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domingo, abril 18, 2010

"Invariantismo" y "Comontismo" en el movimiento comunista italiano de los 70 


Que vendría siendo el capítulo número 10 bis. "Dos puntos de vista opuestos sobre la organización" del texto de Santini:

En 1971 se constituye Comontismo y se disuelve el grupo que se había formado en torno a «Invariance». Hay que tener en cuenta que ambas tendencias tenían actitudes diametralmente opuestas en torno al “problema de la organización”. UNa de esas actitudes era de hecho la de Cesarano y de gran parte de la corriente. La concepción de Comontismo en cambio identificó antojadizamente su propio entorno grupal (en gran parte veteranos de la análoga Organizzazione Consiliare di Torino) con el partido histórico del proletariado, o mejor aún con la “comunidad humana”. De esta forma, creó una organización diseminada en varias ciudades italianas (ver «Maelström» nº 2), que borraba toda distinción entre actividad teórica y práctica, entre vida pública y privada, entre individuo y organización. Comontismo pretendió así dar vida a un comunismo concreto, caracterizado por:

1) La colectivización de todos los recursos para la sobrevivencia;
2) Una convivencia “total”;
3) Práctica constante de la “crítica de la vida cotidiana” para no ceder a la presión ambiental-familiar-jurídica, etc., de la sociedad.

La ilusión inmediatista del grupo les llevó a pasar por alto un dato fundamental: que entre el capitalismo – o sea, entre las relaciones personales dominadas por la valorización – y el comunismo se interpone una revolución que, según Marx, sirve entre otras cosas para “liberarse de toda la vieja mierda”. Para Comontismo la Gemeinwesen debía ponerse en práctica ya sobre el terreno: se trataba de pasar al comunismo, entre veinte o treinta personas, comunizando de una vez por todas las relaciones: esta idea debía llevar inevitable e inmediatamente a la producción de una ideología: al inmediatismo siguió rápidamente la elaboración de un conjunto de corolarios “teóricos”.

Retrospectivamente, tenemos simpatía por Comontismo: era un grupo de valientes que se mantuvo siempre dentro del frente revolucionario, afrontando con valor una dura represión y batiéndose contra unos grupúsculos maoístas-obreristas dotados de estructuras militares especializadas en asegurar que las asambleas y manifestaciones se mantuvieran dentro del ámbito aceptable por su padre-maestro PCI (con la única excepción – además, naturalmente, de los grupúsculos bordiguistas que ya conocían la represión armada de los estalinistas “extraparlamentarios” – de Potere Operaio, grupo de vocación guerrillera que, aunque no defendía públicamente a los revolucionarios, fue siempre contrario a las persecuciones). La actitud provocativa y ominosa de Comontismo (que hizo gala de su humor macabro el 12 de diciembre de 1972 al devastar la Banca de Agricultura en la Piazza Fontana de Milán) tuvo que hacer frente entre otras cosas a las sistemáticas calumnias de la izquierda que, hasta hace pocos años, reivindicaba la ecuación “situacionistas = fascistas”. Es indiscutible, no obstante, que Comontismo fue un grupo revolucionario, al cual «Cronaca di un ballo mascherato»38 citaba con justicia como parte de la corriente comunista radical. No en vano reclamaba haberse mantenido en el terreno de la práctica revolucionaria, mientras que muchos otros ex - luditas habían aceptado la separación entre vida pública “militante” y vida privada, lo que pronto les conduciría al nihilismo pasivo y, en muchos casos, a renegar de la opción revolucionaria a favor del exitismo o simplemente de una vida tranquila.

Por otra parte, no se puede dejar de criticar el retraso de Comontismo respecto al nivel alcanzado por Ludd. El inmediatismo comontista no es más que sustitucionismo del proletariado llevado al extremo. Desde este punto de vista Comontismo fue un auténtico modelo de ideología, basado en una jerarquía no declarada pero fácilmente reconocible, que sometía a los reclutas a pruebas iniciáticas y a exámenes de radicalidad. El aspecto más funesto de Ludd, que ya revisamos a propósito de la crítica hecha por Cesarano, se había convertido en una ideología aplicada sistemáticamente, sin tregua. Entre sus conclusiones ideológicas encontramos: la apología de la delincuencia (único modo de sobrevivencia observado y respetado); el elogio, no público pero constante dentro del grupo, de las drogas duras como instrumento de desestructuración y liberación de las relaciones familiares y represivas; la actitud sectaria, de superioridad, contra todo elemento exterior a la organización; la hostilidad del grupo contra el proletariado, trabajador y borreguil, tan culpable como todo el que no fuera parte de la organización. Todo esto convertía a Comontismo en una banda en guerra contra toda la humanidad, seguidora acrítica del modelo delincuencial. Por algo hablamos de “ideología”: la teorización de esta actitud práctica impedía de hecho cualquier procedimiento crítico que asumiera la base material: eran dogmas incrustados en la experiencia misma, extremadamente coercitiva, de los miembros del grupo. Esta forma de inmediatismo fue por cierto una de las razones que impidieron a Cesarano hacer indicaciones prácticas, las que se perdían en una abstracción estéril.

Sin embargo tras éste y otros impasses de Cesarano subyacían unas posiciones diametralmente opuestas a la de Comontismo: las posiciones de «Invariance».

«Invariance» había “resuelto” el problema de la organización estudiando las medidas que Marx tomó para evitar que en el período de reflujo contrarrevolucionario el partido cayera en el reformismo burgués. Tal análisis era tremendamente parcial, pues pasaba por alto toda la actividad que Marx dedicó a construir el partido comunista, y distorsionaba la tradición revolucionaria al evitar hacer un examen crítico de la actividad puramente política de Marx en su conjunto. Tal actitud queda de manifiesto en un texto de 1969, publicado tres años más tarde por «Invariance» con el título «Sobre la organización»39, firmado por Camatte-Collu, que puede sintetizarse así:

1) Bajo la dominación real del capital toda organización tiende a convertirse en mafia o secta;
2) «Invariance» ha evitado ese peligro disolviendo el embrión de grupo que empezaba a constituirse en torno a la revista;
3) Todo agrupamiento organizado queda excluido a priori, por el riesgo de que se transforme en una mafia;
4) Las relaciones entre los revolucionarios sólo son útiles al nivel más alto de la teoría, que cada cual debe alcanzar de forma autónoma y personal, a menos que caiga en el seguidismo.

Según Camatte y Collu, el peligro de individualismo quedaba descartado porque ya estaba en marcha – en 1972 – la “producción de revolucionarios”: la extensión del proceso revolucionario era tal que una red de contactos interpersonales al nivel “más alto” de la teoría estaba ya garantizada y hasta era evidente. Así, Camatte y Collu expresaron de forma muy nítida un error típico de toda la corriente y del propio Cesarano. En realidad, en 1972 no se estaba abriendo una fase pre-revolucionaria a nivel internacional (como mucho el movimiento seguía resistiendo, aunque sólo en Italia), ni era inminente una inexorable producción de revolucionarios (hasta Camatte y Collu desertaron). Por lo tanto el rechazo del individualismo no era más que una ilusión. No hubo nada glorioso en disolver el pequeño grupo que se estaba formando en torno a la revista. Con ello no se consiguió más que acelerar lo que ya estaba sucediendo: la dispersión de las pocas fuerzas revolucionarias que quedaban del 68 y que no volverían a reconstituirse (en Francia no se produjeron más rupturas sociales a gran escala, y en Italia la corriente revolucionaria llegó al 77 tan debilitada por el individualismo que no fue capaz de producir ninguna intervención relevante). De hecho el individualismo favoreció la disolución de la perspectiva revolucionaria: ya fuera porque la vida en el aislamiento produce un sentimiento de menoscabo – del cual se escapa sólo por contraste con los pares – que impide percibir el movimiento y que genera desencanto y depresión, pérdida de las defensas frente a la invasión de lo “externo” y rendición a las tendencias dominantes; o bien porque enmascara el personalismo, el elitismo, y sirve para deshacerse de aquellas relaciones incómodas que podrían dificultar la reinserción oportunista en la ideología burguesa. En los años setenta y ochenta la obra de liquidación de los residuos organizativos (que ya eran frágiles e informales) y el miedo injustificado a caer en la política, en el “obrerismo” o en el izquierdismo, proporcionaron el impulso para saltar hacia el “otro lado de la barricada” a aquellos exponentes de la “elite” que habían hecho de la teoría un fetiche y que recelaban del supuesto peligro de seguidismo (peligro en realidad imaginario e inexistente: en Italia ningún grupo ni personaje volvió a ejercer un atractivo ni llegó a tener seguidores pasivos tal como lo había hecho la Internacional Situacionista al otro lado de los Alpes. En Francia, en todo caso, no lo hizo «Invariance»).

Hemos analizado dos visiones de la organización típicas de principios de los años setenta, que podemos rechazar sin remordimientos, y sobre todo sin que sean mistificadas por parte de los elementos más jóvenes.

La primera de ellas, la de Comontismo, es el modelo de la comunidad humana-partido-histórico-banda-delictiva. Aunque respetable desde un punto de vista humano (como lo es su actual epígono, el grupo francés Os Cangaceiros), y aunque a menudo resulte interesante por las soluciones práctico-organizativas-habitacionales que propone (los revolucionarios deben vivir “como si” el comunismo estuviera ya hecho y pudiesen afrontar solidariamente la terrible lucha por la supervivencia, doblemente difícil para ellos), su visión nace del resentimiento: el proletariado no es revolucionario, así que “nosotros” (los pequeños grupos) somos el proletariado; somos la comunidad humana ya realizada. Esto les lleva a valorar dogmática e ideológicamente su propia actividad sectaria y ofrece las salidas más desastrosas: la autocrítica terrorista impuesta sobre cada gesto y cada palabra; la fetichización de la coherencia; la acechante posibilidad de decadencia política, causada sobre todo por el embrujo de la acción, que les lleva a convertirse en una mera banda de bravucones. Todo esto basado en el chantaje fetichista-totémico de la “práctica”, en el desprecio ideológico de la teoría y de la acción lúcida.

La otra visión, la “invariantista”, que luego se extendió a gran parte de la corriente radical, es el modelo del círculo de relaciones entre “teóricos”. En este caso el enorme fetiche-tótem de la teoría esconde la unilateralidad de unas relaciones limitadas a una reducidísima elite de “críticos”.

Tal actitud, ahora que se han disuelto las ilusiones sobre una rápida y abundante “producción de revolucionarios”, equivale en realidad a puro y simple individualismo.

En cambio, no queda más que ajustarse a la realidad en la que los revolucionarios ya están aislados. Acrecentar la actual impotencia con una toma de posición en contra de la organización no tiene sentido. La alternativa de seguir todavía, en medio de la angustiante atomización de los revolucionarios, insistiendo en la fobia anti-mafiosa y en la exclusividad de las relaciones entre unos pocos elegidos (si es que se logra encontrar alguno) al nivel más alto (¿más alto que quién?) de la teoría, no es muy atractiva.

Aunque hoy resulta evidente que el resurgimiento del activismo y de la militancia lleva rápidamente de vuelta a la política, también debe quedar claro que el fetiche de la teoría separada de la eficacia y la práctica colectiva, si es posible organizada, no ofrece ninguna salida. Los principios comunistas, unidos a una teoría crítica animada por su contraste con la teoría de las dos décadas anteriores y con los principales resultados del pasado reciente – a saber: una revolución de y para la vida, un cuestionamiento de los límites del ego y de la identidad personal (que en la obra de Cesarano son denunciados de forma exhaustiva y vehemente), la experiencia de una revolución en la revolución - son el único antídoto contra la degeneración mafiosa, de la que no se puede escapar mediante el aislamiento autovalorizante, ni mucho menos por la vía original y personal de una supuesta creatividad.

Es evidente que en 1970 no existía el peligro de crear un grupúsculo militante-activista en torno a «Invariance» o a un núcleo de "teóricos". De hecho, el peligro era exactamente lo contrario: la desintegración y el abandono de las cuestiones más importantes que debían ser abordadas:

1) Reformular la contribución de la ultraizquierda histórica (Bordiga y el sector más consistente de la revolución alemana, decisiva para la revolución mundial); Hacer balance de los nuevos contenidos aportados por los años sesenta; La necesidad de crear un conjunto de relaciones capaces de resistir en el tiempo y preparadas para reanudar las posibilidades revolucionarias que se presentaron en los años setenta.

Según Camatte y Collu la “producción de revolucionarios” iba a resolver mágicamente todos los problemas, cuando lo que vino a continuación fue la dispersión de los revolucionarios, y la evidencia de su incapacidad para aprovechar la oportunidad que otra vez, y sólo en Italia, volvía a presentarse.

En los años siguientes se planteó, todavía en términos invertidos respecto a la realidad, la cuestión del nihilismo: en realidad las manifestaciones nihilistas fueron el abandono de la tradición revolucionaria, el fin de la búsqueda de relaciones comunistas entre los subversivos, la negación de la necesidad de convertirse en una comunidad efectiva, la subestimación de la necesidad de evitar ser arrastrados por la contrarrevolución.

Comontismo fue una caricatura de las relaciones entre revolucionarios, con su ilusión de que todos los problemas podían ser resueltos mágicamente por una ideología adecuada, y su pretensión de ser la encarnación de la teoría de los años sesenta, ya completa, que sólo había que aplicar en la práctica sin más demora.

Aun siendo aberrante e insostenible en el plano teórico, esta simplificación partía de una exigencia profundamente cierta: la teoría no puede ser una actividad separada y especializada, es parte integral de la coherencia cotidiana de los revolucionarios y de la necesidad de cambiar la realidad en su conjunto, de incidir en la sociedad y en la historia.

Comontismo tuvo un resultado doblemente contraproducente:

1) porque creó una banda que se reclamaba enemiga de la sociedad y del proletariado, impidiendo cualquier posibilidad de agrupamiento y de eficacia;
2) porque resultó ser fácilmente recuperable por la ideología más típica de los años setenta: la que consistió en justificar – como hacía Toni Negri – a los grupos producidos por la disgregación social, en vez de criticarlos radicalmente. Esto hizo a Comontismo incapaz de darle perspectiva a un sector, mucho más consistente en el 77, de jóvenes que rompían con la práctica armada instrumental y jerárquica de la Autonomia Organizatta y que en cambio querían actuar por sí mismos, con valentía pero con ideas pobres y confusas.

Sin embargo, Comontismo tenía razón al rechazar el elitismo de los pocos que se movían “al más alto nivel de la teoría”. Ello sólo podía conducir a la creación de unas relaciones arraigadas únicamente en un plano intelectual.
Cesarano fue el único que se movió al más alto nivel, produciendo una teoría clara y explícita, completamente anti-esotérica, tratando infructuosamente de darle una salida humana a ese ambiente pseudo-intelectual, caracterizado por su absoluta fragilidad y por su tremenda incoherencia (exceptuando a Piero Coppo y a Joe Fallisi, los únicos de entre sus compañeros que mantuvieron una coherencia revolucionaria, sin alimentar pretensiones de superioridad derivadas de la posesión de la teoría).

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