miércoles, octubre 23, 2024
¿REVOLUTIO INTERRUPTUS?: Aportes para una discusión sobre el octubre chileno
(Publicado en Disenso. Revista de pensamiento político. 5 (6), Mayo, 2023. Dossier Reformismo Reaccionario)
1.- Acción y reacción: El octubre chileno visto desde el año
2023.
“Lo que en un momento pudo encender el corazón y el cerebro,
lo que pareció ser el gran acontecimiento trasmutador de la existencia
individual y colectiva, lo que se soñó el retorno de grandes tiempos, a la
postre -a veces no al cabo de mucho tiempo- se revela trivial y vulgar. Caen
las máscaras que tal vez nuestro propio entusiasmo había puesto en los
personajes; el velo de la ilusión se levanta, el corazón se siente traicionado” (Erwin Robertson).
A más de mil días después del 18 de octubre de 2019, un
fantasma ha recorrido Chile: el fantasma del octubrismo, contra el que se han
conjurado en santa jauría todas las potencias del viejo mundo que se sintió tan
amenazado en esa primavera inolvidable.
La historia se ha estado reescribiendo en versión
reaccionaria, con las plumas de Carlos Peña, Lucy Oporto, Hugo Herrera e Iván
Poduje, entre varias otras eminencias grises. El estallido social nunca
existió, fue sólo una decadente explosión de violencia nos dicen -para algunos,
espontánea, y para otros orquestada por oscuras fuerzas o desde el extranjero-,
mientras el presidente Boric nos hace ver para el tercer aniversario del
acontecimiento que “no fue una revolución anticapitalista” (1).
Súbitamente encontramos a todos los intelectuales del orden
clamando contra la revuelta, y culpando a los que desde la academia o la teoría
“no fueron suficientemente críticos” con su violencia. Algunos como José
Joaquín Brunner tratan de separar tajantemente la violencia insurreccional
“octubrista” de las legítimas protestas “noviembristas”, tal como en la derecha
algunos han tratado de instalar una delimitación entre la dictadura (las
violaciones de derechos humanos) y la obra positiva del “régimen militar”.
Se escupe contra la revuelta no sólo desde la derecha extrema
y no tanto, los “amarillos por Chile”, el centro y la socialdemocracia en
versión posmoderna: desde la autodenominada izquierda anticapitalista también
se dirigen dardos en contra de un proceso que “no tuvo conducción”, y que por
ende “no podía llegar a nada” (2). En eso coinciden con Brunner cuando
horrorizado señala que el estallido le produjo “una gran reacción negativa ver
esa violencia completamente anárquica, sin objetivo político, sin ideología,
sin organización, sino un estallido, auténticamente una revuelta” (3).
De violaciones a los derechos humanos ya casi no se habla (4).
La reescritura de la historia
reciente está casi llegando a plantear que las violaciones de derechos humanos
durante la represión de la revuelta no sólo no fueron sistemáticas, sino que
tal vez nunca ocurrieron (5). Y aunque hubieran existido “excesos
individuales”, parece de mal gusto hoy en día cuestionar a los generales Yañez
o Rozas por su cometido en esos días, puesto que hoy en día lo que importa es
apoyar (no reformar) a las policías y poner freno a la migración.
El “proceso constituyente” quedó en manos de los partidos con
sus “bordes constitucionales” y designación de “expertos”; su calendario exprés
se está cumpliendo sin contratiempos ni mucho interés del público. A nivel
social impera una apatía y desánimo generalizados, junto con la sensación
compartida de que a tres años de la revuelta de octubre “no hemos ganado nada”
e incluso muchas cosas han empeorado.
En este momento entonces es que resulta más importante qué
nunca ponernos de acuerdo acerca de qué es lo que aconteció en octubre, para
entender a partir de ahí cómo hemos llegado a este punto en que la reacción ha
avanzado tanto que trata de imponer el negacionismo de la revuelta además de
una verdadera caza de brujas anti-octubrista en que se identifica y ataca
públicamente a los sospechosos de apología de la violencia.
En gran medida este debate se podría centrar en la
caracterización del octubre chileno: ¿fue una revuelta más grande que lo usual
o una revolución que al no lograr la caída del gobierno Piñera quedó
interrumpida y frustrada? Una primera aclaración es que no comparto la idea de
una dicotomía absoluta entre revueltas y revoluciones, en que “la revuelta suspende el tiempo histórico e
instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se cumple vale por sí mismo,
independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con el complejo de
transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia”, mientras “la
revolución estaría, al contrario, entera y deliberadamente inmersa en el tiempo
histórico” (6).
Tampoco suscribo la concepción “monumentalizadora” de los
procesos sociales que ha llevado a convertir el término “revolución” en una
pieza de museo, reservada únicamente para las grandes Revoluciones con
mayúscula, que tienen la capacidad de partir en dos la historia y generar un
nuevo orden a partir de un año cero.
El peso que las revoluciones francesas de 1789 y rusa de 1917
-ambas instauradoras de nuevos regímenes mediante una “violencia fundadora de
derecho”- tienen aún en el imaginario actual, repercute inevitablemente en la
falta de una “imaginación política radical” que sea capaz de orientarnos
estratégicamente hacia una ruptura total con el orden social capitalista que
desde hace medio siglo nos parece insuperable. Al abandonar el concepto de
revolución dejándolo en el espejo retrovisor de la historia, las izquierdas
realmente existentes asumen el mismo punto de vista que Thatcher y el realismo
capitalista: “no hay alternativas”. Y como diagnostica Joao Bernardo, en el
nuevo terreno al que nos condujo el “neoliberalismo” como reacción capitalista
global contra la oleada revolucionaria de los años 60 y 70 se hace imposible
una acción eficaz tanto de “aquella izquierda que se esfuerza por volver el
capitalismo más soportable como la otra izquierda que pretende abolir el
capitalismo” (7).
2.- Revoluciones y
contrarrevoluciones
"El restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una revolución contraria, sino lo contrario de una revolución" (De Maistre).
Si acudimos al Diccionario de la RAE, el concepto de revolución es
bastante más amplio y dinámico que los espectaculares modelos francés y ruso:
su primera acepción casi lo hace sinónimo de “revuelta”, al señalar que es la
“acción y efecto de revolver o revolverse”.
Luego, la define como “sublevación o levantamiento popular”, y en otra acepción
como un “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y
socioeconómicas de una comunidad nacional”.
Aristóteles dedicó el libro V de su Politeia a las revoluciones,
tratando en detalle “de donde proceden, su naturaleza y número, qué elementos
son corruptores de las politeias, cuál es el paso natural de un régimen
a otro” (8). Para él, en todas partes las revoluciones tienen por
causa una desigualdad, y “siempre la búsqueda de la igualdad despierta
rebelión” (9). A pesar de los rasgos comunes de revoluciones, rebeliones y
revueltas (que al menos en la traducción que tengo a mano aparecen usadas
indistintamente, como sinónimos), Aristóteles se concentra en las diferencias
que se presentan según se produzcan en una democracia, una oligarquía, una
monarquía o una tiranía, suministrando una abundancia de ejemplos concretos y
criticando a Sócrates por concebir un solo tipo de revolución (10).
La idea central tras el concepto de revolución remitiría entonces a la de
transformación social o política: las revoluciones de todo tipo, fracasadas o
exitosas, serían los recordatorios evidentes de que el orden social y político
no es estático, que puede ser modificado o completamente trastocado por la
acción humana. En este sentido es que resulta valiosa la reflexión de Guattari
y Rolnik cuando la definen como “un proceso que produce historia, que acaba con
la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones” (11).
Tal vez una de las mayores transformaciones que sufre el concepto es que
mientras originalmente y hasta el siglo XVII designaba el retorno a un estado
de cosas que se había visto trastocado por el mal gobierno de las autoridades,
siendo así casi sinónimo de restauración, en el siglo XVIII se rompe con dicha
noción para realzar el aspecto positivo de creación de un Nuevo Orden (12).
Las
revueltas no sólo no se pueden separar completamente de las revoluciones: más
bien constituyen el polo o momento negativo de una revolución, su elemento
insurreccional y destituyente. En este sentido, como destacaba
Villalobos-Ruminott en una intervención realizada días antes del 18-O (13),
no existe una verdadera oposición o dicotomía entre revueltas y revoluciones,
lo que ocurre es que las revoluciones que han sido exitosas en establecer un
nuevo orden social, han pasado a cumplir una función de mito fundacional del nuevo
sistema de dominación. En ese momento de consumación del éxito del ascenso de
una nueva clase dominante, el momento insurreccional es primero fetichizado y
luego finalmente escondido y olvidado: la concepción monumentalizada de la
revolución parece neutralizar su polo negativo, para concentrarse
exclusivamente en la exitosa transformación del régimen político o del orden
social.
Esto
explica el que por una parte se niegue el carácter de revolución a las
revueltas o insurrecciones que por poderosas que sean no logran hacer caer el
antiguo régimen para iniciar uno nuevo, inmortalizando el “círculo mítico del
derecho que es también el círculo mítico del poder: instauración, conservación,
caída…y así, hasta el final de los tiempos” (14). Y por otra parte, dicha
concepción está detrás del hecho de que para la historiografía oficial no hay
mayor inconveniente en etiquetar como revoluciones a simples golpes de Estado
como las revoluciones militares chilenas de 1924 o 1932, o incluso al 18 de
septiembre de 1810, evento en que no hubo sublevación popular alguna sino sólo
maniobras propias de la afirmación política autónoma de la oligarquía criolla
(15).
La
revolución monumentalizada hace mirar la historia por el espejo retrovisor y castra
la imaginación radical y el deseo de transformaciones profundas, propiciando un
modelo de sacrificio militante calcado de las grandes figuras
masculinas/patriarcales de los “héroes de la revolución”. En comparación a los
“grandes hombres” de la Revolución con mayúscula la importancia de la acción
individual y colectiva de todos nosotros se diluye, pues nunca nuestras
revueltas van a saciar la tremenda ansia de heroicidad que se desprende de la
concepción normativa de los revolucionarios profesionales, que al despreciar
todos los procesos que no se realizan a imagen y semejanza de su propio mito
fundacional son los primeros en olvidar el testamento político de Rosa
Luxemburgo, que culmina diciéndole a los esbirros estúpidos que “La
revolución, mañana ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y
proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y
seré!” (16). El mismo Jesi, al referirse al martirio de Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht en 1919 señala que ese desenlace escogido conscientemente
demostraba la imposibilidad de separar revuelta y revolución” (17).
Tal vez ocurre que lo que directamente experimentamos son las
revueltas, insurrecciones, levantamientos, huelgas generales, rebeliones,
protestas, motines y asonadas, expresiones muy cercanas que como ha dicho
Sergio Villalobos-Ruminott, “constituyen un marco conceptual amplio, y no
necesariamente ajeno a contradicciones, en el que es posible atisbar una
relación no convencional con el tiempo histórico. Es como si cada una de estas
nociones quisiera nombrar un momento de alteración de la concepción lineal y
espacializada del tiempo, favoreciendo una experiencia no convencional de la
historia y del ser en común” (18). El título de “revolución” parece
en cambio ser un reconocimiento otorgado a posteriori, por parte de
algún tipo de Academia de Ciencias o Tribunal de la Historia (19).
Lo que importa es que cada revolución produce
su propia contrarrevolución, y en los momentos álgidos de la lucha la
revolución y la contrarrevolución se desarrollan contradictoria y
simultáneamente, interactuando y modificándose una a otra. Según Paolo
Virno la contra-revolución “no debe entenderse solamente una represión violenta
—aunque, ciertamente, la represión nunca falte. No se trata de una simple
restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden
social resquebrajado por conflictos y revueltas. La ‘contrarrevolución’ es,
literalmente, una revolución a la inversa”, que “al igual que su opuesto
simétrico, no deja nada intacto” (20). La contra-revolución, “construye activamente
su peculiar ‘nuevo orden’. Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos,
usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las
cosas y trabaja con método. Pero hay más: la ‘contrarrevolución’ se sirve de
los mismos presupuestos y de las mismas tendencias —económicas, sociales y
culturales— sobre las que podría acoplarse la ‘revolución’, ocupa y coloniza el
territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas”.
3.- El
eterno retorno: Octubre, Noviembre y Septiembre.
“Y se van vaciando las barricadas, y
se va alejando el modo de empezar de nuevo” (Disturbio Menor, “Fuego”)
En febrero del 2020, coincidiendo con el día de los
enamorados, la historiadora de derechas Lucía Santa Cruz, consejera del
Instituto Libertad y Desarrollo, compartió en El Mercurio una columna en
que refería la existencia de un interesante “juego de historiadores”
consistente en decidir qué acontecimientos del presente iban a ser vistos a
futuro como grandes hitos o puntos de inflexión. “¿Cuáles serán los eventos que
marcarán la interpretación historiográfica de la crisis actual, esa que yo me
resisto a llamar 'estallido social' y reconozco mejor en el concepto de
insurrección?”, se preguntaba doña Lucía aplicando el ejercicio al presente. Tras referir al ambiente previo que señala
como de “legitimación de la violencia”,
en que “los atentados terroristas al metro del 18 de octubre, y la
marcha de protesta del 25, aparecerán como datos importantes” (21), la
historiadora concluía que: “el evento más importante, más radical y sustantivo
de la crisis, aunque indebidamente, ha pasado desapercibido y ocurrió el 12 de
noviembre, el día más violento hasta hoy, cuando estuvimos al borde del abismo,
hasta que el Presidente Piñera optó por intentar una salida pacífica, por medio
de un acuerdo político” (22).
Coincido con esta señora en que el 12 de noviembre de 2019
fue el momento más intenso de toda la revuelta chilena: el punto culminante,
tras el cual la clase dominante retoma la iniciativa y encausa el proceso por
la vía institucional. Por eso es bueno siempre recordar que el 18 de octubre
(día de la insurrección espontánea) dio lugar al 25 de octubre (marcha del
millón) en que se expresó el predominio creciente de la lectura “progre” y
“constituyente” del proceso objetivamente revolucionario que se había abierto.
A partir de ahí, la interrupción total del
continuum de la dominación cedió espacio a la entrada en escena de
distintas formas de subjetividad “progresista neoliberal”.
La jornada del 18 de octubre ya había mostrado toda la fuerza
de un verdadero cataclismo social, pero sólo ocurrió en la Región
Metropolitana. Para la huelga general del lunes 21 de octubre la revuelta se
había extendido a gran parte del territorio nacional, y en la capital los niveles de represión y resistencia
fueron tan impresionantes que dieron para hablar de “La Batalla de Santiago”:
el mismo nombre que se le dio al alzamiento del 2 de abril de 1957. Pero fue
con ocasión de la huelga general del 12 de noviembre que la insurrección popular se expresó con
máxima intensidad en todo el país. Superando con creces cuantitativa y
cualitativamente la detonación inicial, es evidente que el estallido llegó en
ese momento a su punto álgido.
Durante ese día martes 12 se había anunciado una cadena
nacional de Piñera para las nueve de la noche. Tres semanas de intensa
represión ya estaban generando un efecto en la psiquis colectiva: la
reaparición del temor a un golpe de Estado, o más bien un “autogolpe” en este
caso. El presidente demoró casi dos
horas en salir a hablar desde La Moneda, y cuando finalmente lo hizo su
alocución resultaba bastante poco comprensible. Tras hacer ver que la violencia
había alcanzado un punto nunca antes visto, y reconocer que las policías
estaban totalmente sobrepasadas…anunció que iban a llamar a los “reservistas”
de ambas instituciones (Carabineros y PDI) para colaborar con sus labores.
Finalmente, señaló que “todas las fuerzas políticas, todas las organizaciones
sociales, todas las chilenas y chilenos de buena voluntad tenemos que hoy día
unirnos en torno a tres grandes, urgentes y necesarios acuerdos nacionales:
Primero, un acuerdo por la paz y contra la violencia
que nos permita condenar en forma categórica y sin ninguna duda una violencia
que nos ha causado tanto daño, y que también condene con la misma fuerza a
todos quienes directa o indirectamente la impulsan, la avalan o la toleran. Segundo,
un acuerdo para la justicia, para poder impulsar todos juntos una
robusta agenda social que nos permita avanzar rápidamente hacia un Chile más
justo, un Chile con más equidad y con menos abusos, un Chile con mayor igualdad
de oportunidades y con menos privilegios. Y tercero, un acuerdo por una
nueva constitución dentro del marco de nuestra institucionalidad democrática,
pero con una clara y efectiva participación ciudadana, con un plebiscito
ratificatorio para que los ciudadanos participen no solamente en la elaboración
de esta nueva constitución, sino que también tengan la última palabra en su
aprobación y en la construcción del nuevo pacto social que Chile necesita”.
A la luz de lo acontecido el 4 de septiembre de 2020 esta
última frase revela su absoluta relevancia como definición a largo plazo, y
posiciona al acuerdo tramado desde ese momento y hasta la madrugada del viernes
15 de noviembre como una verdadera obra maestra de la clase dominante.
Mientras elaboraba el histórico y extraño discurso que
pronunció esa noche, Piñera mandató al ministro Blumel (sucesor del caído
Chadwick) a tomar contacto con los partidos de oposición. Al llegar el ministro
a su casa, donde lo esperaban los senadores Harboe y Quintana, les dijo: “Hoy
para todos los efectos es 10 de septiembre de 1973 y de nosotros depende que
mañana no sea 11 de septiembre” (23).
Entre el 13 y el 14 de noviembre sectores de izquierda llamaban
a “evitar provocaciones”, dado que el 14 se cumplía un año desde el asesinato
policial de Camilo Catrillanca en el Wallmapu. El jueves 14 estaba anunciada
una visita de diputados del Frente Amplio al profesor Roberto Campos, primer
caso emblemático de prisión política, al ser encadenado por Ley de Seguridad
del Estado al haber sido captado por cámaras pateando un torniquete el 18 de
octubre. Ese mismo día se supo que el diputado Boric finalmente no iría a verlo
en la Cárcel de Alta Seguridad, porque según declaró a 24 horas: “Yo no voy a
asistir en este momento a una reunión de esas características porque estoy
dedicado, a tiempo completo, a colaborar en encontrar acuerdos para el momento
que estamos viviendo”. Además aprovechó de aclarar que “aplicarle la Ley de
Seguridad Interior del Estado nos parece que es una medida desproporcionada,
sin perjuicio del error que él ha cometido” (24).
El “error” era en realidad uno más de los millones de gestos
individuales y colectivos que dieron origen a la revuelta. Como declaró luego
Campos: “Sentía rabia por las injusticias sociales, porque ser profesor no es fácil
(…) No tengo cubiertos mis derechos sociales básicos, la salud, por ejemplo. Y
todo lo que ha sucedido a lo largo de la historia con los profesores, la deuda
histórica, que posiblemente cuando jubile voy a ganar el sueldo mínimo y fueron
todas esas injusticias que en ese momento me obnubilaron y le pegué al metro,
le pegué al torniquete” (25). De haber un error en esta acción, seguramente fue
el no haberse preocupado de ocultar su rostro (26).
No necesitamos explayarnos acerca de la importancia de gestos
como el de Boric para la realpolitik. Lo que está claro es que entonces
la alternativa se planteaba en términos absolutos: o estaba con la revuelta
visitando a sus presos, o con el Gobierno y el Congreso jugándoselas por salvar
al Estado y evitar que el pueblo genere una ruptura institucional haciendo caer
al presidente, lo que para todos los concertacionistas y frenteamplistas
implicaba “dañar la democracia”. La elección de Boric no fue un “error” sino la
demostración de que, tal como dijo Karl Marx, “para el Estado no existe más que
una ley única e inviolable: la supervivencia del Estado”. El partido del
orden contra el partido de la anarquía.
En este punto es que parece claro en retrospectiva que
mientras el sector más conservador del partido del orden clamaba por sacar una
vez más pero ahora sí en serio a los militares a la calle en una especie de
autogolpe defensivo, fue una vez más la versión actual de la socialdemocracia
progresista la que movió todos los hilos necesarios para rearticular al mando
político del Estado y propiciar una auténtica salida contrarrevolucionaria que,
sin romper con las reglas de la democracia formal, lograra desviar luego la
potencia de la revuelta hacia los cauces institucionales, apagándola lenta pero
inexorablemente mientras se regresaba a una “nueva normalidad” que cuatro meses
después implicaba nuevos estados de excepción constitucional e intensas medidas
restrictivas de derechos a causa de la pandemia de coronavirus, y que tres años
y medio después nos dejó sin revuelta, sin Nueva Constitución, con la misma
policía de siempre e incluso con Sebastián Piñera reapareciendo en los debates
nacionales sin vergüenza ni pudor alguno (27).
Varios detalles de lo que pasó entre el 13 y el 15 de
noviembre fueron señalados el 2021 en un reportaje de The Clinic
titulado “’De acá no se mueve nadie hasta que lleguemos a acuerdo’: 14
protagonistas del 15N revelan episodios de ese día histórico” (28).
Significativo resulta lo que dice Jaime Quintana (PPD, en ese entonces
presidente del Senado): “Así como se había producido el momento de la sociedad
el 25 de octubre, con la marcha más grande que nadie podía sacar de su
retina y su mente, éste fue el momento de la política. Algunos críticos dicen:
‘esto debió haber sido en la calle, en una asamblea’… ¡Por favor! La política
fue un instrumento que, en ese momento, funcionó bien”. Nótese que Quintana
omite referir el 18 de octubre: el “momento insurreccional” que accionó el
“momento social”.
Mario Desbordes: “Fue un día bisagra para el chileno, donde
pudieron haber caído todas las instituciones y haber tenido una anarquía o una
guerra civil, y lo que se logró fue encausar esto por una vía democrática”. El
senador Alfonso de Urresti (PS) señala entre las cosas anecdóticas de esa
jornada “la solicitud de cambio de nombre, de Asamblea Constituyente
a Convención Constitucional, que planteaba la derecha porque claramente
era una derrota completa para ellos y al menos querían salvar el nombre”.
Tal vez lo más revelador son los recuerdos del senador Harboe
(luego elegido integrante de la fracasada convención constituyente): “un
momento inolvidable fue cuando se bajó Convergencia Social, después de
que Gabriel Boric estuvo todo el día negociando. Entonces él
dijo ‘estoy en dudas de qué hacer’ y yo tuve una conversación larga y franca
con él. Y él tomó la decisión valiente y responsable de perseverar en el
acuerdo a pesar de que su partido se había bajado y eso era muy importante para
que el acuerdo no se viera como de la Concertación. Eso me emocionó mucho”.
¡Con justa razón! Sin Boric el acuerdo al que llamó Piñera no
habría funcionado para desmovilizar a las masas que hasta ese día tenían el
país paralizado y alzado. Lo cierto es que Boric fue el único que lo firmó a
título personal. El Partido Comunista de Chile no se decidía, pero ahí estaba,
y aunque finalmente no firmó de todos modos ahí “estaban los principales
actores sociales del momento, léase Bárbara Figueroa de la CUT, el
Presidente del Colegio de Profesores, el de No más AFP, varios otros
dirigentes” (Quintana en The Clinic) (29).
Las manifestaciones siguieron luego del anuncio del acuerdo
que se produjo casi a las 3 de la madrugada. Pero la masividad fue disminuyendo
a partir de ese momento. Ese mismo viernes 15 la represión intensa mediante
perdigones y lacrimógenas causó la muerte por infarto cardíaco de Abel Acuña,
uno de los miles que estaban en la Plaza Dignidad manteniendo viva la protesta
a pesar de las negociaciones. Poco a poco, entre el verano, la pandemia y las
elecciones, la revuelta fue agotándose y se mantuvo sólo esporádicamente en las
protestas del hambre y por ayudas económicas durante el encierro pandémico, y
cada viernes en la Plaza Dignidad, exigiendo la libertad de los presos de la
revuelta.
Gracias a la socialdemocracia en su versión
actual, progresista y posmoderna, la clase dominante logró canalizar
exitosamente una insurrección de una magnitud y forma inusitada, evitando que
el momento negativo de la revuelta se expresara en una verdadera revolución
política. Para ello se necesitaba derrocar el antiguo régimen, y a partir de
ahí reconstruir las relaciones sociales e inventar otra forma de convivencia
colectiva entre los pueblos de Chile. No llegamos a ese momento porque la
energía fue desviada en el momento preciso en que el mal gobierno estaba a
punto de caer, el pueblo rebelde que hizo la revuelta fue disuelto y la
colectividad se atomizó nuevamente en un conjunto de electores y votantes
individuales.
La propuesta
de Nueva Constitución entregada el 4 de julio de 2022 ya había logrado la significativa
proeza de eliminar toda referencia al “estallido social”, y poco después el
presidente Boric anunció que de ganar el rechazo de todos modos proseguiría de
algún modo el proceso constituyente. Luego el presidente y varios partidos de
gobierno acordaron que en el improbable caso de que ganara el apruebo se iban a
realizar reformas a la propuesta, degradada así a mero borrador. En ese punto -como
dijo el poeta Maiakovsky antes de quitarse la vida- la suerte estaba echada. El
desenlace del 4 de septiembre de 2022 solo vino a poner fin a un libreto
escrito el 15-N. Lo curioso es que muchos desde la izquierda no lo entiendan
así, por ejemplo Oscar Ariel Cabezas en conversación con Jun Fujita Hirose. Cuando el japonés la pregunta “¿por qué los
chilenos no continuaron sus luchas callejeras hasta la caída del gobierno del
presidente Piñera, quien además es uno de los empresarios más beneficiados por
el neoliberalismo chileno, como lo hicieron por ejemplo los argentinos hace 20
años con la consigna ‘Que se vayan todos’? Los chilenos dejaron que Piñera
completara su mandato con toda tranquilidad”,
la respuesta de Cabezas es que la pandemia fue el “verdadero milagro”
que salvó a Piñera de caer e incluso de terminar en la cárcel por las
violaciones de derechos humanos cometidas durante su mandato (30). ¡No señor!:
Piñera se salvó el 15 de noviembre de 2019, y quien lo salvó directamente fue
el presidente actual, Gabriel Boric.
En gran
medida lo que ocurrió a partir del 15-N hasta hoy puede ser visto como la
crónica de un desangramiento anunciado, pues al parecer la convocatoria a
procesos constituyentes es a estas alturas una ya clásica maniobra de la clase
dominante en el momento en que estalla una revolución negativa (la revuelta) y
necesita evitar que se transforme en revolución positiva (la reconfiguración de
un nuevo orden). Por eso es que, en nuestra época -como ha dicho el Comité
Invisible- las insurrecciones finalmente llegaron, pero se estrangulan en la
fase del motín. Desde el Partido del Orden nos miran con desprecio
anti-octubrista y, recobrada ya la confianza en sus propias fuerzas, gritan
-parafraseando a su maestro De Maistre en 1796-: “¡Ciudadanos, así se hacen las
contrarrevoluciones!”.
4.- La
trampa constituyente: el ejemplo de 1848
“Tan sólo ha habido dos revoluciones
mundiales. La primera se produjo en 1848. La segunda en 1968. Abas
constituyeron un fracaso histórico. Ambas transformaron al mundo” (Arrighi, Hopkins y Wallerstein).
Ferdinand Lassalle en una conferencia obrera dada en 1862
hacía un balance de las revoluciones de 1848, período también conocido como la
“Primavera de los pueblos”, y de como las transformaciones políticas y sociales
se empantanaron en el lodo constituyente. “Si la
Constitución es la ley fundamental de un país, habrá de ser una fuerza activa
que, mediante un imperio de necesidad, hace que todas las otras leyes e
instituciones jurídicas operantes en el país sean aquello que realmente son, de
forma que, desde ese instante en que existe ese algo, sea imposible promulgar
en tal país, aunque se desease, cualesquiera otras” (31). Para este
rival de Marx en el movimiento socialista alemán son los “factores reales del
poder”, y no la “hoja de papel”, lo realmente decisivo y clave detrás de las
constituciones escritas.
“El 18 de marzo demostró, sin duda, que el
poder de la nación era ya, de hecho, mayor que el del Ejército. Después de una
larga y sangrienta jornada, las tropas no tuvieron más remedio que ceder”. No
obstante ese triunfo popular espontáneo, el poder minoritario aunque bien
organizado de la monarquía y el ejército resultaba a la larga más eficaz. Por
eso, “si se quería, pues, que la victoria arrancada el 18 de marzo no resultase
forzosamente estéril para el pueblo, era menester haber aprovechado aquel instante
de triunfo para transformar el poder organizado del Ejército tan radicalmente
que no volviera a ser un simple instrumento de fuerza puesto en manos del rey
contra la nación”.
Pero no se
hizo nada de eso, pues el pueblo se entretuvo con la formación de una Asamblea
Nacional para formular una Constitución escrita, y así en noviembre de 1848
cuando la revolución ya mostraba su esterilidad, el rey sacó los cañones a la
calle de nuevo, disolvió la Asamblea, y proclamó una Constitución escrita que
lejos de ser abiertamente reaccionaria, era bastante liberal y de hecho se
basaba en gran medida en el trabajo de dicho órgano constituyente.
Lasalle
concluye que “elaborar una Constitución escrita era lo menos importante, lo
menos urgente” comparado con la labor de “modificar y desplazar los factores
reales y efectivos de poder presentes en el país”. Eso era lo que “había que
echar por delante, para que la Constitución escrita que luego viniera fuese
algo más que un pedazo de papel”. Por
eso la conferencia de Lasalle concluye recomendando al público: “si vuelven a
verse alguna vez en el trance de tener que darse a sí mismos una Constitución,
espero que sabrán ustedes ya cómo se hacen estas cosas, y que no se limitarán a
extender y firmar una hoja de papel, dejando intactas las fuerzas reales que
mandan en el país”.
En pleno
1848, comentando el funcionamiento de la Asamblea constituyente en Francfort
del Meno, Friedrich Engels criticaba: “Durante las sesiones debió tomar las
medidas necesarias para frustrar todos los intentos de la reacción, para
afianzar el terreno revolucionario sobre el que pisaba, para salvaguardar
contra todos los ataques la conquista de la Revolución, que era la soberanía
del pueblo. Pues bien, la Asamblea Nacional alemana ya ha celebrado una docena
de sesiones y no ha hecho nada de eso” (32)
Junto a Karl
Marx, desde las páginas de la Nueva
Gaceta Renana, estos jóvenes comunistas hacían ver al calor de los
acontecimientos precipitados desde la revolución alemana de marzo cómo en ese
momento resultaba vital también para las clases dominantes no reconocer “como
una verdadera y auténtica revolución la lucha librada en las calles, que se
pretende presentar como una mera revuelta”. Así “se ponía en tela de juicio la
existencia de la revolución, cosa que podía hacerse porque ésta no era más que
una revolución a medias, el comienzo de un largo movimiento revolucionario”
(33). Por eso insistían en que “la más importante conquista de la revolución es
la revolución misma”, y en que sólo “mediante una segunda revolución se confirmará
la existencia de la primera” (34), lo que en cierta forma constituye a Marx y
Engels como precursores teóricos de la “revolución permanente”.
5.- Algunas conclusiones
provisionales
“Quienes
hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba” (Saint Just)
Al igual que
en 1848, en Chile la dimensión revolucionaria movimiento que estalló en octubre
fue soslayada o negada, y más por la burguesía de izquierdas que por la de
derechas. En vez de consolidar en los hechos la fuerza real de un movimiento
popular tan amplio, se optó por apostar a una transformación institucionalizada
de la Constitución escrita, la “hoja de papel”, evitando desde arriba la
ruptura institucional por abajo, y sepultando la idea misma de que era posible
en ese momento desencadenar algún tipo de cambio socio-político profundo.
Y a similitud
de 1968, el ninguneo de la revuelta contra la cual escupen desde la derecha y
desde la izquierda, y la presencia indesmentible de una contrarrevolución que
incluso podría pavimentar el camino a nuevos fascismos moleculares y molares,
nos demuestra que tal como dijeron los situacionistas en 1969, la revolución
estaba aquí: en este caso, una especie de
revuelta social que se desencadenó con energía pero que no alcanzó a
cristalizar en una revolución política (35). Y como dijo Lazzarato en
relación al post-68, “cuando la revolución social se separa de la revolución
política, puede integrarse a la maquinaria capitalista sin ninguna dificultad
como un nuevo recurso para la acumulación de capital” (36). El fracaso de toda
la izquierda progre/constituyente es inseparable del abandono posmodernista de
la perspectiva estratégica de la revolución, pero a la vez tiene un reflejo
simétrico en la izquierda revolucionaria “clasista” y “popular”, que aún mira
la historia a través del espejo retrovisor, obsesionada con los modelos
organizativos e ideológicos del siglo pasado.
Tal como en 1848 y 1968, la revuelta chilena fue parte de una oleada de
luchas que se dieron simultáneamente en varias partes del planeta entre el 2019
y el 2020. Y no está muy equivocado el Manifiesto Conspiracionista
cuando dice que las medidas anti-pandemia operaron como una muy conveniente y eficaz
contrarrevolución (37)
Por muy alucinado y risible que pueda parecer en tiempos de decepción
masiva, lo único que nos queda es volver a retomar la perspectiva estratégica
de la revolución. En esta tarea resultará crucial volver a unificar lo que el
pensamiento post-68 separó: la economía policía del poder con la crítica
de la economía política (38).
Mientras las izquierdas sigan divididas entre ambos tipos de crítica política, entre
la lucha de clases y las políticas de la identidad, nuestro enemigo histórico
no cesará de vencer.
6.- Derecho
de rectificación: violencia conservadora versus violencia pura
“Si no llevamos esto hasta el final, pagaremos
con lágrimas de sangre el terror que le infligimos hoy a la burguesía” (Errico Malatesta, 1920).
En un libro
colectivo coordinado por el sociólogo Raúl Zarzuri, afirmé que en la primavera
del 2019 “la respuesta a
la rebelión popular en todo el país fue la exacerbación de la “violencia
conservadora”, desprovista incluso de justificación jurídica o respaldo
normativo, en defensa del orden neoliberal”. Y agregaba que “la ‘revuelta de
octubre’, como respuesta popular ante décadas de acumulación de violencia
estructural e institucional, fue así la ‘partera’ del proceso constituyente.
Una violencia espontánea, ‘pura’, ‘anárquica’, que al irrumpir destituyó
incluso la tradicional relación entre medios y fines, y que luego, a medida que
el pueblo fue disputando y apropiándose del escenario de transformación
institucional que se logró abrir, se ha ido transformando gradualmente en
violencia ‘fundadora de derecho’” (39).
Los
sorpresivos resultados del plebiscito constituyente de salida el septiembre del
2022 y todo lo que ha ocurrido con posterioridad hasta inicios del 2023,
demuestra que esta proyección fue errónea: la contrarrevolución del 15N fue tan
profunda y de largo plazo que logró evitar incluso la posibilidad de una
relegitimación del orden mediante una refundación controlada y relativa
(bastante moderada cuando no meramente discursiva) de su Derecho e
instituciones políticas fundamentales.
En
retrospectiva, la violencia conservadora apagó las llamas de una violencia pura
o “divina”, que en la medida que interrumpía el continuum de la dominación, generaba epifanías de justicia y
dignidad humana. Pero así y todo, la clase dominante sabe que no puede mantener
las cosas tal como eran hasta antes del 18-O, y por eso insiste en “darle al
país” una Nueva Constitución en un segundo proceso constituyente.
Como se sabe,
la distinción entre
violencia fundadora y conservadora de derecho, entre violencia mítica y divina,
así como el concepto de violencia “pura” o anarquista, son categorías aportadas
por Benjamin hace exactamente 100 años, en Para una crítica de la violencia (1920/1),
donde se refiere al “espectáculo penoso” que en su tiempo ofrecen “los
parlamentos [que] no guardan en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las
que deben su existencia”.
Tal como explica Elizabeth Collingwood-Selby, la violencia
pura es “sagrada, redentora, revolucionaria”, pues “suspende, inhabilita, en
cada caso, el dominio efectivo de la relación historia violencia-derecho”. Y
donde la violencia-derecho “se ve interceptada por la relación
violencia-justicia, precisamente ahí, llega y debe, en cada caso, llegar a su
fin –a su interrupción- la analítica histórica del poder” (40).
Así que
finalmente no hubo violencia fundadora, sino una confrontación abierta entre el
viejo orden que se resiste a morir, y un “más allá” del derecho, el Poder y la
violencia mítica, lo mismo que en las otras protestas y rebeliones que
estallaron en todo el mundo en los últimos años: Francia, Irak, Colombia, Ecuador, Hong Kong, Estados
Unidos, Kazajistán, El Líbano, Argelia, Puerto Rico, Irán, Catalunya, Cuba,
Nicaragua, Perú, Surinam, y estoy seguro que me faltan muchos más nombres en
este breve inventario.
La lucha sigue.
NOTAS:
2.- Es lo que señala el profesor Carlos Pérez Soto en animada
conversación con el Círculo Patriótico Chile, cuando hacia el minuto doce nos
dice que es más que evidente que “de un estallido social no se puede obtener
nada” y recordando que el mismo día del estallido nos dijo: “Aquí no puede
pasar nada, porque los estallidos son fácilmente manipulables” (https://praxispatria.cl/2022/10/11/entrevista-a-carlos-perez-soto/
). Sus anfitriones fascistas (en la versión ultraecléctica y
“nacional-bolchevique” de la llamada “cuarta teoría política” de Aleksandr
Dugin) están totalmente de acuerdo, lo que es interesante considerando que el
profesor Pérez es un feroz enemigo de la “ultraizquierda”, que ha señalado incluso
a Walter Benjamin como sospechoso de totalitarismo cuasi-fascista en algunas de
las Tesis sobre el concepto de historia, pero que acá no tiene mayor
problema en explorar “convergencias y divergencias” con quienes “piensan
distinto”. Otro hermoso ejemplo de ninguneo de la revuelta es el que
suministraron unos “comunistas de izquierda” que afirmaban que “ante los
ataques del Gobierno la respuesta no es la revuelta popular sino la lucha de
clase del proletariado”, y ahora se preguntan (y responden solos) “¿Y,
finalmente, en que quedó la famosa “¿revolución?” chilena de octubre, llamada
así por la izquierda y extrema izquierda del capital, meses después? Pues en
nada realmente, el capitalismo sigue intacto, los obreros siguen sometidos a
las atrocidades de la flexibilización y precarización, el estado burgués se
mantiene intacto y de hecho gracias al lumpen reaccionario y anárquico muchos
puestos de trabajo fueron destruidos, lo que aumentó el desempleo entre la
clase obrera“ (https://es.internationalism.org/content/4598/que-perspectivas-tienen-las-luchas-proletarias-en-chile).
4.- De un total de más de 10 mil denuncias realizadas ante el
Ministerio Público, 7 mil ya han sido archivadas y en sólo una veintena de casos
existen sentencias condenatorias, que por lo general aplican a militares y
carabineros penas de cumplimiento en libertad. Como reacción a los indultos que
Boric concedió a 13 presos de la revuelta en diciembre de 2022, ahora las
empresas de encuestas están midiendo el apoyo a un posible indulto a
carabineros (en marzo del 2023 un 52% apoya esa idea, según el Panel Ciudadano
de la U. del Desarrollo).
5.- La encuesta CADEM Plaza Pública de 16 de octubre de 2022
arrojaba que el 58% considera hoy que el uso de la fuerza policial fue
“proporcional dada la violencia que había en las calles, 31 puntos más que en
2019 cuando 69% pensaba que había sido excesiva”.
6.- Furio Jesi, Spartakus. Simbología de la revuelta
(Buenos Aires, Adriana Hidalgo editorial, 2013), 63.
7.- Joao Bernardo, Democracia totalitaria. Teoría y
práctica de la empresa soberana (Buenos Aires, Editorial Marat, 2019).
8.- Aristóteles de Estagira. La política (Politeia) (Bogotá,
Panamericana, 2000) 210.
9.-Destaquemos que si lo que define la dicotomía
izquierda/derecha es el igualitarismo/anti-igualitarismo, he aquí la razón más
simple para entender por qué la izquierda hacía revoluciones y la derecha
contrarrevoluciones. La novedad de los fascismos que aparecieron primero en
Europa hace 100 años es que, desde una concepción esférica y mítica del tiempo,
pretendían ser movimientos a la vez revolucionarios y conservadores: un
ultranacionalismo radical amalgamado con versiones reaccionarias de socialismo.
10.-Aristóteles, op. cit, 268.
11.- Félix Guattari y Suely Rolnik.
Micropolítica. Cartografías del deseo (Madrid, Traficantes de sueños,
2006), 211.
12.- Ver la entrada “Revolución”, redactada por Helio
Gallardo, en Ricardo Salas Astrain (coord.), Pensamiento Crítico
Latinoamericano. Conceptos fundamentales, Vol. III (Santiago, Ediciones
Universidad Católica Silva Henríquez, 2005), 919-930.
13.- “Teoría de la revuelta y revuelta de la teoría”, en: https://www.youtube.com/watch?v=W39xKvVVxrc&ab_channel=SergioVillalobosRuminott
14.- Elizabeth Collingwood-Selby. Disturbios. Ley, imagen, escritura, excepción (Santiago, Ediciones
Macul, 2021), 24.
15.- El
historiador marxista libertario Luis Vitale decía que el 1810 chileno, que se
caracterizó por una escasa participación del pueblo (sólo 350 personas
acompañaron a la primera Junta de Gobierno el 18 de septiembre en el salón del
Consulado), fue solamente una revolución política separatista, que no perseguía
un cambio social estructural y no realizó ninguna de las tareas de las
revoluciones burguesas en Europa, en las que supuestamente los dirigentes
criollos se habrían inspirado. Sólo en la segunda etapa de esta revolución,
luego de la Reconquista española, hubo mayor participación popular. Ver: https://elporteno.cl/luis-vitale-la-interpretacion-marxista-de-la-independencia-de-chile/
16.- Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, 14 de enero
de 1919. En: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm
17.- Si
bien Rosa juzgó inoportuno el momento en que estalló la revuelta, no se disoció
del comportamiento de sus compañeros de clase porque hacerlo “significaba
reconocer la fractura entre revolución y revuelta”, y “por más hostil que fuera
la revuelta, Rosa Luxemburgo no aceptaba y no aceptó considerarla totalmente
distinta de la revolución” (Furio Jesi, óp. cit., 109).
18.- Sergio Villalobos-Ruminott, Mito, destrucción y
revuelta. Notas sobre Furio Jesi (2021). En: https://ficciondelarazon.org/2021/01/06/sergio-villalobos-ruminott-mito-destruccion-y-revuelta-notas-sobre-furio-jesi/
19.- Después del triunfo popular de
1979 en Nicaragua el sandinista Orlando Nuñez recordaba: “Primero nos dijeron
que no era posible hacer la revolución en estos países, ahora se esfuerzan en demostrar
que no es proletaria” (referido por Enrique Dussel, El último Marx y la
liberación latinoamericana (México, Siglo XXI editores, 1990), 290.
20.- Paolo
Virno, “Do you remember counter-revolution?” Apéndice a Virtuosismo y revolución (Madrid, Traficantes
de Sueños, 2003).
21.- En que “lo nuevo, lo radical, lo distinto, no fue la
movilización social, que ya tenía antecedentes anteriores semejantes, aunque
menos masivos, sino que el uso de una violencia altamente sofisticada,
coordinada, organizada y simultánea en los ataques”, y el que “detrás de
estos movimientos radicalizados no había meramente reivindicaciones sociales,
sino un claro objetivo político, que no era otro que la destitución del
Presidente de la República” (el subrayado es mío).
22.- Lucía Santa Cruz, 12 de noviembre de 2019. El Mercurio,
14 de febrero de 2020. En: https://lyd.org/opinion/2020/02/12-de-noviembre-de-2019/
23.- Los destacados son míos.
24.- Esta es la versión que da el ex director de La Tercera,
Cristián Bofill, en: https://www.ex-ante.cl/https-www-ex-ante-cl-la-noche-mas-tensa-de-la-crisis-de-octubre-el-dialogo-de-pinera-con-el-jefe-del-ejercito/
26.- Referido por Ignacio Abarca Lizana, “De cuando el pueblo
chileno decidió levantarse: pasajes de luchas de clases y sociales”,
Introducción a: Varios Autores, Contribuciones en torno a la revuelta
popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca (Kurü Trewa, 2020),
15.
27.- Lo cual no sólo sirve para evadir la acción policial (y hasta
el Derecho Penal burgués reconoce el derecho a no auto incriminarse), sino que
además, como dijo una vez el joven filósofo Antonio Negri, al ponernos una
capucha nos des-individualizamos y pasamos a fundirnos con la comunidad humana
proletaria.
28.- A pesar de que el actual Presidente manifestara en su
momento que los responsables de violaciones de derechos humanos serían perseguidos
“nacional e internacionalmente con
todas las vías de la ley, así que señor Piñera, está avisado”.
29.- https://www.theclinic.cl/2021/11/15/a-dos-anos-del-15n-que-recuerdan-14-protagonistas-del-acuerdo-que-cambio-el-rumbo-del-pais/ Estas declaraciones íntimas sirven para complementar la
sección “A confesión de parte, relevo de pruebas” dentro del número especial de
octubre 2020 del boletín Ya no hay vuelta atrás, titulado La democracia es
el orden del capital. Apuntes contra la trampa constituyente, 70-71.
29.- “La cabra siempre tira para el monte y un estalinista se
encontrará siempre en su elemento en donde sea que se respira un olor a crimen
oculto de Estado”, Guy Debord, Prólogo a la cuarta edición italiana de La
sociedad del espectáculo (1979).
30.- Oscar Ariel Cabezas, ¡Quousque
Tandem! La indignación que viene (Santiago, Qual Quelle, 2022), 200.
31.- Lasalle, ¿Qué es una constitución? En: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/5/2284/5.pdf
32.- “La asamblea de Francfort”, Nueva Gaceta Renana,
5 de junio de 1848. En: Marx y Engels, Las Revoluciones de 1848. Selección
de artículos de la Nueva Gaceta Renana. Traducción y selección de Wenceslao
Roces, FCE, 1989. Hay versión pdf en: https://historiaycritica.wordpress.com/tag/las-revoluciones-de-1848/
Además, el artículo de Engels se puede leer acá: https://edicionesmimesis.cl/index.php/2019/11/25/la-asamblea-de-francfort-por-friedrich-engels/
33.- Federico Engels, “El debate de Berlín sobre la
revolución”, Nueva Gaceta Renana N° 14, 14 de junio de 1848. En: Las
revoluciones de 1848.
34.- Engels, “La Asamblea del pacto del 15 de junio”, NGR N°
18, 18 de junio de 1848. En: las revoluciones de 1848.
35.- En una conversación reciente organizada por Gonzalo Jara
de la Universidad de Valparaíso, Sergio Villalobos-Ruminott y Osvaldo Fernández
expresaron que lo ocurrido a partir del 15 de noviembre de 2019 como respuesta
institucional a la insurrección de octubre podría ser entendido con el concepto
gramsciano de “revolución pasiva”: una metamorfosis de la hegemonía que impone
un “reformismo reaccionario”, y que a diferencia de una contrarrevolución es
más preventivo que reactivo.
36.- Maurizio Lazzarato, El capital odia a todo el mundo.
Fascismo o revolución (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2020), 17.
37.- “La contrarrevolución de 2020 responde a los
levantamientos de 2019” | Capítulo del Manifiesto conspiracionista, en: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2606
38.- Lazzarato, op. cit, 87.
39.- Julio Cortés
Morales, “La violencia del orden. Sobre la represión estatal y el ‘estallido
social’ en Chile”, en Raúl Zarzuri (coord.), Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la
revuelta de octubre en Chile, Santiago, LOM, 2022, 135-148. Mi texto fue
redactado a inicios del 2020, y luego revisado a mediados del 2021.
40.- Collingwood-Selby, op. cit., 18-19.
Etiquetas: insurrección, memoria negra, nada mas práctico que una buena teoría, reflexión
domingo, octubre 13, 2024
Chaotic Black Metal: mis 6 artefactos favoritos
En alguna entrevista a Fenriz (Darkthrone) el baterista noruego decía algo así como que sus bandas favoritas eran las más caóticas, en una forma de metal extremo que se daba en los 80 y que se definía por la impericia y exceso de entusiasmo de los ejecutantes. Decía además que ese forma de tocar sólo era posible al inicio, en la adolescencia, cuando aún no dominas muy bien tus instrumentos, y que envidiaba el sonido pero ya no se podía lograr eso cuando uno crecía y seguía tocando, aprendiendo a "hacerlo bien".
Por supuesto, estas solas consideraciones bastan para explicar qué a los amantes del RUIDO LIBRE (por lo general HORRIBLE, aunque no necesariamente) nos fascina no el black metal sinfónico, ni el death metal técnico, sino que las formas más primitivas y violentas de Black Metal, ya sea el "raw" (crudo) o la derivación que algunos gustan en llamar "war" (guerra) metal.
A continuación, y dado que hace un par de meses en una tocata en Cajacústica un tipo me preguntó cuales eran mis mejores hallazgos en materia de black metal no supe bien qué contestarle...les dejo acá mis 6 artefactos (no necesariamente "discos" porque muchas de estas joyas existieron originalmente como demos, o sea, casets con la carátula fotocopiada) FAVORITOS del Metal Oscuro.
1.- Blasphemy, Blood upon the altar (1989)
Estos delincuentes juveniles y levantadores de pesas canadienses de Ross Bay, formados en 1984, escucharon a los brasileros de Sarcófago y brutalizaron conscientemente su dosis de metal satánico, se raparon el pelo y se autodenominaron Black Metal Skinheads. Este demo se grabó en 1989 por 800 dólares, y en pocos meses habia vendido 2000 copias. Influenció al resto del mundo. Con justa razón.
2.- Sarcófago, I.N.R.I. (1987)
Sarcófago, de Belo Horizonte: prácticamente inventaron gran parte del estilo o estética del trve black metal, ya desde la portada de su album debut en 1987. Ayer vi en la feria a una punk rocker adolescente con polera de INRI y parche gigante de Darkthrone en la espalda. Me dije: "vamos bien, mañana mejor".
3.- Beherit, The oath of black blood (1990)
Estos finlandeses escucharon a Sarcófago y el primer demo de Blasphemy, y se lanzaron al estudio sin tener mayor idea de como "tocar bien", pero convencidos del poder maligno de la brutalidad más extrema. En rigor, este artefacto reúne los dos demos que grabaron ese año: "Demonomancy" y "Dawn of Satan´s Millenium". la velocidad y ferocidad de las canciones es de no creer. Se podría decir que derrota al hardcore punk en su propio terreno. Los colombianos de Llawar productions tienen un bootleg no oficial que además de los dos demos de 1990 agrega varias grabaciones de un poco después. Beherit derivaría poco después a la incorporación de teclados y elementos ambient/electronica. Not bad at all.
4.- Conqueror, Anti-christ superiority (1996)
Discípulos de Blasphemy, este duo canadiense posiblemente no tiene parangón en cuando a nivel de brutalidad y agresión sónica. El baterista, J. Read, después formó Revenge. El guitarrista, R. Forster, pasó a Blasphemy. Buenas juntas, y tremendos carretes en el cementerio de Ross bay. Después de este demo grabaron su único album de estudio: War.Cult.Supremacy, una obra maestra sobre la cual he leído a mucha gente quejándose de que es puro ruido. ¡Tanto mejor! Para eso estamos.
4.- Mutiilation, Remains of a ruined, dead, cursed soul (1992)
Este documento iba a ser editado en 1992 bajo el nombre de "Evil, the Gestalt of abomination", pero se publicó recién en 1999. Mutiilation es el vehículo expresivo de Meyna´ch. Black Metal satánico y depresivo francés, un representante de Les Légions Noires. Acá Meyna´ch toca todos los instrumentos, muy precariamente, y el nivel de la grabación es menos que lo-fi. Bellísimo. Encantador. Oscuro. Sublime. En la Enciclopedia Metallum los usuarios le dan una nota muy alta o muy baja: no hay término medio con este tipo de material tan crudo. ¡Incluso el sello advierte que "la ejecución no fue perfecta"!
5.- Antediluvian, Under wing of Asael (2008)
El mejor nombre posible: la banda canadiense (un duo) es realmente prehistórica, antediluviana. Sus sonidos y las imágenes que convocan son atávicos, no tienen nada que ver con la dimensión del "tiempo histórico". Llevo semanas apreciando Watcher´s Reign I & II, un artefacto de casi dos horas que reúne gran parte del material inicial (2007-2011). Meterse ahí es irse a otro mundo. Dentro de ese cúmulo de demos y EPs, destaco Bajo el ala de Asael, demo del 2008. No se parece a casi nada más que recuerde en estos momentos. Y por extraño que nos resulte el sonido, ellos se consideran una banda de black metal.
6.- Deiphago, Philippino Antichrist (2009)
El Anticristo Filipino: suministrando desde Asia (y después Costa Rica) una síntesis war/black metal satánica inspirada en Conqueror/Beherit/Archgoat, ¿qué podía salir mal? Obra cumbre del brutal black/death . Los discos posteriores, como "I, The devil" (2019) suenan casi noise/avantgarde en comparación, pero sin perder la brutalidad básica.
DISFRUTEN!!!!!!
Etiquetas: anarquismo difuso, black metal
sábado, septiembre 21, 2024
Avantgarde heavy metal: algunas recomendaciones calificadas. Parte 666: Nick Didkovsky (guitarrista extraordinario de la fama de Doctor Nerve y el Fred Frith Quartet a Häßliche Luftmasken y Vomit Fist)
En mi bastante solitaria búsqueda
por los terrenos del metal oscuro, he tenido que acudir a viejos amigos o más
bien influencias del pasado, como el tal Weasel Walter del que ya les he
hablado (y con quien tuve correspondencia hace unos meses, muy interesante y
sobre este tema, que espero alguna vez traduciré. Sólo les adelanto que, en
relación a sus recomendaciones del 2003, en retrospectiva dice preferir el Death
metal claramente por sobre el black metal, y por sobre todo le gustan mucho el brutal death metal y algo del mejor war metal)…En fin: resulta que en medio de
una aguda faringitis que me atacó hace pocos días y aún no se retira del todo
de mi organismo, una noche de insomnio recordé al viejo amigo por
correspondencia o “pen pal” -como se decía antes cuando la gente aplicaba lápiz
sobre papel y luego los enviaba dentro de un sobre como carta- Nick Didkosvsky.
¿Quién chucha es Nick Didkovsky? Se
preguntarán ustedes y ustedas con muy justísima razón, y yo les explico:
Nick es un genio musical nacido en 1958 que vive
en la ciudad de Nueva York y que de joven “abandonó
una promisoria carrera como actuario” (lo cual lo hace semicolega mío, supongo)
para dedicarse al espacio conocido como Creative Music Studio, y que ya desde inicios
de los 80 se destaca en la guitarra en una línea de talento y exploración que
lo liga directamente con maestros como Fred Frith e indirectamente con Robert
Fripp, dos de los más innovativos guitarristas de todos los tiempos según yo.
Descubrí sus actividades musicales a través del CD Did sprinting die?, editado en 1990 por Wayside Music Archive Series, y que llegó a las vitrinas de Melody Rock (Galería Interprovidencias), donde gastaba tantas horas de mi adolescencia escuchando música, a veces copiando, y rara vez comprando discos. Este llamó mi atención no tanto por su portada amarilla con letras verdes, sino porque:
a) no era exactamente Rock In Opposition
b) era de NY, donde todavía parecía haber una escena interesante y,
c) rockeaba
muy duramente en varias partes, lo que se apreciaba muy bien toda vez que DSD
es un disco principalmente en vivo, con sesudas y a la vez furiosas arremetidas
de guitarra, batería, bajo, tres vientos (trompeta, saxoprano y clarón), más
el KAT Mallet controller (al parecer, una especie de vibráfono sampleado pero
no estoy para nada seguro de eso), y al inicio, medio y final, tres “computer
generated pieces”, que según dice el folleto fueron generadas por “DrNerve.hmsl”,
un programa escrito por el profesor Nick Didkosvsky, que de hecho enseña
programación computacional musical o algo así. (Qué quieren! No entendía eso en
1990, cuando tenía un cerebro nuevito de 19 años, y menos aún en pleno 2024 que…bueno,
dejémoslo así).
El concierto tuvo lugar el 14 de
junio de 1989 en The Knitting Factory (un lugar al que Esneider Huasipungo no me quiso llevar
cuando estuve con él un par de días en junio del 2001, porque era muy “arty” y “White
liberal” para sus gustos latin punk). (Por lo menos esa vez, antes de ir, le
escribí un mail a ND, que me recomendó pasar por la tienda Downtown Music
Gallery. No hubo tiempo para mucho más en ese viaje por motivos de trabajo, tres
meses después fue el atentado a las Torres Gemelas, que alcancé a ver en pie en
junio de ese año sin darles mayor importancia, y nunca más supe de ND tampoco
ahora que lo pienso).
El disco se escuchó reiteradamente
en mi pieza, en esos años en que alojaban unos cuantos amigos de confianza en
casa aprovechando la lejanía temporal de mis padres. Y después conseguí otro CD
ahí mismo (no había ninguna otra tienda que pudiera traer algo así, creo que ni
siquiera Disco beat en San Diego, donde los gustos eran menos neoyorquinos):
Armed Observation (de 1987) seguido de Out to bomb fresh kings (1984), unidos
en los casi 80 minutos de esta edición en Cuneiform Records: uno de los sellos
cuyos discos llegaban esporádicamente a Melody Rock.
Estos son albums en estudio, y
sirven para entender la evolución de esta “banda”, que en verdad era todo un
colectivo, pues en esos 3 años pasaron por ahí 19 músicos, “compartiendo una retorcida
visión musical” (cito de nuevo el folleto).
Alcanzamos a conocer un álbum más.
Beta 14 OK, que alguien compró en CD y yo copié en cinta de cromo. Al final
salían los “44 nerve events”, fragmentos breves de distintos tipos de sonido
más o menos restructurado, y ND en el folleto respectivo invitaba a “torturar
el reproductor de CD” programando y/o reproduciendo aleatoriamente el
artefacto. Animados por esa invitación, le escribimos, y nos respondió varias veces,
enviando amablemente unos pequeños afiches de tocatas que él programaba e
imprimía en el trabajo. Ahora recordé que teníamos grabadas nuestras sesiones
de tortura…¿Dónde estará el caset? Mejor que se haya perdido para siempre.
Bueno…como les venía diciendo
hace un rato, a pesar de mi faringitis que casi me impide totalmente emitir
sonidos por vía oral, me acordé del bueno de Nick Didkovsky, y además vino a mi
de nuevo la sospecha de que tal vez Leo Didkosvky, ex baterista de la nunca
bien ponderada banda gringa de “Black Metal Transcendental” Liturgy, podría ser
su pariente. Y sí: en efecto, es su hijo.
A la primera búsqueda del nombre
de nuestro héroe más “heavy metal”, di con una larga e interesante entrevista
en Perfect Sound Forever, por lejos la mejor revista musical online, donde explica
su relación ya desde los 13 años (¡tal como vos mismo!) con el rock pesado,
tras toparse con riffages pesados como el de Martin Lancelot Barre en “Aqualung”,
y con todo el “Master of reality” de Black Sabbath apenas salió del horno: ¡qué
tiempos aquellos! ¡Y qué envidia me da! Una década después tuvimos que conformarnos
con Ozzy solista y Sabbath con Ronnie James Dio y después Ian Gillan.
Así que bueno: mejor léanla entera. El tipo tiene una banda de “blackened grindcore” con su hijo Leo, Vomit Fist (en la foto de arriba), que se presenta siempre con “corpse paint”: aunque tiernamente Nick
aclara que ellos no lo llaman así, sino que es una vieja tradición familiar de
pintarse en ese estilo para Halloween.
Su otra banda metal Häßliche Luftmasken la tiene con su viejo amigo baterista John Roulat, conocido por quien suscribe por ser miembro del trio de avant rock instrumental Forever Einstein (también en Cuneiform).
Al final de esta larga entrevista publicada en abril del
2019, Nick nos deja un valiosísimo listado de “algunos de sus discos favoritos”.
Primero me sentí mal de conocer solo a 6 de estas bandas, pero luego pensé que
está bien: hace poco más de un año yo no tenía idea de NADA de esto.
No se hable más!
4-3-2-1, Con ustedes y ustedas….El listado!!!:
Car
Bomb 'w^w^^w^w'
Dysrhythmia Psychic Maps
Artificial Brain Labyrinth Constellation
Virus The Black Flux
Baring Teeth Ghost Chorus Among Old Ruins
Thantifaxath Sacred White Noise
Gorguts Obscura y Colored Sands
Pig Destroyer Phantom Limb
Demilich Nespithe
Decapitated Carnival Is Forever y Nihility
Ulcerate Everything Is Fire
Inquisition Nefarious Dismal Orations y For The Multiverse
Horna Äänia Yössä
Behemoth Evangelion
Lazarus A.D. The Onslaught
1349 Hellfire
Goatwhore Blood for the Master
Sleep Dopesmoker
Etiquetas: heavy metal, noise, vandalismo comparado
jueves, septiembre 19, 2024
Lejano Oriente y deseo de revolución.
(Presentación
a El movimiento
estudiantil radical japonés y el Zenkyōtō (1945-1970), de Tomás
Pacheco Márquez, Editorial Banzai/Pensamiento & Batalla, 2024).
“La forma
se presta para expresar el movimiento de la revolución la forma es la
revolución” (J.F. Lyotard)
I
La
historia de la revuelta global de los sesenta ha sido hace ya bastante tiempo reducida
a ciertas manifestaciones estudiantiles en el Barrio Latino en París ocurridas en
mayo de 1968. En esta operación de amnesia histórica, se ha logrado hacer olvidar
la dimensión global e internacionalista de un momento revolucionario acéfalo y
multidireccional que logró por un momento poner en jaque al viejo orden del
mundo a ambos lados de la cortina de hierro, en el norte y en el sur del
planeta.
En el
relato que se ha instalado como oficial, jamás se menciona que en Francia los
hechos de mayo gatillaron hacia el mes de junio una huelga general salvaje de
millones de personas en todo el país, de la cual a veces pareciera que nadie se
acuerda, y que fue posible a pesar de la fuerte oposición del aparato sindical
dominado por los estalinistas del P“C” francés. Y a partir de ahí, se suprime también
de la memoria de esos años la centralidad de la lucha de clases, en que por un
breve y hermoso momento el anticapitalismo proletario coincidió con otras
luchas emancipatorias en torno a raza y género, con el movimiento por los
derechos civiles y las luchas de liberación nacional en los antiguos países
coloniales. No por casualidad la chispa que encendió la pradera en muchas
partes del planeta, también en Francia, fueron las acciones en solidaridad con la
resistencia antiimperialista del pueblo de Vietnam.
Pese a
ello, la mayoría de los libros y discursos académicos nos hablan sólo del mayo
de los estudiantes y no del de los obreros, campesinos, dueñas de casa, niños y
niñas, oficinistas y artistas varios que en ese momento se sumaron a esta
crisis total del funcionalismo, en que por varias semanas ya nadie quiso seguir
cumpliendo el rol social asignado. Los situacionistas sabían de eso cuando tan
temprano como en julio de 1968 publicaron su propio relato sobre lo que
llamaron el “movimiento de las ocupaciones” de mayo/junio, anticipando que en
pocos meses se publicarían tantas toneladas de basura sociológica sobre la
“revuelta de los jóvenes” que al cabo de unos cuantos años la dimensión
verdaderamente subversiva del acontecimiento sería prácticamente suprimida de
la memoria colectiva.
La
maniobra fue tan exitosa que hace poco escuché en un conversatorio que cuando
el expositor, un muchacho mexicano que hablaba de las luchas en el Kurdistán,
preguntó a la asistencia qué pasaba en Chile hacia 1968, la repuesta fue clara:
“¡Nada!”. Me retiré luego pensando en que para ese público tan de izquierdas el
crecimiento del MIR, el nacimiento de la VOP, el cúmulo de luchas obreras,
campesinas y estudiantiles que se dieron y la dura represión policial del
gobierno de Frei Montalva no significaban nada de nada: el verdadero y único
acontecimiento para ellos fue la elección de Allende en 1970 y, mil días
después, el golpe de Estado de Pinochet.
Por todo esto
es que recobrar la memoria colectiva de todas esas luchas es una tarea esencial
para quienes nos negamos a sucumbir ante el imperio capitalista de la muerte en
vida, y estamos ya más que aburridos de la mirada ahistórica y derechamente
mitológica de la izquierda tradicional. Este libro de Tomás Pacheco es un
aporte mayúsculo en este sentido, concentrándose en la historia del movimiento
estudiantil desde 1945 (final de la segunda guerra mundial, con la derrota
japonesa e inicio de la ocupación norteamericana), y llegando hasta los momentos
decisivos de la lucha estudiantil en el contexto del “68 japonés”. En efecto,
hasta ahora existen muy pocos libros en español dedicados a analizar el
movimiento revolucionario en Japón de ese período, y predominan visiones acerca
de un exotismo inocente propio de los japoneses y su tendencia a imitar las
formas culturales de occidente, en medio de una sociedad pacífica y conformista
en que no existirían ni revueltas ni
antagonismo social, las que habrían sido totalmente desterradas luego del
destacable “milagro japonés”.
Si hablamos
del “68 japonés” no es de ninguna manera para contribuir a reducir las luchas
de este ciclo solamente a lo que ocurrió en ese año en algunos lugares,
incluyendo la poco conocida historia de lo que pasó en este país asiático. La
denominación “68” funciona para nosotros a estas alturas no tanto como un dato
cronológico sino que más bien como un símbolo que condensa toda la época de lo
que algunos han llamado el “segundo asalto proletario contra la sociedad de
clases”. Este ciclo de luchas que se concentran en el “68” en rigor comenzó
hacia 1965/6, medio siglo después del “primer asalto” de 1917/9 y dos décadas
después del final de la segunda guerra mundial. Alcanzó su punto culminante
entre 1969 y 1971, y ya visiblemente en 1973 genera su propia contrarrevolución,
que comienza muy violentamente con el golpe de Estado en Chile, seguido de la
arremetida global del denominado “neoliberalismo” como fase o modelo actual del
capitalismo occidental, caracterizado en el plano socioeconómico por la
intensificación abierta de las relaciones sociales capitalistas en todos los
planos, y en el plano ideológico y cultural por un “realismo capitalista” que nos
enseña que no hay alternativas a este orden, y que se expresa tanto a nivel de
“sentido común” como en las distintas variedades de posmodernismo academicista
de derecha y de izquierda que hemos sufrido hasta hoy.
En fin: cuando
decimos “68” o incluso “mayo del 68” es un poco en el mismo sentido que las
alusiones que se hacen en Chile a “Octubre del 2019”: un mes y un año cuyo
recuerdo aterroriza tanto a los defensores de este orden que pretenden
conjurarlo condenando al “octubrismo” por todos los medios a su disposición,
que no son pocos. Parafraseando al viejo Debord, jamás volverá a pasar un mes
de mayo (u octubre) sin que se acuerden de nosotros.
II
En mi
caso, siendo un hijo del 71, tuve conocimiento de la intensidad de las
protestas japonesas de los sesenta por dos hechos fortuitos. El primero fue
toparme en la televisión abierta de trasnoche a inicios de los noventa con el
documental “Días de furia”, que dentro de su variopinto y exótico contenido
mostraba imágenes de la lucha de Sanrizuka contra la construcción del
aeropuerto de Narita en las afueras de Tokio, y la violenta resistencia y
represión que se generaban. La voz en off del conductor presentaba el
dramático registro como una confrontación entre el mañana (construir un moderno
aeropuerto) y el ayer (la lucha de los campesinos y estudiantes por impedirlo):
como diría Walter Benjamin, “la catástrofe es el progreso, el progreso es la
catástrofe”.
Poco
después, aún en la primera mitad de los noventa, di casualmente con el librito
de Bernard Beráud sobre “La izquierda revolucionaria en el Japón” (edición mexicana
de 1971), donde entremedio de las detalladas explicaciones sobre las tácticas
de combate callejero y la evolución de los distintos grupos de la
ultraizquierda japonesa me hice una clara idea del tipo de lucha
antiimperialista y a la vez antiestalinista que se llevaba a cabo por allá. Si
no fuera por esos hallazgos, no sé cuándo me hubiera enterado de toda la
expresión nipona de las luchas del segundo asalto, pues no es de extrañar que
en los relatos más conocidos sobre el 68 Japón casi no aparece.
Por ejemplo, a lo largo de las
quinientas páginas del best seller de Mark Kurlansky sobre 1968 como “el
año que estremeció al mundo”, sólo encontramos en el índice temático dos
alusiones a Japón, aunque bastante significativas: en una se explica a grandes
rasgos en qué consistía el movimiento estudiantil de la Zengakuren, y en la
segunda se refiere que el Partido “Comunista” japonés (de los más grandes en
esa época, junto al italiano, francés y chileno) fue uno de los que se opuso a
la invasión rusa de Checoslovaquia (no así el P”C” chileno, que inventó la
pedagógica consigna de “checo, entiende, los rusos te defienden”). Ambos
factores sólo son esbozados en el relato de Kurlansky, pero son fundamentales
para entender el contexto social y político que nos hemos propuesto describir,
pues confluyen en la existencia de una amplia contracultura juvenil de
izquierda radical, a la vez anticapitalista y antiautoritaria (la base cultural
de la llamada “Nueva Izquierda”), que se desarrolló con fuerza en algunos de
los países en que los P”C”s y otras expresiones de la izquierda tradicional
socialdemócrata y/o autoritaria aparecían no sólo como parte del “viejo orden”,
sino que también como culturalmente reaccionarias. Gran parte de este nuevo
movimiento surge de la radicalización de las posiciones en contra de la
intervención imperialista en Vietnam, y en el caso japonés, estas protestas
enlazaban con todo un movimiento previo de oposición a las bases militares que
mantenía Estados Unidos en el archipiélago, desde las cuales ahora se
intervenía directamente en esa guerra.
En este sentido, Kristin Ross -que
tampoco dedica mucho espacio en su excelente libro “Mayo del 68 y sus vidas
posteriores” al contexto japonés-, nos recuerda que gran parte del movimiento
en Francia y el resto del mundo estaba centrado en la oposición a la guerra de
Vietnam, lo cual tres décadas después ya había sido suprimido de la memoria,
junto con todo el contenido anticapitalista de la revuelta, para destacar en
cambio únicamente su aspecto cultural,
de liberación de las costumbres, en tanto movimiento “generacional”. Ross
destaca la influencia que tuvo en el movimiento estudiantil de Estados Unidos y
Francia el ejemplo de la Zengakuren, que había aprendido que “la policía no
siempre gana”. Y en efecto, en un momento sus tácticas fueron replicadas (con
variantes, obviamente) por los estudiantes de varias ciudades del mundo, lo
cual creo que se explica en gran medida por efecto de la circulación de
imágenes televisivas de las protestas, con su efecto contagioso que
posteriormente la prensa y TV oficiales se han cuidado de evitar.
En efecto, la especificidad de la
“escena japonesa” en el contexto del 68 global fue la masividad, creatividad y
combatividad de las luchas callejeras. En rigor, estas ya se habrían expresado
en gran estilo ya desde inicios de la década, pero la novedad tecnológica que
aportó 1968 fue la incorporación en los medios de comunicación de las
transmisiones en directo por televisión satelital, lo que dio al público un
sentido de simultaneidad de los eventos y luchas que se daban en todo el globo.
De esta forma, se pudo apreciar en directo y en todo el mundo escenas como las
que ya en 1960 había registrado el periodista Walter Cronkite y un equipo de la
CBS, cuando el presidente Eisenhower decidió finalmente no aterrizar en japón,
dada la presencia de decenas de miles de manifestantes de la Zengakuren.
Cronkite luego relató que cuando trató de salir del lugar no tuvo más remedio
que acercarse a las filas de los manifestantes, para acto seguido unirse a
ellos tomándose de los brazos y gritando “Banzai! Banzai!”. “Lo estaban pasando
magníficamente” y tras despedirse, recién pudo llegar a su automóvil y
dirigirse al aeropuerto.
No cabe duda de la gran fascinación que
causó en occidente la transmisión televisiva y registros fotográficos de
tácticas como la “danza de la serpiente”, la construcción de fortalezas de
madera para combatir contra la construcción del aeropuerto de Narita, y la
indumentaria propia de los estudiantes radicales japoneses (cascos de colores y
garrotes, que en verdad habían sido implementados primero en las peleas entre
distintas tendencias dentro de los campus universitarios antes de ser usados
masivamente para la lucha contra la policía).
John Lennon y Yoko Ono usaron los
típicos cascos Zengakuren en presentaciones en vivo y fotografiados así mismo
(con casco y puño en alto) aparecen en una famosa entrevista en el periódico
trotskista Red Mole y en el arte de portada del single “Power to the people” de
Lennon, lanzado en marzo de 1971.
Incluso un artista tan aparentemente
poco politizado como Jimi Hendrix, hizo en 1970 comparaciones entre la lucha de
los estudiantes norteamericanos, caracterizadas por la no-violencia al extremo
de “dejarse abrir la cabeza” por las porras de la policía, y las tácticas de
lucha callejera de los estudiantes japoneses. Mientras el comportamiento de los
jóvenes gringos le parecía masoquista, Hendrix lo contrastaba con el de “los
muchachos en Japón” que “se compran cascos, forman escuadrones y van en
bloques, así. Tienen todo lo necesario. Tienen sus escudos. Llevan soportes de
acero. Tienes que tener todas esas cosas”. Y no deja dudas acerca de sus
simpatías cuando remata con un “me gustaría ver a todos esos chavales
estadounidenses con cascos y grandes escudos romanos para hacer lo que van a
hacer. ¡Juntos de verdad! Si te vas a meter en eso, mejor que lo hagas con
otros. Toma nota, porque estoy harto de ver estadounidenses con la cabeza
abierta sin ningún motivo”.
III
Dentro de este escenario, la
investigación de Pacheco parte por explorar el ambiente político a partir de
1945, y la influencia que en ese escenario tiene el Partido “Comunista”
Japonés, la organización política que más peso tiene en el origen del movimiento
estudiantil de posguerra, y que presenta en ciertos momentos de su historia una
deriva a favor de la lucha armada. El
rol del P”C” es realmente importante, y en eso el 68 japonés comparte algunas
características con su equivalente francés, italiano e incluso chileno: países
en que el antiguo partido estalinista tiene una gran influencia política,
social y cultural, a la vez que aparece cada vez más como parte integrante del
“partido del orden”, lo que motiva ya desde fines de los cincuenta el surgimiento
de nuevas corrientes a su izquierda, que oscilan entre el marxismo-leninismo trotskista
o maoísta y las posiciones anti-autoritarias propias de la Nueva Izquierda, y
que terminan fraccionando y disputándose la dirección de la Zengakuren.
El movimiento estudiantil japonés tuvo
un largo proceso de crecimiento y maduración, que no pierde de vista la
vinculación con la lucha de clases, lo que lo constituye en un precursor del
movimiento global que se hace visible a contar del 68, lo cual contrasta notoriamente
con las visiones reduccionistas y eurocéntricas que plantean poco menos que los
movimientos en el resto del mundo imitaban la revuelta del mayo estudiantil francés.
Muy por el contrario, luego de una
larga trayectoria de luchas que incluyó la gran batalla contra la renovación
del tratado de cooperación y seguridad mutua (Anpo) con Estados Unidos en 1960,
a la reactivación de las movilizaciones que se produce desde fines de 1966, las
dos masivas confrontaciones con la policía en las inmediaciones del aeropuerto
de Haneda en octubre y noviembre 1967 (en que se trataba de impedir viajes al
exterior del primer ministro Sato), y las ocupaciones de campus que paralizaron
completamente el sistema universitario durante 1968 y 1969, que fueron en su
momento consideradas como la revuelta estudiantil más grande del mundo. Por eso
es que toda esta historia debería ser bien conocida en un país como Chile, cuyo
movimiento estudiantil ha logrado varias veces sacudir los cimientos del orden
social, tal como destaca Pacheco en su Introducción.
En su detallada revisión, después de
repasar la historia del P”C”J y el surgimiento de la Nueva Izquierda, Pacheco se
concentra sobre todo en el momento a fines de los sesenta en que surge un nuevo
tipo de organización en los campus universitarios. La ya antigua Zengakuren,
desgastada por la lucha de fracciones entre los distintos partidos y sectas de
ultraizquierda, no está a la altura de los nuevos desafíos de la lucha, y en
ese contexto surge el Zenkyoto, un movimiento más asambleario y horizontal organizado
en asambleas de campus, inspirado inicialmente en las ideas de la estudiante
Mitsuko Tokoro, que antes de fallecer prematuramente a inicios de 1968 dejó
escrito el influyente texto “La organización por venir” (1966).
Ferrán de
Vargas, autor del único libro que hasta ahora se ha dedicado en detalle a la
izquierda revolucionaria japonesa en el período que va desde la posguerra a
1972, señala que en ese momento parece haber surgido una “nueva ‘nueva
izquierda’”, que es la que se expresa con fuerza en la llamada “época de la
política” (1966-1971), el momento más álgido de esta historia, cuando la
izquierda revolucionaria movilizaba a alrededor de 300.000 personas en la calle. Y es también en esa época cuando en
vinculación con toda esa agitación social se desarrolla la contracultura
japonesa más interesante, que ha obsesionado a varios melómanos del mundo, como
Julian Cope -que le dedicó el libro Japrocksampler- y a mí mismo -que dediqué
el libro Barricadas a go-go a la escena musical desarrollada en el archipiélago
nipón entre 1968 y 1977. Cuando digo que esta movida era interesante, me
refiero sobre todo a sus formas -y no solo las musicales-, porque John y Yoko
podían ponerse cascos y Hendrix recomendar el uso de escudos y garrotes
mientras los Rolling Stones homenajeaban al “Street fighting man”, pero ¿en qué
otro país un miembro de una banda de rock se unió al Ejército Rojo para
secuestrar un avión?
El final de
esta historia coincide con el inicio de la contrarrevolución neoliberal, cuyo
hito fundacional fue el golpe de Estado en Chile en septiembre de 1973. Para
ese entonces el ciclo de luchas en Japón se había agotado y la nueva izquierda
en sus distintas variedades entró en decadencia, no volviendo a gozar nunca más
del nivel de simpatía y masividad de los tiempos que cubren estas
investigaciones. El “segundo asalto” fue derrotado, y la larga
contrarrevolución con que se le respondió sigue produciendo sus efectos entre
nosotros. Pero esa ya es otra historia.
Julio
Cortés Morales, invierno de 2024
Etiquetas: 68, Ejército Rojo japonés, Japo, lucha armada, lucha de clases, memoria negra