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viernes, octubre 21, 2022

Domingo 23 en Villa Olímpica : lanzamiento del libro "Reporte de una insurrección", de Evade Chile.  

 


Título: EVADE CHILE 2019 # Reporte de una insurrección

Precio de venta: $12.000

Número de páginas: 410

Tamaño: 21x15cms

Contenidos:

Introducciones a la edición
- Introducción de Evade Chile
- La dialéctica en suspenso. A tres años del «estallido social» (Julio Cortés Morales)
- Retorno a la vida (Raoul Vaneigem)

Reporte
- La batalla de Santiago
- [Primer comunicado] El derecho de vivir no se mendiga, ¡se toma!
- [Segundo comunicado] ¡Evade todo!
- [Tercer comunicado] El momento decisivo: ¡Hermanxs, tenemos derecho a la autodefensa!
- [Cuarto comunicado] Aviso de utilidad pública: A propósito de la agonía del viejo mundo
- Carta abierta a Jorge González
- Primera carta
- [Quinto comunicado] ¿Es posible salir de la espiral de la violencia?
- [Sexto comunicado] Cómo (no) organizarse si lo que se busca es subvertir la lógica mercantil y patriarcal del dinero
- [Séptimo comunicado] Hoy todo es posible
- [Octavo comunicado] ¡La resistencia es vida!
- [Noveno comunicado] ¡Nos quieren dar lecciones!
- Segunda carta
- [Décimo comunicado] Sabemos que el cambio no está en La Moneda…
- [Onceavo comunicado] Llamamiento de una liceana
- El baile de lxs que sobran
- Tercera carta
- Todo comienza aquí y ahora
- Unidad y diferencias en las insurrecciones de Francia y Chile
- [Doceavo comunicado] No escucharemos más sermones
- [Treceavo comunicado] ¡El norte de Chile aún resiste!
- Cuarta carta
- Quinta carta
- [Catorceavo comunicado] El cambio no está en las urnas
- Hacia la Comuna
- Sexta carta
- ¡La pandemia no detendrá la revuelta!
- Coronavirus: Reporte de Chile
- Coronavirus: Reporte de Francia
- Séptima carta
- Octava carta
- Pueblos del mundo, ¡un esfuerzo más!
- Novena carta
- La batalla del 10%


ENTONCES QUEDAN TODXS INVITADXS  este domingo a las 17:30 en la Junta de Vecinos de Villa Olímpica, Sócrates 1237. Comentarios de Julio Cortés y Rodrigo Karmy. Set de saxofón solista a cargo de Edén Carrasco.



Los dejó con el capítulo inicial del comentario de JC:

El estallido en la literatura

“Toda revuelta va a pérdida, que sin embargo asumimos con la felicidad de quien ha conquistado el último abrazo en la historia” (Rodrigo Karmy, Asalto).

“No hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como en sí mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión por el que ha pasado de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico se distancia de él tanto como le sea posible. Considera como tarea suya pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” (Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia).

Cuando estalló la insurrección de octubre en Chile nadie estaba muy preocupado de como etiquetar o clasificar lo que casi de inmediato demostró ser el acontecimiento histórico de nuestras vidas, a excepción de algunos columnistas y redactores de noticias que se preguntaban si la evasión masiva se ajustaba o no a las definiciones que ellos manejaban acerca de la “desobediencia civil”. Así, el mismo viernes 18 hacia las dos de la tarde una periodista de El Mercurio se preguntaba “¿Qué es ‘desobediencia civil’? El concepto de Thoreau al que algunos aluden por evasiones masivas en el metro” (1). Dos días antes el entonces diputado y actual presidente Gabriel Boric decía por tuiter que “Todo acto de desobediencia civil es rechazado por quienes no quieren que las cosas cambien. La evasión masiva no se soluciona reprimiendo sino enfrentando el problema de fondo: el alto costo de la vida, bajos salarios para la mayoría de chilenos y chilenas, y la desigualdad” (2). El 26 de octubre el tema es analizado por Paula Luengo en CIPER (3), y un día después desde El Mostrador el pionero del socialismo renovado Gonzalo Martner nos enseñaba que “La desobediencia civil es necesaria” (4).

La suspensión o interrupción del tiempo histórico que se produce en cada revuelta de estas magnitudes hacía bastante innecesario, e incluso inútil, gastar energías en esos ejercicios clasificatorios, cuando lo que había que decidir cada día y a cada instante era dónde y cómo tomar las calles, desafiando entre todos la acción de tanques militares, blindados policiales, y la tormenta de gases lacrimógenos y perdigones que se lanzaban contra el cuerpo colectivo que se arrojaba “sin miedo” a  conquistar terreno en todas las ciudades, y que era castigado por eso mediante una estrategia de agresiones y mutilación masiva.

Tres años después, cuando la nueva normalidad se impuso y nuestros propios recuerdos a veces se debilitan o parecen fallarnos, todavía muchos nos preguntamos que fue exactamente lo que pasó. Es más, en las librerías hay estanterías especializadas en libros sobre el “estallido social”, desde muy distintas posiciones y puntos de vista, casi todas ellas totalmente ajenas a lo que fue el cuerpo mismo que se desplegó y accionó produciendo la revuelta.

Sería interesante hacer un listado detallado de este tipo de producción literaria, y audiovisual (pues también hay varios libros y trabajos sobre la gráfica, los mensajes y las “performances” que se realizaron durante esas jornadas revolucionarias, que por supuesto implicaban toda una revolución estética).

En un extremo tenemos muchos libros que se han promovido y distribuido como best sellers, con las reflexiones vertidas al papel de destacados intelectuales orgánicos del partido del orden como el abogado mercuriano Carlos Peña (5), el sociólogo del exitoso programa “La cosa nostra” Alberto Mayol (hijo del periodista Manfredo, colaborador de la dictadura y miembro fundador de la UDI) (6), el columnista de La Tercera y periodista Daniel Matamala (7), el convencional constituyente “socialista” Jorge Baradit (8) -fan del escritor nacional-socialista Miguel Serrano- o el filósofo “telúrico” Héctor Herrera (9).

Poco más abajo nos encontramos la obra de figuras menores o más recientes del espectáculo local, como las producciones de la filósofa porteña Lucy Oporto (10), del arquitecto y urbanista -un crimen por partida doble- Iván Poduje (hijo de Miguel Ángel, ministro de la dictadura) (11) y las abundantes deposiciones de la inefable dupla de estudiosos de la sociedad Mansuy & Ortúzar (12). Todos estos libros han tenido tanta exposición y son tan famosos que casi no merecen una referencia más detallada.

Además, existen múltiples trabajos de un sinfín de opinólogos, periodistas policiales y periodistas/policías, pero también de varios especialistas desde disciplinas como la Filosofía (13), la Sociología (14), la Historia (15) y la Antropología (16), además del Derecho y las Ciencias Políticas, y unos pocos trabajos que se abordan desde una perspectiva interdisciplinaria, entre los que cabe destacar Hilos tensados. Para leer el Octubre chileno, editado por Kathya Araujo (17), el especial Revueltas en Chile de Revista Pléyade (18), el volumen colectivo en sobre Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la revuelta de octubre en Chile, coordinado por Raúl Zarzuri (19) o Contribuciones en torno a la revuelta popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca (20=. Le Monde Diplomatique publicó en julio del 2022 el libro Insurrección Popular; Convención Constitucional y triunfo de Gabriel Boric. Un análisis social, histórico, político y económico a Chile (2019-2022), editado por Nicol A. Barria-Asenjo, con textos de diversos autores, incluyendo a Slavoj Zizek (21).

También existen numerosos informes desde el punto de vista de las masivas violaciones de derechos humanos que se produjeron en ese período (22), y trabajos que se centran en desnudar ciertos aspectos del trabajo del aparato represivo durante el estallido, como el libro Los intramarchas de Josefa Barraza (23), sobre la labor de los agentes encubiertos e infiltrados de Carabineros.

En cuanto a libros que analizan el estallido chileno y la revuelta como acontecimiento, desde una posición crítica radical, destacaría los de Rodrigo Karmy El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado (24) e Intifada. Una topología de la imaginación popular (25),  y el de Sergio Villalobos-Ruminott titulado Asedios al fascismo. Del gobierno neoliberal a la revuelta popular (26).

Mención especial merecen artefactos literarios abiertamente reaccionarios como el libro Nuestro octubre rojo. Orígenes de un estallido social (Varios Autores (27)) o el voluminoso dossier La insurrección chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán, editada a seis meses del estallido. Pocos meses después la misma Fundación publicó unas Aproximaciones al anarquismo y su aplicación en el escenario chileno, donde quedaba claro que sacaban sus propias lecciones del acontecimiento Octubre cuando hacían notar que “…el escenario político chileno es mucho más complejo de lo que se observa en la escena institucional. Por eso, no se debe analizar solo lo que sucede en la política formal o partidaria (de tipo vertical). Pues, en las bases sociales se han erigido una gran cantidad de agrupaciones que hacen política desde una perspectiva horizontal. Ejemplo de ello son aquellos que se organizan bajo el modelo de asambleas, sin jerarquías ni líderes” (28).

Otros artefactos se han dedicado a documentar los afiches, stencils, murales y la impresionante proliferación de consignas y mensajes en las paredes durante la revuelta, desde los más mercantilizados libros con fotos a todo color, partiendo por Hasta que valga la pena vivir (29) de Echeverría, Rebolledo y Tótoro o el libro Alienígenas. El estallido social en los muros, coordinado por Julio Pasten y Darío Quiroga (socio de Alberto Mayol y Mirko Macari en “La Cosa Nostra”), que incluye fotos de 200 consignas escritas en un cierto perímetro del epicentro de la revuelta en Santiago más comentarios de una fina selección de socialdemócratas (30), a impresiones mucho más artesanales y al alcance del bolsillo popular/proletario, centradas también en el registro de los textos y gráficas hallados en los muros. Entre esos dos extremos podemos destacar el libro Rabia dulce de furiosos corazones. Símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena (31) y Hablan los muros. Grafitis de la rebelión social de octubre del 2019, de Raúl Molina (32). Este último explica al inicio del libro que cuando vio las murallas el lunes 21 de octubre, tras tres días de revuelta, recordó mayo del 68 y entendió la urgencia de colectar las frases escritas, pues “representan el sentir de la gente y entregan las claves para comprender la rebelión social que ha eclosionado”.

En efecto, apenas se veían las paredes en esos días resaltaba este aspecto “gráfico” de la revuelta chilena, que rememoraba a la francesa de mayo/junio del 68, que por lo que recuerdo de los años ochenta se conocía más por los libros de “frases” que por algún relato o análisis más directo del acontecimiento desencadenado en la primavera de ese agitado año.   Uno de los soportes más interesantes que sobre este aspecto de la revuelta se crearon y aún existe, es https://www.laciudadcomotexto.cl/, un proyecto de Carola Ureta donde es posible recorrer los muros de la Alameda Bernardo O´Higgins durante los 2,4 kilómetros que separan la Plaza de la Dignidad del palacio de La Moneda -bombardeado desde aviones Hawker Hunter en 1973 y posteriormente reconstruido como una réplica exacta-, tal como fueron registrados durante el día 36 de la revuelta.

En el otro extremo de la actividad literaria, tenemos los numerosos periódicos, libros y folletos autoeditados en cantidades más bien modestas por pequeñas iniciativas editoriales del medio autogestionado y subterráneo, que contra viento y marea logran mantener un cierto nivel de presencia en las calles, posibilitando así un mínimo de circulación de ideas, materiales y proyectos antagonistas. Es decir, la “literatura subversiva” que es aludida como delito en el artículo 4 de la Ley de Seguridad del Estado, que en su letra f) sanciona a “Los que propaguen o fomenten, de palabra o por escrito o por cualquier otro medio, doctrinas que tiendan a destruir o alterar por la violencia el orden social o la forma republicana y democrática de Gobierno”, actividad que en su momento fuera calificada como “editorialismo combativo” por parte de un director de la Agencia Nacional de Inteligencia que disertaba sobre “anarquismo insurreccionalista” ante una comisión de Diputados de la República (33).

En especial recuerdo que, a escasas dos semanas desde el inicio de la insurrección, se repartió masivamente durante un masivo y algo accidentado concierto punk al aire libre en el Parque de los Reyes un ejemplar de El sol ácrata en que se incluían relatos en primera persona de cómo se inició la revuelta en distintas ciudades: Calama, La Serena, Punta Arenas, Concepción y Santiago (34). Al leer en detalle este número especial de El sol ácrata era notoria la evidente diferencia cualitativa entre la experiencia de acceder a estos materiales generados al calor de la revuelta misma y la del resto de la literatura especializada a que sabía que en pocas semanas, meses y años iba a proliferar. 

Lo mismo sentí al toparme después con materiales impresos en que otros sectores del “bloque negro” -el sector difuso y minoritario pero omnipresente que había apostado desde siempre por la “insurrección generalizada” o “revuelta permanente”- habían agrupado diversos escritos, análisis e intervenciones, como es el caso de la llamada corriente comunista radical en el libro Marx y Bakunin están de vuelta (35) y del anarquismo insurreccionalista/informal en La catástrofe es que todo siga igual (36). Cabe destacar también el texto Tiempos mejores. Tesis provisionales sobre la revuelta de octubre de 2019, difundido ya a mediados de noviembre por el Círculo de Comunistas Esotéricos (37), y los diversos panfletos, comunicados y cartas difundidos en terreno por Evade Chile, los autores de este Reporte. Mal que mal, a ninguno de estos grupos el estallido los tomó totalmente por sorpresa, pues lo venían anunciando y anticipando desde hace mucho tiempo (38), aunque como ellos mismos han declarado, no por haber tenido todas esas intuiciones y deseos de revuelta estaban preparados para experimentar algo de la magnitud que tuvo ese inolvidable mes de octubre. 

Esa misma diferencia cualitativa entre los materiales sobre la revuelta y los que surgieron desde ella misma, considerando las densas capas de olvido y mistificación que a lo largo de tres años se han ido vertiendo sobre lo que en realidad pasó en esas irrepetibles semanas y meses de la primavera 2019, es lo que hace tan valioso este “Reporte” que tienes en tus manos, que funciona como una especie de Almanaque o Diario de la revuelta chilena, posible de ser abordado en orden o al azar, cada vez que sientas que quieres y puedes sumergirte de nuevo en la experiencia de esos días de revuelta en que nadie estaba solo porque todos nos podíamos fundir colectivamente en ese momento en que “la imaginación popular inunda las calles, rebalsa los cuerpos, lazos inéditos nutren de erotismo y se inventan nuevas prácticas que abren otros e improvisados caminos” (39).

Mediante esta inmersión profunda en la experiencia día a día de esos meses de insurrección, este Reporte nos invita a refrescar y ordenar nuestras propias vivencias para así desarrollar nuestros propios análisis individuales y colectivos sobre los “Resultados y perspectivas” de todo este largo proceso, tal como el título que se le dio a  los balances que algunos revolucionarios del siglo XX hacían sobre los episodios más álgidos de la lucha de clases -como Trotsky después de la revolución rusa de 1905 (40)-, y cuya elaboración como ejercicio de balance colectivo constituye la única manera de mantenerse a flote sin perder la brújula en la actual marea contrarrevolucionaria local y global. Dos buenos intentos de balance han sido Un largo octubre. Notas y apuntes sobre lo que abre y cierra octubre de 2019 en Chile, editado en octubre de 2020 por el Círculo de Comunistas Esotéricos (41), y Revuelta en la región chilena: un balance histórico-crítico de Pablo Jiménez C. (42)

Para presentar este valioso libro, documento de cultura y de barbarie, señalaré algunas cosas que su lectura me hizo evocar, compartiendo entremedio de la avalancha de recuerdos algunas reflexiones individuales y colectivas sobre el proceso mismo y sus efectos hasta ahora. Creo que con eso soy fiel al espíritu de “haga su propio reporte” que destilan estas páginas, en la búsqueda de mantener una memoria colectiva del acontecimiento Octubre, que nos sirva como antídoto para los intentos de recuperación/neutralización de la memoria, y para darnos fuerza en las luchas que vienen.

NOTAS:

[5] Pensar el malestar. La crisis de octubre y la cuestión constitucional.

[6] Big Bang. Estallido social 2019.

[7] La ciudad de la furia.

[8] Rebelión.

[9] Octubre en Chile: Acontecimiento y comprensión política: hacia un republicanismo popular.

[10] He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza (Agotado).

[11] Siete Kabezas. Crónica urbana del estallido social (Agotado).

[12] Del primero podemos citar la reedición de Nos fuimos quedando en silencio, y del segundo El estallido chileno y El precio de la noche. Diálogo imaginario sobre la tiranía.

[13] Evadir. La filosofía piensa la revuelta de octubre de 2019, Libros del Amanecer, 2020. Este volumen editado por Cristóbal Balbontín reúne los trabajos de 57 filósofos y académicos de universidades chilenas.

[14] La Revista de Sociología de la Universidad de Chile dedicó su Vol. 35 Núm. 1 (2020) al Dossier: Teoría política para una época de incertidumbre.

[15] Por ejemplo: Varios Autores, Chile Despertó. Lecturas desde la Historia del estallido social en Chile, Universidad de Chile, 2019.

[17] USACH, 2019. Este volumen reúne los trabajos de 21 expertos en diversas ciencias sociales.

[18] Pléyade. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad de Chile, 2020.

[19] LOM, 2022.

[20] Kurü Trewa, 2020.

[22] Destacan los informes del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos.

[23] LOM, 2022.

[24] Sangría, 2020. Publicado en inglés por Errant Bodies Press, 2022, en traducción de Sebastián Jatz Rawicz.

[25] Metales Pesados, 2021.

[26] DobleA, 2021.

[27] El Líbero, 2020.

[28] FJG, Ideas & Propuestas N° 302, 29 de julio de 2020. Disponible en: https://www.fjguzman.cl/wp-content/uploads/2020/07/IP_302_anarquismo.pdf

[29] Publicado por Ceibo en diciembre de 2019, justo a tiempo para ser usado como regalo de Navidad, y rápidamente pirateado y distribuido en la cuneta.

[30] Editorial Ocho libros, 2021, que lo promociona como: “Bello libro de gran formato, con más de 200 fotografías de los rayados callejeros del Estallido Social, y un profundo análisis social y del discurso detrás de la narrativa de esta época a cargo de Darío Quiroga y Julio Pasten. Incluye textos breves a cargo de 16 autores para ampliar esta suerte de polifonía de miradas respecto a la intensidad del 18 de octubre”.

[31] Tempestades, 2020.

[32] LOM 2020. Los tres libros de LOM que hemos referido forman parte de la Colección 18 Oct, que ya lleva 15 títulos.

[33] Ver los extractos de la declaración de Gonzalo Yusseff ante la comisión especial investigadora del “Caso Bombas”, en la sección “Contracriminalística y chanchología aplicada” de Revolución hasta el fin N° 0, año 1, 2014, págs. 15-20. Disponible en: https://www.yumpu.com/es/document/view/24445650/revolucion-hasta-el-fin-01-

[34] El sol ácrata, Año VIII/Segunda época/N°5/ octubre de 2019, 1000 copias de circulación gratuita. Disponible en: https://periodicoelsolacrata.files.wordpress.com/2019/10/el-sol-acc81crata-octubre-revuelta-de-2019.pdf

[35] Pensamiento y Batalla/Vamos hacia la vida, 2021.

[36] Memoria Negra, 2021.

[37] Incluido en Marx y Bakunin están de vuelta.

[39] Rodrigo Karmy, “Momento destituyente”, El Desconcierto, 26 de octubre de 2019. Incluido en El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado (Sangría, 2019).

[40] Toda historia merece ser contada: El volumen 1 de León Trotsky, 1905-Resultados y perspectivas, fue publicado en Chile durante los mil días de la Unidad Popular como segunda parte de la Colección Épocas Revolucionarias de una “Biblioteca de Educación Política”, cuya primera entrega fue un texto de Lenin sobre 1905. La tercera entrega de la Colección, que iba a ser el vol. 2 de los “Resultados y perspectiva”, no alcanzó a materializarse, pues antes sobrevino el golpe militar de septiembre de 1973.


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martes, octubre 18, 2022

A 3 AÑOS DEL ESTALLIDO. PARTE 3 Y 1/2 (x Julio Cortés Morales) 

“Cada revolución produce sus propios decepcionados. Lo que en un momento pudo encender el corazón y el cerebro, lo que pareció ser el gran acontecimiento trasmutador de la existencia individual y colectiva, lo que se soñó el retorno de grandes tiempos, a la postre –a veces no al cabo de mucho tiempo- se revela trivial y vulgar. Caen las máscaras que tal vez nuestro propio entusiasmo había puesto en los personajes; el velo de la ilusión se levanta, el corazón se siente traicionado” (Erwin Robertson).


De octubre a noviembre: la revuelta desde abajo activa una contrarrevolución desde arriba

Tal vez uno de los elementos más determinantes para juzgar si estamos en presencia de revueltas/revoluciones es la existencia de la contrarrevolución.

Para el caso de Francia en 1968, los situacionistas concluían que “finalmente, en conjunto, las pruebas retrospectivas del carácter revolucionario del movimiento de las ocupaciones son tan incuestionables como lo que arrojó al rostro del mundo existiendo: la prueba de que llegó a esbozar una legitimidad nueva es que el régimen restablecido en junio nunca osó perseguir, para lograr la seguridad interior del Estado, a los responsables de acciones manifiestamente ilegales que le habían despojado parcialmente de su autoridad, o sea de sus edificios. Pero lo más evidente, para aquellos que conocen la historia de nuestro siglo, es esto: todo lo que los estalinianos hicieron por combatir sin descanso el movimiento demuestra que la revolución estaba allí”.

Joseph De Maistre, uno de los primeros pensadores reaccionarios conscientes, dijo en sus Consideraciones sobre Francia (1796) que “se acostumbra dar el nombre de contrarrevolución al movimiento, cualquiera que sea, que ha de dar muerte a la Revolución; y, puesto que este movimiento será contrario al otro, habrá que esperar consecuencias opuestas”. Él entendía que “el restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una revolución contraria, sino lo contrario de la revolución”. Discrepando de esa definición, parece más certera una cita aparentemente falsa que con su curioso sentido del humor Louis Althusser atribuye a Maquiavelo y/o Mao: “no se ha insistido lo suficiente en que una contrarrevolución también es una revolución”.

En un sentido similar, Paolo Virno ha dicho que la contra-revolución “no debe entenderse solamente una represión violenta —aunque, ciertamente, la represión nunca falte. No se trata de una simple restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden social resquebrajado por conflictos y revueltas. La ‘contrarrevolución’ es, literalmente, una revolución a la inversa”, que “al igual que su opuesto simétrico, no deja nada intacto”  (1).  La contrarrevolución “construye activamente su peculiar ‘nuevo orden’. Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las cosas y trabaja con método. Pero hay más: la ‘contrarrevolución’ se sirve de los mismos presupuestos y de las mismas tendencias —económicas, sociales y culturales— sobre las que podría acoplarse la ‘revolución’, ocupa y coloniza el territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas” (Virno).

Cada revuelta o revolución produce su propia contrarrevolución, no necesariamente sangrienta, y en los momentos álgidos de la lucha de clases la revolución y la contrarrevolución se desarrollan contradictoria y simultáneamente, interactuando y modificándose una a otra. En su combate se entrelazan estrechamente, como Trengtreng FiluKaykay Filu, las serpientes mitológicas de tierra y agua de acuerdo a los mitos y leyendas de los mapuche y el archipiélago de Chilwe.

¿Cómo se expresó esta lucha en el 2019?

18 de octubre

Como ya dijimos, previo al 18 de octubre la revuelta se expresaba con cada vez más fuerza en las calles al menos desde el lunes 14. El viernes 18 ocurrió una poderosa insurrección, en toda la Región Metropolitana, que durante el fin de semana se extendió al resto del país. La violencia de esta irrupción reconstituyó al pueblo como sujeto colectivo, que de inmediato logró interrumpir el tiempo lineal de la dominación, y junto con alzarse contra el gobierno atacó todos los símbolos del poder económico, político y militar: bancos, farmacias, Isapres, AFPs, centros comerciales, recintos policiales. La revuelta era destituyente: las consignas que se gritaban en las calles eran por un lado la afirmación de la unidad y consciencia del pueblo (“El pueblo unido jamás será vencido”, “Chile despertó”) y una crítica radical contra el sistema político y social del capitalismo en su versión chilena o “neoliberal” (“No más abusos”, “No más AFP”, “No son 30 pesos, son 30 años”, “No era depresión, era capitalismo”).

No se vio en esos días iniciales de insurrección mucha preocupación por los temas institucionales/constituyentes, pues en ese instante de peligro parecía ser más central el hecho mismo de poder estar en la calle, en contra de los ejércitos de los dueños de Chile, lo cual planteaba una serie de tareas concretas y logísticas a un nivel nunca antes visto. De hecho, recuerdo haber visto el domingo 20 en las inmediaciones del Parque Bustamante un grafiti muy destacado que sencillamente decía: “ASAMBLEA CONSTITUYENTE: HERRAMIENTA DE LA BURGUESÍA”. Toda la razón.

Pero a mitad de semana, en la primera Asamblea Territorial que se llevó a cabo en la Villa Olímpica pude escuchar a conocidos militantes del principal partido de la izquierda autoritaria tradicional señalando que la revuelta había sido “un estallido de democracia” y había generado el escenario y el momento ideal para luchar por una Nueva Constitución. Ahí entendí por donde iba la apuesta del sector izquierdo del partido del orden.



25 de octubre

Y así llegamos al famoso viernes 25, con la concentración de más de un millón de personas en el centro de Santiago, y marchas y eventos simultáneos en todas las ciudades del país. En esas jornadas revolucionarias se pudieron ver hermosas marchas en que los habitantes de ciudades vecinas (Viña del Mar y Valparaíso, Coquimbo y La Serena) se encontraban entremedio de ellas y se abrazaban emocionados hasta las lágrimas. En la calle no se producían confrontaciones internas, más allá del intento inicial por evitar enfrentamientos con la policía a que se dedicaron algunos grupos de pacifistas, así que la impresión que quedaba era la de un enfrentamiento abierto entre la sociedad y el Estado. La revuelta era una fiesta, pero aún no se había carnavalizado ni monumentalizado, y de hecho el 25 de noviembre no hubo escenarios ni oradores ni artistas invitados.

La manifestación enorme, alegre y también combativa, mostraba por una parte el apoyo a todo el ciclo de protestas, a las evasiones en el metro y a la insurrección del viernes previo, además de la oposición frontal contra un gobierno inepto y represivo que en una semana ya tenía las manos bien manchadas de sangre.  

Pero al mismo tiempo el 25 de octubre dejó en claro el carácter inter o multiclasista de la movilización, además del inicio de un creciente protagonismo de la pequeña burguesía progresista, que ponía en primer plano la demanda constitucional y que, más que por sumarse a la insurrección, destacó por su tendencia a pacificar, ciudadanizar y darle un carácter “artístico-cultural” a la presencia en el espacio público, como si no fuera la insurrección misma la mayor obra de arte en que hayamos tenido ocasión de participar todos juntos. Por otra parte, es de destacar que la “clase obrera” en tanto representación colectiva y burocratizada (sindicatos, partidos) no tuvo prácticamente ningún protagonismo en todo este proceso. Lo cual no quita que miles sino millones de proletarios hayan participado en la revuelta, pero desde sus territorios, no en los lugares de trabajo. De hecho, pertenecían al proletariado y precariado urbano la gran mayoría de quienes perdieron la vida por la represión de la revuelta: Alex Nuñez, Romario Veloz, Kevin Gómez, Abel Acuña, Mauricio Fredes, Cristián Valdebenito…

Tras 10 días con presencia militar en las calles, que sólo en la Región de Coquimbo mató a dos personas en un día (Romario Veloz y Kevin Gómez, asesinados a tiros durante protestas y saqueos el 20 de octubre), el estado de excepción constitucional llegó a su fin, a pesar de que la protesta en las calles se mantuvo en alza al menos hasta mediados de noviembre. Se estaba en el punto exacto en que la revuelta se profundizaba o empezaba a retroceder. La burguesía estaba muda o delirante (la primera dama calificó el evento como una “invasión alienígena”, mientras el nefasto especialista en educación Mario Waissbluth veía por todas partes hordas de “anarco/narcos”). La policía estaba colapsada y acudía a la mutilación masiva y el trauma ocular como técnicas favoritas para el control del orden público (2). El gobierno estaba realmente a punto de caer: tuvo que sacrificar a algunos de sus ministros más odiados y cancelar las cumbres COP 25 y APEC que estaban agendadas para fin de año.

La revuelta avanzaba sin parar, “se dirigía hacia todos lados y en todas direcciones, se enfrentaba al orden imperante y a todo lo que representa alguna forma de opresión, mostrando claramente la heterogeneidad de sus participantes y de sus motivaciones” (3).

Entrados ya al penúltimo mes del año, todas las ciudades ardían en masivas protestas día y noche. Surgía la “primera línea” para asumir la necesidad de autodefensa frente al terrorismo policial. El pueblo anárquico desplegaba su creatividad por donde podía y surgían curiosos símbolos de la revuelta como el “Negro matapacos”, homenaje colectivo a un combativo quiltro que había acompañado a los revoltosos en las calles de Santiago por muchos años.

El hecho de que el “líder” de la revuelta operara sólo como un símbolo unificador, que por lo demás ya estaba físicamente muerto y era un animal no humano, dice bastante sobre la ausencia de “conducción” por parte de partidos o aparatos organizados. Esto le quedaba claro a un burócrata de la Fundación Jaime Guzmán cuando señalaba que “’Matapacos’ se ha convertido en un signo que refleja un lugar vacío. El vacío que declara es de autoridad y liderazgo, se deroga la conducción y los otros símbolos sobre los cuales hemos construido nuestra historia institucional (héroes, sistema político, valoraciones, etc.)” (4).

También un columnista de Bloomberg destacaba este factor, intentando sacar lecciones para América Latina: “En Chile, donde la política convencional carece de un partido o una personalidad para canalizar sus quejas, los manifestantes han recurrido al vandalismo autodestructivo. Es decir, mientras que los carismáticos populistas latinoamericanos tienden a poner nerviosos –con justa razón– a los líderes occidentales, Chile demuestra que pueden desempeñar una función vital" (5).

Además, en esas semanas de una euforia colectiva que se producía al reconstituirse la comunidad humana, la Historiografía oficial fue cuestionada derribando una gran cantidad de estatuas y monumentos a los dominadores coloniales y republicanos, civiles y militares.

 Estas acciones de “des-monumentalización” no son nuevas: en cada brote de revuelta y revolución social se han apreciado, desde 1789 a 1871, y después del estallido chileno y la revuelta norteamericana del 2020 ante el asesinato policial de George Floyd se esparcieron por varios países más, provocando incluso que gobiernos locales progresistas prefirieran retirar las estatuas más ofensivas de esclavistas y genocidas. 

El 29 de octubre en Temuco es derribado masivamente un busto de Pedro de Valdivia, para ser luego arrastrado con una cuerda y “empalado” a los pies de una estatua de Lautaro.  En La Serena el 20 de octubre fue derribado e incendiado un monumento a Francisco de Aguirre, cruel exterminador del pueblo diaguita, y en su reemplazo se instala a Milanka (mujer diaguita). El 4 de noviembre en Punta Arenas es derribado el monumento al exitoso emprendedor y exterminador de fueguinos José Menéndez, para ser depositado a los pies de la estatua del indio patagón en la Plaza de Armas y reemplazado por un homenaje al pueblo selk´nam (6).

La cresta de la ola del proceso vivido en la primavera del 2019 parece haberse producido entre el martes 12 y el viernes 15 de noviembre: lo que Vienet analizando el 68 llamó “el punto culminante”, justo antes de dar paso al “restablecimiento del Estado”. Muchos de los detalles de lo que pasó y se decidió en esos días no los vamos a conocer jamás.



12 de noviembre

Coincidiendo con el día de los enamorados, la historiadora de derechas Lucía Santa Cruz, consejera del Instituto Libertad y Desarrollo, compartió en El Mercurio una columna en que refería la existencia de un interesante “juego de historiadores” consistente en decidir qué acontecimientos del presente iban a ser vistos a futuro como grandes hitos o puntos de inflexión.

“¿Cuáles serán los eventos que marcarán la interpretación historiográfica de la crisis actual, esa que yo me resisto a llamar 'estallido social' y reconozco mejor en el concepto de insurrección?”, se preguntaba doña Lucía aplicando el ejercicio al presente.

Tras referir al ambiente previo que señala como de “legitimación de la violencia”,  y señalar que “los atentados terroristas al metro del 18 de octubre, y la marcha de protesta del 25, aparecerán como datos importantes" (7), la historiadora concluía que: “el evento más importante, más radical y sustantivo de la crisis, aunque indebidamente, ha pasado desapercibido y ocurrió el 12 de noviembre, el día más violento hasta hoy, cuando estuvimos al borde del abismo, hasta que el Presidente Piñera optó por intentar una salida pacífica, por medio de un acuerdo político”  (8).

Coincido con esta señora en que el 12 de noviembre fue el momento más intenso de toda la revuelta chilena.

El 18 de octubre ya había mostrado la fuerza de un cataclismo social, y sólo ocurrió en la Región Metropolitana. La huelga general del lunes 21 de octubre, en que los niveles de represión y la resistencia fueron tan impresionantes que dieron para hablar de “La Batalla de Santiago” (9): el mismo nombre que se le dio al 2 de abril de 1957. Para la huelga general convocada para el 12 de noviembre ya todo el pueblo insurrecto en todo el país tenía instintivamente claro qué hacer y en tres semanas había aprendido a coordinarse y usar las mejores tácticas, atreviéndose incluso a atacar no sólo comisarías sino que recintos militares. Los militares ya no estaban en la calle, y la policía había generado el más alto e intenso nivel de odio tras matar a palos y patadas a Alex Nuñez en la Estación Del Sol, y haber causado centenares de lesiones irreversibles, como el cegamiento de Gustavo Gatica el viernes previo. Superando con creces cuantitativa y cualitativamente la detonación inicial, creo que el estallido llegó en ese momento a su punto más alto. 

Durante el día se había anunciado una cadena nacional de Piñera para las nueve de la tarde. Tres semanas de intensa represión ya estaban generando un efecto en la psiquis colectiva: la reaparición del temor a un golpe de Estado. Este elemento es clave en la cultura popular y de izquierda en Chile, y fue clave a mi juicio en movilizar el voto “antifascista” contra Kast y darle finalmente el triunfo a Boric en diciembre de 2021. En noviembre del 2019 este temor colectivo funcionó como una especie de lastre en relación al empuje mostrado por la multitud, que ya había desafiado a las tanquetas permaneciendo en la calle “¡sin miedo!”.

El presidente Piñera demoró casi dos horas en salir a hablar desde La Moneda, y cuando finalmente lo hizo su alocución resultaba bastante poco comprensible. Tras hacer ver que la violencia había alcanzado un punto nunca antes visto, y reconocer que las dos policías (Carabineros e Investigaciones) estaban totalmente sobrepasadas…anunció que iban a llamar a los “reservistas” de ambas instituciones para colaborar con sus labores. Finalmente, señaló que “todas las fuerzas políticas, todas las organizaciones sociales, todas las chilenas y chilenos de buena voluntad tenemos que hoy día unirnos en torno a tres grandes, urgentes y necesarios acuerdos nacionales:

Primero, un acuerdo por la paz y contra la violencia que nos permita condenar en forma categórica y sin ninguna duda una violencia que nos ha causado tanto daño, y que también condene con la misma fuerza a todos quienes directa o indirectamente la impulsan, la avalan o la toleran.

Segundo, un acuerdo para la justicia, para poder impulsar todos juntos una robusta agenda social que nos permita avanzar rápidamente hacia un Chile más justo, un Chile con más equidad y con menos abusos, un Chile con mayor igualdad de oportunidades y con menos privilegios.

Y tercero, un acuerdo por una nueva constitución dentro del marco de nuestra institucionalidad democrática, pero con una clara y efectiva participación ciudadana, con un plebiscito ratificatorio para que los ciudadanos participen no solamente en la elaboración de esta nueva constitución, sino que también tengan la última palabra en su aprobación y en la construcción del nuevo pacto social que Chile necesita”.

Lo que en verdad se sabe de lo que ocurrió ese día en La Moneda es que se había decidido declarar otro estado de excepción y sacar nuevamente los militares a la calle.  Los ministros Blumel, Rubilar y Espina no estaban de acuerdo. A las 21 horas Piñera conversó telefónicamente con el general Martínez, comandante en jefe del Ejército. A nombre de los militares Martínez manifestó no estar disponibles para sacar las castañas del fuego sin garantías de que no serían perseguidos por eventuales violaciones de derechos humanos.  Como destacan Landaeta y Herrero: “los abogados del Ejército se habían dado cuenta de que, en medio del apuro y el caos de la noche del viernes 18 de octubre, los papeles legales dejaban como principal responsable de cualquier delito a los jefes de la Defensa Nacional y no al presidente de la república. Como no había memoria reciente de un procedimiento de esa naturaleza en Santiago desde septiembre de 1986 —después del fallido atentado a Pinochet—, la comandancia en jefe mandó a desempolvar los archivos de esa época. Y, en efecto, los documentos legales estipulaban que el responsable final de cualquier acto imputable durante el estado de emergencia era el presidente. En palabras simples, si se les pedía salir nuevamente a las calles, los documentos debían decir de manera clara que el responsable legal era Sebastián Piñera” (10) . Los abogados del gobierno respondieron que algo así resultaba imposible. De ahí habría surgido la disyuntiva: “¿sacamos de nuevo a los militares o entregamos la constitución?”

Luego de la conservación con Martínez el presidente reflexionó y finalmente se decidió.  En rigor, las opciones que tenía eran tres: sacar los militares a la calle, llegar a un acuerdo con la oposición, o renunciar. La primera fue descartada puesto que los militares no querían asumir ellos el costo de controlar el orden público, y la egolatría soberbia que caracterizaba al mandatario nunca le llevó a considerar en serio la tercera.  Gran parte de la derecha presionaba por la solución militar, pues como expresaba un asesor de confianza del presidente “Mira, si tienen que morir cincuenta, cien o doscientos sería terrible, pero si ese es el costo por pacificar el país, habrá que hacerlo. ¡Si esto no puede seguir así!” (11)

Mientras elaboraba el extraño discurso que pronunció esa noche, mandató al ministro Blumel (sucesor del caído Chadwick) a tomar contacto con los partidos de oposición. Al llegar el ministro a su casa, donde lo esperaban los senadores Harboe y Quintana (del Partido por la Democracia), les dijo: “Hoy para todos los efectos es 10 de septiembre de 1973 y de nosotros depende que mañana no sea 11 de septiembre” (12).

Entre el 13 y el 14 de noviembre sectores de izquierda llamaron a “evitar provocaciones”, dado que el 14 se cumplía un año desde el asesinato policial de Camilo Catrillanca en el Wallmapu.

El jueves 14 estaba anunciada una visita de diputados del Frente Amplio al profesor Roberto Campos, primer caso emblemático de prisión política, al ser encadenado por Ley de Seguridad del Estado al haber sido captado por cámaras pateando un torniquete el 18 de octubre. Ese mismo día se supo que el diputado Boric finalmente no iría a verlo en la Cárcel de Alta Seguridad, porque según declaró a 24 horas: “Yo no voy a asistir en este momento a una reunión de esas características porque estoy dedicado, a tiempo completo, a colaborar en encontrar acuerdos para el momento que estamos viviendo”. Además aprovechó de aclarar que “aplicarle la Ley de Seguridad Interior del Estado nos parece que es una medida desproporcionada, sin perjuicio del error que él ha cometido” (13).

El “error” era en realidad uno más de los millones de gestos individuales y colectivos que dieron origen a la revuelta. Como declaró luego Campos: “Sentía rabia por las injusticias sociales, porque ser profesor no es fácil (…) No tengo cubiertos mis derechos sociales básicos, la salud, por ejemplo. Y todo lo que ha sucedido a lo largo de la historia con los profesores, la deuda histórica, que posiblemente cuando jubile voy a ganar el sueldo mínimo y fueron todas esas injusticias que en ese momento me obnubilaron y le pegué al metro, le pegué al torniquete” (14). De haber un error en esta acción, seguramente fue el no haberse preocupado de ocultar su rostro, lo cual no sólo sirve para evadir la acción policial (pues hasta el Derecho Penal burgués reconoce el derecho a no auto incriminarse), sino que además porque -como dijo una vez el joven filósofo Antonio Negri- al ponerse la capucha uno se desindividualiza y pasa a fundirse con la comunidad humana proletaria.  

No necesitamos explayarnos acerca de la importancia de gestos como el de Boric para el espectáculo de la realpolitik. Lo que está claro es que para el entonces diputado la alternativa se planteaba en términos absolutos: o estaba con la revuelta visitando a sus presos, o con el Gobierno y el Congreso jugándoselas por salvar al Estado y evitar que el pueblo genere una ruptura institucional haciendo caer al presidente, lo que para todos los concertacionistas y frenteamplistas implicaba “dañar la democracia”. Nunca fue una opción para él vincular una cosa a otra, poniendo como un punto base de las negociaciones la libertad de los presos de la revuelta y la sanción de las graves violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado.

La elección de Boric no fue un “error” ni nada de eso sino una demostración más de que, tal como dijo Karl Marx, “para el Estado no existe más que una ley única e inviolable: la supervivencia del Estado”. El partido del orden contra el partido de la anarquía.



15 de noviembre: Acuerdo por la Paz Social. La canalización institucional de la revuelta y el restablecimiento del Estado

“El descontento social que se expresó durante los últimos meses sigue presente, no se puede esconder debajo de la alfombra, y tenemos que canalizarlo institucionalmente” (diputado Gabriel Boric, 2020).

En este punto es que parece claro en retrospectiva que mientras el sector más conservador del partido del orden clamaba por sacar una vez más pero ahora sí en serio a los militares a la calle en una especie de autogolpe defensivo, fue una vez más la versión actual de la socialdemocracia progresista la que movió todos los hilos necesarios para rearticular al mando político del Estado y propiciar una auténtica salida contrarrevolucionaria que, sin romper con las reglas de la democracia formal, lograra desviar la potencia de la revuelta hacia los cauces institucionales, apagándola lenta pero inexorablemente mientras se regresaba a una “nueva normalidad” que cuatro meses después implicaba nuevos estados de excepción constitucional e intensas medidas restrictivas de derechos a causa de la pandemia de coronavirus.

Varios detalles de lo que pasó entre el 13 y el 15 de noviembre fueron señalados dos años después en un reportaje de The Clinic titulado “’De acá no se mueve nadie hasta que lleguemos a acuerdo’: 14 protagonistas del 15N revelan episodios de ese día histórico” (15). Significativo resulta lo que dice Jaime Quintana (PPD, en ese entonces presidente del Senado): “Así como se había producido el momento de la sociedad el 25 de octubre, con la marcha más grande que nadie podía sacar de su retina y su mente, éste fue el momento de la política. Algunos críticos dicen: ‘esto debió haber sido en la calle, en una asamblea’… ¡Por favor! La política fue un instrumento que, en ese momento, funcionó bien”. Nótese que Quintana omite referir el 18 de octubre: el “momento insurreccional” que accionó el “momento social”.

Mario Desbordes (ex carabinero y presidente de Renovación nacional en ese momento) lo plantea así: “Fue un día bisagra para el chileno, donde pudieron haber caído todas las instituciones y haber tenido una anarquía o una guerra civil, y lo que se logró fue encausar esto por una vía democrática”.

El senador Alfonso de Urresti (PS) señala entre las cosas anecdóticas de esa jornada “la solicitud de cambio de nombre, de Asamblea Constituyente a Convención Constitucional, que planteaba la derecha porque claramente era una derrota completa para ellos y al menos querían salvar el nombre”.

Tal vez lo más revelador son los recuerdos del senador Harboe (luego elegido convencional constituyente): “un momento inolvidable fue cuando se bajó Convergencia Social, después de que Gabriel Boric estuvo todo el día negociando. Entonces él dijo ‘estoy en dudas de qué hacer’ y yo tuve una conversación larga y franca con él. Y él tomó la decisión valiente y responsable de perseverar en el acuerdo a pesar de que su partido se había bajado y eso era muy importante para que el acuerdo no se viera como de la Concertación. Eso me emocionó mucho”.

Con justa razón: sin Boric el acuerdo al que llamó el gobierno de Piñera no habría funcionado como factor clave para desmovilizar a las masas que hasta ese día tenían el país paralizado y alzado. Lo cierto es que Boric fue el único que firmó el Acuerdo Nacional a título personal. El Partido Comunista de Chile no se decidía, pero ahí estaba, y aunque finalmente no firmaron, de todos modos Quintana recuerda que en el edificio del Congreso en Santiago “estaban los principales actores sociales del momento, léase Bárbara Figueroa de la CUT, el Presidente del Colegio de Profesores, el de No más AFP, varios otros dirigentes”. Es decir, tal como en 1968, el estalinismo político y social estaba ahí en pleno, pues como dijo Debord en 1979, “la cabra siempre tira para el monte y un estalinista se encontrará siempre en su elemento en donde sea que se respira un olor a crimen oculto de Estado” (16).

No vale la pena explayarse mucho sobre lo que ocurrió posteriormente con el plebiscito de entrada y el proceso constituyente, pues eso sí ha estado en la tribuna noticiosa al punto que se ha ido olvidando el origen de este itinerario de posible transformación institucional.

Las manifestaciones siguieron luego del anuncio del acuerdo que se produjo casi a las 3 de la madrugada. Ese mismo viernes la represión intensa mediante perdigones y lacrimógenas causó la muerte por infarto cardíaco de Abel Acuña, uno de los miles que estaban en la Plaza Dignidad manteniendo viva la protesta a pesar de las negociaciones.

Pero poco a poco, entre el verano, la pandemia y las elecciones, la revuelta fue agotándose y se mantuvo sólo esporádicamente en las protestas del hambre y por ayudas económicas durante el encierro pandémico, y cada viernes en la Plaza Dignidad, exigiendo la libertad de los presos de la revuelta.

Tras triunfar por casi un 80% la opción Apruebo en el plebiscito de entrada, rechazando por la misma diferencia la posibilidad de una “Convención Mixta” entre delegados elegidos directamente y representantes del Congreso, las posteriores elecciones de delegados para Convención Constitucional dejaron a la derecha con menos de 1/3, con lo cual se le complicaba al menos formalmente su labor de defensa del orden previo, puesto que parte del acuerdo del 15-N consistió en establecer un quórum de 2/3 para modificar las regulaciones constitucionales actuales. No deja de ser tragicómico que un año después de la instalación de la Convención, antes de poner fin a su misión y plebiscitar su propuesta de Nueva Constitución, ya quedó establecido un mecanismo inédito mediante el cual es el Congreso quien tendrá a su cargo implementarla en caso de que sea aprobada, con un quorum de 4/7 para modificar su contenido, con lo cual -en palabras de un connotado experto- “sigue dejando a los partidos herederos de la dictadura con la llave de cualquier cambio constitucional” (17). Es el mismo Congreso que un 80% de los electores en octubre del 2020 exigió que no metiera sus manos en la Nueva Constitución. El mismo Congreso que ha seguido gobernando desde octubre del 2019 hasta ahora en base a estados de excepción, que en febrero del 2020 aprobó la “Ley antibarricadas” (algo que ni la dictadura hizo) y el mismo Congreso que nunca aprobó el proyecto de indulto general para los presos del estallido presentado por algunos senadores en diciembre de 2020.

En un texto en que analizaba esa propuesta legal me referí a la declaración aprobada por la Convención Constitucional en su tercera sesión, donde señalaba que “la violencia que acompañó los hechos de Octubre fue consecuencia de que los poderes constituidos fueron incapaces de abrirnos una oportunidad para crear una Nueva Constitución y hoy que estamos comenzando el trabajo de la Convención deben hacerse cargo de aquello” (18). Si con ese acto inaugural la amplia mayoría de los constituyentes estaban evitando ser parte del “espectáculo penoso” que hace un siglo Benjamin denunciaba en “los parlamentos” que “no guardan en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las que deben su existencia” (19), hay que destacar que pocas semanas después varios de los firmantes -así como los nuevos gobernantes asumidos en marzo del 2022- negaban la existencia de presos políticos  e invitaban a tratar las protestas de los viernes como una mera cuestión de orden público.

La socialdemocracia en su versión actual (cuyas expresiones abarcan desde el estalinismo renovado del PC, al neoliberalismo progresista del PS y la generación de recambio neo concertacionista identitaria, paritaria y “decolonial” expresada en el Frente Amplio) logró canalizar exitosamente una insurrección de una magnitud y forma inusitada, evitando que el momento negativo de la revuelta se expresara en una verdadera revolución política. Para ello se necesitaba derrocar el antiguo régimen, y a partir de ahí reconstruir las relaciones sociales e inventar otra forma de convivencia colectiva entre los pueblos. No llegamos a ese momento porque la energía fue desviada en el momento justo, y el pueblo anárquico que hizo la revuelta fue disuelto y la colectividad fue atomizada nuevamente en un gran conjunto de estadísticas y electores individuales: el pueblo que en pocas horas hizo lo que por décadas parecía imposible ha quedado degradado por el “boricismo” a algo así como un club de fans.

Finalmente, antes de que se cumplen tres años del gran acontecimiento, el borrador de Nueva Constitución entregado a las autoridades y la ciudadanía el 4 de julio de 2022 ya logró la proeza de eliminar de su texto toda referencia al “estallido social”. Frente a la magnitud y clarividencia de esta jugada maestra de la burguesía chilena, el que finalmente gane el apruebo o el rechazo en el plebiscito de salida son variaciones menores respecto al resultado general asegurado: el restablecimiento de la esencia del amor al orden propio del partido portaliano, caracterizado desde los inicios de la República de Chile por “la idea de que los pueblos no tienen capacidad alguna de gobernarse, de plantear sus leyes porque, según esta mirada, carecerían de cualquier virtud cívica” (20). 

En gran medida lo que ocurrió a partir del 15-N hasta hoy fue la crónica de un desangramiento anunciado, pues al parecer la convocatoria a procesos constituyentes es a estas alturas una ya clásica maniobra de la clase dominante en el momento en que estalla una revolución negativa (la revuelta) y necesita evitar que se transforme en revolución positiva (la reconfiguración de un nuevo orden). Por eso es que, en nuestra época -como ha dicho el Comité Invisible- las insurrecciones finalmente llegaron, pero se estrangulan en la fase del motín.


NOTAS al pie:

[1] Paolo Virno, “Do you remember counter-revolution?” Apéndice a Virtuosismo y revolución, Madrid, Traficantes de Sueños, 2003.

[2] No me he topado con muchos análisis sobre esta modalidad específica que adoptó la represión en ese momento. Yo mismo redacté el texto “Violencia sexual y mutilación masiva como política represiva” (El Desconcierto, 29 de noviembre de 2019. Incluido en Julio Cortés Morales, La violencia venga de donde venga. Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre, Vamos hacia la vida, 2020), y también existe el texto de Cristóbal Durán y Silvana Vetö titulado “La ‘rostridad’ en el estallido social chileno de 2019: acerca de la estrategia político-policial de mutilación ocular”, en Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, 31(1), 2021, págs. 202-217.

[3] Equipo de Investigaciones de editorial Tempestades, Preámbulo a Rabia dulce de furiosos corazones. Símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena (2020).

[4] Claudio Arqueros, “Matapacos”, El Líbero, 30 de enero de 2020. Incluido en: La insurrección chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán (2020), pág. 32.

[6] Los actos de desmonumentalización popular ocurridos desde fines del año pasado han sido documentados en una publicación irregular llamada “La Descolonizadora” (Año 0, Día 90), en cuya presentación se dice que “desmonumentalizar es una de las múltiples expresiones del movimiento social que remeció los órdenes establecidos de forma salvaje a partir de la evasión liceana”. En esos actos “fueron derrumbados podios del conquistador español, como también, de agentes del estado chileno en el siglo XIX. Porque la arremetida colonizadora no solo provino desde el imperio, sino que también adquirió su forma en la república, desde la cual se invadió, se exterminó y fueron usurpados los pueblos en nombre de la patria”. En su momento realicé un resumen de acciones de este tipo, desde antes y hasta después de la revuelta chilena, disponible en:  http://carcaj.cl/desmonumentalizacion-popular-algunos-episodios/

[7] En que “lo nuevo, lo radical, lo distinto, no fue la movilización social, que ya tenía antecedentes anteriores semejantes, aunque menos masivos, sino que el uso de una violencia altamente sofisticada, coordinada, organizada y simultánea en los ataques”, y el que “detrás de estos movimientos radicalizados no había meramente reivindicaciones sociales, sino un claro objetivo político, que no era otro que la destitución del Presidente de la República” (el subrayado es mío).

[8] Lucía Santa Cruz, 12 de noviembre de 2019. El Mercurio, 14 de febrero de 2020. En: https://lyd.org/opinion/2020/02/12-de-noviembre-de-2019/

[9] El relato, incluido en este Reporte, fue editado en Argentina en una “re-versión gráfica” del ilustrador Gustako Cornejo bajo el título de Evade (Tren en movimiento, 2021). Disponible en: https://issuu.com/gustaffgustaco/docs/evadesubidaonline

[10] Es lo que señalan Laura Landaeta y Víctor Herrero en el capítulo pertinente de su libro “La revuelta” (Planeta, 2021). En: https://interferencia.cl/articulos/segundo-adelanto-del-libro-la-revuelta-capitulo-la-noche-de-los-fusiles-y-los-lapices

[11] Conversación de un asesor no identificado con uno de los autores de “La revuelta” (2021).

[14] Referido por Ignacio Abarca Lizana, “De cuando el pueblo chileno decidió levantarse: pasajes de luchas de clases y sociales”, Introducción a: Varios Autores, Contribuciones en torno a la revuelta popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca, Kurü Trewa, 2020, pág. 15.

[15] https://www.theclinic.cl/2021/11/15/a-dos-anos-del-15n-que-recuerdan-14-protagonistas-del-acuerdo-que-cambio-el-rumbo-del-pais/ Estas declaraciones íntimas sirven para complementar la sección “A confesión de parte, relevo de pruebas” dentro del número especial de octubre 2020 del boletín Ya no hay vuelta atrás, titulado La democracia es el orden del capital. Apuntes contra la trampa constituyente, págs. 70-71.

[16] Prólogo a la cuarta edición italiana de La sociedad del espectáculo. Hablando de la participación de los estalinistas en el estallido chileno, una vocera de este sector se destacó afirmando en un encuentro en Venezuela: “No es real lo que quieren decir los medios de comunicación hegemónicos de que no estamos organizados o que esto es una manifestación espontánea, eso no es verdad, sí estamos organizados. Somos más de 100 movimientos sociales articulados en la Mesa de Unidad Social que tienen dirigentes con los cuales el tirano Piñera no quiere dialogar”. En: https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/04/redes-quien-es-y-los-cuestionamientos-a-florencia-lagos-que-la-convirtieron-en-tendencia/.

[18] La declaración fechada el 8 de julio de 2021 demanda dar suma urgencia al Proyecto de Ley sobre indulto general, además de otras medidas sobre reparación integral a las víctimas de la represión, el retiro de las querellas por Ley de Seguridad del Estado, desmilitarización del Wallmapu e indulto a los presos políticos mapuche a contar el año 2001. Citada por Julio Cortés Morales, “Rebelión y castigo. Consideraciones acerca de la criminalización del ‘estallido social’ y el proyecto de indulto general a los ‘presos de la revuelta’”. Anuario de Derecho Público, Universidad Diego Portales, 2021. En: https://derecho.udp.cl/cms/wp-content/uploads/2022/03/Anuario-Derecho-Publico-2021.pdf

[19] Benjamin, Walter, Para una crítica de la violencia, en: Estética y política. Buenos Aires, Las cuarenta, 2009, p. 47.

[20] Rodrigo Karmy, “¿Por qué no leen?”, La voz de los que sobran, 15 de junio de 2022. En: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/por-que-no-leen/15062022

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