domingo, septiembre 25, 2022
Pharoah Sanders (RIP)//Pionera, "Bolsa de piedras" (2022)
En primer lugar, quería informar que ayer murió uno de los grandes maestros musicales que quedaban, el saxofonista Pharoah Sanders, que inició su trayectoria en la era de la revolución del Free Jazz, tocando junto a otros maestros que ya no están como Sun Ra, Coltrane, Albert Ayler, Don Cherry y varios otros.
Requeriría más tiempo y espacio hablar de Pharoah como es debido. Ayer le mencioné su muerte a un par de punk rockers que no tenían idea de quien era. En fin: el espectáculo necesita mantener separados los nichos del punk con los del jazz, así como la anarquía del comunismo. Por de pronto los dejaré con un artefacto que compila sus primeras grabaciones, de 1963 a 1964:
"In the beginning". Se trataba de 4 CDs que reúnen 45 tracks, incluyendo entrevistas a Pharoah y a Sun Ra (que fue quien le puso el nombre de Faraón).
Su último álbum "Promises" fue editado el año pasado, junto a Floating Points y la orquesta London Symphony. Bien diferente a la furia chisporroteante del tenor con la que se hizo famoso, estos nueve movimientos meditativos quedarán para siempre como una hermosa despedida.
Entremedio de ambos puntos, no quiero dejar de destacar una de las piezas que más me han impresionado de toda la trayectoria del Faraón: su interpretación de Venus/Alto y Bajo Egipto, junto a Albert Ayler a fines de los sesenta, en un concierto junto a la Sun Ra Arkestra a beneficio de los Panteras Negras. Duelos de tenor que se elevan directamente al cielo del sonido, donde nos estarán esperando a todos quienes los hemos amado profundamente en vida. 23 minutos de puro placer auditivo.
Y bueno: hecho ya el homenaje a Sanders, los dejo con el reviú detallado del album debut de Pionera, "Bolsa de piedras", banda hispana en que el viejo amigo Katafú se desempeña en las seis cuerdas además de las cuerdas vocales, grabada por el viejo amigo Gomberoff en su Estudio Hukot. Por cierto, veremos a ambos dos viejos amigos en Chile próximamente tocando con Familea Miranda. Están avisados!
PIONERA,
Bolsa de piedras (2022).
Rock se podría traducir por roca pero también por piedra. Una
“bolsa de piedras” es una idea poderosa, una imagen de multiplicidad y dureza
potenciada por la agrupación forzada dentro del espacio de un envase que
convierte un puñado de estas armas naturales que son las piedras en un
artefacto de gran impacto y dañosidad.
De hecho, alguna vez escuché a mi padre contar que durante alguna
parte de su infancia que vivió en la zona norte de Santiago de Chile, donde no
era inusual ver a parroquianos desafiándose a pelear con bolsas de piedras. El primero
que le daba al otro un bolsazo en la cabeza ganaba, y había al menos un TEC
garantizado en la persona del perdedor.
En el caso de Pionera, la bolsa que ofrecen es una colección
de afiladas y densas piezas de rock pesado inteligente. Lo cual no es una
contradicción en sí misma: si bien el hard rock siempre tuvo una veta de
autos/chicas/glamour, también desde el inicio del sonido de las catacumbas hubo
intérpretes que reflexionaban sobre profundos temas de la existencia humana en
el planeta Tierra desde los excitantes sonidos del blues electrificado, como
por ejemplo los Blue Öyster Cult, que eran etiquetados como Heavy Metal para
sujetos pensantes.
Pionera califica más como banda post-hardcore que como alguna
forma actual de heavy metal. Pero es innegable que su sello propio es la
pesadez zeppelinesca del sonido con que interpretan sus composiciones
que en varias partes me recuerdan lo que en la década de los noventa estaban
haciendo bandas como Jawbox y varias más desde el catálogo de Dischord records,
por decir algo.
Bolsa de piedras: lo contrario de la caja de bombones góticos
que según Mark Fisher era el álbum Pornography de The Cure. Acá no se
trata de una colección de chocolatitos sino que de una excelente selección de camotazos,
con el tipo de guijarros que resultan perfectos para poner en una resortera y
hacerlos impactar contra un carro policial. Si han escuchado en directo ese
sonido, se podrán imaginar el tipo de canciones de las que estoy hablando.
El riffage muscular con que se entrelazan los temas es
efectivo y de alta precisión, por sobre él las guitarras y las voces van
entregando historias llenas de frases que se agarran al vuelo “Soy un lienzo en
blanco, una rueda en el presente” nos dicen en “Desde el accidente” (¿una
alusión al tema de Melvins de similar nombre?), donde hablan de “volver a nacer
en una vida que no es mía”. O sea, también aquí podemos detectar la crítica de
la alienación y el extrañamiento como experiencia total y común en la era de la
dominación real del capital.
La canción Pionera, que coincide con el nombre de este combo,
suena increíblemente pesada pero a la vez fresca, y funciona casi como un
homenaje a Led Zeppelin. Es la batería la que cumple acá una función de
apisonadora bonhamiana por sobre la cual la banda despliega el resto de
sus talentos. Desde los viejos tiempos de mi primera juventud, en que desde mi
pieza en el tercer piso de la vivienda familiar azotaba los parlantes con los
IV primeros volúmenes y “Houses of the Holy”, que no escuchaba algo así de
animoso, a diferencia del cúmulo de bandas que trataron de repetir la fórmula
de Zeppelin y fracasó miserablemente en el intento (aunque algunos ganando
harto dinero en el proceso).
En “Cierto Bierzo” exploran un tiempo más rápido, que
recuerda algunos momentos de Familea Miranda antes de su autoexilio español.
A lo largo del disco las voces aparecen repartidas entre los
tres integrantes de la banda: Rubén Martínez (bajo), Rodrigo Rozas (guitarra) y
Héctor Bardisa (batería). Reconozco bien la voz de Rozas, por hacerlo escuchado
antes en sus “bandas chilenas” (Supersordo -donde cantó, o más bien gritó, pero
muy poco-, Niño Símbolo, Agencia Chile del Espacio y Familea Miranda). Su
reconocible tono y estilo me siguen recordando por alguna razón a grandes
vocalistas chilenos como Pancho Sazo de Congreso, y de algún modo es posible
oír a través suyo un rastro del folclor que escuchábamos antiguamente en Chile
todos los rockeros de nuestra generación, antes de que ver a Ozzy en la tele
tocando en el US Festival 83 nos hiciera olvidar toda esa formación previa.
Mención especial para el excelente sonido de esta grabación
que será editada en vinilo. Las canciones fueran grabadas y mezcladas por Milo
Gomberoff en el estudio Hukot, en Barcelona.
En “Cachorrito” el trabajo de las voces me recuerda a algunos
experimentos del tropicalista Caetano Veloso en Araca Azul (1973), o incluso en
el tema Doideca, del álbum Livro (1998). Pero tal vez el tema en que más se
luce el sonido de toda esta obra es Droga Mosquito, con una potente voz que nos
cuenta bizarra historia mientras la banda alcanza en un momento el nirvana del
ruido más intenso, el que sorpresivamente es embellecido por un teclado que nos
saca del noise puro, para luego de un par de silencios casi absolutos
(“el silencio no existe” decía John Cage) sumergirse de nuevo en el sol negro
del “horrible noise”, y rematar con su enigmático coro de “¡Necesito hablarlo!”.
En este tema y en otros la voz me recuerda algo del escaso metal español de los
ochenta que se alcanzaba a escuchar desde Chile, o sea, Evo, Obús y Barón Rojo.
¿Melvins y Barón Rojo se encuentran con Caetano -que por
cierto estuvo exiliado en UK- asaltando el bar en el funeral de John Bonham y
se agarran a combos y peñascazos? Algo así podría decir para terminar dando una
imagen sintética aunque algo arbitraria de este disco. Pero no me tomen muy en
serio en eso. Sí deberían tomar en serio en cambio la recomendación de
conseguirlo y escucharlo atentamente, pues es un material de alta precisión y
entrega, que llega justo para hacer algo más interesante vivir en estos tiempos
de pandemia y contrarrevolución global.
Pionera: High
voltage rock´n´roll para seres pensantes y deseantes.
Etiquetas: free jazz, hardcore punk, heavy metal, memories of you, rock (no punk)
martes, septiembre 13, 2022
La Contrarrevolución del 2020, segunda parte (x Manifiesto Conspiracionista)
2.- La
recuperación del control.
Cualquiera que se ponga en la piel de alguno de los poderes
organizados con interés en mantener el orden mundial estará de acuerdo: en este
otoño de 2019 hay que soplar el silbato; se acabó el recreo. No puede
permitirse que una revuelta tan insolente contra los líderes y las «élites» se
extienda entre las gentes menos «politizadas». Todo esto no es aceptable. Sobre
todo porque lo anunciado en cuanto a la aceleración de la catástrofe climática
y ecológica, la «perturbación» del mercado laboral por las nuevas tecnologías y
la migración de poblaciones enteras, no augura nada bueno para algún oportuno
retorno a la calma. Nada en el horizonte. Todo esto está llegando demasiado
lejos. Los ratones han bailado demasiado. Es preciso tomar la iniciativa para
estar cinco pasos por delante si se quiere mantener el control de la situación.
Es hora de un great reset, como diría Klaus Schwab, el presidente
del Foro Económico Mundial.
Afortunadamente para nosotros no estamos reducidos a tener
que andar especulando sobre lo que ocurre en la mente de los poderes de este
mundo: basta con leer los informes de los innumerables think tanks,
unidades de previsión y otros centros de estudio que actúan como cerebro del
capital acumulado. En el otoño de 2019 se referían de manera provechosa a «La
era de las protestas masivas», tal y como publicaba en marzo de 2020 el Centro
de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por sus siglas en inglés) en
Washington. El CSIS es el think tank de referencia del
complejo de seguridad nacional estadounidense. Henry Kissinger todavía tiene su
despacho allí. Zbigniew Brzezinski ocupó un asiento en la junta directiva hasta
su muerte en 2017. «El CSIS se dedica a encontrar formas de mantener la
preeminencia y la prosperidad estadounidenses como una fuerza del Bien en el
mundo», dice su sitio web. Así, si queremos tomar la medida de la zozobra que
reinaba en Washington en el otoño de 2019, hay que abrir «La era de las
protestas masivas»: «Entre 2009 y 2019, el número de manifestaciones
antigubernamentales en el mundo aumentó en 11.5 % por año […]. El 16 de junio
de 2019, 2 de los 7,4 millones de habitantes de Hong Kong participó, casi una
cuarta parte de la población de la ciudad. En el pico de las protestas en
Santiago de Chile, el 25 de octubre de 2019, las multitudes alcanzaron los 1,2
millones, nuevamente casi una cuarta parte de los 5,1 millones de habitantes de
Santiago. […] Vivimos en una era de protestas masivas globales históricamente
sin precedentes en frecuencia, alcance y tamaño. […] En 2008, en el punto álgido
de la crisis financiera mundial y antes de la Primavera Árabe, el ex asesor de
seguridad nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, había
identificado un «despertar político global». Según él llegaba una nueva era de
activismo global. Escribió: «Por primera vez en la historia casi toda la
humanidad está políticamente activa, es políticamente consciente e interactúa
políticamente. […] Los gobiernos de todo el mundo no están preparados para
una marea creciente de expectativas ciudadanas que se traduce en protestas
políticas masivas y otras formas menos obvias. Responder a la creciente
desconexión entre las expectativas de los ciudadanos y la capacidad del
gobierno para cumplirlas podría ser el desafío de una generación. […] Dicho
esto, la inquietante firma de esta era de protestas masivas es el vínculo común
que las une: no tener líderes. Los ciudadanos pierden la fe en sus líderes,
élites e instituciones y salen a la calle por frustración y, a menudo, por
disgusto».
Aquí es donde estábamos, en Washington, a fines de 2019,
antes de que ocurriera la divina sorpresa de un nuevo coronavirus. Admitamos
que frente al titán que se eleva allí, con una serie de manifestaciones
antigubernamentales siguiendo una progresión exponencial, con toda esta juventud
que empezaba a protestar por todo el planeta por tener que crecer en un mundo
de sequías, olas de calor, desempleo masivo, start-ups estúpidas,
desaceleración de la Corriente del Golfo, de intoxicación de todo y muerte de
los océanos; el antiterrorismo ya no sirve de nada, más bien aburre. Se
necesitaba un nuevo instrumento capaz de congelar definitivamente todas estas
odiosas manifestaciones de masas. Como hemos visto, el nuevo no estaba tan
desvinculado del antiguo. Y como bien explica Peter Daszak, presidente de la
ONG ecologista neoyorquina EcoHealth Alliance —un ecologista curioso al que le
gusta citar a Donald Rumsfeld (*) cuando tiene tiempo para una
ONG original en la que no se tienen reparos en colaborar intensamente con los
programas de biodefensa del Pentágono— en el New York Times: «las pandemias son
como los ataques terroristas: sabemos más o menos de dónde vienen y quién es el
responsable de ellos, pero no sabemos exactamente cuándo sucederá el siguiente.
Deben tratarse de la misma manera: identificándose todas las fuentes posibles y
desmantelándolas antes de que la próxima pandemia golpee».
Lo interesante y espinoso es que este hombre que rastrea
amenazas zoonóticas «naturales» como otros rastrean la «amenaza terrorista» fue
también el que escribió e hizo que veintisiete científicos de renombre firmaran
en The Lancet del 19 de febrero de 2020 la famosa carta en la
que dictamina marcialmente: «Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías
de conspiración que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural […] y
concluimos rotundamente que este coronavirus tiene como origen la vida salvaje.
[…] Las teorías de la conspiración sólo crean miedo, rumores y daños que ponen
en peligro nuestra colaboración global para combatir este virus». A esto se le
llama tomar la iniciativa.
¡Qué decepción sentirían sus co-firmantes cuando se enteraran
poco después de que la ONG de Peter Daszak de hecho fue financiada con millones
de dólares por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y por el Instituto
Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas del Dr. Fauci para que
realizara experimentos con coronavirus de murciélago en el Instituto de
Virología de Wuhan! Experimentos tan inocentes como el consistente en injertar
una proteína Spike en la estructura básica de un virus SARS-CoV para observar
su efecto patógeno en los pulmones de ratones «humanizados». O de una
casualidad tan anecdótica como que Peter Daszak hubiera publicado a lo largo de
quince años una veintena de estudios con científicos del Instituto Chino.
También podemos imaginar el malestar de estos cosignatarios cuando
descubrieron en septiembre de 2021, tras una misteriosa filtración, la
solicitud de financiación enviada en 2018 al DARPA por EcoHealth Alliance
para llevar a cabo un experimento consistente en insertar en la proteína Spike
de un coronavirus similar al SARS un lugar de segmentación de la proteína
furina que permite aumentar considerablemente su contagiosidad en humanos — el
mismo lugar de segmentación que ha intrigado tanto a los investigadores desde
que comenzaron a estudiar el SARS-CoV-2, ya que ninguno de los virus de su
familia, el sarbecovirus, tiene ninguno. Este programa de investigación se
denominó acertadamente: «Project DEFUSE» (proyecto Desactivación). A la elección
del instituto de Wuhan no le faltaban motivos puesto que su virólogo jefe, un
buen amigo de Peter Daszak, está asociado allí con uno de los principales
asesores en bioterrorismo del ejército popular de China. Solo podemos lamentar
que este último haya eliminado la base de datos que enumera todos los virus en
los que trabajaba el instituto de Wuhan desde septiembre de 2019. En estas
condiciones, ciertamente, era imperativo que Peter Daszak formara parte de la
comisión Lancet sobre el origen del SARS-CoV-2 así como
en la de la OMS enviada a China para investigar la cuestión, comisión que debía
concluir que «la teoría de la fuga de laboratorio [es] altamente improbable».
Después de todo, Allen Dulles (**) terminó
siendo elegido como miembro de la Comisión Warren sobre el asesinato de John
Kennedy, y fue a una comisión Rockefeller a la que, en 1975, se le asignó la
investigación de la enorme masa de «actividades ilegales» de la CIA en los
Estados Unidos en la década de 1960, tras una dolorosa serie de perturbadoras
revelaciones.
Cuán agotador debe haber sido, tanto para la DARPA como para
Peter Daszak, tener que guardar silencio durante dos años de «pandemia» sobre
el «proyecto DEFUSE». Y todo ello por puro respeto al secreto de defensa.
He aquí un hombre cuyos silencios, mentiras y denegaciones le
convienen, a la larga, para las mejores investigaciones.
Peter Daszak puede solicitar legítimamente el título del
hombre más sórdido y sospechoso de esta era.
A fines de 2019 estaba en marcha una crisis masiva de gubernamentalidad
global. Un tragaluz histórico se estaba abriendo.
En Francia, el aplastamiento bestial de los chalecos
amarillos todavía estaba en la mente de todos y la policía era casi tan odiada
como el régimen que ésta había defendido sádicamente.
La posibilidad de salirse de los rieles de un futuro de mil
demonios atrajo a pueblos enteros. Hacía falta intentar algo. Había que
recuperar el control, costara lo que costara.
Aquellos para los que una tal bifurcación significaría la
ruina han intentado sustituirla por una maquinación que les permitiera
mantenerse en el buen camino hacia su rentable apocalipsis.
Declararon cerradas las posibilidades y quisieron revertir el
signo de la ruptura histórica en curso convirtiendo la apertura revolucionaria
en una vertiginosa intensificación de su dominio.
Siendo inevitable un trastorno, trataron de hacer que
fuera el suyo.
Lo que cualquier potencia menor interesada en mantener el
orden mundial podía esperar de la estruendosa declaración de pandemia era:
— el aplacamiento brutal de un crescendo histórico a través
de un episodio «natural»;
— una restauración de todas las autoridades: policía,
ciencia, medios de comunicación, empresas, Estado;
— la sustitución de la desconfianza hacia los que gobiernan
por la de cada uno hacia todos los demás;
— el aislamiento de los seres en su «burbuja social» y la
consecuente imposibilidad de cualquier actuación masiva;
— un gigantesco hold-up contra toda
proyección en el tiempo, contra toda anticipación y organización;
— la legitimidad para controlar todas las interacciones
humanas «por el bien de todos»;
— la desrealización de toda la historia pasada frente a la
angustia hiperconectada del momento;
— el efecto túnel asociado con el miedo y la escasez, en el
que todo lo que no se relaciona con la supervivencia inmediata se desvanece —
los psicólogos de Harvard han estudiado bien la cuestión;
— el pánico que transforma el hecho de razonar en un lujo, y
que convierte en una provocación mostrar un poco de perspectiva y distancia con
la situación;
— una ruptura en el hilo de la historia incipiente y una
ruptura con toda la historia anterior.
A pesar de la persistencia de revueltas hasta en el corazón
mismo de Washington durante los disturbios de George Floyd, hay que admitir
que, en un principio, estos efectos se obtuvieron exitosamente más
allá de toda esperanza.
Así que no nos habíamos preparado en vano.
Pero ahí está, la «sociedad abierta» de los neoliberales, ni
la tierra la quiere ya.
La apuesta de estabilización por aceleración es un farol en
una mano débil.
Gráficas: Hannah Hoch
Notas (del
traductor):
*: Un cabrón de categoría, fallecido recientemente de cáncer,
y hombre de confianza de Nixon y de Bush. Fue Secretario de Defensa de los
Estados Unidos en varias ocasiones, la última de 2001 a 2006, siendo el
responsable de varias de las atrocidades más sanguinarias cometidas por dicho
Estado. Por ejemplo, estuvo detrás del uso habitual de la tortura en la cárcel
de Guantánamo y de Abu Ghraib, en Irak, tras la invasión estadounidense de
dicho país en 2003
**: Otro elemento reaccionario y siniestro: primer director
civil de la CIA, promotor de la fallida invasión contrarrevolucionaria de Bahía
de Cochinos y posiblemente el autor intelectual del asesinato de Kennedy quien
lo había destituido previamente de su puesto.
Etiquetas: reflexión, represión, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases
jueves, septiembre 08, 2022
TIEMPOS APOCALÍPTICOS (x Maurizio Lazzarato)
Introducción a "El capital odia a todo el mundo. Fascismo y revolución". Eterna Cadencia, 2020.
Al margen del pensamiento del límite no hay ninguna
estrategia, por tanto ninguna táctica, por tanto ninguna acción, por tanto
ningún pensamiento o iniciativa verdaderas, ninguna escritura, ninguna música,
ninguna pintura, ninguna escultura, ningún cine, etc., posibles.
Louis Althusser
Vivimos tiempos “apocalípticos”, en el sentido literal del
término: tiempos que ponen de manifiesto, que dejan ver. (“Apocalipsis”
significa, etimológicamente, quitar el velo, descubrir o desvelar). Lo primero
que revelan es que el colapso financiero de 2008 abrió un período de rupturas
políticas. La alternativa “fascismo o revolución” es asimétrica y desigual:
estamos inmersos en una sucesión en apariencia irresistible de “rupturas
políticas” ejecutadas por fuerzas neofascistas, sexistas y racistas; y la
ruptura revolucionaria resulta ser por el momento una mera hipótesis dictada
por la necesidad de reintroducir lo que el neoliberalismo logró borrar de la
memoria, de la acción y de la teoría de las fuerzas que luchan contra el
capitalismo. Esa ha sido su victoria más importante.
Lo que los tiempos apocalípticos también ponen de manifiesto
es que el nuevo fascismo es la otra cara del neoliberalismo. Wendy Brown sostiene
con mucha seguridad una verdad de signo opuesto: “Desde el punto de vista de
los primeros neoliberales, la galaxia que engloba a Trump, el Brexit, a Orbán,
a los nazis en el Parlamento alemán, a los fascistas en el Parlamento italiano
convierte al sueño neoliberal en una pesadilla. Hayek, los ordoliberales o
incluso la Escuela de Chicago repudiarían la forma actual del neoliberalismo y
especialmente su aspecto más reciente”.1 Esto no solo es
erróneo desde el punto de vista de los hechos, sino que también resulta
problemático para entender el capital y el ejercicio de su poder. Al borrar la
“violencia fundadora” del neoliberalismo, encarnada por las sangrientas
dictaduras de América del Sur, cometemos un doble error político y teórico: nos
centramos solo en la “violencia conservadora” de la economía, las
instituciones, el derecho, la gubernamentalidad –experimentados por primera vez
en el Chile de Pinochet– y presentamos al capital como un agente de
modernización, como una potencia de innovación. Además, dejamos de lado la
revolución mundial y su derrota, que son el origen y la causa de la
“mundialización” como respuesta global del capital.
La concepción del poder que se deriva de ello queda
pacificada: acción sobre una acción, gobierno de las conductas (Foucault) y no
acción sobre las personas (de las cuales la guerra y la guerra civil son las
expresiones más acabadas). El poder estaría incorporado a dispositivos
impersonales que ejercen una violencia soft de manera automática. Por el
contrario, la lógica de la guerra civil que se encuentra en la base del
neoliberalismo no ha sido reabsorbida, eliminada ni reemplazada por el
funcionamiento de la economía, el derecho y la democracia.
Los tiempos apocalípticos nos hacen ver que, aunque no haya
ningún comunismo amenazando al capitalismo y a la propiedad, los nuevos
fascismos están reactivando la relación entre violencia e institución, entre
guerra y “gubernamentalidad”. Vivimos una época de indistinción, de hibridación
entre estado de derecho y estado de excepción. La hegemonía del neofascismo se
mide no solo por la fuerza de sus organizaciones, sino también por su capacidad
de odiar al Estado y al sistema político y mediático. Los tiempos apocalípticos
revelan que, bajo la fachada democrática, detrás de las “innovaciones”
económicas, sociales e institucionales, está siempre el odio de clase y la
violencia de la confrontación estratégica. Basta un movimiento de ruptura como
el de los chalecos amarillos, que no tiene nada de revolucionario o incluso de
prerrevolucionario, para que el “espíritu de Versalles” se despierte y
reaparezcan las ganas de disparar contra esa “basura” que amenaza al poder y a
la propiedad, aunque no sea más que simbólicamente. Cuando el tiempo del
capital se interrumpe, hasta un columnista burgués puede captar la emergencia
de algo del orden de lo real: “El imperio actual del odio resucita fronteras de
clase y de castas que han sido borrosas desde hace mucho tiempo […]. Y de
repente, el ácido del odio corroe la democracia y envuelve súbitamente a una
sociedad política descompuesta, desestructurada, inestable, frágil e
impredecible. El viejo odio reaparece en la Francia tambaleante del siglo xxi.
Debajo de la modernidad, el odio”. 2
Los tiempos apocalípticos también ponen de manifiesto la fortaleza
y la debilidad de los movimientos políticos que, desde 2011, han estado
tratando de desafiar el poder monolítico del capital. Terminé este libro
durante el levantamiento de los chalecos amarillos. Adoptar el punto de vista
de la “revolución mundial” para leer dicho movimiento (pero también la
Primavera Árabe, Occupy Wall Street en Estados Unidos, el 15-M en España, los
días de junio de 2013 en Brasil, etc.) bien puede parecer pretencioso o
alucinado. Y sin embargo, “pensar en el límite” significa volver a empezar a
partir no solo de la derrota histórica sufrida en los años sesenta por la
revolución mundial, sino también de las “posibilidades no realizadas” que
fueron creadas y levantadas como bandera por las revoluciones, de manera
diferente en el Norte que en el Sur, tímidamente movilizadas por los
movimientos contemporáneos.
La forma del proceso revolucionario ya se había transformado
en los años sesenta, pero se había encontrado con un obstáculo insuperable: la
incapacidad de inventar un modelo diferente al inaugurado en 1917 por la larga
sucesión de revoluciones del siglo XX. En el modelo leninista, la revolución
todavía tenía la forma de la realización. La clase obrera era el sujeto que ya
contenía las condiciones para la abolición del capitalismo y la instalación del
comunismo. El pasaje de la “clase en sí” a la “clase para sí” debía ser
realizado por medio de la toma de conciencia y la toma del poder, organizadas y
dirigidas por el partido que aportaba desde afuera lo que les faltaba a las
prácticas “sindicales” de los obreros.
Sin embargo, desde los años sesenta, el proceso
revolucionario tomó la forma del acontecimiento: el sujeto político, en lugar
de estar ya allí en potencia, es un sujeto “imprevisto” (los chalecos amarillos
son un ejemplo paradigmático de esta imprevisibilidad); no encarna la necesidad
de la historia, sino la contingencia del conflicto político. Su constitución,
su “toma de conciencia”, su programa y su organización están basados en un
rechazo (a ser gobernado), una ruptura, un aquí y ahora radical que ninguna
promesa de democracia y de justicia por venir es capaz de satisfacer.
Por supuesto, por mucho que le pese a Jacques Rancière, la
sublevación tiene sus “razones” y sus “causas”. Los chalecos amarillos son más
inteligentes que los filósofos porque han “entendido” que la relación entre
“producción” y “circulación” se ha invertido. La circulación –de dinero,
bienes, personas e información– prevalece actualmente sobre la “producción”. Ya
no ocupan más las fábricas, sino las calles y las plazas de la ciudad, y atacan
la circulación de la información (la circulación del dinero es más abstracta:
será necesario, para alcanzarla, otro nivel de organización y de acción).
La condición de la emergencia de un proceso político es
evidentemente una ruptura con las “razones” y las “causas” que lo generaron.
Solo la interrupción del orden existente, solo la salida de la
gubernamentalidad puede asegurar la apertura de un nuevo proceso político,
porque los “gobernados”, incluso cuando resisten, son el doble del poder, su
correlato, su pareja. Al crear nuevos posibles inimaginables antes de su
aparición, la ruptura con el tiempo de la dominación constituye las condiciones
de la transformación del yo y del mundo. No es necesario recurrir a ninguna
mística de la revuelta ni idealismo de la insurrección.
Los procesos de constitución del sujeto político, las formas
de organización, la producción de conocimiento para la lucha que la
interrupción del tiempo del poder hizo posible se enfrentan inmediatamente con
“razones” como el beneficio, la propiedad y la herencia, que la revuelta no
hizo desaparecer. Por el contrario, son más agresivos, invocan inmediatamente
la restauración del orden, anteponiendo su policía, continuando como si no
hubiera pasado nada con la implementación de las “reformas”. Las alternativas
son entonces radicales: o bien el nuevo proceso político logra cambiar las
“razones” del capital, o bien estas mismas razones terminarán por cambiarlo. La
apertura de posibles políticos queda frente a la realidad de un problema doble
y formidable: el de la constitución del sujeto político y el del poder del
capital, porque el primero solo puede tener lugar en el interior del segundo.
Las respuestas que las Primaveras Árabes, Occupy Wall Street,
junio de 2013 en Brasil, etc., ofrecieron para estas preguntas son muy débiles;
los movimientos continúan buscando y experimentando sin encontrar una verdadera
estrategia. No hay ninguna chance de que este impasse pueda ser superado por el
“populismo de izquierda” practicado por Podemos en España. Su estrategia logró
la liquidación de la revolución iniciada en el pos-68 por muchos marxistas cuyo
marxismo había fracasado. La democracia como lugar de conflicto y subjetivación
reemplaza al capitalismo y a la revolución (Lefort, Laclau, Rancière) en el
mismo momento en que la máquina del capital literalmente engulle la
“representación democrática”. La afirmación de Claude Lefort –“en una democracia,
el lugar del poder es un lugar vacío”– ha sido desmentida desde principios de
la década de 1970: este lugar está ocupado por el capital como “soberano” sui
generis. Cualquier partido que se instale allí solo puede funcionar como su
“apoderado” (muchos se han burlado de la “simplificación” marxiana, que ha sido
completamente realizada de manera casi caricaturesca por el actual presidente
de Francia, Emmanuel Macron). El populismo de izquierda le da una nueva vida a
algo que ya dejó de existir. En el neoliberalismo, la representación y el
Parlamento no detentan ningún poder, y el poder está tan concentrado en el
Ejecutivo que no obedece las órdenes del “pueblo” o del interés general, sino
las del capital y la propiedad.
La voluntad de politizar los movimientos posteriores a 2008
aparece como reaccionaria, ya que impone precisamente lo que la revolución de los
años sesenta rechazó y lo que cada movimiento que ha surgido desde entonces
rechaza: el líder (carismático), la “trascendencia” del partido, la delegación
de la representación, la democracia liberal, el pueblo. El posicionamiento del
populismo de izquierda (y su sistematización teórica por parte de Laclau y
Mouffe) impide nombrar al enemigo. Sus categorías (la “casta”, “los de arriba”
y “los de abajo”) están a un paso de la teoría de la conspiración y a dos pasos
de su culminación, la denuncia del “judaísmo internacional” que controlaría el
mundo a través de las finanzas. Esta confusión, que los líderes y los teóricos
de un inviable populismo de izquierda están interesados en mantener, continúa
atravesando los movimientos. En el caso de los chalecos amarillos, la confusión
viene de los medios de comunicación y del sistema político, lo cual expresa la
vaguedad que aún caracteriza la modalidad de la ruptura. Hay que decir que en
el desierto político contemporáneo, labrado por cincuenta años de contrarrevolución,
no es fácil orientarse.
Al igual que los límites de todos los movimientos que se han
venido dando desde 2011, los límites del movimiento de los chalecos amarillos
son evidentes, pero ninguna fuerza “externa”, ningún partido puede hacerse
cargo de enseñar “qué hacer” y “cómo”, como lo habían hecho los bolcheviques.
Estas indicaciones solo pueden venir desde adentro, de manera inmanente. El
interior está constituido, entre otras cosas, por los saberes, la experiencia,
los puntos de vista de otros movimientos políticos, porque las luchas de los
chalecos amarillos, a diferencia de las de la “clase obrera”, no tienen la
capacidad de representar a todo el proletariado, ni de expresar las críticas de
todos los dominios que constituyen la máquina del capitalismo.
Constituido sobre la división Norte/Sur, el movimiento de los
“colonizados internos” que reproduce un “tercer mundo” en el seno de los países
centrales implica necesariamente, además de la crítica de la segregación
interna, una crítica de la dominación internacional del capital, la explotación
global de la fuerza de trabajo y los recursos del planeta. Algo que está
ausente en los chalecos amarillos. Privado de este componente “racial” e
internacional del capitalismo, el movimiento ofrece a veces la imagen de un
nacionalismo “franchute”. Pero no es posible ilusionarse con un espacio
nacional: el Estado-nación, en el siglo XIX, debió su existencia a la dimensión
global del capitalismo colonialista, y el estado de bienestar a la revolución
mundial y a la escala planetaria de la confrontación estratégica de la Guerra
Fría.
La fractura racial sufrida por los “colonizados” dividió no
solo la organización mundial del trabajo, sino también la revolución de los
años sesenta. Hoy, las condiciones para la posibilidad de una revolución
mundial radican, por una parte, en la invención de un nuevo internacionalismo
que los movimientos de neocolonizados (inmigrantes, en primer lugar) incorporan
casi físicamente y que los movimientos de mujeres, gracias a sus redes alrededor
del mundo, movilizan de manera casi exclusiva; y, por otro lado, en la crítica
de las jerarquías capitalistas, que no deben limitarse a la esfera del trabajo.
Las divisiones sexuales y raciales estructuran no solo la reproducción del
capital, sino también la distribución de las funciones y los roles sociales.
Hoy en día, un movimiento centrado en la “cuestión social” no
puede ser espontáneamente socialista como en los siglos XIX y XX por el hecho
de que la revolución mundial y social (que implica el conjunto de las
relaciones de poder) haya pasado por allí. Sin una crítica de las divisiones
raciales y sexuales, el movimiento queda expuesto a todas las recuperaciones
posibles (desde la derecha y la extrema derecha), a las que hasta aquí, a pesar
de todo, ha podido resistirse. Si las subjetividades que encarnan las luchas
contra estas diferentes formas de dominación no pueden ser reducidas a la
unidad del “significante vacío” del pueblo, como desearía el populismo de
izquierda, el doble problema de la acción política común y el poder del capital
permanece intacto. La incapacidad de pensar en el capital como una máquina
global y social, cuya explotación y dominación no se limitan al “trabajo”, es
una de las causas fundamentales de la derrota de la década de 1960. Desde este
punto de vista, la estrategia no ha cambiado: hoy como ayer, estamos lejos de
tener una.
Desde 2011, los movimientos son “revolucionarios” en cuanto a
sus formas de movilización (inventiva en la elección del espacio y el tiempo de
la lucha, democracia radical y gran flexibilidad en las modalidades de
organización, rechazo de la representación y del líder, sustracción a la
centralización y totalización por parte de un partido, etc.) y “reformistas” en
cuanto a sus reivindicaciones y a la definición del enemigo (nos “liberamos” de
Mubarak, pero no tocamos su sistema de poder, de la misma manera que las
críticas se concentran en Macron cuando él simplemente es, sin ninguna duda, un
componente de la máquina del capital). La ruptura no produce cambios notables
en la organización del poder y la propiedad, sino en la subjetividad de los
insurgentes. Y si, a corto plazo, los movimientos son derrotados, los cambios
subjetivos seguramente continuarán produciendo efectos políticos. A condición
de no caer en la ilusión de que una “revolución social” pueda producirse sin
“revolución política”, es decir, sin superación del capitalismo.3 El
pos-68 ha demostrado que cuando la revolución social se separa de la revolución
política, puede integrarse a la máquina capitalista sin ninguna dificultad como
un nuevo recurso para la acumulación de capital. El “devenir revolucionario”
inaugurado por estas transformaciones subjetivas no puede separarse de la
“revolución”, bajo pena de convertirse en un componente del capital, por lo
tanto de su poder de destrucción y autodestrucción, que se manifiesta hoy en el
neofascismo.
Notas:
1 Wendy Brown, “Le néolibéralisme sape la démocratie”, AOC, 5
de enero de 2019. Disponible en: https://aoc.media/entretien/2019/01/05/wendybrown-neoliberalisme-sape-democratie-2.
2 Alain Duhamel, “Le triomphe de la haine en politique”,
Libération, 9 de enero de 2019.
3 Tal como Samuel Hayat explica en relación con los chalecos
amarillos: “Se trata de un movimiento revolucionario, pero sin revolución en el
sentido político del término: es más bien una revolución social, al menos en
ciernes” (Samuel Hayat, “Les mouvements d’émancipation doivent s’adapter aux
circonstances”, Ballast, 20 de febrero de 2019. Disponible en: https://www.revue-ballast.fr/samuel-hayat-les-mouvements-demancipation).
Etiquetas: Lazzarato, nada mas práctico que una buena teoría, reflexión
viernes, septiembre 02, 2022
El punto de inflexión de 2019 (Manifiesto Conspiracionista)
La contrarrevolución de 2020 responde a los levantamientos de
2019 | Capítulo del Manifiesto conspiracionista
(tomado de Artillería Inmanente)
1. El punto de inflexión de 2019.
Digamos que existe un Orden Mundial.
Digamos que un conjunto de poderes —estatales, económicos,
geopolíticos o financieros—, aunque compitan en el detalle de sus intereses,
tienen un interés fundamental en mantener el orden general, una cierta
regularidad, una cierta estabilidad, una cierta previsibilidad, aunque
puramente aparente, del curso de los acontecimientos.
Digamos que el punto en que se unen vitalmente es el
mantenimiento de la servidumbre universal, que forma la condición común de sus
existencias singulares.
Pongámonos ahora en el lugar de cualquiera de estos poderes a finales de 2019, digamos en octubre. ¿Cómo no verse sacudido por el pánico?
El Hong Kong pacífico, financiero, consumista, la
ciudad-Estado sin historia, el templo de la nada comercial, el colmo del vacío
climatizado donde, antes del movimiento Occupy, habría sido difícil encontrar
una idea política suspendida en todos sus interminables centros comerciales.
Hong Kong, entonces, comienza a arder.
Semana tras semana desde febrero de 2019, un movimiento
localista terco y seguro de su causa, floreciente, desafía el poder chino. En
varios meses reinventa el arte de la revuelta — láseres cegadores, paraguas de
protección, conos de extinción y raquetas para granadas lacrimógenas, primeras
líneas de lanzallamas, barricadas de estilo inédito. La ciudad queda paralizada
constantemente, el aeropuerto es invadido, el parlamento local es ocupado y
profanado. Todo ello inspirado expresamente en los chalecos amarillos
franceses. Las aplicaciones que servían para ligar sirven en ese momento para
componer los «black blocks». Los jóvenes lectores de mangas se ponen a
confeccionar sus tácticas en las calles con la misma seriedad que dedicaban a
sus estudios de ingeniería algunas semanas antes. El movimiento comparte y
debate sus estrategias en un foro donde los habitantes son tan numerosos que
la water army1 china de doscientos ochenta mil
funcionarios pagados para ocupar el ciberterreno no logran su propósito; y
además, sus agentes son tan pésimos que se descubren a sí mismos.
Be water, ésta es una doctrina táctica que ningún amotinador occidental había
soñado con tomar prestada de Bruce Lee.
Blossom everywhere —florecer en todas partes— había que pensarlo y, sobre
todo, hacerlo.
En noviembre de 2019, la universidad politécnica está ocupada
y se defiende con orgullo incluso con arcos de flechas de competición detrás de
barricadas en llamas. Cuando la policía al asalto, largamente repelida,
finalmente se apodera de los edificios, éstos están vacíos de ocupantes: los
estudiantes, guiados por los planos que les facilitaron los arquitectos de la
facultad, han conseguido escapar por el alcantarillado mientras los mayores
acudían a filtrarlos por varios puntos de las calles de la ciudad en las
diferentes salidas con sus placas de hierro fundido. Todo ello acordado de
antemano.
Octubre de 2019, Líbano —la antigua Fenicia: lo que no es una
menudencia para la historia de una determinada civilización— se rebela y se
sustrae a la forma de gobierno más tortuosa, a la institucionalización más
formidable del «dividir para reinar mejor»: la República multiconfesional. Y
esto gracias a la presión que ejerce sobre las sociedades la inexorable
catástrofe climática. Una ola de incendios reveló a la población que sus
líderes habían desfalcado las arcas del Estado hasta tal punto que no quedaba
ni un valiente Canadair2 en todo el país. Al darse cuenta de
que los bosques no tenían ninguna confesión, los habitantes se organizaron para
luchar contra los incendios sin preocuparse por sus vinculaciones religiosas.
De esta experiencia común extrajeron una lectura compartida de la situación
política y de los poderes presentes. El anuncio de un nuevo impuesto a las
comunicaciones por WhatsApp, hasta ahora gratuito, prendió fuego a la pólvora
de la cleptocracia libanesa. Las diversas «comunidades», todas engañadas, se
levantaron juntas contra el cinismo de sus líderes. En octubre de 2019, un
Líbano perfectamente inesperado se reveló a la faz del mundo: locales de
Hezbolá asaltados, los automóviles de los ministros atacados, los ministerios y
las carreteras bloqueados, las plazas ocupadas. Prima de la revuelta del Hirak
en Argelia, que desde febrero de 2019 había dejado al régimen aturdido e
incapaz de ninguna maniobra a fuerza de verlas frustradas una a una, la
insurrección libanesa encontrará también dispuesta contra ella las armas
represivas proporcionadas por el Estado francés.
Más aterrador aún, en este maldito mes de octubre de 2019, se levanta a su vez la no menos industriosa, modernista y pacífica Cataluña, la vieja Cataluña que inventó en 1068 la noción moderna de valor, sin la cual el capital probablemente no sería lo que es. El inofensivo pero omnipresente independentismo, con sus asambleas locales, sus comités de defensa de la república y sus informáticos de última generación, está fuera de sus casillas. Como reacción al veredicto del proceso a sus dirigentes juzgados por haber organizado un referéndum convoca una huelga general para «hacer de Cataluña un nuevo Hong Kong», y a su vez bloquea el aeropuerto mediante un ingenioso sistema de mensajería cifrada impulsado bajo el nombre de «Tsunami democrático». Varios días de disturbios, sabotajes y bloqueos por toda Cataluña, luego colosales marchas populares que confluyen durante seis horas de feroces enfrentamientos en la plaza Urquinaona, en pleno corazón de Barcelona, dan un nuevo rostro a la reivindicación secesionista. «Nos hemos quedado sin sonrisas», explican los amotinadores.
El colmo de la maldición, el propio Chile, patria del
«milagro económico» de Pinochet y los Chicago Boys, está afectado. En octubre
de 2019, gigantescas protestas desencadenadas por el aumento del precio del
metro en un contexto de miseria general vienen a prometer que el país, que fue
su cuna, también «será la tumba del neoliberalismo». Se declara el estado de
emergencia. Por primera vez desde la muerte de Pinochet el ejército se
despliega en las calles de Santiago bajo un toque de queda. El presidente
Piñera, digno heredero del régimen, declara: «Estamos en guerra contra un
enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está
dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin límites». Se rumorea en el
ejército que se estaría enfrentando a una «difusa guerra de guerrillas
molecular» de tendencia mesiánico-deleuziana a sueldo del comunismo. En
respuesta a la represión, la identidad, dirección y datos personales de decenas
de miles de policías son filtrados por hackers informáticos.
Los motines y las manifestaciones son tan potentes que se debe derogar el
estado de emergencia, y se espera ahogarlos mediante la concesión de una nueva
Asamblea Constituyente y la redacción de una nueva constitución — menos
hayekiana esta vez, ¿quién sabe? Es difícil, sin embargo, no alimentar la
impresión de que con Chile estamos ante un ciclo que llega a su fin, una figura
que se anuda, una era que se precipita hacia el abismo. Una era precisamente
abierta y preservada con todos los instrumentos de la más precisa, la más
discreta y la más despiadada de las tramas, fruto de la intriga de varias
décadas por parte de todos los partidarios de la «sociedad abierta», los
miembros más influyentes de la Sociedad Mont Pelerin, cuya respuesta a la
barbarie nazi fue dar a luz la de las dictaduras sudamericanas, pasar del orden
de las SS al de los servicios secretos americanos y las guerras quirúrgicas.
Última sincronicidad detestable: el 1 de octubre de 2019, a
Irak, cuya alma teníamos razones para creer que estaba carbonizada para siempre
después de los horrores infligidos por la invasión, ocupación y las operaciones
quirúrgicas estadounidenses, le llega su turno. Manifestaciones de una escala
sin precedentes contra la corrupción, la pobreza, el desempleo masivo, la
escasez de todo, el manejo sectario-mafioso del país. Ocupación de las plazas.
El pueblo, una vez más, «quiere la caída del sistema».
Y en noviembre de 2019, Colombia entra en el baile. Las
manifestaciones más grandes en la historia del país, un paro nacional, motines
contra la reforma del mercado laboral y de pensiones, los proyectos de
privatización, el cuestionamiento del tratado de paz con la guerrilla
derrotada, el asesinato de indígenas por grupos paramilitares, las
desigualdades sociales, la destrucción ambiental, etc. Caceroladas,
enfrentamientos, toque de queda.
El fuego no acaba de avanzar.
El «hemisferio occidental» está amenazado, nada menos.
Todo lo que falta es una insurrección comunalista en Suiza para
probar que el mundo está cambiando su base.
Etiquetas: Conspiración Internacional Anarquista, reflexión, revolución social, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases
jueves, septiembre 01, 2022
La violencia del orden
Falta poco para el plebiscito de salida en que la ciudadanía obligada a votar bajo amenaza de multas decidirá cual de las dos formas de implementar el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 se impone: rechazar para reformar, o aprobar para reformar. La elección no es tan dramática como la épica apruebista trata de presentarla. En cualquier caso serán los partidos y el Congreso los que le den forma definitiva a esta renovación institucional, dejando la revuelta de octubre bien sepultada, con los verdugos en la impunidad, los presos de la revuelta bien presos, y los heridos y mutilados recibiendo en el mejor de los casos una miserable pensión.
LA VIOLENCIA DEL ORDEN. SOBRE LA REPRESIÓN ESTATAL Y EL “ESTALLIDO SOCIAL” EN
CHILE
“Octubre. Despertar. La pesadilla de la realidad se
rompe bajo el peso de un empobrecimiento vuelto insoportable. Todo el pueblo
responde al llamamiento de sus más jóvenes. Los patrones envían a sus
mercenarios”.
(Evade
Chile, Reporte de una Insurrección, 2019-2020)
Control
de Orden Público
Frente
al cuartel policial de la calle San Isidro 330 de la ciudad de Santiago, una
piedra conmemorativa explica que en ese lugar fue fundado el Grupo Móvil en
agosto de 1936 (1),
y que en noviembre de 1970 pasó a ser la Prefectura de Fuerzas Especiales.
Luego de esa explicación histórica, aparece su lema: “A LA VIOLENCIA DEL
DESORDEN, LA FUERZA DEL ORDEN LEGAL”.
Después
del 18 de octubre de 2019, jornada que desató una ola de rebelión ininterrumpida
por lo menos hasta marzo de 2020, el entonces General Director de Carabineros,
Mario Rozas, anunció que la Prefectura de las FF.EE. sería reemplazada por los
grupos COP, por “Control de Orden Público”, expresión que les parecía más
adecuada que “represión”, a la que calificó como “una palabra muy fuerte”. Casualmente
el nombre escogido coincide con la denominación coloquial de los policías en el
habla inglesa, “cop”, que podríamos traducir por “paco”, y que fue popularizada
a partir del estallido por el uso masivo en grafitis de la sigla A.C.A.B. (“all
cops are bastards”).
¿Por
qué se produce este esfuerzo de negación de la función “represiva” básica que
ejercen los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y precisamente por
parte de su jefe máximo? Visto así, pareciera que el Estado a través de sus
agentes no puede reconocer ni siquiera gramaticalmente que el orden social que
defienden está basado en una inmensa acumulación de violencias. Pero en
momentos de rebelión social como la que esta función represiva se desnuda, pasa
al primer plano, y se revela además operando desde un profundo y largo continuo represivo en que podemos
rastrear y reconocer desde el origen del Estado de Chile los rasgos brutales y
genuinamente terroristas (en el sentido de dominación
por el terror, que señala la definición de la RAE) que están en la base de
los procesos de acumulación capitalista. Una violencia estatal y social que no empezó
en 1973 ni se acabó en 1990, que existe siempre y no sólo durante las
dictaduras cívico/militares, una violencia que incluso tiene una profunda base
cultural, que se emparenta de cerca con la violencia directa y/o simbólica de la
dominación patriarcal, racista y adultocéntrica.
Si
somos conscientes de los orígenes violentos de este orden social, en el que
siempre funciona un “mini-terrorismo de Estado” esperando a desplegarse más
intensamente en caso necesario, opera en nosotros una verdadera inversión de
perspectiva: al apreciar toda violencia acumulada frente a nosotros, aquí y
ahora, nos damos cuenta de que la única posibilidad de ponerle fin, es tratar
de interrumpir la “normalidad” arrojándonos al torbellino acéfalo de la
revuelta (2). La
respuesta que enfrentamos por la rebelión individual y colectiva es siempre la
misma: culminando en la tortura y la desaparición, el arsenal estatal parte por
la luma, la bomba lacrimógena, los atropellos, carros lanza aguas, copamientos
preventivos, controles de identidad y detenciones, las cárceles, las balas, las
golpizas generalizadas y el verdadero símbolo de la política represiva de Chile
el 2019: la lesión ocular por disparos de escopetas cargadas con un tipo de munición
“antidisturbios” prohibida por las nuevas orientaciones de Naciones Unidas
sobre “armas menos letales”.
Historia (y geografía) de la represión
La
historia de la dominación estatal es la historia de la represión, expresada en
terribles masacres como la de la escuela Santa María de Iquique (1907), San
Gregorio (1921, con Pedro Aguirre Cerda como Ministro del Interior), Ranquil
(1934), Pampa Irigoin (1969), El Salvador (1966), la sangrienta represión de la
insurrección obrera de Puerto Natales y Puerto Bories (enero de 1919), el
incendio de la Federación Obrera de Punta Arenas (1920), la Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar
(1931), la “revolución de la chaucha” en 1949, la insurrección simultánea de
abril de 1957 en Valparaíso/Santiago/Concepción, y el golpe militar de 1973. Antes
de eso, en el siglo XIX, el Estado no sólo movilizó a los “rotos” para las
guerras con los países del norte, sino que ejecutó la “Pacificación de la
Araucanía”, y permitió el exterminio de las poblaciones originarias de Tierra
del Fuego por parte de milicias privadas de los empresarios. Pero este poder
represivo también tiene otros modos de operación más sutiles, o que por
ejercerse fuera del espacio público de las calles quedan fuera de nuestra
mirada al punto que casi no se perciben como parte de esta inmensa acumulación
de violencia (3).
Si
consideramos la evolución de la población carcelaria en Chile veremos que si
bien en 1990 la represión política disminuyó, concentrándose en unos pocos
grupos subversivos que los gobiernos concertacionistas supieron desarticular
bastante rápido, el aparato represivo de Estado dirigió una nueva guerra contra
los pobres, esta vez bajo la bandera de la “Paz Ciudadana”, logrando más que
duplicar en pocos años la población penal, que hasta el día de hoy sigue
estando en uno de los niveles más altos de América Latina y el mundo (4).
Tal
como lo explica Silvio Cuneo, “el aumento del encarcelamiento en Chile ha sido
un tendencia relativamente reciente (…) Desde 1993 la tendencia al alza ha sido
constante hasta 2009, en que el nivel baja, pero sigue siendo muy elevado en
comparación con nuestros propios niveles históricos y con otras realidades de
la región. Ya en la década de los ochenta el encarcelamiento aumenta de 136
presos por cada 100 mil personas en 1980 a 189 en el año 1989. Luego vuelve a
aumentar en la década del noventa (de 171 en 1990 a 198 en 1999) y más aún en
la primera década de la actual centuria (215 en 2000 a 313 en 2009)” (5). El nivel de encarcelamiento al que se llegó en
democracia “no tiene precedentes en nuestra historia” (6).
Por la razón o la fuerza
El
lema del Grupo Móvil parece complementar al que desde mediados del siglo XIX aparece
en el escudo nacional: “Por la razón o la fuerza”. Este lema nos advierte que
en nombre de la razón instrumental, capitalista, todo el aparato de Estado está
bien dispuesto para obligar a cada ser humano a ser subsumido por la producción
de valor, a dejar que sus cuerpos y mentes también pasen a formar parte del
circuito de producción y circulación de mercancías. Si te resistes a eso, la fuerza policial irá
hacia ti y te dejará en manos de un sistema penal a través del cual el Estado
“encierra a quien le sobra y a quien lucha contra él”, tal como decía una vieja
canción de La Polla Records.
El
mensaje es tan “belicista” que tanto el presidente Ricardo Lagos en el 2000
como el senador Nelson Ávila en el 2004 intentaron sin éxito que el Congreso
accediera a cambiarlo por: “Por la fuerza de la razón”. Sin duda calza perfecto
con la declaración de estar “en guerra contra un enemigo poderoso” hecha por el
presidente Piñera en respuesta al estallido.
El desorden público según la policía
En
un video difundido en el contexto de las protestas estudiantiles del 2011, un
instructor de Carabineros explicaba que constituye el delito de desórdenes todo
aquello que ocurra en el espacio público pero que se aparte de la idea de “normalidad”;
una ciudad en que estén asegurados los flujos de la circulación de mercancías -humanas
y no humanas-.
La
misma idea estaba tras la llamada “ley Hinzpeter”, que surgió ese año por
iniciativa de la Sociedad de Fomento Fabril y que nunca llegó a aprobarse pero daba
una buena idea de los tipos de actividad que se entienden como una grave
alteración al orden público. Su espíritu es el mismo que el de las leyes que se
han aprobado recientemente gracias a la colaboración del Congreso con este
gobierno: la Ley 21.208 (antibarricadas, saqueos y “el-que-baila-pasa”), y otras
aún pendientes de aprobar como la ley anticapuchas y la de protección
permanente de infraestructura crítica por personal de las Fuerzas Armadas (7).
Así,
para esta concepción, el desorden es en sí mismo violencia, pues interrumpe los
flujos “normales” de la circulación capitalista. Y además, por ser indicativo
de una oposición al monopolio de la fuerza (o “violencia legítima”) por el
Estado. Frente a esa violencia, la respuesta estatal no se autoproclama como “violencia”,
sino que como “fuerza”. Pero el lema del Grupo Móvil hace una afirmación que es
relevante: para ser fuerza y no violencia, debe ajustarse plenamente a lo que
le ley le señala como límite. De hecho, se dice que el respeto al principio de
legalidad hace la diferencia entre un Estado democrático y un Estado policial o
dictatorial.
El
orden social pretender ser un orden jurídico, legal, ajustado a Derecho. Y por
eso, si su alteración se produce, ahí está la “fuerza pública” para
conservarlo, mantenerlo, o restituirlo, pero en esta función el Estado (o más
bien su aparato represivo) debe ajustarse plenamente a los medios y formas de
actuación que le señala el ordenamiento jurídico. Cuando el uso de la fuerza
para controlar el orden no se ajusta a estos límites, cuando con su accionar se
producen vulneraciones a los derechos de las personas, estamos en el ámbito de
lo que técnicamente son “violaciones de derechos humanos”, que pasan a ser “crímenes
contra la humanidad” cuando -como ocurrió en Chile en 1973 y 2019- son violaciones
generalizadas o sistemáticas, es decir, una forma actualizada del terrorismo de
Estado.
El uso de la fuerza y su des-regulación en el derecho
nacional
La
Constitución Política de la República garantiza en el artículo 19 N° 13 “el
derecho a reunirse pacíficamente sin permiso previo y sin armas”. No obstante
esa proclamación, sigue vigente el Decreto 1086 de septiembre 1983, una
respuesta a las protestas nacionales contra la dictadura iniciadas en marzo del
mismo año, que obliga a solicitar autorizaciones a la Intendencia con dos días
hábiles de anticipación, señalando por escrito “quiénes organizan dicha reunión,
qué objeto tiene, dónde se iniciará, cuál será su recorrido, donde se hará uso
de la palabra, qué oradores lo harán y
dónde se disolverá la manifestación”. El derecho constitucional queda cercenado
por su regulación no a nivel legal sino que meramente administrativa, lo que
entre otras cosas logra impedir cualquier manifestación espontánea o sin
líderes.
En
coherencia con ello, la Circular de Uso de la Fuerza y nuevos Protocolos de
Control del Orden Público de Carabineros señalan que la facultad policial
consistente en el uso legítimo de la fuerza “en definitiva, obliga a todas las
personas a someterse al control policial” (8). Al regular las
manifestaciones públicas, se hace una curiosa clasificación: las
manifestaciones pueden ser lícitas cuando “se desarrolla[n] en espacios
públicos con tranquilidad, seguridad y respeto por los mandatos del autoridad,
sea que cuente con autorización previa o que se trate de una actividad
espontánea no autorizada”. Pero las manifestaciones lícitas pueden “devenir en
ilícitas”, cuando se trate de manifestaciones violentas o agresivas.
Carabineros
define de manera bastante curiosa las manifestaciones ilícitas: la
manifestación se considera violenta “cuando se contravienen las instrucciones
de la autoridad policial y los actos involucren la vulneración de derechos de
terceros, como sería la libre circulación por las vías”. Es decir, bastaría con
que no se obedezcan las instrucciones policiales relativas a retirarse la
calzada para que la manifestación sea considerada “violenta” y entonces la
fuerza pública está autorizada a disuadir, despejar, dispersar y detener a los
manifestantes.
La
manifestación se define como agresiva “cuando se generan daños o cuando se
agrede intencionalmente a las personas o la autoridad policial”, y en tal caso
procede aplicar inmediatamente las fases de dispersión y detención.
En
base a este marco no legal sino que meramente reglamentario y protocolar,
Carabineros reprime con fuerza (o “con energía” como señaló en octubre del 2019
el senador socialista José Miguel Insulza al llamar a reprimir las evasiones
masivas de liceanos, qué técnicamente ni siquiera eran infracciones del sistema
de responsabilidad penal adolescente) las manifestaciones donde no se demuestra
“sometimiento” a su control policial, y en cambio toleró sistemáticamente las
agresiones de grupos de extrema derecha que durante el 2020 en las marchas de
los partidarios de la opción “Rechazo” a una nueva constitución se dedicaron a
agredir violentamente mediante grupos de choque a los transeúntes que no
compartían su opción.
Trincheras legales dentro del derecho chileno
Además
de esta llamativa complementariedad entre la Constitución del 80, el Decreto
1086 y los nuevos Protocolos de Carabineros (9), subsisten varios cuerpos
legales que operan como verdaderas trincheras dentro del Derecho: básicamente,
la Ley de Seguridad del Estado (10), la Ley de Control de
Armas (11), y la Ley Antiterrorista (12). El repertorio legal para
combatir al movimiento social se ha complementado en nuestro tiempo con dos
importantes leyes: Aula Segura en el 2018, y el control preventivo de identidad
inventado en el 2016 y que durante el 2019 un proyecto de ley presentado por el
gobierno de Piñera y apoyado por votos de la Democracia Cristiana pretendía
hacer aplicable desde los 14 años (aunque en la votación efectuada el 16 de
octubre en la Cámara de Diputados se aprobó desde los 16 años).
Como
he explicado previamente, “Aula Segura” era una propuesta
jurídicamente absurda e innecesaria pues la respuesta sancionatoria frente a
conflictos e incluso delitos en el espacio educativo ya existe y había sido
regulada en lo medular por las leyes y reglamentos pertinentes. De todos modos
fue impulsada por la ministra Cubillos hasta ser aprobada en diciembre de 2018 mediante
la Ley 21.128. De inmediato fue entendida y aplicada como una
verdadera declaración de guerra a la juventud movilizada en sus liceos,
causando cientos de expulsiones que en muchos casos fueron luego declaradas
“arbitrarias e ilegales” por los tribunales de justicia.
Aprovechando
ese mismo impulso a su agenda represiva, el mismo Gobierno que un año antes
proclamaba “Los niños primero” decidió en marzo de 2019 reforzar los “controles
de identidad” mediante el proyecto de ley contenido en el Boletín 12.506-25.
El
control preventivo de identidad, surgido el año 2016 con motivo de la segunda
“agenda corta antidelincuencia” de la presidenta Bachelet (13), puede ser aplicado por
la policía sin necesidad de indicio ni expresión de causa, a cualquier persona
que a su juicio parezca ser mayor de 18 años. A pesar de la prohibición legal y
la “presunción de minoridad” que se establece para el caso de que exista duda
sobre la edad de la persona controlada, durante el 2018 Carabineros controló
preventivamente a más de 73 mil menores de edad.
Esta
autorización a las policías para controlar personas sin motivo alguno
constituye en sí misma una vulneración del principio de legalidad. Aparece como
un agujero negro de “no-derecho” dentro del ordenamiento jurídico chileno, que
casi no tiene precedentes o figuras equivalentes en el resto del mundo. Gracias
a su aplicación, cada vez mayor, en Chile se controló durante el 2018 a un
promedio de 255 personas por cada mil habitantes; una de cuatro personas: todo
un record mundial (14).
Justo
dos días antes del estallido social, el Gobierno con votos de la oposición
había logrado que se aprobara en la Cámara de Diputados aplicar los controles
preventivos de identidad a partir de los 16 años de edad. Luego de eso la
tramitación del proyecto no registra
ningún movimiento.
Esta
“guerra contra la juventud” librada desde el Estado influyó no poco en el
desencadenamiento de la revuelta de octubre, que en este sentido expresó una
acumulación de revueltas y experiencias previas. Las irrupciones del “proletariado juvenil” desde los
liceos no eran nuevas; ya las habíamos podido apreciar en ciclos casi exactos
de cinco años: 2001 (mochilazo), 2006 (revolución pingüina), 2011 (aunque acá estaban
algo eclipsados por los estudiantes universitarios y su futura “bancada
estudiantil”). Pero el 2019 los “pingüinos”
fueron el detonante de una explosión que, trasmitida desde las aulas a
los subterráneos del metro y hacia las calles.
Violencia conservadora y derecho de rebelión
La
respuesta a la rebelión popular en todo el país fue la exacerbación de la “violencia
conservadora”, desprovista incluso de justificación jurídica o respaldo
normativo, en defensa del orden neoliberal.
El
costo humano fue alto: una treintena de muertos -por acción directa de agentes
del Estado o por el descontrol propio de la violencia social mediante incendios
y saqueos en los primeros días-, miles de heridos incluyendo cientos de
mutilados. En cuanto a lesiones oculares, según un
estudio publicado en la revista Eye
que incluyó la comparación con episodios de traumas oculares por acción
policial en otros países, la mayor cifra comparada de trauma ocular se
situaba en el conflicto palestino-israelí, donde se registraron 154 casos en un
período de seis años (1987 a 1993). En Chile registraron 182 casos de lesión
ocular por proyectiles de impacto cinético sólo entre el 18 de octubre y el 30
de noviembre de 2019 en el Hospital del Salvador (15).
El
Ministerio Público recibió denuncias por 8.600 casos de violencia institucional.
A mediados de 2021 sólo se había dictado sentencia condenatoria en 3 casos,
respecto de 4 funcionarios policiales, aplicando a todos ellos condenas de
cumplimiento en libertad (16).
No
obstante la gran confusión sobre las cifras de los “presos de la revuelta”,
sabemos que entre el 18 de octubre de 2019 y hasta el 18 de marzo del 2020 la
represión policial y militar de las protestas dejó a aproximadamente 30 mil
personas detenidas (17),
de las cuales se formalizó a más de 5 mil y cerca de 2 mil quedaron inicialmente
sometidas a la medida de prisión preventiva. Existen suficientes argumentos
jurídicos, políticos e históricos para fundamentar la aplicación de una
amnistía o un indulto general, en relación tanto a delitos políticos
propiamente tales (del Código Penal o de leyes penales especiales) como a los
delitos conexos cometidos en el contexto de la revuelta social. Está por verse
si una iniciativa de este tipo tendrá éxito en el Congreso actualmente
existente.
Entretanto,
la Convención Constitucional aprobó por amplia mayoría una declaración que
señala que “la violencia que acompañó los hechos de Octubre fue consecuencia de
que los poderes constituidos fueron incapaces de abrirnos una oportunidad para
crear una Nueva Constitución y hoy que estamos comenzando el trabajo de la
Convención deben hacerse cargo de aquello” (18).
La
“revuelta de octubre”, como respuesta popular ante décadas de acumulación de
violencia estructural e institucional, fue así la “partera” del proceso
constituyente. Una violencia espontánea, “pura”, “anárquica”, que al irrumpir destituyó
incluso la tradicional relación entre medios y fines, y que luego, a medida que
el pueblo fue disputando y apropiándose del escenario de transformación institucional
que se logró abrir, se ha ido transformando gradualmente en violencia
“fundadora de derecho” (19).
BIBLIOGRAFÍA:
Benjamin,
Walter. Para una crítica de la violencia
(1921), en: Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Iluminaciones IV,
Introducción y selección de Eduardo Subirats, Traducción de Roberto Blatt,
Madrid, Taurus, 1991.
Cortés,
Julio. La violencia venga de donde venga.
Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre,
Santiago, Vamos hacia la vida, 2020.
Cuneo,
Silvio. Cárceles y pobreza. Distorsiones
del populismo penal, Santiago, Uqbar, 2018.
Jiménez,
María Angélica y otras, Un nuevo tiempo
para la justicia penal. Tensiones, amenazas y desafíos, Santiago, Centro de
Investigaciones Criminológicas-Universidad Central, 2014.
Marx, Carlos. El
Capital I. Crítica de la Economía Política, México, Fondo de Cultura
Económica, traducción de Wenceslao Roces, Tercera reimpresión, 2006
Ramos,
Marcela y Juan Andrés Guzmán, La guerra y
la paz ciudadana, Santiago, LOM, 2000.
Rodríguez,
Á., Peña, S., Cavieres, I. et al. Ocular trauma by kinetic impact projectiles during
civil unrest in Chile. Eye (2020).
NOTAS:
1.- Cuerpo policial antidisturbios al que Victor Jara dedicara su
canción “Movil Oil Special” en 1968.
2.- Incluso un instrumento como la Declaración Universal de Derechos
Humanos, de 1948, reconoce en el preámbulo que estos derechos se consagran “a
fin de el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra
la tiranía y la opresión”. Además, en el art. 28 señala que todos tenemos
derecho “a que se establezca un orden social e internacional” en el que estos
derechos y libertades “se hagan plenamente efectivos”.
3.- Marx en el capítulo de El
Capital sobre acumulación originaria
dice que el sistema capitalista en su fase inicial de “acumulación originaria”
se basa abiertamente en el terrorismo privado y luego estatal, para después,
cuando ya está naturalizado en las cabezas y cuerpos de la población, reducir
cuantitativamente ese tipo de violencia gracias al acatamiento pasivo de las
relaciones sociales que impone, hasta que por circunstancias especiales resulte
necesario volver a desplegar abiertamente
la “violencia extraeconómica”, es decir, entrar a una nueva fase de
“dominación por el terror”.
4.- Sobre la formación de
la Fundación Paz Ciudadana, como una alianza derechista/concertacionista
destinada a reemplazar la doctrina de la seguridad nacional por la de la
seguridad ciudadana, y el auge del
“populismo punitivo” en Chile se recomienda consultar: Ramos, Marcela y Juan
Andrés Guzmán, La guerra y la paz
ciudadana (Santiago, LOM, 2000) y Jiménez, María Angélica y otras, Un nuevo tiempo para la justicia penal.
Tensiones, amenazas y desafíos (Santiago, Centro de Investigaciones
Criminológicas-Universidad Central, 2014). No debemos olvidar que desde su
inicio la Fundación de Paz Ciudadana era una alianza estratégica donde no sólo
se expresaba la derecha tradicional comandada por los Edwards sino que también
el mundo concertacionista (con Bitar y Jiménez de la Jara) e incluso el “mundo
de la cultura” (Nemesio Antúnez). De sus filas salió la ex Subsecretaria de
carabineros Javiera Blanco, y más recientemente dos ex imputados del Caso Penta
condenados a “clases de ética” y el ex Senador y actual constituyente Harboe,
del PPD, han llegado también al directorio de la Fundación.
5.- Cuneo, Silvio. Cárceles y
pobreza. Distorsiones del populismo penal (Santiago, Uqbar, 2018, pág.
154).
6.- Ibíd., pág. 156.
7.- Es decir, “ejércitos en las calles” sin necesidad de decretar un
estado de excepción, lo cual le da un nuevo sentido a lo que decía Walter Benjamin sobre que “el
estado de excepción en que vivimos es la regla”: estas leyes vienen a
normalizar jurídicamente la excepción, haciéndola permanente.
8.- Circular 1832 y Orden
General 2635, de 1 de marzo de 2019, adoptadas como parte de los compromisos
del Estado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el marco del
caso de Alex Lemún.
9.- Que tuvieron que ser
actualizados en cumplimiento a los compromisos adquiridos por el Estado de
Chile ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Alex
Lemún, asesinado por Carabineros mediante un perdigón de plomo en la cabeza en
noviembre de 2002.
10.- Promulgada por Ibañez
en 1958 en reemplazo de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia o “Ley
Maldita”.
11.- Aprobada durante la
Unidad Popular, reformulada en dictadura, y luego modificada y endurecida
varias veces en democracia, por obra de los gobiernos de Lagos y Bachelet.
12.- Ley 18.314 de 1984,
modificada en su estructura básica en 1991 y luego en 2010. La Ley
Antiterrorista era aplicada a adolescentes mapuche hasta que esa posibilidad
fue impedida por la reforma del 2011.
13.- Ley N° 20.931. La primera “agenda corta”, Ley 20.253 del año 2008,
endureció drásticamente el sistema procesal penal y fue una de las principales
causas del encarcelamiento masivo que refería Cuneo. Cabe destacar que ambas
“agenda cortas” no fueron ideadas por la derecha sino que por la
“centroizquierda” (Concertación y luego Nueva Mayoría), lo cual generó que, a
diferencia de la “Ley Hinzpeter” del 2011, casi no generaron resistencias.
14.- Todos estos datos son cifras oficiales y fueron señaladas en el
debate parlamentario sobre esta iniciativa legal.
15.- Rodríguez, Á., Peña, S., Cavieres, I. et al. Ocular trauma by kinetic impact projectiles during civil unrest in
Chile. Eye (2020)
16.- En el plano de la justicia civil, el mismo Consejo de Defensa del
Estado que en algunas causas por violencia institucional interviene como
querellante, se desdobla para hacerse presente en esta arista del laberinto
judicial negando la procedencia de las indemnizaciones a las víctimas de la
acción de los agentes del Estado, sosteniendo que por regla general Carabineros
se ajustó a la normativa vigente sobre uso de la fuerza, que incluso el
correcto uso de las armas menos-letales puede producir graves lesiones, y que
en muchos casos fueron las propias víctimas quienes colaboraron en la
producción del resultado al haber optado por participar de manifestaciones no
autorizadas en que ocurrían hechos de violencia (Mujica con Fisco de Chile,
C-11.302-2020, 15 Juzgado Civil de Santiago).
17.- Según Carabineros “entre el 19 de octubre de 2019 y el 31 de marzo
de 2020 se contabilizaron 5.885 situaciones de desorden público, 4.302
manifestaciones, 1.090 saqueos y 441 cortes de rutas. A raíz de todos estos
eventos, reconoce haber realizado un total de 25.567 detenciones: 4.091 mujeres
y 21.476 hombres” Ver: Pauta.cl, Más de
4 mil manifestaciones y 25 mil detenidos: el balance del estallido social, 30
de agosto de 2020.
18.- Esta declaración de 8 de julio de 2021 demanda dar suma urgencia al
Proyecto de Ley sobre indulto general (Boletín 13.941-17), además de otras
medidas sobre reparación integral a las víctimas de la represión, el retiro de
las querellas por Ley de Seguridad del Estado, desmilitarización del Wallmapu e
indulto a los presos políticos mapuche a contar el año 2001.
19.- La distinción entre violencia fundadora y conservadora de derecho, violencia
mítica y divina, así como la violencia “pura” o anarquista, son categorías
aportadas por Benjamin hace exactamente 100 años, en Para una crítica de la violencia (1920/1), donde se refiere al
“espectáculo penoso” que en su tiempo ofrecen “los parlamentos [que] no guardan
en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las que deben su existencia”.
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