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lunes, marzo 21, 2016

"Reconvertir el sufrimiento en fuerza". Unas palabras para Cristóbal Cornejo. 

Te he extrañado Cristóbal, y siento que te fuiste cuando más te necesitaba, pero en fin, es algo egoísta verlo de ese modo, aunque sé que eso no te molestaría para nada, pero bueno...así es la hueá nomás, como decían nuestros queridos Flipper (That´s the way of the world). / 1 año. 12 meses en que todo estalló. Tal vez me dirías que me ría de todo, que toque fondo realmente y salga luego a flote... / Traté de hilvanar unas ideas que irán a manera de prólogo a tus "escritos (anti)políticos". En general seguí la línea de lo que recordaba del Homenaje que te hicimos el año pasado en la Librería Proyección. Estaré fuera del país para estos lanzamientos de los 3 libros en que se ha compilado tu obra hasta ahora, pero dejo estos recuerdos por este medio, para que circulen por donde deban hacerlo nomás. Agradezco a quienes me invitaron a escribirlo. Me imagino que te deben extrañar tanto como yo.



“RECONVERTIR EL SUFRIMIENTO EN FUERZA”
PRÓLOGO A LOS ESCRITOS POLÍTICOS DE CRISTÓBAL CORNEJO
Julio Cortés Morales

“Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente” (Marx y Engels, La ideología alemana)

Cristóbal entendía perfectamente el concepto de Marx del “hombre total”. Y lo vivía. Según la descripción marxiana clásica, en el comunismo un ser humano podía pescar en la mañana y filosofar en la noche, sin ser por eso ni pescador ni filósofo[1].

Cristóbal podía crear sonidos sin ser músico, escribir poemas sin considerarse un poeta, y notoriamente la etiqueta de “periodista” le quedaba demasiado estrecha. Además, en su escritura mezclaba todos los aspectos de la existencia, pasando de comentario musical al panfleto político, de la poesía a la crónica, del amor al humor, y de la crítica de arte a la crítica de la vida cotidiana. No es de extrañar que quienes luego de su muerte han intentado recopilar y ordenar su obra se hayan encontrado con que ésta era mucho más extensa e inclasificable de lo que se podía prever de antemano.

En este compilado de textos tenemos a grandes rasgos lo que podríamos denominar como sus “escritos políticos”. El entrecomillado en este caso emana no tanto del distanciamiento respecto del concepto de política tradicional, respecto a la cual más bien la posición de Cristóbal sería “antipolítica”, sino de la dificultad de diferenciar los aspectos (anti)políticos del resto de temas y consideraciones que estuvieron presente desde el inicio en sus inquietas reflexiones.

Cristóbal también entendía que no tenía sentido luchar por el comunismo sin luchar por la anarquía, y viceversa. La crítica de la economía política sin crítica del Estado conduce siempre a posiciones socialdemócratas. Y cuando los críticos de la política y del Estado ignoran a Marx, no pasan de ser un tipo de liberales, o nihilistas individualistas de la peor especie. “Anarquistas por el comunismo y comunistas por la anarquía”. Esa etiqueta le gustaba. La bandera roja o la bandera negra…ni él ni yo pudimos decidir nunca cual nos representaba más. En la duda, usábamos ambas, juntas o por separado.

Cristóbal sentía, en todo caso, una tensión interna, una dinámica de oposición dialéctica permanente entre dos polos que estaban dentro suyo.  Recuerdo que una vez se reportó desde el norte de Chile, tras una ausencia más o menos prolongada de su participación en ciertas iniciativas en que ambos confluíamos, y me dijo que los últimos meses había estado siendo dominado por su polo “anarquista individual y hedonista”, pero que ya se estaba ordenando de modo de poder potenciar de nuevo el polo “comunista organizado”. Todos sus camaradas hemos sentido esa misma tensión, pero creo que él fue el primero en sentirla y explicarla así de claro. Pero no sólo la expresaba en palabras: la vivía y sufría, tal vez de manera más intensa que todo el resto.

Cuando conocí a Cristóbal hacia el año 2004 él tenía 21 años, y yo 33. La mayoría de edad y la edad de Cristo. Es verdad que a principios de los 90 la mayoría de edad en Chile se uniformó a los 18 años, pero antes de eso se seguía la vieja teoría romana de ciclos de 7 años, que hizo que en la época de Justiniano el fin de la infancia se fijara a los 7 años, el inicio de la pubertad a los 12 o 14 (diferenciando entre mujeres y varones), y la mayoría de edad a los 21. Era un hermoso niño. Cuando pienso en su imagen de esos años, en mi retina mental se me mezcla con la imagen más conocida de Rimbaud, el poeta-niño. Era un joven que derrochaba talento, tras una apariencia aún algo frágil y tímida, cuestión que con el tiempo fue variando, pues cada vez que lo veía después de períodos de interrupción del contacto, me parecía más crecido, más maduro y más seguro de sí mismo, pero sin nunca haber dejado de ser en el fondo el mismo hermoso niño.

Lo conocí en un ambiente de música y ruido, y comentarios sobre todo ello en el medio más usado del momento: los fotologs. De hecho, creo que primero intercambiamos comentarios por esa vía virtual, hasta que una vez me lo topé en persona en un concierto en algún local del barrio Brasil -cuando psicogeográficamente era más denso e interesante que lo que dejó de él la arremetida represiva del 2009 conocida como “Operación Salamandra”-. En esa ocasión me lo presentaron como “periodista musical”, o algo así. Nos dimos la mano, conversamos, y apenas rompimos el hielo cerveceando y conversando noté que la etiqueta le quedaba demasiado pequeña.

Por esos años yo intentaba vertir al papel algunas reflexiones y posiciones sobre la peliaguda cuestión de la relación entre arte y política. El resultado se plasmó en un folleto titulado “Arte, capitalismo y vida cotidiana”. Lo repartía a diestra y siniestra en varias tocatas ruidistas, y por supuesto que casi nadie le daba mucha bola. No así Cristóbal, que por esa época andaba siempre acompañado de dos jóvenes rancagüinos junto a los que editaban la revista Fakxion, publicación que no le hacía asco a mezclar la melomanía extrema con la reflexión política radical. Leyó y digirió bien el texto, y después me lo comentó y a partir de ahí ambos entendimos que estábamos situados sobre un terreno común, sensación que nos acompañó de ahí para siempre. Poco después me regaló una copia en DVD de varios films situacionistas.

Cuando comenzamos el proyecto del cual surgió la publicación Comunismo Difuso, que sólo conoció dos números (el primero a fines del 2009, y el segundo a mediados del 2012), él fue uno de los más entusiastas participantes. Por alguna razón que no recuerdo no pudo asistir a nuestra primera reunión, en la ciudad de Rancagua, que terminó con propaganda callejera espontánea y la detención de 3 de los nuestros, que fuimos bastante maltratados por la policía tanto al momento de la detención como luego en la siniestra Comisaría de Rancagua, la misma donde hace un par de años dejaron morir de calor dentro de un furgón a un detenido. En el calabozo nos reíamos acordándonos de que cuando anunció que no podría asistir al encuentro, Cristóbal nos alertó de que si nos reuníamos a la hora de almuerzo nos podíamos “indigestar”.

En esa y posteriores publicaciones, nuestra afirmación programática del comunismo nos impedía firmar los artículos y colaboraciones. Entendíamos que Comunismo Difuso era un órgano de las “hordas de sujetos eufóricos por la revolución comunista mundial”. Esa euforia se sentía muy fuerte hacia el 2009/2010. Con ocasión del primer número, Cristóbal se encargó de una de las definiciones de la sección “Afilando las palabras”. Esa especie de diccionario en que trabajamos, en parte inspirado en el Diccionario del Militante Obrero publicado en Barcelona a principios de los 70 con una importante colaboración del Equipo Teórico del Movimiento Ibérico de Liberación (también conocido como 1000)[2], nos parecía una profunda necesidad, dada la enorme confusión conceptual reinante en los medios anticapitalistas/antiautoritarios, en los cuales hasta el día de hoy el concepto de comunismo se asocia al partido socialdemócrata autodenominado P”C”: un fundamental y lamentable aparato ideológico del Estado capitalista, que obviamente no tiene nada que ver con el proyecto de una sociedad sin clases y sin Estado, sino que más bien todo lo contrario.

Para ese primer número Cristóbal entregó una hermosa definición de “Sabotaje”, y además se hizo cargo de lo que pasó a ser algo así como su propia sección: “Miserias de la industria cultural chilena”, que en esa oportunidad se enfocó en la horrible sarta de programas dedicados a exhibir y glorificar la acción de las policías, y que por gentileza de nuestro camarada diseñador contaba con una excelente y completísima galería de despreciables personajes entre rostros de televisión, periodistas/policías, y demás fauna asociada (de Kike Morandé y Constanza Santamaría a Warnken y Nibaldo Mosciatti)[3].

En Comunismo Difuso N° 1 anunciábamos que estaba faltando una insurrección en el territorio nacional, y de la mano de la cita de un “cientista político” democristiano profetizábamos que podía ocurrir entre el 2011 y el 2013. Luego se vino el agitado año 2011, tan movido que entre otras cosas atrasó la publicación de un nuevo número, pero no por dispersión ni desgano sino que precisamente porque todos estábamos de lleno metidos en esa agitación.  Sobre todo él, que se las arreglaba para cumplir con sus labores asalariadas de periodista y participar en la revuelta callejera, además de sus otras múltiples actividades musicales y de todo tipo. Poco antes el Comité Invisible publicaba “La insurrección que viene”. En su nuevo libro, “A nuestros amigos” (que lamentablemente Cornejo no llegó a leer), hablan al principio de que efectivamente las insurrecciones vinieron, entre el 2008 y el 2014, pero que en todas partes parecen “estrangularse en la fase de motín”. Probablemente en Chile dio para menos que eso. Quién sabe…

En el número 2 y 3 de Comunismo Difuso, que salió en agosto del 2012 -y que debido a esa enorme tardanza fue considerado como un número doble[4]-, su pluma nos aportó una nueva definición (Poesía), una nueva referencia a las Miserias de la industria cultural chilena, atacando ahora a las distintas expresiones de arte industrial y burocrático expresadas en mega eventos como “La pequeña gigante”, “Santiago a Mil” y otros engendros, además de un emocionante relato de su participación en los disturbios callejeros del 2011 en Santiago, junto a reportes de otros compas desde Valparaíso y Concepción (trilogía de ciudades en revuelta que también era estudiada en un texto sobre la Insurrección de 1957 incluido en el mismo número, que circuló bastante y lo sigue haciendo al día de hoy, aunque no siempre reconociendo su fuente, cuestión que en realidad importa bastante poco). Vale la pena destacar su concepción de la poesía, donde acude principalmente a Perét y Vaneigem, y que mientras para el pensamiento dominante sería caricaturizada como “una inútil actividad de románticos”, como “evasión, huida de la realidad”, para él sería, citando la revista Tiqqun, “el arte de reconvertir el sufrimiento en fuerza”, razón por la cual “ahora es tiempo de hacer poesía, de vivirla, como acto creativo que nos reencuentra con nuestra humanidad en pleno”, colándose “como mímica corrosiva en cada intersticio mal sellado por el poder”.

Entre medio de esos 3 convulsos años ocurrieron varias cosas más. Cristóbal escribía cada vez más y mejor, y sus aportes, anónimos o con firma, circulaban por todas partes. De hecho, recuerdo que cuando estalló el caso Bombas (¡valga la redundancia!) y no quedaba claro cuáles eran los contornos precisos de la fantasmal organización terrorista imaginada por Hinzpeter/Peña un texto de la página Comunización se preguntaba si entre otros Ariel Zúñiga y Cristóbal Cornejo no serían considerados miembros de la misma, por el sólo hecho de que escritos suyos circulaban en la página que la versión policial entendía como emblema del “anarcoterrorismo”: Hommodolars. Además de eso, organizó homenajes a Albert Ayler, tocó mucho más que antes (llegando a incorporarse como baterista a la formación diAblo: ¡Cómo olvidar que el inicio de su gira brasilera se vio un poco postergado porque en el aeropuerto la policía detuvo a Cristóbal, que tenía una vieja cuenta judicial pendiente por haber expropiado mercancías en un supermercado!), y cada vez que nos visitaba en casa aparecía con algún regalo interesante: un compilado de hip hop combativo hecho especialmente para mí porque según me dijo: “no cachai ná de esto”, y una Antología de escritos de Ulrike Meinhof, de la Fracción del Ejército Rojo, que expropió de otra biblioteca y cuya custodia me confió para que estuviera (según él) en “mejores manos”.

En febrero del 2010 se vivió además el terremoto (hablando en términos estrictamente telúricos, y también sociales), con todas sus consecuencias (saqueos, desaparición momentánea del Estado, represión militar, etc.). Cristóbal escribió su experiencia, en gran nivel de detalle,  y la comunicó en los medios contrainformativos y subversivos usuales.

Hacia el 2013 Cristóbal se trasladó a Tocopilla, trabajando como periodista de la Municipalidad. Desde allá seguía haciéndose presente en el debate revolucionario, entregando por escrito sus impresiones sobre la inmensa movilización que estaba ocurriendo, esta vez anónimamente, autodenominándose como “un comunista anárquico”. No se trataba de “periodismo alternativo” ni nada por el estilo, sino que de notas tomadas al calor de las barricadas y las cajas de vino degustadas por el proletariado juvenil en combate. Y eso son sus escritos: ni más ni menos que textos para el combate.

Uno nunca sentía que Cristóbal estuviera alejado de sus camaradas, ni siquiera cuando andaba patiperreando por otras partes de Chile o del continente. Su corazón y su mente seguían siempre con nosotros, y cuando uno menos lo esperaba dejaba car algún tipo de reporte, notas o reflexiones por vía electrónica, las que siempre eran valiosos insumos para seguir accionando y reflexionando. No en vano entendíamos el comunismo como un “partido histórico”: la centralización la da el programa, y las tareas pueden cumplirse individual o colectivamente, alejados de siglas e instituciones (aunque durante hartos años, para referirnos a nuestras vinculaciones concretas hablamos de las Redes por la Autonomía Proletaria).

Pese a que en este mundo y particularmente en los circuitos antagonistas se ha instalado una rígida división entre los sujetos reflexivos y los sujetos de acción, y en general entre la teoría y la práctica, Cristóbal como “ser humano total” (sí: corregimos en este punto a Marx, porque “hombre total” suena algo machista y restrictivo, aunque no sé si en este punto estamos corrigiendo a Marx o a sus traductores) desafiaba todas esas simplificaciones. Era capaz de teorizar a un excelente nivel, y acto seguido armar barricadas con lo que hubiera a mano. Podía tocar música tan bien como escribía acerca de ella, y decía cosas tales como que la música de Malgobierno era “ideal para camotear pacos”.

Por sobre todo, siempre practicó y disfrutó mucho lo que llamamos “vandalismo comparado”. Su cuerpo pequeño y más bien delgado no era obstáculo para alojar una gran cantidad de energía y violencia canalizada en contra de símbolos del sistema. Alguien decía: “¡cómo cabe tanta maldad en metro y medio de persona!

Recuerdo una noche en que, después de una reunión de un puñado de camaradas, nos dirigimos a pie hacia otros barrios en busca de bares, y en el camino procedimos a la crítica práctica del urbanismo neoliberal, centrándonos sobre todo en ciertas vidrieras de horribles negocios de automóviles que se nos cruzaron en nuestra caravana de destrucción. Él andaba en bicicleta, y como por su poca corpulencia no podía causar el mismo daño que otros de nosotros hacíamos a patadas, hizo uso de adoquines lanzados a modo de bumerang, pero que en vez de devolverse causaban grandes daños en el objetivo escogido. Después de teorizar, organizar, beber, y vandalizar por varias horas, llegamos de madrugada a dormir a la casa de uno de los nuestros, con la última botella de algún destilado, y antes de eso Cristóbal propuso que todos nos desnudáramos (literalmente lo que dijo, pleno de entusiasmo, fue: “¡Empelotémosnos!”). Lamentablemente, sólo él avanzo en ese sentido, permaneciendo sentado en calzoncillos el par de horas más que duró esa encantadora velada. Los demás éramos machos más tradicionales en ese sentido y no lo seguimos en su ejemplo de autoliberación integral. ¡Cuánto me arrepiento ahora!…Lo cierto es que nuestro amigo desafiaba incluso las asunciones más usuales sobre sexualidad, géneros, masculino/femenino, y en el plano de la corporalidad y la exploración de los sentidos estaba dispuesto a ir mucho más allá que el resto[5]. Su materialismo histórico empezaba por su propio cuerpo. Ejemplo de ello es la crónica que escribió acerca de su participación en una “orgía desprogramatoria” organizada por Leonor Silvestri, publicada en su momento en la revista Sangría.

El último de los “escritos políticos” que le conocimos era breve y contundente, y lo envió para el segundo número del pasquín agitativo Anarquía y Comunismo, que salió en la primavera del 2014. En él las emprendía contra las celebraciones propias de las “mierdas patrias”, y terminaba afirmando con convicción que la revolución es mundial, la hace el proletariado, y se hace “hasta el fin”.  La idea de una “revolución hasta el fin” la tomábamos del texto del mismo nombre que en su momento, a principios de los 70, fuera elaborado por miembros del MIL/GAC (Movimiento Ibérico de Liberación/Grupos Autónomos de Combate), y que también fuera conocido como “Marxismo años 70” o “El mamotreto”[6]. Dicho grupo, al igual que la Internacional Situacionista, nos parecían claves a la hora de entender la necesidad de una superación real de la falsa dicotomía marxismo/anarquismo, sobre la cual se pavimentó la derrota del viejo movimiento proletario a lo largo de todo el siglo XX.  Desde esa comprensión, queda claro que las revoluciones a medias, como decía Saint Just, nos llevan a cavar nuestra propia tumba. De ahí la importancia de una crítica total, o como en su momento dijo Marx, la “crítica despiadada de lo existente”, puesto que toda comprensión parcial del capitalismo y su negación conduce al callejón sin salida de la renovación modernista, fascista o socialdemócrata de la dominación.

Esas posiciones identificaban completamente a Cristóbal, y por eso es que su aporte, su vida y obra, son y serán siempre irrecuperables por el sistema. Él no era un artista posmoderno, ni un mero opositor al neoliberalismo o a tal o cual imperialismo, sino que un anticapitalista/antiautoritario de tomo y lomo, un revolucionario integral[7]

Así es como leemos sus escritos, y así es como lo recordaremos siempre.

Pocos días antes de su muerte hablé con él por medios electrónicos. Recién ahí supe que no se sentía nada de bien. Lo había visto muy poco en los últimos meses, pese a que hubo un par de encuentros frustrados en Rancagua. Yo viajaba allá por trabajo, y él estaba quedándose en esa ciudad, pero abortaba los encuentros un día antes. Tuve que viajar a la costa de la VI región, y trataba de encontrar argumentos para subirle el ánimo. No encontraba muchos…puesto que yo tampoco me sentía demasiado bien.

En mi mochila llevaba un libro de entrevistas a los editores de Troploin[8], donde me topé con un pasaje en que planteaban la cuestión de ¡¿cómo situarse fuera del mundo, en un mundo que lo habría engullido todo?, y abordaban luego el tema del suicidio, afirmando que “un suicidio no se puede reducir jamás a una sola causa”, y que “ hay muertes voluntarias más ricas que algunas existencias”. Recordaban que en el número 2 de La Revolución Surrealista, de 1925, se publicaron los resultados de una encuesta donde se planteaba si “es el suicidio una solución”. Tras referirse a los casos de los surrealistas suicidados Vaché, Rigault y Crevel, además de los casos de Maiakovski, Cesarano y Debord, concluían que “el suicidio puede ser una solución individual”, pero que “socialmente, en la medida en la que vuelve contra sí mismo el nihilismo ambiental, equivale a una derrota”. En ese listado echaba de menos a Benjamin…

Días después, luego de un nuevo y último encuentro frustrado, agregábamos a Cristóbal a esa triste lista. Sin necesidad de entrar en más detalles, creo que cuando un Espíritu Libre ejerce el acto más soberano de todos (abandonar este mundo), uno no puede criticarle ni objetarle nada. A lo más, podemos analizar los defectos de la manera en que la comunidad de lucha que lo circundaba asumió los efectos de la derrota histórica provisional en que nos encontramos los que asumimos el partido de la humanidad contra el partido de la cosificación. Al que se fue porque así lo quiso, sólo cabe dejarlo partir, y desearle que no descanse en paz, sino que en revuelta, porque “tampoco los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Walter Benjamin).





[1] La cita exacta dice lo siguiente: “ …en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos” (La ideología alemana).
[5] En cierta ocasión, durante un almuerzo, cuando un camarada dijo, medio en serio y medio broma, que estaba cada día más homofóbico, él replicó: “Lo que es yo, estoy cada vez más fleto”.
[6] Existe una edición local a cargo de los compas de Editorial Pukayana, dentro de la antología de textos del MIL titulada como “36+68=1000”, que ya va en su segunda edición.
[7] Cuando alguien se opone sólo al neoliberalismo, y no al capitalismo en sí mismo, termina suscribiendo siempre alguna forma de keynesianismo de izquierdas, a lo ATTAC/Foro Social Mundial. A su vez, los que sólo son antiimperialistas, suelen defender a un modelo de capitalismo o Estado frente a otros. Ninguna de esas posiciones merece ser llamada anticapitalista.
[8] Troploin, El timón y los remos. Editorial Klinamen, segunda edición ampliada, diciembre de 2013.

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Sin palabras más que agradecer a ti por esta nota, compartirla y lo mucho que su salvaje y amorosa existencia fue, y nos dejó.
 
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