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miércoles, diciembre 31, 2025

Exposición en la Universidad de Playa Ancha el 25 de noviembre del 2025 

 


1.- Nuevas derechas y post-fascismo

La dicotomía izquierda/derecha (o izquierdas y derechas, pues nunca hubo una sola forma) ya cumple más de dos siglos, a lo largo de los cuales se ha ido modificando considerablemente. Así, el liberalismo nace a la izquierda, representando las posiciones de la “burguesía revolucionaria” después de 1789, mientras la derecha inicialmente designaba al bando contrarrevolucionario: monárquico y aristócrata. Cien años después, la izquierda contenía por sobre todo a la gran familia socialista (desde la socialdemocracia al anarquismo, y luego al comunismo como radicalización “por izquierda” de la socialdemocracia durante la 1ra Guerra Mundial), y la derecha consistía en una histórica alianza liberal/conservadora que en el marco de la Guerra Fría se alineaba con la defensa del capitalismo y la “civilización occidental”. 

Mucho ha cambiado en la primera cuarta parte del siglo XXI.

Parte de la izquierda abandonó totalmente la idea de “revolución social” que la caracterizó en los dos siglos anteriores, para asumir una bastante posmoderna política de las identidades, o la defensa (al menos discursiva) de una versión neokeynesiana de la socialdemocracia, que en la práctica poco se distingue de una mera administración culturalmente “progresista” del neoliberalismo. Otra izquierda sigue pretendiendo ser anticapitalista o antineoliberal, pero sus modelos de sociedad alternativa son una curiosa mezcla de nostalgia por el “socialismo real” y reivindicación de capitalismos alternativos como el chino, liderazgos reaccionarios como el de Putin, la multipolaridad y los BRICS.

A la derecha tradicional o convencional le han brotado una serie de competidores por extrema derecha, desde tradicionalistas y fascistas clásicos a libertarianos de derecha, anarcocapitalistas y variadas y ecléticas formas de “Alt Right”.

Aparentemente la composición de clase también ha cambiado: gran parte de la izquierda liberal/progre es burguesa o pequeño-burguesa (sin entrar en la vieja discusión: ¿burguesía pequeña o clase intermedia entre burguesía y proletariado?), y es evidente que el “bajo pueblo”, proletarios y subproletarios sin consciencia de clase (ver al respecto las clases de Mark Fisher de finales del 2016), se identifica hoy en día con los nuevos liderazgos mesiánicos/populistas de personajes como Trump, Bolsonaro, Kaiser, Kast o Milei. Como ha dicho el relator de la ONU sobre extrema pobreza Olivier De Schutter en su Informe de este año “El populismo de ultraderecha y el futuro de la protección social”, “los populistas de ultraderecha afirman representar a la “gente corriente” frente a las “élites”. Sin embargo, en muchos casos, ellos mismos forman  parte de la élite y deben su ascenso en la política a la riqueza de su familia o a sus conexiones sociales. Una vez en el poder, suelen tratar de mantener los privilegios de la misma élite económica a la que critican en sus discursos” (Párr. 40).

¿Cuál es la mayor similitud entre los fascismos del siglo XX y estas nuevas derechas post-fascistas? Según el teórico húngaro Gaspar Miklos Tamás, el primero que acuñó el concepto de pos fascismo hacia el año 2000, “el posfascismo es un conjunto de políticas, prácticas, rutinas e ideologías que pueden observarse en todas partes del mundo contemporáneo; que poco o nada tienen que ver, excepto en Europa Central, con el legado del nazismo; que no son totalitarias; que no son en absoluto revolucionarias; y que no se basan en movimientos de masas violentos ni en filosofías voluntaristas e irracionalistas, ni tampoco juegan, ni siquiera en broma, con el anticapitalismo”.

Pese a todas esas diferencias con el viejo fascismo (que en todo caso ha seguido manifestándose dentro del amplio abanico de tendencias actuales), este autor sigue usando la etiqueta “fascismo”, al señalar que “el posfascismo encuentra fácilmente su nicho en el nuevo mundo del capitalismo global sin alterar las formas políticas dominantes de la democracia electoral y el gobierno representativo” y “hace lo que considero central en todas las variantes del fascismo, incluida la versión postotalitaria. Sin Führer, sin régimen de partido único, sin SA ni SS, el posfascismo revierte la tendencia de la Ilustración a asimilar la ciudadanía a la condición humana”.

“El posfascismo no necesita tropas de asalto ni dictadores. Es perfectamente compatible con una democracia liberal anti-Ilustración que rehabilita la ciudadanía como una concesión del soberano en lugar de un derecho humano universal (…) Dado que el posfascismo rara vez es un movimiento, sino simplemente un estado de cosas, gestionado la mayoría de las veces por los llamados gobiernos de centroizquierda, es difícil identificarlo intuitivamente. L@s posfascistas no suelen hablar de obediencia total y pureza racial, sino de la superautopista de la información”. (Adorno: fascismo en democracia y fascismo contra la democracia).

Otro aspecto clave que destaca este autor es que estamos en un contexto de “Desregulación para el capital y regulación estricta para el trabajo”. En este escenario, “si la fuerza de trabajo queda atrapada en la periferia, tendrá que soportar los talleres clandestinos”. “Los intentos de luchar por salarios más altos y mejores condiciones de trabajo no se enfrentan a la violencia, l@s rompehuelgas o los golpes militares, sino a la fuga silenciosa de capitales y la desaprobación de las finanzas internacionales y sus burocracias internacionales o nacionales, que tendrán la capacidad de decidir quién merece ayuda o alivio de la deuda. Citando a Albert O. Hirschman, la voz (es decir, la protesta) es imposible, es más, inútil. Sólo queda la salida, el éxodo, y es tarea del posfascismo impedirlo”.

2.- El fascismo (visto por los fascistas)

Los estudiosos del fascismo se han dividido desde un inicio entre quienes toman en serio su ideología y quienes sólo lo ven como una manipulación burguesa (las dos versiones marxistas dominantes serían la teoría de la agencia y la que lo ve como forma de bonapartismo). Según Roger Griffin, es necesario estudiar como los fascistas se percibían a sí mismos, y en este empeño él destaca su carácter “revolucionario”: algo que los marxistas jamás reconocerán pues tendrían que admitir una versión rival a la de la revolución socialista/comunista).

El jurista italiano Giorgio Locchi (muy influyente en la Nouvelle Droite) que en “La esencia del fascismo como fenómeno europeo” afirma que “más allá de diferencias específicas, todos los movimientos fascistas y todas las variadas expresiones de la Revolución Conservadora (entendida aquí como corriente espiritual) tiene una esencia común”.  “Los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo son la expresión política, inmediata e instintiva, de un nuevo sentimiento del mundo que circula por Europa a partir ya de la segunda mitad del siglo XIX. Tienen el sentimiento de vivir un momento de trágica emergencia y se precipitan a la acción obedeciendo a este sentimiento; se movilizan políticamente pero, al contrario que otros partidos y movimientos, no hacen referencia a alguna concreta filosofía o teoría política y asumen más bien casi siempre un comportamiento antiintelectualista. Los movimientos fascistas se coagulan por instinto en torno a un programa de acción inspirado por un sistema de valores que se opone drásticamente al sistema de valores igualitarista, que se encuentra en la base del democraticismo, liberalismo, socialismo, comunismo. Por contra, resulta fácil constatar que, en el seno de un mismo movimiento fascista, personalidades de primer nivel expresan y defienden filosofías y teorías bastante diferentes, a menudo poco conciliables entre ellas e incluso opuestas”.

Visto así, los fascismos eran movimientos mucho más heterogéneos de lo que nos hemos acostumbrado a pensar desde que la izquierda vio al “nazi-fascismo” como una entidad única y homogénea. Pero a pesar de esta gran diversidad y a la retórica seudorevolucionaria y hasta anticapitalista que caracterizaba a algunas de sus expresiones, es su marcado anti-igualitarismo el que lo ubica siempre a la extrema derecha del espectro político, por su marcada naturaleza contrarrevolucionaria de larguísimo plazo. Como ellos mismos dicen: reaccionan contra los valores de la Ilustración. Y a diferencia de lo que sostiene Locchi, está más que demostrado que los movimientos fascistas no sólo existieron en Europa, sino que prácticamente en todo el mundo, expresando esa misma contrarrevolución, que a corto plazo respondía desde 1917 a la amenaza de revoluciones socialistas.

3.- Colonialismo y fascismo

Analizar la dimensión global (y no sólo europea) del fascismo nos enseña cosas importantes. Entre ellas, que la modernidad capitalista no se agota en los “valores (positivos) de la Ilustración”. Esta es también lo que no se dice que es: oculta la violencia de la acumulación originaria y el colonialismo. Y en gran medida los fascismos de los países centrales vinieron a demostrar que se podían utilizar también en las metrópolis los métodos que desde hace décadas y siglos usaban estas potencias en la periferia y el “tercer mundo”. En este aspecto el fascismo también fue más parasitario o adaptativo que creativo.  Como destacó el comunista martinicano Aime Cesaire en su “Discurso sobre el colonialismo” (1950):

Y entonces, un buen día, la burguesía es despertada por un golpe formidable que le viene devuelto: la GESTAPO se afana, las prisiones se llenan, los torturadores inventan, sutilizan, discuten en torno a los potros de tortura.

Nos asombramos, nos indignamos. Decimos: «jQue curioso! Pero, jbah!, es el nazismo, ya pasara!». Y esperamos, nos esperanzamos; y nos callamos a nosotros mismos la verdad, que es una barbarie, pero la barbarie suprema, la que corona, la que resume la cotidianidad de las barbaries; que es el nazismo, sí, pero que antes de ser la victima hemos sido su cómplice; que hemos apoyado este nazismo antes de padecerlo, lo hemos absuelto, hemos cerrado los ojos frente a él, lo hemos legitimado, porque hasta entonces solo se había aplicado a los pueblos no europeos; que este nazismo lo hemos cultivado, que somos responsables del mismo, y que el brota, penetra, gotea, antes de engullir en sus aguas enrojecidas a la civilización occidental y cristiana por todas las fisuras de esta.

Si, valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle, las formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarle al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX, que lleva consigo un Hitler y que lo ignora, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora solo concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África.

Y este es el gran reproche que yo le hago al pseudohumanismo: haber socavado demasiado tiempo los derechos del hombre; haber tenido de ellos, y tener todavía, una concepción estrecha y parcelaria, incompleta y parcial; y, a fin de cuentas, sórdidamente racista.

 

4.- ¿Qué Derechos Humanos?

Lo que conocemos cono “DDHH” surge más o menos en la mitad del siglo XX: post segunda guerra mundial, aliados “contra el nazismo” se reconfiguran como enemigos en la Guerra Fría. Un bando privilegia los DCP, otro los DESC. Surge la jerga y la institucionalidad propia del movimiento de los DDHH: DIDH, convenciones y tratados, órganos especializados, burocracia internacional. (Ver el texto de Douglas Kennedy: “Movimiento internacional por los DDHH: ¿Parte de la solución o del problema?”).

Pero sus antecedentes más lejanos datan al menos de 1789 y las “revoluciones burguesas”. Ahí surgen las “Declaraciones de Derechos”: algunas consagran el “sentido común” y derechos ya existentes (Independencia de EEUU) y otras más bien proponen un nuevo orden a alcanzar (Declaración francesa de derechos del “hombre y el ciudadano”) (Ver texto de Habermas sobre Derecho natural y revolución en “Teoría y praxis”).

El discurso de DDHH es asumido por todo el espectro político oficial (democracia representativa).  Pero ha empezado a ser cuestionado, tensionado o resignificado por las nuevas derechas. Lo cual es similar a lo que pasa con la idea misma de democracia: ¿Existe una sola o varias? ¿Falsa democracia en oposición a una verdadera? ¿Democracia directa contra democracia representativa? ¿Son los fascistas (en sus versiones neo y old fashion) enemigos de la democracia en sí misma, o conciben otras formas de democracia, orgánica e iliberal?

Lo que está claro es que no podremos hacer nada que valga la pena si seguimos mirando la historia por el espejo retrovisor. No podemos retroceder al estado keynesiano ni a los tiempos de la revolución rusa, china, española o cubana. El capitalismo avanza, nunca retrocede. Las nuevas derechas, como los viejos fascismos, usan una retórica conservadora y tradicionalista, pero en otro sentido no podrían ser más modernistas o incluso aceleracionistas. La izquierda hasta ahora ha pasado del “no la vimos venir” a campañas por el “mal menor”, diciendo que “no pasarán” cuando en verdad el fascismo ya pasó, y como dijo Guattari: “no deja de seguir avanzando. En evolución permanente, no deja de atravesar mallas cada vez más finas. Parece venir de fuera, cuando en verdad encuentra su energía en el corazón del deseo de cada uno de nosotros”.

La desfascistización debe comenzar por asumir este hecho, y no tenerle miedo a la crítica radical de la democracia y los DDHH.

Como dijo el general Sun Tzu hace más de dos milenios, “si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer el resultado de cientos de batallas. Si te conoces a ti mismo pero no al enemigo, por cada victoria que ganes también sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla”.

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