<$BlogRSDUrl$>

domingo, septiembre 25, 2022

Pharoah Sanders (RIP)//Pionera, "Bolsa de piedras" (2022) 

En primer lugar, quería informar que ayer murió uno de los grandes maestros musicales que quedaban, el saxofonista Pharoah Sanders, que inició su trayectoria en la era de la revolución del Free Jazz, tocando junto a otros maestros que ya no están como Sun Ra, Coltrane, Albert Ayler, Don Cherry y varios otros.

Requeriría más tiempo y espacio hablar de Pharoah como es debido. Ayer le mencioné su muerte a un par de punk rockers que no tenían idea de quien era. En fin: el espectáculo necesita mantener separados los nichos del punk con los del jazz, así como la anarquía del comunismo. Por de pronto los dejaré con un artefacto que compila sus primeras grabaciones, de 1963 a 1964:


"In the beginning". Se trataba de 4 CDs que reúnen 45 tracks, incluyendo entrevistas a Pharoah y a Sun Ra (que fue quien le puso el nombre de Faraón).


Su último álbum "Promises" fue editado el año pasado, junto a Floating Points y la orquesta London Symphony. Bien diferente a la furia chisporroteante del tenor con la que se hizo famoso, estos nueve movimientos meditativos quedarán para siempre como una hermosa despedida. 

Entremedio de ambos puntos, no quiero dejar de destacar una de las piezas que más me han impresionado de toda la trayectoria del Faraón: su interpretación de Venus/Alto y Bajo Egipto, junto a Albert Ayler a fines de los sesenta, en un concierto junto a la Sun Ra Arkestra a beneficio de los Panteras Negras. Duelos de tenor que se elevan directamente al cielo del sonido, donde nos estarán esperando a todos quienes los hemos amado profundamente en vida. 23 minutos de puro placer auditivo. 

Y bueno: hecho ya el homenaje a Sanders, los dejo con el reviú detallado del album debut de Pionera, "Bolsa de piedras", banda hispana en que el viejo amigo Katafú se desempeña en las seis cuerdas además de las cuerdas vocales, grabada por el viejo amigo Gomberoff en su Estudio Hukot. Por cierto, veremos a ambos dos viejos amigos en Chile próximamente tocando con Familea Miranda. Están avisados! 


PIONERA, Bolsa de piedras (2022).

Rock se podría traducir por roca pero también por piedra. Una “bolsa de piedras” es una idea poderosa, una imagen de multiplicidad y dureza potenciada por la agrupación forzada dentro del espacio de un envase que convierte un puñado de estas armas naturales que son las piedras en un artefacto de gran impacto y dañosidad.

De hecho, alguna vez escuché a mi padre contar que durante alguna parte de su infancia que vivió en la zona norte de Santiago de Chile, donde no era inusual ver a parroquianos desafiándose a pelear con bolsas de piedras. El primero que le daba al otro un bolsazo en la cabeza ganaba, y había al menos un TEC garantizado en la persona del perdedor. 

En el caso de Pionera, la bolsa que ofrecen es una colección de afiladas y densas piezas de rock pesado inteligente. Lo cual no es una contradicción en sí misma: si bien el hard rock siempre tuvo una veta de autos/chicas/glamour, también desde el inicio del sonido de las catacumbas hubo intérpretes que reflexionaban sobre profundos temas de la existencia humana en el planeta Tierra desde los excitantes sonidos del blues electrificado, como por ejemplo los Blue Öyster Cult, que eran etiquetados como Heavy Metal para sujetos pensantes.

Pionera califica más como banda post-hardcore que como alguna forma actual de heavy metal. Pero es innegable que su sello propio es la pesadez zeppelinesca del sonido con que interpretan sus composiciones que en varias partes me recuerdan lo que en la década de los noventa estaban haciendo bandas como Jawbox y varias más desde el catálogo de Dischord records, por decir algo.

Bolsa de piedras: lo contrario de la caja de bombones góticos que según Mark Fisher era el álbum Pornography de The Cure. Acá no se trata de una colección de chocolatitos sino que de una excelente selección de camotazos, con el tipo de guijarros que resultan perfectos para poner en una resortera y hacerlos impactar contra un carro policial. Si han escuchado en directo ese sonido, se podrán imaginar el tipo de canciones de las que estoy hablando.

El riffage muscular con que se entrelazan los temas es efectivo y de alta precisión, por sobre él las guitarras y las voces van entregando historias llenas de frases que se agarran al vuelo “Soy un lienzo en blanco, una rueda en el presente” nos dicen en “Desde el accidente” (¿una alusión al tema de Melvins de similar nombre?), donde hablan de “volver a nacer en una vida que no es mía”. O sea, también aquí podemos detectar la crítica de la alienación y el extrañamiento como experiencia total y común en la era de la dominación real del capital.

La canción Pionera, que coincide con el nombre de este combo, suena increíblemente pesada pero a la vez fresca, y funciona casi como un homenaje a Led Zeppelin. Es la batería la que cumple acá una función de apisonadora bonhamiana por sobre la cual la banda despliega el resto de sus talentos. Desde los viejos tiempos de mi primera juventud, en que desde mi pieza en el tercer piso de la vivienda familiar azotaba los parlantes con los IV primeros volúmenes y “Houses of the Holy”, que no escuchaba algo así de animoso, a diferencia del cúmulo de bandas que trataron de repetir la fórmula de Zeppelin y fracasó miserablemente en el intento (aunque algunos ganando harto dinero en el proceso).

En “Cierto Bierzo” exploran un tiempo más rápido, que recuerda algunos momentos de Familea Miranda antes de su autoexilio español.

A lo largo del disco las voces aparecen repartidas entre los tres integrantes de la banda: Rubén Martínez (bajo), Rodrigo Rozas (guitarra) y Héctor Bardisa (batería). Reconozco bien la voz de Rozas, por hacerlo escuchado antes en sus “bandas chilenas” (Supersordo -donde cantó, o más bien gritó, pero muy poco-, Niño Símbolo, Agencia Chile del Espacio y Familea Miranda). Su reconocible tono y estilo me siguen recordando por alguna razón a grandes vocalistas chilenos como Pancho Sazo de Congreso, y de algún modo es posible oír a través suyo un rastro del folclor que escuchábamos antiguamente en Chile todos los rockeros de nuestra generación, antes de que ver a Ozzy en la tele tocando en el US Festival 83 nos hiciera olvidar toda esa formación previa.

Mención especial para el excelente sonido de esta grabación que será editada en vinilo. Las canciones fueran grabadas y mezcladas por Milo Gomberoff en el estudio Hukot, en Barcelona.

En “Cachorrito” el trabajo de las voces me recuerda a algunos experimentos del tropicalista Caetano Veloso en Araca Azul (1973), o incluso en el tema Doideca, del álbum Livro (1998). Pero tal vez el tema en que más se luce el sonido de toda esta obra es Droga Mosquito, con una potente voz que nos cuenta bizarra historia mientras la banda alcanza en un momento el nirvana del ruido más intenso, el que sorpresivamente es embellecido por un teclado que nos saca del noise puro, para luego de un par de silencios casi absolutos (“el silencio no existe” decía John Cage) sumergirse de nuevo en el sol negro del “horrible noise”, y rematar con su enigmático coro de “¡Necesito hablarlo!”. En este tema y en otros la voz me recuerda algo del escaso metal español de los ochenta que se alcanzaba a escuchar desde Chile, o sea, Evo, Obús y Barón Rojo.

¿Melvins y Barón Rojo se encuentran con Caetano -que por cierto estuvo exiliado en UK- asaltando el bar en el funeral de John Bonham y se agarran a combos y peñascazos? Algo así podría decir para terminar dando una imagen sintética aunque algo arbitraria de este disco. Pero no me tomen muy en serio en eso. Sí deberían tomar en serio en cambio la recomendación de conseguirlo y escucharlo atentamente, pues es un material de alta precisión y entrega, que llega justo para hacer algo más interesante vivir en estos tiempos de pandemia y contrarrevolución global.

Pionera: High voltage rock´n´roll para seres pensantes y deseantes.


Etiquetas: , , , ,


martes, septiembre 13, 2022

La Contrarrevolución del 2020, segunda parte (x Manifiesto Conspiracionista) 

 


2.- La recuperación del control.

Cualquiera que se ponga en la piel de alguno de los poderes organizados con interés en mantener el orden mundial estará de acuerdo: en este otoño de 2019 hay que soplar el silbato; se acabó el recreo. No puede permitirse que una revuelta tan insolente contra los líderes y las «élites» se extienda entre las gentes menos «politizadas». Todo esto no es aceptable. Sobre todo porque lo anunciado en cuanto a la aceleración de la catástrofe climática y ecológica, la «perturbación» del mercado laboral por las nuevas tecnologías y la migración de poblaciones enteras, no augura nada bueno para algún oportuno retorno a la calma. Nada en el horizonte. Todo esto está llegando demasiado lejos. Los ratones han bailado demasiado. Es preciso tomar la iniciativa para estar cinco pasos por delante si se quiere mantener el control de la situación. Es hora de un great reset, como diría Klaus Schwab, el presidente del Foro Económico Mundial.

Afortunadamente para nosotros no estamos reducidos a tener que andar especulando sobre lo que ocurre en la mente de los poderes de este mundo: basta con leer los informes de los innumerables think tanks, unidades de previsión y otros centros de estudio que actúan como cerebro del capital acumulado. En el otoño de 2019 se referían de manera provechosa a «La era de las protestas masivas», tal y como publicaba en marzo de 2020 el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por sus siglas en inglés) en Washington. El CSIS es el think tank de referencia del complejo de seguridad nacional estadounidense. Henry Kissinger todavía tiene su despacho allí. Zbigniew Brzezinski ocupó un asiento en la junta directiva hasta su muerte en 2017. «El CSIS se dedica a encontrar formas de mantener la preeminencia y la prosperidad estadounidenses como una fuerza del Bien en el mundo», dice su sitio web. Así, si queremos tomar la medida de la zozobra que reinaba en Washington en el otoño de 2019, hay que abrir «La era de las protestas masivas»: «Entre 2009 y 2019, el número de manifestaciones antigubernamentales en el mundo aumentó en 11.5 % por año […]. El 16 de junio de 2019, 2 de los 7,4 millones de habitantes de Hong Kong participó, casi una cuarta parte de la población de la ciudad. En el pico de las protestas en Santiago de Chile, el 25 de octubre de 2019, las multitudes alcanzaron los 1,2 millones, nuevamente casi una cuarta parte de los 5,1 millones de habitantes de Santiago. […] Vivimos en una era de protestas masivas globales históricamente sin precedentes en frecuencia, alcance y tamaño. […] En 2008, en el punto álgido de la crisis financiera mundial y antes de la Primavera Árabe, el ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, había identificado un «despertar político global». Según él llegaba una nueva era de activismo global. Escribió: «Por primera vez en la historia casi toda la humanidad está políticamente activa, es políticamente consciente e interactúa políticamente. […] Los gobiernos de todo el mundo no están preparados para una marea creciente de expectativas ciudadanas que se traduce en protestas políticas masivas y otras formas menos obvias. Responder a la creciente desconexión entre las expectativas de los ciudadanos y la capacidad del gobierno para cumplirlas podría ser el desafío de una generación. […] Dicho esto, la inquietante firma de esta era de protestas masivas es el vínculo común que las une: no tener líderes. Los ciudadanos pierden la fe en sus líderes, élites e instituciones y salen a la calle por frustración y, a menudo, por disgusto».

Aquí es donde estábamos, en Washington, a fines de 2019, antes de que ocurriera la divina sorpresa de un nuevo coronavirus. Admitamos que frente al titán que se eleva allí, con una serie de manifestaciones antigubernamentales siguiendo una progresión exponencial, con toda esta juventud que empezaba a protestar por todo el planeta por tener que crecer en un mundo de sequías, olas de calor, desempleo masivo, start-ups estúpidas, desaceleración de la Corriente del Golfo, de intoxicación de todo y muerte de los océanos; el antiterrorismo ya no sirve de nada, más bien aburre. Se necesitaba un nuevo instrumento capaz de congelar definitivamente todas estas odiosas manifestaciones de masas. Como hemos visto, el nuevo no estaba tan desvinculado del antiguo. Y como bien explica Peter Daszak, presidente de la ONG ecologista neoyorquina EcoHealth Alliance —un ecologista curioso al que le gusta citar a Donald Rumsfeld (*) cuando tiene tiempo para una ONG original en la que no se tienen reparos en colaborar intensamente con los programas de biodefensa del Pentágono— en el New York Times: «las pandemias son como los ataques terroristas: sabemos más o menos de dónde vienen y quién es el responsable de ellos, pero no sabemos exactamente cuándo sucederá el siguiente. Deben tratarse de la misma manera: identificándose todas las fuentes posibles y desmantelándolas antes de que la próxima pandemia golpee».

Lo interesante y espinoso es que este hombre que rastrea amenazas zoonóticas «naturales» como otros rastrean la «amenaza terrorista» fue también el que escribió e hizo que veintisiete científicos de renombre firmaran en The Lancet del 19 de febrero de 2020 la famosa carta en la que dictamina marcialmente: «Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de conspiración que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural […] y concluimos rotundamente que este coronavirus tiene como origen la vida salvaje. […] Las teorías de la conspiración sólo crean miedo, rumores y daños que ponen en peligro nuestra colaboración global para combatir este virus». A esto se le llama tomar la iniciativa.

¡Qué decepción sentirían sus co-firmantes cuando se enteraran poco después de que la ONG de Peter Daszak de hecho fue financiada con millones de dólares por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas del Dr. Fauci para que realizara experimentos con coronavirus de murciélago en el Instituto de Virología de Wuhan! Experimentos tan inocentes como el consistente en injertar una proteína Spike en la estructura básica de un virus SARS-CoV para observar su efecto patógeno en los pulmones de ratones «humanizados». O de una casualidad tan anecdótica como que Peter Daszak hubiera publicado a lo largo de quince años una veintena de estudios con científicos del Instituto Chino. También podemos  imaginar el malestar de estos cosignatarios cuando descubrieron en septiembre de 2021, tras una misteriosa filtración, la solicitud de financiación enviada en 2018 al DARPA por EcoHealth Alliance para llevar a cabo un experimento consistente en insertar en la proteína Spike de un coronavirus similar al SARS un lugar de segmentación de la proteína furina que permite aumentar considerablemente su contagiosidad en humanos — el mismo lugar de segmentación que ha intrigado tanto a los investigadores desde que comenzaron a estudiar el SARS-CoV-2, ya que ninguno de los virus de su familia, el sarbecovirus, tiene ninguno. Este programa de investigación se denominó acertadamente: «Project DEFUSE» (proyecto Desactivación). A la elección del instituto de Wuhan no le faltaban motivos puesto que su virólogo jefe, un buen amigo de Peter Daszak, está asociado allí con uno de los principales asesores en bioterrorismo del ejército popular de China. Solo podemos lamentar que este último haya eliminado la base de datos que enumera todos los virus en los que trabajaba el instituto de Wuhan desde septiembre de 2019. En estas condiciones, ciertamente, era imperativo que Peter Daszak formara parte de la comisión Lancet sobre el origen del SARS-CoV-2  así como en la de la OMS enviada a China para investigar la cuestión, comisión que debía concluir que «la teoría de la fuga de laboratorio [es] altamente improbable».

Después de todo, Allen Dulles (**) terminó siendo elegido como miembro de la Comisión Warren sobre el asesinato de John Kennedy, y fue a una comisión Rockefeller a la que, en 1975, se le asignó la investigación de la enorme masa de «actividades ilegales» de la CIA en los Estados Unidos en la década de 1960, tras una dolorosa serie de perturbadoras revelaciones.

Cuán agotador debe haber sido, tanto para la DARPA como para Peter Daszak, tener que guardar silencio durante dos años de «pandemia» sobre el «proyecto DEFUSE». Y todo ello por puro respeto al secreto de defensa.

He aquí un hombre cuyos silencios, mentiras y denegaciones le convienen, a la larga, para las mejores investigaciones.

Peter Daszak puede solicitar legítimamente el título del hombre más sórdido y sospechoso de esta era.

A fines de 2019 estaba en marcha una crisis masiva de gubernamentalidad global. Un tragaluz histórico se estaba abriendo.

En Francia, el aplastamiento bestial de los chalecos amarillos todavía estaba en la mente de todos y la policía era casi tan odiada como el régimen que ésta había defendido sádicamente.

La posibilidad de salirse de los rieles de un futuro de mil demonios atrajo a pueblos enteros. Hacía falta intentar algo. Había que recuperar el control, costara lo que costara.

Aquellos para los que una tal bifurcación significaría la ruina han intentado sustituirla por una maquinación que les permitiera mantenerse en el buen camino hacia su rentable apocalipsis.

Declararon cerradas las posibilidades y quisieron revertir el signo de la ruptura histórica en curso convirtiendo la apertura revolucionaria en una vertiginosa intensificación de su dominio.

Siendo inevitable un trastorno, trataron de hacer que fuera el suyo.

Lo que cualquier potencia menor interesada en mantener el orden mundial podía esperar de la estruendosa declaración de pandemia era:

— el aplacamiento brutal de un crescendo histórico a través de un episodio «natural»;

— una restauración de todas las autoridades: policía, ciencia, medios de comunicación, empresas, Estado;

— la sustitución de la desconfianza hacia los que gobiernan por la de cada uno hacia todos los demás;

— el aislamiento de los seres en su «burbuja social» y la consecuente imposibilidad de cualquier actuación masiva;

— un gigantesco hold-up contra toda proyección en el tiempo, contra toda anticipación y organización;

— la legitimidad para controlar todas las interacciones humanas «por el bien de todos»;

— la desrealización de toda la historia pasada frente a la angustia hiperconectada del momento;

— el efecto túnel asociado con el miedo y la escasez, en el que todo lo que no se relaciona con la supervivencia inmediata se desvanece — los psicólogos de Harvard han estudiado bien la cuestión;

— el pánico que transforma el hecho de razonar en un lujo, y que convierte en una provocación mostrar un poco de perspectiva y distancia con la situación;

— una ruptura en el hilo de la historia incipiente y una ruptura con toda la historia anterior.

A pesar de la persistencia de revueltas hasta en el corazón mismo de Washington durante los disturbios de George Floyd, hay que admitir que, en un principio, estos efectos se obtuvieron exitosamente más allá de toda esperanza.

Así que no nos habíamos preparado en vano.

Pero ahí está, la «sociedad abierta» de los neoliberales, ni la tierra la quiere ya.

La apuesta de estabilización por aceleración es un farol en una mano débil.

 


Gráficas: Hannah Hoch

Notas (del traductor):

*: Un cabrón de categoría, fallecido recientemente de cáncer, y hombre de confianza de Nixon y de Bush. Fue Secretario de Defensa de los Estados Unidos en varias ocasiones, la última de 2001 a 2006, siendo el responsable de varias de las atrocidades más sanguinarias cometidas por dicho Estado. Por ejemplo, estuvo detrás del uso habitual de la tortura en la cárcel de Guantánamo y de Abu Ghraib, en Irak, tras la invasión estadounidense de dicho país en 2003

**: Otro elemento reaccionario y siniestro: primer director civil de la CIA, promotor de la fallida invasión contrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos y posiblemente el autor intelectual del asesinato de Kennedy quien lo había destituido previamente de su puesto.

Etiquetas: , ,


jueves, septiembre 08, 2022

TIEMPOS APOCALÍPTICOS (x Maurizio Lazzarato) 

 



Introducción a "El capital odia a todo el mundo. Fascismo y revolución". Eterna Cadencia, 2020.

 

Al margen del pensamiento del límite no hay ninguna estrategia, por tanto ninguna táctica, por tanto ninguna acción, por tanto ningún pensamiento o iniciativa verdaderas, ninguna escritura, ninguna música, ninguna pintura, ninguna escultura, ningún cine, etc., posibles.

Louis Althusser

Vivimos tiempos “apocalípticos”, en el sentido literal del término: tiempos que ponen de manifiesto, que dejan ver. (“Apocalipsis” significa, etimológicamente, quitar el velo, descubrir o desvelar). Lo primero que revelan es que el colapso financiero de 2008 abrió un período de rupturas políticas. La alternativa “fascismo o revolución” es asimétrica y desigual: estamos inmersos en una sucesión en apariencia irresistible de “rupturas políticas” ejecutadas por fuerzas neofascistas, sexistas y racistas; y la ruptura revolucionaria resulta ser por el momento una mera hipótesis dictada por la necesidad de reintroducir lo que el neoliberalismo logró borrar de la memoria, de la acción y de la teoría de las fuerzas que luchan contra el capitalismo. Esa ha sido su victoria más importante.

Lo que los tiempos apocalípticos también ponen de manifiesto es que el nuevo fascismo es la otra cara del neoliberalismo. Wendy Brown sostiene con mucha seguridad una verdad de signo opuesto: “Desde el punto de vista de los primeros neoliberales, la galaxia que engloba a Trump, el Brexit, a Orbán, a los nazis en el Parlamento alemán, a los fascistas en el Parlamento italiano convierte al sueño neoliberal en una pesadilla. Hayek, los ordoliberales o incluso la Escuela de Chicago repudiarían la forma actual del neoliberalismo y especialmente su aspecto más reciente”.1 Esto no solo es erróneo desde el punto de vista de los hechos, sino que también resulta problemático para entender el capital y el ejercicio de su poder. Al borrar la “violencia fundadora” del neoliberalismo, encarnada por las sangrientas dictaduras de América del Sur, cometemos un doble error político y teórico: nos centramos solo en la “violencia conservadora” de la economía, las instituciones, el derecho, la gubernamentalidad –experimentados por primera vez en el Chile de Pinochet– y presentamos al capital como un agente de modernización, como una potencia de innovación. Además, dejamos de lado la revolución mundial y su derrota, que son el origen y la causa de la “mundialización” como respuesta global del capital.

La concepción del poder que se deriva de ello queda pacificada: acción sobre una acción, gobierno de las conductas (Foucault) y no acción sobre las personas (de las cuales la guerra y la guerra civil son las expresiones más acabadas). El poder estaría incorporado a dispositivos impersonales que ejercen una violencia soft de manera automática. Por el contrario, la lógica de la guerra civil que se encuentra en la base del neoliberalismo no ha sido reabsorbida, eliminada ni reemplazada por el funcionamiento de la economía, el derecho y la democracia.

Los tiempos apocalípticos nos hacen ver que, aunque no haya ningún comunismo amenazando al capitalismo y a la propiedad, los nuevos fascismos están reactivando la relación entre violencia e institución, entre guerra y “gubernamentalidad”. Vivimos una época de indistinción, de hibridación entre estado de derecho y estado de excepción. La hegemonía del neofascismo se mide no solo por la fuerza de sus organizaciones, sino también por su capacidad de odiar al Estado y al sistema político y mediático. Los tiempos apocalípticos revelan que, bajo la fachada democrática, detrás de las “innovaciones” económicas, sociales e institucionales, está siempre el odio de clase y la violencia de la confrontación estratégica. Basta un movimiento de ruptura como el de los chalecos amarillos, que no tiene nada de revolucionario o incluso de prerrevolucionario, para que el “espíritu de Versalles” se despierte y reaparezcan las ganas de disparar contra esa “basura” que amenaza al poder y a la propiedad, aunque no sea más que simbólicamente. Cuando el tiempo del capital se interrumpe, hasta un columnista burgués puede captar la emergencia de algo del orden de lo real: “El imperio actual del odio resucita fronteras de clase y de castas que han sido borrosas desde hace mucho tiempo […]. Y de repente, el ácido del odio corroe la democracia y envuelve súbitamente a una sociedad política descompuesta, desestructurada, inestable, frágil e impredecible. El viejo odio reaparece en la Francia tambaleante del siglo xxi. Debajo de la modernidad, el odio”. 2

Los tiempos apocalípticos también ponen de manifiesto la fortaleza y la debilidad de los movimientos políticos que, desde 2011, han estado tratando de desafiar el poder monolítico del capital. Terminé este libro durante el levantamiento de los chalecos amarillos. Adoptar el punto de vista de la “revolución mundial” para leer dicho movimiento (pero también la Primavera Árabe, Occupy Wall Street en Estados Unidos, el 15-M en España, los días de junio de 2013 en Brasil, etc.) bien puede parecer pretencioso o alucinado. Y sin embargo, “pensar en el límite” significa volver a empezar a partir no solo de la derrota histórica sufrida en los años sesenta por la revolución mundial, sino también de las “posibilidades no realizadas” que fueron creadas y levantadas como bandera por las revoluciones, de manera diferente en el Norte que en el Sur, tímidamente movilizadas por los movimientos contemporáneos.

La forma del proceso revolucionario ya se había transformado en los años sesenta, pero se había encontrado con un obstáculo insuperable: la incapacidad de inventar un modelo diferente al inaugurado en 1917 por la larga sucesión de revoluciones del siglo XX. En el modelo leninista, la revolución todavía tenía la forma de la realización. La clase obrera era el sujeto que ya contenía las condiciones para la abolición del capitalismo y la instalación del comunismo. El pasaje de la “clase en sí” a la “clase para sí” debía ser realizado por medio de la toma de conciencia y la toma del poder, organizadas y dirigidas por el partido que aportaba desde afuera lo que les faltaba a las prácticas “sindicales” de los obreros.

Sin embargo, desde los años sesenta, el proceso revolucionario tomó la forma del acontecimiento: el sujeto político, en lugar de estar ya allí en potencia, es un sujeto “imprevisto” (los chalecos amarillos son un ejemplo paradigmático de esta imprevisibilidad); no encarna la necesidad de la historia, sino la contingencia del conflicto político. Su constitución, su “toma de conciencia”, su programa y su organización están basados en un rechazo (a ser gobernado), una ruptura, un aquí y ahora radical que ninguna promesa de democracia y de justicia por venir es capaz de satisfacer.

Por supuesto, por mucho que le pese a Jacques Rancière, la sublevación tiene sus “razones” y sus “causas”. Los chalecos amarillos son más inteligentes que los filósofos porque han “entendido” que la relación entre “producción” y “circulación” se ha invertido. La circulación –de dinero, bienes, personas e información– prevalece actualmente sobre la “producción”. Ya no ocupan más las fábricas, sino las calles y las plazas de la ciudad, y atacan la circulación de la información (la circulación del dinero es más abstracta: será necesario, para alcanzarla, otro nivel de organización y de acción).

La condición de la emergencia de un proceso político es evidentemente una ruptura con las “razones” y las “causas” que lo generaron. Solo la interrupción del orden existente, solo la salida de la gubernamentalidad puede asegurar la apertura de un nuevo proceso político, porque los “gobernados”, incluso cuando resisten, son el doble del poder, su correlato, su pareja. Al crear nuevos posibles inimaginables antes de su aparición, la ruptura con el tiempo de la dominación constituye las condiciones de la transformación del yo y del mundo. No es necesario recurrir a ninguna mística de la revuelta ni idealismo de la insurrección.

Los procesos de constitución del sujeto político, las formas de organización, la producción de conocimiento para la lucha que la interrupción del tiempo del poder hizo posible se enfrentan inmediatamente con “razones” como el beneficio, la propiedad y la herencia, que la revuelta no hizo desaparecer. Por el contrario, son más agresivos, invocan inmediatamente la restauración del orden, anteponiendo su policía, continuando como si no hubiera pasado nada con la implementación de las “reformas”. Las alternativas son entonces radicales: o bien el nuevo proceso político logra cambiar las “razones” del capital, o bien estas mismas razones terminarán por cambiarlo. La apertura de posibles políticos queda frente a la realidad de un problema doble y formidable: el de la constitución del sujeto político y el del poder del capital, porque el primero solo puede tener lugar en el interior del segundo.

Las respuestas que las Primaveras Árabes, Occupy Wall Street, junio de 2013 en Brasil, etc., ofrecieron para estas preguntas son muy débiles; los movimientos continúan buscando y experimentando sin encontrar una verdadera estrategia. No hay ninguna chance de que este impasse pueda ser superado por el “populismo de izquierda” practicado por Podemos en España. Su estrategia logró la liquidación de la revolución iniciada en el pos-68 por muchos marxistas cuyo marxismo había fracasado. La democracia como lugar de conflicto y subjetivación reemplaza al capitalismo y a la revolución (Lefort, Laclau, Rancière) en el mismo momento en que la máquina del capital literalmente engulle la “representación democrática”. La afirmación de Claude Lefort –“en una democracia, el lugar del poder es un lugar vacío”– ha sido desmentida desde principios de la década de 1970: este lugar está ocupado por el capital como “soberano” sui generis. Cualquier partido que se instale allí solo puede funcionar como su “apoderado” (muchos se han burlado de la “simplificación” marxiana, que ha sido completamente realizada de manera casi caricaturesca por el actual presidente de Francia, Emmanuel Macron). El populismo de izquierda le da una nueva vida a algo que ya dejó de existir. En el neoliberalismo, la representación y el Parlamento no detentan ningún poder, y el poder está tan concentrado en el Ejecutivo que no obedece las órdenes del “pueblo” o del interés general, sino las del capital y la propiedad.

La voluntad de politizar los movimientos posteriores a 2008 aparece como reaccionaria, ya que impone precisamente lo que la revolución de los años sesenta rechazó y lo que cada movimiento que ha surgido desde entonces rechaza: el líder (carismático), la “trascendencia” del partido, la delegación de la representación, la democracia liberal, el pueblo. El posicionamiento del populismo de izquierda (y su sistematización teórica por parte de Laclau y Mouffe) impide nombrar al enemigo. Sus categorías (la “casta”, “los de arriba” y “los de abajo”) están a un paso de la teoría de la conspiración y a dos pasos de su culminación, la denuncia del “judaísmo internacional” que controlaría el mundo a través de las finanzas. Esta confusión, que los líderes y los teóricos de un inviable populismo de izquierda están interesados en mantener, continúa atravesando los movimientos. En el caso de los chalecos amarillos, la confusión viene de los medios de comunicación y del sistema político, lo cual expresa la vaguedad que aún caracteriza la modalidad de la ruptura. Hay que decir que en el desierto político contemporáneo, labrado por cincuenta años de contrarrevolución, no es fácil orientarse.

Al igual que los límites de todos los movimientos que se han venido dando desde 2011, los límites del movimiento de los chalecos amarillos son evidentes, pero ninguna fuerza “externa”, ningún partido puede hacerse cargo de enseñar “qué hacer” y “cómo”, como lo habían hecho los bolcheviques. Estas indicaciones solo pueden venir desde adentro, de manera inmanente. El interior está constituido, entre otras cosas, por los saberes, la experiencia, los puntos de vista de otros movimientos políticos, porque las luchas de los chalecos amarillos, a diferencia de las de la “clase obrera”, no tienen la capacidad de representar a todo el proletariado, ni de expresar las críticas de todos los dominios que constituyen la máquina del capitalismo.

Constituido sobre la división Norte/Sur, el movimiento de los “colonizados internos” que reproduce un “tercer mundo” en el seno de los países centrales implica necesariamente, además de la crítica de la segregación interna, una crítica de la dominación internacional del capital, la explotación global de la fuerza de trabajo y los recursos del planeta. Algo que está ausente en los chalecos amarillos. Privado de este componente “racial” e internacional del capitalismo, el movimiento ofrece a veces la imagen de un nacionalismo “franchute”. Pero no es posible ilusionarse con un espacio nacional: el Estado-nación, en el siglo XIX, debió su existencia a la dimensión global del capitalismo colonialista, y el estado de bienestar a la revolución mundial y a la escala planetaria de la confrontación estratégica de la Guerra Fría.

La fractura racial sufrida por los “colonizados” dividió no solo la organización mundial del trabajo, sino también la revolución de los años sesenta. Hoy, las condiciones para la posibilidad de una revolución mundial radican, por una parte, en la invención de un nuevo internacionalismo que los movimientos de neocolonizados (inmigrantes, en primer lugar) incorporan casi físicamente y que los movimientos de mujeres, gracias a sus redes alrededor del mundo, movilizan de manera casi exclusiva; y, por otro lado, en la crítica de las jerarquías capitalistas, que no deben limitarse a la esfera del trabajo. Las divisiones sexuales y raciales estructuran no solo la reproducción del capital, sino también la distribución de las funciones y los roles sociales.

Hoy en día, un movimiento centrado en la “cuestión social” no puede ser espontáneamente socialista como en los siglos XIX y XX por el hecho de que la revolución mundial y social (que implica el conjunto de las relaciones de poder) haya pasado por allí. Sin una crítica de las divisiones raciales y sexuales, el movimiento queda expuesto a todas las recuperaciones posibles (desde la derecha y la extrema derecha), a las que hasta aquí, a pesar de todo, ha podido resistirse. Si las subjetividades que encarnan las luchas contra estas diferentes formas de dominación no pueden ser reducidas a la unidad del “significante vacío” del pueblo, como desearía el populismo de izquierda, el doble problema de la acción política común y el poder del capital permanece intacto. La incapacidad de pensar en el capital como una máquina global y social, cuya explotación y dominación no se limitan al “trabajo”, es una de las causas fundamentales de la derrota de la década de 1960. Desde este punto de vista, la estrategia no ha cambiado: hoy como ayer, estamos lejos de tener una.

Desde 2011, los movimientos son “revolucionarios” en cuanto a sus formas de movilización (inventiva en la elección del espacio y el tiempo de la lucha, democracia radical y gran flexibilidad en las modalidades de organización, rechazo de la representación y del líder, sustracción a la centralización y totalización por parte de un partido, etc.) y “reformistas” en cuanto a sus reivindicaciones y a la definición del enemigo (nos “liberamos” de Mubarak, pero no tocamos su sistema de poder, de la misma manera que las críticas se concentran en Macron cuando él simplemente es, sin ninguna duda, un componente de la máquina del capital). La ruptura no produce cambios notables en la organización del poder y la propiedad, sino en la subjetividad de los insurgentes. Y si, a corto plazo, los movimientos son derrotados, los cambios subjetivos seguramente continuarán produciendo efectos políticos. A condición de no caer en la ilusión de que una “revolución social” pueda producirse sin “revolución política”, es decir, sin superación del capitalismo.3 El pos-68 ha demostrado que cuando la revolución social se separa de la revolución política, puede integrarse a la máquina capitalista sin ninguna dificultad como un nuevo recurso para la acumulación de capital. El “devenir revolucionario” inaugurado por estas transformaciones subjetivas no puede separarse de la “revolución”, bajo pena de convertirse en un componente del capital, por lo tanto de su poder de destrucción y autodestrucción, que se manifiesta hoy en el neofascismo.

 

 Notas:

1 Wendy Brown, “Le néolibéralisme sape la démocratie”, AOC, 5 de enero de 2019. Disponible en: https://aoc.media/entretien/2019/01/05/wendybrown-neoliberalisme-sape-democratie-2.

2 Alain Duhamel, “Le triomphe de la haine en politique”, Libération, 9 de enero de 2019.

3 Tal como Samuel Hayat explica en relación con los chalecos amarillos: “Se trata de un movimiento revolucionario, pero sin revolución en el sentido político del término: es más bien una revolución social, al menos en ciernes” (Samuel Hayat, “Les mouvements d’émancipation doivent s’adapter aux circonstances”, Ballast, 20 de febrero de 2019. Disponible en: https://www.revue-ballast.fr/samuel-hayat-les-mouvements-demancipation).

 

Etiquetas: , ,


viernes, septiembre 02, 2022

El punto de inflexión de 2019 (Manifiesto Conspiracionista) 

 


La contrarrevolución de 2020 responde a los levantamientos de 2019 | Capítulo del Manifiesto conspiracionista

(tomado de Artillería Inmanente)

1. El punto de inflexión de 2019. 

Digamos que existe un Orden Mundial.

Digamos que un conjunto de poderes —estatales, económicos, geopolíticos o financieros—, aunque compitan en el detalle de sus intereses, tienen un interés fundamental en mantener el orden general, una cierta regularidad, una cierta estabilidad, una cierta previsibilidad, aunque puramente aparente, del curso de los acontecimientos.

Digamos que el punto en que se unen vitalmente es el mantenimiento de la servidumbre universal, que forma la condición común de sus existencias singulares.

Pongámonos ahora en el lugar de cualquiera de estos poderes a finales de 2019, digamos en octubre. ¿Cómo no verse sacudido por el pánico?

El Hong Kong pacífico, financiero, consumista, la ciudad-Estado sin historia, el templo de la nada comercial, el colmo del vacío climatizado donde, antes del movimiento Occupy, habría sido difícil encontrar una idea política suspendida en todos sus interminables centros comerciales.

Hong Kong, entonces, comienza a arder.

Semana tras semana desde febrero de 2019, un movimiento localista terco y seguro de su causa, floreciente, desafía el poder chino. En varios meses reinventa el arte de la revuelta — láseres cegadores, paraguas de protección, conos de extinción y raquetas para granadas lacrimógenas, primeras líneas de lanzallamas, barricadas de estilo inédito. La ciudad queda paralizada constantemente, el aeropuerto es invadido, el parlamento local es ocupado y profanado. Todo ello inspirado expresamente en los chalecos amarillos franceses. Las aplicaciones que servían para ligar sirven en ese momento para componer los «black blocks». Los jóvenes lectores de mangas se ponen a confeccionar sus tácticas en las calles con la misma seriedad que dedicaban a sus estudios de ingeniería algunas semanas antes. El movimiento comparte y debate sus estrategias en un foro donde los habitantes son tan numerosos que la water army1 china de doscientos ochenta mil funcionarios pagados para ocupar el ciberterreno no logran su propósito; y además, sus agentes son tan pésimos que se descubren a sí mismos.

Be water, ésta es una doctrina táctica que ningún amotinador occidental había soñado con tomar prestada de Bruce Lee.

Blossom everywhere —florecer en todas partes— había que pensarlo y, sobre todo, hacerlo.

En noviembre de 2019, la universidad politécnica está ocupada y se defiende con orgullo incluso con arcos de flechas de competición detrás de barricadas en llamas. Cuando la policía al asalto, largamente repelida, finalmente se apodera de los edificios, éstos están vacíos de ocupantes: los estudiantes, guiados por los planos que les facilitaron los arquitectos de la facultad, han conseguido escapar por el alcantarillado mientras los mayores acudían a filtrarlos por varios puntos de las calles de la ciudad en las diferentes salidas con sus placas de hierro fundido. Todo ello acordado de antemano.

Octubre de 2019, Líbano —la antigua Fenicia: lo que no es una menudencia para la historia de una determinada civilización— se rebela y se sustrae a la forma de gobierno más tortuosa, a la institucionalización más formidable del «dividir para reinar mejor»: la República multiconfesional. Y esto gracias a la presión que ejerce sobre las sociedades la inexorable catástrofe climática. Una ola de incendios reveló a la población que sus líderes habían desfalcado las arcas del Estado hasta tal punto que no quedaba ni un valiente Canadair2 en todo el país. Al darse cuenta de que los bosques no tenían ninguna confesión, los habitantes se organizaron para luchar contra los incendios sin preocuparse por sus vinculaciones religiosas. De esta experiencia común extrajeron una lectura compartida de la situación política y de los poderes presentes. El anuncio de un nuevo impuesto a las comunicaciones por WhatsApp, hasta ahora gratuito, prendió fuego a la pólvora de la cleptocracia libanesa. Las diversas «comunidades», todas engañadas, se levantaron juntas contra el cinismo de sus líderes. En octubre de 2019, un Líbano perfectamente inesperado se reveló a la faz del mundo: locales de Hezbolá asaltados, los automóviles de los ministros atacados, los ministerios y las carreteras bloqueados, las plazas ocupadas. Prima de la revuelta del Hirak en Argelia, que desde febrero de 2019 había dejado al régimen aturdido e incapaz de ninguna maniobra a fuerza de verlas frustradas una a una, la insurrección libanesa encontrará también dispuesta contra ella las armas represivas proporcionadas por el Estado francés.

Más aterrador aún, en este maldito mes de octubre de 2019, se levanta a su vez la no menos industriosa, modernista y pacífica Cataluña, la vieja Cataluña que inventó en 1068 la noción moderna de valor, sin la cual el capital probablemente no sería lo que es. El inofensivo pero omnipresente independentismo, con sus asambleas locales, sus comités de defensa de la república y sus informáticos de última generación, está fuera de sus casillas. Como reacción al veredicto del proceso a sus dirigentes juzgados por haber organizado un referéndum convoca una huelga general para «hacer de Cataluña un nuevo Hong Kong», y a su vez bloquea el aeropuerto mediante un ingenioso sistema de mensajería cifrada impulsado bajo el nombre de «Tsunami democrático». Varios días de disturbios, sabotajes y bloqueos por toda Cataluña, luego colosales marchas populares que confluyen durante seis horas de feroces enfrentamientos en la plaza Urquinaona, en pleno corazón de Barcelona, dan un nuevo rostro a la reivindicación secesionista. «Nos hemos quedado sin sonrisas», explican los amotinadores.

El colmo de la maldición, el propio Chile, patria del «milagro económico» de Pinochet y los Chicago Boys, está afectado. En octubre de 2019, gigantescas protestas desencadenadas por el aumento del precio del metro en un contexto de miseria general vienen a prometer que el país, que fue su cuna, también «será la tumba del neoliberalismo». Se declara el estado de emergencia. Por primera vez desde la muerte de Pinochet el ejército se despliega en las calles de Santiago bajo un toque de queda. El presidente Piñera, digno heredero del régimen, declara: «Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin límites». Se rumorea en el ejército que se estaría enfrentando a una «difusa guerra de guerrillas molecular» de tendencia mesiánico-deleuziana a sueldo del comunismo. En respuesta a la represión, la identidad, dirección y datos personales de decenas de miles de policías son filtrados por hackers informáticos. Los motines y las manifestaciones son tan potentes que se debe derogar el estado de emergencia, y se espera ahogarlos mediante la concesión de una nueva Asamblea Constituyente y la redacción de una nueva constitución — menos hayekiana esta vez, ¿quién sabe? Es difícil, sin embargo, no alimentar la impresión de que con Chile estamos ante un ciclo que llega a su fin, una figura que se anuda, una era que se precipita hacia el abismo. Una era precisamente abierta y preservada con todos los instrumentos de la más precisa, la más discreta y la más despiadada de las tramas, fruto de la intriga de varias décadas por parte de todos los partidarios de la «sociedad abierta», los miembros más influyentes de la Sociedad Mont Pelerin, cuya respuesta a la barbarie nazi fue dar a luz la de las dictaduras sudamericanas, pasar del orden de las SS al de los servicios secretos americanos y las guerras quirúrgicas.

Última sincronicidad detestable: el 1 de octubre de 2019, a Irak, cuya alma teníamos razones para creer que estaba carbonizada para siempre después de los horrores infligidos por la invasión, ocupación y las operaciones quirúrgicas estadounidenses, le llega su turno. Manifestaciones de una escala sin precedentes contra la corrupción, la pobreza, el desempleo masivo, la escasez de todo, el manejo sectario-mafioso del país. Ocupación de las plazas. El pueblo, una vez más, «quiere la caída del sistema».

Y en noviembre de 2019, Colombia entra en el baile. Las manifestaciones más grandes en la historia del país, un paro nacional, motines contra la reforma del mercado laboral y de pensiones, los proyectos de privatización, el cuestionamiento del tratado de paz con la guerrilla derrotada, el asesinato de indígenas por grupos paramilitares, las desigualdades sociales, la destrucción ambiental, etc. Caceroladas, enfrentamientos, toque de queda.

El fuego no acaba de avanzar.

El «hemisferio occidental» está amenazado, nada menos.

Todo lo que falta es una insurrección comunalista en Suiza para probar que el mundo está cambiando su base.



Etiquetas: , , ,


jueves, septiembre 01, 2022

La violencia del orden  

Falta poco para el plebiscito de salida en que la ciudadanía obligada a votar bajo amenaza de multas decidirá cual de las dos formas de implementar el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 se impone: rechazar para reformar, o aprobar para reformar. La elección no es tan dramática como la épica apruebista trata de presentarla. En cualquier caso serán los partidos y el Congreso los que le den forma definitiva a esta renovación institucional, dejando la revuelta de octubre bien sepultada, con los verdugos en la impunidad, los presos de la revuelta bien presos, y los heridos y mutilados recibiendo en el mejor de los casos una miserable pensión. 

 A estas alturas de mi vida yo ya no le digo a nadie qué es lo que debe hacer. Entiendo perfectamente a los que creen que deben ir a votar para que no gane el Rechazo, o "para que la revuelta quede reflejado en algo concreto" (sic), pero me parece que la opción más razonable es no ir a votar o votar nulo. El que exista tanto "anarquista" votando una y otra vez me parece deprimente y distópico, pero como dijo el pelao Lenin, "a cada uno lo suyo".

Los dejo con este texto que es un capítulo del libro "Violencias y contraviolencias", coordinado por Raúl Zarzuri y editado este año por LOM dentro de su colección 18 Oct.    

Aclaro que la conclusión sobre el estallido y la "violencia fundadora" de derecho es una constatación objetiva (sin estallido no existiría el proceso constituyente) y no una reivindicación de la salida democrática-institucional. De hecho, la principal consecuencia a desprender de esa conclusión sería el imperativo ético y político de una amnistía inmediata para todos los que resultaron criminalizados por participar en la rebelión. Pero con el gobierno de mierda neoconcertacionista que asumió el 11 de marzo no tendremos nada de eso, sino que sólo más y más represión, como ejemplifica el uso de la Ley de Seguridad del Estado (que el programa de Boric proponía derogar) para atacar a la CAM.

Las fotos están tomadas del Informe de Función Policial 2019 del INDH.


LA VIOLENCIA DEL ORDEN. SOBRE LA REPRESIÓN ESTATAL Y EL “ESTALLIDO SOCIAL” EN CHILE


Octubre. Despertar. La pesadilla de la realidad se rompe bajo el peso de un empobrecimiento vuelto insoportable. Todo el pueblo responde al llamamiento de sus más jóvenes. Los patrones envían a sus mercenarios”.

(Evade Chile, Reporte de una Insurrección, 2019-2020)


Control de Orden Público

Frente al cuartel policial de la calle San Isidro 330 de la ciudad de Santiago, una piedra conmemorativa explica que en ese lugar fue fundado el Grupo Móvil en agosto de 1936 (1), y que en noviembre de 1970 pasó a ser la Prefectura de Fuerzas Especiales. Luego de esa explicación histórica, aparece su lema: “A LA VIOLENCIA DEL DESORDEN, LA FUERZA DEL ORDEN LEGAL”.

Después del 18 de octubre de 2019, jornada que desató una ola de rebelión ininterrumpida por lo menos hasta marzo de 2020, el entonces General Director de Carabineros, Mario Rozas, anunció que la Prefectura de las FF.EE. sería reemplazada por los grupos COP, por “Control de Orden Público”, expresión que les parecía más adecuada que “represión”, a la que calificó como “una palabra muy fuerte”. Casualmente el nombre escogido coincide con la denominación coloquial de los policías en el habla inglesa, “cop”, que podríamos traducir por “paco”, y que fue popularizada a partir del estallido por el uso masivo en grafitis de la sigla A.C.A.B. (“all cops are bastards”).

¿Por qué se produce este esfuerzo de negación de la función “represiva” básica que ejercen los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y precisamente por parte de su jefe máximo? Visto así, pareciera que el Estado a través de sus agentes no puede reconocer ni siquiera gramaticalmente que el orden social que defienden está basado en una inmensa acumulación de violencias. Pero en momentos de rebelión social como la que esta función represiva se desnuda, pasa al primer plano, y se revela además operando desde un profundo y largo continuo represivo en que podemos rastrear y reconocer desde el origen del Estado de Chile los rasgos brutales y genuinamente terroristas (en el sentido de dominación por el terror, que señala la definición de la RAE) que están en la base de los procesos de acumulación capitalista. Una violencia estatal y social que no empezó en 1973 ni se acabó en 1990, que existe siempre y no sólo durante las dictaduras cívico/militares, una violencia que incluso tiene una profunda base cultural, que se emparenta de cerca con la violencia directa y/o simbólica de la dominación patriarcal, racista y adultocéntrica.

Si somos conscientes de los orígenes violentos de este orden social, en el que siempre funciona un “mini-terrorismo de Estado” esperando a desplegarse más intensamente en caso necesario, opera en nosotros una verdadera inversión de perspectiva: al apreciar toda violencia acumulada frente a nosotros, aquí y ahora, nos damos cuenta de que la única posibilidad de ponerle fin, es tratar de interrumpir la “normalidad” arrojándonos al torbellino acéfalo de la revuelta (2). La respuesta que enfrentamos por la rebelión individual y colectiva es siempre la misma: culminando en la tortura y la desaparición, el arsenal estatal parte por la luma, la bomba lacrimógena, los atropellos, carros lanza aguas, copamientos preventivos, controles de identidad y detenciones, las cárceles, las balas, las golpizas generalizadas y el verdadero símbolo de la política represiva de Chile el 2019: la lesión ocular por disparos de escopetas cargadas con un tipo de munición “antidisturbios” prohibida por las nuevas orientaciones de Naciones Unidas sobre “armas menos letales”.


Historia (y geografía) de la represión

La historia de la dominación estatal es la historia de la represión, expresada en terribles masacres como la de la escuela Santa María de Iquique (1907), San Gregorio (1921, con Pedro Aguirre Cerda como Ministro del Interior), Ranquil (1934), Pampa Irigoin (1969), El Salvador (1966), la sangrienta represión de la insurrección obrera de Puerto Natales y Puerto Bories (enero de 1919), el incendio de la Federación Obrera de Punta Arenas (1920),  la Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar (1931), la “revolución de la chaucha” en 1949, la insurrección simultánea de abril de 1957 en Valparaíso/Santiago/Concepción, y el golpe militar de 1973. Antes de eso, en el siglo XIX, el Estado no sólo movilizó a los “rotos” para las guerras con los países del norte, sino que ejecutó la “Pacificación de la Araucanía”, y permitió el exterminio de las poblaciones originarias de Tierra del Fuego por parte de milicias privadas de los empresarios. Pero este poder represivo también tiene otros modos de operación más sutiles, o que por ejercerse fuera del espacio público de las calles quedan fuera de nuestra mirada al punto que casi no se perciben como parte de esta inmensa acumulación de violencia (3).

Si consideramos la evolución de la población carcelaria en Chile veremos que si bien en 1990 la represión política disminuyó, concentrándose en unos pocos grupos subversivos que los gobiernos concertacionistas supieron desarticular bastante rápido, el aparato represivo de Estado dirigió una nueva guerra contra los pobres, esta vez bajo la bandera de la “Paz Ciudadana”, logrando más que duplicar en pocos años la población penal, que hasta el día de hoy sigue estando en uno de los niveles más altos de América Latina y el mundo (4).

Tal como lo explica Silvio Cuneo, “el aumento del encarcelamiento en Chile ha sido un tendencia relativamente reciente (…) Desde 1993 la tendencia al alza ha sido constante hasta 2009, en que el nivel baja, pero sigue siendo muy elevado en comparación con nuestros propios niveles históricos y con otras realidades de la región. Ya en la década de los ochenta el encarcelamiento aumenta de 136 presos por cada 100 mil personas en 1980 a 189 en el año 1989. Luego vuelve a aumentar en la década del noventa (de 171 en 1990 a 198 en 1999) y más aún en la primera década de la actual centuria (215 en 2000 a 313 en 2009)” (5).  El nivel de encarcelamiento al que se llegó en democracia “no tiene precedentes en nuestra historia” (6).

Por la razón o la fuerza

El lema del Grupo Móvil parece complementar al que desde mediados del siglo XIX aparece en el escudo nacional: “Por la razón o la fuerza”. Este lema nos advierte que en nombre de la razón instrumental, capitalista, todo el aparato de Estado está bien dispuesto para obligar a cada ser humano a ser subsumido por la producción de valor, a dejar que sus cuerpos y mentes también pasen a formar parte del circuito de producción y circulación de mercancías.  Si te resistes a eso, la fuerza policial irá hacia ti y te dejará en manos de un sistema penal a través del cual el Estado “encierra a quien le sobra y a quien lucha contra él”, tal como decía una vieja canción de La Polla Records.

El mensaje es tan “belicista” que tanto el presidente Ricardo Lagos en el 2000 como el senador Nelson Ávila en el 2004 intentaron sin éxito que el Congreso accediera a cambiarlo por: “Por la fuerza de la razón”. Sin duda calza perfecto con la declaración de estar “en guerra contra un enemigo poderoso” hecha por el presidente Piñera en respuesta al estallido.


El desorden público según la policía

En un video difundido en el contexto de las protestas estudiantiles del 2011, un instructor de Carabineros explicaba que constituye el delito de desórdenes todo aquello que ocurra en el espacio público pero que se aparte de la idea de “normalidad”; una ciudad en que estén asegurados los flujos de la circulación de mercancías -humanas y no humanas-.

La misma idea estaba tras la llamada “ley Hinzpeter”, que surgió ese año por iniciativa de la Sociedad de Fomento Fabril y que nunca llegó a aprobarse pero daba una buena idea de los tipos de actividad que se entienden como una grave alteración al orden público. Su espíritu es el mismo que el de las leyes que se han aprobado recientemente gracias a la colaboración del Congreso con este gobierno: la Ley 21.208 (antibarricadas, saqueos y “el-que-baila-pasa”), y otras aún pendientes de aprobar como la ley anticapuchas y la de protección permanente de infraestructura crítica por personal de las Fuerzas Armadas (7).

Así, para esta concepción, el desorden es en sí mismo violencia, pues interrumpe los flujos “normales” de la circulación capitalista. Y además, por ser indicativo de una oposición al monopolio de la fuerza (o “violencia legítima”) por el Estado. Frente a esa violencia, la respuesta estatal no se autoproclama como “violencia”, sino que como “fuerza”. Pero el lema del Grupo Móvil hace una afirmación que es relevante: para ser fuerza y no violencia, debe ajustarse plenamente a lo que le ley le señala como límite. De hecho, se dice que el respeto al principio de legalidad hace la diferencia entre un Estado democrático y un Estado policial o dictatorial.

El orden social pretender ser un orden jurídico, legal, ajustado a Derecho. Y por eso, si su alteración se produce, ahí está la “fuerza pública” para conservarlo, mantenerlo, o restituirlo, pero en esta función el Estado (o más bien su aparato represivo) debe ajustarse plenamente a los medios y formas de actuación que le señala el ordenamiento jurídico. Cuando el uso de la fuerza para controlar el orden no se ajusta a estos límites, cuando con su accionar se producen vulneraciones a los derechos de las personas, estamos en el ámbito de lo que técnicamente son “violaciones de derechos humanos”, que pasan a ser “crímenes contra la humanidad” cuando -como ocurrió en Chile en 1973 y 2019- son violaciones generalizadas o sistemáticas, es decir, una forma actualizada del terrorismo de Estado.


El uso de la fuerza y su des-regulación en el derecho nacional

La Constitución Política de la República garantiza en el artículo 19 N° 13 “el derecho a reunirse pacíficamente sin permiso previo y sin armas”. No obstante esa proclamación, sigue vigente el Decreto 1086 de septiembre 1983, una respuesta a las protestas nacionales contra la dictadura iniciadas en marzo del mismo año, que obliga a solicitar autorizaciones a la Intendencia con dos días hábiles de anticipación, señalando por escrito “quiénes organizan  dicha reunión, qué objeto tiene, dónde se iniciará, cuál será su recorrido, donde se hará uso de la palabra, qué  oradores lo harán y dónde se disolverá la manifestación”. El derecho constitucional queda cercenado por su regulación no a nivel legal sino que meramente administrativa, lo que entre otras cosas logra impedir cualquier manifestación espontánea o sin líderes.

En coherencia con ello, la Circular de Uso de la Fuerza y nuevos Protocolos de Control del Orden Público de Carabineros señalan que la facultad policial consistente en el uso legítimo de la fuerza “en definitiva, obliga a todas las personas a someterse al control policial” (8). Al regular las manifestaciones públicas, se hace una curiosa clasificación: las manifestaciones pueden ser lícitas cuando “se desarrolla[n] en espacios públicos con tranquilidad, seguridad y respeto por los mandatos del autoridad, sea que cuente con autorización previa o que se trate de una actividad espontánea no autorizada”. Pero las manifestaciones lícitas pueden “devenir en ilícitas”, cuando se trate de manifestaciones violentas o agresivas.

Carabineros define de manera bastante curiosa las manifestaciones ilícitas: la manifestación se considera violenta “cuando se contravienen las instrucciones de la autoridad policial y los actos involucren la vulneración de derechos de terceros, como sería la libre circulación por las vías”. Es decir, bastaría con que no se obedezcan las instrucciones policiales relativas a retirarse la calzada para que la manifestación sea considerada “violenta” y entonces la fuerza pública está autorizada a disuadir, despejar, dispersar y detener a los manifestantes.

La manifestación se define como agresiva “cuando se generan daños o cuando se agrede intencionalmente a las personas o la autoridad policial”, y en tal caso procede aplicar inmediatamente las fases de dispersión y detención.

En base a este marco no legal sino que meramente reglamentario y protocolar, Carabineros reprime con fuerza (o “con energía” como señaló en octubre del 2019 el senador socialista José Miguel Insulza al llamar a reprimir las evasiones masivas de liceanos, qué técnicamente ni siquiera eran infracciones del sistema de responsabilidad penal adolescente) las manifestaciones donde no se demuestra “sometimiento” a su control policial, y en cambio toleró sistemáticamente las agresiones de grupos de extrema derecha que durante el 2020 en las marchas de los partidarios de la opción “Rechazo” a una nueva constitución se dedicaron a agredir violentamente mediante grupos de choque a los transeúntes que no compartían su opción.


Trincheras legales dentro del derecho chileno

Además de esta llamativa complementariedad entre la Constitución del 80, el Decreto 1086 y los nuevos Protocolos de Carabineros (9), subsisten varios cuerpos legales que operan como verdaderas trincheras dentro del Derecho: básicamente, la Ley de Seguridad del Estado (10), la Ley de Control de Armas (11), y la Ley Antiterrorista (12). El repertorio legal para combatir al movimiento social se ha complementado en nuestro tiempo con dos importantes leyes: Aula Segura en el 2018, y el control preventivo de identidad inventado en el 2016 y que durante el 2019 un proyecto de ley presentado por el gobierno de Piñera y apoyado por votos de la Democracia Cristiana pretendía hacer aplicable desde los 14 años (aunque en la votación efectuada el 16 de octubre en la Cámara de Diputados se aprobó desde los 16 años).

Como he explicado previamente, “Aula Segura” era una propuesta jurídicamente absurda e innecesaria pues la respuesta sancionatoria frente a conflictos e incluso delitos en el espacio educativo ya existe y había sido regulada en lo medular por las leyes y reglamentos pertinentes. De todos modos fue impulsada por la ministra Cubillos hasta ser aprobada en diciembre de 2018 mediante la Ley 21.128. De inmediato fue entendida y aplicada como una verdadera declaración de guerra a la juventud movilizada en sus liceos, causando cientos de expulsiones que en muchos casos fueron luego declaradas “arbitrarias e ilegales” por los tribunales de justicia.

Aprovechando ese mismo impulso a su agenda represiva, el mismo Gobierno que un año antes proclamaba “Los niños primero” decidió en marzo de 2019 reforzar los “controles de identidad” mediante el proyecto de ley contenido en el Boletín 12.506-25.

El control preventivo de identidad, surgido el año 2016 con motivo de la segunda “agenda corta antidelincuencia” de la presidenta Bachelet (13), puede ser aplicado por la policía sin necesidad de indicio ni expresión de causa, a cualquier persona que a su juicio parezca ser mayor de 18 años. A pesar de la prohibición legal y la “presunción de minoridad” que se establece para el caso de que exista duda sobre la edad de la persona controlada, durante el 2018 Carabineros controló preventivamente a más de 73 mil menores de edad.

Esta autorización a las policías para controlar personas sin motivo alguno constituye en sí misma una vulneración del principio de legalidad. Aparece como un agujero negro de “no-derecho” dentro del ordenamiento jurídico chileno, que casi no tiene precedentes o figuras equivalentes en el resto del mundo. Gracias a su aplicación, cada vez mayor, en Chile se controló durante el 2018 a un promedio de 255 personas por cada mil habitantes; una de cuatro personas: todo un record mundial (14).

Justo dos días antes del estallido social, el Gobierno con votos de la oposición había logrado que se aprobara en la Cámara de Diputados aplicar los controles preventivos de identidad a partir de los 16 años de edad. Luego de eso la tramitación del proyecto no  registra ningún movimiento.

Esta “guerra contra la juventud” librada desde el Estado influyó no poco en el desencadenamiento de la revuelta de octubre, que en este sentido expresó una acumulación de revueltas y experiencias previas. Las irrupciones del “proletariado juvenil” desde los liceos no eran nuevas; ya las habíamos podido apreciar en ciclos casi exactos de cinco años: 2001 (mochilazo), 2006 (revolución pingüina), 2011 (aunque acá estaban algo eclipsados por los estudiantes universitarios y su futura “bancada estudiantil”). Pero el 2019 los “pingüinos”  fueron el detonante de una explosión que, trasmitida desde las aulas a los subterráneos del metro y hacia las calles.


Violencia conservadora y derecho de rebelión

La respuesta a la rebelión popular en todo el país fue la exacerbación de la “violencia conservadora”, desprovista incluso de justificación jurídica o respaldo normativo, en defensa del orden neoliberal.

El costo humano fue alto: una treintena de muertos -por acción directa de agentes del Estado o por el descontrol propio de la violencia social mediante incendios y saqueos en los primeros días-, miles de heridos incluyendo cientos de mutilados. En cuanto a lesiones oculares, según un estudio publicado en la revista Eye que incluyó la comparación con episodios de traumas oculares por acción policial en otros países, la mayor cifra comparada de trauma ocular se situaba en el conflicto palestino-israelí, donde se registraron 154 casos en un período de seis años (1987 a 1993). En Chile registraron 182 casos de lesión ocular por proyectiles de impacto cinético sólo entre el 18 de octubre y el 30 de noviembre de 2019 en el Hospital del Salvador (15).

El Ministerio Público recibió denuncias por 8.600 casos de violencia institucional. A mediados de 2021 sólo se había dictado sentencia condenatoria en 3 casos, respecto de 4 funcionarios policiales, aplicando a todos ellos condenas de cumplimiento en libertad (16).

No obstante la gran confusión sobre las cifras de los “presos de la revuelta”, sabemos que entre el 18 de octubre de 2019 y hasta el 18 de marzo del 2020 la represión policial y militar de las protestas dejó a aproximadamente 30 mil personas detenidas (17), de las cuales se formalizó a más de 5 mil y cerca de 2 mil quedaron inicialmente sometidas a la medida de prisión preventiva. Existen suficientes argumentos jurídicos, políticos e históricos para fundamentar la aplicación de una amnistía o un indulto general, en relación tanto a delitos políticos propiamente tales (del Código Penal o de leyes penales especiales) como a los delitos conexos cometidos en el contexto de la revuelta social. Está por verse si una iniciativa de este tipo tendrá éxito en el Congreso actualmente existente.

Entretanto, la Convención Constitucional aprobó por amplia mayoría una declaración que señala que “la violencia que acompañó los hechos de Octubre fue consecuencia de que los poderes constituidos fueron incapaces de abrirnos una oportunidad para crear una Nueva Constitución y hoy que estamos comenzando el trabajo de la Convención deben hacerse cargo de aquello” (18).

La “revuelta de octubre”, como respuesta popular ante décadas de acumulación de violencia estructural e institucional, fue así la “partera” del proceso constituyente. Una violencia espontánea, “pura”, “anárquica”, que al irrumpir destituyó incluso la tradicional relación entre medios y fines, y que luego, a medida que el pueblo fue disputando y apropiándose del escenario de transformación institucional que se logró abrir, se ha ido transformando gradualmente en violencia “fundadora de derecho” (19).

BIBLIOGRAFÍA:

Benjamin, Walter. Para una crítica de la violencia (1921), en: Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Iluminaciones IV, Introducción y selección de Eduardo Subirats, Traducción de Roberto Blatt, Madrid, Taurus, 1991.

Cortés, Julio. La violencia venga de donde venga. Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre, Santiago, Vamos hacia la vida, 2020.

Cuneo, Silvio. Cárceles y pobreza. Distorsiones del populismo penal, Santiago, Uqbar, 2018.

Jiménez, María Angélica y otras, Un nuevo tiempo para la justicia penal. Tensiones, amenazas y desafíos, Santiago, Centro de Investigaciones Criminológicas-Universidad Central, 2014.

Marx, Carlos. El Capital I. Crítica de la Economía Política, México, Fondo de Cultura Económica, traducción de Wenceslao Roces, Tercera reimpresión, 2006

Ramos, Marcela y Juan Andrés Guzmán, La guerra y la paz ciudadana, Santiago, LOM, 2000.

Rodríguez, Á., Peña, S., Cavieres, I. et al. Ocular trauma by kinetic impact projectiles during civil unrest in Chile. Eye (2020).


NOTAS:

1.- Cuerpo policial antidisturbios al que Victor Jara dedicara su canción “Movil Oil Special” en 1968.

2.- Incluso un instrumento como la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 1948, reconoce en el preámbulo que estos derechos se consagran “a fin de el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Además, en el art. 28 señala que todos tenemos derecho “a que se establezca un orden social e internacional” en el que estos derechos y libertades “se hagan plenamente efectivos”.

3.- Marx en el capítulo de El Capital  sobre acumulación originaria dice que el sistema capitalista en su fase inicial de “acumulación originaria” se basa abiertamente en el terrorismo privado y luego estatal, para después, cuando ya está naturalizado en las cabezas y cuerpos de la población, reducir cuantitativamente ese tipo de violencia gracias al acatamiento pasivo de las relaciones sociales que impone, hasta que por circunstancias especiales resulte necesario volver a desplegar abiertamente  la “violencia extraeconómica”, es decir, entrar a una nueva fase de “dominación por el terror”.

4.- Sobre la formación de la Fundación Paz Ciudadana, como una alianza derechista/concertacionista destinada a reemplazar la doctrina de la seguridad nacional por la de la seguridad ciudadana,  y el auge del “populismo punitivo” en Chile se recomienda consultar: Ramos, Marcela y Juan Andrés Guzmán, La guerra y la paz ciudadana (Santiago, LOM, 2000) y Jiménez, María Angélica y otras, Un nuevo tiempo para la justicia penal. Tensiones, amenazas y desafíos (Santiago, Centro de Investigaciones Criminológicas-Universidad Central, 2014). No debemos olvidar que desde su inicio la Fundación de Paz Ciudadana era una alianza estratégica donde no sólo se expresaba la derecha tradicional comandada por los Edwards sino que también el mundo concertacionista (con Bitar y Jiménez de la Jara) e incluso el “mundo de la cultura” (Nemesio Antúnez). De sus filas salió la ex Subsecretaria de carabineros Javiera Blanco, y más recientemente dos ex imputados del Caso Penta condenados a “clases de ética” y el ex Senador y actual constituyente Harboe, del PPD, han llegado también al directorio de la Fundación.

5.- Cuneo, Silvio. Cárceles y pobreza. Distorsiones del populismo penal (Santiago, Uqbar, 2018, pág. 154).

6.- Ibíd., pág. 156.

7.- Es decir, “ejércitos en las calles” sin necesidad de decretar un estado de excepción, lo cual le da un nuevo sentido  a lo que decía Walter Benjamin sobre que “el estado de excepción en que vivimos es la regla”: estas leyes vienen a normalizar jurídicamente la excepción, haciéndola permanente.

8.- Circular 1832 y Orden General 2635, de 1 de marzo de 2019, adoptadas como parte de los compromisos del Estado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el marco del caso de Alex Lemún.

9.- Que tuvieron que ser actualizados en cumplimiento a los compromisos adquiridos por el Estado de Chile ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Alex Lemún, asesinado por Carabineros mediante un perdigón de plomo en la cabeza en noviembre de 2002.

10.- Promulgada por Ibañez en 1958 en reemplazo de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia o “Ley Maldita”.

11.- Aprobada durante la Unidad Popular, reformulada en dictadura, y luego modificada y endurecida varias veces en democracia, por obra de los gobiernos de Lagos y Bachelet.

12.- Ley 18.314 de 1984, modificada en su estructura básica en 1991 y luego en 2010. La Ley Antiterrorista era aplicada a adolescentes mapuche hasta que esa posibilidad fue impedida por la reforma del 2011.

13.- Ley N° 20.931. La primera “agenda corta”, Ley 20.253 del año 2008, endureció drásticamente el sistema procesal penal y fue una de las principales causas del encarcelamiento masivo que refería Cuneo. Cabe destacar que ambas “agenda cortas” no fueron ideadas por la derecha sino que por la “centroizquierda” (Concertación y luego Nueva Mayoría), lo cual generó que, a diferencia de la “Ley Hinzpeter” del 2011, casi no generaron resistencias.

14.- Todos estos datos son cifras oficiales y fueron señaladas en el debate parlamentario sobre esta iniciativa legal.

15.- Rodríguez, Á., Peña, S., Cavieres, I. et al. Ocular trauma by kinetic impact projectiles during civil unrest in Chile. Eye (2020)

16.- En el plano de la justicia civil, el mismo Consejo de Defensa del Estado que en algunas causas por violencia institucional interviene como querellante, se desdobla para hacerse presente en esta arista del laberinto judicial negando la procedencia de las indemnizaciones a las víctimas de la acción de los agentes del Estado, sosteniendo que por regla general Carabineros se ajustó a la normativa vigente sobre uso de la fuerza, que incluso el correcto uso de las armas menos-letales puede producir graves lesiones, y que en muchos casos fueron las propias víctimas quienes colaboraron en la producción del resultado al haber optado por participar de manifestaciones no autorizadas en que ocurrían hechos de violencia (Mujica con Fisco de Chile, C-11.302-2020, 15 Juzgado Civil de Santiago).

17.- Según Carabineros “entre el 19 de octubre de 2019 y el 31 de marzo de 2020 se contabilizaron 5.885 situaciones de desorden público, 4.302 manifestaciones, 1.090 saqueos y 441 cortes de rutas. A raíz de todos estos eventos, reconoce haber realizado un total de 25.567 detenciones: 4.091 mujeres y 21.476 hombres” Ver: Pauta.cl, Más de 4 mil manifestaciones y 25 mil detenidos: el balance del estallido social, 30 de agosto de 2020.

18.- Esta declaración de 8 de julio de 2021 demanda dar suma urgencia al Proyecto de Ley sobre indulto general (Boletín 13.941-17), además de otras medidas sobre reparación integral a las víctimas de la represión, el retiro de las querellas por Ley de Seguridad del Estado, desmilitarización del Wallmapu e indulto a los presos políticos mapuche a contar el año 2001.

19.- La distinción entre violencia fundadora y conservadora de derecho, violencia mítica y divina, así como la violencia “pura” o anarquista, son categorías aportadas por Benjamin hace exactamente 100 años, en Para una crítica de la violencia (1920/1), donde se refiere al “espectáculo penoso” que en su tiempo ofrecen “los parlamentos [que] no guardan en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las que deben su existencia”.

Etiquetas: , , , ,


This page is powered by Blogger. Isn't yours?