miércoles, septiembre 19, 2018
Ciudades (T. Heads)
CIUDADES
X las Cabezas Parlantes (Byrne, Wymouth, Harrison, Frantz) ,
con Eno en los “tratamientos” (el tema aparece en el álbum: Miedo a la música,
grabado en 1979 en la casa de Chris F. y Tina W., y editado por Sire el mismo
año).
En vivo en Roma. El camarógrafo parece obsesionarse con
mostrar a Tina Weymouth desde la posterioridad. 1980. ¿Aun un año de alegría colectiva? Aún faltan 4 para 1984.
Adrián Belew en la guitarra con tratamientos varios. Venía
de trabajar con Zappa y King Crimson.
Acá vamos. Siguiendo con la serie canciones sobre ciudades
(antes de eso vimos a The Ex con “soon all cities”, ¿se acuerdan?).
Piensen en Londres,
una ciudad pequeña
Es oscura, oscura de
día
La gente duerme,
duerme de día
Si es que ellos quieren,
si es que quieren
Estoy revisándolas
Me las estoy figurando
Hay cosas buenas y
cosas malas
Encuentra una ciudad
Encuentra una ciudad
para vivir
Hay un montón de ricachones
en Birmingham
Un montón de fantasmas
en un montón de casas
Mira ahí!...Una
fábrica de hielo seco
Un buen lugar para
pensar
Bajando El Paso las
cosas se expanden un buen poco
La gente no tiene idea
de en qué mundo está
Suben al Norte y bajan
de regreso al Sur
Y todavía no tienen
idea del mundo en que viven
Me olvidé de mencionar
Memphis, olvidé mencionar a
Memphis
Hogar de Elvis y los
antiguos griegos
Huelo algo? Huelo comida
casera
Sólo es el río, sólo
es el río.
Etiquetas: 77, anti punk, crítica del urbanismo, poesía
martes, septiembre 18, 2018
Las Rajitas contra Sally Oldfield
Qué enorme placer se deben haber dado las Slits (o "Las Rajitas" como tradujo la TV española cuando "entrevistó" a Palmolive, su baterista de origen español que luego migró a las Raincoats) al poder decirle en su cara a Sally Oldfield (la hermana del aclamado pelotudo de las "Campanas Tubulares".....qué plasta, dios mio) lo que pensaban de ella y su lamentable papel en el espectáculo.
En verdad, como dijo Greil Marcus, el libro de la ex-guitarrista Viv Albertine, es no sólo uno de los mejores libros sobre el punk, sino que uno de los mejores libros en general con que uno se pueda topar en estos tiempos.
“Una de las muchas cosas en que
estamos de acuerdo es en que odiamos los dobles raseros y a la gente falsa.
Todas somos muy claras y contundentes a la hora de expresar nuestro rechazo
frente a cualquier desdichado que se cruce en nuestro camino que no se tome la
vida en serio.
Recuerdo una ocasión en que nos
invitó la televisión holandesa y en el mismo programa participaba la hermana de
Mike Oldfield, Sally. Acababa de sacar un sencillo (“Mirrors”). Sally llevaba
un vestido de aire campesino o gitano y cantaba haciendo gorgoritos con voz
entrecortada, como de niña pequeña. Cuando acabó nos acercamos a ella y le
dijimos que nos parecía una mierda, que lo único que lograba era agravar los
estereotipos y ser un ejemplo perjudicial para las mujeres, que tendría que
meditar muy bien lo que estaba haciendo, la imagen que estaba proyectando y ser
honesta consigo misma. Se echó a llorar. Nosotras hacemos ese tipo de cosas constantemente”.
(Viv Albertine, Ropa, música, chicos. Capítulo 45, Ari Up).
Etiquetas: 77, a desalienar, punk rock
miércoles, septiembre 12, 2018
Postales/Esperma
-Dos postales del 11.
Villa Olímpica. Un sector de la
comunidad recuerda el 11. Hay conversatorios, viejos compañeros que hablan de
la experiencia de los cordones industriales, teatro, niños/as jugando en la cancha
de fútbol. Se exhibe un documental sobre la Villa y las maneras en que sus
vecinos/as apoyaron a personas perseguidas por el Terror estatal, y cómo
algunas de ellas desaparecieron posteriormente en manos de la represión. En una
pequeña feria de publicaciones están los Cuadernos de Negación, varios títulos
de Pukayana, Anarquía & Comunismo. El acto termina hacia las 21, momento en
que se asoman dos pacos en moto para provocar. Nadie los pesca mucho ni les
invita un café.
Caminamos hacia el Estadio
Nacional. El ambiente es totalmente distinto. Hay al menos dos escenarios con esa
fea música sub-Illapu/Sol y Lluvia que tanto gusta a los izquierdistas
culturales y que parece manifiestamente empobrecida comparada con los
estándares de la Nueva Canción de los 60 y 70. Lo mismo su discurso, ¿no?
Uno de los nuestros dice: “no me
gusta esto”. Otra señala: “me recuerda a Jesús y los mercaderes del templo”. En efecto: hay
puestos de venta de todo tipo de simbología izquierdista, banderas rojas e
iconografía allendista junto al pesado olor de los sánguches de potito, pizzas,
bebidas y hasta cerveza en lata.
Dado que vamos con un infante,
queremos mostrarle la parte del Estadio que es un sitio de memoria, pero se
hace casi imposible ingresar en medio de una marea humana que provoca un enorme
calor ídem. Al final el infante se interesa más por los murciélagos que
revolotean capturando polillas en los focos del Estadio.
Nos vamos.
En las paredes de afuera, miembros
de un grupúsculo uniformados con pañuelos rojo y negro están rayando: “Por un
11 anti-imperialista”. Ayayay. O sea, luchando contra el imperialismo siempre
se han apoyado distintos capitalismos nacionales y alianzas inter-clasistas. ¿Para
qué? ¿No bastaría con una posición claramente anticapitalista (y por añadidura
anti-imperialista, antifascista, etc.)?
La noche ya cayó, la gente se va
bajo tierra, entrando al Metro nuevo.
Sensación amarga.
El 11 como resistencia vs. el 11
como espectáculo.
-Bebiendo mi propia esperma. Alvaro Peña, 1977.
Pálido sol...
Etiquetas: a desalienar, Capital/Estado, Chantiago, democracia/dictadura, izquierda del capital, psicogeografía
martes, septiembre 11, 2018
1973/2018: Heridas Abiertas
Una década horrible, o el año 89 como un 68 al revés
(fragmento de un texto sobre Disturbio Menor)
Los 90 fueron
una década horrible. No es que los 80 hayan sido hermosos en ningún caso, pero
por lo menos a partir de 1983 había una fuerte resistencia en contra de la
dictadura, y una generación completa de quinceañeros y veinteañeros se
entregaba a la lucha como mejor podía. En medio de esa oscura y larga noche, a pesar
de los efectos del Terror, lo menos se podría decir que nadie se sentía solo
(como rezaba esa consigna radial, creo que desde radio Moscú, y que Esplendor Geométrico usa en su
impresionantemente alienante e industrial tema “Chile al día”: ‘chileno, no
estás solo’).
Quienes teníamos
2 años para el golpe militar, 12 años para su décimo aniversario -con
Constitución del 80 “aprobada” y crisis económica, que es cuando empezaron las
protestas-, y 19 cuando Pinochet le entregó la cinta tricolor a Aylwin,
cumplimos la mayoría de edad de una vida vivida casi completamente en dictadura,
en medio de una contradicción fundamental: por un lado teníamos el recuerdo directo
y hasta eufórico de los años combativos, pero vivíamos un presente en que el
grueso de los ciudadanos, casi el 100% de los antiguos opositores cacerola en
mano pocos años antes, se habían ido para la casa, a seguir trabajando y
pagando las deudas, dejando la añorada “Democracia” -o lo que de ella se había
alcanzado a “recuperar”- en manos de los profesionales.
La cruel ironía
de que el “Pato” Aylwin, uno de los golpistas más destacados del 73 haya sido el
primer presidente democráticamente elegido después de una larga pausa de 17
años era para llorar. Por lo demás, Pinochet nunca se fue del todo, siguió al
mando del Ejército, para posteriormente y antes de su malogrado viaje a Londres
en 1998, transformarse en Senador vitalicio. Los demócratas más entusiastas
canturreaban alegremente el 6 de octubre en 1988, cuando el peligro parecía
conjurado: “Lo cagamos con un lápiz”. Millones celebraban y abrazaban pacos,
pero unos cuantos miles no teníamos nada que celebrar. Varios de nuestros
compañeros estaban presos. Mientras la continuidad de la dominación capitalista
recobraba su fachada institucional democrática, la sangre aún no paraba de
correr. (Quienes celebran ahora los 30 años del “No” diciendo que el “triunfo”
fue de quienes creían en los métodos democráticos y no de los que apostaban a
la rebelión, pisotean la memoria de toda una generación que se sacrificó en esa
lucha, y practican el peor de los negacionismos. Además ocultan algo que a
estas alturas es claro: a la dictadura no se le “derrotó” en el plebiscito,
sino que sus opositores se unieron a ella transformándola en la democracia
policial que tenemos hoy).
En los 90 ya no
teníamos a Reagan, Thatcher y Pinochet a la cabeza de la dominación, pero acá abajo
en el continente teníamos a Frei II, Fujimori y Menem. Sólo en Chiapas parecía
haber una rebelión, prontamente recuperada y neutralizada en una simpática
“moda zapatista”.
En el país, los
socialistas (aka “socios-listos”) se unificaron…algo impensable pocos años
antes, cuando había una veintena de facciones de PS para todos los gustos
incluyendo pro-rusos, pro-cubanos, “comanches”, “unitarios”, “allendistas”, y
hasta el indisimuladamente pinochetista “PS chileno”, crearon un aparato
instrumental (el Partido Por la Democracia, supuestamente provisorio pero como
todo buen negocio sigue ahí vivito y coleando en el charco de la política profesional),
se aliaron con los Demócrata-Cristianos, y junto con RN y la UDI (¿alguien se
acuerda de Avanzada Nacional? Era la derecha más fascista y sanguinolenta, y
llevaron a Alvaro Corbalán de candidato en las primeras elecciones que hubo. Es
la tendencia que hoy en día reflota con KKKast y sectas social-patriotas) se
dedicaron a adoptar todo tipo de acuerdos para seguir transitando juntos de ahí
adelante los senderos del progreso, acuerdos que como la reforma constitucional
de 1989 salvaron en lo esencial el modelo neoliberal, con leves ajustes, con su
Constitución y Ley Antiterrorista incluida, y para qué hablar de la legislación
laboral.
Los “comunistas”
de partido, adaptándose a duras penas al fracaso de su “rebelión popular” y la
caída del Capitalismo oriental de Estado, llamaban a su vez a no hacer olitas,
y en contra todos los “ultrones” descontentos con la salida electoral -que aún
abundaban pero iban en caída libre-, se invocaba el cuco del posible retorno de
los milicos, para justificar no hacer una oposición de izquierda a un Gobierno
concertacionista aún con pánico escénico frente a maniobras tales como los “ejercicios
de enlace”, la versión chilensis de los “carapintadas”, que amenazaban con
vulnerar a la joven y miedosa democracia.
Al FPMR
(Autónomo), MIR y MAPU Lautaro se les persiguió, encarceló y asesinó. El
aparato represivo seguía siendo el mismo (tal como no hubo que cambiar ninguna
ley ni muchos mandos medios para maximizar la represión en 1973, que ya había
ensayado en 1971 con la masacre de la Vanguardia Organizada del Pueblo,
operación de exterminio encargada a Pinochet en coordinación con destacados
cuadros de la UP), y cuando la joven y temerosa mierdocracia acudió de nuevo al
crimen de Estado… todo el Estado se cuadró con ella y hasta la felicitó.
Basta con
considerar entre esos eventos de la guerra sucia conducida por la Concertación
y su siniestra “Oficina” la Masacre del Faro de Apoquindo, cuando persiguiendo
a lautaristas la policía uniformada acribilló una micro entera, suceso al que
según entiendo se refieren los Fiskales Ad
Hok (un nombre bastante ochentero) en su canción “Eugenia”; el asesinato de
Ariel Antonioletti, impulsado por un importante cuadro del PS; la ejecución
televisada de los frentistas Alex Muñoz y Fabián López, en las cercanías de
Diagonal Oriente, a la que se refieren los Políticos
Muertos (excelente concepto pues no distingue si se trata de políticos de
derecha o de izquierda) en “Tarde de perros”. Esos crímenes de Estado no eran
muy diferentes a ejecuciones como la de Marcelo Barrios -el más carismático de
los líderes juveniles socialistas de mi Liceo en Punta Arenas, acribillado con
a lo menos 140 balazos en los cerros de Valparaíso poco después de cumplir 21
años-, y la de Jécar Neghme con 21 tiros en la cabeza en pleno centro de
Santiago, ambas ocurridas en los últimos meses de la dictadura el año 89: el 68
al revés. A diferencia de los 70 y 80, en que los crímenes de estado generaban
al menos la indignación pasiva de la izquierda y gran parte de la población,
ahora la reacción oficial era una sola, uniendo a las antiguas derecha e
izquierda en su aprobación y en medio de la indiferencia social general.
Esas canciones
que acabo de referir son referentes importantes, pues revelan que en esos años
los trovadores del Canto Nuevo ya eran una mera curiosidad, un mero folclorismo
de una era previa, y fueron bandas de rock/punk quienes empezaron a plasmar la nueva
realidad en canciones. La policía también se dio cuenta del cambio, y a partir
de las protestas masivas con alta presencia punk rocker con motivo del Quinto
Centenario, en 1992, ya se concentraban en golpear y detener a quienes
expresaban esta nueva estética, dejando en paz a los chascones con morrales e
indumentaria propia de los artesas de la década anterior. En 1993 fue aún más
simple para la policía: siguiendo a un contundente grupo de alrededor de 50
jóvenes con estética punk, que frente al Círculo español practicó el vandalismo
comparado con gran energía y poder de destrucción, logró rápidamente detener a
más de la mitad de ello, incluyendo a la mitad de lo que luego pasaría a ser Disturbio Menor.
Una pequeña aldea
poblada por irreductibles adolescentes no se sumó jamás a esa comparsa
democrática, y siguió reivindicando lo mejor de la generación de los 80, pero
ya sin ninguna ilusión en los partidos de izquierda, en ninguna “toma del
poder”, y tampoco en el modelo de los llamados “socialismos reales” (en
realidad, capitalismos estatales con bandera roja) que por esos años se fueron
a la mierda junto con el Muro de Berlín (¿alguien se acuerda? Roger Waters
celebró el hecho junto a Scorpions,
Cindy Lauper, Bryan Adams y varios millonarios más).
Y cuando esa
franja juvenil creía que no tenía nada, de repente se dio cuenta de que tenía
lo que en verdad importaba: su independencia mental, su resistencia consciente
a un cada vez más amplio y complejo sistema de dominación, y que entre la actividad de todos se iba armando un
ingrediente social y cultural nuevo que pasaba a definir y unificar ese estado
mental. A ese algo lo conocimos a partir de cierto momento como PUNK. (Y creo
que en tanto ideario práctico está muy bien representado en el texto de la
canción “No soy cómplice”, que era toda una declaración de principios en la
línea de que lo personal es político y
viceversa).
Etiquetas: democracia/dictadura, hardcore punk, tampoco los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza
viernes, septiembre 07, 2018
Servando Huanca y la rebelión (otro fragmento de "El Tungsteno" de César Vallejo)/Colectivo No, "Mar de Jeruzalem"
-Nuevo artefacto del Colectivo No. Creo recordar que esto se grabó para el lanzamiento de un libro del Moro Maxwell, durante un caluroso viernes del verano pasado. Abundaban las latas de cerveza. Y el ruido.
-Otro fragmento de El Tungsteno (C. Vallejo):
-Otro fragmento de El Tungsteno (C. Vallejo):
¿Quién era, pues, ese hombre?
Era Servando Huanca, el herrero.
Nacido en las montañas del Norte, a las orillas del Marañón, vivía en Colca
desde hacía unos dos años solamente. Una
singular existencia llevaba. Ni mujer ni parientes. Ni diversiones ni
muchos amigos. Solitario más bien, se encerraba todo el tiempo en torno a su
forja, cocinándose él mismo. Era un tipo de indio puro: salientes pómulos,
cobrizo, ojos pequeños, hundidos y brillantes, pelo lacio y negro, talla
mediana y una expresión recogida y casi taciturna. Tenía unos treinta años. Fue
uno de los primeros entre los curiosos que habían rodeado a los gendarmes y los
yanacones. Fue el primero asimismo que gritó a favor de estos últimos ante la Subprefectura.
Los demás habían tenido miedo de intervenir contra ese abuso. Servando Huanca
los alentó, haciéndose él guía y animador del movimiento.
Otras veces ya, cuando vivió en
el valle azucarero de Chicama, trabajando como mecánico, fue testigo y actor de
parecidas jornadas del pueblo contra los crímenes de los mandones. Estos
antecedentes y una dura experiencia que, como obrero, había recogido en los
diversos centros industriales por los que, para ganarse la vida, hubo pasado, encendieron
en él un dolor y una cólera crecientes contra la injusticia de los hombres.
Huanca sentía que en ese dolor y en esa cólera no entraban sus intereses
personales sino en poca medida.
Personalmente, él, Huanca, había
sufrido muy raras veces los abusos de los de arriba. En cambio, los que él vio
cometerse diariamente contra otros trabajadores y otros indios miserables,
fueron inauditos e innumerables. Servando Huanca se dolía, pues, y rabiaba, más
por solidaridad o, si se quiere, por humanidad, contra los mandones
-autoridades o patrones- que por causa propia y personal. También se dio cuenta
de esta esencia solidaria y colectiva de su dolor contra la injusticia, por
haberla descubierto también en los otros trabajadores cuando se trataba de
abusos y delitos perpetrados en la persona de los demás. Por último, Servando
Huanca llegó a unirse algunas veces con sus compañeros de trabajo y de dolor,
en pequeñas asociaciones o sindicatos rudimentarios, y allí le dieron
periódicos y folletos en que leyó tópicos y cuestiones relacionadas con esa
injusticia que él conocía y con los modos que deben emplear los que la sufren,
para luchar contra ella y hacerla desaparecer del mundo.
Era un convencido de
que había que protestar siempre y con energía contra la injusticia, dondequiera
que esta se manifieste. Desde entonces, su espíritu, reconcentrado y herido,
rumiaba día y noche estas ideas y esta voluntad de rebelión.
¿Poseía ya Servando Huanca una
conciencia clasista? ¿Se daba cuenta de ello? Su sola táctica de lucha se
reducía a dos cosas muy simples: unión de los que sufren las injusticias
sociales y acción práctica de masas.
—¿Quién es usted? -le preguntó
enfadado el subprefecto Luna a Huanca, al verle entrar a su despacho,
introducido por el alcalde Parga.
—Es el herrero Huanca -respondió
Parga, calmando al subprefecto-.
¡Déjelo! ¡Déjelo! ¡No importa!
Quiere ver a los conscriptos, que dice que están muertos, y que es un abuso...
Luna le interrumpió,
dirigiéndose, exasperado, a Huanca:
—¡Qué abuso ni abuso, miserable!
¡Cholo bruto! ¡Fuera de aquí!
—¡No importa, señor subprefecto!
-volvió a interceder el alcalde-. ¡Déjelo! ¡Le ruego que le deje! ¡Quiere ver
lo que tienen los conscriptos! ¡Que los vea! ¡Ahí están! ¡Que los vea!
—¡Sí, señor subprefecto! -añadió
con serenidad el herrero-. ¡El pueblo lo pide! Yo vengo enviado por la gente
que está afuera. El médico Riaño, tocado en su liberalismo, intervino:
—Muy bien -dijo a Huanca
ceremoniosamente-. Está usted en su derecho, desde que el pueblo lo pide.
¡Señor subprefecto! -dijo, volviéndose a Luna en tono protocolar-. Yo creo que
este hombre puede seguir aquí. No nos incomoda de ninguna manera. La sesión de
la Junta Conscriptora puede, a mi juicio, continuar. Vamos a examinar el caso
de estos "enrolados"...
—Así me parece -dijo el alcalde-.
Vamos, señor subprefecto, ganando tiempo. Yo tengo que hacer...
El subprefecto meditó un instante
y volvió a mirar al juez y al gamonal Iglesias, y, luego, asintió.
—Bueno -dijo-. La sesión de la
Junta Conscriptora Militar continúa.
Cada cual volvió a ocupar su
puesto. A un extremo del despacho, estaban Isidoro Yépez y Braulio Conchucos,
escoltados por dos gendarmes y sujetos siempre de la cintura por un lazo. Los
dos gendarmes mostraban una lividez mortal. Miraban con ojos lejanos y con una
indiferencia calofriante y vecina de la muerte, cuanto sucedía en torno de
ellos. Braulio Conchucos estaba muyagotado. Respiraba con dificultad. Sus
miembros le temblaban. La cabeza se le doblaba como la de un moribundo. Por
momentos se desplomaba, y habría caído, de no estar sostenido casi en peso por
el guardia.
Junto a los yanacones se pasó
Servando Huanca, el sombrero en la mano, conmovido, pero firme y tranquilo.
Al sentarse todos los miembros de
la Junta Conscriptora Militar, llegó de la plaza un vocerío ensordecedor. El
cordón de gendarmes, apostado a la puerta, respondió a la multitud con una
tempestad de insultos y amenazas. El sargento saltó a la vereda y esgrimió su
espada con todas sus fuerzas sobre las primeras filas de la muchedumbre.
—¡Carajo! -aullaba de rabia-.
¡Atrás! ¡Atrás! ¡Atrás!
El subprefecto Luna ordenó en un
gruñido:
—¡Sargento! ¡Imponga usted el
orden, cueste lo que cueste! ¡Yo se lo autorizo!...
Un largo sollozo estalló a la
puerta. Eran las tres indias, abuela, madre y hermana de Isidoro Yépez, que
pedían de rodillas, con las manos juntas, se les dejase entrar. Los gendarmes
las rechazaban con los pies y las culatas de sus rifles.
El subprefecto Luna, que presidía
la sesión, dijo:
—Y bien, señores. Como ustedes
ven, la fuerza acaba de traer a dos "enrolados" de Guacapongo. Vamos,
pues, a proceder, conforme a la ley, a examinar el caso de estos hombres, a fin
de declararlos expeditos para marchar a la capital del departamento, en el
próximo contingente de sangre de la provincia. En primer lugar, lea usted,
señor secretario, lo que dice la Ley de Servicio Militar Obligatorio, acerca de
los "enrolados'. El secretario Boado leyó en un folleto verde:
"Título Cuarto.- De los
enrolados. -Artículo 46: Los peruanos comprendidos entre la edad de diecinueve
y veintidós años, y que no cumpliesen el deber de inscribirse en el registro
del Servicio Militar Obligatorio de la zona respectiva, serán considerados como
"enrolados".
-Artículo 47: Los
"enrolados" serán perseguidos y obligados por la fuerza a prestar su
servicio militar, inmediatamente de ser capturados y sin que puedan interponer
o hacer valer ninguno de los derechos, excepciones o circunstancias atenuantes
acordadas a los conscriptos en general y contenidas en el artículo 29, título
segundo de esta Ley. -Artículo 48:...".
—Basta -interrumpió con énfasis
el juez Ortega-. Yo opino que es inútil la lectura del resto de la Ley, puesto
que todos los señores miembros de la Junta la conocen perfectamente. Pido al
señor secretario abra el registro militar, a fin de ver si allí figuran los
nombres de estos hombres.
—Un momento, doctor Ortega
-argumentó el alcalde Parga-. Convendrá saber antes la edad de los
"enrolados".
—Sí -asintió el subprefecto-. A
ver... -añadió, dirigiéndose paternalmente a Isidoro Yépez-. ¿Cuántos años
tienes tú? ¿Cómo te llamas, en primer lugar?
Isidoro Yépez pareció volver de
un sueño, y respondió con voz débil y amedrentada:
—Me llamo Isidoro Yépez, taita.
—¿Cuántos años tienes?
—Yo no sé, pues, taita. Veinte o
veinticuatro, quién sabe, taita...
—¿Cómo "no sé"? ¿Qué es
eso de "no sé"? ¡Vamos! ¿Di, cuántos años tienes? ¡Habla! ¡Di la
verdad!
—No lo sabe ni él mismo -dijo con
piedad y asqueado el doctor Riaño-. Son unos ignorantes. No insista usted,
señor subprefecto.
—Bueno -continuó Luna,
dirigiéndose a Yépez-. ¿Estás inscrito en el Registro Militar?
El yanacón abrió más los ojos,
tratando de comprender lo que le decía Luna, y respondió maquinalmente:
—Escriptu, pues, taita, en tus
escritus.
El subprefecto renovó su
pregunta, golpeando la voz:
—¡Animal! ¿No entiendes lo que te
digo? Dime si estás inscrito en el Registro Militar.
Entonces Servando Huanca
intervino:
—¡Señores! -dijo el herrero con
calma y energía-. Este hombre (se refería a Yépez) es un pobre indígena
ignorante. Ustedes están viéndolo. Es un analfabeto. Un inconsciente. Un
desgraciado. Ignora cuántos años tiene. Ignora si está o no inscrito en el
Registro Militar. Ignora todo, todo. ¿Cómo, pues, se le va a tomar como
"enrolado", cuando nadie le ha dicho nunca que debía inscribirse, ni
tiene noticia de nada, ni sabe lo que es registro ni servicio militar
obligatorio, ni patria, ni Estado, ni Gobierno?...
—¡Silencio! -gritó colérico el
juez Ortega, interrumpiendo a Huanca y poniéndose de pie violentamente-. ¡Basta
de tolerancias!
En ese momento, Braulio Conchucos
estiró el cuerpo y, tras de unas convulsiones y de un breve colapso,
súbitamente se quedó inmóvil en los brazos del gendarme. El doctor Riaño
acudió, le animó ligeramente y dijo con un gran desparpajo profesional:
—Está muerto. Está muerto.
Braulio Conchucos cayó lentamente
al suelo.
Servando Huanca dio entonces un
salto a la calle entre los gendarmes, lanzando gritos salvajes, roncos de ira,
sobre la multitud:
—¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Un
muerto! ¡Lo han matado los soldados! ¡Abajo el subprefecto! ¡Abajo las
autoridades! ¡Viva el pueblo! ¡Viva el pueblo!
Un espasmo de unánime ira
atravesó de golpe a la muchedumbre.
—¡Abajo los asesinos! ¡Mueran los
criminales! -aullaba el pueblo-. ¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Un muerto!
La confusión, el espanto y la
refriega fueron instantáneos. Un choque inmenso se produjo entre el pueblo y la
gendarmería. Se oyó claramente la voz del subprefecto, que ordenaba a los
gendarmes:
—¡Fuego! ¡Sargento! ¡Fuego!
¡Fuego!...
La descarga de fusilería sobre el
pueblo fue cerrada, larga, encarnizada. El pueblo, desarmado y sorprendido,
contestó y se defendió a pedradas e invadió el despacho de la Subprefectura. La
mayoría huyó, despavorida. Aquí y allí cayeron muchos muertos y heridos. Una
gran polvareda se produjo. El cierre de las puertas fue instantáneo. Luego, la
descarga se hizo rala, y luego, más espaciada.
Todo no duró sino unos cuantos
segundos. Al fin de la borrasca, los gendarmes quedaron dueños de la ciudad.
Recorrían enfurecidos la plaza, echando siempre bala al azar. Aparte de ellos,
la plaza quedó abandonada y como un desierto. Solo la sembraban de trecho en
trecho los heridos y los cadáveres. Bajo el radiante y alegre sol de mediodía,
el aire de Colca, diáfano y azul, se saturó de sangre y de tragedia. Unos
gallinazos revolotearon sobre el techo de la Iglesia.
El médico Riaño y el gamonal
Iglesias salieron de una bodega de licores.
Poco a poco fue poblándose de
nuevo la plaza de curiosos. José Marino buscaba a su hermano angustiosamente.
Otros indagaban por la suerte de distintas personas. Se preguntó con ansiedad
por el subprefecto, por el juez y por el alcalde. Un instante después, los
tres, Luna, Ortega y Parga, surgían entre la multitud. Las puertas de las casas
y las tiendas volvieron a abrirse. Un murmullo doloroso llenaba la plaza. En
torno a cada herido y a cada cadáver se formó un tumulto. Aunque el choque
había ya terminado, los gendarmes y, señaladamente, el sargento, seguían disparando
sus rifles. Autoridades y soldados se mostraban poseídos de una ira
desenfrenada y furiosa, dando voces y gritos vengativos. De entre la multitud,
se destacaban algunos comerciantes, pequeños propietarios, artesanos,
funcionarios y gamonales –el viejo Iglesias a la cabeza de estos-, y se
dirigían al sub-prefecto y demás autoridades, protestando en voz alta contra el
levantamiento del populacho y ofreciéndoles una adhesión y un apoyo decididos e
incondicionales para restablecer el orden público.
—Han sido los indios, de puro
brutos, de puro salvajes –exclamaba indignada la pequeña burguesía de Colca.
—Pero alguien los ha empujado
-replicaban otros-. La plebe es estúpida, y no se mueve nunca por sí sola.
El subprefecto dispuso que se
recogiese a los muertos y a los heridos y que se formase inmediatamente una
guardia urbana nacional de todos los ciudadanos conscientes de sus deberes
cívicos, a fin de recorrer la población en compañía de la fuerza armada y
restablecer las garantías ciudadanas. Así fue. A la cabeza de este doble
ejército iban el subprefecto Luna, el alcalde Parga, el juez Ortega, el médico
Riaño, el hacendado Iglesias, los hermanos Marino, el secretario subprefectural
Boado, el párroco Velarde, los jueces de paz, el preceptor, los concejales, el
gobernador y el sargento de la gendarmería.
En esta incursión por todas las
calles y arrabales de Colca, la gendarmería realizó numerosos prisioneros de
hombres y mujeres del pueblo. El subprefecto y su comitiva penetraban en las viviendas
populares, de grado o a la fuerza, y, según los casos, apresaban a quienes se
suponía haber participado, en tal o cual forma, en el levantamiento. Las
autoridades y la pequeña burguesía hacían responsable de lo sucedido al bajo
pueblo, es decir, a los indios. Una represión feroz e implacable se inició
contra las clases populares.
Además de los gendarmes, se armó
de rifles y carabinas un considerable sector de ciudadanos y, en general, todos
los acompañantes del subprefecto llevaban, con razón o sin ella, sus
revólveres. De esta manera, ningún indio sindicado en el levantamiento pudo
escapar al castigo. Se desfondaba de un culatazo una puerta, cuyos habitantes
huían despavoridos. Los buscaban y perseguían entonces revólver en mano, por
los techos, bajo las barbacoas y cuyeros, en los terrados, bajo los albañales.
Los alcanzaban, al fin, muertos o vivos. Desde la una de la tarde, en que se
produjo el tiroteo, hasta media noche, se siguió disparando sobre el pueblo sin
cesar. Los más encarnizados en la represión fueron el juez Ortega y el cura
Velarde.
—Aquí, señor subprefecto
-rezongaba rencorosamente el párroco-; aquí no cabe sino mano de hierro. Si
usted no lo hace así, la indiada puede volver a reunirse esta noche y
apoderarse de Colca, saqueando, robando, matando...
A las doce de la noche, el Estado
Mayor de la guardia urbana, y a la cabeza de él el subprefecto Luna, estaba
concentrado en los salones del Concejo Municipal. Después de un cambio de ideas
entre los principales personajes allí reunidos, se acordó comunicar por
telégrafo lo sucedido a la Prefectura del Departamento. El comunicado fue así
concebido y redactado: "Prefecto. Cusco.- Hoy una tarde, durante
sesión Junta Conscriptora Militar provincia, fue asaltada bala y piedras
Subprefectura por populacho amotinado y armado. Gendarmería restableció orden
respetando vida intereses ciudadanos. Doce muertos y dieciocho heridos y dos
gendarmes con lesiones graves. Investigo causas y fines asonada. Acompáñanme
todas clases sociales, autoridades, pueblo entero. Tranquilidad completa.
Comunicaré resultado investigaciones proceso judicial sanción y castigo
responsables triste acontecimiento. Pormenores correo. (Firmado). Subprefecto
Luna".
Después, el alcalde Parga ofreció
una copa de coñac a los circunstantes, pronunciando un breve discurso.
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