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miércoles, marzo 31, 2010

La violencia del Derecho y el derecho a la Violencia 

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20 años de violencia y control social en Chile, por A.Z. 


En el periódico “El Ciudadano” del mes de marzo se realizó un balance, en diversos tópicos y por diferentes especialistas, de los veinte años de la concertación. Se trata de un trabajo multidimensional en que cada artículo es una síntesis. Abarca casi la totalidad de la obra de la concertación, por lo que las omisiones son comprensibles en atención a la concisión propia de un medio periodístico.

No obstante, pienso, que la omisión de un balance de las políticas de “justicia”, “seguridad pública”, “seguridad ciudadana”, sistema carcelario, control social formal e informal, o de un modo más preciso y general al mismo tiempo, violencia y control social, ejemplifica de un modo cabal cómo la intelectualidad de izquierda criolla se ha relacionado con esta vital materia.

Al mismo tiempo en que los pobres, que la izquierda dice representar genuinamente, son los únicos golpeados por los sistemas represivos “democráticos”, y que los grupos antisistémicos al proliferar y hacerse fuertes pronto son castigados con un sucedáneo de ese control “legítimo”, normalmente los autores críticos han callado y se han restado de la discusión política, en especial de la técnico jurídica, dejando este asunto a merced de quienes poseen interés en la represión, es decir, aquellos que las policías custodian sus inveterados intereses, los dueños del país, los dueños de los uniformados.

Sin una teoría, a veces sin un discurso propio, la izquierda en este tópico reitera lugares comunes de la crítica liberal que prolifera al alero de las escuelas de derecho en donde se forman los abogados corporativos, o se descalifican, por ejemplo, las propuestas de paz ciudadana, o libertad y desarrollo sin comprender en lo más mínimo qué es lo que está en juego. Para ahorrarse tiempo frente al computador concluyen apresuradamente que todo lo que ocurre en Chile es producto de la profundización del “modelo neoliberal”, lo que en último caso, si se trata de un pensador de prestigio, contendrá una frase de Naomi Klein para vestir de seriedad a esta neo entelequia.

A contrapelo de los analistas de “el ciudadano”, que ven en cada materia una responsabilidad exclusiva de la elite dominante, pienso que el estado calamitoso en que se encuentra esta faceta del Estado para la izquierda es en gran medida adjudicable a nuestra incapacidad de construir una teoría que permita apropiarse de la acción política de la derecha y prefigurarla desde dentro, es decir, disputar también en su campo de modo de neutralizarla. Es decir, actuar como la derecha lo ha hecho con la izquierda, apropiándose de sus palabras y del poder de sus símbolos, no como una tarea única sino como parte de una acción multidimensional destinada, al mismo tiempo, construir poder, contener el del adversario y neutralizar al enemigo.

La izquierda se ha dedicado a sus “propios asuntos”, esa es la razón por la que en “el ciudadano” la “justicia” es solamente las violaciones a los DDHH de la dictadura y su impunidad, y los actos más aberrantes de represión en democracia. El silencio respecto a cómo el nuevo sistema procesal penal ha producido una justicia de clases aún más desenfadada que la que denunciaba Eduardo Novoa Monrreal en 1971, nos hace cómplices de lo sucedido. La izquierda dice no poseer velas en este entierro lo que da para pensar que quizá comparta la doctrina Chahuán, Harboe, Rosende o Ubilla, y que firmará “en blanco” sus propuestas siempre y cuando se deje a los mapuche y okupas en paz. Los “delincuentes” son enemigos de todo ciudadano “decente”, sea de izquierda o de derecha.

Lo que no comprenden es que el modo en que los gobiernos reprimen a la disidencia política es una réplica del que se usa en contra de la criminalidad común, es más, el aumento de la represión política del estado chileno en la última década se explica por sí mismo por el cambio en el sistema de persecución contra los lanzas, microtraficantes o monrreros.

Tales reformas fueron pensadas por la derecha dura a principios de los noventa pero fueron, finalmente, los anónimos académicos liberales de las escuelas de derecho, quienes finalmente aprovecharon la coyuntura y se anticiparon, redactando un código de procedimiento penal tan respetuoso de las garantías procesales como antipopular. Si hoy realizáramos una asamblea constituyente sin lugar a dudas las normas rectoras en materia de represión penal serían aún más duras que las actuales porque nuestra sociedad es profundamente autoritaria por lo que el nuevo proceso penal tuvo que ser impuesto, mediante el autoritarismo academicista, en provecho de una sociedad incapaz de valorar su aporte.

Y, desde luego, la izquierda en este punto actuó fiel al común autoritarismo de la sociedad, y a su endémica ceguera. Quizá el rol paradojal que habían ejercido durante los noventa los abogados de DDHH, que en vez que defender a las víctimas de la represión estaban dedicados a encarcelar a los victimarios, aquello que he denominado un uso “criminalizador de los DDHH”, los mantuvo ajenos, e incluso refractarios, a los principios del nuevo proceso restándose a las discusiones tanto en su “diseño” como en su “implementación”.

Sin embargo la derecha, marginada desde el comienzo del proceso por los anónimos, e ingenuos, académicos liberales, pronto comprendió su error y se incorporó a la reforma. Ya no detendría lo inevitable como en algún momento quiso sirviéndose para tal fin de los carabineros y del poder judicial, sino que intervendría la reforma desde dentro, haciéndola suya.

Es así como uno de los tantos histéricos detractores de la reforma procesal penal, Guillermo Piedrabuena Richards, se transformó en la autoridad más importante de su vigencia e implementación, el Fiscal Nacional. Su rol desde el comienzo, y sistemáticamente por ocho años, fue destruir cada uno de los principios liberales en que se fundaba el nuevo código dejando subsistente en la práctica tan sólo las normas que permiten que sea un sistema de represión más eficiente, pero no desde el utilitarismo de sus redactores sino que desde un autoritarismo patronal, un gremialismo propio de los mercaderes que nos gobiernan soterradamente en la concertación y explícitamente con Piñera.

Para los redactores del código importaba más que la “verdad procesal” la resolución de conflictos y por lo mismo en vez que perseguir a los delincuentes de poca monta se privilegiaría los casos graves. Hoy resulta que se persigue a los “pasturrientos” mientras que los delitos graves quedan en la impunidad mientras la televisión no les dé cobertura. Cuando esto último ocurre, el sistema inicia una captura de culpables “a la medida” con total prescindencia de los principios garantistas que inspiraron la reforma. El nuevo sistema es más “eficiente” que el anterior en cuanto a encarcelar personas, pero es altamente costoso y su “seguridad jurídica” es cuestionable. Un poco de rigor en el análisis nos debe llevar a concluir que el nuevo proceso penal en sus diez años de implementación está colapsado, cuesta decenas de veces más que el anterior, y ha fracasado en todos y cada uno de sus fines declarados.

Piedrabuena intervino la reforma y en vez que “cambiarlo todo para que nada cambiara”, a lo Aylwin, cambió todo para que cambiara el sistema de represión en beneficio de la elite dominante. En vez que contener las trasformaciones, al más puro estilo “reaccionario”, se imbricó en el cambio, lo comandó, y navegó el buque de la reforma a un puerto aún más seguro para los patrones. Para que su obra “revolucionaria” no quedara truncada se preocupó de instalar a Sabas Chaguán para que continuara su cometido.

Y la izquierda que se había restado en el diseño, e inclusive había “reaccionado”, tan histérica y majaderamente como la derecha más dura, al nuevo código, siguió abajo de la reforma durante toda su implementación sin una teoría, qué digo, sin siquiera un discurso que permitiese algún reparo ante la escandalosa refundación autoritaria del país. Aquí si que era imperioso un acuerdo con los “sectores más avanzados de la burguesía”, pues la academia liberal era quién había parido este engendro antes que lo adoptara el lado oscuro de la fuerza. La izquierda pudo fortalecer este mancillado bastión y tironear al bebé para que no lo arrebataran de las manos de sus padres biológicos, pero, incapaz de comprender el país en que vive, el mundo que lo circunda, y el ser humano que lo puebla, siguió dedicada en forma exclusiva y excluyente a asuntos de “mayor importancia”.

Las voces de la izquierda, cada vez más numerosas y estridentes, que denuncian el clima de violencia represiva, unilateral e insufrible, que padecemos, recién comenzaron a escucharse hace un par de años cuando el bebé “reforma procesal penal” ya había crecido y transformado en un monstruo que se alimenta de los más débiles y de todos quienes disienten.

Chile es tercer el país con más presos por habitante en toda América y el décimo en el mundo. El único estado que se dice democrático y está en esta nefasta nómina, a parte de Chile, es Estados Unidos.

Pero esta situación es apenas advertida debido a que la separación simbólica, impuesta desde arriba desenfadadamente, entre pobres “buenos” (honrados y trabajadores), y pobres “malos”, (mendigos, rotos, malentretenidos, flaites, etc), es transversal en la población y de ello no se libra ni la izquierda. Es más, gran parte de ella sigue atada a un discurso que refuerza tal ideología, la que incluso es más autoritaria que la misma empleada por los medios de derecha: La separación entre proletariado y lumpen proletariado. (A quién le quepan dudas que por favor lea lo que se escribió los días inmediatamente posteriores al terremoto, mientras la derecha pedía toque de queda y palos a mansalva algunos izquierdistas exigían hasta el “paredón” para aquellos que cometían actos de pillaje diversos al aprovisionamiento de productos básicos.)

Piñera se deleita con el festín que le ha servido la concertación, puede darse el lujo inclusive de darse por triunfador de la “guerra en contra de la delincuencia”. Sus declaraciones de hoy, posteriores al “día del joven combatiente”, son coherentes con esta hipótesis, defendida hace meses respecto de un eventual gobierno de la alianza por Chile y hace casi diez años en relación con el insostenible, comunicacionalmente hablando, fracaso de la “mano dura”. Cada cierto tiempo se debe decir que la “delincuencia” ha sido derrotada puesto que de lo contrario el gobierno se exhibiría como ineficiente. Pero, cuidado, eso no significa que se afloje la mano.

Así como se inventó mediáticamente, contra toda evidencia empírica, que la delincuencia había aumentado para justificar la represión en democracia, sólo basta, como dice Antonio Carlos Jobim, desinventarla.

Para ello se quiere apagar con agua, y no con bencina como lo hizo la concertación en los últimos años, el conflicto mapuche y todos los casos bomba-anarquistas: “los ocho del Salmón”, “Asel Luzarraga”, y las bombacicletas. Aunque se siga condenando a algunos por estos cargos, la prensa los exhibirá como situaciones aisladas, tal cual hoy se ha cubierto la conmemoración del día del joven combatiente. El objetivo es invisibilizarlos para demostrar la eficiencia de Piñera en estas materias tal cual la hiper represión de la concertación la mostraba impotente y superada por estos actos.

No faltará quien me diga que se trata de un delirio de mi parte pues los tribunales son independientes, el ministerio público es un órgano autónomo, la prensa es libre, y las policías ni siquiera dependen jerárquicamente del gobierno por las particularidades de la constitución Lagos-Pinochet. A quién lo haga lo invitaría a caminar un largo tour, por Pudahuel, la Legua, la Bandera, y Pedro Montt, donde están los juzgados del crimen, para que viera la vida “tal como es”.

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lunes, marzo 29, 2010

Revista Capital: La voz de la bestia capitalista 


" El capital es trabajo muerto que, al modo de los vampiros, vive solamente chupando trabajo vivo, y vive más cuanto más trabajo chupa" (Karlos Marx)

Esto dice un mierda de la revista CAPITAL (A excepción de los pasquines de su ala izquierda, la burguesía más desprejuiciada no tiene complejos de ningún tipo al titular su prensa: CAPITAL, PODER, PODER Y NEGOCIOS):



Un terremoto como el que acabamos de vivir es una calamidad de la naturaleza. Un fenómeno natural, que no podemos pretender entender por qué Dios permite que ocurra.

- Dios no existe, ahuevonao.

Un fenómeno que ha estado presente, marcando un surco hondo en la historia de nuestra querida patria. En los años 1939, 1960, 1985 y ahora 2010, han sido los casos en que con más fuerza se han manifestado en nuestra tierra, alterando el diseño geográfico y urbano del territorio nacional. En nuestras ciudades, balnearios y campos

-En efecto: son vuestras!-,

hay muy poca evidencia de construcciones con más de 150 años, no sólo porque hemos sido un país pobre, sino también porque la naturaleza, de cuando en vez, nos pega una remecida y obliga a reconstruir y renovar.

Esta historia se ha repetido muchas veces en Chile.

(El capitalismo es cíclico y la historia se repite...ya es hora de que se te aplique a tí y a toda la clase capitalista como Tragedia).

Por eso, aunque duele ver el daño provocado y las vidas perdidas, podemos enfrentar esta nueva situación con resignación y también con esperanza. Esta es la primera vez que Chile afronta un fenómeno de esta envergadura con capacidad financiera, de gestión (en los sectores público y privado) y con acceso a tecnologías de nivel mundial, para asumir el proceso de reconstrucción.

Una vez resuelta la etapa de la emergencia y se haya logrado resolver razonablemente los sufrimientos inmediatos de los más pobres, de los que han quedado más desvalidos, Chile tiene posibilidades reales de abordar un proceso de reconstrucción con mirada modernizadora y de largo plazo. Que permita ofrecer a la generación actual y a la próxima descendencia de las ciudades y pueblos destruidos por este fenómeno un futuro mejor; con mejores hospitales y escuelas y un mejor diseño habitacional y urbano. En los terremotos pasados, cuando Chile era un país pobre, sin ahorros y/o sin capacidad para acceder a los mercados financieros locales o internacionales, la reconstrucción tenía que ser precaria: se hacía lo que se podía, con gestión poco calificada y recursos limitados. Hoy, el escenario es diferente.

En la historia de la humanidad hay muchos casos en que con capacidad creativa, talento y recursos, se han reconstruido o rediseñado grandes ciudades. Luego de la destrucción de Europa en la Segunda Guerra Mundial, ciudades en Alemania, Rusia y Francia fueron completamente reconstruidas y mejoradas. ¿Por qué no podría ocurrir algo parecido, obviamente ajustada la escala, con ciudades como Concepción, Talcahuano, Talca y Constitución? En el plano más rural, ¿cómo no vamos a poder rediseñar y levantar pueblos como Peralillo, Curepto, o el valle de Colchagua y la zona de Arauco? Balnearios como Pichilemu, Iloca, Dichato, entre muchos otros, son lugares en que se puede reconstruir para que quede algo mejor. En estos días, los medios de comunicación nos han mostrado de frente la realidad arrasada de tantos lugares propios, que por tanto tiempo se han asociado con nuestra identidad patria.

Ha quedado en evidencia la precariedad en que viven miles de familias a las cuales todavía no habían llegado la modernidad ni la bonanzas de los buenos años que había registrado la economía de Chile en el pasado reciente. Familias sin ahorros, de clase media acomodada, que necesitan hoy incentivos y motivación para que se puedan reinventar. Obviamente, esta no es una tarea sólo del Estado. El pueblo de Chile, sus ciudadanos, líderes y empresarios, tendrán que trabajar junto a las autoridades, si queremos tener alguna posibilidad de que el fruto de esta tragedia sea un Chile mejor.

-(Sin comentario)

En el plano puramente financiero, los inversionistas han manifestado optimismo y confianza respecto de las posibilidades de que ello pueda ocurrir. El mercado bursátil fue capaz de seguir funcionando con normalidad, sin perder un día de operación. Las valoraciones de las principales empresas de Chile han registrado variaciones menores (salvo excepciones en casos de empresas con poca profundidad) y han mantenido niveles cercanos y, en muchos casos, mejores que los que tenían antes de la tragedia. La comunidad de inversionistas extranjeros, que en los primeros días post terremoto se informaban por la prensa de la magnitud de esta catástrofe, estaban preocupados por futuro de las compañías en que participan. Sin embargo, en menos de una semana ya habían recuperado su confianza habitual.

-O sea, los muertos y desaparecidos y damnificados, en la medida que son proles, les importaron una raja-.

El mercado de capitales de Chile está preparado para hacer su aporte a la reconstrucción, no sólo en la forma de donaciones, sino principalmente con su capacidad de invertir en bonos, acciones, fondos de inversión y concesiones, cuyo destino sean la recuperación y la reconstrucción de un Chile mejor. Esto es
posible, vamos a lograrlo.




http://www.capital.cl/saca-la-voz/a-construir-un-chile-mejor.html

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29 de marzo 


Ante un nuevo 29 de Marzo: Reivindicando a la juventud combatiente, reivindicando una posición de clase.
anonim@ h.


Un día como hoy, 29 de Marzo, hace 25 años atrás fueron cobardemente baleados en la Villa Francia 2 hermanos militantes del MIR por la policía chilena, quienes aún siguen realizando la misma labor, asesinar. Sus nombres eran Eduardo y Rafael Vergara Toledo, quienes con su ejemplo de lucha se ganaron el respeto y el cariño de toda la Villa Francia, lugar que hoy, 29 de Marzo del 2009, y todos estos 25 años seguidos, volvieron a recordarlos.

La caída de los hermanos Vergara Toledo

Según la “oficialidad” la noche del 29 de Marzo a las 19:45 horas en el sector de Las Rejas con 5 de Abril, un trío de “delincuentes armados” intentaron atracar un negocio, siendo sorprendidos por efectivos de Carabineros. Los “frustrados asaltantes” abrieron fuego, el que fue respondido a la brevedad, resultando herido el Cabo de Carabineros Marcelo Muñoz Cifuentes. “Los malhechores”: Eduardo y Rafael Vergara Toledo, murieron en el mismo lugar en que fueron alcanzados por las balas. Mientras tanto el tercero de los “delincuentes” alcanzó a huir del sector. Esta fue la información que los medios de comunicación (controlados por el poder) difundieron, ocultando por mucho tiempo lo que realmente aconteció. Algún tiempo después, gracias a los antecedentes reunidos por el Informe Rettig, entre los que se cuentan los informes de autopsia de los combatientes del Movimiento de Izquierda Revolucionario, permiten afirmar que los Vergara murieron a causa de un politraumatismo causado por el fuego de un revolver y que a Rafael Vergara le dio muerte un disparo en la nuca efectuado a corta distancia, que fue lo que le causó la muerte. Debido a la Comisión (Informe Rettig) quedó definitivamente esclarecido que Rafael Vergara fue ejecutado por los agentes estatales, estando herido y en poder de quienes jalaron el gatillo. Respecto de su hermano, Eduardo Vergara, no pudiendo la Comisión determinar las circunstancias precisas en que se produjo el enfrentamiento ni la participación que él hubiera tenido, se considera que pereció víctima de la situación de violencia política propia de aquellos años.


Una posición de clase

Año tras año se recuerda la caída de los combatientes pero además se levantan desde poblaciones, universidades o donde sea nuevos jóvenes dispuestos a luchar contra las relaciones capitalistas y contra los fundamentos sobre los cuales se levantan estas relaciones que simbolizan la explotación y opresión de la realidad capitalista Es esa rebeldía la que siempre enciende las noches de marzo y que los poderosos (esos que determinan como viviremos y para que viviremos) temen tanto se expanda por todo el contaminado tejido de la podrida sociedad capitalista, una rebeldía que expresan los proletarios, aquellos que no tenemos el control de nuestras vidas y estamos forzados a vender nuestras energías como mercancía (independiente esta sea comprada o no).

Las potenciales situaciones que se avecinen serán carne de carroña para la prensa y ciertos sectores de la izquierda que ponen el grito en el cielo cuando, citando a ese gran poeta que hoy las hace de Ministro del Interior, se dan acciones donde se da rienda suelta a la rabia acumulada cotidianamenente en la sociedad de clases “destruyendo la propiedad privada, destruyendo el orden publico". Vale recordar que esta frase fue emitida el día de hoy al visitar en conjunto con el empresario y también presidente, Piñera, el cuartel de las fuerzas especiales de pacos de chile y mandar el mensaje que tendrán chipe libre pa mañana hacer lo que les de la gana, por lo que quienes no se intimidan ante dicha actitud sin duda han de estar preparados que la interrupción del orden, la conmemoración en cualquiera de sus formas tendrá una violenta respuesta del Estado, razón por la cual se debe tomar los resguardos para responder de una forma que deje en claro que SU violencia no es invencible y muchas veces la superación de las fuerzas del orden es también un modo en que se expone la vulnerabilidad del mismo orden y con ello, con la practica misma, se modifica la relación de miedo con los guardianes del capital y empieza a asumirse una donde el antagonismo emerge y con ello la necesidad de tener claro que todo el año nos explotan y oprimen, por lo que atreverse a cuestionar el orden no ha de ser cosa de un día. La capacidad que lo anterior sea incorporado de un modo auto clarificador en nuestros hermanos de clase es cuestión fundamental para que estos otros se auto organicen con quienes pasan a atacar los componentes (sépanlo o no) que hacen posible la normalidad capitalista.

Por lo demás, las acciones que se desarrollan en estas fechas requieren comprenderse como una destrucción simbólica que es expresión de una potencial fuerza de transformación de las condiciones que hacen posible levantar las relaciones mercantiles. Lo simbolico no quita lo material y potencial de estas como despliegue de un contenido antagonico en formas de lucha y relaciones que requieren ser profundizadas.

Separados del mundo que producimos, no deberían esperar rosas contra aquello que no solo nos es quitado, sino que nos violenta a diario impidiéndonos vivir…de las energías y tiempo de la clase explotada se levanta esta sociedad que nos arroja a vivir para las necesidades del gran empresariado, de la circulación, producción y el consumo de sus mercancías producidas para su ganancia.Es la misma prensa la que nos da la respuesta de la revuelta: ¿Por qué destruyen lo que es suyo? Porque NO Es Nuestro!!

La acción relativamente “inconciente” expresa de una forma distinta, pero con un contenido similar, una reivindicación de la posición que los hermanos Vergara Toledo asumieron: enfrentamiento directo con el capital, con sus formas de dominación. No queremos caer en el fetiche de la acción directa, de la lucha callejera, pero es realmente importante plantearse estos momentos de revuelta, de combate callejero como posibles relaciones que dan a luz otras revueltas y pretenden ser separadas bajo ilusiones ideológicas que esconden su contradicción esencial con el capital.

Por otra parte la reivindicación no importa en términos de número, sino de cualidad. La dicotomía “violencia de masas/violencia individual o de grupitos” no es esencial sino mas la efectividad en debilitar las condiciones que impiden vincularnos con una realidad inherentemente contradictoria.

Esperamos que la conmemoración de este día sea la reivindicación de una postura, de una posición de clase ante el Estado/Capital con todas las diferencias que podamos reconocer en relación a la organización a la cual pertenencian.

(Tomado de Hommodolars)

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domingo, marzo 28, 2010

La comuna de París y la supresión del Estado, por Carlitos Marx himself 


¿Marx anarquista?

La Comuna de París y la supresión del Estado

Extractos de los borradores de La Guerra Civil en Francia




Traducción, selección y ordenación de los fragmentos por R. Ferreiro. Publicado originalmente en versión gallego-portuguesa en el Boletín Ígneo, nº 5, diciembre 2005. Existe una selección más amplia de estos materiales en castellano, incluida en R. Ferreiro, “Una revolución contra el Estado mismo”, Cuaderno de estudio sobre la teoría marxiana del Estado, Julio de 2005. Tomado del archivo del CICA

Los dos «Borradores de La Guerra Civil en Francia» fueron escritos por Marx entre abril y mayo de 1871, como materiales preparatorios sobre los que luego elaboraría el texto final del folleto, en la forma de un discurso del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores. En ellos se pueden apreciar mejor las auténticas posiciones de Marx, especialmente en lo relativo a la acusación de que su defensa de la Comuna habría tenido el propósito oportunista de asimilar el programa del “ala antiautoritaria” de la AIT. Muy al contrario, lo que los borradores muestran es que el texto definitivo de «La Guerra Civil en Francia» procuró evitar confusiones en tal sentido, suavizando -y no exagerando- la posición antiestatista en el texto para, así, enfocar mejor la discusión en la AIT entre el sector partidario de la acción política dentro del sistema capitalista y el sector abstencionista que sólo reconocía la acción política inmediatamente revolucionaria.
“Ésta no era, por tanto, una revolución contra esta o esa forma legitimada, constitucional, republicana o imperialista del poder del Estado. Era una revolución contra el Estado mismo, este aborto sobrenaturalista de la sociedad, una reasunción por el pueblo y para el pueblo de su propia vida social.”

Los borradores fueron escritos en inglés, con abundantes irregularidades idiomáticas, términos en francés e incorrecciones, aparte de las características difíciles propias del carácter de borrador para uso personal con pasajes y anotaciones pendientes de una adecuada redacción final.

Salvo los cortes indicados por (...) y los añadidos entre < > (basados en el documento definitivo) o entre [ ] (completamientos o aclaraciones de redacción), todo lo demás es del puño de Marx, como muchas palabras o frases entre paréntesis, con la única excepción, claro está, de aquellos términos de difícil traducción que se han reproducido adicionalmente y van en cursiva.
(RF)



El Estado centralizado

«La maquinaria del Estado centralizada que, con sus ubicuos y complicados órganos militares, burocráticos, clericales y judiciales, estruja a la sociedad civil viva como una boa constrictor, fuera forjado primero en los días de la monarquía absoluta como un arma de la naciente sociedad moderna en su lucha de emancipación del feudalismo. Los privilegios señoriales de los señores, ciudades y clero medievales fueron transformados en los atributos de un poder estatal unitario, desplazando a los dignatarios feudales por funcionarios asalariados del Estado, transfiriendo las armas de los guardas medievales de los señores de la tierra y las corporaciones de ciudadanos de la urbe a un ejército permanente, sustituyendo la cuadriculada (con colores de partido) anarquía de los poderes medievales contrapuestos por el plan regulado de un poder estatal, con una división sistemática y jerárquica de trabajo. (...)

Esta parasitosa la sociedad civil, pretendiendo ser su contraparte ideal, creció hasta su pleno desarrollo bajo el poder del primer Bonaparte. (...) En su lucha contra la Revolución de 1848, la República parlamentaria de Francia y los gobiernos de toda la Europa continental, fueron obligados a fortalecer, con sus medidas de represión contra el movimiento popular, los medios de acción y la centralización de ese poder gubernamental. De este modo, todas las revoluciones sólo perfeccionaban la maquinaria del Estado, en lugar de arrojar fuera esta carga mortificadora. Las fracciones y partidos de las clases dominantes que alternativamente luchaban por la supremacía, consideraron la ocupación y la dirección de esta inmensa maquinaria de gobierno como el botín principal del vencedor. Ésta se centró en la creación de inmensos ejércitos permanentes, una hueste de sabandijas del Estado, y enormes deudas nacionales. Durante la época de la monarquía absoluta, era un instrumento de la lucha de la sociedad moderna contra el feudalismo, coronada por la Revolución francesa, y bajo el primer Bonaparte sirvió no sólo para subyugar la Revolución y aniquilar todas las libertades populares; era un instrumento de la Revolución francesa para golpear en el extranjero, para crear para Francia en el Continente, en lugar de monarquías feudales, Estados más o menos siguiendo la imagen de Francia. Bajo la Restauración y la Monarquía de julio se convirtió no sólo en medio de la violenta dominación de clase de la clase media[1], mas en medio de agregar a la explotación económica directa una segunda explotación del pueblo, asegurando a sus familias [es decir, a las de la clase media] todos los emplazamientos ricos de la casa del Estado (State household). Por último, durante la época de la lucha revolucionaria de 1848, sirvió como medio de la aniquilación de esa Revolución y de todas las aspiraciones a la emancipación de las masas populares.

Pero el Estado parásito recibió sólo su último desarrollo durante el Segundo Imperio. El poder gubernamental, con su ejército permanente, su burocracia que todo lo dirige, su clero embobecedor (stultifying) y su servil jerarquía judicial, se habían hecho tan independientes de la sociedad misma que un aventurero grotescamente mediocre, con una hambrienta banda de bandidos detrás suya, bastaba para manejarlo.»



La fisionomía y carácter del poder del Estado

«Su carácter político cambió simultáneamente con los cambios económicos de la sociedad. Al mismo paso que el progreso de la industria desarrolló, ensanchó e intensificó el antagonismo de clases entre capital y trabajo, el poder gubernamental asumió cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de una fuerza política organizada para reforzar la esclavitud social, de un mero ingenio del despotismo de clase.»

«...En el mismo grado en que el progreso económico de la sociedad moderna inflaba las filas de la clase obrera, acumulaba sus miserias, organizaba su resistencia y desarrollaba sus tendencias a la emancipación -en una palabra, que la lucha de clases moderna, la lucha entre trabajo y capital, asumía figura y forma-, [en ese mismo grado] la fisionomía y el carácter del poder del Estado sufrían un cambio notable. Siempre había sido el poder para el mantenimiento del orden, es decir, del orden existente de la sociedad y, por lo tanto, de la subordinación y explotación de la clase productora por la clase apropiadora. Pero, mientras este orden era aceptado como una necesidad incontrovertible e incontestada, el poder del Estado podía asumir un aspecto de imparcialidad. Mantenía la subordinación existente de las masas, que era el inalterable orden de cosas y un hecho social que no era sometido al concurso de las masas, ejercida por sus “superiores naturales” sin solicitud.

Con la entrada de la sociedad misma en una nueva fase, la fase de lucha de clases, el carácter de su fuerza pública organizada, el poder del Estado, no pudo más que cambiar también (sufre también un marcado cambio) y desarrolla cada vez más su carácter de instrumento del despotismo de clase, de ingenio político que perpetúa por la fuerza el esclavizamiento social de los productores de la riqueza por sus apropiadores, [instrumento] de la dominación económica del capital sobre el trabajo.»

«Sobre los talones de cada revolución popular, marcando una nueva fase progresiva en la marcha (el desarrollo) (el curso) de la lucha de las clases (la lucha de clases), el carácter represivo del poder del Estado se torna más despiadado y más despojado de disfraz.»

«Después de cada nueva revolución popular, que resultaba en la transferencia de la dirección de la maquinaria del Estado de un grupo de las clases dominantes a otro, el carácter represivo del poder estatal se desarrollaba más completamente y era usado más implacablemente, porque las promesas hechas, y en apariencia aseguradas por la Revolución, sólo podrían romperse mediante el empleo de la fuerza. Además, el cambio operado por las sucesivas revoluciones sólo sancionó políticamente el hecho social, el poder creciente del capital, y, por consiguiente, transfirió el poder del Estado más y más directamente a manos de los antagonistas directos de la clase obrera.»



La conquista del poder por el proletariado y la Comuna

«Pero el proletariado no puede, como las clases dominantes y sus diferentes fracciones rivales han hecho en las horas sucesivas a su triunfo, simplemente tomar posesión del cuerpo del Estado existente y manejar este instrumento ya hecho para su propio propósito. La primera condición para la posesión del poder político, es transformar [la] maquinaria de funcionamiento y destruirla -un instrumento de la dominación de clase-. Esa enorme maquinaria gubernamental, estrujando como una boa constrictor el verdadero cuerpo social en las redes ubicuas de un ejército permanente, una burocracia jerárquica, una policía obediente, un clero y una magistratura servil, fuera forjada primero en los días de la monarquía absoluta como un arma de la naciente sociedad de la clase media en sus luchas de emancipación del feudalismo. La primera Revolución francesa, con su tarea para dar pleno alcance al desarrollo libre de la moderna sociedad de la clase media tenía que barrer todas las fortalezas locales, territoriales, municipales y provinciales del feudalismo, preparó la base social para la superestructura de un poder estatal centralizado, con órganos omnipresentes ramificados según el plan de una división sistemática y jerárquica del trabajo.

Pero la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado ya lista y manejarla para su propio propósito. El instrumento político de su esclavitud no puede servir como el instrumento político de su emancipación.»

«La verdadera antítesis del Imperio mismo -esto es, del poder del Estado, el ejecutivo centralizado, del que el Segundo Imperio era sólo la fórmula agotadora- era la Comuna. Este poder del Estado constituye, de hecho, la creación de la clase media, primero como un medio para derribar el feudalismo, luego como un medio para aplastar las aspiraciones emancipatorias de los productores, de la clase obrera. Todas las reacciones y todas las revoluciones sólo habían servido para transferir ese poder organizado -esa fuerza organizada de la esclavitud del trabajo- de unas manos a otras, de una fracción de las clases dominantes a la otra. Había servido a las clases dominantes como medio de subyugación y de vil enriquecimiento. Había absorbido nuevas fuerzas de cada nuevo cambio. Había servido como instrumento para echar abajo cualquier levantamiento popular y sirvió para aplastar a las clases trabajadoras después de que hubieran luchado y fuese ordenado asegurar su transferencia de una parte de sus opresores a los otros.

Ésta no era, por tanto, una revolución contra esta o esa forma legitimada, constitucional, republicana o imperialista del poder del Estado. Era una revolución contra el Estado mismo, este aborto sobrenaturalista de la sociedad, una reasunción por el pueblo y para el pueblo de su propia vida social. No era una revolución para transferirlo de una fracción de las clases dominantes a otra, sino una revolución para derribar esta misma hórrida maquinaria de dominación de clase. No era una de esas luchas enanas entre las formas ejecutiva y parlamentaria de la dominación de clase, sino una revuelta contra ambas, integrando la una con la otra, y de las que la forma parlamentaria era sólo el engañoso trabajo entre horas del Ejecutivo. El Segundo Imperio era la forma final de esta usurpación del Estado. La Comuna era su negación definida, y, por consiguiente, la iniciación de la Revolución Social del siglo XIX. Cualquiera que fuese, por tanto, su destino en París, daría le tour du monde*. Fue aclamada en seguida por la clase obrera de Europa y los Estados Unidos como la palabra mágica de liberación. Las glorias y las hazañas antediluvianas del conquistador prusiano parecían sólo alucinaciones de un pasado ya dejado atrás.

Era sólo la clase obrera la que podría formular mediante la palabra “Comuna”, e iniciar mediante la combatiente Comuna de París, esta nueva aspiración. (...)

Sólo los proletarios, encendidos por una nueva tarea social que cumplir por ellos [mismos] para toda la sociedad, suprimir todas las clases y la dominación de clase, eran los hombres encargados de romper el instrumento de esa dominación de clase, el Estado, el poder gubernamental centralizado y organizado que usurpa ser el amo en lugar del sirviente de la sociedad. (...) Por ellos fue destruido, no como una forma peculiar de poder gubernamental (centralizado), sino como su más poderosa expresión, elaborada en aparente independencia de la sociedad, y, por consiguiente, también su realidad más prostituida, cubierta de arriba a abajo por la infamia, habiéndose establecido en la corrupción absoluta en casa y en la ineficacia absoluta en el exterior.

Pero esta misma forma de dominación de clase sólo había sido derribada para hacer al Ejecutivo, la maquinaria gubernamental del Estado, el gran y único objeto de ataque para la revolución.

El parlamentarismo en Francia había llegado a su fin. Su último término y más pleno poder fue la República Parlamentaria de mayo de 1848 hasta el coup d'état.** El Imperio que la asesinó era su propia creación. Bajo el Imperio, con su cuerpo legislativo y su senado -con esta forma había sido reproducido en las monarquías militares de Prusia y Austria-, había sido una mera farsa, un mero trabajo entre horas del despotismo en su forma más cruda. El parlamentarismo estaba entonces muerto en Francia y la revolución de los obreros no iba ciertamente a despertarlo de esta muerte.»

«La Comuna -la reabsorción del poder del Estado por la sociedad como sus propias fuerzas vivas en lugar de como fuerzas que la controlan y la subyugan, por las masas populares mismas, formando su propia fuerza en lugar de la fuerza organizada de su opresión- [es] la forma política de su emancipación social, en lugar de la fuerza artificial (apropiada por sus opresores, su propia fuerza opuesta a ellos y organizada contra ellos) de la sociedad manejada por sus enemigos para su opresión. La forma era simple, como todas las grandes cosas. La reacción de las revoluciones anteriores -el tiempo necesario para todos los desarrollos históricos, y en el pasado siempre perdido en todas las revoluciones en los mismos días del triunfo popular, cuando quisiera que [el pueblo] hubiese rendido sus brazos victoriosos, para ser vuelto contra sí mismo- [se afrontó] en primer lugar mediante el desplazamiento del ejército por la Guardia Nacional.[2]



El autogobierno obrero y las funciones estatales

«Es una absurdidez decir que las funciones centrales, no de autoridad gubernamental sobre el pueblo, sino necesarias para las necesidades generales y comunes del país, se volverían imposibles. Estas funciones existirían, pero los funcionarios mismos no podrían, como en la vieja maquinaria gubernamental, alzarse a sí mismos sobre la sociedad real, porque las funciones iban a ser ejecutadas por agentes comunales y, por tanto, siempre bajo control real. Las funciones públicas dejarían de ser una propiedad privada conferida por un gobierno central a sus herramientas.»

«[Se disipa] la ilusión de que la administración y la gobernación política fuesen misterios, funciones transcendentes a ser confiadas únicamente a las manos de una casta adiestrada -los parásitos del Estado, sicofantes ricamente pagados y sinecuristas en los puestos más altos, absorbiendo la inteligencia de las masas y volviéndolas, contra ellas mismas, a los lugares más bajos de la jerarquía. Suprimiendo la jerarquía del Estado en conjunto y reemplazando a los altaneros amos del pueblo por servidores siempre revocables, una falsa (mock) responsabilidad por una responsabilidad efectiva (real), en tanto actúan continuamente bajo la supervisión pública. Pagados como obreros cualificados, 12 libras al mes, no excediendo el salario más alto de 240 libras al año, un salario de poco más de 1/5, según una gran autoridad científica, Profesor Huxley, para satisfacer a un empleado para la junta de la Escuela Metropolitana.

Toda la farsa de los misterios del Estado y de las pretensiones del Estado fue suprimida mediante una Comuna, que consistía mayormente en simples obreros, organizando la defensa de París, cargando con la guerra contra los pretorianos de Bonaparte, asegurando el aprovisionamiento de esa inmensa ciudad, cubriendo todos los puestos hasta ahora divididos entre el gobierno, la policía y la prefectura, haciendo su trabajo públicamente, simplemente, bajo las circunstancias más difíciles y complicadas, y haciéndolo, como Milton hizo su Paraíso Perdido, por unas pocas libras, actuando a la brillante luz del día, sin pretensiones de infalibilidad, no escondiéndose detrás de las oficinas de circunlocución, no avergonzados de confesar las pifias (blunders) corrigiéndolas. Haciendo por orden de las funciones públicas -militares, administrativas, políticas- funciones de los obreros reales, en lugar de atributos ocultos de una casta especializada; (manteniendo el orden en la turbulencia de la guerra civil y la revolución) (iniciando medidas de regeneración general).

Cuales quiera fuesen los méritos de las únicas medidas de la Comuna, su mayor medida era su propia organización, improvisada con el enemigo extranjero por una puerta y el enemigo de clase por la otra, probando por su vida su vitalidad, confirmando sus tesis por su acción. Su apariencia era la de una victoria sobre los vencedores de Francia. El París cautivo reasumió por una intrépida primavera la dirección de Europa, no dependiendo de la fuerza bruta, sino tomando la dirección del movimiento social, dando cuerpo a las aspiraciones de la clase obrera de todos los países.

Con todas las grandes ciudades organizadas en Comunas siguiendo el modelo de París, ningún gobierno podría reprimir el movimiento mediante la sorpresa de una reacción repentina. Incluso para este paso preparatorio, el tiempo de incubación, la garantía del movimiento, llegó. Toda Francia [sería] organizada en Comunas autoadministradas (self-working) y autogobernadas, el ejército permanente reemplazado por las milicias populares, suprimido el ejército de parásitos del Estado, la jerarquía clerical desplazada por el maestro de escuela, el juez del Estado transformado en órganos comunales, el sufragio para la representación nacional no una materia de juego de manos para un gobierno todopoderoso, sino la expresión deliberada de las Comunas organizadas, las funciones del Estado reducidas a unas pocas funciones para propósitos nacionales generales.

Tal es la Comuna -la forma política de la emancipación social, de la liberación del trabajo de las usurpaciones (posesión de esclavos) de los monopolistas de los medios de trabajo, creada por los trabajadores mismos o constituyendo el don de la naturaleza[3]-. Como la maquinaria del Estado y el parlamentarismo no son la vida real de las clases dominantes, sino sólo los órganos generales organizados de su dominio, las garantías políticas, formas y expresiones del viejo orden de cosas, así la Comuna no es el movimiento social de la clase obrera y, por tanto, de una regeneración general de humanidad, sino los medios organizados de acción.

La Comuna no suprime las luchas de clases, a través de las cuales las clases obreras se esfuerzan por la abolición de todas las clases y, por consiguiente, [de la dominación de clase] de todas las clases (porque no representa un interés peculiar, representa la liberación del “trabajo”, que es la condición fundamental y natural de la vida individual y social que sólo por la usurpación, el fraude y las invenciones artificiales puede ser desplazada desde la minoría sobre la mayoría), pero ella ofrece el medium racional en que esa lucha de clases puede recorrer sus diferentes fases del modo más racional y humano. Ella podría empezar reacciones violentas y como las revoluciones violentas. Comienza la emancipación del trabajo -su gran meta- suprimiendo el trabajo improductivo y perjudicial (mischievous) de los parásitos del Estado, por un lado cortando las fuentes que sacrifican una inmensa porción del producto nacional para el alimento del monstruo del Estado; por el otro, haciendo el verdadero trabajo de la administración, local y nacional, por salarios obreros. Empieza, por consiguiente, con un inmenso ahorro, con la reforma económica así como con la transformación política.

Con la organización comunal una vez establecida firmemente a una escala nacional, las catástrofes que todavía podría tener que sufrir serían las insurrecciones esporádicas de los esclavistas, lo que, mientras que por un momento interrumpiría el trabajo de progreso pacífico, solamente aceleraría el movimiento, poniendo la espada en manos de la Revolución social.

La clase obrera sabe que ellos tienen que atravesar fases diferentes de lucha de clases. Saben que el reemplazo de las condiciones económicas de la esclavitud del trabajo por las condiciones del trabajo libre y asociado pueden sólo ser la obra progresiva del tiempo (esa transformación económica), que no sólo requieren un cambio de distribución, sino una nueva organización de la producción, o más bien la liberación de las formas sociales de producción del presente trabajo organizado (engendradas por la presente industria), de las tramas de la esclavitud, de su presente carácter de clase, y su armoniosa coordinación nacional e internacional. Ellos saben que este trabajo de regeneración será una y otra vez ralentizado e impedido por la resistencia de los intereses establecidos y de los egoísmos de clase. Saben que la presente “acción espontánea de las leyes naturales del capital y de la propiedad de la tierra” sólo pueden reemplazarse por “la acción espontánea de las leyes de la economía social del trabajo libre y asociado”, a través de un largo proceso de desarrollo de nuevas condiciones, como lo fueran la “acción espontánea de las leyes económicas de la esclavitud” y la “acción espontánea de las leyes económicas de la servidumbre”. Pero ellos saben, al mismo tiempo, que pueden darse grandes pasos en seguida a través de la forma comunal de organización política y que ha llegado la hora de empezar ese movimiento para ellos mismos y para la humanidad.»

«Las aspiraciones del proletariado, la base material de su movimiento, es el trabajo organizado a gran escala, aunque ahora organizado despóticamente, y los medios de producción centralizados, aunque ahora centralizados en manos del monopolista, no sólo como medios de producción, sino como medios de la explotación y esclavizamiento del producteur.* Lo que el proletariado tiene que hacer es transformar el presente carácter capitalista de ese trabajo organizado y esos medios de trabajo centralizados, transformarlos de medios de dominación de clase y explotación de clase en formas de trabajo libre asociado y medios sociales de producción.»





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[1] Concepto histórico inglés de uso común en la época para referirse a la burguesía como la clase situada entre el proletariado y la clase feudal.

* La vuelta al mundo.

** Golpe de Estado.

[2] En la traducción alemana, esta frase se lee: «En oposición a las revoluciones anteriores -en las que el tiempo necesario para todo el desarrollo histórico siempre se perdió y en que, en los mismos primeros días del triunfo popular, tan pronto como el pueblo había bajado sus brazos victoriosos, éstos fueron vueltos contra el pueblo mismo- la Comuna reemplazó, primero de todo, el ejército por la Guardia Nacional.»

Nosotros nos apoyamos, para definir la traducción realizada, además de en el estudio del texto en inglés, en las alusiones de los párrafos siguientes del propio original, y en el párrafo de la versión final de La Guerra Civil en el que se sintetiza lo dicho en aquel: «París, sede central del viejo poder gubernamental y, al mismo tiempo, baluarte social de la clase obrera de Francia, se había levantado en armas contra el intento de Thiers y los «rurales» de restaurar y perpetuar aquel viejo poder que les había sido legado por el Imperio. Y si París pudo resistir fue únicamente porque, a consecuencia del asedio, se había deshecho del ejército, sustituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal contingente lo formaban los obreros. Ahora se trataba de convertir este hecho en una institución duradera. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.»

[3] Con “don de la naturaleza” parece referirse a las formas comunales precapitalistas, como el “mir” que persistía en la Rusia de la época sobre la base de una economía campesina.

* Productor.

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Camilo Berneri, 3 textos sobre el marxismo y el estado 



3 textos escritos en el momento aún revolucionario de la Guerra de España, que representan de lo más lúcido y desprejuicado que desde el anarquismo se ha escrito sobre la teoría marxista del Estado. Tomados del archivo del CICA.

1. El marxismo y la abolición del Estado


En el ambiente de la emigración italiana, desde hace algún tiempo, y con frecuencia, se oye a los anarquistas, durante las reuniones públicas, o en discusiones amistosas, atribuir al marxismo una tendencia de estadolatría, que se encuentra en efecto en algunas de las corrientes de la socialdemocracia que se reclaman del marxismo, pero que no se constata, sin embargo, cuándo se va directamente al origen del socialismo marxista.

Marx y Engels profetizaron claramente la desaparición del Estado, y esto explica la posibillidad que existió en el seno de la Primera Internacional una convivencia política entre socialistas marxistas y socialistas bakuninistas, convivencia que hubiese sido imposible sin aquella coincidencia básica.

Marx escribía en La miseria de la filosofía:

"La clase trabajadora sustituirá en el curso de su desarrollo la antigua sociedad por una asociación que excluirá las clases y su antagonismo. No habrá ya poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente el resumen oficial del antagonismo en la sociedad civil."

Engels, por su parte, afirmaba en el Anti-Dühring que:

"El Estado desaparecerá inevitablemente junto con las clases. La sociedad, que reorganiza la producción sobre la base de la asociación libre de todos los productores en pie de igualdad, relegará la máquina gubernativa al puesto que le corresponde: el museo de antigüedades, junto a la rueda y el hacha de bronce".

Y Engels no difería la extinción del Estado a una fase final de la civilización, sino que la presentaba estrechamente vinculada a la revolución social, y como su inevitable consecuencia. En 1847 escribía en uno de sus artículos:


"Todos los socialistas estamos de acuerdo en pensar que el Estado y la autoridad política desaparecerán como resultado de la futura revolución social, lo que significa que las funciones públicas perderán su carácter político y se transformarán en simples funciones administrativas, de supervisión de los intereses locales".


Los marxistas identifican el Estado con el gobierno, y frente a ellos anteponen un "sistema en que el gobierno de los hombres será reemplazado por la administración de las cosas", sistema que para Proudhon constituye la anarquía.


Lenin, en El Estado y la Revolución (1917), vuelve a confirmar el concepto de la desaparición del Estado, cuando afirma: “En cuanto a la supresión del Estado como meta, nosotros (los marxistas) no nos diferenciamos, en este punto, de los anarquistas”.


Es difícil discriminar el carácter tendencioso, de la tendencia de esta afirmación, dado que Marx y Engels estaban en lucha con la fuerte corriente bakuninista, y que Lenin en 1917 consideraba necesaria políticamente una alianza entre bolcheviques, y socialista de izquierda revolucionaria, influenciados por el maximalismo y los anarquistas. Parece cierto, sin embargo, que no excluyendo la tendenciosidad de la forma y del momento en que se formula dicha afirmación, ésta respondía a una tendencia real. La afirmación referente a la extinción del Estado está unida, demasiado íntimamente a la concepción marxista de la naturaleza y el origen del Estado, e incluso deriva necesariamente de ella como para atribuirle un carácter absolutamente oportunista.


¿Qué es el Estado para Marx y para Engels? Un poder político al servicio de la conservación de los privilegios sociales de la explotación económica.


En el prefacio de la tercera edición de la obra de Marx La guerra civil en Francia, Engels escribía:


“Según la filosofía hegeliana, el Estado es la realización de la Idea, estos, en lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el dominio en donde se realiza o debe realizarse la verdad eterna, y la eterna justicia. De ahí el respeto supersticioso frente al Estado y de todo lo que se refiere a él, respeto que se instala tanto más fácilmente en los espíritus que están habituados a pensar que los asuntos e intereses generales de toda la sociedad no pueden ser regulados en forma distinta a como se ha hecho hasta el presente, es decir por obra del Estado y bajo sus órdenes, debidamente instrumentadas. Y se cree haber ya hecho un progreso verdaderamente audaz cuando se ha liberado de la creencia en la monarquía hereditaria para jurar bajo la república democrática. Pero, en realidad, el Estado no es otra cosa que una máquina de opresión de una clase sobre otra, ya sea en una república democrática, como en una monarquía, y lo menos que puede decirse es que es un flagelo, que el proletariado heredará en su lucha para llegar a su dominio de clase, pero el cual deberá, como ha hecho la Comuna, y en la medida de lo posible, atenuar sus efectos más nocivos, hasta el día en que una generación crecida en una sociedad de hombres libres e iguales podrá desembarazarse del fardo del gobierno”.


Marx (Miseria de la filosofía) dice que, realizada la abolición de las clases, “no habrá ya poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo en la sociedad burguesa”

Que el Estado se reduzca al poder represivo sobre el proletariado, y al poder conservador frente a la burguesía, es una tesis parcial, ya sea que se examine al Estado estructuralmente o en su funcionamiento. Al gobierno de los hombres se asocia, en el Estado, la administración de las cosas, y esta segunda actividad es la que le asegura su permanencia. Los gobiernos cambian, pero el Estado permanece. Y el Estado no tiene siempre funciones de poder burgués, como cuando impone leyes, promueve reformas, crea instituciones contrarias a los intereses de la clases privilegiadas y su clientela, pero favorables a los intereses del proletariado. El Estado además no es sólo el gendarme, el juez, el ministro. Es también la burocracia, potent, tanto más que el gobierno. El Estado fascista es en la actualidad algo más complejo que un órgano de policía y que un gerente de los intereses burgueses, porque ligado por un cordón umbilical al conjunto de los cuadros políticos y corporativos tiene intereses propios, no siempre ni nunca enteramente coincidentes con la clase que ha llevado el fascismo al poder, y a quién el fascismo sirve para conservar el poder.


Marx y Engels estaban enfrentados a la fase burguesa del Estado, y Lenin tenía frente a sí al Estado ruso, en que el juego democrático era inexistente. Todas las definiciones marxistas del Estado dan una impresión de parcialidad y el cuadro del Estado contemporáneo no pudo entrar en el marco de las definiciones tradicionales.


Incluso es parcial la teoría sobre el origen del Estado, formulada por Marx y Engels. Expuesta con palabras de Engels: “Al llegar a cierta etapa del desarrollo económico, que está ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo necesaria el Estado. Ahora nos aproximamos a grandes pasos a una fase de desarrollo de la producción, en que, la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte positivamente en un obstáculo para la producción”. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como un día surgieron, con las clases desaparecerá asimismo el Estado.


Engels retoma la filosofía del derecho natural de Hobbes, cuya terminología adopta, sustituyendo solamente la necesidad de domesticar al homo homini lupus, por la necesidad de regular el conflicto entre las clases.


El Estado habría surgido, según Marx y Engels, cuando ya se habían formado las clases y su función es ser un órgano de clase. Arturo Labriola (Más allá del capitalismo y del socialismo, París, 1931) expresa sobre este punto: “Estos problemas de los “orígenes” son siempre muy complejos. El buen sentido aconsejaría echar sobre ellos alguna luz y reordenar los materiales que les conciernen sin ilusionarse de poder jamás llegar al final”.


La idea de poseer una teoría de los “orígenes” del Estado es meramente fabulosa. Todo lo que puede pretenderse es indicar algunos elementos que en el orden histórico probablemente haya contribuido a generar el hecho. Que surja de las clases o tenga con ellas una relación es evidente, pero se debe recordar las funciones predominantes que el Estado ha tenido en el nacimiento del capitalismo.


Según Labriola, el estudio científico de la génesis del capitalismo “confiere un carácter de realismo, verdaderamente insospechado a la tesis anarquista sobre la abolición del Estado”. Además: “Parece en efecto mucho más probable la extinción del capitalismo como efecto de la desaparición del Estado, que la extinción del Estado como consecuencia de la desaparición del capitalismo.”


Esto resulta evidente de los estudios de los mismos marxistas, cuando se trata de estudios serios como de Paul Louis Le travail dans le monde romain (París, 1912). De este libro surge claramente que la clase capitalista romana se formó como un parásito del Estado y protegida por aquél. Desde los generales saqueadores a los gobernadores, desde los agentes de impuestos a las familias de tesoreros (argentari), desde los empleados de aduana a los abastecedores del ejército, la burguesía romana se creó mediante la guerra, el intervencionismo estatal en la economía, las fiscalización estatal, etc...mucho más que de otro modo.


Y si examinamos la interdependencia entre el Estado y el capitalismo vemos que el segundo se ha beneficiado ampliamente del primero por intereses estatales, y no netamente capitalistas. Tan cierto es esto, que el desarrollo del Estado precede al desarrollo del capitalismo. El Imperio Romano era ya un vastísimo y complejo organismo cuando el capitalismo romano era apenas una práctica familiar.

Paul Louis no vacila en proclamar: "El capitalismo antiguo nació de la guerra”. Los primeros capitalistas fueron, en efecto, los generales y los publicanos. En toda la historia de la formación de la fortuna privada está presente el Estado. Y de esta convicción de que el Estado ha sido y es el padre del capitalismo y no solamente su aliado natural, derivamos la convicción de que la destrucción del Estado es la condición sine qua non de la desaparición de las clases y de la irreversibilidad de esa desaparición.

En su ensayo El Estado moderno Kropotkin observa:


“Reclamar a una institución que representa un desarrollo histórico que destruya los privilegios que debe desarrollar, es como reconocerse incapaces de comprender lo que significa en la vida de la sociedad un desarrollo histórico. Es como olvidar aquella regla general de la naturaleza orgánica: las nuevas funciones exigen nuevos órganos surgidos de las mismas funciones”.


Arturo Labriola, en el libro antes citado, observa a su vez:


“Si el Estado es un poder conservador respecto a la clase que lo domina, no será la desaparición de esta clase lo que hará desaparecer el Estado, y en este punto la crítica anarquista es mucho más exacta que la crítica marxista. Mientras el Estado conserve las clases, dicha clase no desaparecerá. Cuando más fuerte es el Estado más fuerte es la clase protegida por el Estado, es decir, más poderosa se hace su energía vital y más segura su existencia. Una clase fuerte es una clase más fuertemente diferenciada de las otras clases. En los límites en los cuales la existencia del Estado depende de la existencia de las clases, el hecho mismo del Estado -si la teoría de Engels es verdadera- determina la indefinida existencia de las clases y por lo tanto de sí mismo como Estado.”


Una grande, decisiva, confirmación de la exactitud de nuestras tesis sobre el Estado generador del capitalismo está dada por la URSS en la cual el socialismo de Estado favorece el surgimiento de nuevas clases.



2. La abolición y extinción del Estado


Mientras nosotros, los anarquistas, queremos la extinción del Estado mediante la revolución social y la constitución de un orden nuevo autonomista-federal, los leninistas quieren la destrucción del Estado burgués, pero asimismo la conquista del Estado por el “proletariado”. El “Estado del proletario” -dicen- es un semi-Estado porque el Estado integral es el burgués, destruido por la revolución social. Incluso este semi-Estado, según los marxistas, debe a su vez morir de muerte natural.


Esta teoría de la extinción del Estado, básica en el libro de Lenin “El Estado y la revolución” fue tomada de Engels, que en La subversión de la ciencia por el señor Eugen Duhring, dice:


“El proletariado toma el poder del Estado y transforma inmediatamente los medios de producción en propiedad del Estado. Por este acto se destruye a sí mismo en tanto que proletariado. Elimina las diferencias de clases y todas las contradicciones de clases, y al mismo tiempo incluso al Estado en cuanto Estado.


La antigua sociedad, que existía y existe, a través de los antagonismos de clase, tenía necesidad del Estado, es decir de una organización de la clase explotadora de cada período histórico para mantener las condiciones externas de producción. En particular, el Estado tenía como tarea mantener por la fuerza a la clase explotada en condiciones de opresión necesarias para el modo de producción existente (esclavitud, servidumbre, trabajo asalariado).


El Estado era el representante oficial de toda la sociedad y su expresión sintetizada en una realidad visible, pero sólo porque era el Estado de la clase que, en cada época, representaba la totalidad real de la sociedad: Estado antiguo de los ciudadanos propietarios de esclavos; Estado medieval de la nobleza feudal; Estado moderno de la burguesía de nuestra época, al menos desde el siglo pasado.


Sin embargo si llegara a representar la realidad de toda la sociedad, se volvería él mismo superfluo. Desde que no era más necesario mantener ninguna clase social oprimida, desde el momento que son eliminadas conjuntamente con la soberanía de clase la lucha por la existencia individual, determinada por el antiguo desorden de la producción, y los conflictos y excesos que eran su resultado, la represión se hace innecesaria, y el Estado deja de ser necesario.


El primer acto por el cual el Estado se manifiesta realmente como representante de la sociedad entera, es decir la apropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al tiempo el último acto propio del Estado. La intervención del Estado en la vida de la sociedad se vuelve superflua en todos los campos, uno después de otro, y cae por sí solo en desuso. El gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las cosas y la dirección del proceso de producción. El Estado no es “abolido”, sino que muere. Bajo esta perspectiva es necesario situar la palabra de orden “Estado libre del pueblo”, en un sentido de agitación que, en un tiempo, tuvo derecho a la existencia y en último análisis, es científicamente insuficiente. Es necesario, igualmente, situarse bajo esta perspectiva para examinar las reivindicaciones de los llamados anarquistas, que quieren abolir el Estado de un día para otro.”


Entre el Estado de hoy y la Anarquía de mañana, estaría el semi-Estado. El Estado que muere y “el Estado en cuanto Estado”, es decir, el Estado burgués. Y es en este sentido que se ha tomado la frase, que a primera vista parece contradecir la tesis del Estado socialista. “El primer acto en que el Estado se manifiesta realmente como representante de toda la sociedad, es decir la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al mismo tiempo el último del Estado”.


Tomada literalmente, y arrancada de su contexto esta frase podría significar la simultaneidad temporal de la socialización económica y de la extinción del Estado.


De esta manera incluso, tomada literalmente, la frase referente al proletariado destructor de sí mismo como proletariado en el acto de apoderarse del poder del Estado, vendría a significar la no necesidad del “Estado proletario”. En realidad Engels, bajo la influencia del “estilo dialéctico”, se expresa muy poco felizmente. Entre el hoy burgués-estatal y el mañana socialista-anárquico, Engels reconoce una cadena de etapas sucesivas, en las que Estado y proletariado coexisten. Para arrojar una luz en esa oscuridad... dialéctica, y la alusión final a los anarquistas “que quieren abolir el Estado de un día para otro”, o sea que no admiten el período de transición con respecto al Estado, cuya intervención –según Engels- se vuelve superflua “en todos los campos, uno después de otro”, o sea gradualmente.


Creo que la posición leninista frente al Estado coincide estrechamente con la asumida por Marx y Engels, cuando se interpreta el espíritu de los escritos de estos últimos, sin dejarse engañar por la ambigüedad de alguna formulación.


Para el pensamiento político marxista-leninista, el Estado es el instrumento político transitorio de la socialización, transitorio por la esencia misma del Estado, que es la de un organismo de dominio de una clase sobre otra. El Estado socialista, al abolir las clases, se suicida. Marx y Engels eran metafísicos, a los cuales ocurría con frecuencia esquematizar los procesos históricos por fidelidad al sistema que habían inventado.


“El proletariado”, que se apodera del Estado, al que encomienda toda la propiedad de los medios de producción, destruyéndose a sí mismo como proletariado y al “Estado en cuanto Estado”, es una fantasía metafísica, una hipótesis política de las abstracciones sociales.


No es el proletariado ruso quien se apoderó del poder del Estado, sino el partido bolchevique, que no destruyó enteramente el proletariado, y que creó, en cambio, un capitalismo de Estado, una nueva clase burguesa, un conjunto de intereses vinculados al Estado bolchevique, que tienden a conservarse en la medida que se conserva aquel Estado.


La extinción del Estado está más lejana que nunca en la URSS, donde el intervencionismo estatal es cada vez más vasto y opresivo, y donde las clases no han desaparecido.


El programa leninista de 1917 comprendía estos puntos: supresión de la policía y del ejército permanente; abolición de la burocracia profesional; elecciones para todas las funciones y cargos públicos; revocabilidad de todos los funcionarios; igualdad de las remuneraciones burocráticas con los salarios obreros; máxima democracia; pluralidad pacífica de los partidos en el interior de los Soviets; derogación de la pena de muerte. Ninguno de estos puntos programáticos se ha cumplido.


En la URSS hay un gobierno que es una oligarquía dictatorial. El Bureau Político del Comité Central (19 miembros) domina al partido comunista ruso, que a su vez domina a la URSS. Todo color político que no pertenezca a los súbditos, es tachado de contrarrevolucionario. La revolución bolchevique generó un gobierno satúrnico, que deporta a Riazanov, fundador del Instituto Marx-Engels, mientras está dirigiendo la edición integral y original de El Capital; que condena a muerte a Zinoviev, presidente de la Internacional Comunista, así como a Kamenev y a muchos otros entre los más altos exponentes del leninismo, que excluye del partido, para enseguida expulsarlo de la URSS a un “jefe” como Trotsky, que en suma castiga sin consideración y se ensaña contra el ochenta por ciento de los principales militantes leninistas.


Lenin escribía en 1920 un elogio de la autocrítica en el seno del Partido Comunista, pero hablaba de los “errores”, reconocidos por el “partido”, y no del derecho del ciudadano a denunciar los errores, o lo que le ha parecido como tales, del partido del gobierno.


Aun siendo Lenin dictador, cualquiera que denunciase oportunamente aquellos mismos errores que el propio Lenin reconocía retrospectivamente, arriesgaba, o soportaba, el ostracismo, la prisión o la muerte. El sovietismo bolchevique era una atroz burla, también de parte de Lenin, que glorificaba el poder demiúrgico del comité central del Partido Comunista ruso en toda la URSS diciendo: “En nuestra república no se decide ningún asunto importante, ya sea de orden público, o relativo a la organización de una institución estatal, sin las instrucciones directivas que emanan del Comité Central del Partido.”


Quien dice “Estado proletario”, dice “capitalismo de Estado”. Quien dice “dictadura del proletariado”, dice “dictadura del partido comunista”.


Leninistas, troskistas, bordiguistas, centristas, sólo están divididos por diferentes concepciones tácticas. Todos los bolcheviques, cualquiera que sea la fracción a que pertenezcan, son partidarios de la dictadura política y el socialismo de Estado. Todos están unidos por la fórmula “dictadura del proletariado”, forma equívoca, correspondiente al “pueblo soberano” del jacobinismo. Cualquiera sea el jacobinismo está condenado siempre a desviar la revolución social. Y cuando ésta se desvía se perfila la sombra de un Bonaparte.


Se necesita ser ciego para no ver que el bonapartismo stalinista, no es más que la sombra del dictatorialismo leninista.


24 de octubre de 1936.

Publicado en el tercer número de Guerra di classe.


3. La dictadura del proletariado y el socialismo de Estado


La dictadura del proletariado es un concepto marxista. De acuerdo con Lenin, “marxista es sólo aquel que extiende el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”.

Lenin tenía razón porque la dictadura del proletariado no es, para Marx, más que la conquista del Estado por parte del proletariado que, organizado en clase políticamente dominante, alcanza mediante el socialismo de Estado la supresión de todas las clases.

En la Crítica del programa de Gotha, escrita por Marx en el año 1875 se lee:


“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista existe un período de transformación revolucionaria de la una en la otra. A este período corresponde también un período de transición política en el cual el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado”.


El Manifiesto Comunista (1847) dice:


“El primer paso de la revolución obrera es el ascenso el proletariado a clase dominante...


El proletariado utilizará su dominio político para arrancar poco a poco a la burguesía todo el capital y concentrar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado en clase dominante.”


Lenin, en El Estado y la Revolución confirma la tesis marxista:


“El proletariado tiene necesidad del Estado sólo por un cierto tiempo. En cuanto a la supresión del Estado como meta, no nos diferenciamos en ese punto completamente de los anarquistas. Afirmamos que para alcanzar esta meta, es indispensable utilizar temporalmente contra los explotadores, los instrumentos, los medios y los procedimientos del poder político, así como es indispensable, para suprimir las clases instaurar la dictadura temporánea de la clase oprimida...


El Estado se extingue en la medida que dejamos de ser capitalistas, no tenemos más clases, y no existe más, por consecuencia, la necesidad de “aniquilar” ninguna clase.”


“Pero el Estado no está todavía enteramente muerto, porque lo salvaguarda aún el “derecho burgués”, que consagra, de hecho, la desigualdad. Para que el Estado perezca completamente, es necesario el advenimiento del comunismo total”.


El Estado proletario es concebido como una forma política transitoria destinada a destruir las clases. El gradualismo en la expropiación y la idea de un capitalismo de Estado son las bases de esta concepción. El programa económico de Lenin, en la víspera de la revolución de Octubre, se cierra con esta frase: “El socialismo no es otra cosa que un monopolio socialista estatal”.


Según Lenin, “la diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente: 1) los marxistas, incluso proponiéndose la destrucción completa del Estado, no la creen realizable sino después de la destrucción de las clases por obra de la revolución socialista, como un resultado del advenimiento del socialismo, que terminará con la extinción del Estado; los anarquistas quieren la completa supresión del Estado de un día para otro, sin comprender cuáles son las condiciones que la posibilitan. 2) Los marxistas proclaman la necesidad para el proletariado de la apropiación del poder político, de destruir enteramente la vieja máquina estatal y sustituirla por una nueva, consistente en la organización de los trabajadores armados, al estilo de la Comuna: los anarquistas, reclamando la destrucción de la máquina estatal, no saben exactamente “con qué cosa” será sustituida, por el proletariado, ni “qué uso” hará éste del poder revolucionario; llegan hasta repudiar cualquier uso del poder político por parte del proletariado revolucionario y rechazan la dictadura revolucionaria del mismo. 3) Los marxistas buscan preparar al proletariado para la revolución empleando en su beneficio el Estado moderno, y los anarquistas rechazan este método”.


Lenin deforma la cosa. Los marxistas “no se proponen la destrucción completa del Estado”, más bien preveen la extinción natural del Estado como consecuencia de la destrucción de las clases realizada por la “dictadura del proletariado” o bien por el socialismo de Estado, mientras los anarquistas quieren la destrucción de las clases, mediante una revolución social que suprima al Estado junto con las clases. Los marxistas, además, no propugnan la conquista armada de la Comuna por parte de todo el proletariado, sino la conquista del Estado por parte del partido que presume representar al proletariado. Los anarquistas admiten el uso de un poder político por el proletariado, pero tal poder político es entendido como el conjunto de los sistemas de gestión comunista, de los organismos corporativos, de las instituciones comunales, regionales y nacionales libremente constituidas fuera y contra el monopolio político de un partido, y tendiendo a la mínima centralización administrativa. Lenin, a los efectos polémicos, simplifica arbitrariamente los términos de las diferencias corrientes entre los marxistas y nosotros.


La fórmula leninista “los marxistas queremos preparar al proletariado para la revolución utilizando en su provecho el Estado moderno”, se encuentra en la base del jacobinismo leninista, lo mismo que en el parlamentarista y en el ministerialismo social-reformista. En los congresos socialistas internacionales de Londres (1896) y de París (1900), se estableció que podían adherir a la Internacional Socialista sólo los partidos y las organizaciones obreras que reconocieran el principio de la “conquista socialista del poder público por parte del proletariado organizado en partido de clase”. La escisión se produjo sobre este punto, pero efectivamente, la exclusión de los anarquistas del seno de la Internacional, significó el triunfo del posibilismo, del oportunismo, del “cretinismo parlamentario” y del ministerialismo.


Los sindicatos parlamentarios, así como algunas fracciones comunistas reclamándose marxistas, rechazan la conquista socialista pre-revolucionaria o no revolucionaria del poder público.


Cualquier día una mirada retrospectiva a la historia del socialismo, después de la separación de los anarquistas, no podrá dejar de constatar la gradual degeneración sufrida por el marxismo como filosofía política a través de las interpretaciones y la práctica socialdemócrata.

El leninismo constituye, indudablemente, un retorno al espíritu revolucionario del marxismo, pero también significa un retorno al sofisma y a la sustracción de la metafísica marxista.



5 de noviembre de 1936.

Publicado en el quinto número de Guerra di classe.

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viernes, marzo 26, 2010

estado 

A partir de estos elementos, es posible establecer dos criterios fundamentales que, combinados con otros, permiten describir y explicar la configuración concreta asumida por el sistema estatal: en un primer plano, ella obedece a la variación en la correlación de fuerzas entre las áreas "ejecutivas" que componen el aparato del Estado, de acuerdo con su participación efectiva en el proceso decisorio (recuérdese, por ejemplo, la oposición que Marx establece entre el "Palacio de Luxemburgo" y el "Hotel de Ville"); luego, es preciso considerar la relación de competencia y predominio entre el Ejecutivo y el Legislativo (la "Asamblea Nacional") en el tortuoso proceso de definición de las políticas gubernamentales. Juntos, ellos pueden indicar, con razonable margen de seguridad,el "domicilio" del poder efectivo en el interior del aparato estatal.

En suma: en la coyuntura política analizada por Marx, el "predominio político" de una fracción dada de clase deviene del control o influencia que esa clase (o sus representantes) puede ejercer sobre el aparato que concentra el poder efectivo. Parece difícil, por lo tanto, sostener que Marx menosprecie la importancia del Estado como "institución" para entender la configuración precisa de las relaciones de fuerza en la escena política en una situación histórica dada. Decirlo, implica, necesariamente, no considerar todos los pasajes precedentes. Lo que se percibe allí son los varios grupos y clases sociales en lucha por el control de los recursos institucionales monopolizados por el aparato estatal, o , mas específicamente, por algunas de sus áreas. Si el Estado fuese una institución sin mucha importancia,¿cómo Marx podría haberlo presentado como el mayor objeto de deseo de las clases sociales en lucha? El Estado, tal como fue pensado por Marx en sus "obras históricas", constituyó el objetivo primordial de la lucha política exactamente por concentrar un enorme "poder decisorio" y una significativa capacidad de asignación de recursos

24 ideas/Marx y el Estado y los marxistas, hardcore punk y en fin...toda esa hueá 


Recuerdo la banda hardcore barcelonesa llamada 24 ideas. No era deslumbrante pero era algo (*).

1 idea: Marx no es el marxismo.

otra idea: No hubo un solo marxismo. Y no es lo mismo el "marxismo-ideología" (Marxismo, de raíz siempre socialdemócrata incluso -y sobre todo en- el "Leninismo")que el movimiento social e histórico del proletariado que ha luchado con Marx por la destrucción de la sociedad de clases.

(Tal vez hay más de una idea entremedio de esta frase tan inepta).

("No hay uno, sino muchos marxismos", Karl Korsch)vs. ("el 'marxismo' en sí mismo es una mutilación y deformación del pensamiento de la historia", Gidebor).

la última por ahora: la obra de Marx está incompleta. No era flojo, pese a ser un borracho de mierda, pero como dicen que se fue "enamorado" de sus objetos de estudio, se demoraba mucho más en su perfeccionismo y el grueso de los temas a tratar no los trató. entre ellos, el estado.

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Marxismo, ¿"el último refugio de la burguesía"?)
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"(...) la cuestión del Estado es una de las más complejas, más difíciles y, tal vez, la más enrevesada por los eruditos, escritores y filósofos burgueses. (...) Todo aquél que quiera meditar seriamente sobre ella e incorporarla, debe abordar esta cuestión varias veces y volver a ella una y otra vez, considerar la cuestión bajo diversos ángulos, a fin de conseguir una comprensión clara y firme."

V. I .Lenin

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Es bastante conocido como para ser retomado aquí el hecho de que, aunque el proyecto intelectual de Marx consistiera en someter al "Estado" a un tratamiento más sistemático - como atestiguan, por ejemplo, sus cartas a F. Lassalle (del 22 de febrero de 1858), a F. Engels (del 2 de abril de 1858) y a J. Weydemeyer (del 1 de febrero de 1859), redactadas bastante temprano, antes incluso de la publicación en Berlín, de Contribución a la crítica de la economía política-, esto nunca se haya realizado. Del mismo modo, el propio estudio sobre el "capital" (y , dentro de él, el capítulo sobre las "clases") permaneció incompleto [2].

Incluso así, es razonable sostener que existe en la obra de Marx y Engels una concepción genérica sobre el Estado y que puede servir, para usar una expresión del propio Marx, como "hilo conductor" ("Prefacio" de 1859) para el análisis político. Tal concepción consiste, en una palabra, en la determinación de la naturaleza de clase del Estado. La teoría marxista de la política implica, por lo tanto, un rechazo categórico de la visión según la cual el Estado sería el agente de la "sociedad como un todo" y del "interés nacional" [3]. Esta es, en resumen, la esencia de toda concepción marxista sobre el Estado, sintetizada con notable claridad en la conocida fórmula del Manifiesto comunista: "El poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité para gerenciar los asuntos comunes de toda la burguesía" [4]. El propio Engels expresó la misma idea en una pasaje igualmente célebre: "La fuerza de cohesión de la sociedad civilizada es el Estado, que, en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, de cualquier modo, esencialmente una máquina destinada a reprimir la clase oprimida y explotada" [5].

Sin embargo, aunque la determinación de la naturaleza de clase del aparato de Estado es una condición necesaria para el análisis del sistema estatal, cuando se trata de comprender su configuración interna, sus niveles decisorios y las funciones que los diversos centros de poder cumplen, sea como productores de decisiones, sea como organizadores políticos de los intereses de las clases y fracciones dominantes, ella es ampliamente insuficiente. El aparato de Estado recuerda N. Poulantzas, "no se agota en el poder de Estado". "El Estado presenta una osamenta material propia que no puede de ninguna manera ser reducida simplemente a la dominación política" [6]. En este sentido, la función de mediación que el aparato del Estado desempeña, a través de sus actividades administrativas y burocráticas rutinarias, adquiere aquí una importancia decisiva para la determinación de su carácter de clase. De forma análoga, este último problema no se puede referir, exclusivamente, a los "resultados de la política estatal -que están ligados a la cuestión, analíticamente distinta, pero no obstante empíricamente muy próxima del poder estatal-, sino [antes bien] a la forma y al contenido intrínseco" asumidos por el sistema institucional de los aparatos del Estado (sistema estatal) en una coyuntura concreta [7].

Aunque pese la advertencia de G. Therborn, el trazo más marcado en el desarrollo de la teoría política marxista contemporánea fue la ausencia de las cuestiones referentes a los procesos organizativos internos del aparato del Estado. El propio Poulantzas, que buscó comprender un sistema específico de organización y funcionamiento interno del aparato del Estado capitalista bajo el concepto de "burocratismo", analizó, principalmente, los efectos ideológicos de ese sistema sobre las prácticas de los agentes del estado (burocracia) [8].

Según la crítica corriente, las razones de ese olvido sistemático deberían ser buscadas justamente en la confusión promovida por la tradición marxista que insistiría en identificar poder de Estado con poder de clase, reduciendo el aparato de Estado a un instrumento controlado por los intereses dominantes. Es como si la identificación de la naturaleza de clase del Estado hubiese dispensando a los marxistas de analizar las formas concretas a través de las cuales ella se realiza (el funcionamiento del Estado). A lo sumo, la atención de los marxistas recaería sobre el sentido (de clase) de la política estatal (esto es, los sectores sociales beneficiados por una decisión determinada, en general económica), pero no sobre el modo de organización interna del aparato del Estado y sus repercusiones sobre el proceso decisorio, los diferentes centros de poder, la acción característica de los "agentes estatales" (la "burocracia", en sentido amplio) etc.

Hay dos versiones de esta crítica. La primera, sustentada por N. Bobbio, subraya los efectos de esta concepción restrictiva de la política y del Estado sobre la "teoría de las formas de gobierno" (los regímenes políticos); la segunda, cuya fuente son los autores "neo-institucionalistas" (T. Skocpol, F. Block), llama la atención sobre las dificultades derivadas de la ausencia de una "teoría del Estado" en Marx y en los marxismos posteriores.

El objetivo de este artículo es presentar una lectura de la teoría marxista del Estado más compleja y ambiciosa que aquella hecha por las recientes criticas "neo-institucionalistas". A partir de la reconsideración de las "obras históricas" de Marx - puntualmente: La burguesía y la contra-revolución (1848), Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 (1850) y El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852)- pretendemos demostrar que este autor posee una concepción de Estado que toma en cuenta su dinámica institucional interna sin, no obstante, dejar de lado la perspectiva clasista. De esta forma, al introducir, en sus análisis políticos, los aspectos institucionales de aparato estatal capitalista, Marx estaría presentando una concepción de Estado al mismo tiempo más sofisticada que la defendida por la perspectiva "instrumentalista" -presentada tanto en la obra de algunos marxistas, como igualmente, de algunos críticos del marxismo-, y menos formalista que las interpretaciones "institucionalistas".

El ensayo está dividido en cuatro partes. En la primera, resumimos las críticas corrientes a la "teoría marxista del Estado", definimos nuestra clave de lectura y presentamos la hipótesis de trabajo. La segunda parte del texto consiste básicamente en el análisis e interpretación de los pasajes seleccionados de las "obras históricas" de Marx. En la tercera parte, insistimos sobre la ligazón necesaria entre las nociones del "aparato de Estado" y "poder de Estado" , y, finalmente, en la cuarta parte del artículo, retomamos y profundizamos la distinción, desde nuestro punto de vista, presente en los análisis de Marx, entre la dimensión funcional y la dimensión institucional del Estado.


[2] Cf. Ralph Miliband. "Marx e o Estado". En: Tom Bottomore (org.). Karl Marx. Rio de Janeiro, Zahar, 1981. p. 127-128.

[3] Una de las conquistas teóricas más fundamentales para la teoría política moderna fue la determinación de la naturaleza de clase de los procesos de dominación política por los clásicos del marxismo. Ver, a propósito, C.B. Macpherson. "Necessitamos de uma teoria do Estado?". En: Ascensão e queda da justiça econômica e outros ensaios: o papel do Estado, das classes e da propriedade na democracia do século XX. Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1991. p. 87-89.

[4] Karl Marx y Friedrich Engels. Manifesto comunista. Trad. Maria Lucía Como. 4ª ed. Revista. Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1999. P.12. Esa es también la interpretación de Ralph Miliband al respecto del núcleo de la concepción marxiana (y marxista) sobre el Estado. Cfr. La voz "Estado" en: Tom Bottomore (org.). Dicionário do pensamento marxista. Rio de Janeiro, Zahar, 1988. p. 133. Cfr. Igualmente Luciano Gruppi. Tudo começou com Maquiavel (as concepcões de Estado em Marx, Engels, Lenin e Gramsci). Porto Alegre, L&PM, 1983.

[5] Friedrich Engels. A origem da família, da propriedade privada e do Estado. Trad. Leandro Konder. 8ª Ed. Rio de Janeiro, Civilização Brasileira, 1982. p.199. Para todos los efectos, este pasaje puede ser tomado como el más representativo del núcleo de una "teoría general del Estado" en el campo del marxismo o, más específicamente, como el más representativo de una concepción genérica del Estado en general.

[6] Nicos Poulantzas. O Estado, o poder, o socialismo. 2ª ed. Río de Janeiro, Graal, 1985. p.17, cursiva nuestra.

[7] Göran Therborn. ¿Cómo domina la clase dominante?. Aparatos del Estado y poder estatal en el feudalismo, el capitalismo y el socialismo. 4ª. Ed. México, D. F., Siglo XXI, 1989. p. 37.

[8] Ver Pouvoir politique et classes sociales. Paris, Maspero, 1968. v. 2, cap. 5: "Sur la bureaucratie et les élites", p. 153-193.


http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-24/el-estado-como-institucion-una-lectura-de-las-obras-historicas-de-marx


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*: No me siento de ánimo para comentar discos que ni siquiera esucho más de una vez cada 10 años, pero veamos lo que respecto al CD que recopila las Obras Completas de 24 ideas dijera en su momento el camarada Lester Bangs:

"Ya desde su crudísima maqueta estaba claro que la iban a montar; surgieron en el momento preciso haciendo justo lo que tenía que hacer y haciéndolo con convicción, y cuando se separaron apenas dos años después dejaron con ganas de más a la mayoría.
Hoy día todavía son muchos los que les echan de menos. Yo fui uno de los que recuperó... el pulso a la escena gracias a 24 Ideas, así que conservo un recuerdo muy especial de todas estas canciones, sobre todo las que formaron parte del Ep "Sick Of Banality" y el CD "24 Ideas", que han sonado mil y una veces en mi habitación durante los últimos siete años y que ocupan un lugar en la memoria de todos los hardcoretas de este país.
Sí señores, de todos y cada uno, y el que diga lo contrario miente.
¨Y la música? Pues poco hay que decir que no se sepa ya: cuarenta y dos pedradas de New York Hardcore genial y cabezón en apenas cuarenta y tres minutos, es decir, caña, caña y caña.
Muy Punk al principio y con un deje algo más metalero al final (por las guitarras más que nada), pero en todos los casos veloz, enfadado y cafre, muy cafre. La mayoría del material incluido se edita por primera vez en formato digital, convenientemente remasterizado por Xavi Navarro y sin ningún añadido sobre las ediciones que ya conocíamos (nada, pues, de material inédito o sobrantes de estudio).
Es más, del Ep que editaron BCore y Fragment en el ‘96 no se han incluido los temas en directo de la segunda cara, ni tampoco los de "Invasion Of The Hardcore Crew", aunque el sound verit&eecute;; videográfico lo compensa con creces. Indispensable.

(The Situationist Times, Nº5 1/2, 13 de Junio de 1848)."

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¿y donde se fue el pensamiento de la historia?

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Ya circula el Nº 3 de los Cuadernos de Negación. CONTRA LA SOCIEDAD MERCANTIL GENERALIZADA 



"Si hoy respirar, alimentarse, abrigarse, divertirse o buscar amor está condicionado por la necesidad de la comercialización, no significa que siempre fue así o que deba seguir siéndolo.

Hoy toda relación social lleva el sello de la mercancía, ésta ha ocupado la totalidad de la vida social. Incluso los seres humanos nos vemos unos a otros como mercancías.

El capitalismo, como relación social y no sólo como concepto, es la sociedad mercantil generalizada, una sociedad en la que toda la producción es producción de mercancías: la dictadura totalitaria y generalizada de la ley del valor contra los seres humanos".

descargar aquí


Contenido:

▪ Presentación
- Buscando la raíz de la “radicalidad”
▪ Contra la sociedad mercantil generalizada
- El tiempo es oro
- ¿Siempre hemos vivido así?
▪ ¿Contra qué Capital?
- Capital ficticio
▪ Abajo el trabajo
- Y abajo el ocio mercantil
- Ya no somos esclavos ¿Viva la libertad?
- Ideología del sacrificio
- Ideología del anti-sacrificio
▪ La mercancía como objeto y relación social
- Las sutilezas metafísicas de la mercancía
- ¿Liberar el trabajo? ¡Liberarnos del trabajo!
- Gestión y auto-gestión
▪ Negación de lo que nos niega

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