lunes, mayo 25, 2020
Genesis P-Orridge, RIP
Murió Florian Schneider de Kraftwerk, y muchos medios han escrito sobre eso. Está bien. Hay que valorar el aporte de esa formación, sobre todo en sus mejores momentos de los años 70 y hasta el famoso Computer World, de 1981 si mal no recuerdo. Antes valoraba más ben a Kraftwerk como antesala de Neu!, pero con el tiempo fui apreciándolos en sus propios términos, siendo mis favoritos el Trans Europe Express y Radiactivity. No olvidemos la excelente versión de The Model que hacía Snakefinger, el guitarrista inglés que era casi el quinto miembro de los Residents (si asumimos el mito que eran cuatro y no un colectivo más amplio, que es lo que muestran en el documental “Teoría del anonimato”).
Pero su muerte me hizo recordar que también murió hace unas
semanas Genesis P-Orridge, en medio de esta pandemia/cuarentena. Genesis fue un
personaje de lo más interesante desde los tiempos del colectivo COUM
Transmissions, a los legendarios Throbbing Gristle, y luego con Psychic TV, por
nombrar sus proyectos principales.
Leí sobre TG en un libro que me prestó Javier Chandía, donde
hablaban de varias rarezas musicales. No recuerdo título ni autor, pero hablaba
de los Residents (de los que éramos fanáticos) y Cabaret Voltaire (de quienes
conocíamos sólo el “Mix Up”), además de Esplendor Geométrico, Aviador Dro y sus
obreros especializados, y otros fenómenos curiosos de la península ibérica. Lo
que recuerdo es que decía que TG podía manipular a través del sonido las
sensaciones y emociones del público, al punto de poder hacerlos vomitar a todos
al mismo tiempo. Difícil de creer…Pero hubo que esperar un poco a conocerlos
gracias a la TV abierta de madrugada de inicios de los 90, donde Rolando Ramos
solía poner video clips “alternativos” que incluían a Black Flag, Meat Puppets
antiguo y hasta Opal y the Leaving Trains, y una vez puso casi entera una
impresionante versión en vivo de “Discipline”, justo hasta la parte en que
Genesis besa largamente en la boca a un asistente de la primera fila, y se
desata todo el caos y liberación a través del sonido.
Poco después, gracias a algunos materiales que me mostró
Patricia Pietrafiesa en su casa compartida en Buenos Aires desarrollé una
obsesión intensa y libidinal con Lydia Lunch y Cosey Fanni Tutti. De Cosey pude ver en esos años en que internet
recién era accesible gran cantidad y calidad de sus años en COUM Transmissions,
y en sus incursiones en revistas porno y la gran exhibición que hizo bajo el
título de “PROSTITUCIÓN”.
En otra visita a los amigos de Buenos Aires pude conseguirme
en una incursión a la extinta Tower Records dos joyas considerables: “Bullhead”
de Melvins y el “Greatest Hits” de Throbbing Gristle. Con Monki los escuchamos
al hilo al máximo volumen de una radio-caset-cd fumando y bebiendo algo desde
el patio, pero el anfitrión, C., suspiró aliviado al final de dicha tanda y
dijo: “ahora vamos con algo más pop, más bonito, como los Smiths”.
NO tengo tiempo ni ganas de explayarme en esto pero, TG fue
uno de los colectivos más interesantes en la experimentación de varios niveles
de actividad en los años 70. Su obra es “patrimonio” (jaja: pater) de la
humanidad. Hay que explorarla una y otra vez.
Hasta siempre Genesis. Y gracias por todo.
Etiquetas: 666, 68, 77, dadá, ebriedad, memories of you, sexpol, throbbing gristle, William S. Burroughs
lunes, mayo 18, 2020
Cuarentena y Estado policial: el 1° de mayo en Plaza Dignidad
El estado de catástrofe
por la calamidad pública del “coronavirus” declarado por el presidente Piñera
el 18 de marzo -exactamente cinco meses después de la declaración de estado de
emergencia por la rebelión popular-, implica varias restricciones permanentes a
la libertad de circulación de las personas.
Al igual que en
octubre, existe un toque de queda de 22:00 a 5:00, que invariablemente nos
acompañará en los por lo menos tres meses que en principio durará este estado
de catástrofe.
La circulación fuera de
dicho horario es perfectamente legal en todo el país, a menos que usted viva en
una comuna declarada en cuarentena.
El viernes 1° de mayo
la convocatoria a manifestarse en Plaza Dignidad (ex La Serena, Italia y
Baquedano) se producía en el espacio territorial de la comuna de Providencia,
que en ese momento no estaba en cuarentena pues se vivía la fase
exitista-zorrona de su versión “dinámica” con “retorno seguro” incluido.
Avanzo en bicicleta portando
mascarilla, y llego por Bustamante, poco antes de las 11. Diviso una gran
cantidad de vehículos policiales estacionados media cuadra antes de la
Telefónica, siendo la novedad que muchos de ellos son de color blanco (del cual
en la escuela nos decían que en verdad no es un color, sino que la suma de
todos juntos).
Mi memoria visual pega
un salto directo a los años ochenta, tiempo en que las cucas y radiopatrullas
eran negro con blanco, detalle que ya casi había olvidado tras décadas de uso
de vehículos pintados color “verde paco”, lo que en rigor parece haber sido obra
de la política estética de los años llamados de “transición a la democracia” (y
que en realidad fueron más bien de “consolidación y ajuste” del modelo social,
económico y político heredado de la dictadura).
En esos años en que todavía había salas de cine donde los estrenos eran eventos colectivos interesantes, a los policías de FFEE los llamábamos “cylones”, por influencia de la película “Galáctica, astronave de combate”, donde los soldados/robots enemigos usaban cascos y protecciones tan futuristas como estas, que anticipaban en cierta forma a la imagen de “Robocop” y la existencia de los “bots”. Poco después por otra contaminación cultural holywoodense desviada por el uso popular se les empezó a denominar como “tortugas ninja”.
En esos años en que todavía había salas de cine donde los estrenos eran eventos colectivos interesantes, a los policías de FFEE los llamábamos “cylones”, por influencia de la película “Galáctica, astronave de combate”, donde los soldados/robots enemigos usaban cascos y protecciones tan futuristas como estas, que anticipaban en cierta forma a la imagen de “Robocop” y la existencia de los “bots”. Poco después por otra contaminación cultural holywoodense desviada por el uso popular se les empezó a denominar como “tortugas ninja”.
En todo caso la mayor
novedad que pude apreciar en esa bella y soleada mañana de otoño es que estos
carros policiales ya no tienen la inscripción “FF.EE.” (por Fuerzas
Especiales), que ha sido reemplazada nada
menos que por "C.O.P." Esta elección de nuevo nombre para un cuerpo policial
que en sus inicios se llamaba “Grupo Móvil” es digna de un análisis psicosocial
más que jurídico que alguien mejor calificado debería hacer.
Pero diría que al menos
en un nivel consciente, el uso de la expresión “cop” como nuevo nombre oficial
de la policía antidisturbios (que antes de ser Fueras Especiales se llamaba
“Grupo Móvil”) no es por recoger la denominación coloquial equivalente a “paco” en
inglés y recogida en la sigla A.C.A.B. (“all cops are bastards”: “todos los
pacos son bastardos”), popularizada hace décadas por las subculturas punk y
skinhead en Inglaterra y que en octubre se tomó las paredes de todo Chile, sino
que correspondería a la sigla de “Control del Orden Público”. A nivel
inconsciente la elección de nombre es obviamente muy mala, comparable a cuando
asumió el mando Bruno Villalobos e instaló el eslogan: “somos la frontera entre
la ciudadanía y la delincuencia”.
Estos nuevos nombres y
colores expresan muy concretamente dos cosas: la importante cantidad de miles de
millones de pesos que fue invertida en renovar la flota antimotines del
segmento policial del aparato represivo del Estado, y la dimensión
principalmente “cosmética” (literalmente: un cambio de nombre acompañado de una
manito de pintura) de la reforma policial anunciada en marzo por una comisión
convocada por el Gobierno (liderada por Blumel) y también otra convocada por la
Comisión de Seguridad del Senado (liderada por Harboe).
En ambos casos se habla
de la necesidad de una “reforma” y no sólo una “modernización”, y a renglón
seguido se aclara que en todo caso no se trataría de una “refundación” de la
policía uniformada, sino que de una reforma de Estado hecha “con Carabineros”,
pues como dijo Blumel en carta a El Mercurio con ocasión de los 93 años de la
institución: “La experiencia de más de nueve décadas de Carabineros de Chile,
ampliamente valorados por la ciudadanía la mayor parte del tiempo, es un activo
que no podemos desaprovechar”.
En el parque se ven
pequeños grupos de personas, en general portando mascarillas, a las que enormes
contingentes de Carabineros les realizan controles preventivos de identidad.
Tras los minutos que dura el control, las personas avanzan.
Estaciono mi bicicleta
al lado de más carros policiales que están ubicados en Avenida Providencia,
para que quede bien custodiada por funcionarios encargados de hacer cumplir la
ley, y me dirijo hacia la explanada frente al teatro de la Universidad de
Chile, donde de manera bien dispersa se aprecia un grupo que estimo en alrededor
de 50 personas. Junto a ellas, enjambres de reporteros y periodistas oficiales
e independientes, con mascarillas y credenciales.
Otros observadores de
DDHH me dicen que la idea es no juntarse en grupos de más de 50 personas,
porque es el límite impuesto por el estado de excepción. En efecto, el artículo
3 del decreto entrega a los Jefes de la Defensa Nacional la facultad de
“Establecer condiciones para la celebración de reuniones en lugares de uso
público, de conformidad a las instrucciones del Presidente de la República”.
Carabineros son harto
más que 50, y la pequeña pero activa manifestación está completamente rodeada
de COPs: grupos de infantería avanzan desde el parque Bustamante, otros están
ubicados en el Monumento al exterminador de mapuche, Manuel Baquedano, afuera
de la estación de Metro nombrado en su honor, en Vicuña Mackenna, Alameda e
incluso cubriendo completamente el Puente Pío Nono.
Hay dos vehículos
policiales justo afuera del metro, en el inicio de avenida Providencia, y desde uno de ellos emiten un mensaje por
altoparlantes:
“Las personas que se
están manifestando de manera violenta son una minoría, aléjese de ellos y
manténgase en una zona segura. Esta manifestación está siendo registrada con
tecnología disponible por carabineros. Recuerde que este material luego puede
ser considerado como evidencia”.
La masa, que ahora me
parece ser de unas 100 personas en total, y donde absolutamente nadie está
ejecutando nada que pueda ser considerado como un acto de violencia, es
arrinconada por los COPs y acarreada hacia los paraderos de Vicuña, donde están
ubicados los furgones de traslado de imputados. Detienen a quienes les quedan
más cerca, o tienen lienzos, o están filmando. Se llevan a una mujer que andaba con su hijo
de 9 años, que debe arrancar junto a otras mujeres. Detienen incluso a quienes
tienen credenciales de prensa.
Persiguen gente hacia
el parque Bustamante, donde hacen más detenciones, y también avanzan
persiguiendo gente por Vicuña hasta Rancagua.
Les consulto a dos
carabineros si estas detenciones son por desorden, o por el delito de poner en
peligro la salud pública (artículo 318 del Código Penal). Me responden:
“depende…si los detenemos acá, que es Providencia, es solo desorden…pero hay
otras personas que detectamos por las cámaras que vienen desde Santiago y ahí
entonces es por violar la cuarentena”.
La gente se reagrupa de
a poco, ante una presencia policial que no disminuye, pero se queda un momento
quieta a la espera de una segunda arremetida que no tarda demasiado en llegar.
Esta vez entran en acción los nuevos carros lanza-aguas que, mientras se
escucha el mismo mensaje sobre los “grupos violentos”, persiguen con chorros de
largo alcance a manifestantes pacíficos en una zona que no está en cuarentena.
La gente corre hacia Bustamante, y en un momento los COPs detienen a una gran
cantidad de reporteros, que por estar cubriendo los hechos no arrancan de la
policía y quedan totalmente a su alcance para efectos de ser rápidamente
ingresados a la fuerza a los carros de traslado de imputados. Reporteros de
prensa y TV pudieron transmitir en vivo su detención al interior de dichos
vehículos.
El General Bassaletti
dijo luego que aunque muchos de ellos portaban credenciales, Carabineros tenía
que proceder a detenerlos para llevarlos a la 19° Comisaría y recién ahí poder
verificar si es que en realidad eran quienes señalaban dichas credenciales. Lo
cual jurídicamente es una aberración: para efectos de comprobar “in situ” la
identidad de las personas existe el control de identidad del Código Procesal
Penal, que exige algunos indicios de actividad delictiva, y sólo en caso de que
la persona no se identifique habilitaría para llevarla conducida (¡no detenida!)
a un recinto policial. Además, desde el 2016 existe el control preventivo de
identidad, que puede ser practicado a cualquier persona que no sea notoriamente
menor de edad, y debe ser hecho en el lugar en que la persona se encuentre
cuando se le exige su identificación.
La persecución sigue
por el parque y llega casi hasta la calle Marín. Se llevan detenido a un hombre
que andaba con su hijo de 12 años. Presa fácil porque al estar con él no pudo
correr mucho. Cuando se les hace ver que el niño iba a quedar solo, ¡deciden
llevarse también al niño! No ven ninguna otra opción, a pesar de que el
desorden-falta sólo tiene pena de multa y no amerita detención, sino que
solamente tomar los datos para una futura citación (ver los artículos 124 y 134
del Código Procesal Penal).
Regreso a la Plaza
Dignidad y ya hay grupos de personas reagrupándose y percutiendo el ritmo
incesante de fierros y cacerolas que no ha dejado de retumbar desde el 18 de octubre.
Carabineros retira
parcialmente su despliegue, reservándose para más manifestaciones en la tarde.
Antes de irme veo que un grupo de ellos echa sus motos encima de la gente, y a
una señora que los increpa uno le grita: “váyase a su casa a hacer el almuerzo”.
Ella replica: “llevo cuarenta años en las calles y mi pareja me espera
cocinando en la casa”, agregando un par de garabatos. Otro carabinero se le
acerca, le dice que no le haga caso y le asegura que “no somos todos
iguales”.
Antes de irme lanzo una
mirada de desagravio al lugar exacto en que posó Piñera cuando creyó terminada
la revuelta, y me fijo en que, salvo los monumentos de Baquedano y el de la
comunidad italiana (el ángel y el león), que fueron repintados y lucen de una
manera que pretende ignorar el estallido y sus acciones espontáneas de
desmonumentalización, el resto del entorno luce casi igual que antes del 18 de marzo. Como
esperando a cuando todo recomience.
Me voy pedaleando por
calles vacías de autos, como en octubre, y lo único que cambia es que llevo una
mascarilla P95 en vez de una máscara antigas. Repaso mentalmente qué otras
actividades barriales están convocadas para lo que queda del día, me alegro al
comprobar que nunca vamos a dejar pasar un 1° de mayo sin recordar a los caídos
en Chicago en 1886, y recuerdo que en uno de sus últimos mensajes Walter
Benjamin nos decía que “el estado de excepción en que ahora vivimos es en
verdad la regla” y que “el concepto de historia al que lleguemos debe resultar
coherente con ello”.
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martes, mayo 05, 2020
Desde nuestra celda (x RB/2&3 Dorm)
En 1871 lo que hoy se conoce como Europa era un lugar
muy distinto, y no solo por la cantidad de artefactos tecnológicos disponibles
o la densidad de sus ciudades, el propio tejido social tenía una cualidad
distinta. Ese año una de sus capitales más importante fue protagonista de una
radical transformación del tiempo-espacio; tuvo lugar una Comuna revolucionaria
de la que emanó un potencial humano que hasta entonces había sido violentamente
contenido. Para los actuales habitantes de Chile es muy fácil reconocer el
contenido más profundo de ese evento porque acaban de vivir algo muy parecido.
Una de las tantas cosas que emanó del corazón de ese fructífero año de
revoluciones fue el poema que pronto se transformaría en el himno de La
Internacional.
Ese canto, que aún hoy es celebrado, anunciaba una
toma de consciencia muy particular. La mirada que esta consciencia exige para
que su visión pueda ser asimilada es escasa en nuestros tiempos. No es
una consciencia visual o de datos, ni siquiera científica. Gustave Courbet,
Eugene Pottier y August Blanqui, todos miembros activos de la Comuna, fueron
testimonios vivos de esto. La realidad estaba un tanto menos fragmentada, y
todo indica que habían muchas menos capas de maquillaje y narrativas
enturbiando la percepción de las que nos atormentan hoy. Fue en ese contexto, y
luego de un intenso periodo de incubación, que nació al mundo la clase
trabajadora internacional como organismo auto-consciente y con un sentido
(dialéctico) universal.
La dominación en la sociedad capitalista
debe ser estrictamente diferenciada de la dominación en el mundo feudal. Con la
mercantilización de la tierra, los productores en la sociedad moderna pierden
cualquier conexión directa con esta y son separados de sus medios originales de
producción; en cambio, los siervos todavía estaban estrechamente ligados a la
tierra. En consecuencia, todos los individuos modernos están constantemente
obligados a vender su propia fuerza de trabajo, la única mercancía que tienen,
a otra persona, y así se vuelven jornaleros que sufren del extrañamiento de su
propia actividad. Según Marx, esta transformación de la relación entre los
humanos y la tierra es decisiva para entender la especificidad del modo de
producción capitalista.[1]
El himno hacía referencia directa al programa de esta
clase, que hasta entonces se expresaba como una unidad cohesionada —solo Dios
sabe cuánto fraccionamiento y aglutinamiento forzoso le ha seguido a ese primer
impulso vital. El objetivo era realizar un sueño ancestral: la clase
trabajadora, que al ser despojada totalmente de su autodeterminación había
entrado en contacto con una consciencia profunda, transhistórica, despojada de
toda ideología física, intelectual y espiritual, traía la buena nueva de la
disolución de todas las clases que dividen a la humanidad artificialmente para
construir una comunidad humana igualitaria, auto-consciente, cooperativa,
solidaria, etc. Este sueño recurrente en la historia humana civilizada se
expresaba de forma global por primera vez. Hasta los últimos confines del
mundo, como la Patagonia, se unían al grito de liberación.
La unidad originaria con la tierra desapareció con el
colapso de la dominación personal precapitalista. Su resultado es la
enajenación de la naturaleza, de la actividad, del ser genérico y de otras
personas, o dicho en términos más simples, la enajenación moderna surge de la
total aniquilación de la “faceta afectiva” de la producción. Cuando la tierra
se vuelve una mercancía, se modifica radicalmente la relación entre los humanos
y la tierra, y se reorganiza en aras de la producción de riqueza capitalista.
Luego de la universalización de la producción de mercancías en toda la
sociedad, el conjunto de la producción no se dirige principalmente a la
satisfacción de necesidades personales concretas, sino solo a la valorización
del capital. Siguiendo la nueva racionalidad de la producción, el capitalista
simplemente no permite que los trabajadores realicen su trabajo a su antojo,
antes bien, de acuerdo con su “sucio egoísmo”, transforma activamente todo el
proceso de producción de tal manera que la actividad humana es completamente
sometida a una dominación reificada, sin consideración por la autonomía del
trabajo y la seguridad material.[2]
La lógica ilustrada y patriarcal reduce cualquier cosa
que se acerque a un pensamiento así de poético a lo que comúnmente se conoce
como utopía, un concepto hasta ahora muy mal utilizado y subvalorado en
la mayoría de los casos[3]. ¿Qué es eso de que todos tengan
condiciones de vida digna y libertad de elegir qué hacer con su tiempo? Quizá
por razones karmáticas, ha habido en nuestra historia un momento de inercia
mucho más fuerte en lo que tiende a dividir, ya sea sociedades o individuos.
Entonces ese sueño aún no llegó a concretarse, y hoy estamos aquí, siendo
testigos de lo que probablemente fue el 1º de Mayo menos concurrido desde la
masacre de Chicago. Las cosas han cambiado tanto desde entonces que en algunos
lugares del primer mundo grupos de civiles entraron a los edificios de gobierno
fuertemente armados a exigir que se les deje volver a trabajar. En Chile, uno
de los jefes del cartel Matte lo sintetizó perfectamente: “el crecimiento
económico va a ser un imperativo ético”. Mientras tanto, en las calles de
Santiago la policía nos recordó que no dejan de innovar sacando a las calles
sus nuevos camiones antidisturbios, equipados con altoparlantes que comunican a
todo volumen robóticas órdenes a los manifestantes: “las personas que se están
manifestando de manera violenta son una minoría, aléjese de ellos y manténgase
en una zona segura. Esta manifestación está siendo registrada con tecnología
disponible por carabineros. Recuerde que este material luego puede ser
considerado como evidencia…”.
Diariamente usamos energías inconmensurables, como
durante el sueño. Lo que hacemos y pensamos está lleno con el ser de nuestros
padres y ancestros. Un simbolismo incomprensible nos esclaviza sin ceremonia.
Algunas veces, al despertar recordamos un sueño. De esta forma, excepcionales
rayos de intuición iluminan las ruinas de nuestras energías que el tiempo pasa
por alto.
No se puede insistir suficiente respecto de la
importancia de los sueños. El hecho de que la vida se nos aparezca como una
pesadilla más seguido que como un sueño es otro recordatorio de esto.
Cuando la investigación psicoanalítica puso luz sobre
la importancia de los sueños, la misma comunidad científica que hoy dicta la
narrativa oficial sobre la realidad rápidamente acusó la iniciativa de ser nada
más que “un censurable hobby, anticientífico y con una peligrosa tendencia
hacia el misticismo”. Vivimos negando un tercio de nuestras vidas. ¿Puede ser
esta la reacción del “hombre moderno” contra la exagerada importancia que sus
ancestros daban a los fenómenos oníricos?
Reconstruir el pasado no es un tarea que pueda tomarse
a la ligera, pero sería un error hacer vista gorda del hecho de que las
generaciones que nos preceden soñaron tal como lo hacemos nosotros. Sabemos que
prestaban gran atención a los sueños y que en muchos casos eran considerados
herramientas prácticas que se utilizaban en la vida cotidiana, algunas veces incluso
para “predecir el futuro”. En la Grecia antigua y otras civilizaciones del
este, habría sido imposible organizar una campaña militar sin intérpretes
oníricos tal como hoy los ejércitos no invaden territorio enemigo sin antes
consultar imágenes satelitales.
Alejandro Magno siempre viajó con un comité de
onirocríticos. Después de varios días de intentar el asedio a la ciudad de Tiro
—en aquellos días todavía una isla— Alejandro estaba a punto de darse por
vencido cuando una noche soñó que un sátiro bailaba victoriosamente. Su vidente
y onirocrítico más cercano interpretó esto como un buen augurio, lo que le dio
a Alejandro la confianza necesaria para atacar una vez más y finalmente
conquistar la ciudad.
Quien se haya enamorado mientras duerme, quien haya
sido visitado por algún amigo o familiar que ya no existe, o incluso quien se
haya despertado de un salto en medio de una angustia abrumadora, etc., jamás
cuestionaría el poder de los sueños. Dicen que los sueños vienen del estómago,
¿tenemos una digestión lo suficientemente buena durante el día como para irnos
a dormir cada noche y realmente descansar? Un estómago mental lento. Las
cosas se mueven rápido y vivimos endeudados, ¿cuántas de esas deudas las
pagamos mientras dormimos? Quizá esta es la razón por la que con tanta
facilidad también subestimamos los sueños diurnos.
No importa cuánto salario obtengan los trabajadores,
este no les permite escapar de su miseria absoluta. La exclusión total de la
riqueza objetiva se mantiene como la caracterización esencial de la situación
del trabajador bajo el modo de producción capitalista y su causa fundamental es
la enajenación de la naturaleza.[4]
Nos acostumbramos a la frustración tan rápido como nos
acostumbramos a un trabajo o a relaciones que nos dañan. Nuestros vigilantes
son prehistóricos, y cada vez es más fácil sucumbir a la rutina de las razones.
Por eso es tan necesario celebrar a los surrealistas de todos los siglos y
realizar actos surrealistas en nuestra vida cotidiana. ¿Quién no ha soñado con
un mundo mejor? El organismo debe despertar sus capacidades creativas para
mantenerse vivo, y los sueños son una fuente inagotable de creatividad.
Cualquiera que haya pasado por la Plaza Dignidad, o cualquiera de las otras
zonas temporalmente autónomas que brotaron durante la insurrección reciente en
Chile, tuvo una experiencia de eso más allá de las palabras.
Qué bien se nos
ha dado el encadenarnos al lenguaje. El Ego, por ejemplo, va tirando sus anclas
casi siempre a través de narrativas —y de gestos, como hemos visto. Y qué
rígidas pueden volverse las cosas cuando se limitan al lenguaje estructurado y
estructurante de esas narrativas. Les debemos total devoción y las seguimos
como una ley, como el conjunto de reglas interiores que regían a Don Quijote.
¿Qué tan libres somos de salir de nuestra prisión mental? ¿Cuánto tiempo llevamos encerrados?
RB / 2&3Dorm
2 de mayo
[1] Ver Karl Marx’s
Ecosocialism de Kohei Saito, disponible en inglés aquí
(https://libcom.org/files/[Kohei_Saito]_Karl_Marx_s_Ecosocialism__Capital,_N(z-lib.org).epub.pdf)
[3] Ver Estudios
sobre la utopía en la sociedad arruinada (primera parte), 2&3DORM #2,
disponible aquí (http://www.dosytresdorm.org/2&3DNUMERO2_Web.pdf)
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