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domingo, septiembre 27, 2020

LA VIOLENCIA...(Ediciones Vamos hacia la vida) 

 "Pero hoy he visto en la manifestación

tantas caras sonrientes

las compañeras de quince años

los obreros con los estudiantes

‘El poder a los obreros

no al sistema del patrón

siempre unidos venceremos

viva la revolución’.

Cuando después las camionetas

hicieron las redadas

los compañeros empuñaron

los palos de los carteles.

Y vi coches blindados

volcados y luego quemados

tantos y tantos policías

con las cabezas rotas.

La violencia, la violencia

la violencia, la revuelta

quien esta vez haya dudado

mañana luchará con nosotros”.

(Alfredo Bandelli, La violenza, 1968).


Ediciones Vamos hacia la vida acaba de imprimir 50 copias de  “LA VIOLENCIA, VENGA DE DONDE VENGA. Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre”, de Julio Cortés Morales. 

220 páginas, incluyendo una decena de fotos tomadas al calor de esos días. 

Tenemos algunas copias para distribuir al justiprecio de 6 mil pesos. Consulte nomás.

Se trata del primer libro de esta iniciativa, al que seguirán luego otros títulos que han circulado hasta ahora en versiones digitales.


De la presentación del autor:

“Estos escritos que mayoritariamente fueron columnas en medios locales (The Clinic, El Desconcierto, Radio Universidad de Chile y El Ciudadano), más una entrevista al periódico anarquista trasandino El Gato Negro, surgieron desde el interés por registrar en detalle el avance del estado policial desde el frente legislativo, y una especie de crónica de varios de los procesos que estuvieron a la base de los acontecimientos de antes y durante ese largo octubre que aún no termina del todo. La idea de cada columna era analizar determinados aspectos contingentes del rearme represivo del Estado, mientras en la entrevista tuve ocasión de resumir en una hora de conversación lo esencial de lo que estaba pasando en Chile, para un público trasandino. Además agregué algunos apuntes e impresiones “psicogeográficas” motivadas por el uso cotidiano del  Metro, que recién ahora al releer me doy cuenta de que estaban plagadas de alusiones y anticipaciones inconscientes del tipo de subversión subterránea que se estaba incubando de a poco allí abajo.

Estos escritos e intervenciones pretenden ser un aporte más criminológico que jurídico a la comprensión de los fenómenos sociales en que estamos envueltos, donde por sobre una tensión dialéctica permanente, con acción y reacción (revolución/contrarrevolución), interactúan variadas e imbricadas formas de violencia social y económica, política e institucional, insurreccional y contrainsurgente, instrumental y expresiva, racional e irracional…

Para el tipo de conocimiento criminológico crítico que me interesa desarrollar y difundir, el control social es violencia, ya sea en actos o latente en tanto amenaza, y el objeto de estudio son los procesos de criminalización. Una concepción integral que tome en cuenta la manera en que se generan y articulan los distintos tipos de violencia requiere asumir que el capitalismo es en sí mismo una gran acumulación de violencia estructural, que en Chile se vio reforzada con la reestructuración operada en dictadura y posibilitada por el despliegue terrorista de la violencia institucional.

Esa reestructuración tuvo dos grandes momentos: el de la dictadura (1973-1990) y el de la “transacción a la democracia”, articulada por la “oposición democrática” en diálogo con la dictadura ya desde la época de las protestas de mediados de los 80, pero desplegada plenamente en un “perfeccionamiento del modelo” basado en el continuismo y la impunidad. No en vano el primer “presidente democrático” fue Aylwin, un notorio golpista y legitimador inicial de la dictadura pinochetista/guzmaniana, y tampoco parece casual que tras la repetición de un ciclo bastante monótono a la cabeza del aparato gubernamental (Bachelet I-Piñera I-Bachelet II-Piñera II) se nos vuelve a brindar una salida plebiscitaria para alejarnos de las calles, invirtiendo las posiciones originales desde el Sí y el No al Rechazo y el Apruebo. ¿Deja vu?

Una enorme acumulación por décadas de violencia estructural,  que hasta el 18 de octubre se expresaba de manera contenida implosionando en locura, delincuencia y violencia intrafamiliar, fue acicateada por la violencia institucional de la policía y luego los militares causando una explosión espontánea de violencia social, individual y colectiva, que hizo temblar los cimientos del orden capitalista a la chilena. Mientras no se comprenda adecuadamente este proceso, podemos desconfiar totalmente de los numerosos llamados a 'condenar la violencia, venga de donde venga', por ser abiertamente sospechosos de hipocresía”.

Índice:

-Presentación: Revolución y contra-revolución en Chile

-¿Apagando el fuego con bencina?, o: “Aula segura”, la demagogia punitiva en el límite del absurdo

-El control preventivo de identidad a adolescentes como legalización de la sociedad de control

-El control preventivo de identidad a menores de 18 años viola la Convención internacional sobre los derechos del niño

-¿Un tipo de magia?: “ley corta antiterrorista” y resultados inmediatos en la persecución de un “lobo solitario”

- La hipocresía proteccional como fundamento del control preventivo de adolescentes

-¡No al control preventivo! ¡Abajo el estado policial!

-Controles de identidad: perfeccionando el estado policial

-Anexo: Encuentros cercanos con el control de identidad

-Estado, terror y rebelión

-Violencia sexual y mutilación masiva como política represiva

-“Sin gastos para el fisco”: sobre la defensa penal de torturadores

-Sobre lxs presxs de la revuelta y el concepto de “prisión política”

-Represión, impunidad y justicia de clase

-La Ley de Seguridad del Estado como instrumento de represión política

-Nueva derecha, neofascismos y violencia callejera

-¿Quién controla a los que controlan el orden público?

-Baquedano recupera su garbo

-Cuarentena y Estado policial: el 1° de mayo en Plaza Dignidad

-En el Metro

-La insurrección chilena (entrevista con el periódico anarquista Gato Negro)



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sábado, septiembre 26, 2020

JOSÉ DOMINGO GÓMEZ ROJAS 

SEPTIEMBRE DE 1920: ENCARCELAMIENTO Y MUERTE DEL POETA JOSÉ DOMINGO GÓMEZ ROJAS

(publicado en La Voz de los que Sobran).



Hace exactamente cien años el país vivía una gran agitación obrera, estudiantil y popular. Frente a ella las clases dominantes esgrimieron recursos típicos de la contra-revolución: por una parte, exacerbar el “patriotismo” haciendo desde el 15 de julio el amago de movilizar tropas para una guerra contra Perú, en la farsa conocida como la “guerra de don Ladislao” (en homenaje al Ministro de Guerra del presidente Sanfuentes).

Además, se desató una fuerte represión contra los “subversivos”, que por oponerse a esta maniobra eran acusados de estar “vendidos al oro peruano”. Como suele pasar en estos casos -y sigue ocurriendo hasta el día de hoy-, esa represión se ejerció tanto a través del aparato represivo oficial (policía, militares, jueces, cárceles) como mediante la acción de grupos de civiles que encontraban vía libre para ejercer su labor parapolicial.

El 21 de julio una horda de la llamada “juventud dorada” (jóvenes reaccionarios de la clase alta) atacó e incendió el local de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) en la primera cuadra del Paseo Ahumada.

En los días posteriores se vino la arremetida judicial, encarcelando a cerca de mil personas en lo que se conoció como el “proceso a los subversivos”, al cual se refiere entre otros la notable pluma del abogado Carlos Vicuña en su libro “La tiranía en Chile”.

El 25 de julio la policía llegó a la casa donde vivía José Domingo Gómez Rojas junto a su madre y su hermano menor Antuco, de 12 años. Conocido como “el poeta cohete”, este joven de 24 años era al mismo tiempo: estudiante de Derecho en la Universidad de Chile y de Castellano en el Pedagógico, profesor que hacía clases gratuitas en un Liceo nocturno, oficial dactilógrafo de la Municipalidad de Santiago, participante activo en la FECH, la Federación Obrera de Chile, y la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional.

En 1913, contando apenas con 17 años de edad, había publicado el libro “Rebeldías líricas” (disponible íntegramente en el sitio web de Memoria Chilena, en una edición de 1940), el único que alcanzó a publicar en su corta vida.

El libro es profundo y hace erizar los pelos. Sus breves y sencillos poemas parecen armas. Tienen un enorme impulso antiautoritario y rebelde que en cierta forma es la resultante del personal y único cruce que en su biografía tuvieron el anarquismo de principios de siglo -con un tono más stirneriano y nietzscheano que materialista histórico- y una vertiente mística que proviene de la tradición no católica-romana del cristianismo, que se amalgaman en versos como los de este fragmento de su poema “Renegación”:

Yo, hijo de este siglo hipócrita y canalla
reniego de mi siglo y salgo a la batalla
con gritos de amenaza y ayes de rebelión
y son mis cantos rojos, como la dinamita
y como mis dolores, como mi ansia infinita,
como mi sed eterna de eterna redención.

El anarquismo de hace 100 años, que en Chile era prominente antes de la formación de los grandes partidos de la izquierda autoritaria y/o burocrática en los años 20 y 30, fue una gran herramienta para la organización y la autoconciencia del pueblo desde el Norte grande a la Patagonia. Y en todas partes fue severamente reprimido.

Pero si tenemos en cuenta que José Domingo era un activo anarquista pero también  militaba en las juventudes radicales, y que como ya señalamos no era ateo ni agnóstico sino que un espíritu libre, abiertamente místico y singularmente cristiano, podríamos imaginar que en las filas anárquicas de estos tiempos había una considerable variedad de posiciones y no la gris uniformidad que asociamos ahora al anarquismo más tradicional.

José Domingo era un conocido agitador en su tiempo. Declamaba por horas ante las masas su volcánica poesía-cohete en medio de las enormes concentraciones que se realizaban en esos tiempos agitados en la Alameda. Incursionó en la práctica del “mítin relámpago” llevando una silla a la salida de fábricas para poder hablar y luego huir de la policía gracias al apoyo de la multitud.

Suponemos que por todas esas razones la policía lo fue a buscar, siguiendo instrucciones de un turbio magistrado, bajo el pretexto de aparecer mencionado en un acta incautada en un local de la Industrial Workers of the World (o “wobblies”, una corriente sindical organizada de gran presencia en Estados Unidos, con posiciones entre el anarquismo y el sindicalismo revolucionario, y que en ese entonces tenía una activa presencia en la región chilena). Se dice que al momento de ser detenido Gómez Rojas no entendía muy bien qué estaba pasando.

Desde el inicio el juez Astorquiza se ensañó con él, y en vez de enviarlo junto a sus amigos a la Penitenciaría de Santiago (que aún sigue ahí en Pedro Montt, a cuadras del metro Rondizzoni) ordenó que lo encerraran en la Cárcel Pública (que ya no existe, y estaba situada en General Mackenna, desde donde en enero de 1990 se fugaron 49 presos políticos y donde poco después pude ver y saludar por última vez a Marco Ariel Antonioletti en una corta visita carcelaria, sin sospechar que sería asesinado por el Estado poco después, el 14 de noviembre del año del “retorno de la democracia”).

Cuando el juez interrogó a Gómez Rojas, le preguntó de entrada si era anarquista. La inesperada respuesta del poeta lo descolocó: “No tengo, señor Ministro, suficiente disciplina moral para pretender ese título, que nunca mereceré”.

Astorquiza lo amenaza entonces con dejarle caer todo el rigor de la Ley de Seguridad Interior del Estado (que todavía existe y se aplica, aunque en su forma actual: la Ley 12.927, de 1958, varias veces modificada y aplicada hasta nuestros días, incuso contra estudiantes secundarios, pero jamás contra gremios poderosos y reaccionarios como el de los camioneros). Gómez Rojas le recomienda: “No hagamos teatro, señor Ministro”. El magistrado enfurece y ordena que lo envíen a aislamiento a la celda 462, incomunicado, a pan y agua.

Tras salir del aislamiento es trasladado junto a los demás “subversivos” a la Penitenciaría, hasta que en una inspección judicial realizada el 29 de agosto Astorquiza se  indigna al verlo fumar en el patio de la cárcel. José Domingo le hace ver que él también está fumando, no un cigarrillo sino que un habano. El juez lo golpea en el rostro y ordena que lo regresen a la Cárcel Pública, donde de nuevo lo someten a formas extremas de aislamiento, e incluso le quitan la posibilidad de acceder a papel y lápiz.

José Domingo no se deja doblegar. Raya en la pared de su celda el que tal vez haya sido de lejos se poema más famoso en la juventud de la época:

La juventud, amor, lo que se quiere,
ha de irse con nosotros. ¡Miserere!


La belleza del mundo y lo que fuere
morirá en el futuro. ¡Miserere!


La tierra misma lentamente muere
con los astros lejanos. ¡Miserere!


Y hasta quizás la muerte que nos hiere
también tendrá su muerte. ¡Miserere!

Astorquiza se mantiene inflexible, y dice que el poeta se está “haciendo el loco”.

José Domingo contrae difteria y meningitis. El 21 de septiembre lo envían a la Casa de Orates, donde muere el 29.

A su funeral asistieron cincuenta mil personas, cuando en Santiago vivían quinientos mil. Pocos días después salió el primer número de Claridad, la revista de la FECH, casi enteramente dedicado a su compañero caído.

José Domingo siguió viviendo en las páginas de las novelas de los amigos quienes alentó a escribir: Manuel Rojas y José Santos González Vera, entre varios más.

La plazoleta en Pío Nono frente a la Escuela de Derecho llevaba su nombre y puedo dar fe de que al menos desde 1988 hasta algún momento que no recuerdo bien estaba emplazada ahí una gran una piedra roja en homenaje a Gómez Rojas. Me temo que fue quitada cuando se decidió rebautizar esa plaza con el nombre de Juan Pablo II hacia el año 2009, maniobra urbanística que originalmente incluía la idea de posicionar en ese lugar una estatua del Papa polaco.

Recientemente se publicó una excelente Antología de Gómez Rojas por las Ediciones Universidad Diego Portales, con selección de poemas a cargo de Adán Méndez y un valioso prólogo de Nicolás Vidal. Si bien la antología se tituló “Rebeldías líricas”, aparecen sólo cinco poemas del libro del mismo nombre, y el grueso de la obra se concentra en las Elegías (1935), además de otros hallazgos como apariciones en una pequeña antología de poetas chilenos de 1917 y la revista Los Diez (1916).

No hay persona a quien le haya mostrado esta antología que no haya quedado profundamente impactada por su vida y obra. Lo cual es una buena manera de llevar a la práctica la afirmación de que nada ni nadie está olvidado, aunque ya haya transcurrido un siglo.



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viernes, septiembre 18, 2020

FISCALIZACIONES DIECIOCHERAS A DOMICILIO: EL ESTADO DE EXCEPCIÓN SALTÁNDOSE SUS PROPIAS REGLAS 

 


“Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas” (Albert Camus, La peste).

El 12 de septiembre la Secretaria Regional Ministerial de Salud para la Región Metropolitana anunció “mano dura” con las celebraciones de Fiestas Patrias en pandemia, que su propio gobierno autorizó: “Vamos a estar yendo a las viviendas, vamos a hacer un trabajo conjunto con Carabinero, PDI, Fuerzas Armadas, para corroborar que se respete el aforo máximo, que son los residentes de la vivienda más cinco personas”.

Lo cierto es que llevamos medio año viviendo en estado de excepción, desde que el 18 de marzo de 2020 el Presidente de la República adquirió las facultades extraordinarias que de acuerdo al artículo 43 de la Constitución incluyen el “restringir las libertades de locomoción y de reunión” -lo que se ha hecho ampliamente mediante toque de queda nacional- y “disponer requisiciones de bienes, establecer limitaciones al ejercicio del derecho de propiedad” -lo que no se hizo ni para tomar posesión de Espacio Riesco y reconvertirlo en Hospital-, además de la facultad de “adoptar todas las medidas extraordinarias de carácter administrativo que sean necesarias para el pronto restablecimiento de la normalidad en la zona afectada”.

Lo curioso es que la gran mayoría de las medidas sanitarias con que se han restringido más o menos justificadamente las libertades y derechos fundamentales de las personas no se han adoptado por los militares designados por el presidente Piñera como Jefes de la Defensa Nacional en cada región del país, sino que mediante decretos y resoluciones sanitarias dictadas en virtud del Decreto de Alerta Sanitaria de 5 de febrero, que no se basan en el estado de excepción sino que en la normativa sanitaria nacional e internacional.

En este contexto, y teniendo en cuenta que los únicos derechos fundamentales que el estado de catástrofe permite restringir o suspender son los de reunión y de circulación, no existe hasta ahora ninguna justificación para restringir el derecho a la inviolabilidad del hogar, contemplado en el artículo 19 N°5 de la Constitución, que en tanto derecho fundamental sólo podría ser  afectado por ley.

La ley que se refiere a la posibilidad de que agentes del Estado ingresen en domicilios privados es el Código Procesal Penal, que en sus artículos 204 a 216  regula la diligencia de entrada y registro en lugares de libre acceso público y en lugares cerrados, exigiendo en relación a estos últimos “siempre que su propietario o encargado consintiere expresamente en la práctica de la diligencia” (artículo 205). De no contar con el consentimiento del dueño o arrendatario se requiere siempre de autorización judicial, con la sola excepción señalada en el artículo 206, es decir, “cuando las llamadas de auxilio de personas que se encontraren en el interior u otros signos evidentes indicaren que en el recinto se está cometiendo un delito”. 

Esta normativa procesal penal no contempla de ningún modo la posibilidad de ingresar a domicilios para comprobar aleatoriamente si se están cometiendo delitos, como sería en este caso la posible infracción del artículo 318 del Código Penal por no acatar las normas dictadas por la autoridad sanitaria en el contexto de la pandemia.

La otra ley que podría aplicarse es el Código Sanitario, que contempla en su Libro X, Título I, la posibilidad de que “para la debida aplicación del presente Código y de sus reglamentos, decretos y resoluciones del Director General de Salud, la autoridad sanitaria podrá practicar la inspección y registro de cualquier sitio, edificio, casa, local y lugares de trabajo, sean públicos o privados” (artículo 155 inciso primero). Pero el Código es claro en exigir que “cuando se trate de edificio o lugares cerrados, deberá procederse a la entrada y registro previo decreto de allanamiento del Director General de Salud, con el auxilio de la fuerza pública si fuere necesario” (artículo 55, inciso segundo).  Además, en estos casos se requerirá siempre notificar al dueño o arrendatario (artículo 157).

Ante las críticas y dudas finalmente la SEREMI Labra ha aclarado el lunes 14 que dado que “las personas no pueden negarse a la autoridad sanitaria o a Carabineros”, y que estos funcionarios están autorizados para “hacer una orden de allanamiento” respecto de un domicilio, “siempre que sean fundados”,  en definitiva lo que importa es hacer un llamado “a la población a denunciar a las personas que no cumplan con las instrucciones de la autoridad sanitaria”.

Así que en definitiva la idea parece ser esta: invitar a la ciudadanía a denunciar posibles “delitos flagrantes” para poder exhibir en directo las diligentes y enérgicas fiscalizaciones en los hogares seleccionados.

Tal como con las leyes basadas en el populismo penal, lo que importa es el mensaje: mostrar señales de buen manejo de la pandemia invitando a la gente a “autogestionar” la represión, enviando fiscalizadores, policías y militares a la puerta de casa de sus vecinos desobedientes. Así de paso se sigue acostumbrando a la gente a tolerar la presencia policial/militar en las calles, casas, y recintos de votación.



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sábado, septiembre 05, 2020

¿Como ACABar con la policía? Convocatoria revista Carcaj.cl septiembre/octubre 2020 

 en vez de “te amo” di a la mierda la policía / en vez de
“los fuegos del cielo” di a la mierda la policía, no digas
“reclutamiento” no digas “trotsky” di que se joda la policía
en vez de “despertador”, di a la mierda la policía
en vez de “mi traslado diario” en vez de
“sistema electoral” en vez de “viento solar sin fin” di que se joda la policía
(ACAB: una canción de cuna, Sean Bonney)
La yuta, los pacos, los tiras, la jura, los cerdos, los tombos, ¡están por todas partes! La mayoría de nuestras experiencias sociales parecen hoy estar permeadas, contabilizadas o cuadriculadas por ellos; sus zonas de intervención, sus medios de vigilancia y sus métodos de represión se han hecho cada vez más intensos; el paqueo se ha vuelto masivo y generalizado. Tanto así que uno casi llega a olvidar que se trata de una invención reciente: la policía no siempre tuvo su lugar en la historia de las sociedades. 
¿Cómo fue que la promesa de la polis, la ciudad libre y autoorganizada, se convirtió en una pesadilla policial? ¿En qué momento se hizo más fácil imaginar una sociedad sin capitalismo que una sociedad sin policías?
¿Y qué es la policía, en todo caso? ¿Qué entendemos cuando la nombramos? ¿La violencia legítima del Estado? ¿Una banda narco-criminal institucionalizada? ¿El brazo armado de la élite, destinado a asegurar el orden de dominación y los procesos de acumulación capitalista? ¿Es una institución, una función, una técnica de gobierno sobre los cuerpos?
Una constante del pensamiento vigilado nos ha querido convencer de que la policía se justifica, de una vez y para siempre, en una función impostergable: evitar el crimen. Pero el crimen no es tanto lo que la policía viene a combatir, como su materia prima y su producto. Por eso una campaña de carabineros podía hace poco proclamar “somos la frontera entre la ciudadanía y la delincuencia”:  porque de lo que se trata, ante todo, es de asegurar que esa frontera exista. Hacerla emerger, marcarla y controlarla. Lo que cambió realmente con la aparición de la policía no fue, entonces, una verdadera disminución en la tasa del crimen, sino algo en la organización más íntima del Estado: el descubrimiento de una verdadera industria en torno a la distribución, asignación y “prevención” del delito. La ciencia de la policía es desde entonces inseparable de una demonología de las figuras del criminal, en la que la discriminación racial, la diferenciación sexual y la subordinación de clase son los marcadores fundamentales. 
No se trata simplemente de que la policía discrimine, no es solo que sea racista: la yuta es una verdadera fábrica de la segregación, una máquina de producción de abusos y desigualdades. Por eso, la violencia descontrolada, los asesinatos, violaciones, torturas; los llamados elegantemente “excesos” en el uso de la fuerza, nunca serán “hechos aislados” ni simples errores en la ejecución de algún protocolo, sino que son los efectos de una condición muy precisa que le permite a la policía desatar la violencia en múltiples formas y con total impunidad, mientras la justicia que imparta deje en claro su carácter de clase.
Por eso la cuestión decisiva, el límite de cualquier teoría revolucionaria o insurgente, quizá siga siendo en el fondo el problema de cómo defendernos. ¿Qué hacer frente al monopolio de las armas y la violencia? E incluso, ¿es posible pensar la abolición de la policía? ¿Cómo acabar con los pacos? ¿O acaso serán estas otras preguntas inútiles, y habrá que resignarse a seguir mencionando para siempre alguna que otra necesidad de reformar, desmilitarizar, o democratizar la institución policial? 
Si hasta ahora amplios sectores de la población podían vivir con la idea de que el copamiento policial no les concernía, porque no eran afroamericanos en Estados Unidos, Mapuche en Wallmapu o pobladores de la Legua, hoy se ha hecho evidente que esos territorios de presencia policial intensiva operan como grandes laboratorios de una arremetida contrainsurreccional en curso, lista para ampliarse en cualquier coyuntura crítica, ya se llame octubre, coronavirus o hambre.  
Así, como era de esperar, y en continuidad con la cacería humana que tuvo lugar como respuesta represiva a la insurrección de octubre -por la cual aún hoy hay más de 2.500 personas encarceladas y cerca de 400 mutiladxs-, un considerable reforzamiento del aparato policial ha ido teniendo lugar estos últimos meses, marcado por el gasto exorbitante en armamento y equipos de alta tecnología, un proyecto de reforma al sistema de inteligencia, leyes de protección especial a los pacos, y un gran paquete de leyes represivas que vienen tramitándose desde el año pasado. Mientras, en las calles el toque de queda se extiende noche a noche, y el peso de todas esas noches cae sobre Wallmapu llenándose de milicos; cae sobre lxs presxs, las hortaliceras, las comunidades asediadas, los territorios devastados por el extractivismo neoliberal, y cae como represión continua a toda forma de protesta u organización social, incluso contra las ollas comunes y centros de acopio que se levantan para hacerle frente al hambre en las poblaciones; cae brutalmente la noche policial sobre Alejandro Treuquil, Macarena Valdés, y todxs lxs George Floyd de las periferias del mundo, asesinadxs sin cámaras presentes ni tiempo para gritar “no puedo respirar”, que parece ser el único grito posible en un mundo de mascarillas, apestado de lacrimógenas y del olor a putrefacción del capitalismo.
La presencia policial es asfixiante; la policía misma es un monstruo de confinamiento. De ahí que el modelo privilegiado de sociedad policial sea la cárcel. Y el hecho de que el encierro domiciliario se convierta hoy en un modo de vida masivo muestra justamente la consolidación de las formas policiales de organizar el mundo. De lo que se trata para la policía es de que todo esté en su lugar; impedir la posibilidad del encuentro. Todo el discurso de la seguridad por el que llenan las ciudades de pacos, drones y de cámaras, no es sino una gran guerra contra la imprevisible química de los cuerpos que se juntan, se comunican, se organizan. 
Lo que está detrás de esa guerra preventiva es, en el fondo, el mismo presupuesto antropológico sobre el que descansa la existencia de la policía: que su presencia es necesaria para la convivencia colectiva; que si no fuera por ella nos terminaríamos matando unxs a otrxs. En ese sentido, ¿no es siempre la solución policial una especie de montaje?
Sin embargo, la idea de presencia policial, y el proyecto de una institución como cuerpo de la violencia legítima del Estado, ya ni siquiera nos da una imagen completa de lo que es la policía. Ésta se ha vuelto hipertrófica y descarnada. Primero fueron sus cuerpos los que comenzaron a acumular prótesis, más cubiertos que tortuga ninja, armados hasta los dientes, acoplados a un guanaco, una tanqueta o un zorrillo: el cuerpo de la policía comenzó a robotizarse, a vestirse cada vez más a lo robocop. Pero en nuestros días la policía se ha sofisticado hasta el punto de poder prescindir de cuerpo y de lugar físico, saltándose los protocolos de la presencia. La comisaría virtual está, de algún modo, en todas partes. Solo se necesita tener -y esto es lo fundamental- una buena conexión a internet. Todo un entramado de sistemas de televigilancia, algoritmos y plataformas arman hoy la red de una tecnopolicía en la que el dogma del orden público parece haberse aliado definitivamente con el culto del beneficio privado. 
¿Cómo es que la policía ha conseguido capturar y canalizar los deseos colectivos de justicia, protección, o castigo del crimen? ¿Cómo comenzamos por enfrentarnos al propio paco inscrito en nuestros deseos y en nuestras prácticas? ¿Qué sería a partir de allí crearse cuerpos y relaciones no policiales? ¿Qué otros horizontes posibles se abren a partir de las recientes (y las no tan recientes) experiencias de creación y posterior desmantelamiento de zonas autónomas y libres de policías?
¿Y cómo afirmar una vida colectiva contra toda policía, contra el jefe-paco, el marido-paco y el papá-paco? ¿Cómo resistir al paqueo en todas sus formas a través de otras prácticas y escrituras? 
Les extendemos estas preguntas y reflexiones, como una invitación a crear, escribir y resistir en estos tiempos de copamiento policial,
+poesía
-policía
Carcaj

Convocatoria:
Carcaj es una revista cultural abierta a participación. Recibimos artículos, ensayos, poemas, crónicas, cuentos y material gráfico. 
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Durante todo el resto del año recibimos colaboraciones no sujetas a las convocatorias temáticas.
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Nuestros ejes temáticos son el arte, la literatura y el pensamiento crítico, en su relación a la cultura y la sociedad.
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Los textos deben, idealmente, venir acompañados de una breve reseña biográfica de la o del autora/or, que no exceda las 5 líneas.
Si quieres colaborar puedes enviarnos tus textos, traducciones o imágenes a:
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Los textos recibidos serán evaluados por el comité editorial de la revista que decidirá de su publicación

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