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miércoles, enero 23, 2019

Cristóbal Cornejo: un 23 de enero... 


Un día 23 de enero vino a este mundo inmundo nuestro camarada Cristóbal Cornejo.

Revisando un viejo baúl hace pocos días encontré una carta suya. Era de diez años atrás (marzo del 2009), y tras realizar una especie de recuento de varias aventuras que vivimos juntos, terminaba así:

“Ya estamos echados a la lucha de clases…hacia fortalecer la teoría, la práctica subversiva cotidiana (en cualquier frente). Emprendo proyectos, no tengo miedo, soy todo lo que quiero ser, vivo el erotismo y el ruido caótico. ¡Que pronto se unan nuestras copas! ¡A brindar por lo pasado y lo futuro”.

Un amigo común escribió en su momento este texto sobre CC, Cris Corn, Zorrito, Chico Pastilla, o como quieran llamarle: no importa, Cris era un ser inaprensible y ni siquiera los nombres lo encuadraban a un orden convencional. El texto fue publicado en Raza Cómica

En youtube se encuentra el registro de una improvisación con Andrés Morales, y en el bandcamp de Volante discos podemos escuchar "El diablo es un magnífico", el album en que CC participó como baterista de la banda DiAblo, en formato de trio.




Cristóbal Cornejo: investigador materialista de la realidad.
Por Rodrigo B.

La crítica radical a la cultura del capitalismo guarda sus antecedentes de manera dispersa en la filosofía, literatura, poesía y pintura de la segunda mitad del siglo XIX. Solo con el fracaso de la revolución de 1905 y el advenimiento de la Primera Guerra Mundial (eventos que fueron a su vez productos específicos del desarrollo de la economía política), encontraría esta crítica una forma concreta y consciente en la actividad creativa de, por ejemplo, los dadaístas y los surrealistas.
La importancia de estos grupos radica en haber reconocido, junto con el grueso de la clase trabajadora que se levantó en armas contra el orden burgués entre 1917 y 1937, la manera en que el capitalismo avanzaba vertiginosamente apoderándose de la totalidad del espacio y el tiempo social. Esa consciencia histórica fue acertada. Al ser incapaz el proletariado de contener su avance, el capitalismo se encontró luego de la Segunda Guerra Mundial en el terreno firme de lo que Marx denominó la “fase de subsunción real del trabajo en el capital”; el trabajo asalariado y la producción de mercancías ocupando la totalidad de la vida.
En ese sentido, se podría decir, la economía política se transforma en una cultura que ya no reconoce límites identitários, geográficos, religiosos, etc. Parafraseando a Robert Jaulin, el capitalismo se convierte durante este periodo en “la organización colectiva del hecho cotidiano total”; ya no hay un afuera del modo/estilo de vida que imponen el trabajo asalariado y el dinero.

Parte del trabajo que realizaron Walter Benjamin, la Escuela de Frankfurt y los situacionistas (solo por nombrar algunos de los más reconocibles) fue tomar nota de estos desarrollos. Lo que se buscaba era ampliar el horizonte crítico y afilar las armas de la teoría anti-capitalista para ponerlas a la altura de las circunstancias históricas que se habían gestado en ese último ciclo. Es decir, mucho más allá de pretenderse una “crítica cultura” en términos generales, estos trabajos teóricos fueron una crítica directa y específica al capitalismo y la cultura que engendró para mistificarse y naturalizarse.
Esto es lo que se conoce como industria cultural, un concepto que al parecer ha sido tan difícil de asimilar que las definiciones que se dan en Wikipedia son radicalmente distintas en castellano y en inglés, por no mencionar el hecho de que el concepto, respecto a otros, está traducido a una cantidad ínfima de idiomas.
Tal como señaló Anselm Jappe el “contenido” de este fenómeno (y producto) histórico al que se conoce como industria cultural “no es la apología explícita de tal o cuál régimen político presuntamente intachable, sino la incesante presentación de lo existente como único horizonte posible”. Estos comentarios los hace Jappe a propósito del boxeo dialéctico que organizó entre Guy Debord y Theodoro Adorno respecto al rol del arte (Sic Transit Gloria Artis, 1994). Luego continúa citando a Adorno: “A fin de demostrar la divinidad de lo real no se hace más que repetirlo cínicamente y sin cesar. Tal prueba fotológica no es concluyente, pero si apabullante” (Dialéctica de la Ilustración, 1944).
En nuestros días, y ya desde hace algún tiempo, este punto de vista ha sido reducido y/o restado de su contenido crítico original. Su potencial revolucionario se ha vuelto una especie de espejismo que, por un lado alimenta las ilusiones canibalescas de los especialistas de la crítica (sociólogos, filósofos, académicos y demás tipos de burócratas del pensamiento), y por otro es desestimado como un delirio propio de “la teoría estética” por los y las que se dedican a la política (en diferentes formatos de leninismo o anarquismo profesional). Es quizá obvio señalar que esta incapacidad para entender el capitalismo como un modo de producción de la vida en su totalidad —y que por lo tanto debe ser contestado en la práctica de manera total— es resultado directo del avance violento de la alienación en nuestra época, y, como diría György Lukács, la alienación radica en el predominio de la mercancía en la vida social.
Entre los que resisten esta inercia totalizante que viene imponiendo la cultura burguesa a toda la humanidad desde hace ya varios siglos, debiéramos contar también a aquellos que se rehúsan a someter su racionalidad y su capacidad sensible a la lógica de los sistemas dogmáticos de significaciones, a las falsas oposiciones, y a la urgencia con que la crítica especializada y los intelectuales mantiene la realidad diseccionada. Parte de ese esfuerzo pasa por rastrear y darle continuidad a la historia que es sistemáticamente oscurecida por la sombra de la industria cultural; la historia de las clases dominadas.
Tengo la certeza de que el trabajo de Cristóbal Cornejo forma parte de esa corriente histórica, y creo que se le debería poner atención porque este tipo de mirada es excepcionalmente escasa en el movimiento social anti-capitalista de hoy. Tan excepcional como necesaria.
Cristóbal, al que difícilmente podríamos calificar como un simple periodista, músico o poeta, fue más bien un agitador social a tiempo completo. Hablar de su obra “literaria” separada de su obra “política”, o de su obra “musical” separada de su obra “poética”, sería caer en un sesgo ideológico que el mismo combatió a cada momento. Los cruces de ideas y referencias a los que estaba siempre sometiendo sus análisis de la realidad formaban parte integral de lo que pretendía comunicar.
Para empezar a despejar las dudas que puedan haber respecto de ese sentido unitario en el trabajo de Cristóbal bastaría con hacer una pasada rápida por algunos de los temas más relevantes de sus escritos: John Coltrane, la Nueva Canción Chilena, el punk, el noise, la new thing, Emile Dubois, los Ludditas, Cravan, orgías des-programadoras, insurrecciones urbanas, vandalismo comparado, el 18 de septiembre, movimientos sociales, ecológicos y culturales, el anti-arte, la anti-poesía, el comunismo difuso, terremotos sociales y geológicos, y un largo etcétera.
Se le escucha decir, por ejemplo:
“Y no es que creamos que los/as artistas son una lacra. Es un sistema que los/as controla de manera objetiva y subjetiva, mimándolos y disociándolos del conjunto social, el que los hace no llevar la crítica hasta la raíz. A pesar de eso, sabemos que la complacencia frívola y el éxito (Warhol, el trivial mercader por excelencia, como ícono), motivan la reproducción del modelo de vida y la integración y recuperación de los posibles “revoltosos” al engranaje.“
En otro momento reflexiona:
“Ya en los sesenta, pueden apreciarse los notables resultados que alcanza la fusión “menos probable de todas”, es decir, rock y jazz, o más concretamente, free jazz y punk rock (donde punk se entiende como actitud). En esta década nos encontramos con bandas que, casi paralelas al desarrollo del jazz libre, van incorporando sus descubrimientos al acervo del ruido eléctrico.”
Y luego grita:
“¡Por la multiplicación de los focos locales anticapitalistas y antiestatales!
¡Por la revolución internacionalista contra la sociedad espectacular!
¡Comunismo difuso saboteando el viejo mundo!”
Todos estos fragmentos forman parte de escritos que, aunque referidos a cuestiones distintas, están atravesados por una misma mirada que los ata en un impulso por subvertir el sentido común y llevar “la crítica hasta la raíz”.
Se puede reconocer en el trabajo de Cristóbal una tremenda inquietud por poner en crisis varias de las instituciones que organizan la forma que tenemos de pensar y experimentar la realidad. Y eso se puede observar no solamente en sus escritos, sino que también en la música que produjo, los grupos que frecuentó, la manera que tuvo de moverse por el territorio y cómo estableció relaciones con los que tuvimos la suerte de conocerlo y tenerlo cerca.
En ese sentido, la introducción que propuse un poco más arriba no es una mera forma de poner en contexto o meter a la fuerza a Cristóbal en un cause histórico que le es ajeno. Al contrario. Su trabajo representa para mí un cuerpo sólido de investigación materialista de la realidad que se acopla con mucha soltura a la corriente que conforman los movimientos y teorías que comentábamos antes.
Cristóbal fue un gran comentador de la realidad y también un acucioso archivador de experimentos y experiencias —individuales y grupales— que han surgido en la historia contra-cultural chilena. No es que se haya dedicado solo al territorio dominado por el Estado chileno, o solo a la “contra-cultura”, sino que tuvo la lucidez suficiente para poner el ojo aquí, en tiempos y cuestiones que no mucha gente lo estaba poniendo. Un excelente ejemplo de eso es su programa radial Sonidos Mutantes.
En diciembre del año 2013 Cristóbal transmitió el primer capítulo del programa a través del dial de la radio Actual de Tocopilla. Hacerlo en esa región y en esa ciudad no fue cuestión de azar o exigencias externas a él; fue una decisión calculada, un primer esfuerzo por romper con el grosero (pero muy coherente) centralismo que estructura este país.
Así reseñaba el propio Cristóbal su proyecto:
“Hay capítulos dedicados a la música electroacústica desde 1956 a 1974, una revisión de la época de improvisaciones de Los Jaivas entre 1969 y 1970, la creación subterránea en Chile durante los ’70 y ’80, con grupos como Malalche y Agrupación Ciudadanos (y otras ocurridas en el exterior como el trabajo de Alvaro Peña o el Quilombo Expontáneo), la música más arriesgada de la post-dictadura (90’s y principios de los 2000), hasta llegar a las distintas propuestas de sellos contemporáneos como Espora, Jacobinodiscos, Horrible Registros, Productora Mutante, Amigos de la Contaminación Sonora, Cumshot Records, Templo Sagital, Pueblo Nuevo y Chancacazo. Asimismo, habrán capítulos más específicos dedicados a la poesía sonora, los paisajes sonoros y la improvisación libre.”
Se podrían nombrar a la rápida algunas de las bandas más recientes que incluyó en su revisión: Lluvia Ácida, Lem, Tobías Alcayota, Leonardo Ahumada, Aves de Chile, Namm, Les Chicci, World Music, La Golden Acapulco, Ojo, Come Perro Fuma Gato, Los Igualitos, Pintocabezas, Indio, Dolores Fiuler, Ramiro Molina, Ensamble Majamama, trio Payaya, Acratarca, La kut, diAblo, Mostro, Colectivo No, Fracaso, y muchos otros. El último capitulo, dedicado a la poesía sonora, cuenta más de una decena de músicos.
A lo largo de 12 capítulos, escritos, producidos y conducidos por Cristóbal, se repasó la historia musical de Chile desde 1956 hasta el 2013. Desde luego esta no es la historia “oficial” de la música chilena, sino más bien una que se construyó al margen de ella. No tanto por falta de talento o éxito comercial como por una necesidad consciente de mantenerse más cerca de su propio impulso creativo y más lejos del centro gravitacional de la industria musical. En ese gesto, lejos de sacrificar algo, lo que estas bandas hicieron —en mayor o menor medida, con mayor o menor éxito— fue tomar partido por una forma de hacer música que no está necesariamente atada al flujo de las mercancías culturales.
A eso se prefirió llamar “sonido mutante”, para evitar caer en otras categorías que impidieran a Cristóbal apuntar donde quería apuntar.
Es decir, lo que Cristóbal hace al ponerlas todas bajo una misma luz es tramar una historia a contrapelo de la impuesta por la propia industria cultural. O dicho de otra forma, lo que queda de manifiesto en el programa, lo que hizo Cristóbal a través del trabajo de docenas de bandas a lo largo de más de 50 años, es exponer su propio punto de vista de la historia musical de este país.
Quizá lo más importante y valioso de este proyecto radica en el hecho de que a esta historia de la música que se está contando subyace, a su vez, una historia social; Sonidos Mutantes es también un recorrido por los orígenes materiales de esas músicas, un recorrido por las posibilidades e imposibilidades de hacer música en Chile, por sus medios técnicos, lugares geográficos y espacios sociales, por las influencias, motivaciones e inclinaciones de distintos músicos en distintas épocas. Incluso más, lo que investiga el programa es un conflicto de clases latente que ha sido soslayado por los historiadores de la música casi siempre: ¿es la música producto de un solo tipo de condiciones sociales, económicas y espirituales? ¿Qué tienen que decir los distintos tipos de música acerca de las condiciones sociales, económicas y espirituales de las que surgen y en las que se desarrollan? Tengo la impresión de que ese es el tipo de preguntas que motivaron a Cristóbal a realizar este tremendo proyecto de investigación.
Sonidos Mutantes es, en casi todo sentido, único en su especie, y aunque su valor no radica en eso, lo vuelve un referente necesario para cualquiera que quiera investigar, sea por las razones que sea, la historia de la música chilena con seriedad y verdadero interés. Hasta el día de hoy nadie a llevado a cabo con tanto rigor y con tanta capacidad crítica esta tarea.
Lejos de pretender la última palabra sobre las pesquisas de Cristóbal, me gustaría invitar con esta breve reseña a los/las que no conocen su trabajo a adentrarse en él y descubrirlo por cualquiera de los caminos que tendió. El que propongo acá es solo uno. Estoy seguro de que quién lo haga, por la vía que sea, no solo va a encontrarse con una obra apasionada y profunda, sino que también en el camino va a aprender un montón sobre su propio entorno e historia.
Aquí (https://archive.org/details/SonidosMutantesCap.119DeDiciembre2013) pueden encontrar el primer capítulo del programa. En ese canal encontraran también los otros capítulos, además de la “segunda temporada”, uno que otro experimento, y su última “declaración pública”.
Hace solo unos días sus amigos y compañeros lanzaron un par de libros recopilando parte de su trabajo. Sabemos que vendrán más. Por lo pronto, seguiremos escarbando y adentrándonos en lo que tenemos a mano; sabemos bien que su obra es un medio para adentrarse en espacios y tiempos sociales que no aparecen con tanta nitidez y potencia como cuando son descritos por su pluma.


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Comments:
Cristobal es nuestro hijo.....Siempre vive. Su legado está presente
 
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