.
¡Con justa razón! Sin Boric el acuerdo al que llamó Piñera no
habría funcionado para desmovilizar a las masas que hasta ese día tenían el
país paralizado y alzado. Lo cierto es que Boric fue el único que lo firmó a
título personal. El Partido Comunista de Chile no se decidía, pero ahí estaba,
y aunque finalmente no firmó de todos modos ahí “estaban los principales
actores sociales del momento, léase Bárbara Figueroa de la CUT, el
Presidente del Colegio de Profesores, el de No más AFP, varios otros
dirigentes” (Quintana en The Clinic) (29).
Las manifestaciones siguieron luego del anuncio del acuerdo
que se produjo casi a las 3 de la madrugada. Pero la masividad fue disminuyendo
a partir de ese momento. Ese mismo viernes 15 la represión intensa mediante
perdigones y lacrimógenas causó la muerte por infarto cardíaco de Abel Acuña,
uno de los miles que estaban en la Plaza Dignidad manteniendo viva la protesta
a pesar de las negociaciones. Poco a poco, entre el verano, la pandemia y las
elecciones, la revuelta fue agotándose y se mantuvo sólo esporádicamente en las
protestas del hambre y por ayudas económicas durante el encierro pandémico, y
cada viernes en la Plaza Dignidad, exigiendo la libertad de los presos de la
revuelta.
Gracias a la socialdemocracia en su versión
actual, progresista y posmoderna, la clase dominante logró canalizar
exitosamente una insurrección de una magnitud y forma inusitada, evitando que
el momento negativo de la revuelta se expresara en una verdadera revolución
política. Para ello se necesitaba derrocar el antiguo régimen, y a partir de
ahí reconstruir las relaciones sociales e inventar otra forma de convivencia
colectiva entre los pueblos de Chile. No llegamos a ese momento porque la
energía fue desviada en el momento preciso en que el mal gobierno estaba a
punto de caer, el pueblo rebelde que hizo la revuelta fue disuelto y la
colectividad se atomizó nuevamente en un conjunto de electores y votantes
individuales.
La propuesta
de Nueva Constitución entregada el 4 de julio de 2022 ya había logrado la significativa
proeza de eliminar toda referencia al “estallido social”, y poco después el
presidente Boric anunció que de ganar el rechazo de todos modos proseguiría de
algún modo el proceso constituyente. Luego el presidente y varios partidos de
gobierno acordaron que en el improbable caso de que ganara el apruebo se iban a
realizar reformas a la propuesta, degradada así a mero borrador. En ese punto -como
dijo el poeta Maiakovsky antes de quitarse la vida- la suerte estaba echada. El
desenlace del 4 de septiembre de 2022 solo vino a poner fin a un libreto
escrito el 15-N. Lo curioso es que muchos desde la izquierda no lo entiendan
así, por ejemplo Oscar Ariel Cabezas en conversación con Jun Fujita Hirose. Cuando el japonés la pregunta “¿por qué los
chilenos no continuaron sus luchas callejeras hasta la caída del gobierno del
presidente Piñera, quien además es uno de los empresarios más beneficiados por
el neoliberalismo chileno, como lo hicieron por ejemplo los argentinos hace 20
años con la consigna ‘Que se vayan todos’? Los chilenos dejaron que Piñera
completara su mandato con toda tranquilidad”,
la respuesta de Cabezas es que la pandemia fue el “verdadero milagro”
que salvó a Piñera de caer e incluso de terminar en la cárcel por las
violaciones de derechos humanos cometidas durante su mandato (30). ¡No señor!:
Piñera se salvó el 15 de noviembre de 2019, y quien lo salvó directamente fue
el presidente actual, Gabriel Boric.
En gran
medida lo que ocurrió a partir del 15-N hasta hoy puede ser visto como la
crónica de un desangramiento anunciado, pues al parecer la convocatoria a
procesos constituyentes es a estas alturas una ya clásica maniobra de la clase
dominante en el momento en que estalla una revolución negativa (la revuelta) y
necesita evitar que se transforme en revolución positiva (la reconfiguración de
un nuevo orden). Por eso es que, en nuestra época -como ha dicho el Comité
Invisible- las insurrecciones finalmente llegaron, pero se estrangulan en la
fase del motín. Desde el Partido del Orden nos miran con desprecio
anti-octubrista y, recobrada ya la confianza en sus propias fuerzas, gritan
-parafraseando a su maestro De Maistre en 1796-: “¡Ciudadanos, así se hacen las
contrarrevoluciones!”.
4.- La
trampa constituyente: el ejemplo de 1848
“Tan sólo ha habido dos revoluciones
mundiales. La primera se produjo en 1848. La segunda en 1968. Abas
constituyeron un fracaso histórico. Ambas transformaron al mundo” (Arrighi, Hopkins y Wallerstein).
Ferdinand Lassalle en una conferencia obrera dada en 1862
hacía un balance de las revoluciones de 1848, período también conocido como la
“Primavera de los pueblos”, y de como las transformaciones políticas y sociales
se empantanaron en el lodo constituyente. “Si la
Constitución es la ley fundamental de un país, habrá de ser una fuerza activa
que, mediante un imperio de necesidad, hace que todas las otras leyes e
instituciones jurídicas operantes en el país sean aquello que realmente son, de
forma que, desde ese instante en que existe ese algo, sea imposible promulgar
en tal país, aunque se desease, cualesquiera otras” (31). Para este
rival de Marx en el movimiento socialista alemán son los “factores reales del
poder”, y no la “hoja de papel”, lo realmente decisivo y clave detrás de las
constituciones escritas.
“El 18 de marzo demostró, sin duda, que el
poder de la nación era ya, de hecho, mayor que el del Ejército. Después de una
larga y sangrienta jornada, las tropas no tuvieron más remedio que ceder”. No
obstante ese triunfo popular espontáneo, el poder minoritario aunque bien
organizado de la monarquía y el ejército resultaba a la larga más eficaz. Por
eso, “si se quería, pues, que la victoria arrancada el 18 de marzo no resultase
forzosamente estéril para el pueblo, era menester haber aprovechado aquel instante
de triunfo para transformar el poder organizado del Ejército tan radicalmente
que no volviera a ser un simple instrumento de fuerza puesto en manos del rey
contra la nación”.
Pero no se
hizo nada de eso, pues el pueblo se entretuvo con la formación de una Asamblea
Nacional para formular una Constitución escrita, y así en noviembre de 1848
cuando la revolución ya mostraba su esterilidad, el rey sacó los cañones a la
calle de nuevo, disolvió la Asamblea, y proclamó una Constitución escrita que
lejos de ser abiertamente reaccionaria, era bastante liberal y de hecho se
basaba en gran medida en el trabajo de dicho órgano constituyente.
Lasalle
concluye que “elaborar una Constitución escrita era lo menos importante, lo
menos urgente” comparado con la labor de “modificar y desplazar los factores
reales y efectivos de poder presentes en el país”. Eso era lo que “había que
echar por delante, para que la Constitución escrita que luego viniera fuese
algo más que un pedazo de papel”. Por
eso la conferencia de Lasalle concluye recomendando al público: “si vuelven a
verse alguna vez en el trance de tener que darse a sí mismos una Constitución,
espero que sabrán ustedes ya cómo se hacen estas cosas, y que no se limitarán a
extender y firmar una hoja de papel, dejando intactas las fuerzas reales que
mandan en el país”.
En pleno
1848, comentando el funcionamiento de la Asamblea constituyente en Francfort
del Meno, Friedrich Engels criticaba: “Durante las sesiones debió tomar las
medidas necesarias para frustrar todos los intentos de la reacción, para
afianzar el terreno revolucionario sobre el que pisaba, para salvaguardar
contra todos los ataques la conquista de la Revolución, que era la soberanía
del pueblo. Pues bien, la Asamblea Nacional alemana ya ha celebrado una docena
de sesiones y no ha hecho nada de eso” (32)
Junto a Karl
Marx, desde las páginas de la Nueva
Gaceta Renana, estos jóvenes comunistas hacían ver al calor de los
acontecimientos precipitados desde la revolución alemana de marzo cómo en ese
momento resultaba vital también para las clases dominantes no reconocer “como
una verdadera y auténtica revolución la lucha librada en las calles, que se
pretende presentar como una mera revuelta”. Así “se ponía en tela de juicio la
existencia de la revolución, cosa que podía hacerse porque ésta no era más que
una revolución a medias, el comienzo de un largo movimiento revolucionario”
(33). Por eso insistían en que “la más importante conquista de la revolución es
la revolución misma”, y en que sólo “mediante una segunda revolución se confirmará
la existencia de la primera” (34), lo que en cierta forma constituye a Marx y
Engels como precursores teóricos de la “revolución permanente”.
5.- Algunas conclusiones
provisionales
“Quienes
hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba” (Saint Just)
Al igual que
en 1848, en Chile la dimensión revolucionaria movimiento que estalló en octubre
fue soslayada o negada, y más por la burguesía de izquierdas que por la de
derechas. En vez de consolidar en los hechos la fuerza real de un movimiento
popular tan amplio, se optó por apostar a una transformación institucionalizada
de la Constitución escrita, la “hoja de papel”, evitando desde arriba la
ruptura institucional por abajo, y sepultando la idea misma de que era posible
en ese momento desencadenar algún tipo de cambio socio-político profundo.
Y a similitud
de 1968, el ninguneo de la revuelta contra la cual escupen desde la derecha y
desde la izquierda, y la presencia indesmentible de una contrarrevolución que
incluso podría pavimentar el camino a nuevos fascismos moleculares y molares,
nos demuestra que tal como dijeron los situacionistas en 1969, la revolución
estaba aquí: en este caso, una especie de
revuelta social que se desencadenó con energía pero que no alcanzó a
cristalizar en una revolución política (35). Y como dijo Lazzarato en
relación al post-68, “cuando la revolución social se separa de la revolución
política, puede integrarse a la maquinaria capitalista sin ninguna dificultad
como un nuevo recurso para la acumulación de capital” (36). El fracaso de toda
la izquierda progre/constituyente es inseparable del abandono posmodernista de
la perspectiva estratégica de la revolución, pero a la vez tiene un reflejo
simétrico en la izquierda revolucionaria “clasista” y “popular”, que aún mira
la historia a través del espejo retrovisor, obsesionada con los modelos
organizativos e ideológicos del siglo pasado.
Tal como en 1848 y 1968, la revuelta chilena fue parte de una oleada de
luchas que se dieron simultáneamente en varias partes del planeta entre el 2019
y el 2020. Y no está muy equivocado el Manifiesto Conspiracionista
cuando dice que las medidas anti-pandemia operaron como una muy conveniente y eficaz
contrarrevolución (37)
Por muy alucinado y risible que pueda parecer en tiempos de decepción
masiva, lo único que nos queda es volver a retomar la perspectiva estratégica
de la revolución. En esta tarea resultará crucial volver a unificar lo que el
pensamiento post-68 separó: la economía policía del poder con la crítica
de la economía política (38).
Mientras las izquierdas sigan divididas entre ambos tipos de crítica política, entre
la lucha de clases y las políticas de la identidad, nuestro enemigo histórico
no cesará de vencer.
6.- Derecho
de rectificación: violencia conservadora versus violencia pura
“Si no llevamos esto hasta el final, pagaremos
con lágrimas de sangre el terror que le infligimos hoy a la burguesía” (Errico Malatesta, 1920).
En un libro
colectivo coordinado por el sociólogo Raúl Zarzuri, afirmé que en la primavera
del 2019 “la respuesta a
la rebelión popular en todo el país fue la exacerbación de la “violencia
conservadora”, desprovista incluso de justificación jurídica o respaldo
normativo, en defensa del orden neoliberal”. Y agregaba que “la ‘revuelta de
octubre’, como respuesta popular ante décadas de acumulación de violencia
estructural e institucional, fue así la ‘partera’ del proceso constituyente.
Una violencia espontánea, ‘pura’, ‘anárquica’, que al irrumpir destituyó
incluso la tradicional relación entre medios y fines, y que luego, a medida que
el pueblo fue disputando y apropiándose del escenario de transformación
institucional que se logró abrir, se ha ido transformando gradualmente en
violencia ‘fundadora de derecho’” (39).
Los
sorpresivos resultados del plebiscito constituyente de salida el septiembre del
2022 y todo lo que ha ocurrido con posterioridad hasta inicios del 2023,
demuestra que esta proyección fue errónea: la contrarrevolución del 15N fue tan
profunda y de largo plazo que logró evitar incluso la posibilidad de una
relegitimación del orden mediante una refundación controlada y relativa
(bastante moderada cuando no meramente discursiva) de su Derecho e
instituciones políticas fundamentales.
En
retrospectiva, la violencia conservadora apagó las llamas de una violencia pura
o “divina”, que en la medida que interrumpía el continuum de la dominación, generaba epifanías de justicia y
dignidad humana. Pero así y todo, la clase dominante sabe que no puede mantener
las cosas tal como eran hasta antes del 18-O, y por eso insiste en “darle al
país” una Nueva Constitución en un segundo proceso constituyente.
Como se sabe,
la distinción entre
violencia fundadora y conservadora de derecho, entre violencia mítica y divina,
así como el concepto de violencia “pura” o anarquista, son categorías aportadas
por Benjamin hace exactamente 100 años, en Para una crítica de la violencia (1920/1),
donde se refiere al “espectáculo penoso” que en su tiempo ofrecen “los
parlamentos [que] no guardan en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las
que deben su existencia”.
Tal como explica Elizabeth Collingwood-Selby, la violencia
pura es “sagrada, redentora, revolucionaria”, pues “suspende, inhabilita, en
cada caso, el dominio efectivo de la relación historia violencia-derecho”. Y
donde la violencia-derecho “se ve interceptada por la relación
violencia-justicia, precisamente ahí, llega y debe, en cada caso, llegar a su
fin –a su interrupción- la analítica histórica del poder” (40).
Así que
finalmente no hubo violencia fundadora, sino una confrontación abierta entre el
viejo orden que se resiste a morir, y un “más allá” del derecho, el Poder y la
violencia mítica, lo mismo que en las otras protestas y rebeliones que
estallaron en todo el mundo en los últimos años: Francia, Irak, Colombia, Ecuador, Hong Kong, Estados
Unidos, Kazajistán, El Líbano, Argelia, Puerto Rico, Irán, Catalunya, Cuba,
Nicaragua, Perú, Surinam, y estoy seguro que me faltan muchos más nombres en
este breve inventario.
La lucha sigue.
NOTAS:
2.- Es lo que señala el profesor Carlos Pérez Soto en animada
conversación con el Círculo Patriótico Chile, cuando hacia el minuto doce nos
dice que es más que evidente que “de un estallido social no se puede obtener
nada” y recordando que el mismo día del estallido nos dijo: “Aquí no puede
pasar nada, porque los estallidos son fácilmente manipulables” (https://praxispatria.cl/2022/10/11/entrevista-a-carlos-perez-soto/
). Sus anfitriones fascistas (en la versión ultraecléctica y
“nacional-bolchevique” de la llamada “cuarta teoría política” de Aleksandr
Dugin) están totalmente de acuerdo, lo que es interesante considerando que el
profesor Pérez es un feroz enemigo de la “ultraizquierda”, que ha señalado incluso
a Walter Benjamin como sospechoso de totalitarismo cuasi-fascista en algunas de
las Tesis sobre el concepto de historia, pero que acá no tiene mayor
problema en explorar “convergencias y divergencias” con quienes “piensan
distinto”. Otro hermoso ejemplo de ninguneo de la revuelta es el que
suministraron unos “comunistas de izquierda” que afirmaban que “ante los
ataques del Gobierno la respuesta no es la revuelta popular sino la lucha de
clase del proletariado”, y ahora se preguntan (y responden solos) “¿Y,
finalmente, en que quedó la famosa “¿revolución?” chilena de octubre, llamada
así por la izquierda y extrema izquierda del capital, meses después? Pues en
nada realmente, el capitalismo sigue intacto, los obreros siguen sometidos a
las atrocidades de la flexibilización y precarización, el estado burgués se
mantiene intacto y de hecho gracias al lumpen reaccionario y anárquico muchos
puestos de trabajo fueron destruidos, lo que aumentó el desempleo entre la
clase obrera“ (https://es.internationalism.org/content/4598/que-perspectivas-tienen-las-luchas-proletarias-en-chile).
4.- De un total de más de 10 mil denuncias realizadas ante el
Ministerio Público, 7 mil ya han sido archivadas y en sólo una veintena de casos
existen sentencias condenatorias, que por lo general aplican a militares y
carabineros penas de cumplimiento en libertad. Como reacción a los indultos que
Boric concedió a 13 presos de la revuelta en diciembre de 2022, ahora las
empresas de encuestas están midiendo el apoyo a un posible indulto a
carabineros (en marzo del 2023 un 52% apoya esa idea, según el Panel Ciudadano
de la U. del Desarrollo).
5.- La encuesta CADEM Plaza Pública de 16 de octubre de 2022
arrojaba que el 58% considera hoy que el uso de la fuerza policial fue
“proporcional dada la violencia que había en las calles, 31 puntos más que en
2019 cuando 69% pensaba que había sido excesiva”.
6.- Furio Jesi, Spartakus. Simbología de la revuelta
(Buenos Aires, Adriana Hidalgo editorial, 2013), 63.
7.- Joao Bernardo, Democracia totalitaria. Teoría y
práctica de la empresa soberana (Buenos Aires, Editorial Marat, 2019).
8.- Aristóteles de Estagira. La política (Politeia) (Bogotá,
Panamericana, 2000) 210.
9.-Destaquemos que si lo que define la dicotomía
izquierda/derecha es el igualitarismo/anti-igualitarismo, he aquí la razón más
simple para entender por qué la izquierda hacía revoluciones y la derecha
contrarrevoluciones. La novedad de los fascismos que aparecieron primero en
Europa hace 100 años es que, desde una concepción esférica y mítica del tiempo,
pretendían ser movimientos a la vez revolucionarios y conservadores: un
ultranacionalismo radical amalgamado con versiones reaccionarias de socialismo.
10.-Aristóteles, op. cit, 268.
11.- Félix Guattari y Suely Rolnik.
Micropolítica. Cartografías del deseo (Madrid, Traficantes de sueños,
2006), 211.
12.- Ver la entrada “Revolución”, redactada por Helio
Gallardo, en Ricardo Salas Astrain (coord.), Pensamiento Crítico
Latinoamericano. Conceptos fundamentales, Vol. III (Santiago, Ediciones
Universidad Católica Silva Henríquez, 2005), 919-930.
13.- “Teoría de la revuelta y revuelta de la teoría”, en: https://www.youtube.com/watch?v=W39xKvVVxrc&ab_channel=SergioVillalobosRuminott
14.- Elizabeth Collingwood-Selby. Disturbios. Ley, imagen, escritura, excepción (Santiago, Ediciones
Macul, 2021), 24.
15.- El
historiador marxista libertario Luis Vitale decía que el 1810 chileno, que se
caracterizó por una escasa participación del pueblo (sólo 350 personas
acompañaron a la primera Junta de Gobierno el 18 de septiembre en el salón del
Consulado), fue solamente una revolución política separatista, que no perseguía
un cambio social estructural y no realizó ninguna de las tareas de las
revoluciones burguesas en Europa, en las que supuestamente los dirigentes
criollos se habrían inspirado. Sólo en la segunda etapa de esta revolución,
luego de la Reconquista española, hubo mayor participación popular. Ver: https://elporteno.cl/luis-vitale-la-interpretacion-marxista-de-la-independencia-de-chile/
16.- Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, 14 de enero
de 1919. En: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm
17.- Si
bien Rosa juzgó inoportuno el momento en que estalló la revuelta, no se disoció
del comportamiento de sus compañeros de clase porque hacerlo “significaba
reconocer la fractura entre revolución y revuelta”, y “por más hostil que fuera
la revuelta, Rosa Luxemburgo no aceptaba y no aceptó considerarla totalmente
distinta de la revolución” (Furio Jesi, óp. cit., 109).
18.- Sergio Villalobos-Ruminott, Mito, destrucción y
revuelta. Notas sobre Furio Jesi (2021). En: https://ficciondelarazon.org/2021/01/06/sergio-villalobos-ruminott-mito-destruccion-y-revuelta-notas-sobre-furio-jesi/
19.- Después del triunfo popular de
1979 en Nicaragua el sandinista Orlando Nuñez recordaba: “Primero nos dijeron
que no era posible hacer la revolución en estos países, ahora se esfuerzan en demostrar
que no es proletaria” (referido por Enrique Dussel, El último Marx y la
liberación latinoamericana (México, Siglo XXI editores, 1990), 290.
20.- Paolo
Virno, “Do you remember counter-revolution?” Apéndice a Virtuosismo y revolución (Madrid, Traficantes
de Sueños, 2003).
21.- En que “lo nuevo, lo radical, lo distinto, no fue la
movilización social, que ya tenía antecedentes anteriores semejantes, aunque
menos masivos, sino que el uso de una violencia altamente sofisticada,
coordinada, organizada y simultánea en los ataques”, y el que “detrás de
estos movimientos radicalizados no había meramente reivindicaciones sociales,
sino un claro objetivo político, que no era otro que la destitución del
Presidente de la República” (el subrayado es mío).
22.- Lucía Santa Cruz, 12 de noviembre de 2019. El Mercurio,
14 de febrero de 2020. En: https://lyd.org/opinion/2020/02/12-de-noviembre-de-2019/
23.- Los destacados son míos.
24.- Esta es la versión que da el ex director de La Tercera,
Cristián Bofill, en: https://www.ex-ante.cl/https-www-ex-ante-cl-la-noche-mas-tensa-de-la-crisis-de-octubre-el-dialogo-de-pinera-con-el-jefe-del-ejercito/
26.- Referido por Ignacio Abarca Lizana, “De cuando el pueblo
chileno decidió levantarse: pasajes de luchas de clases y sociales”,
Introducción a: Varios Autores, Contribuciones en torno a la revuelta
popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca (Kurü Trewa, 2020),
15.
27.- Lo cual no sólo sirve para evadir la acción policial (y hasta
el Derecho Penal burgués reconoce el derecho a no auto incriminarse), sino que
además, como dijo una vez el joven filósofo Antonio Negri, al ponernos una
capucha nos des-individualizamos y pasamos a fundirnos con la comunidad humana
proletaria.
28.- A pesar de que el actual Presidente manifestara en su
momento que los responsables de violaciones de derechos humanos serían perseguidos
“nacional e internacionalmente con
todas las vías de la ley, así que señor Piñera, está avisado”.
29.- https://www.theclinic.cl/2021/11/15/a-dos-anos-del-15n-que-recuerdan-14-protagonistas-del-acuerdo-que-cambio-el-rumbo-del-pais/ Estas declaraciones íntimas sirven para complementar la
sección “A confesión de parte, relevo de pruebas” dentro del número especial de
octubre 2020 del boletín Ya no hay vuelta atrás, titulado La democracia es
el orden del capital. Apuntes contra la trampa constituyente, 70-71.
29.- “La cabra siempre tira para el monte y un estalinista se
encontrará siempre en su elemento en donde sea que se respira un olor a crimen
oculto de Estado”, Guy Debord, Prólogo a la cuarta edición italiana de La
sociedad del espectáculo (1979).
30.- Oscar Ariel Cabezas, ¡Quousque
Tandem! La indignación que viene (Santiago, Qual Quelle, 2022), 200.
31.- Lasalle, ¿Qué es una constitución? En: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/5/2284/5.pdf
32.- “La asamblea de Francfort”, Nueva Gaceta Renana,
5 de junio de 1848. En: Marx y Engels, Las Revoluciones de 1848. Selección
de artículos de la Nueva Gaceta Renana. Traducción y selección de Wenceslao
Roces, FCE, 1989. Hay versión pdf en: https://historiaycritica.wordpress.com/tag/las-revoluciones-de-1848/
Además, el artículo de Engels se puede leer acá: https://edicionesmimesis.cl/index.php/2019/11/25/la-asamblea-de-francfort-por-friedrich-engels/
33.- Federico Engels, “El debate de Berlín sobre la
revolución”, Nueva Gaceta Renana N° 14, 14 de junio de 1848. En: Las
revoluciones de 1848.
34.- Engels, “La Asamblea del pacto del 15 de junio”, NGR N°
18, 18 de junio de 1848. En: las revoluciones de 1848.
35.- En una conversación reciente organizada por Gonzalo Jara
de la Universidad de Valparaíso, Sergio Villalobos-Ruminott y Osvaldo Fernández
expresaron que lo ocurrido a partir del 15 de noviembre de 2019 como respuesta
institucional a la insurrección de octubre podría ser entendido con el concepto
gramsciano de “revolución pasiva”: una metamorfosis de la hegemonía que impone
un “reformismo reaccionario”, y que a diferencia de una contrarrevolución es
más preventivo que reactivo.
36.- Maurizio Lazzarato, El capital odia a todo el mundo.
Fascismo o revolución (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2020), 17.
37.- “La contrarrevolución de 2020 responde a los
levantamientos de 2019” | Capítulo del Manifiesto conspiracionista, en: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2606
38.- Lazzarato, op. cit, 87.
39.- Julio Cortés
Morales, “La violencia del orden. Sobre la represión estatal y el ‘estallido
social’ en Chile”, en Raúl Zarzuri (coord.), Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la
revuelta de octubre en Chile, Santiago, LOM, 2022, 135-148. Mi texto fue
redactado a inicios del 2020, y luego revisado a mediados del 2021.
40.- Collingwood-Selby, op. cit., 18-19.
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