Delirio Místico: "A mon seul désir" (Según mi solo deseo)
"La discusión sobre el comunismo no es académica. No es un debate sobre lo que se hará mañana.
Desemboca en, y forma parte de un conjunto de tareas inmediatas y lejanas de las que no es más que un aspecto, un esfuerzo de comprensión teórica" (Gilles Dauvé)
Fuerza compañeros! Muerte al Estado, y que Viva la Anarquía!!!
"¿Y no debería acaso, saltar todo en pedazos?" (G. Bataille).
"Hicieron esos robos y pusieron esas bombas, para que el mundo sea mucho mejor" (Ghost in the FORA, Loquero).
"No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece" (S. Freud).
Sobre la génesis de la estupidez (fragmento 1, por Max y Teddy).
El símbolo de la inteligencia es
la antena del caracol «de vista táctil», que, si hemos de creer en
Mefistófeles, le sirve también de olfato. La antena se retira inmediatamente,
ante el obstáculo, al caparazón protector del cuerpo; allí vuelve a formar una
sola cosa con el todo y sólo con extrema cautela vuelve a aventurarse como
órgano independiente. Si el peligro está aún presente, vuelve a desaparecer, y
el intervalo hasta la repetición del intento se alarga. La vida espiritual es,
en sus orígenes, infinitamente frágil y delicada. La sensibilidad del caracol
se halla confiada a un músculo, y los músculos se debilitan cuando su juego se
ve impedido. El cuerpo queda paralizado por la lesión física, el espíritu por
el terror. Ambos son, en su origen, inseparables.
Los animales más desarrollados se
deben a sí mismos a una mayor libertad, su existencia es una prueba de que las
antenas fueron en determinado momento prolongadas en nuevas direcciones y no
fueron rechazadas. Cada una de sus especies es el monumento fúnebre de
infinitas otras, cuyos intentos de evolución se vieron frustradas desde el
comienzo, sucumbiendo al terror desde el momento en que una antena se movió en
dirección a esa evolución. La represión de las posibilidades por parte de la
resistencia inmediata de la naturaleza exterior se prolonga hacia el interior
mediante la atrofia de los órganos a causa del terror. En toda mirada curiosa
de un animal alborea una nueva forma de vida, que podría surgir de la especie
determinada a la que pertenece el ser individual. No es sólo esta determinación
específica la que lo retiene en la envoltura de su viejo ser: la violencia
encuentra esa mirada es la misma –de millones de años de antigüedad– que lo han
condenado desde siempre a su estadio y que bloquea, oponiéndose siempre de
nuevo, los primeros pasos para superarlo. Esa primera mirada vacilante es
siempre fácil de interrumpir, pues tras de sí está la buena voluntad, la
esperanza frágil, pero no una energía constante. El animal se convierte, en la
dirección de la que ha sido rechazado de modo definitivo, en estúpido y
esquivo.
LA ESTUPIDEZ ES UNA CICATRIZ (fragmento 2 y final de Sobre la génesis de la estupidez, por Max Horkheimer y Teodoro W. Adorno).
La estupidez es una cicatriz.
Cada estupidez parcial de un hombre señala un punto en el que el juego de los
músculos en la vigilia ha sido impedido más que favorecido. Con el impedimento
comenzó, en el origen, la vana repetición de los intentos inorgánicos y torpes.
Las preguntas sin fin del niño son ya el signo de un dolor secreto, de una
primera pregunta para la que no halló respuesta y que no sabe plantear de forma
adecuada.
La repetición se asemeja, en
parte, a la obstinación alegre, como cuando el perro salta sin fin ante la
puerta que aún no sabe abrir y al final termina por desistir si el picaporte
está demasiado alto, y en parte obedece a la coacción sin esperanza, como
cuando el león se pasea interminablemente en la jaula de un lado para otro o el
neurótico repite la reacción defensiva que ya se mostró inútil una vez.
Cuando las repeticiones se agotan
en el niño, o si el impedimento ha sido excesivamente brutal, la atención puede
volverse hacia otra parte; el niño se ha hecho más rico en experiencias, según
se dice, pero es fácil que en el punto en el que el deseo fue golpeado quede
una cicatriz imperceptible, una pequeña callosidad en la que la superficie es
insensible. Estas cicatrices dan lugar a deformaciones. Pueden crear
«caracteres», duros y capaces; pueden hacer a uno estúpido: en el sentido de la
deficiencia patológica, de la ceguera y de la impotencia, cuando se limitan a
estancarse; en el sentido de la maldad, de la obstinación y del fanatismo,
cuando desarrollan el cáncer hacia el interior. La buena voluntad se vuelve
mala a causa de la violencia sufrida. Y no sólo la pregunta prohibida, sino
también la imitación, el llanto o el juego temerario prohibidos pueden producir
estas cicatrices. Como las especies de la serie animal, también los niveles
intelectuales dentro del género humano, e incluso los puntos ciegos en un mismo
individuo, señalan las estaciones en las que la esperanza se detuvo y son
testimonio, en su petrificación, de que todo lo que vive está bajo una condena.
Nunca me gustó mucho el fútbol. (A excepción quizás de un breve período de los 90 en que iba a cierto estadio que....el que queda cerca de mi casa).
La primera vez que hice un gol llegué a casa feliz, y le conté a mis padres que finalmente había hecho uno. Me preguntaron "qué te dijeron tus compañeros": Respuesta: "Conchetumadre!". Era un autogol. Para mi valía igual como gol. eso fue cuando iba como en tercero básico, en la ciudad de La Serena. Supongo que efectivamente era malo meter a los niños a 1° básico con 4 años y medio de edad.
Ahora odio el fútbol. Ver a 22 hombres con pantaloncitos cortos corriendo tras un balón, escuchar esos cánticos de mierda de la multitud....puaj. Puro fascismo estético (y tal vez también ético...). Ni siquiera me gusta ir a ver las pichangas de amigos y compas. No, gracias: mil veces mejor escuchar un disco, leer un libro (o escribir uno), y descorchar algo. Caminatas y bicicleta bastan como "actividad física" de esa que se puede considerar ejercicio.
"Tú me enciendes" (traducción alternativa: "tú me prendes", "tú me excitas", etc.), de Beat Happening. Cuando alguien te dedica este album, uno puede sonreir feliz los 45 minutos que dura.
El Niño Maravilloso me dice: "Papá, qué es un collage?"
Le muestro tijeras, diario, pegamento. Y dos o tres ejemplos de un libro dadaísta.
Luego de que termina como 4 o 5 de sus "trabajos", procede a destruirlos todos. Uno tras otro.
"Por qué?!" le digo, mientras me apuro a sacar fotos antes de cada sacrificio.
"Por que esto no es arte!" me dice el niño (y procede hasta a escalar riesgosamente sillas con tal de subir a lo alto, recuperar sus papeles e impedir que yo los convierta en "piezas artísticas").
"Reconvertir el sufrimiento en fuerza". Unas palabras para Cristóbal Cornejo.
Te he extrañado Cristóbal, y siento que te fuiste cuando más te necesitaba, pero en fin, es algo egoísta verlo de ese modo, aunque sé que eso no te molestaría para nada, pero bueno...así es la hueá nomás, como decían nuestros queridos Flipper (That´s the way of the world). / 1 año. 12 meses en que todo estalló. Tal vez me dirías que me ría de todo, que toque fondo realmente y salga luego a flote... / Traté de hilvanar unas ideas que irán a manera de prólogo a tus "escritos (anti)políticos". En general seguí la línea de lo que recordaba del Homenaje que te hicimos el año pasado en la Librería Proyección. Estaré fuera del país para estos lanzamientos de los 3 libros en que se ha compilado tu obra hasta ahora, pero dejo estos recuerdos por este medio, para que circulen por donde deban hacerlo nomás. Agradezco a quienes me invitaron a escribirlo. Me imagino que te deben extrañar tanto como yo.
“RECONVERTIR EL SUFRIMIENTO EN FUERZA”
PRÓLOGO A LOS ESCRITOS POLÍTICOS DE
CRISTÓBAL CORNEJO
Julio
Cortés Morales
“Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse,
un ideal al que ha de
sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al
estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la
premisa actualmente existente” (Marx y Engels, La
ideología alemana)
Cristóbal
entendía perfectamente el concepto de Marx del “hombre total”. Y lo vivía.
Según la descripción marxiana clásica, en el comunismo un ser humano podía
pescar en la mañana y filosofar en la noche, sin ser por eso ni pescador ni
filósofo[1].
Cristóbal podía
crear sonidos sin ser músico, escribir poemas sin considerarse un poeta, y
notoriamente la etiqueta de “periodista” le quedaba demasiado estrecha. Además,
en su escritura mezclaba todos los aspectos de la existencia, pasando de
comentario musical al panfleto político, de la poesía a la crónica, del amor al
humor, y de la crítica de arte a la crítica de la vida cotidiana. No es de
extrañar que quienes luego de su muerte han intentado recopilar y ordenar su
obra se hayan encontrado con que ésta era mucho más extensa e inclasificable de
lo que se podía prever de antemano.
En este
compilado de textos tenemos a grandes rasgos lo que podríamos denominar como
sus “escritos políticos”. El entrecomillado en este caso emana no tanto del
distanciamiento respecto del concepto de política tradicional, respecto a la
cual más bien la posición de Cristóbal sería “antipolítica”, sino de la
dificultad de diferenciar los aspectos (anti)políticos del resto de temas y
consideraciones que estuvieron presente desde el inicio en sus inquietas
reflexiones.
Cristóbal también
entendía que no tenía sentido luchar por el comunismo sin luchar por la
anarquía, y viceversa. La crítica de la economía política sin crítica del
Estado conduce siempre a posiciones socialdemócratas. Y cuando los críticos de
la política y del Estado ignoran a Marx, no pasan de ser un tipo de liberales,
o nihilistas individualistas de la peor especie. “Anarquistas por el comunismo
y comunistas por la anarquía”. Esa etiqueta le gustaba. La bandera roja o la
bandera negra…ni él ni yo pudimos decidir nunca cual nos representaba más. En
la duda, usábamos ambas, juntas o por separado.
Cristóbal
sentía, en todo caso, una tensión interna, una dinámica de oposición dialéctica
permanente entre dos polos que estaban dentro suyo. Recuerdo que una vez se reportó desde el
norte de Chile, tras una ausencia más o menos prolongada de su participación en
ciertas iniciativas en que ambos confluíamos, y me dijo que los últimos meses
había estado siendo dominado por su polo “anarquista individual y hedonista”,
pero que ya se estaba ordenando de modo de poder potenciar de nuevo el polo “comunista
organizado”. Todos sus camaradas hemos sentido esa misma tensión, pero creo que
él fue el primero en sentirla y explicarla así de claro. Pero no sólo la
expresaba en palabras: la vivía y sufría, tal vez de manera más intensa que todo
el resto.
Cuando conocí a
Cristóbal hacia el año 2004 él tenía 21 años, y yo 33. La mayoría de edad y la
edad de Cristo. Es verdad que a principios de los 90 la mayoría de edad en
Chile se uniformó a los 18 años, pero antes de eso se seguía la vieja teoría
romana de ciclos de 7 años, que hizo que en la época de Justiniano el fin de la
infancia se fijara a los 7 años, el inicio de la pubertad a los 12 o 14
(diferenciando entre mujeres y varones), y la mayoría de edad a los 21. Era un
hermoso niño. Cuando pienso en su imagen de esos años, en mi retina mental se
me mezcla con la imagen más conocida de Rimbaud, el poeta-niño. Era un joven
que derrochaba talento, tras una apariencia aún algo frágil y tímida, cuestión
que con el tiempo fue variando, pues cada vez que lo veía después de períodos
de interrupción del contacto, me parecía más crecido, más maduro y más seguro
de sí mismo, pero sin nunca haber dejado de ser en el fondo el mismo hermoso
niño.
Lo conocí en un
ambiente de música y ruido, y comentarios sobre todo ello en el medio más usado
del momento: los fotologs. De hecho, creo que primero intercambiamos
comentarios por esa vía virtual, hasta que una vez me lo topé en persona en un
concierto en algún local del barrio Brasil -cuando psicogeográficamente era más
denso e interesante que lo que dejó de él la arremetida represiva del 2009
conocida como “Operación Salamandra”-. En esa ocasión me lo presentaron como
“periodista musical”, o algo así. Nos dimos la mano, conversamos, y apenas
rompimos el hielo cerveceando y conversando noté que la etiqueta le quedaba demasiado
pequeña.
Por esos años yo
intentaba vertir al papel algunas reflexiones y posiciones sobre la peliaguda
cuestión de la relación entre arte y política. El resultado se plasmó en un
folleto titulado “Arte, capitalismo y vida cotidiana”. Lo repartía a diestra y
siniestra en varias tocatas ruidistas, y por supuesto que casi nadie le daba
mucha bola. No así Cristóbal, que por esa época andaba siempre acompañado de
dos jóvenes rancagüinos junto a los que editaban la revista Fakxion, publicación
que no le hacía asco a mezclar la melomanía extrema con la reflexión política
radical. Leyó y digirió bien el texto, y después me lo comentó y a partir de
ahí ambos entendimos que estábamos situados sobre un terreno común, sensación
que nos acompañó de ahí para siempre. Poco después me regaló una copia en DVD
de varios films situacionistas.
Cuando
comenzamos el proyecto del cual surgió la publicación Comunismo Difuso, que
sólo conoció dos números (el primero a fines del 2009, y el segundo a mediados
del 2012), él fue uno de los más entusiastas participantes. Por alguna razón
que no recuerdo no pudo asistir a nuestra primera reunión, en la ciudad de
Rancagua, que terminó con propaganda callejera espontánea y la detención de 3
de los nuestros, que fuimos bastante maltratados por la policía tanto al
momento de la detención como luego en la siniestra Comisaría de Rancagua, la misma
donde hace un par de años dejaron morir de calor dentro de un furgón a un
detenido. En el calabozo nos reíamos acordándonos de que cuando anunció que no
podría asistir al encuentro, Cristóbal nos alertó de que si nos reuníamos a la
hora de almuerzo nos podíamos “indigestar”.
En esa y
posteriores publicaciones, nuestra afirmación programática del comunismo nos
impedía firmar los artículos y colaboraciones. Entendíamos que Comunismo Difuso
era un órgano de las “hordas de sujetos eufóricos por la revolución comunista
mundial”. Esa euforia se sentía muy fuerte hacia el 2009/2010. Con ocasión del
primer número, Cristóbal se encargó de una de las definiciones de la sección
“Afilando las palabras”. Esa especie de diccionario en que trabajamos, en parte
inspirado en el Diccionario del Militante Obrero publicado en Barcelona a
principios de los 70 con una importante colaboración del Equipo Teórico del
Movimiento Ibérico de Liberación (también conocido como 1000)[2],
nos parecía una profunda necesidad, dada la enorme confusión conceptual
reinante en los medios anticapitalistas/antiautoritarios, en los cuales hasta
el día de hoy el concepto de comunismo se asocia al partido socialdemócrata
autodenominado P”C”: un fundamental y lamentable aparato ideológico del Estado
capitalista, que obviamente no tiene nada que ver con el proyecto de una
sociedad sin clases y sin Estado, sino que más bien todo lo contrario.
Para ese primer
número Cristóbal entregó una hermosa definición de “Sabotaje”, y además se hizo
cargo de lo que pasó a ser algo así como su propia sección: “Miserias de la
industria cultural chilena”, que en esa oportunidad se enfocó en la horrible
sarta de programas dedicados a exhibir y glorificar la acción de las policías,
y que por gentileza de nuestro camarada diseñador contaba con una excelente y
completísima galería de despreciables personajes entre rostros de televisión,
periodistas/policías, y demás fauna asociada (de Kike Morandé y Constanza
Santamaría a Warnken y Nibaldo Mosciatti)[3].
En Comunismo
Difuso N° 1 anunciábamos que estaba faltando una insurrección en el territorio
nacional, y de la mano de la cita de un “cientista político” democristiano
profetizábamos que podía ocurrir entre el 2011 y el 2013. Luego se vino el
agitado año 2011, tan movido que entre otras cosas atrasó la publicación de un
nuevo número, pero no por dispersión ni desgano sino que precisamente porque
todos estábamos de lleno metidos en esa agitación. Sobre todo él, que se las arreglaba para
cumplir con sus labores asalariadas de periodista y participar en la revuelta
callejera, además de sus otras múltiples actividades musicales y de todo tipo.
Poco antes el Comité Invisible publicaba “La insurrección que viene”. En su
nuevo libro, “A nuestros amigos” (que lamentablemente Cornejo no llegó a leer),
hablan al principio de que efectivamente las insurrecciones vinieron, entre el
2008 y el 2014, pero que en todas partes parecen “estrangularse en la fase de
motín”. Probablemente en Chile dio para menos que eso. Quién sabe…
En el número 2 y
3 de Comunismo Difuso, que salió en agosto del 2012 -y que debido a esa enorme
tardanza fue considerado como un número doble[4]-,
su pluma nos aportó una nueva definición (Poesía), una nueva referencia a las
Miserias de la industria cultural chilena, atacando ahora a las distintas
expresiones de arte industrial y burocrático expresadas en mega eventos como “La
pequeña gigante”, “Santiago a Mil” y otros engendros, además de un emocionante
relato de su participación en los disturbios callejeros del 2011 en Santiago,
junto a reportes de otros compas desde Valparaíso y Concepción (trilogía de
ciudades en revuelta que también era estudiada en un texto sobre la
Insurrección de 1957 incluido en el mismo número, que circuló bastante y lo
sigue haciendo al día de hoy, aunque no siempre reconociendo su fuente,
cuestión que en realidad importa bastante poco). Vale la pena destacar su
concepción de la poesía, donde acude principalmente a Perét y Vaneigem, y que
mientras para el pensamiento dominante sería caricaturizada como “una inútil
actividad de románticos”, como “evasión, huida de la realidad”, para él sería,
citando la revista Tiqqun, “el arte de reconvertir el sufrimiento en fuerza”,
razón por la cual “ahora es tiempo de hacer poesía, de vivirla, como acto
creativo que nos reencuentra con nuestra humanidad en pleno”, colándose “como
mímica corrosiva en cada intersticio mal sellado por el poder”.
Entre medio de
esos 3 convulsos años ocurrieron varias cosas más. Cristóbal escribía cada vez
más y mejor, y sus aportes, anónimos o con firma, circulaban por todas partes.
De hecho, recuerdo que cuando estalló el caso Bombas (¡valga la redundancia!) y
no quedaba claro cuáles eran los contornos precisos de la fantasmal
organización terrorista imaginada por Hinzpeter/Peña un texto de la página
Comunización se preguntaba si entre otros Ariel Zúñiga y Cristóbal Cornejo no
serían considerados miembros de la misma, por el sólo hecho de que escritos
suyos circulaban en la página que la versión policial entendía como emblema del
“anarcoterrorismo”: Hommodolars. Además de eso, organizó homenajes a Albert
Ayler, tocó mucho más que antes (llegando a incorporarse como baterista a la
formación diAblo: ¡Cómo olvidar que el inicio de su gira brasilera se vio un
poco postergado porque en el aeropuerto la policía detuvo a Cristóbal, que
tenía una vieja cuenta judicial pendiente por haber expropiado mercancías en un
supermercado!), y cada vez que nos visitaba en casa aparecía con algún regalo
interesante: un compilado de hip hop combativo hecho especialmente para mí
porque según me dijo: “no cachai ná de esto”, y una Antología de escritos de
Ulrike Meinhof, de la Fracción del Ejército Rojo, que expropió de otra
biblioteca y cuya custodia me confió para que estuviera (según él) en “mejores
manos”.
En febrero del
2010 se vivió además el terremoto (hablando en términos estrictamente
telúricos, y también sociales), con todas sus consecuencias (saqueos,
desaparición momentánea del Estado, represión militar, etc.). Cristóbal
escribió su experiencia, en gran nivel de detalle, y la comunicó en los medios contrainformativos
y subversivos usuales.
Hacia el 2013
Cristóbal se trasladó a Tocopilla, trabajando como periodista de la
Municipalidad. Desde allá seguía haciéndose presente en el debate
revolucionario, entregando por escrito sus impresiones sobre la inmensa
movilización que estaba ocurriendo, esta vez anónimamente, autodenominándose
como “un comunista anárquico”. No se trataba de “periodismo alternativo” ni
nada por el estilo, sino que de notas tomadas al calor de las barricadas y las
cajas de vino degustadas por el proletariado juvenil en combate. Y eso son sus
escritos: ni más ni menos que textos para el combate.
Uno nunca sentía
que Cristóbal estuviera alejado de sus camaradas, ni siquiera cuando andaba
patiperreando por otras partes de Chile o del continente. Su corazón y su mente
seguían siempre con nosotros, y cuando uno menos lo esperaba dejaba car algún
tipo de reporte, notas o reflexiones por vía electrónica, las que siempre eran
valiosos insumos para seguir accionando y reflexionando. No en vano entendíamos
el comunismo como un “partido histórico”: la centralización la da el programa,
y las tareas pueden cumplirse individual o colectivamente, alejados de siglas e
instituciones (aunque durante hartos años, para referirnos a nuestras
vinculaciones concretas hablamos de las Redes por la Autonomía Proletaria).
Pese a que en
este mundo y particularmente en los circuitos antagonistas se ha instalado una
rígida división entre los sujetos reflexivos y los sujetos de acción, y en
general entre la teoría y la práctica, Cristóbal como “ser humano total” (sí:
corregimos en este punto a Marx, porque “hombre total” suena algo machista y
restrictivo, aunque no sé si en este punto estamos corrigiendo a Marx o a sus
traductores) desafiaba todas esas simplificaciones. Era capaz de teorizar a un
excelente nivel, y acto seguido armar barricadas con lo que hubiera a mano.
Podía tocar música tan bien como escribía acerca de ella, y decía cosas tales
como que la música de Malgobierno era “ideal para camotear pacos”.
Por sobre todo,
siempre practicó y disfrutó mucho lo que llamamos “vandalismo comparado”. Su
cuerpo pequeño y más bien delgado no era obstáculo para alojar una gran
cantidad de energía y violencia canalizada en contra de símbolos del sistema. Alguien
decía: “¡cómo cabe tanta maldad en metro y medio de persona!
Recuerdo una
noche en que, después de una reunión de un puñado de camaradas, nos dirigimos a
pie hacia otros barrios en busca de bares, y en el camino procedimos a la
crítica práctica del urbanismo neoliberal, centrándonos sobre todo en ciertas
vidrieras de horribles negocios de automóviles que se nos cruzaron en nuestra
caravana de destrucción. Él andaba en bicicleta, y como por su poca corpulencia
no podía causar el mismo daño que otros de nosotros hacíamos a patadas, hizo
uso de adoquines lanzados a modo de bumerang, pero que en vez de devolverse
causaban grandes daños en el objetivo escogido. Después de teorizar, organizar,
beber, y vandalizar por varias horas, llegamos de madrugada a dormir a la casa
de uno de los nuestros, con la última botella de algún destilado, y antes de
eso Cristóbal propuso que todos nos desnudáramos (literalmente lo que dijo,
pleno de entusiasmo, fue: “¡Empelotémosnos!”). Lamentablemente, sólo él avanzo
en ese sentido, permaneciendo sentado en calzoncillos el par de horas más que
duró esa encantadora velada. Los demás éramos machos más tradicionales en ese
sentido y no lo seguimos en su ejemplo de autoliberación integral. ¡Cuánto me
arrepiento ahora!…Lo cierto es que nuestro amigo desafiaba incluso las
asunciones más usuales sobre sexualidad, géneros, masculino/femenino, y en el
plano de la corporalidad y la exploración de los sentidos estaba dispuesto a ir
mucho más allá que el resto[5].
Su materialismo histórico empezaba por su propio cuerpo. Ejemplo de ello es la
crónica que escribió acerca de su participación en una “orgía desprogramatoria”
organizada por Leonor Silvestri, publicada en su momento en la revista Sangría.
El último de los
“escritos políticos” que le conocimos era breve y contundente, y lo envió para
el segundo número del pasquín agitativo Anarquía y Comunismo, que salió en la
primavera del 2014. En él las emprendía contra las celebraciones propias de las
“mierdas patrias”, y terminaba afirmando con convicción que la revolución es
mundial, la hace el proletariado, y se hace “hasta el fin”. La idea de una “revolución hasta el fin” la
tomábamos del texto del mismo nombre que en su momento, a principios de los 70,
fuera elaborado por miembros del MIL/GAC (Movimiento Ibérico de
Liberación/Grupos Autónomos de Combate), y que también fuera conocido como
“Marxismo años 70” o “El mamotreto”[6].
Dicho grupo, al igual que la Internacional Situacionista, nos parecían claves a
la hora de entender la necesidad de una superación real de la falsa dicotomía
marxismo/anarquismo, sobre la cual se pavimentó la derrota del viejo movimiento
proletario a lo largo de todo el siglo XX.
Desde esa comprensión, queda claro que las revoluciones a medias, como
decía Saint Just, nos llevan a cavar nuestra propia tumba. De ahí la
importancia de una crítica total, o como en su momento dijo Marx, la “crítica
despiadada de lo existente”, puesto que toda comprensión parcial del
capitalismo y su negación conduce al callejón sin salida de la renovación
modernista, fascista o socialdemócrata de la dominación.
Esas posiciones
identificaban completamente a Cristóbal, y por eso es que su aporte, su vida y
obra, son y serán siempre irrecuperables por el sistema. Él no era un artista
posmoderno, ni un mero opositor al neoliberalismo o a tal o cual imperialismo,
sino que un anticapitalista/antiautoritario de tomo y lomo, un revolucionario
integral[7].
Así es como
leemos sus escritos, y así es como lo recordaremos siempre.
Pocos días antes
de su muerte hablé con él por medios electrónicos. Recién ahí supe que no se
sentía nada de bien. Lo había visto muy poco en los últimos meses, pese a que
hubo un par de encuentros frustrados en Rancagua. Yo viajaba allá por trabajo,
y él estaba quedándose en esa ciudad, pero abortaba los encuentros un día
antes. Tuve que viajar a la costa de la VI región, y trataba de encontrar
argumentos para subirle el ánimo. No encontraba muchos…puesto que yo tampoco me
sentía demasiado bien.
En mi mochila
llevaba un libro de entrevistas a los editores de Troploin[8],
donde me topé con un pasaje en que planteaban la cuestión de ¡¿cómo situarse
fuera del mundo, en un mundo que lo habría engullido todo?, y abordaban luego
el tema del suicidio, afirmando que “un suicidio no se puede reducir jamás a
una sola causa”, y que “ hay muertes voluntarias más ricas que algunas
existencias”. Recordaban que en el número 2 de La Revolución Surrealista, de
1925, se publicaron los resultados de una encuesta donde se planteaba si “es el
suicidio una solución”. Tras referirse a los casos de los surrealistas
suicidados Vaché, Rigault y Crevel, además de los casos de Maiakovski, Cesarano
y Debord, concluían que “el suicidio puede ser una solución individual”, pero
que “socialmente, en la medida en la que vuelve contra sí mismo el nihilismo
ambiental, equivale a una derrota”. En ese listado echaba de menos a Benjamin…
Días después,
luego de un nuevo y último encuentro frustrado, agregábamos a Cristóbal a esa
triste lista. Sin necesidad de entrar en más detalles, creo que cuando un
Espíritu Libre ejerce el acto más soberano de todos (abandonar este mundo), uno
no puede criticarle ni objetarle nada. A lo más, podemos analizar los defectos
de la manera en que la comunidad de lucha que lo circundaba asumió los efectos
de la derrota histórica provisional en que nos encontramos los que asumimos el
partido de la humanidad contra el partido de la cosificación. Al que se fue
porque así lo quiso, sólo cabe dejarlo partir, y desearle que no descanse en
paz, sino que en revuelta, porque “tampoco los muertos estarán a salvo si el
enemigo vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Walter Benjamin).
[1] La cita exacta dice lo siguiente: “ …en la sociedad comunista,
donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino
que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la
sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace
cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que
pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el
ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de
ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos” (La
ideología alemana).
[5] En cierta ocasión, durante un almuerzo, cuando un camarada dijo,
medio en serio y medio broma, que estaba cada día más homofóbico, él replicó:
“Lo que es yo, estoy cada vez más fleto”.
[6] Existe una edición local a cargo de los compas de Editorial
Pukayana, dentro de la antología de textos del MIL titulada como “36+68=1000”,
que ya va en su segunda edición.
[7] Cuando alguien se opone sólo al neoliberalismo, y no al capitalismo
en sí mismo, termina suscribiendo siempre alguna forma de keynesianismo de
izquierdas, a lo ATTAC/Foro Social Mundial. A su vez, los que sólo son
antiimperialistas, suelen defender a un modelo de capitalismo o Estado frente a
otros. Ninguna de esas posiciones merece ser llamada anticapitalista.
[8] Troploin, El timón y los remos. Editorial Klinamen, segunda edición
ampliada, diciembre de 2013.
Comentario de libro: Historia del comunismo en Chile (Sergio Grez).
Sergio Grez, Historia del Comunismo en Chile. La era de Recabarren
(1912-1924). Lom ediciones, 2011.
Una historia del “comunismo” (en
tanto movimiento social) no es lo mismo que la historia del “Partido Comunista”
(en tanto institución). Hasta ahora los intentos de los historiadores iban más
por el segundo aspecto, y en su mayoría habían sido escritas por
funcionarios/militantes del PC de Chile, o por miembros de sectas rivales como
los trotskistas. Nunca insistiremos lo suficiente en este punto: debemos tener
claro que a diferencia de la posición comunista clásica (negación del
capitalismo en tanto sistema de producción de mercancías y del estado en tanto
encarnación del poder separado), todas las formas actuales y pasadas de
“marxismo leninismo” no son sino una variedad izquierdista de socialdemocracia.
Eso incluye al estalinismo, el trotskismo, el maoísmo, y distintas
combinaciones y nuevas versiones de ideologías defensoras del “capitalismo de
estado” (castrismo, chavismo, etc.).
La contribución de Grez es
bastante relevante, por cuanto se concentra sobre todo en el rico escenario
social de lucha de clases existente hace 100 años, y la manera en que la acción
de varios militantes obreros se articuló en la creación primero de la
organización política socialista (que cuajara muy lentamente en el Partido
Obrero Socialista). No podemos perder de vista que a nivel planetario se vivía
la primera gran ofensiva proletaria contra la sociedad capitalista mundial, lo
que por lo general llamamos “el primer asalto”. La investigación de Grez nos
muestra en detalle todo el mundo de las relaciones sociales en que se
constituía el proletariado como fuerza, en general por fuera y en contra del
Estado y la sociedad burguesa, en una verdadera época de oro de la lucha de
clases proletaria. Tanto el POS como luego el PC tenían una ligazón profunda
con la FOCH (Federación Obrera de Chile), al punto que la gran mayoría de los
que entraban a ejercer trabajos en los sectores claves donde esta fuerza se
construía, se afiliaba a ambos (partido y sindicato de clase).
Gran parte del hilo rojo de esta
historia se centra en cómo casi sin mayores deserciones ni escisiones toda esa
organización (el Partido Obrero Socialista) decide ya durante 1921 vincularse a
la Internacional Comunista y pasar a ser su sección chilena, decisión que
formalmente rematan en enero de 1922 en la ciudad de Rancagua una docena de
delegados (no por nada, luego de un congreso de algunos días de duración
celebrado ahí mismo por la FOCH).
Ese evento –que Grez destaca tuvo
más bien un carácter de consagración formal de una decisión colectiva madurada
mucho antes- por décadas fue considerado “fundacional” en la historia del PC de
Chile. Hace un tiempo, con la finalidad bastante discutible de poder celebrar
los 100 años de su organización, decidieron agregarse también los 10 años de
historia previa del POS. Más que dudoso (¡y después Teillier anda diciendo que
los grupos anarquistas tienen un “origen oscuro”!). Pero en fin: se trata del
PC “de Chile”, país que de entrada optó por celebrar su “independencia
nacional” el 18 de septiembre, siendo que para esa fecha en 1810 no estuvo en
la agenda independizarse de nadie, proceso que habría de esperar todavía 8 años
y que por cierto no se decretó en el mes de septiembre sino que un 12 de
febrero.
Esta investigación acude en parte
importante al examen de la prensa socialista/comunista de la época, sobre todo
publicaciones como El Soviet, La Llamarada y El Comunista. Leyéndolas uno confirma la impresión de que ese
partido no es el mismo de los que hoy en día se autodenominan “hijos de
Recabarren”. Se trata de una formación política tan idiosincrática que parece
ser un fenómeno bastante local o regional, una de las expresiones del “primer
asalto proletario contra la sociedad de clases” en estas latitudes, y que está
a años luz de la pretendida “bolchevización” posterior. Incluso es notoria la
actitud de no sometimiento a la Internacional, con la cual obviamente había
intención de coordinarse, pero no de subordinarse a ella (actitud que en cambio
tuvo desde el inicio el PC Argentina, que nunca tuvo ni de lejos la relevancia
del comunismo en Chile, pero que por sus mayores méritos burocráticos resultó premiado
por esto con fondos y con la primera prioridad
para el apoyo material y político desde Moscú). Todas esas características lo
hacen una organización muy diferente a la que resultara de la reconstrucción
prácticamente íntegra del aparato partidario que se asume hacia 1932, ya en
plena era estalinista, y que es la que sigue existiendo formalmente hasta
nuestros días. Entre 1924 y 1929 la decadencia de la organización originaria
llegó hasta el extremo de dividirse en dos PC, uno de los cuales (la facción de
Hidalgo, también conocida como PC disidente) terminó convirtiéndose en la
Izquierda Comunista de Chile, que pocos años después se incorporó casi en su
totalidad al recién formado Partido Socialista. La otra en cambio, bajo el
mando de Lafferte, fue la base de la reestructuración del PC hacia 1932-3, ya
totalmente estalinizado. Poco se ha estudiado sobre esta fase (1929/36) y sobre
el llamado “partido comunista disidente”, cuestión que merecería una
investigación especial.
Una de las mayores diferencias
con el PC posterior salta a la vista en su actitud ante las elecciones. Si bien
participaban en ellas desde los tiempos del POS, lo hacían con una convicción
de la inutilidad de la actuación en la esfera oficial de la “Política”
(burguesa), y la intención declarada era llegar a esas instancias para
negarlas. Por eso decían que “un representante comunista no va al Congreso a
hacer política”, sino que “a destruir, a despedazar con su crítica libre y
severa, la dialéctica jesuítica y sofística de los representantes burgueses; y
a iluminar, con el resplandor de la doctrina comunista, los problemas vitales
que nos acosan. El representante comunista en la Cámara sigue siendo
antiparlamentario, sigue combatiendo al parlamentarismo; y sus ideas no
difieren de las que expresara en vísperas de elecciones, y en su vida privada,
ante sus electores”. Uno podrá creerle o no a Recabarren, autor de esas líneas
publicadas en La Federación Obrera en
Santiago el 7 de abril de 1922, pero lo que está claro es que no se trata del
mismo partido del mismo nombre que hoy en día mantiene una cierta cuota de
parlamentarios y puestos en el Gobierno.
Esta concepción negativa de la
política como esfera propia de la dominación burguesa es lo que parece estar a
la base de la acción y campañas conjuntas que esos comunistas sostenían aún con
las organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas, todavía bastante
importantes en el campo proletario de la época. En el plano organizativo, este
Partido se organizaba territorialmente en base a “secciones” y “centros
comunistas”, con bastante autonomía y una concepción más federalista que
“centralista democrática”, nombrando de un Congreso a otro un Comité Ejecutivo
Nacional (que por mucho tiempo estuvo situado en Valparaíso).
De hecho, el comunismo de esa
época parece estar mucho más cerca del anarquismo que de cualquier partido
burgués, aunque en la práctica siempre terminaban pactando con sectores tales
como el Partido Democrático, y hasta con liberales. Otro texto de Recabarren en
1923 define al PC diciendo que “en primer lugar no es ni será jamás un partido
político, puesto que no admitirá nunca relaciones políticas con la clase
capitalista”. Otro comunista, Luis Hernández, escribía desde Valdivia un año
antes que “el comunismo no es política y nosotros tenemos la obligación de
señalar esto a los trabajadores, a fin de que no crean que queremos mantenerlos
siempre bajo una dirección, como pretende mantenerlos la Democracia con aquello
de un gobierno del pueblo, para el pueblo. Queremos que nadie sea dirigido y
llevado por las orejas. Queremos que cada hombre se dirija por sí mismo, y que
las colectividades se dirijan por intermedio de las resoluciones evacuadas de
la soberana voluntad de estas mismas y sin mentores” (La Jornada Comunista, 29
de noviembre de 1922).
Esa orientación “antipolítica”
resulta muy valiosa de rescatar, precisamente porque hace evidente que no es la
misma organización que hoy usurpa ese mismo nombre, y nos demuestra una vez más
que la verdadera autonomía proletaria es comunista y anarquista a la vez.
A pesar de ello, hay que
reconocer que por otro lado la historia del comunismo chileno de esos tiempos
muestra ya desde el inicio una gran debilidad en el plano teórico, donde a
pesar de todo el instinto de clase que estaba detrás de lo que algunos
comunistas de la época entendieron como el surgimiento de un Poder Obrero, el
“marxismo” que llegó a conocerse (y practicarse) era el de la II Internacional,
y luego el de la III ya hegemonizada por el bolchevismo y luego el estalinismo.
Muy sintomático resulta que la primera lucha fraccional que enfrenta el
partido, poco antes del suicidio de Recabarren, no parece obedecer a ninguna disensión
más profunda que una cierta lucha de egos y conflicto generacional en que unos
jóvenes que se sentían más proletarios y “a la izquierda” osaron tildar sus
jefes de “comunistas de campañilla” (en alusión a su carácter de
parlamentarios).
La Bandera Negra en la costa oeste de EEUU. La Fiesta de
Cumpleaños en Australia, tierra de los fanáticos de Stooges y MC 5, con
expresiones como Radio Birdman y the Saints.
Henry y Nick, dos “vocalistas” que se roban el show un poco
en exceso. Ambos terminan de escritos y solistas, con diversos resultados según
la época que se considere.
Pero lo verdaderamente básico e impresionante en ambas bandas
es el trabajo de los músicos: la dialéctica tensa entre autoactividad libre y
consciente y el uso del ruido como vehículo del lado más oscuro y
descontrolado, que la voluntad humana no podría ni dominar porque ni siquiera
lo soporta muye bien (el enfrentamiento con la Real, carente de todo sentido).
El punk rock, el free jazz y ciertas pocas formas de heavy metal tienen esa
capacidad para llevaros luego a un “agujero negro” del cual más o menos se sabe
como se llega pero nunca se sabe como salir.
"Lo que no te mata te hace más fuerte".
Henry anotaba que quienes hablaban de “hard core” no tenían
idea del significado de “hard” (duro, rudo, etc.).
Nick decía que el único policía bueno era el policía muerto,
y cantaba borracho en la sangre del papa. Después terminó tocando piano y
hablando de dios y el amor romántico. Henry terminó….mmmmmm, no sé. Todos los saben
(fue a Irak, tenía un programa de TV, actúa generalmente haciendo de policía, ¿Qué
pasó con Police Story y su glorioso “fuck the cops!”?). Pero la verdad, ni
siquiera me cae mal el tipo….aunque entiendo el momento de verdad de la
corriente de opinión que suscribe que arruinó a Black Flag apenas entró.
Dos bajistas brillantísimos (Tracy Pew con sus trajes de vaquero
y un reloj en cada mano; Dukowski y luego Kira). Guitarras realmente fuera de
lo que se conocía en el mundo musical de su tiempo. En ambos casos, tal vez el
clímax de furia lo alcanzan en los momentos en que en la formación habían dos
guitarras. Ambos formados a fines de los 70. Ambos mueren durante más o menos
la mitad de los 80. Y dan lugar a una enorme diáspora de bandas y proyectos
posteriores: Bad Seeds, Gone, Crime and the City Solution, Dos, SWA, DC 3,
Rollins band, These Inmortal Souls, etc.).
Tal vez es válido concluir que no puede haber PUNK ROCK
después de esto. (Tal como en rigor no hay JAZZ después de Coltrane y Ayler).
El legado se aprecia bien en sus álbums, y los numerosos registros en vivo que
han aflorado.
1.- Un registro de Tildaflipers el jueves 3 de marzo, en Centro Cultural Alameda, tomado por los muchachos de Marcel Duchamp. Mauro Tildafliper me decía que la mejor tocata fue una semana después, en un ambiente más hogareño. Yo le decía que de todos los lugares en que tocamos en su momento con Fracaso, que incluían varias pocilgas, ese fue el único donde nos robaron equipamiento (un Big Muff y una pieza de la boquilla del saxo). Lo mejor del local es la vista de la Alameda al fondo. Las cervezas son muy caras. Y los guardias revisan mucho si es que tratas de entrar desde afuera, pero nadie sospecha de la caja de un saxo tenor.
2.- Foro en Volnitza este viernes.
3.- Actividades antirrepresivas en Argentina la semana entrante.
“Nuestra nación un día
recuperará la tierra, pero todavía es una nación muy débil” (Leonard Cohen)
“No pasará un mes de
mayo sin que se acuerden de nosotros” (Guy Debord)
1.- Como suele suceder, el proletariado se manifiesta
en actos cuando nadie lo espera, y cuando desde todos lados ya se han
proclamado abiertamente, llorado y/o
celebrado sus funerales. Todos,
hecha excepción de un pequeñito
puñado de comunistas anárquicos que reunidos en virtud de un conjuro proclaman
desde ayer, hoy y siempre la negación del Capital y la destrucción del Estado,
actos que sólo pueden llevarse a efecto plenamente cuando el viejo topo haya
cavado túneles suficientes como para el edificio de la dominación social se
empiece a tambalear una vez más. Túneles que de una u otra forma sigue cavando
igual, siempre, aunque hace décadas que no veamos la salida.
Nosotros miramos al cortejo de enterradores del
proletariado, muchos de los cuales están situados supuestamente de este lado de
la barricada. Y nos llama la atención que más que negar a las “clases” en
general, se dediquen con tanta obstinación a negar la existencia precisamente
de la única clase secretada por este tipo de sociedad: la de los vendedores de su fuerza de trabajo, la
última clase, la que podría ejercer finalmente la venganza por todas las
anteriores generaciones de antepasados oprimidos y explotados. Proclamadas las
exequias por el proletariado, los humanos debemos entonces agachar la cabeza y
reconocer el triunfo final del capitalismo.
Pero no. Pese a todas las apariencias de paz
social, sin embargo, el subsuelo, la tierra, insisten en moverse bajo nuestros
pies. En esas apariciones súbitas, relampagueantes, nosotros sabemos reconocer
la cabeza del proletariado que se asoma una vez más.
2.- Algo así sucedió la noche del jueves 28 de
mayo del 2015, cuando el centro de Santiago fue copado ya no sólo con acciones
de minorías encapuchadas que cuasi ritualísticamente interrumpen la normalidad
capitalista de maneras ya demasiado previsibles[1],
sino que con una caravana de proletarios descascarando alegre y violentamente
el horrible decorado con que el urbanismo neoliberal ha concretado físicamente
la dominación real del Capital en el centro de lo que antes era conocido como
la ciudad de Santiago.
A diferencia de las megamarchas de día a que se
ha acostumbrado el movimiento estudiantil domesticado, esta vez todo fue
distinto. Cualitativamente diferente.
La “violencia política” proletaria se manifestó
a la vez espontánea y organizadamente, una vez más, en las grandes alamedas
destruidas por la ya referida urbanización capitalista que algunos gustan de
apellidar “neoliberal” (y que para nosotros, habiendo leído el Cap. VI inédito
del Libro I de El Capital, y algo (más bien poquito) de la revista Invariance, entendemos como el
capitalismo ya maduro de la fase de “dominación real”. Intuimos que no es
diferente a lo que los situs entendían por “espectáculo integrado”. La cuestión
pareciera ser no tan importante, pero lo es: cuando se usa el concepto
“neoliberalismo” como si fuera algo diferente del capitalismo realmente
existente hoy en día, se está remando del lado de la socialdemocracia, que
sueña con “otro mundo posible” pero dentro de este, sin cuestionar nada de lo
esencial del modo de producción mercantil)-. En esa memorable noche las hordas
de proles expresaron su existencia revolucionaria en actos, por la vía de la
destrucción de todos los símbolos del Capital que aparecieron en su recorrido, y
llegando hasta la expropiación de drogas legales depositadas en farmacias, y
otras mercancías disponibles en el circuito céntrico, para ser sacados del
circuito normal de distribución de mercancías, sea para destruirlas físicamente
o para ser usadas en tanto mero valor de uso, saboteando así por vías de hecho
el eterno proceso de valorización del valor, haciendo que se agote ahí mismo.
3.- Para que no se crea que sólo afiebrados
como nosotros nos dimos cuenta de a enorme relevancia de ese evento, invito a
que lean los comentarios y análisis hechos en sitios tan diversos como
Hommodolars en “El día que el centro
de la capital fue iluminado por las llamas del proletariado (esto no es una
crónica)”[2]
, y El Ciudadano -que tras la muerte de nuestro camarada Cristóbal Cornejo, que
trabajó a veces como periodista/corresponsal para dicho medio, ya no tiene
ninguna posibilidad de irrupción de anticapitalismo antiautoritario puro y
duro, y así y todo, tuvo que destacar la presencia del fuego en “Variaciones sobre el fuego en Santiago de
Chile”, con fotos[3]-.
-Nuestro Cristóbal
fue el gran ausente en esta bella jornada que quisiéramos relacionar para
siempre con él. No por nada, sino que porque en todo el tiempo que este joven
de provincias se dedicó a habitar en la metrópolis santiaguina, nunca dejó de estar
presente vez que el fuego se tomaba las calles. Por eso lo recordamos dando a
conocer la autoría de sus impresiones sobre la revuelta de 2011 en el número
2/3 de Comunismo Difuso, cuando desde la capital nos contaba que “se encontró
un auto cerca del Parque Almagro, se dio vuelta y se encendió”, y que en “una
zona liberada por largo rato” se “inspiró para escribir unas líneas poéticas y
declamarlas al viento”, mientras “se escuchaban himnos anarquistas”, de esos
que nunca se aprendió-.
La caravana destruía
la superficie de esta mierda de aglomeración urbanística que han ido acumulando
como una suma de cadáveres de hormigón por donde antes había una ciudad que sin
ser demasiado hermosa por lo menos vivía. ¿Cuándo murió esta ciudad?
Posiblemente en 1986, o en 1988. Lo cierto es que no llegó viva a la década de
los 90.
El Ciudadano destaca
que esa noche “vimos quemarse
las esquinas y los locales comerciales como no habíamos visto antes”. El
periodista que firma dicha nota cuenta que ve como se queman “lentamente” una
farmacia, un banco y una casa comercial. No le gusta mucho lo que ve. Pero lo
comprende: “son esas tres cosas, precisamente, lo que nos tiene de rodillas con
sus créditos y saldos pendientes”. Así, puede finamente decir que siente y
recuerda “esa pequeña mecha que significaban, esa noche, los plásticos que se
prendían llevando de a poco la llamarada al interior de las sucursales que
terminaban por reducirse a bolas de masa chamuscada que en alguna parte solo
dejaba ver el descuento ratón con que amordazan a la gente pobre”.
Se entiende que un periodista ciudadano no vea lo mismo que nosotros en
estos hechos. Como dijo Marx, “nosotros no embelleceremos la violencia”. La
destrucción es en realidad una acción de rechazo de un orden profundamente absurdo
y violento, es legítima defensa contra un mundo al revés. Ni la glorificamos ni
le hacemos asco cuando hay que emplearla como lanza en el asalto del viejo
orden del mundo.
Contra una psicogeografía del orden en la fase de la tecnovigilancia y la
tecnorepresión, el proletariado juvenil en las calles del centro de Santiago
abolía la distinción campo/ciudad a la vez que se ejercitaba en un tipo de arte
que en poco tiempo más todos necesitaremos manejar para sobrevivir: abolir esta
forma de vida, dejar que estas anticiudades se hundan en el fango de la
civilización.
La calle seguía siendo tan fea como antes del incendio poético, pero algo
había cambiado: los signos del poder, del dinero, de la esclavización moderna
que sufren todos y no solamante “la gente pobre” como decía el periodista,
habían sido todos humillados, y la afrenta había sido tan fuerte que
simbolizaba su destrucción de una vez y para siempre.
La Poética antiespectacular del vandalismo comparado es un arma del
proletariado salvaje en su lucha total contra el capital.
Y si Ud. me pregunta ¿Qué
es lo que afloraba en y por debajo por debajo de lo destruido? Ni la playa ni
nada paradisíaco, ni el buen salvaje ni el superhombre (o supermujer), pero sí
la fuerza de unos centenares de proletarios salvajes desafiando el tiempo
muerto en el territorio totalmente acondicionado por los mercachifles.
4.- Lo llamativo es
que luego de sucesos tan gloriosos como los antedichos, indignada y hasta
furibunda delante de cámaras y micrófonos y grabadoras, Michele, la presidenta de todos los chilenos, doctora
Bachelet, al condenar estos actos que objetivamente no son sino formas de
reapropiación proletaria y juvenil de las calles, no vacila en decir que son
hechos del todo condenables por tratarse de “actos de destrucción de la
ciudad”.
¿Eso dijo la Presi?
¿La Gordis? Sí: Destrucción de la
Ciudad. Con todas sus letras.
E inequívocamente,
acá no podemos dejarnos engañar: los comunistas/anarquistas nunca hemos sido ni
seremos fervientes defensores de las ciudades, pero tampoco nos dejamos pasar
gato por liebre. Estas enormes plastas de cemento en que vivimos ya no son ciudades.
Son algo muy distinto. Sería como decir
que la “Escudo” en lata que estoy tomando es realmente una cerveza. (Ya Debord
en su Panegírico diagnosticó la muerte del vino, la cerveza y todos los viejos
buenos licores, que los seres humanos nunca más íbamos a poder probar, gracias
al desarrollo eterno del capitalismo mundial que no solo valoriza sino que a la
vez que valoriza el valor de cambio empobrece constantemente los valores de uso,
y todo por economía de materiales y la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia. Exija libros sobre eso en su Bibliometro más cercano).
Porque es indudable
que estamos plagados de ciudadanas y ciudadanos, pero hasta a nivel académico o
de “conocimiento experto” parece también un hecho indiscutible que lo que la
humanidad precapitalista conoció bajo el nombre de “ciudades” ha cambiado tanto
que estas aglomeraciones urbanísticas en que sobrevivimos mal parecen merecer
ese nombre. Y no es por nostalgia del pasado, sino que por una mínima
conciencia de la degradación de todo que ha ido operando con el capitalismo a
medida que éste se desarrolla.
Miro por mi ventana,
y veo que mi antiguo y no tan feo barrio fue hecho mierda no por el vandalismo
de los jóvenes de ninguna clase, sino que por los negocios de los funcionarios
municipales con las inmobiliarias, y creo que sólo una antorcha y siglos de desarrollo
de una nueva vegetación neosalvaje podrán limpiar este fea mancha comunal que
es Ñuñoa (por si Ud. no lo sabía, cuna de la V.O.P. en sus tiempos) en el
paisaje terrestre.
5.- Hagamos una breve incursión “academicista”
(aunque tan sólo sirva como intento de avalar cierta seriedad mínima de los
postulados defendidos penosamente a lo largo de este panfleto):
Según el historiador francés Philippe Ariés, en la “evolución” registrada
de los siglos XVIII al XX “cada vez se
puede hablar más de población urbanizada y menos de ciudad”.“La privatización de la vida familiar, la
industrialización y la urbanización del siglo XIX, no lograron ahogar las
formas espontáneas de la sociabilidad urbana, aun cuando, en ciertos casos,
ésta se manifestara de otro modo. Habrá que esperar hasta mediados del siglo
XX, es decir, mucho después de la época de la industrialización, para que esta
se desintegre, al mismo tiempo que la ciudad”. Esta “anticiudad”, una
aglomeración urbana donde ya casi no existe el espacio social comunitario, se
ha privatizado en extremo, al punto que entre sus funciones esenciales se
encuentra la del desplazamiento de vehículos motorizados que constituyen una
prolongación del espacio privado.
En Santiago de Chile, a 15 años de iniciado el siglo XXI, consumada ya la
fase de dominación real del capital sobre todo el cuerpo y el espacio social,
la destrucción de la ciudad parece más que evidente, y prácticamente
irreversible.
6.- Ciudadanos sin ciudades. Algo así de monstruoso sólo podía ser
aportado por el desarrollo cuantitativo y cualitativo de la alineación. El
monstruo de mierda de la Mercancía. Un contundente triunfo de la Ideología.
7.- Ante la destrucción real y estratégica de la Ciudad, lo que los
subversivos hacen cada vez que pueden, es denunciar esa destrucción con
acciones visibles. Tal como el procedimiento marxista de la crítica de la
ideología suele operar rasgando los velos del discurso formal y
superestructural de la vertiente jurídico/política/ideológica de la totalidad
de la forma de vida bajo el dominio del Capital, en el espacio urbano la
irrupción proletaria en las calles destruye todo producto artificialmente
inflado por el urbanismo capitalista, incendiándolo, y señalando así en
términos evidentes lo que Benjamin definía como función de la utopía política:
“iluminar el sector de lo que merece ser destruido”.
Bajo los adoquines: las cloacas.
Bajo las adoquines: la playa.
¡Raspar con violencia la cáscara social de mierda cristalizada en lo que
antes era una ciudad! Tal es la dialéctica de la destrucción de la superficie
urbana para reencontrar por debajo de ella las calles para la insurrección, el
entorno urbano donde la lucha de barricadas y los explosivos dirigidos a todos
los núcleos de la dominación (Iglesias, Comisarías, Cárceles, Bancos, Escuelas,
Farmacias) comiencen a construir recién el camino para salir de la prehistoria
de la dominación hacia el horizonte genuino de existencia dela comunidad
humana.
8.- Recordando el París que definitivamente dejó de existir tras el último
intento de defensa en Mayo del 68, Debord decía que:
Las casas del centro no
estaban desiertas ni habían sido revendidas a espectadores de cine que nacieron
en otros lugares, bajo otras vigas a la vista. La mercancía moderna no había
llegado a enseñarnos todo lo que puede hacerse de una calle. Nadie estaba
obligado, a causa de los urbanistas, a ir a dormir lejos.
No se había visto aún
oscurecerse el cielo y desaparecer el buen tiempo por culpa del gobierno, ni la
bruma postiza de la contaminación cubrir permanentemente la circulación
mecánica de las cosas en este valle de desolación. Los árboles no habían muerto
ahogados, y el progreso de la alienación no había apagado las estrellas[4].
9.- El 28 de mayo
del 2016 debe ser conmemorado por los proletarios, en grupos pequeños o
grandes, de preferencia bien coordinados.
2001/2006/2011…¡2016!
10.- Finales de
Mayo del 2016 debería ser tan recordado como el 2 de abril de 1957[5]:
fiesta del proletariado juvenil metropolitano.
[1] Gran cantidad de comunicados de adjudicación de hechos que
deberíamos esforzarnos en ver como violencia subversiva proletaria parten por
proclamar que, como ya es usual, a ciertos días y horas en ciertos puntos de la
ciudad de Santiago, es usual que un pequeño grupo de encapuchados “interrumpa
la cotidianeidad capitalista”. Se inflama el pavimento unos segundos, y se hace
más largo el viaje de regreso a casa para una enorme cantidad de proletarios
que van viajando en Transantiago de vuelta de sus pegas. “¡Malditas ovejas!”
Dirán algunos jóvenes rebeldes mientras recorren a campo traviesa un campus
universitario. “Malditos universitarios” dirán cientos sino miles de
proletarios en micro mientras bostezan y miran de lejos un poquito de fuego y
respiran nubes de gases lacrimógenos.
Comentarios de libro: Asel Luzarraga, Los buenos no usan paraguas (2013).
Asel Luzarraga, Los buenos no usan paraguas. Desmontando un montaje. Desnudando
al Estado. Editorial Quimantú, 2013.
Pocos se acuerdan ahora de la
historia de Luzarraga, preso en Temuco a consecuencia de la histeria
antiterrorista antes del más famoso caso bombas metropolitano del 2010. En su
momento, la respuesta solidaria de los antiautoritarios no se hizo
esperar, se podían ver afiches por todas
partes, además de circular una que otra entrevista con el vasco.
El libro hace un recuento
detallado de toda su experiencia, y en ese sentido es interesante a efectos de
estudiar en detalle la manera en que opera la policía y otras agencias
criminalizadoras. Llama la atención eso sí que gran parte del libro obedezca a
la intención de elogiar una y otra vez a quien fuera en definitiva su abogado
de confianza (tras tener defensor público y luego un desastre de defensor
privado al cual se dedica un capítulo entero). Nos referimos al abogado Jaime
Madariaga, héroe de estas páginas que actualmente desempeña un importante cargo
en el gobierno de la Nueva Mayoría, que curiosamente asume la defensa con la
condición de que Asel no pronunciara nunca la palabra “montaje” (porque según él
nunca se había ganado un juicio en Chile con la teoría del montaje). Pero
montaje era lo que todos le decían a Asel, desde sus compañeros de cárcel hasta
algunos gendarmes.
Y al “montaje” precisamente alude el título del libro, y es
lo que se demuestra hasta con fotos que indican que un supuesto bolso con
materiales explosivos no estaba en la casa de Asel hasta que llegó la policía
en vísperas del año nuevo 2010. La veneración del defendido por su abogado (que
dicho sea de paso perdió el juicio y el recurso de nulidad) resulta casi un
tipo especial de “síndrome de Estocolmo”, y llega hasta el extremo de que era
él quien tomaba importantes decisiones no sólo en relación al caso, sino que
respecto de las juntas con personas y lugares a visitar antes de hacer abandono
del país (dado que ya antes de ser condenado por infracción a la Ley de Control
de Armas y Explosivos había una orden de expulsión firmada en el Ministerio de
Interior).
Curioso por decir lo menos, pero
no por eso la historia disminuye su interés para eventuales clases de
Chanchología. Tal vez en este sentido las lecciones más importantes vienen
dadas por el relato de la manera en que la DIPOLCAR a través de sus secciones
locales (las SIP) trabaja: al enterarse de que un grupo de jóvenes punks libertarios
realizan murales con consignas anarquistas y anticarcelarias, un equipo se
constituye en el lugar en auto y observa la acción. Después de un rato bajan y
hacen control de identidad (figura que en el artículo 85 del Código Procesal
Penal requiere algunos requisitos y justificaciones mínimas que los pacos rara
vez comprenden y mucho menos se sienten obligados a aplicar). Ven que en el
grupo hay un español (en realidad vasco), que es algo más viejo que el resto.
Con esos datos van a su oficina y se ponen a googlear su nombre: “chucha, este
hueón es vasco, escribe libros, y debe andar acá en alguna misión”. Y ahí se
activa el proceso del compañero Asel, anarquista de una variedad más de
“desobediencia civil” que otra cosa, pero con el que de todas formas todo el
mundo solidarizó como se debía cuando estaba en las garras del enemigo. Y así
debe ser nomás.
También resulta interesante el
que en las numerosas transcripciones del juicio oral se aborde el tema del uso
de los detectores de explosivos por los pacos, en base a técnicas como la
prueba de Griess, que sencillamente detecta presencia de iones nitritos, las
cuales pueden estar en muchas sustancias, entre ellas la pólvora deflagrada. En
Inglaterra desde los 80 ya no se le da mucho valor, por haberse basado en ella
para condenar a los Seis de Birmingham, que estuvieron presos más de una década
hasta que el juicio fue revisado y fueran absueltos. Hay hasta una canción de
los Pogues que trata de eso en su primer álbum (“Streets of sorrow/BirminghamSix”, del LP If I Should fall in grace with God, 1987), pero los pacos acá la
siguen ocupando como si nada.