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jueves, enero 26, 2023

Cuando las feministas alemanas se pitearon a Teddy Adorno 

 Había escuchado algunas versiones sobre este acontecimiento ocurrido en 1969, pero no en el nivel de detalle que da Manuel Sacristán. Lo que yo había escuchado era que las feministas en topless boicotearon su clase diciendo "la institución Adorno ha muerto". La versión de Sacristán enfatiza en el juego de palabras entre Theodor Adorno, alias "Teddy", y "Teddy bear": osito de peluche.

Los dejo con el relato compilado por Salvador López Arnal dentro de una Antología de Sacristán sobre la Escuela de Frankfurt, disponible en rebelion.org :


Manuel Sacristán sobre Adorno y Horkheimer

En «Sobre Lukács» (en M. Sacristán, Seis conferencias, op. cit), a propósito de un comentario a la crítica de Gyorgy Lukács del utopismo irracionalista, Sacristán hizo un comentario sobre Th. W. Adorno, a quien tradujo y de quien siempre admiró su estilo intelectual y su inmensa erudición marxiana. Señalo que Lukács, en El asalto a la razón, había criticado la ideología de los pensadores, supuestamente de izquierda, que practicaban el pesimismo histórico. En su opinión, el filósofo húngaro se estaba refiriendo claramente a Adorno. A lo que añadió:


«Otro de esos pensadores de contrabando que mucha gente que se cree de izquierda lo tiene como autor de cabecera y de izquierda no tiene nada, más que el saberse a Marx, se sabe a Marx muy bien. Adorno se sabía a Marx así… Yo muchas veces he admirado como se sabía Adorno a Marx. Sólo que, como Gramsci dijo muy bien, según se lea El Capital puede ser un libro de cabecera de burgueses, como ocurrió en la Rusia anterior a la revolución y ése es el caso de Adorno manifiestamente. No digo en su juventud; en su juventud, Adorno era un marxista idealista, por así decirlo, pero con muchos elementos de marxismo. Después de su largo exilio en Estados Unidos, porque era judío y tuvo que huir de Alemania, cuando volvió, era un conservador.


Cuando el 68, sus estudiantes -entre otros, individuos de tanto talento como Dutschke, Hermann Ckark, que fue uno que se mató en un accidente de automóvil, en el 68 mismo, corriendo de Hamburgo a Berlín a una manifestación se pegó un trastazo que murió en las puertas de Berlín-, cuando estos estudiantes de Adorno decidieron que había llegado el momento de hacer algo, de hacer algo en la práctica, Adorno -y disculpar este paréntesis pero es que vale la pena porque son cosas importantes no sólo para la historia de Europa, sino también para las precauciones ideológicas que debe tener uno- contestó que la revolución nunca, que de ninguna manera la revolución. Como ellos insistieron se marchó a su casa, volvió al cabo de un par de semanas, confiando en que ya no estarían los revolucionarios, los cuales no estaban, pero estaban las chicas feministas que se habían quedado. Entonces las chicas feministas le hicieron un espectáculo terrible, bastante cruel. Adorno, no sé si habéis visto una figura suya, era un hombre gordo, bajito, casi redondito, muy… así, muy blandito, un poco fofo, entonces las chicas se desnudaron de cintura para arriba y empezaron a decir «Adorno es un oso de peluche», que era una burla muy cruel, muy terrible. El hombre se marchó desesperado a su casa y murió 48 horas después…Yo creo que murió de muerte psíquica.


Las muertes psíquicas son más frecuentes de lo que podéis pensar siendo jóvenes. Este hombre se encontró con que lo que era la raíz de su vida, que era un enorme prestigio entre los estudiantes de izquierda, se hundió de la noche a la mañana, cuando se encontró con la práctica, cuando no bastaba con decir frases muy críticas de la cultura burguesa mientras se recibía dineros de la fundación ésta y de la fundación otra, y perdonad la brutalidad con que hablo. Hablar mucho contra la cultura burguesa mientras estaba sirviendo a la economía burguesa y a la política burguesa. Su maestro y colega Horkheimer era consejero personal de Adenauer y resulta que ahora me lo presentan como marxista. Y [la editorial] Taurus lo publica como un gran marxista muy importante. Ese sí que no era dogmático, ¡qué iba a ser dogmático! Era todo lo contrario claro, era un consejero personal de Adenauer. Menos dogmático que eso…».



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martes, enero 24, 2023

PERÚ ARDE: UNA COLUMNA Y UNA ENTREVISTA EN VIDEO 

 


1.- Perú, movimiento popular destituyente

Luis Hernández Navarro (La Jornada)

El sur de Perú arde. Coléricos por la usurpación de la voluntad popular y la represión gubernamental, manifestantes incendiaron bancos en Yunguyo, departamento de Puno. Lo mismo hicieron en la comisaría de policía de Triunfo, Arequipa. En el campamento de la empresa Antapaccay, en Cuzco, la población saqueó bienes de la empresa e incendió instalaciones. También la lumbre ha quemado canales de televisión y residencias de políticos en otras ciudades.

La lista de las protestas documentadas es interminable. La mayoría son pacíficas, lo que no evita que la violencia policiaca se cebe en su contra. De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, el 22 de enero fueron bloqueados 78 puntos, en 23 provincias. (shorturl.at/nACDR). Entre otras acciones, se han llevado a cabo tomas de aeropuertos, piquetes carreteros, de puentes y de redes ferroviarias; intentos por ocupar el cuartel en el distrito de Llave. Según las autoridades, se han producido 14 ataques contra sedes judiciales y siete incendios de sus edificios, así como, 34 protestas contra comisarías, cuatro de las cuales fueron convertidas en hogueras. Y, por supuesto, la multitudinaria ocupación de Lima.

La ira popular se desborda en múltiples regiones. Congresistas, como la fujimorista Tania Tajamarca, son expulsados a pedradas al regresar a sus demarcaciones. Pero el enojo ciudadano no distingue partidos políticos. “¿Está contenta con los resultados, señora Susel? ¿Qué se siente irse todos los días a dormir con 52 muertos?”, reclamó una mujer a la parlamentaria Susel Paredes, activista LGTB.

Las piras no han sido prendidas por pequeños grupos radicales. Son, junto con los bloqueos de las vías de comunicación, los choques con la policía y la toma de oficinas públicas, obra de la sublevación popular en curso. Se trata de una moderna Fuente Ovejuna que crece más allá de partidos, alimentada por rondas campesinas, grupos populares que tienen el territorio como identidad, pequeños comerciantes, maestros, comunidades indígenas, transportistas, gremios y grupos estudiantiles. Es el retorno de Las Cuatro Regiones Juntas (el Tawantinsuyo, en quechua).

El heterogéneo y diverso movimiento popular que se desplaza por el país como el magma de un volcán no reivindica demandas particulares. Los protagonistas han hecho a un lado sus planteamientos específicos. Son, de entrada, un poder destituyente del viejo régimen político, que exige la renuncia del gobierno usurpador de facto, de su presidenta Dina Boluarte y del Congreso. Sin formularlo así, sostiene una especie de “¡que se vayan todos!” Reclama nuevas elecciones y un refrendo sobre una Constituyente, además de la liberación de Pedro Castillo. El más reciente sondeo del Instituto de Estudios Peruanos indica que 69 por ciento de los consultados está de acuerdo en convocar a una Asamblea Constituyente para cambiar la Constitución.

En un país estructuralmente racista y clasista, como Perú, con la oligarquía limeña enseñoreada con las provincias, un enorme ejército de trabajadores precarios, la subrogación sistemática de obras y servicios y la persecución política endémica de los luchadores sociales, la revuelta popular en curso se alimenta también de viejos agravios, que hoy emergen a flor de piel. Alimentada por la ira y el resentimiento social, es un movimiento por la dignidad, formulado en clave política.

El Estado peruano, ha escrito Héctor Béjar, una de las grades referencias intelectuales ético-políticas de esa nación, es un “barco lleno de agujeros, que navega sin brújula y sin capitán. Los capitanes son fugaces. Llegan pensando qué se van a llevar. Es un Estado en situación de discapacidad, en el que no puede hacer nada, porque todo tiene que ser contratado con empresas privadas” (https://rb.gy/bzkmer). Un Estado, que es una potencia en la producción de cobre y que, sin embargo, no ha podido evitar que 41 grandes contratos mineros estén paralizados por la resistencia de las comunidades, ni tiene la fuerza para comenzar a renegociar los pactos firmados por Fujimori que terminan este 2023.

El movimiento tiene fecha de arranque (7 de diciembre), pero no se avizora su final. Sorprende su permanencia, a pesar de la salvaje represión del gobierno de facto cívico-militar, que ha declarado la suspensión de las garantías constitucionales y asesinado a más de 60 personas; su avance por oleadas; su inteligencia para replegarse en las fiestas navideñas y rebrotar con más vigor y capacidad de convocatoria al terminar éstas; su potencia para reditar una nueva “Marcha de los Cuatro Suyos”, similar a la que en 2000 marcó el inicio del fin de la dictadura de Fujimori, mientras controla el sur del país; las redes de solidaridad que lo alimentan, hospedan, abastecen de agua, transportan, curan y protegen.

Con sus propias especificidades, la sublevación destituyente peruana se suma al ciclo de movilizaciones populares desde abajo que se han sacudido en los últimos años a Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia. Como lo muestran estas experiencias sudamericanas, su desenlace es incierto. La historia no avanza en línea recta.

El gran capital minero trasnacional demanda estabilidad y garantías para sus inversiones y hará valer todos sus recursos e influencias para mantenerlos. Aunque la decisión de reprimir la insubordinación popular tiene amplio consenso en la derecha peruana, el gobierno usurpador de Boluarte es inviable a mediano plazo. Sin embargo, la magnitud de la magnitud de la violencia contra los sublevados puede ahogar a sangre y fuego, en el corto plazo, este empuje destituyente del Perú de abajo. El pueblo peruano se ha convertido en sujeto de su propio destino. ¡Toda la solidaridad a su epopeya!

Twitter: @lhan55

2.- De golpe a genocidio, están matando al pueblo de Perú: entrevista a Lourdes Huanca, dirigente peruana

Elena Rusca (El Clarín) VER ACÁ

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lunes, enero 23, 2023

"Abajo la Constitución. No más Códigos ni Leyes" 


 

A este encuentro del día de hoy con la compañera Alma de la región mexicana le pusimos el título de una consigna que alguna vez pillé en un periódico anarquista local de fines del siglo XIX, y que fue re-difundida inmediatamente por el período Comunismo Difuso hacia el año 2009.

No podíamos vaticinar en ese momento que lo que llamamos "la insurrección que esta faltando", y que luego llegó, con la previa del 2011 y el reventón del 2019, iba a ser neutralizada con la ilusión constituyente, a la cual se plegaron muchísimos anarquistas con diversos argumentos (correr el cerco, voto antifascista, mal menor, etc.). 

De todo eso pienso hablar hoy. Por mientras, rescaté este Prólogo a un libro de un compañero/colega venezolano que finalmente no pudo ser editado en papel.

Lo dejo como aperitivo.


“ABAJO LA CONSTITUCIÓN: NO MÁS CÓDIGOS NI LEYES”

Prólogo para el libro de Rodolfo Montes de Oca “Civis Seditious-Textos jurídicos de un abogado heterodoxo”.

1.-Recuerdo que hacia principios de la década del 90, en el recién reestrenado ambiente anarquista metropolitano, a no pocas personas les llamaba la atención que existiera un grupo de estudiantes anarquistas en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. El colectivo se llamaba “cadáver exquisito”, en homenaje a una técnica surrealista de escritura colectiva, porque curiosamente todos los integrantes, que proveníamos de diversas expresiones del marxismo local de los años 80, nos habíamos “anarquizado” no por la lectura de ningún clásico, sino que por la influencia de Antonin Artaud, sobre todo de su “Carta a los poderes”, en la muy estimulante edición argentina de Argonauta (y luego, la mayor influencia para muchos fue Evaristo y la Polla Records: en la época de la dictadura,  pese a todas las prohibiciones, circulaba profusamente toda clase de literatura marxista-leninista, pero ni en los 80 ni hasta ese entonces nadie había visto jamás libro alguno de Bakunin).

En todo el ambiente libertario de ese entonces se entendía, como pareciera obvio, que Derecho es igual a Ley, y Ley es igual a Estado y Orden -que además no es cualquier orden sino que el de esta sociedad burguesa-, y que por ende nada tenía que ver nuestra bella y querida Acracia con el estudio de la horrible disciplina jurídica, estudiada por quienes luego inevitablemente tendrían que ejercer su profesión como horribles leguleyos, desde las mismísimas entrañas de la bestia estatal y capitalista: los tribunales de “Justicia”.

La idea de un “abogado anarquista” puede resultar a simple vista tan chocante como la del “banquero anarquista” de Pessoa, y la prueba de eso es que se pueden contar con los dedos de una mano:

-Desde Italia, a fines del siglo XIX, el compañero Pietro Gori, famoso por sus brillantes defensas de anarquistas criminalizados por el Estado, pero que al menos en su aporte “criminológico” manifestado tanto en clases en la Universidad de Buenos Aires durante su exilio argentino, y en la publicación de la revista “Criminología moderna” parece no diferenciarse mucho de las pretensiones científicas de dicha disciplina en esos tiempos, de Lombroso a J. Ingenieros.

-Desde España, también a fines del siglo XIX, don Pedro Dorado Montero, que publicaba frecuentemente en las revistas anarquistas de su tiempo, como La Revista Blanca, firmando como P. Dorado, y a quien incluso los cuadernillos de la publicación Etcétera-Correspondencia de la guerra social han homenajeado en el número 69 de su colección mínimas con una valiosa selección de textos breves, más el índice de un interesante libro llamado “Valor social de leyes y autoridades”…

¿Alguien más? No recuerdo más.

No en vano a principios de los 70, en la ciudad francesa de Tolosa, futuros miembros del Movimiento Ibérico de Liberación (el 1000) trataron de incendiar la facultad de derecho por considerar que era “un nido de fascistas”…Siendo optimistas, creo que por cada uno o dos “abogados libertarios” (que suena menos tremendista y contradictorio que “abogados anarquistas”) esas facultades deben producir a lo menos un millón de abogados fascistas y varios millares de socialdemócratas.

2.-Ante esa avalancha de crítica y escepticismo más o menos justificado sobre quienes ejercemos este oficio, mi respuesta siempre fue la misma: En comparación a los juristas, ¿son acaso “mejores” o más “inocentes” los profesores (y por añadidura los estudiantes de pedagogías varias)? Creo que no: de entrada, los abogados entramos en contacto directo con una proporción más o menos minoritaria de la población general, no así quienes moldean la mente y el cuerpo de toda la infancia del mundo día tras día, año tras año, dentro y fuera de las salas de clases. ¡Y qué decir de ingenieros, médicos, etc.! Como dirían los Sex Pistols: ¡nadie es inocente!, o en términos más filosóficos y hegelianos: “Inocentes, las piedras”.

Pero aunque la pedagogía evoca una serie de imágenes que para los libertarios son unívocamente detestables: la palmeta –instrumento de tortura sutilmente diseñado para causar un buen nivel de dolor a las manos y nalgas de quienes recibían su golpe, mediante agujeros que impedían que el aire opusiera resistencia a tan bella herramienta de madera-; la letra que con sangre entra; el Silabario hispanoamericano que al enseñarnos el pra-pre-pri-pro-pru nos dice que “los policías llevan presos y encierran a todos los que se portan mal” (los subrayados están en el texto original), etc., no pocos desde los ambientes libertarios se han atrevido a postular y ensayar incluso una “pedagogía libertaria”, asumiendo que algo así fuera posible (y deseable).

La pedagogía, al igual que el derecho, la ciencia y casi todo lo que se nos ocurra pensar,  también está marcada a sangre y fuego, y totalmente influida o determinada, como un concepto que es propio de las sociedades ya divididas en clases y con un poder político separado de la comunidad humana.  De hecho, etimológicamente proviene del griego: paidos y agogos: niño (o hijo) y conductor (o guía). El “pedagogo” conduce al niño, lo dirige. Ciertos diccionarios etimológicos agregan además que originalmente el “pedagogo” era el esclavo encargado de llevar de la mano al niño entre su casa y la escuela. Como es fácil advertir, el término está teñido de autoritarismo y adultocentrismo, y en definitiva de toda la Dialéctica del amo y del esclavo.

Y así y todo hay quienes sueñan con liberar la pedagogía…siendo que más bien se trataría de destruirla.

El programa del comunismo anárquico debiera incluir también la abolición de la pedagogía y los diversos saberes especializados y puestos al servicio de la vieja mierda, del Poder.

3.- A diferencia de la pedagogía, el Derecho no goza de ninguna simpatía libertaria. Es un campo o sector de la realidad donde al igual que en el grueso de los marxismos, al anarquismo le basta con proyectar su abolición repentina y/o disolución gradual a medida que el día después de la revolución avancemos a paso firme hacia la sociedad sin clases, sin Estado, y sin “Derecho”.

En cuanto a eso, pareciera que ni siquiera hay diferencias entre marxismo y anarquismo: el objetivo final de la lucha por la liberación individual y colectiva, el comunismo (sociedad sin clases) y/o la anarquía (sociedad sin Estado), que a mi entender están tan imbricados como el capitalismo y el poder estatal, incluye también la abolición del Derecho como esfera especializada y separada. 

Pero el Derecho existe. Y conocerlo puede tener no pocas ventajas. Cuando hablamos de Derecho, así con mayúsculas, nos referimos en realidad principalmente a este Derecho: el de la sociedad capitalista y estatal. Pero también han existido y en parte subsisten otros derechos, otras formas “jurídicas”, más o menos especializadas, que diferentes sociedades, culturas y comunidades han generado en distintos tiempos y lugares.

Sobre esto último (la posibilidad de “otros derechos”) nos hemos detenido bastante poco: En general asumimos que “derecho” es únicamente el Derecho estatal propio de la Modernidad capitalista, y en rigor es ese “Derecho” el que queremos abolir.

No en vano el Derecho de nuestro tiempo es el producto de lo que algunos han llamado “el secuestro del Derecho por el Estado”, un proceso mediante el cual el concepto mismo de lo jurídico es reducido hasta convertirlo en monopolio estatal. Hasta el lenguaje común lo denota: cuando alguien entra a estudiar derecho, la gente dice de él que va a “estudiar leyes”.

P. Dorado decía que más que un “Estado jurídico” lo que tenemos al frente es un “Estado legalizado”. Otro jurista español más reciente, Alejandro Nieto, nos dice que el Derecho en el siglo XIX se convierte en un rehén del Estado, y que “la consecuencia más notable del monopolio del Derecho por el Estado es que terminó formándose una unión hipostática de ambos: el derecho, si quiere serlo, ha de ser estatal; y el Estado por su parte, ha de ser jurídico en el sentido de que ha de actuar siempre con arreglo a derecho. En otras palabras, ambos se legitiman mutuamente” (Crítica de la razón jurídica, 2007).

Pero, ¿qué pasa con esas otras formas previas y/o coexistentes de derecho no estatalizado? ¿Tendrán un lugar dentro de una sociedad liberada o por el contrario serán siempre formas de subsistencia de las viejas lógicas mercantiles y autoritarias? ¿Será mejor ver al derecho en bloque, y odiarlo también en bloque, o es más sabio entenderlo –y usarlo- como un campo dinámico y complejo de múltiples fuerzas en tensión?

Sabemos bien que en todas las revoluciones populares/proletarias un momento clave consiste en la destrucción de todos los registros y títulos oficiales. Pero sabemos menos acerca de la forma en que los revolucionarios han tenido que hacer frente a problemas de distribución, de justicia, de solución de conflictos. ¿Qué principios aplican ahí? ¿Cómo se organiza la comunidad humana liberada para resolver una serie de conflictos interpersonales que necesariamente se seguirán manifestando?

4.- También existen, y no pocos,  estudiantes de derecho, procuradores, técnicos jurídicos y abogados, y siempre entre las filas de esa “especialización disciplinaria” se va a manifestar también (como casi en cualquier otro sector de la realidad que escojamos analizar) el conflicto de clases y la vieja pugna entre poder y libertad, autoridad y revuelta: en otras palabras, el partido del Orden contra el partido de la Anarquía.

En los 90, recuerdo que uno de los anarquistas más veteranos que teníamos entre nosotros, el Lolo Saball, nos defendió (o más bien, como decimos por acá, “nos prestó ropa”) contando la siguiente anécdota: en su exilio en Francia había visto un muy buen libro donde  unos compañeros abogados  libertarios habían volcado todo su conocimiento para dar forma a un verdadero Manual de infracción de leyes y resquicios para trabajar menos declarándose enfermo o inventándose feriados, burlar a la policía y los jueces, recuperar mercancías apropiándoselas, evadir ciertos impuestos, etc.

 Inspirados por ese ejemplo, recuerdo que por ahí por 1992 en El Duende Negro cuando todavía era fotocopiado, se publicó un escrito de uno de nuestros compas, haciendo todo un análisis jurídico de la okupación de inmuebles.

¡Para eso entonces podían servir los abogados! No era poco, pero, ¿podrían servir para algo más? Pareciera que no mucho. Y de hecho, más de 20 años después, ninguno de los otros miembros de “cádaver exquisito” se considera anarquista, libertario, ni nada por el estilo. El peso de la tradición los convirtió a casi todos en abogados respetables. Además, hay que tener en cuenta que en esos años se produjo en Chile una masiva despolitización/desradicalización de la juventud que hacia mediados de los 80 se había sublevado contra los milicos con todos los medios a su alcance.

5.-Pero, ¿por qué pasa eso? ¿Hay una presión mayor hacia la adaptación respecto a los estudiantes de Derecho que genera efectos de renegación más rápido y efectivamente que en otros campos del saber académico?

Recuerdo haberlo discutido hace un par de años en un Foro Antirepresivo en una Universidad en toma en la ciudad de Valparaíso, cuando alguien preguntó acerca de cómo un estudiante de derecho o abogado podía pretender ser “revolucionario”, si en toda su vida tenía más bien que rendir pleitesía a la ley y a los poderes.  Lo cual, dicho sea de paso, es totalmente cierto: en nuestro medio, para obtener el título de abogado en la Corte Suprema hay que aceptar jurar “por Dios y los Santos Evangelios”, y en cualquier escrito y alegación verbal hay que partir por decir  “Su señoría”, o “Usía Ilustrísima” o incluso “Excelentísima”…

El otro expositor, abogado y viejo militante trotskista, decía que un abogado era como cualquier otro compañero, sólo que trabajaba en al ámbito jurídico, y que perfectamente podía ser un revolucionario.

Yo discrepé, y sostuve que efectivamente es a lo menos muy difícil que un abogado pueda ser un revolucionario. Al hacerlo me sentía un poco como en los tiempos de las críticas que mencioné en el primer punto. Pero así es la dialéctica, ¿no? Y es la realidad la que es profundamente dialéctica, y tramposa (como la dialéctica, ja).

Para ilustrar mejor mi posición, opté por contar otra anécdota: una escuché de unos compas en en Asunción (Paraguay) hace hartos años.

En esos territorios, así como gran parte de Argentina y Brasil, la industrias de la soya transgénica llevan a cabo una “acumulación originaria de capital” que no tiene nada que envidiarle a las páginas más cruentas del volumen 1 de El Capital y su famoso capítulo XXIV. Cómo sé que lamentablemente al grueso de los anarquistas la sola mención de la palabra Marx les genera alergia, aunque estemos hablando de Groucho, me contentaré con sintetizar en titulares lo que ahí trata el barbón: Expropiación violenta de la tierra, y expulsión/contención/eliminación de las comunidades tradicionales que quedaban. Por medios legales e ilegales, que Marx abiertamente califica de “terroristas” (Si pueden superar la alergia, hagan como Bakunin y lean con sumo cuidado el Libro 1 de El Capital. Mal no les va a hacer…A mi juicio, este análisis es totalmente complementario con el de “Dios y el Estado”).

En una de esas comunidades deciden que uno de los suyos debe prepararse para ayudarlos, manejando con eficacia las herramientas del enemigo, y sobre todo las leyes.  El muchacho entra a estudiar Derecho en una universidad, gracias al aporte de toda su comunidad. Cuando el joven recién iba en segundo año de facultad, la comunidad discute acerca de cómo organizar y llevar a efecto un corte de ruta. El muchacho pide la palabra y dice: “disculpen, pero no creo que debamos hacer esto porque los cortes de ruta son ilegales”.

6.- Luego de eso traté de dar mi respuesta: El derecho es distinto a otras profesiones u oficios. Una de sus principales características es que, ya desde su “invención” en la civilización romana, los juristas y su Saber especializado ocupan un sitial intermedio entre la Política y la Religión formales y organizadas. De ahí que en todas las sociedades oficiales que conocemos (jerárquicas, patriarcales y mercantilizadas), el Derecho es una parte esencial del engranaje de dominación y explotación. De hecho, es prácticamente el cemento que mantiene articulada y unida a la sociedad burguesa. 

Una cuestión de por sí interesante y polémica es el asunto de si pudiera ser de utilidad para los revolucionarios conocer el material jurídico y su operatoria en detalle. Pero otra cosa muy distinta es tratar de negar el hecho de que por libertarios y subversivos que se crean ciertos sujetos individuales, su paso por el mundo del derecho, sobre todo si necesita prácticamente actuar en el interior de las entrañas del sistema jurídico oficial, no puede sino transformarlos profundamente. Esa transformación en general tenderá a ser muy negativa: al estudiante no se le premia por ser inquieto y creativo, sino que más bien por todo lo contrario. Y por el sólo contacto, casi por osmosis, a los que se manejen en el territorio jurídico les será imposible salir intactos del contacto con una de las formas más concentradas e intensas de ideología dominante.

El Derecho tiene una tendencia intrínseca a la mistificación. Es un tipo particular de opio del pueblo. Quien se dedica en su vida a lidiar con él, debe estar consciente de ese dato, en todo momento, debe asumir en tanto jurista una “mala consciencia”, y no sucumbir al fetichismo de la forma jurídica.

Sobre todo si tiene pretensiones anticapitalistas, antiautoritarias, y revolucionarias. Aunque en cuanto a esto a veces prefiero asumir que, el abogado “libertario”, al verse obligado a actuar dentro de un terreno que fue configurado totalmente por el enemigo, es en el mejor de los casos una especie de “socialdemócrata”…Me explico: lo queramos o no, debemos estar claros de que al actuar en el escenario jurídico actual estamos operando como un apéndice de ese sofisticado engranaje, somos una pieza más en su eterno movimiento. Parte de nosotros se aliena en dicha actividad. Por definición, no se trata de una actividad libre. Y al aceptarlo, agachamos el moño…nos guste o no. De hecho, lo que hacemos al actuar “en el Derecho” es similar a lo que hacen los buzos al sumergirse en el agua, con la diferencia de que nuestro océano es un inmenso mar de mierda. Pero no estamos obligados a quedarnos en ella, tragándola. Tenemos también el antídoto, cuando salimos de ahí, pero esto es algo que no depende exclusivamente de nosotros mismos, sino que necesitamos de nuestros pares y de las comunidades de lucha en que ellos se forman y viven, impidiendo que se apague el fuego de la revuelta.

Nuestro primer deber, entonces, sería el de “no dejarse mistificar”. Y el segundo, derivado, sería no contribuir a que ese efecto “mistificador” de las formas jurídicas se extienda a todo el resto (sean los compas, los defendidos, los otros libertarios, o la sociedad en su conjunto).

Como decía el joven Lukács (cuando todavía era un marxista revolucionario y no un jodido estalinista) en “Legalidad e ilegalidad” (1920), “la condición de una franca actitud revolucionaria frente al derecho y el estado” consiste en “descubrir, bajo la máscara del orden jurídico, el aparato de coacción brutal al servicio de la opresión capitalista”.

La contrapartida de eso es que además somos nosotros los que manejamos herramientas muy apropiadas para plantear que en esta sociedad toda actividad revolucionaria, subversiva, anticapitalista y antiautoritaria, es violencia limpia, o si se quiere, “legítima defensa”: al exhibir la violencia del Derecho, necesariamente hablamos a favor del derecho a la violencia. Por algo Hobbes decía que uno de los peores enemigos del contrato social son los profesores de derecho que enseñan doctrinas subversivas, y que “quienes ofenden así” deben sufrir “no como súbditos, sino como enemigos” (cuatro siglos después estas mismas posiciones siguen siendo defendidas por sujetos como Gunther Jakobs).

7.- Y en este camino tan extraño, el del derecho visto desde una posición libertaria, nos topamos con los trabajos de Rodolfo Montes de Oca. Por mi parte, debo decir que primero me topé con sus textos bajo la forma de pequeños folletos editados y distribuidos en distintas ferias libertarias en la región chilena. La mayoría de ellos exponían posiciones abolicionistas respecto de la cárcel y el sistema penal.

Al hojearlos, y leerlos, me llamaba la atención que un compañero anarquista hiciera ondear coherentemente la bandera del abolicionismo, puesto que al menos en el medio chileno los “abolicionistas” o bien no existen, o se encuentran más bien recluidos cómodamente en lo que queda de Academia. Ese abolicionismo light pretende por lo general, al igual que el enfoque predominante en la burocracia internacional de los derechos humanos, criticar tan sólo los “excesos” más impresentables de la violencia estatal, o incluso cuando pretenden ser abolicionistas de la “pena”, llegan a cuestionar la forma misma que asume en tanto “sistema penal” propio de la modernidad capitalista (el ius puniendi en manos del Soberano, y la expropiación del conflicto original a sus protagonistas), pero siempre desde debajo de las faldas de la socialdemocracia en sus diversas variedades, y sin denunciar explícitamente el mecanismo propiamente capitalista al cual todo esto necesariamente se reconduce: la producción de mercancías (el “devenir-mundo” de la mercancía, y viceversa).

Para nosotros la cuestión es diferente: dado que la “pena privativa de libertad” es una invención propia del capitalismo, que hubiera sido imposible de generalizar sin que a la vez se generalizara e impusiera a todo el mundo la forma mercancía, la valorización del valor, el sometimiento formal y real de todo lo existente a las necesidades de la dominación del capital como infinita acumulación de trabajo muerto, nos parece imposible tratar de abolirla sin abolir al mismo tiempo todo el conjunto del edificio formado por la nefasta dupla del Estado/Capital.

En eso, me parece que las posiciones de Rodolfo son claras y no admiten lugar a confusión alguna. Por eso, creo que su mérito indiscutible hasta ahora es haber conseguido sacar al abolicionismo de su entorno más comodificado, y acercar esas ideas a donde merecen circular, es decir, en los ambientes libertarios.

8.- Llegando al final de este presentación a la que el autor amablemente me invitó, procedo a destacar el valor e interés se esta nueva obra, que Rodolfo ha subtitulado como “Textos jurídicos de un abogado heterodoxo”. Según el Diccionario de la RAE heterodoxo es, en su tercera acepción, el “disconforme con doctrinas o prácticas generalmente admitidas”. Por cierto que en tanto “jurista” el individuo que se define como anarquista o libertario va a ser visto siempre como tal, e inclusive agregaría yo como un “hereje”, o como alguien que “no cree en el Derecho”: en definitiva, como un “anti-abogado”.

Para mí, en estos textos lo que Rodolfo hace es, cual materialista benjaminiano, pasarle al Derecho (en tanto parte integrante de la historia) el “cepillo a contrapelo”. Por eso, desmenuza cuidadosamente leyes y reglamentaciones que el común en los mortales raramente tendrá el tiempo para analizar, y que a pesar de las pretensiones “populares” de la burocracia bolivariana siguen siendo expresadas en un lenguaje poco abordable para todos los no especialistas, y  al develar desde las entrañas de estos mecanismos legales lo que está en juego en términos de las relaciones de poder, desacraliza el lenguaje pretendidamente sagrado de la Ley, para exhibirla en su real significación y materialidad.

Lo realmente heterodoxo del material se revela al lector ya en el Capítulo I, cuando entremedio del análisis estrictamente “jurídico” se intercalan historias de resistencias locales, sicogeografías peculiares en las que se cuelan “zonas temporalmente autónomas” pobladas por crotos, payadores y anarcopunks. Poder popular “legalizado”, servicio militar, nuevas leyes de policía y diversificación del control social, formas de terrorismo de estado y formas de defenderse de él, inteligencia/contrainteligencia, resistencias humanas individuales y colectivas contra el poder. En la constelación de Rodolfo todos estos temas, problemas y rebeliones conviven y se articulan y rearticulan constantemente, generando lo que él llama “cartuchos de ideas para afrontar la contingencia”.    

Posteriormente, en el capítulo II, toda la maraña de temas ya referidos se vuelva conectar de una manera nueva, más personal si se quiere, gracias al formato entrevista (una con El Surco, de la región chilena, y otra con Destruye las prisiones, de la región mexicana).

En definitiva, este libro es una invitación a reflexionar y accionar. Mientras lo leía no podía evitar las ganas de gritar la misma consigna que da título a este breve prólogo, y que vi alguna vez en la prensa anarquista editada en la región chilena hacia fines del siglo XIX:

¡Abajo la Constitución: no más códigos ni leyes!

 

 

Julio Cortés Morales

Santiago/Punta Arenas/Puerto Natales, septiembre-octubre de 2015. 


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jueves, enero 19, 2023

Autogestión y Narcisismo (Félix Guattari) 

Este texto de Guattari es de 1968 pero está incluido al final de su entrevista de 1977 editada por Tinta Limón como "Deseo y Revolución". No viene mal leerlo escuchando música Hassaniya del Sahara occidental y Mauritania. 


Autogestión y narcisismo

La autogestión como consigna puede servir para cualquier cosa. De Lapassade a De Gaulle, de la CFDT a los anarquistas. ¿Autogestión de qué? Referirse a la autogestión en sí, independientemente del contexto, es una mistificación. Se convierte en algo así como un principio moral, el solemne compromiso de que será en sí mismo, por sí mismo, que se administrará lo que es de tal o cual grupo o empresa. La eficacia de tal consigna depende sin duda de su efecto de autoseducción. La determinación en cada situación del objeto institucional correspondiente es un criterio que debería permitir clarificar el asunto.

La autogestión de la escuela o la universidad está limitada por su dependencia objetiva del estado, por el modo de financiación, por el compromiso político de los usuarios, etc. No puede ser sino una consigna de agitación transitoria y que en definitiva corre el riesgo de crear bastante confusión si no está articulada en una perspectiva revolucionaria coherente. La autogestión de una fábrica o de un taller está expuesta también a ser dominada por la ideología reformista psicosociológica, que considera que el dominio “interrelacional” tiene que ser tratado con técnicas de grupo, por ejemplo el training group entre los técnicos, cuadros, patrones (para los obreros, tales técnicas son demasiado “caras”).

Se “impugna”, en lo imaginario, la jerarquía. De hecho, no solamente no se toca nada, sino que se le encuentra un fundamento modernista, se la disfraza con un estilo y una moral rogeriana o con cualquier otra. La aplicación de la autogestión en una empresa implica el control efectivo de la producción y de los programas: de inversiones, de organización del trabajo, de relaciones comerciales, etc. En consecuencia, una comunidad de trabajadores que “optara por una autogestión” en una fábrica tendría que resolver numerosos problemas con el exterior. Lo que sería perdurable y viable sólo si este exterior estuviera también organizado como autogestión. Una sucursal de correos aislada no viviría mucho tiempo con la autogestión y, de hecho, el conjunto de los engranajes productivos se interpenetran a la manera de centrales telefónicas. Las experiencias de autogestión durante las huelgas, el funcionamiento de sectores productivos de una fábrica para responder a las necesidades de los huelguistas, la organización del aprovisionamiento, de la autodefensa, son experiencias indicativas muy importantes. Demuestran las posibilidades de superar los niveles reivindicativos de las luchas. Indican una vía de organización de una sociedad revolucionaria durante un período transitorio. Pero es evidente que no podrían aportar respuestas claras y satisfactorias a los tipos de relaciones de producción, a los tipos de estructuras adaptadas a una sociedad que haya expropiado los poderes económicos y políticos de la burguesía en una economía desarrollada.

El control obrero plantea de hecho problemas políticos fundamentales, puesto que afecta a objetos institucionales que cuestionan la infraestructura económica. Un aula universitaria autogestionada en una solución pedagógica excelente, sin duda alguna. Una rama industrial directamente controlada por los trabajadores plantea inmediatamente todo un conjunto de problemas económicos, políticos y sociales a escala nacional e internacional. Si los trabajadores no se hacen cargo de estos problemas de una forma que supere los marcos burocráticos de los partidos y sindicatos actuales, la autogestión económica pura corre el riesgo de transformarse en un mito y concluir en estancamientos desmovilizadores.

Hablar de autogestión política es igualmente una fórmula que sirve para todo y que además es tramposa. La política es fundamentalmente ajustamiento de un grupo en relación a otros grupos en una perspectiva global, explicitada o no. La autogestión tomada como consigna política no es un fin en sí mismo. El problema consiste en definir, en cada nivel de organización, el tipo de relaciones, de formas que deben alentarse, y el tipo de poder a instituir. La consigna de la autogestión puede convertirse en una pantalla si sustituye masivamente las respuestas diferenciadas por los niveles y los sectores diferentes en función de su complejidad real.

La transformación del poder del estado, la transformación de la administración de una rama industrial, la organización de un aula, la impugnación del sindicalismo burocrático, son cosas totalmente diferentes que tienen que ser consideradas de un modo separado. No sería nada raro que a la consigna de la autogestión, que se reveló justa en las luchas de impugnación de las estructuras burocráticas en el plano universitario, se la apropien los ideólogos y políticos reformistas. No hay una “filosofía general” de la autogestión que la haga aplicable en todas partes y en toda situación, en particular en las que se refieren al establecimiento de un doble poder, de la instauración de un control democrático revolucionario, de una perspectiva de poder obrero, de la aplicación de sistemas de coordinación y regulación entre los diversos sectores de lucha.

Si no se efectúa a tiempo un esclarecimiento del alcance y los límites de la autogestión, esta “consigna” viciará su contenido con concepciones reformistas y será rechazada por los trabajadores en provecho tal vez de otras formulaciones de tipo “centralista democrático”, que rápidamente serán tomadas por la dogmática del movimiento comunista. 

Félix Guattari , 8 de junio de 1968


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jueves, enero 12, 2023

Neofascismo tropical 



Sobre la rebelión bolsonarista en Brasil  y los acontecimientos del domingo pasado, escribí una columna para CIPER:

Amenaza golpista en Brasil: Bannon, Bolsonaro y el "gen fascista":

La oleada actual de ascenso de la extrema derecha en el mundo, iniciada tras la crisis financiera de 2008 y que tuvo como hitos las victorias del Brexit y de Trump en el 2016, ha ofrecido algunas figuras fascinantes que han oficiado de gurús de esta nueva forma de populismo que a falta de un mejor nombre varios califican de «posfascista» [ver columna previa del autor, en CIPER-Opinión 17.11.2022].

Entre ellos, además de personajes como el ruso Aleksandr Dugin y el francés Alain De Benoist, el norteamericano Steve Bannon, mano derecha de Trump en su campaña del 2016, destaca sobre todo por su excentricidad y capacidad articuladora de un movimiento nacional-populista a nivel internacional. Bannon estuvo al mando de Breitbart News, sitio de noticias que en coordinación con la firma británica privada de datos digitales Cambridge Analytica consiguió hace unos años aprovechar la web y las redes sociales como caja de resonancia de posiciones nacionalistas blancas de extrema derecha, a través de un creativo uso de fake-news, ataques personales a diversas figuras de la izquierda liberal y el masivo uso de la información personal de sus usuarios suministrada por Facebook. Cabe agregar que el mismo Bannon ha dicho en una entrevista reciente que fueron Bolsonaro en Brasil y Salvini en Italia quienes le aportaron a la llamada alt-right (derecha alternativa) norteamericana varias lecciones sobre el uso de redes sociales para atraer multitudes casi sin gastar dinero.

El antiglobalismo de los movimientos nacionalistas hace en principio difícil la colaboración internacional, pero Bannon ha decidido asumir el complejo desafío de tejer sistemáticamente redes entre distintos líderes y movimientos, sobre la base de tres ejes que ha definido como: soberanía, fronteras y migración. Se ha convertido así en un asesor internacional de poderosas figuras, mucho más allá de Donald Trump: Giorgia Meloni, en Italia; Marine Le Pe, en Francia; Jair Bolsonaro, en Brasil; Mauricio Macri, en Argentina; los neofascistas Demócratas, de Suecia (actualmente en el gobierno); el partido Vox, en España; y el ultraconservador Victor Orbán, en Hungría, lo han escuchado con atención y respeto. Hay quienes, incluso, han sugerido su presencia tras la campaña del Rechazo en Chile, al menos en el plebiscito de entrada [ver entrevista de Rodrigo Pulgar (Krypto)].

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Después un compañero me envió este otro análisis, realmente interesante y muy crítico con las posiciones de la izquierda tradicional:

Notas sobre la Extrema derecha insurgente en Brasil, por Agnes de Oliveira/Colectivo Quilombo Invisible:

Hoy, 9 de enero, se cumplen 72 días de movilización de la extrema derecha. Una posible interpretación, es en la que insiste la izquierda institucional: desde que comenzaron las movilizaciones, estas y el propio bolsonarismo se están debilitando. Todo indica lo contrario, ya que la extrema derecha se fortalece y gana más consistencia y radicalidad en su accionar. El movimiento bolsonarista no solo ha cambiado de táctica, sino que ha ido adoptando varias simultáneamente: bloqueos de carreteras, campamentos en cuarteles, y acciones como saqueos, quema de camiones, autobuses y automóviles, destrucción de infraestructura, además de ataques armados, incluidas acciones de secuestro. Aquí hay una lista, insuficiente:


El 18 de noviembre , en Ariquemes, cerca de Porto Velho, Rondônia, hubo destrucción del depósito de agua de la ciudad. El acto se enmarcó en la Ley Antiterrorista de Dilma de 2016. En la misma ciudad hubo conflicto con la policía, ataques a camiones de una cadena de supermercados, incendio, vandalismo y saqueo de carga.


El 19 de noviembre, en la carretera entre Sorriso y Lucas do Rio Verde (Mato Grosso), un grupo armado de diez hombres invadió, disparó e incendió camiones en la base de la concesionaria Rota do Oeste. En la acción, los bolsonaristas también destruyeron peajes e incendiaron, dejando la autopista sin cobrar. La región es la misma que concentra a los empresarios agroindustriales que financiaron los bloqueos.


El 20 de noviembre, en Sinop, camiones son alcanzados por disparos en una gasolinera [1].  También hubo robo de camiones para interceptar carreteras. En Mato Grosso, dos camiones cisterna fueron colocados en la carretera e incendiados [2].


El 23 de noviembre , dos tramos de la Carretera Anhanguera, en Campinas, fueron bloqueados por bolsonaristas que dañaron camiones. Además, un empleado del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística fue golpeado por bolsonaristas en Amparo, cuando intentaba huir de una protesta.

El 24 de noviembre, en Pará, la Policía Federal arrestó a seis presuntos golpistas y atacantes de la Policía Federal de Carreteras.

El 27 de noviembre, también en Pará, en una acción de bloqueo de carreteras, una caravana de camiones fue alcanzado por disparos en la región de Novo Progresso [3].

El 12 de diciembre, en Brasilia, 5 buses y 3 automóviles fueron quemados por bolsonaristas. También intentaron invadir la sede de la Policía Federal y rompieron vidrios en una comisaría.

El 8 de enero, los bolsonaristas invadieron el Congreso Nacional, el Palacio del Planalto y la sede del Supremo Tribunal Federal, en Brasilia. En São Paulo, bloquearon la Avenida 23 de Maio y la carretera Anhanguera [4]. En Mato Grosso, la carretera BR-163 fue bloqueada [5]. En Itajaí, Santa Catarina, la BR-101 también fue bloqueada [6].

El 9 de enero, los bolsonaristas bloquearon la Marginal Tietê en São Paulo, incendiando neumáticos y escombros.

En todas estas acciones hubo connivencia y activa colaboración por parte de las fuerzas represivas (militares, civiles, policía federal y ejército) [7]. Esto muestra una intensificación de la autonomía política de las fuerzas represivas en relación con los gobiernos, síntoma de la expansión del Estado de excepción permanente que se ha ido expandiendo incluso en gobiernos progresistas. Tal autonomización constituye, de manera elemental, el bolsonarismo, por lo tanto, cualquier intento de combatir la extrema derecha a través de la policía, el estado penal y dispositivos excepcionales (con la garantía de la ley y el orden) fracasará. El Estado Penal (Poder Judicial, Penitenciario y Policial) y la excepción no sólo son parte del problema, sino que constituyen la economía política de la extrema derecha.

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De todos modos, lo más grave en este momento es la terrible situación en Perú, con el Estado policial/militar causando una masacre que se ha cobrado medio centenar de vidas para ahogar una enorme rebelión popular que no cesa. Espero poder informar sobre eso prontamente con noticias y análisis anticapitalistas/antiautoritarios.

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sábado, enero 07, 2023

Femócratas, pinkwashing, Zizek y la cancelación del hombre heterocis  

 


Por supuesto que no hay un solo feminismo, tal como nunca hubo un solo marxismo, anarquismo o fascismo. Pero tal como las ideas dominantes en cada momento son las de la clase dominante, el feminismo actualmente hegemónico es totalmente funcional a las necesidades de la acumulación capitalista y los procesos de subjetivación neoliberal que esta requiere.

Sólo así se explican campañas como la de la Red de Metro y Transantiago que básicamente señalan que los actos de rebelión (o “vandalismo”) atentan contra las mujeres, el feminismo Falabella y la decoración LGBTI+ de vehículos policiales.

Hace poco mi hijo me preguntaba que era un “hombre heterocis”. Aparentemente alguien le había reprochado serlo. Luego de explicarle reaccionó enojado: “Pero si yo soy hombre y me gusta ser hombre y no quiero “transicionar a otro género”, ¿cuál es el problema?”. No hay problema -le dije-, eres libre de sentirte y definirte como quieras. Pero es verdad que para algunos sectores del feminismo y la disidencia que creen en efecto que nosotros somos EL problema.

[Al contarle esa anécdota a unos amigos, ninguno tenía idea de que significaba ser “cis”. Los dejo con Wikipedia: “Cisgénero (a veces cisexual o abreviado como cis) es una palabra utilizada para describir a una persona cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo.​ La palabra cisgénero es el antónimo de transgénero”].

Por lo demás, muchas de estas combativas feministas neoliberales excluyen de todos sus espacios a los “hombres heterocis” pero no tienen problema alguno en dedicarse a combatir la heteronorma junto a “disidentes” que provienen de la alta burguesía y/o se han enriquecido gracias a actos de corrupción sistemática, pues en la medida que en sus espacios ABC1 no lleguen estos odiados hombres, son espacios seguros "ricos para vivir" y para seguir reproduciendo las diferencias de clase pero en clave rosa. Pinkwashing se llama eso según he leído por ahí.

Complejas dinámicas de clase y de identidad sexual han ido generando un acercamiento de parte del mundo gay o de la “diversidad sexual” a la extrema derecha, apreciándose una notoria adhesión al etnonacionalismo y a la xenofobia, propulsada por el temor a la islamización de las sociedades europeas y “blancas” y la posibilidad de que el “gran reemplazo” de la población original por pueblos no blancos vaya acompañado de oleadas de homofobia que hagan retroceder los niveles de tolerancia e inclusión alcanzados tras tanto tiempo. 

En la misma tendencia han incurrido algunos sectores del feminismo asimilacionista, dando lugar al fenómeno del “feminacionalismo”, muy bien analizado en un libro de Sara R. Farris que, a partir del notable éxito electoral de la ultraderecha en el Parlamento Europeo en las elecciones del 2014, explica el surgimiento de un “nacionalismo feminista y femocrático” que incluye tanto “la explotación de las temáticas feministas por parte de nacionalistas y neoliberales en sus campañas contra el islam (pero también en contra de la inmigración), como a la participación de ciertas feministas y femócratas en la estigmatización de los hombres musulmanes bajo el estandarte de la igualdad de género”.  La autora denomina como femócratas a “las burócratas de primera línea de las agencias estatales por la igualdad de género” (Sara R. Farris, En nombre de los derechos de las mujeres. El auge del feminacionalismo, Madrid, Traficantes de sueños, 2021).

Toda esa “intro”, más larga que algunas que se dan en el mundo del heavy metal, es para presentar este texto del filósofo esloveno Slavoj Zizek, del cual no soy fan, que se refiere al problema de la izquierda “despierta” (woke), forma actual que asume el reformismo socialdemócrata pero en clave posmodernista, y la “cancelación” del hombre heterosexual blanco. Interesante análisis, que por supuesto ya fue denunciado como machista y racista por los Wokes del mundo uníos. 

El texto fue publicado a fines de diciembre por El País como columna, y sólo se puede leer si estás suscrito. Agradezco a mi amiga MG por habérmelo copiado y enviado.

Bienvenido el debate.

Abajo la burguesía, aunque se vista de lila o rosa.

 


La cancelación de la ética: por qué la exclusión del hombre blanco heterosexual es injustificable

La llamada izquierda ‘woke’ defiende la aceptación de todas las identidades sexuales y étnicas salvo una: la del hetero occidental

SLAVOJ ZIZEK

El avance ético produce una forma benéfica de dogmatismo. Una sociedad normal y sana no discute sobre la aceptabilidad de la violación y la tortura, porque la gente, de forma “dogmática”, acepta que son inadmisibles. Asimismo, una sociedad cuyos dirigentes hablan de “violación legítima” (como en cierta ocasión hizo un excongresista republicano en Estados Unidos) o de casos en que la tortura es tolerable es una sociedad que exhibe señales claras de decadencia ética, en la que actos que antes eran inimaginables pueden volverse posibles en muy poco tiempo.

Piénsese en la Rusia actual. En un vídeo no verificado que empezó a circu­lar este mes se acusa a un exmercenario del Grupo Wagner (vincu­lado con el Kremlin) de haberse pasado de bando para “combatir contra los rusos”; a continuación, un verdugo no identificado le rompe la cabeza de un mazazo. Cuando se le pidió a Yevgeny Prigozhin (fundador del Grupo Wagner y estrecho aliado de Vladímir Putin) su opinión sobre el vídeo (al que en su publicación se lo denominó “el mazo de la venganza”), Prigozhin dijo que era “una muerte de perro para un perro”. Como muchos han observado, hoy Rusia se comporta igual que el Estado Islámico.

Piénsese también en el aliado cada vez más cercano de Rusia, Irán, donde arrestan a chicas por protestar contra el régimen y hay denuncias de que se las casa a la fuerza con sus carceleros para ser violadas, con el argumento de que es ilegal ejecutar a una menor de edad si es virgen.

Piénsese también en Israel, que, aunque se enorgullece de presentarse como una democracia liberal, se está pareciendo cada vez más a algunos de los otros países del vecindario donde impera el fundamentalismo religioso. La última prueba de esta tendencia ha sido la noticia de que Itamar Ben Gvir será parte del nuevo Gobierno de Benjamin Netanyahu. Antes de dedicarse a la política, Ben Gvir tenía en su sala de estar un retrato del terrorista israelí-estadounidense Baruch Goldstein, que en 1994 masacró a 29 musulmanes palestinos e hirió a otros 125 en Hebrón.

Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo estuvo en el cargo hasta su reemplazo en junio de 2021, está plenamente implicado en esta decadencia ética. En 2019, según informa The Times of Israel, pidió “combatir” el creciente antisemitismo musulmán y de izquierda en Europa, horas después de que el Gobierno [israelí] publicara un informe que decía que la mayor amenaza para los judíos en el continente era la ultraderecha”. ¿Por qué omite Netanyahu el antisemitismo de ultraderecha? Porque lo necesita. Aunque la nueva derecha de Occidente sea antisemita en casa, también es una firme defensora de Israel, al que ve como una de las últimas barreras contra una invasión musulmana.

Por desgracia, esto es solo una cara de la moneda. También existe una decadencia ética cada vez más visible en la izquierda woke, que se ha vuelto cada vez más autoritaria e intolerante en su defensa de la aceptación de todas las formas de identidad sexual y étnica menos una. El sociólogo Duane Rousselle caracteriza la nueva “cultura de la cancelación” como “racismo en tiempos de los muchos sin el Uno”. El racismo tradicional vilipendia al intruso que plantea una amenaza a la unidad del Uno (el endogrupo dominante); por su parte, la izquierda woke pretende hacer lo mismo con quienquiera que no haya abandonado por completo las viejas categorías de género, sexualidad y pertenencia étnica del Uno. Ahora, todas las orientaciones sexuales e identidades de género son aceptables a menos que usted sea un hombre blanco cuya identidad de género coincide con su sexo biológico al nacer. A los integrantes de este colectivo cisgénero se les manda sentir culpa por lo que son (por estar “cómodos en su piel”); a todos los demás (incluidas las mujeres cisgénero) se los alienta a ser lo que sientan.

Este “nuevo orden woke” es discernible en ejemplos cada vez más absurdos. Este mismo mes, el Centro de Recursos sobre Género y Sexualidad en el Gettysburg College de Pensilvania quiso patrocinar un evento organizado por estudiantes dirigido a todas las personas que estuvieran “cansadas de los hombres cis blancos”. Se invitaba a los participantes a “pintar y escribir” sobre sus frustraciones en relación con los hombres blancos que se sienten “cómodos en su piel”. Tras el escándalo y las acusaciones de racismo, el evento se pospuso.

Hay una paradoja en el modo en que la fluidez no binaria woke coincide con la intolerancia y la exclusión. En París, la prestigiosa École Normale Supérieure está debatiendo una propuesta de crear en los dormitorios corredores reservados a personas que hayan elegido una identidad sexual diversa (mixité choisie), con exclusión de los hombres cisgénero. Las reglas propuestas son estrictas: quien no cumpla los criterios tendrá prohibido incluso poner un pie en esos corredores. Y, por supuesto, las reglas abren la puerta a restricciones incluso más estrictas. Por ejemplo, si una cantidad suficiente de personas define su identidad en términos aún más estrechos, es de suponer que podrán exigir un corredor propio.

Esta propuesta tiene tres aspectos destacables: solamente excluye a los hombres cisgénero (no a las mujeres cisgénero); no se basa en ningún criterio o clasificación objetivos, sino en una autodesignación subjetiva, y da lugar a nuevas subdivisiones clasificatorias. Este último punto es crucial porque demuestra que, por mucho que se hable de plasticidad, elección y diversidad, el resultado final no es más que un nuevo tipo de apartheid: una red de identidades fijas y esencializadas.

Así que la ideología woke ofrece un ejemplo paradigmático del modo en que la permisividad se convierte en prohibición: en un régimen woke, nunca sabemos si uno de nosotros terminará cancelado por algo que ha hecho o dicho (los criterios son dudosos) o por el mero hecho de haber nacido dentro de la categoría prohibida.

En vez de oponerse a las nuevas formas de barbarie (como proclama), la izquierda woke participa plenamente en ellas, al promover y practicar un discurso indisimuladamente opresivo. Aunque defienda el pluralismo y promueva la diferencia, su lugar de enunciación subjetivo (el lugar desde el cual habla) es despiadadamente autoritario y no tolera que se discutan sus intentos de imponer exclusiones arbitrarias que antes, en una sociedad tolerante y liberal, se hubieran considerado inadmisibles.

Dicho lo cual, debemos tener presente que toda esta confusión se limita ante todo al estrecho mundo académico (y a diversas profesiones intelectuales como el periodismo); el resto de la sociedad va más bien en la dirección opuesta. En Estados Unidos, por ejemplo, 12 senadores republicanos votaron este mes con la mayoría demócrata para proteger por ley el derecho al matrimonio de las parejas homosexuales.

La cultura de la cancelación, con su paranoia implícita, es un intento desesperado (y obviamente contraproducente) de compensar la violencia y la intolerancia, muy reales, que las minorías sexuales sufrieron tanto tiempo. Pero es una retirada al recinto de una fortaleza cultural, un falso “espacio seguro” cuyo fanatismo discursivo solo refuerza la resistencia de la mayoría.

 

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miércoles, enero 04, 2023

Kalewche: Especial 100 años de fascismo 

 A fines del año pasado fui invitado por los compañeros de Kalewche a colaborar en un dossier sobre fascismo. 

A continuación los dejo con la introducción, y el texto aportado. El dossier completo puede ser visto AQUÍ. Por cierto, el fascista chileno Pedro Kunstmann, líder de los social-patriotas, señaló que este texto era una basura "brutalmente tendenciosa". ¡Bien!


En los últimos años, el fascismo parece haberse tornado omnipresente. Se habla de neofascismo, de posfascismo; y se discute interminablemente si Trump, Bolsonaro, Putin, Orban o Meloni son fascistas en algún sentido. Dentro de este dossier ofrecemos tres análisis de distinto tipo sobre el fenómeno. En “La sombra del fascismo”, nuestro compañero Ariel Petruccelli explora algunos costados –usualmente poco atendidos– de lo que podríamos llamar la deriva autoritaria o potencialmente fascistizante de la cultura política contemporánea. En el segundo texto, originalmente publicado por el Centro de Investigación Periodística (CIPER) de Chile el 8 de noviembre, Gonzalo Bustamante explora la vigencia del fascismo italiano a cien años de la Marcha sobre Roma (27-29 de octubre de 1922). Cerramos este dossier con un escrito de Julio Cortés Morales, que es una versión algo más extensa –generosamente facilitada por el autor– de un artículo suyo que vio la luz aquí, bajo el título “Un siglo de fascismo (1922-2022): ¿el retorno de lo reprimido?”.

1922-2022: EL RETORNO DE LO REPRIMIDO

A cien años de la “Marcha sobre Roma”, una admiradora de Mussolini encabeza el nuevo gobierno italiano. Contra todos los pronósticos, Bolsonaro llega a disputar con Lula la segunda vuelta presidencial en Brasil y pierde, pero por menos del 2% de los votos y quedando su sector muy bien representado en el Congreso y las gobernaciones. El fantasma de la extrema derecha y los nuevos fascismos recorre el mundo, mientras en Chile la revancha «facho pobre» en el plebiscito de salida de la nueva Constitución frustró los planes del progresismo y una santa jauría de intelectuales se dedica a diagnosticar y perseguir al «octubrismo» como único vestigio del espíritu de la revuelta chilena del 2019.

Este texto pretende dar luces sobre estos fenómenos, claramente interconectados, respetando en principio el temario de la ponencia presentada en un coloquio del 28 y 29 de abril de 2022.1

1. A pesar del uso generalizado del adjetivo «fascista», un siglo después de la aparición del fascismo histórico aún no existe mucha claridad sobre sus principales rasgos definitorios. A pesar de la abundante producción literaria en torno al tema, y a los mínimos consensos a los que han llegado los estudiosos del fascismo, en el lenguaje usual «fascista» designa cualquier forma de adhesión a un vagamente definido autoritarismo, totalitarismo o nacionalismo. Incluso es posible detectar que se califica de fascista a cualquiera que sostenga posiciones radicales en alguna materia, tal como cuando se tilda de «feminazis» a las feministas radicales, o cuando se equipara a la ultraizquierda con una forma de fascismo. Peor aún, la guerra en Ucrania nos muestra un curioso ejemplo: mientras los opositores a la operación especial rusa tratan a Putin de fascista, el líder ruso justifica su acción como una cruzada para la «desnazificación» de Ucrania.

2. En mi trabajo asumo, por un lado, que el fascismo no es eterno (como deducen muchos en base a un conocido discurso de Umberto Eco en 1995 sobre el ur-fascismus): como todo fenómeno social y político, el fascismo debe ser entendido como un producto específico de su tiempo, que fue el de la derrota de las revoluciones proletarias y la crisis del Estado liberal.2

De ahí la importancia de seguir estudiando el surgimiento de la ideología y los movimientos fascistas, que desde el Círculo Proudhon en Francia (1911), la Konservative Revolution alemana y la recepción nacionalista radical de las ideas de Jorge Sorel, hasta el triunfo de Mussolini y Hitler, la conformación del Movimiento Nacional-Socialista de Chile y el surgimiento del peronismo argentino, nos revela la existencia de un verdadero campo político e ideológico al que se bautizó con el nombre de su versión italiana; pero que, mientras más examinamos ese momento, más aparece como una heterogénea y muy diversa cantidad de formas y expresiones. Por eso algunos expertos como Roger Griffin han acuñado el concepto de “fascismo genérico”, donde se incluyen distintas formas de “ultranacionalismo populista y palingenésico”.

3. Por otra parte, si bien me parece erróneo e inexacto atribuir características de eternidad al fascismo o entenderlo como “encarnación del Mal absoluto” o “brotación de lo siniestro” (Oporto, 2015), creo que es posible apreciar un error simétrico en las versiones «excepcionalistas» que intentan acotar la existencia de movimientos y regímenes fascistas al período de entreguerras, declarando su muerte definitiva en 1945.

El fascismo no ha abandonado la escena como muchos creían. Después de 1945, nuevas formas de movimientos y regímenes, desde los explícitamente neofascistas (como el Movimiento Social Italiano en que militaba la adolescente Giorgia Meloni o el tremendamente exitoso Frente Nacional de los Le Pen en Francia) hasta las dictaduras latinoamericanas de los sesenta a los ochenta, han seguido expresando un «espíritu fascista» que no siempre logra aplicar un nuevo régimen fascista, pero cuya importancia en la conservación, reproducción y transformación de la dominación capitalista no podría ser ignorada.

Además de los movimientos y regímenes fascistas de ayer y de hoy, también es posible constatar que ciertas características del fascismo histórico después de 1945 y luego de 1968 se han incorporado al funcionamiento habitual de las democracias capitalistas occidentales, donde ya no existe una distinción clara entre biopolítica y tanatopolítica, estado de derecho y estados de excepción.

Ya en 1967 Debord decía que algo del fascismo habría sobrevivido en el espectáculo triunfante, por haber sido una de las fuerzas contrarrevolucionarias que liquidaron al viejo movimiento obrero3. El mismo año, Adorno había dicho en una conferencia que “en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo”.

En un texto reciente, Lazzarato (2020) destaca la profunda vinculación entre neoliberalismo y nuevas formas de fascismo que se instalan como una respuesta contrarrevolucionaria al movimiento de 1968, cumpliendo la función de «violencia fundadora» del neoliberalismo.

A partir de la crisis del 2008, los nuevos movimientos fascistas emergen haciendo ocupación del terreno abandonado por la izquierda (la lucha de clases), dándole un giro nacionalista y reaccionario. Esa es la base real del actual crecimiento espectacular, y hasta ahora imparable, de la nueva ultraderecha.

4. Con todo, la definición a efectos taxonómicos de un «fascismo genérico», si bien nos permite identificar las diferentes ramas de la gran familia fascista, no debería hacernos pasar por alto sus enormes diferencias y contradicciones internas, como tampoco la posibilidad de que, a partir de una matriz en los fascismos del siglo XX, hoy en día varios movimientos estén derivando o mutando en direcciones múltiples e impredecibles que aún no podemos ponderar muy bien. Baste con considerar las derivas cuasi-izquierdistas del sector histórico de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist, el atractivo que ejercen las teorías del fascista eurasiático Dugin sobre ciertos sectores de la izquierda nacional-popular que, más que anticapitalista, es anti-EE.UU.; o el surgimiento del etnocacerismo peruano con su programa de racismo cobrizo que, bajo el liderazgo de Antauro Humala, bien podría calificar de «fascismo andino decolonial».

En Chile, a una hasta hace poco reducida familia de pinochetistas despistados (puesto que la dictadura fue neoliberal y no nacional-corporativista), más algunos residuos nacional-sindicalistas, pandillas de skinheads y hitleristas esotéricospublicando revistas como Ciudad de los Césares, se han agregado nuevas camadas como los social-patriotas de Pedro Kunstmann, Sebastián Izquierdo y Capitalismo Revolucionario, el «Team Patriota» de Pancho Malo, el Partido Republicano, sectores «tercerposicionistas» como el diputado Rivas o provenientes del «fascismo agrario» del APRA como la diputada Naveillán, ambos integrados al Partido de la Gente; e incluso duginistas como el Círculo Patriótico Chile (Praxis Patria)4, abarcando así un amplio espectro de posiciones neo y posfascistas, de derecha, izquierda y «ni-ni» (ni de derecha ni de izquierda).

Como lo expresó Diego Luis Sanromán en su tesis doctoral sobre la Nueva Derecha, “el gen fascista ha mutado y en ocasiones no es fácil identificarlo”. Y si de entrada este objeto de estudio ha resultado siempre confuso por lo flexible y contradictorio de su discurso, hoy en día la complejidad se agudiza adicionalmente por efecto de 50 años de «contrarrevolución neoliberal», que ha logrado prácticamente borrar la memoria histórica de las revoluciones y luchas proletarias contra las cuales el fascismo histórico surgió, y sin consideración a las cuales no se comprende ni el tipo ni la magnitud de la tarea que cumplen el fascismo y el «populismo de derechas» en la salvación del orden social del capital.

5. Una dificultad recurrente para identificar las formas actuales en que se expresa y ha mutado este gen, es que, tal como dijo Mark Fisher, “el fascismo posmoderno es un fascismo negado”, que sigue una estrategia de “rechazar la identificación prosiguiendo con el programa político”, adaptándolo a las condiciones del siglo XXI (Fisher, 2006).

La negación de la identidad o del origen fascista es una consecuencia inevitable del estrés postraumático de masas e intergeneracional que se produjo después de 1945 (Griffin, 2022). Pero el procesamiento de dicha experiencia traumática corre a cuenta de la democracia liberal. Así, resulta funcional a una visión deshistorizada del fascismo la tendencia a entenderlo como parte de la más amplia familia del totalitarismo, como una malévola aberración histórica, expresión de una lucha eterna entre el bien y el mal, que es la visión que acompaña el mega-relato de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.

En este discurso, que podríamos denominar como «el antifascismo de los liberales», no se problematiza la violencia fundadora del capitalismo mismo, ni las numerosas masacres cometidas por cada Estado de su propio bando en tiempos de paz, ni los crímenes de guerra de los Aliados, como las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. No: el fascismo sólo sería imputable a lo que Popper llamó los «enemigos de la sociedad abierta».

Inevitablemente, esta mirada excepcionalista, liberal y moralista del fascismo alimenta el mito y la identificación profunda de sucesivas camadas de neofascistas con aquello que «el sistema» presenta como el Mal absoluto. Mientras ninguna corriente política (liberalismo, anarquismo, socialismo) se entiende a sí misma como «eterna», los integrantes de CasaPound Italia, una red de okupas en versión contracultural de ultraderecha, se autoproclaman orgullosamente “fascistas del tercer milenio”.

Como recalca Emilio Gentile, “la tesis del eterno retorno del fascismo puede favorecer la fascinación por el fascismo de los jóvenes que poco o nada saben del fascismo histórico, pero se dejan sugestionar por su visión mítica, que se vería agigantada ulteriormente por la presunta eternidad del fascismo”, sintiéndose orgullosos de formar parte de “un movimiento al que un gran intelectual antifascista le ha atribuido eternidad, aunque lo haya hecho metafóricamente y para condenarlo” (Gentile, 2019: 12).

Deshistorizar el fascismo ayuda a mitificarlo: en tanto máquina de producción mitológica, es precisamente en ese nivel donde el fascismo se siente más a gusto y extrae toda su fuerza.

6. Historizar el fascismo consiste en desmitificarlo para tratar de comprender las razones objetivas y materiales de su surgimiento y las funciones objetivas y subjetivas que cumple en la guerra de clases. En esa tarea también es necesario estudiar la ideología fascista y sus distintas metamorfosis y modulaciones. Que el fascismo histórico siempre haya sido más un movimiento práctico que una elaboración teórica (existieron los fascios como forma organizativa desde mucho antes que se empezara a hablar de «fascismo») no impide reconocer la importancia que tuvo y sigue teniendo en su existencia la dimensión propagandística e ideológica, medida y clave de su éxito, antes que la forma característica de «partido-milicia» con que hizo su espectacular aparición hace un siglo.

Una gran debilidad de la mirada izquierdista en relación al fascismo, probablemente fruto de la contaminación con la perspectiva demoliberal, es que tiende a verlo como una expresión monolítica: un solo gran «nazifascismo» que produce y practica una forma estática de pensamiento único. Nada más alejado de la realidad. Desde sus inicios, el fascismo es una «ideología fuzzy» (Eco, 1995), capaz de digerir y amalgamar todo tipo de influencias, desde Sorel y el sindicalismo revolucionario al anarcoindividualismo, de Stirner y Nietzsche al futurismo y el nihilismo. Pero como dijo Adorno en la ya aludida conferencia de 1967, no debemos subestimar estos movimientos por su “ínfimo nivel intelectual” y “falta de teorización”. Muy por el contrario, su éxito depende precisamente de la extrema flexibilidad y capacidad parasitaria de su ideología.

7. Tal como ocurre con el concepto de anarquía, que significa algo bien diferente para los anarquistas que para el resto del mundo, captar la complejidad y especificidad del fascismo requiere estudiar la manera en que es entendido por los propios fascistas.

Así, la obra de Julius Evola resulta bastante interesante, en tanto conceptualiza y observa al fascismo desde la derecha tradicionalista. Una de las diferencias principales de Evola con el régimen fascista italiano era que el denominado “mago negro del fascismo” rechazaba la religión judeocristiana y reivindicaba un “imperialismo pagano” ario y nórdico, incompatible con el catolicismo. Estas posiciones, publicadas en títulos como Imperialismo pagano (1938) y Rebelión contra el mundo moderno (1934), mientras era consejero de Mussolini en materia de “romanidad”, le causaron serios problemas al régimen con una indignada Iglesia Católica, que no vaciló en denunciar a Evola –que durante los años veinte, en tanto poeta, había pululado por el dadaísmo y las vanguardias para luego fundar el grupo esotérico UR– como un instrumento de Satanás. Cuando el régimen se orientó hacia el catolicismo, Evola fundó la revista La Torre, en cuyo n° 1, de febrero de 1930, afirmó: “Nosotros no hacemos política… defendemos ideas y principios. En la medida en que el fascismo siga y defienda tales principios, en esa misma medida nosotros podemos considerarnos fascistas. Y nada más”.

En Biología del fascismo, un detallado y certero análisis realizado en 1925, Mariátegui distingue un “ultrafascismo” –que va “del fascismo rasista o escuadrista de Farinacci al fascismo integralista de Michele Bianchi y Curzio Suckert”–, y una tendencia moderada, conservadora, “que no reniega del liberalismo ni del Renacimiento, que trabaja por la normalización del fascismo y que pugna por encarrilar el gobierno de Mussolini dentro de una legalidad burocrática”. Más aún, el marxista peruano señala que el fascismo no se debe a Mussolini sino que todo lo contrario, y que si bien D’Annunzio no puede ser considerado un fascista, el fascismo en cambio sí que se basa en la experiencia de Fiume y es íntegramente d´annunziano5.

Lo anterior nos lleva a entender –como hace el fascista italiano Giorgio Locchi en un homenaje a su correligionario Adriano Romualdi, muerto en 1973– que “el fascismo pertenece a un campo, opuesto a otro campo, el igualitarista, al cual pertenecen democracia, liberalismo, socialismo, comunismo. Es este concepto de campo lo que permite captar la esencia del Fascismo, del mismo modo que permite captar la esencia de todas las expresiones del igualitarismo” (Locchi, s/f).

Para este jurista italiano que por un tiempo fue compañero de ruta del grupo GRECE y la Nouvelle Droite francesa, un rasgo definitorio de todo movimiento fascista es la concepción tridimensional del tiempo, que le permite afirmarse “como conservador (o reaccionario) y simultáneamente revolucionario (o progresista)”. Pero dentro de este campo existe espacio para una diversidad de posturas: “en el seno de un mismo movimiento fascista, personalidades de primer nivel expresan y defienden filosofías y teorías bastante diferentes, a menudo poco conciliables entre ellas e incluso opuestas”. A modo de ejemplo, “la filosofía de un Gentile no tiene nada en común con la de Evola; Baumler y Krieck, filósofos y catedráticos, eran nacionalsocialistas y nietzscheanos, pero el nacionalsocialista Rosenberg, en cambio, criticaba duramente aspectos destacados del pensamiento de Nietzsche” (ibid.). Los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo serían, para Locchi, “la expresión política, inmediata e instintiva, de un nuevo sentimiento del mundo que circula por Europa a partir ya de la segunda mitad del siglo XIX”. Este sentimiento era el de “vivir un momento de trágica emergencia”, y por eso los fascistas “se precipitan a la acción obedeciendo a este sentimiento; se movilizan políticamente pero, al contrario que otros partidos y movimientos, no hacen referencia a alguna concreta filosofía o teoría política y asumen más bien casi siempre un comportamiento antiintelectualista” (ibid.).

8. La identificación de los viejos y nuevos fascismos con la «extrema derecha» es, en nuestro tiempo, casi automática.

Y si bien es cierto que –siguiendo el esquema de Bobbio (1997)–, al ser al mismo tiempo radicalmente anti-igualitario y autoritario, el fascismo debería ser ubicado en ese extremo de la díada derecha/izquierda, no podemos pasar por alto que: a) el fascismo histórico no se presenta inmediatamente como conservador/reaccionario, sino como revolucionario e incluso anticapitalista; b) el fascismo histórico y varios neo y posfascismos hasta el día de hoy declaran obsoleta la distinción derecha/izquierda, cuando no asumen abiertamente estar “más allá de izquierdas y derechas” (como Alain de Benoist, que en otros momentos ha declarado sentirse “de derechas y también de izquierdas”, o Diego Fusaro que reivindica “ideas de izquierda y valores de derecha”) o defienden un “pensamiento transversal” que integra diversos elementos procedentes de las distintas corrientes «antisistémicas»; c) desde hace al menos cien años han existido corrientes nacional-revolucionarias que han mirado con simpatía a la Unión Soviética, o que propusieron híbridos como el «nacional-bolchevismo» de Niekisch (retomado en los noventa en Rusia por Limonov y Dugin), y diversas formas de «fascismos de izquierda».

Esto, que es una realidad histórica irrefutable, no hace ningún sentido en las mentes de los izquierdistas promedio, que no pueden imaginar un fascismo que no sea «de derechas», cuando en rigor la asociación más fuerte entre derecha y fascismo se produjo después de 1945, cuando las escasas formaciones neofascistas existentes se situaron contra la URSS y el comunismo en el escenario de la Guerra Fría. Hoy en día, no resulta nada casual que la extrema derecha aparezca geopolíticamente dividida entre los apoyos a Ucrania y Rusia, y que a pesar de la fuerte presencia de agrupaciones neonazis como el movimiento Azov en Ucrania, la mayoría de los neo y posfascistas actuales apoyen a Putin6.

9. Como señala el barón Julius Evola, tradicionalista esotérico al que Bobbio calificó como un “completo delirante” e “intelectual de medio pelo”, antes de la creación del régimen demoliberal y su sistema de partidos el concepto de derecha no tenía mucho sentido, pues lo que existía en el Antiguo Régimen era un partido de gobierno y una oposición que actuaba “dentro del sistema” sin aspirar a cambiarlo radicalmente. Luego de 1789, la derecha se constituye como la antítesis de las posiciones de la izquierda.

Nunca está de más recordar que el origen histórico de la distinción/oposición entre derecha e izquierda estuvo en la ubicación espacial de los delegados con diferentes orientaciones doctrinales y de clase en la Asamblea Nacional Constituyente de 1789, durante la primera fase de la Revolución Francesa. En esa ocasión, al debatir sobre el rol de la autoridad real frente al poder de la asamblea popular constituyente, los delegados que eran partidarios del veto real (en general, miembros de la aristocracia o el clero) se ubicaron a la derecha del presidente, por ser el espacio tradicionalmente usado como lugar de honor, tal como se dice de Jesucristo que estaría sentado “a la derecha del Dios padre”. Por el contrario, quienes se oponían al poder de veto del rey se ubicaron a la izquierda, y se designaron a sí mismos como «patriotas».

Algo que uno suele olvidar es que la derecha tradicionalista y aristocrática es antiburguesa y puede presentarse incluso como “anticapitalista” (si por capitalismo entendemos su fase o faceta liberal). Por eso, para Evola, que como él mismo anuncia observa al fascismo desde la derecha o más allá del fascismo, a mediados de los 60 no existía ya una “Derecha auténtica”, con D mayúscula, opuesta a la llamada “derecha económica” o burguesa, que incluiría a la “derecha liberal”: un contrasentido para los tradicionalistas que creen en una derecha “depositaria y afirmadora de valores directamente ligados a la idea del ‘Estado verdadero’”, con valores centrales superiores a la oposición entre partidos, “según la superioridad comprendida en el concepto mismo de autoridad o soberanía tomada en su sentido más completo” (Evola, 1964).

10. Desde 1789 hasta ahora, la dicotomía derecha/izquierda subsiste, dado que es útil para señalar amigos y enemigos en la arena política, pero esta permanencia no ha sido estática, sino que muy dinámica. Así, la burguesía revolucionaria y patriota que hace 230 años se sentaba a la izquierda pasó a ser luego de centro, o de derecha liberal, y terminó aliándose con la derecha conservadora cuando se tuvo que enfrentar al surgimiento de una izquierda socialista obrera y popular.

La cuestión de la vigencia u obsolescencia de la división derecha/izquierda ha sido constantemente abordada por Alain de Benoist, fundador del GRECE7 y principal teórico de la llamada Nouvelle Droite.

Exponiendo en detalle la evolución de su pensamiento, Sanromán destaca que, para De Benoist en 1994, los tres debates históricos en que se manifestó la oposición entre derecha e izquierda, y que entiende ya obsoletos en ese momento, fueron: a) la cuestión de las instituciones, que enfrentó a los partidarios de la República con los defensores de la Monarquía (constitucional o de derecho divino); b) la cuestión religiosa, en que los partidarios de una “concepción ‘clerical’ del orden social” se oponen a los que “abogan por una visión laica de la justicia y el Estado; c) la cuestión social, que es el tercer y último debate, centrado en la discusión sobre “el papel del Estado en la regulación de la actividad económica y en el problema de la redistribución de la riqueza”. Así, para De Benoist, a partir de la revolución soviética, ser políticamente de izquierdas “no es ya solamente ser republicano (puesto que todo el mundo es republicano), ni siquiera es ser laico (puesto que ya hay católicos de izquierda). Es ser socialista o comunista” (citado por Sanromán, 2008: 173).

Con la desaparición del «bloque socialista» a inicios de los 90, la dicotomía izquierda/derecha vuelve a mutar, generando un cierto consenso en la gestión del poder político por parte de derechas e izquierdas moderadas que aceptan administrar el modelo neoliberal renunciando a la idea misma de un cambio social profundo, lo que por un lado tiende disolver los antiguos límites entre ambos polos, y por otro genera un terreno de indistinción que trata de ser aprovechado por nuevos fascismos y nuevas formas de ultraderecha que han aparecido con fuerza desde la crisis del 2008, conquistando importantes cuotas de poder político y social.

11. La nueva oleada de extrema derecha, que se expresa desde 2008 cada vez con más fuerza, causa bastante confusión y debates. Para algunos, se trata sencillamente del viejo fascismo bajo nuevos ropajes, o de mutaciones y adaptaciones del gen fascista que se presenta de nuevas formas, más o menos diferentes y desplazándose en direcciones que aún cuesta reconocer (eso es lo que intenta designar la etiqueta de «posfascismo», tal como la explica Enzo Traverso). En la medida que estas «nuevas derechas» son ultranacionalistas y xenófobas, no es difícil reconocer el gen fascista. Pero también existen otras dimensiones del fenómeno que cuadran mejor en la etiqueta de los populismos o de la «derecha radical», que según varios expertos sería al menos respetuosa de las formas de la democracia, lo cual las alejaría de la tentación extremista propia de la ultraderecha «antisistémica».

Expertos como Steven Forti (2021) llaman a no confundir todo este fenómeno con una nueva forma de fascismo, puesto que, en primer lugar, se trataría de un reduccionismo que no nos permite entender la complejidad de estos fenómenos en lo que tienen de realmente nuevos; y en segundo lugar, porque etiquetar de «fascistas» a todos los que votan por Trump, Bolsonaro, Le Pen o Meloni es contraproducente, pues puede impulsar y reforzar la identificación de una gran cantidad de gente hacia las expresiones más virulentas y peligrosas de la actual «derecha alternativa».

Pero como ha dicho hace poco Enzo Traverso (2019), partidario en general de un uso acotado del concepto fascismo, “el posfascismo está creciendo en todas partes y no sabemos el desenlace de su proliferación”. Si bien “podría mantenerse en el marco de la democracia liberal, también podría experimentar una nueva radicalización, especialmente en el caso de un colapso de la Unión Europea, que es uno de sus objetivos”. Las premisas de ambos desarrollos ya existen, así que de producirse la segunda opción “nos veríamos compelidos a reconocer que el fascismo no fue un paréntesis del siglo XX”, pasando así a ser un “concepto transhistórico”.

En Chile se podría decir lo mismo: tratar de «fachos pobres» al 40% que vota por Kast o al 62% que votó Rechazo en el plebiscito de salida de la nueva Constitución no sólo dice más acerca del carácter cuico progre de quien formula el insulto, sino que no nos ayuda para nada a tratar de entender con qué factores sociales y culturales, objetivos y subjetivos, está conectando este verdadero «retorno de lo reprimido», que a la vez que es un efecto de cincuenta años de contrarrevolución posmoderna y neoliberal, es una horrible anticipación de un futuro que ya está ante nuestros ojos y frente al cual sólo podemos por ahora oponer algo de lucidez y conciencia histórica, como parte de las tareas mínimas de lo que alguna vez Walter Benjamin designó como la “organización del pesimismo”.

12. Hace casi un siglo, José Carlos Mariátegui, en su Biología del fascismo, oponía el misticismo revolucionario de los comunistas al misticismo reaccionario de los fascistas, y concluía que “la batalla final no se librará, por esto, entre el fascismo y la democracia”. Poco después de eso, Walter Benjamin oponía la “politización del arte” (comunismo) a la “estetización de la política” (fascismo). Hoy en día, como señala el subtítulo del ya referido libro de Lazzarato, la lucha debería plantearse abiertamente como lo que es, en estos términos: fascismo o revolución.

Julio Cortés Morales

NOTAS

1 En aquella ocasión, la ponencia se tituló “1922-2022: ¿Al fascismo sabremos vencer?”. Decidí modificar el subtítulo, pues en esta ocasión, a diferencia de en la ponencia, no me referiré a la cuestión del antifascismo.
2 Cuando en 1938, al decir de Trotski, “las condiciones ya maduras para la revolución proletaria se comienzan a pudrir”. En ese momento la suerte ya estaba echada en España, el estalinismo había ahogado las perspectivas revolucionarias en varios momentos decisivos y se venía encima una nueva guerra mundial: la “medianoche del siglo”, en palabras de Victor Serge.
3 Ver la tesis 109 de La sociedad del espectáculo.
4 Este grupo llamó a votar por el estalinista Eduardo Artés en las elecciones del 2021. Tratan de diferenciarse de lo que llaman «rancionalismo» (el nacionalismo rancio de grupos nacionalistas reaccionarios) y de los «patriotas» de la derecha pinochetista, y reivindican en cambio a Raúl Pellegrin y al Frente Patriótico Manuel Rodríguez en su intento fallido de ajusticiar a Pinochet en septiembre de 1986, pues “con máxima entrega por la liberación de la patria, toman en sus manos las armas con las que iban a dar fin a quienes traicionaron sus juramentos, y que saquearon, torturaron al Chile auténtico; obrero y campesino”. El 4 de octubre del 2022 realizaron una entrevista virtual con el «marxista hegeliano» Carlos Pérez Soto.
5 El 12 de septiembre de 1919, el poeta D´Annunzio invadió con una pequeña columna rebelde la ciudad adriática de Fiume (perteneciente a la actual Croacia, en ese entonces Yugoslavia). Esta experiencia fue mirada con simpatía por Gramsci, y Lenin estuvo a punto de responder el telegrama enviado por el poeta, evitando finalmente hacerlo para no incomodar a los socialistas italianos. Bordiga, en un informe a la Internacional Comunista, señala que en el momento más difícil el movimiento fascista “halló un apoyo en la expedición de D’Annunzio a Fiume, de la que sacó una cierta fuerza moral”, pues “en esa época se inicia su organización y su fuerza armada, aunque el movimiento de D´Annunzio y el fascismo sean cosas distintas” (Bordiga, 1922).
6 En el caso chileno, confluyen en dicho apoyo a Rusia “contra el orden globalista neoliberal” desde la revista Ciudad de los Césares al Movimiento Social Patriota y los ya referidos duginistas de Praxis Patria.
7 Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea. Fundado en 1968. Sus principales publicaciones fueron Nouvelle École y Eléments. Véase https://www.revue-elements.com/tag/nouvelle-droite/


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